Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capitulo 41
Las puertas de Green Scene los miraron, abiertas pero no acogedoras, devolviéndoles las intensas luces de los focos directamente a los ojos.
Edward aparcó fuera y apagó el coche. Cuando todo estuvo en silencio, escucharon el ruido de otro motor vagando en la noche. Era el del coche de Neil Prescott, detrás de las puertas, refrescando el cadáver.
Bella salió del vehículo y cerró la puerta. El ruido sonó como el estruendo de un rayo que atravesaba la noche. Pero si nadie podía escuchar sus gritos, eso tampoco lo oiría nadie.
—Espera —le dijo a Edward cuando lo vio salir del coche e ir hacia la puerta—. El teléfono —le recordó, mientras se acercaba a las rocas que delineaban el camino que conectaba la carretera con la puerta.
Se detuvo ante una roca grande, la que más cerca estaba. La rodeó y se agachó. Suspiró aliviada. Allí estaba, esperándola, el teléfono de Mike en la bolsa hermética para sándwiches.
Bella dio las gracias mentalmente a Harry y Jamie mientras recogía el teléfono. Con los guantes y a través de la bolsa de plástico, pulsó el botón lateral y se iluminó la pantalla de bloqueo. Sus ojos la recorrieron. La luz blanca era tan brillante que Bella creyó ver un halo plateado fantasmal a su alrededor, acercándose a ella. Y a lo mejor lo era: ya había muchos fantasmas. Se había añadido a Neil a la lista de las cinco mujeres a las que había matado, y el propio fantasma de Bella, desconectado del tiempo, acechando calle arriba y calle abajo desde una pantalla de ordenador. Bella entornó los ojos y miró más allá de la luz brillante.
—Sí —siseó, girándose y levantando el pulgar hacia Edward.
—¿Qué tenemos? —preguntó él, acercándose.
—Una llamada perdida de Marcus Lestrange, a las 21.46. Otra de Mami a las 21.57, y otra más a las 22.09. Y, por último, una de Papá a las 22.48.
—Perfecto. —Edward sonrió y sus dientes brillaron en la noche.
—Perfecto —concordó Bella, metiendo el teléfono embolsado en su mochila.
Pensaban que estaban llamando a Mike para darle buenas noticias; que Bella había aceptado el trato y que iba a retractarse de su declaración. Pero eso no era lo que habían hecho; habían caído justo en la trampa que Bella y Edward habían urdido. Esas llamadas al teléfono de Mike habían llegado a través de la torre de telefonía móvil que había allí. Lo que significaba que habían localizado a Mike, y a su teléfono, exactamente donde la policía encontraría a un hombre muerto. En la escena del crimen, dentro de la ventana de tiempo manipulada de la hora estimada de la muerte.
Porque Mike Newton mató a Neil Prescott, no Bella. Y sus padres y su abogado la acababan de ayudar a conseguirlo.
Bella se levantó y Edward le dio la mano, entrelazando los dedos, con los guantes enganchados.
Edward apretó.
—Ya casi estamos, Sargentita —la animó, dándole un beso en la ceja, donde tenía la herida de haber arrancado la cinta—. Un último empujón.
Bella le inspeccionó el gorro para asegurarse de que no se le salía ningún pelo.
Edward le soltó la mano para dar una palmada.
—Pues vamos al lío —dijo.
Cruzaron las puertas. Sus pasos hacían crujir alternamente la gravilla.
Fueron hacia los profundos ojos rojos que brillaban en la oscuridad; las luces traseras del coche de Neil y el tranquilo suspiro del motor en marcha.
Bella volvió a mirar su reflejo en la ventanilla del asiento trasero. Tenía esa larga noche pintada en la cara. Abrió la puerta.
Dentro hacía frío, mucho frío, sus dedos lo notaron a través de los guantes al cruzar el umbral. Se inclinó hacia el interior y veía el vaho de su propia respiración delante de ella.
Edward abrió la puerta opuesta.
—Joder, qué frío —se quejó, agachándose y preparando los brazos.
Agarró a Neil por los tobillos, por encima de la lona negra. Miró hacia arriba para ver a Bella colocar las manos bajo los hombros del cadáver—. ¿Lista? —preguntó—. Tres, dos uno, vamos.
