Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.
De toda la lista de cosas que podría estar haciendo en ese momento, salir de casa era la última en sus prioridades. El pronóstico de tiempo que habían dado esa noche era lluvioso, se avecinaba una tormenta eléctrica. Aunque cualquiera lo diría por el brillo de la luna en lo alto del cielo, ni una sola nube.
Pero el trabajo es el trabajo.
Agarró su sudadera amarilla y deslizó los brazos dentro de ella, le importó bien poco acabar con el cabello aplastado. Se miró una última vez en el espejo, no tenía buena cara, aunque se preguntó si alguna vez la tuvo. Unas profundas ojeras oscuras decoraban su mirada, no había mucho que envidiar a un oso panda. Sonrió con ironía ante esa ocurrencia.
Luego marchó del cuarto de baño, repasó con una última mirada la casa, todo en orden, apenas hacía vida allí así que apenas ensuciaba. Igualmente se consideraba una persona muy pulcra y ordenada, todo perfectamente colocado y ni una mota de polvo. Tal vez ese apodo de "psicópata" que le habían otorgado en la calle era por algo. Las personas más limpias son las más locas.
Se rascó la perilla con pereza, el teléfono vibró en su bolsillo. Introdujo su mano tatuada y sacó el pequeño aparato. Tenía un mensaje en la bandeja de entrada.
Grand Line, Eustass.
Genial, ese era el objetivo. Hacía meses que no hacía una pequeña visita al pelirrojo, seguramente no le echaba de menos. La última vez que pasó por allí acabó apuñalando a un par de sus hombres porque se negaban a pagar unas deudas. Pintaba una noche entretenida, justo lo que necesitaba para despejar la mente y matar el aburrimiento.
Recogió las llaves de su vehículo y las de casa después de ponerse un gorro blanco moteado, cerrando de un portazo la hoja de madera gruesa. Ni siquiera se molestó en echar la cerradura, allí no vivía nadie aparte de él, que ocupaba el ático. Además, las cámaras de seguridad que había en cada rellano le recordaban lo bien vigilado que estaba, para bien o para mal.
El conserje, que estaba metido en su casona viendo un partido en la televisión, lo saludó de vuelta. Salió de la lujosa urbanización subido en una motocicleta, que rugía bajo su cuerpo cada vez que apretaba el pedal y aceleraba. Le encantaba esa sensación de control, ignorando usar el casco para su propia seguridad. Ningún idiota de la policía se atrevería a pararle.
Su reloj de pulsera marcaba las diez de la noche cuando atravesaba el mugriento barrio de Grand Line. Él se había criado en un sitio parecido, por lo que tampoco le hacía gracia volver a los suburbios. Fue frenando a medida que se acercaba al bar, parando en el callejón donde estaba la salida de emergencia.
Paró su querida motocicleta girando las llaves, el vehículo quedó en silencio. Sacó la palanca de estacionamiento para apoyarla en el suelo y se dirigió a la puerta metálica que rezaba "exit" en un letrero iluminado.
El pasillo estaba tremendamente oscuro y apestaba a orín, sentía la necesidad de taparse la nariz. Probablemente habría un interruptor en algún lugar de la pared, pero apreciaba mantener sus manos limpias.
Caminó hasta donde pudo ver la silueta de una puerta, acabó abriendo empujando con la pierna, ni loco tocaba eso. Toda la banda se giró hacia él en cuanto cruzó el umbral, interrumpiendo la partida de cartas.
–¿Otra vez tú? –bufó un tipo alto y rubio.
–Yo también me alegro de veros –el recién llegado sonrió de medio lado.
–Trafalgar –murmuró entre dientes el más alto, de cabellos rojos, que estaba sentado en una mesa colocada en el centro del local.
–Ya sabéis por qué he venido –dijo el moreno con tono profundamente aburrido, se acercó al jefe.
–Ya te lo dije la última vez, no voy a pagar más pasta a ese gilipollas de Dof…
En un abrir y cerrar de ojos había tumbado al grandullón contra la mesa, doblándole el brazo sobre la espalda. Las cartas acabaron desparramas por todos lados, las latas de cerveza se tambalearon peligrosamente.
–Hijo de pu…. –intentó decir el pelirrojo con la cara pegada a la madera.
–A ver si te voy a tener que enseñar modales, Eustass –murmuró Trafalgar, sacando un largo bisturí de sus pantalones y clavándolo a pocos centímetros de su rostro.