Lo levantaron y Bella alzó una rodilla para asegurar el cuerpo, apoyando el pie sobre el asiento.
—Lista —dijo.
Tenía los brazos más débiles y le costaba sujetar el peso, pero la promesa de supervivencia la mantenía activa. Con cuidado, usando la rodilla como guía, doblaron la lona negra, le dieron la vuelta al cuerpo y volvieron a colocarlo en el asiento. Otra vez bocabajo, de la misma forma en la que había muerto.
—¿Cómo va? —preguntó Edward mientras Bella levantaba una parte de la lona e intentaba ignorar el destrozo de la cabeza de Neil.
Se sentía desconectada de la persona que había hecho eso, porque ya había vivido cien vidas desde entonces. Bella le tocó el cuello para notar los músculos bajo su piel. Luego bajó hasta los hombros, y palpó por encima de la camisa ensangrentada.
—El rigor mortis ha empezado —informó—. Se deja notar en la mandíbula y en el cuello, pero no ha bajado mucho más.
Edward se quedó mirándola con intriga.
—Eso es bueno —dijo Bella, respondiendo a la pregunta no pronunciada—. Quiere decir que hemos conseguido retrasar el inicio… bastante. Ni siquiera le ha llegado a los antebrazos todavía. Normalmente tarda en ser general entre seis y doce horas. Ya hace más de seis horas que murió y está presente solo en la parte superior del cuerpo. Es una buena señal —afirmó, intentando convencerse tanto a ella misma como a Edward.
—Vale —aceptó él. La palabra se le escapó de la boca como un cúmulo de nubes en el aire frío—. ¿Y lo otro?
—La lividez —dijo Bella.
Apretó los dientes y levantó un poco más la lona. Se inclinó y fue levantando centímetro a centímetro la camisa de Jason, acercándose un poco más a la piel que escondía debajo.
Parecía amoratada; moteada con un tinte rojo oscuro de la sangre que se había acumulado dentro.
—Sí, ha empezado —observó Bella, metiendo una pierna en el coche para poder acercarse más. Se estiró sobre el cadáver y presionó la piel de la espalda de Jason con el dedo protegido por el guante. Cuando lo apartó, la marca permaneció. Una forma ovalada, una isla rodeada de piel descolorida—. Vale, no está fijo, todavía se blanquea.
—Y eso quiere decir…
—Pues que ahora que le hemos dado la vuelta, la sangre volverá a moverse, y empezará a acumularse en otro sitio. Así parecerá que no lleva ya cinco horas en la misma posición. Nos ha dado tiempo.
—Gracias, gravedad —dijo Edward asintiendo—. La jugadora más valiosa.
—Ya, bueno. —Bella sacó la cabeza y se apartó de la puerta del coche—. Ahora esos dos procesos van a dar un buen acelerón, porque es hora de…
—Meterlo en el microondas.
—¿Puedes dejar de decir eso?
—Solo estoy aportando el toque cómico al asunto —se defendió Edward con seriedad, levantando las manos cubiertas por los guantes—. Ese es mi trabajo en este equipo.
—Te malvendes —dijo Bella, y señaló a las bolsas de hielo repartidas por el interior del coche—. ¿Las puedes recoger?
Y eso hizo, poniéndoselas una encima de la otra sobre los brazos.
—Todavía están congeladas. Hemos conseguido que haga mucho frío aquí.
—Sí, lo hemos hecho bien, amor —afirmó Bella.
Fue a la parte delantera del coche y abrió la puerta del conductor.
—Voy a llevar esto a su sitio —dijo Edward, señalando las bolsas de hielo con la cabeza.
—Vale. Enjuágalas, por si huelen a… bueno, ya sabes —gritó Bella—. Ah, Edward, mira a ver si hay productos de limpieza. Spray antibacterias y algunos trapos. Y una escoba, por si tenemos que barrer algún pelo.
—Vale, lo busco —dijo, marchándose hacia el edificio de oficinas pisando con fuerza la gravilla.
Bella se sentó en el asiento del conductor y miró atrás por encima del hombro, al cadáver de Neil Prescott, sin apartar la vista de él. De nuevo solos.
Los dos en ese pequeño espacio limitado. Y, a pesar de que estaba muerto, Bella no confiaba en que no fuera a cogerla en cuanto le diera la espalda. «No seas tonta». Estaba muerto, llevaba seis horas muerto, aunque pareciera que solo habían sido dos. Muerto y desamparado, aunque tampoco es que se mereciera ninguna ayuda.
—No intentes que sienta pena por ti —le dijo Bella en voz baja, dándose la vuelta para analizar los botones y diales del panel de control—. Malvado hijo de mil hienas.
Agarró el dial —que estaba al máximo de frío— y lo giró por completo hasta el otro lado, hasta que el punto señaló un rectángulo rojo. El sistema ya estaba en el número más alto, el cinco, y el aire siseaba con fuerza al entrar por los ventiladores. Bella puso la mano enguantada delante de uno de ellos y la mantuvo allí hasta que el aire empezó a salir caliente, demasiado caliente. Como si se apuntara a los dedos con un secador. Eso no era una ciencia exacta; no sabía cuánto iba a conseguir subir la temperatura de Neil, pero a ella el aire le parecía bastante caliente, y tenían tiempo para atemperarlo mientras se encargaban del resto de la escena. Pero no demasiado, porque el calor aceleraría el rigor mortis y la lividez. Tenía que hacer malabarismos con los tres factores.
—Que lo disfrutes —dijo Bella, saliendo del coche y cerrando la puerta.
También cerró las otras puertas, sellando a Neil de nuevo en el interior del coche, su tumba temporal.
Escuchó un ruido detrás de ella. Pasos.
Bella se giró, lista para soltar un grito ahogado. Pero solo era Edward que volvía del edificio de oficinas.
Lo regañó con la mirada.
—Lo siento, princesa —se disculpó—. Mira lo que he encontrado. —En una mano llevaba una bolsa del supermercado llena de botes de sprays antibacterias, lejía y trapos. Encima había un alargador industrial negro. En la otra mano, sujeta en el hueco del codo y enrollada alrededor del cuello, tenía una aspiradora. Roja, con los ojos mirando tímidamente hacia el cielo—. He encontrado a Henry Hoover —bromeó, sacudiendo la máquina para que pareciera que saludaba.
—Ya lo veo —dijo Bella.
—Y este cable supergrande para poder ir a todos los sitios en los que estuviste, por si se hubiera quedado algún pelo. En el maletero también. —Señaló el coche de Neil con un movimiento de la cabeza.
—Sí —dijo Bella. La inocente sonrisa de Henry Hoover la ponía nerviosa. Una sonrisa eterna, supercontento por ayudarlos a limpiar la escena de un crimen—. Aunque me temo que te ha robado tu puesto.
—¿El toque cómico? —preguntó Edward—. No pasa nada, él está mejor preparado. Además, tengo un papel más de líder. El cofundador del equipo Edward y Belly.
—¿Edward?
—Sí, ya, perdona, estoy nervioso. Todavía no estoy acostumbrado a ver un cadáver de cerca. Vamos a seguir.
Empezaron en el almacén, pasando con cuidado por encima del charco de sangre. Eso no lo tenían que limpiar, se quedaría allí, sin tocar; Mike tenía que haber matado a Neil en algún sitio, al fin y al cabo. Y necesitaban la sangre como señal, para mostrar a las primeras personas que llegaran a la escena que había pasado algo malo —muy malo—, y que buscaran un cadáver, y lo encontraran, mientras Neil estuviera aún caliente y rígido. Eso era muy importante.
Edward conectó el alargador en un enchufe del almacén más grande — donde se guardaban todas las máquinas— y empezó a aspirar. Recorrió todos los sitios que Bella le señaló. Por todos los lugares por los que la había arrastrado, los sitios por los que había andado y corrido con un pánico ciego. También en todas las partes en las que él había estado. Con cuidado, para dejar un margen alrededor de donde había muerto Neil y del río de sangre.
Bella se puso con las estanterías. El limpiador en una mano y el trapo en la otra. Subió y bajó por la que estaba volcada, por las patas metálicas, rociando y limpiando cada rincón que había tocado o con el que se había rozado. Cada lado, cada ángulo. Buscó la tuerca y el tornillo que había quitado y también los limpió. Sus huellas ya estaban registradas; no podía dejar ni media marca aquí.