Toda la sala enmudeció, pero una risotada pronto cortó el silencio.
–Dadme la pasta y me largaré –ordenó a los hombres de Eustass, que aún seguía bajo la llave del otro hombre.
–Killer … –dijo el pelirrojo en alto.
El tipo rubio se metió detrás de la barra y comenzó a reunir grandes fajos de billetes. Trafalgar ya había soltado al jefe y guardado su arma, dejando una hendidura en la madera. Bostezó aburrido, paseando la mirada por el bar. Algunos hombres estaban jugando a los dardos, otros al billar, pero no apartaban la vista de él.
Contaba en total ocho personas, sabía que con la fama que llevaba a sus espaldas debían ser demasiado idiotas para intentar tocarle un solo pelo, pero nunca estaba de más calcular si podía matarlos a todos y salir ileso. Era más que obvio que tendría éxito.
Rato después, el tipo alto le arrojó una bolsa vieja y maloliente llena de dinero, la atrapó al vuelo sin mediar palabra.
–Y ahora, largo –bufó Eustass, dedicándole una mirada asesina.
–Tranquilo –lo mandó callar– Primero tendré que contarlo.
El hombre tomó la bolsa y se dirigió a la salida, acompañado de varias miradas fijas en su espalda. Abrió la puerta empujando con la espalda, levantando ambos brazos en son de paz a modo de burla.
Esta vez sí tanteó la pared para buscar el interruptor. Aunque era tentador quedarse en el bar un rato más, no soportaba a aquel tipo y menos aún su olor.
Encendió la luz y buscó el baño, entró en la primera puerta que encontró, al menos allí el olor era menos intenso. Al levantar la mirada hacia la puerta pudo ver el dibujo de la silueta de una mujer. Obvio, nadie usaba ese sitio, estaba más limpio que el resto del antro.
Para su suerte, había un lavabo y un espejo, aunque con una pintada encima y apenas veía su reflejo. En la esquina, dos cubículos con váteres en no muy buen estado. Menos es nada.
Se encogió de hombros, arrojó la apestosa bolsa sobre el lavabo, a simple vista el agua estaba cortada.
Sentía la boca seca, los ojos se acostumbraron a aquella habitación medio a oscuras. Se miró en el espejo, menuda cara de mierda tenía. Apretó los puños, otra vez lo mismo.
Sentía una taquicardia en el pecho y unas tremendas ganas de vomitar, de vaciar todo lo que contenía su estómago. Se agachó abruptamente contra uno de esos retretes, golpeándose las rodillas en el acto. Ignorando esto, abrió la boca para soltar una y otra bocanada de aquel líquido amarillento con algún que otro tropezón marrón.
Se aferró a la porcelana del baño, sus ojos ardían junto a su garganta. Cuando sintió que no podía echar más bilis, se levantó y limpió con la manga el resto del vómito.
Maldijo en voz alta.
Se derrumbó en el suelo, aunque asqueado por el olor. Ya tendría tiempo de lavar la ropa al volver a casa.
Cerró los ojos, se apretó la cabeza, otra vez esa sensación. Sentía un dolor punzante que le martilleaba la sien. Se masajeó el puente de la nariz, las manos le temblaban. No aguantaba más.
Sacó la cartera del bolsillo trasero de su pantalón, y de ella una tarjeta de crédito color rojo intenso. Luego de otro compartimento, una pequeña bolsa. Derramó un poco de aquel polvo blanco sobre la encimera del asqueroso baño y lo separó en rayas haciendo uso de la tarjeta.
Tanteó un billete medio roto que siempre guardaba en el mismo sitio, había perdido ya el color de tantas dobleces. Lo enroscó de nuevo y usó para inhalar aquella sustancia, la primera línea.
–Dios –gruñó a los pocos segundos, con la mirada fija en el techo.
Sus pupilas se habían dilatado completamente, sentía la piel de gallina, se sentía eufórico. Con ganas de regresar a la habitación de al lado y darle una paliza a esos gilipollas.
Pero tan rápido como llegó, la energía se fue de su cuerpo. Cayó contra la pared y se quedó con la cabeza encajada entre las rodillas, pensativo. Odiaba el subidón que le daba, porque luego se bajaba rápidamente. Su cuerpo estaba habituado a la droga, la diversión no duraba mucho.
Se masajeó el puente de la nariz y se quedó ahí estático un largo rato. Si alguno de los hombres de Eustass tenía la genial idea de molestarlo, acabaría pagándolo muy caro.