Subió de nuevo por la estantería volcada, como una escalera, pasando el trapo meticulosamente por todo lo que pudiera haber tocado: el borde de las baldas metálicas, las cubas de plástico llenas de herbicida y fertilizante. La pared y la ventana rota, hasta los trozos de cristales que quedaban enganchados en el marco, por si los hubiera tocado.
Volvió a bajar con cuidado, sorteando a Edward, que pasaba la aspiradora de arriba abajo, y fue hasta la caja de herramientas en la mesa de trabajo del fondo. Bella lo sacó todo; podía haber tocado cualquier cosa cuando sus manos habían rebuscado en su interior. Una a una, limpió todas las herramientas, incluso las brocas y el montaje del taladro. Vació una de las botellas de limpiador y tuvo que ir a por otra para continuar. Había tocado la nota del equipo azul, se acordó de pronto. La despegó, la arrugó y la metió en el bolsillo de la mochila para llevársela a casa.
La sangre del martillo estaba casi seca cuando Bella lo cogió de donde descansaba. Había pelos de Neil pegados. Bella dejó ese extremo tal cual, y limpió el mango, una y otra vez, eliminando cualquier rastro de ella. Lo colocó cerca del río de sangre, introduciéndolo en la escena.
Los picaportes de las puertas, las cerraduras, el llavero de Neil con todas las llaves de Green Scene, interruptores, el armario del edificio de oficinas que había tocado Edward. Todo. Limpió y limpió una y otra vez. De nuevo las baldas, para asegurar.
Cuando Bella por fin levantó la mirada, tachando otro elemento de su lista mental, miró la hora en el teléfono de prepago. Acababan de pasar las 2.30 de la madrugada; llevaban cerca de dos horas limpiando, y Bella estaba acalorada y empapada en sudor bajo la sudadera.
—Creo que he acabado —dijo Edward, reapareciendo desde el almacén más grande con un bidón vacío en las manos.
—Sí. —Bella asintió, casi sin respiración—. Solo queda el coche. Sobre todo el maletero. Y las llaves. Pero ya han pasado casi dos horas —dijo, mirando la puerta abierta del almacén, a la oscuridad de la noche—. Creo que es el momento.
—¿De sacarlo? —Edward quiso estar seguro.
Bella se dio cuenta de que él estuvo a punto de hacer una broma del tipo «sacarlo del horno», pero se lo había pensado mejor.
—Sí. Vamos a darle la vuelta otra vez. Aunque no quiero que el rigor mortis avance demasiado, tiene que estar rígido cuando lo encuentren. Creo que el coche debe de estar a unos cuarenta grados ya, puede que incluso más. Con suerte, su temperatura corporal ha vuelto a subir a unos treinta y poco. Empezará a enfriarse otra vez en cuanto lo saquemos. Bajará unos 0,8 grados cada hora hasta que alcance la temperatura ambiente.
—Explícamelo con términos de Cómo defender a un asesino —pidió Edward, pasando los dedos por el borde del bidón.
—A ver. Si lo encuentran y los técnicos de emergencias lo examinan por primera vez a las seis de la mañana, es decir, dentro de tres horas y media, si hacemos la regla de los 0,8 grados a la inversa, deberían establecer que murió entre las nueve y las diez. La tasa de rigor mortis y lividez debería corroborarlo.
—Vale —dijo Edward—. Pues vamos a sacarlo.
Salieron los dos hacia el coche de Neil y miraron por la ventanilla.
—Un momento. —Bella se puso de rodillas junto a la mochila—. Necesito lo que cogí de casa de Mike.
Sacó la bolsa con la sudadera gris, y la otra con las deportivas blancas y la gorra. Edward le cogió la bolsa con los zapatos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, más borde de lo que pretendía, haciéndole retroceder.
—¿Ponerme los zapatos de Mike? —respondió inseguro—. Pensaba que íbamos a dejar las huellas de la suela por el barro, donde coloquemos el cuerpo. El patrón de la suela de los zapatos.
—Sí —dijo Bella, sacando otra cosa de la bolsa. Los cinco pares de calcetines enrollados—. Por eso he traído esto. Yo me voy a poner los tenis. Lo voy a sacar yo. —Se desató las Converse y empezó a ponerse los calcetines, uno encima de otro, para acolcharse los pies.
—Te puedo ayudar —se ofreció Edward mirándola.
—No, no puedes, bebé. —Bella metió un pie en la deportiva de Mike y apretó los cordones—. Solo puede haber unas huellas: las de Mike. Y no vas a colocar tú el cuerpo, no pienso dejarte hacer eso. Tengo que hacerlo yo. Yo lo he matado. Yo nos he metido en esto.
Se ató el segundo zapato y se puso de pie, probando la pisada en la gravilla. Le bailaba un poco al andar, pero no pasaba nada.
—Tú no nos has metido en esto, Belly, fue él —la corrigió Edward, señalando con el pulgar el cuerpo de Neil—. ¿Estás segura que puedes hacerlo?
—Si Mike es capaz de arrastrar el cuerpo de Neil entre los árboles, yo también.
Bella abrió la bolsa en la que estaba la sudadera de Mike y se la puso sobre la suya. Edward la ayudó, con cuidado de no mover el gorro que le cubría la cabeza, y comprobó que no hubiera ningún pelo por el cuello.
—Estás lista —dijo Edward, dando un paso hacia atrás para mirarla—. ¿Te puedo ayudar, aunque sea, a sacarlo del coche?
Sí, al menos podía permitirle hacer eso. Bella asintió mientras caminaba hacia la puerta trasera del coche, por el lado en el que estaba la cabeza de Neil. Edward rodeó el vehículo para ir a la del otro lado.
Abrieron las puertas al mismo tiempo.
—Hostia —dijo Edward, retrocediendo—. Sí que hace calor aquí dentro.
—¡No! —exclamó Bella enfadada al otro lado del asiento trasero.
—¿Qué pasa? —Él la miró—. No iba a cantar. Incluso yo sé cuándo sería pasarme de la raya.
—Claro.
—Solo he dicho que hace calor. Más de cuarenta, me atrevería a decir. Ha sido como cuando abres el horno y el vapor te da una bofetada en la cara.
—Vale. —Bella sorbió por la nariz—. Tú empújalo hacia aquí, y yo tiraré de él para sacarlo.
Bella consiguió sacarlo del coche aprovechando el impulso de Edward desde el otro lado. Los pies de Neil envueltos en lona aterrizaron con un golpe sobre la gravilla.
—¿Lo tienes? —preguntó Edward acercándose.
—Sí. —Bella lo soltó con cuidado. Volvió a acercarse a la mochila y abrió el bolsillo frontal. Sacó la bolsa con el pequeño mechón de pelo—. Necesito esto —le explicó a Edward, metiendo la bolsa en el bolsillo de la sudadera de Mike.
—¿Lo vas a dejar envuelto en la lona? —Edward la observaba mientras volvía a acercarse al cadáver, cogiendo con dificultad a Neil por los hombros. Ya tenía los brazos rígidos e inflexibles.
—Sí, puede quedarse ahí —opinó Bella, gruñendo por el esfuerzo mientras intentaba arrastrar los pies de Neil por las piedras. Se alegraba de que estuviera envuelto en la lona, así su cara, muerta y bocabajo, no la miraba mientras lo hacía—. Mike podría haber intentado cubrirlo también.
Bella dio un paso atrás y arrastró.
Intentó no pensar en lo que estaba haciendo. Construir una barrera en su cabeza, una valla para dejarlo fuera. Era simplemente un elemento más que tachar de la lista. Eso era lo que se decía. «Céntrate en eso». Una tarea del plan que hay que tachar, como en todos los que había hecho a lo largo de su vida, incluso los más pequeños, los más mundanos. Ese no era diferente.
Excepto que sí lo era, esa voz oscura se encargó de recordárselo, la que se escondía al fondo del todo, junto a la vergüenza, derribando su valla pieza a pieza. Porque era tarde, esa hora intermedia en la que demasiado tarde se convertía en demasiado pronto, y Bella Swan-Black estaba arrastrando un cuerpo sin vida.
