Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 12
Neil sin vida pesaba mucho, y el avance de Bella era lento. Su mente intentaba distanciarse de lo que tenía en las manos, de sus manos en sí.
Fue un poco más fácil cuando pasó de las pequeñas piedras al césped.
Miraba atrás cada dos pasos para no caerse.
Edward se quedó en la gravilla.
—Voy a empezar con el maletero —dijo—. Pasaré la aspiradora por cada centímetro.
—Limpia también los plásticos —gritó Bella con la respiración entrecortada—. Los toqué.
Él le levantó el pulgar y se dio la vuelta.
Bella apoyó a Neil sobre su pierna durante un momento, para darle un respiro a los brazos. Los músculos de los hombros ya le estaban gritando, pero tenía que seguir. Este era su trabajo, su carga.
Lo arrastró hasta los árboles. Los tenis de Mike aplastaron las primeras hojas caídas. Bella lo soltó un par de minutos, volvió a estirar los brazos, movió la cabeza de un lado a otro para crujirse el cuello, miró a la luna para preguntarle qué cojones estaba haciendo y luego lo volvió a coger.
Lo arrastró entre esos árboles, y alrededor de ese. Las hojas se acumulaban por los pies de Neil a medida que las arrastraba con él, recogiéndolas para depositarlas en su destino final.
Bella no entró demasiado. No hacía falta. Ya estaban a unos quince metros, los árboles empezaban a juntarse, obstaculizando el camino. Se escuchaba el rumor distante de la aspiradora de Edward. Bella miró hacia atrás y vio el tronco de un árbol grande, viejo y con nudos. Serviría.
Arrastró a Neil hasta ese árbol y lo soltó. La lona negra se arrugó y las hojas secas susurraron amenazas oscuras contra Bella mientras él se acomodaba en el suelo, bocabajo dentro de la lona.
Se puso a un lado del cuerpo y empujó, haciéndolo rodar. Ahora estaba bocarriba, y la sangre en el interior se volvería a acumular en la espalda.
La lona se había movido un poco mientras le daba la vuelta. Una esquina se había deslizado para mostrarle su cara sin vida una última vez.
Para grabar esa imagen en el interior de sus párpados para siempre, otra nueva imagen horrífica que vería en la oscuridad cada vez que parpadeara.
Neil Prescott. El Estrangulador de Slough. El Asesino de la Cinta. El monstruo que había ahuyentado a Sidney Prescott, creando así este círculo dentado, este horrible carrusel en el que todos estaban atrapados.
Pero al menos Bella estaba viva para que su cara la torturara. Si hubiera sido al revés, como debería haber sucedido, a Neil le habría dado igual que la cara de Bella lo torturara. Él había intentado robársela. Habría disfrutado viéndola así, con la cabeza envuelta en cinta, la piel moteada con los colores de los hematomas, el cuerpo duro, como si estuviera hecho de hormigón y no de carne. Una muñeca envuelta, y un trofeo para recordarle siempre cómo se había sentido al verla muerta. Eufórico. Excitado.
Poderoso.
Así que sí, Bella recordaría su cara sin vida y se alegraría. Porque significaba que ya no tenía que tenerle miedo. Ella había ganado y él estaba muerto, y verlo, la prueba, era su trofeo, lo quisiera o no.
Tiró de ese lado de la lona, descubriendo medio cuerpo, desde la cara hasta las piernas, y sacó la bolsa con los pelos de Mike del bolsillo.
La abrió y metió la mano dentro, protegida con el guante. Cogió unos cuantos pelos rubios oscuros, se agachó y los esparció por la camisa de Neil. Metió dos bajo el cuello. La mano sin vida ya estaba rígida y no se abría, pero Bella introdujo un par de pelos en el hueco entre el pulgar y el índice, que llegaron hasta la palma. Solo quedaban unos cuantos en la bolsa, se los mostró la débil luz de la luna. Sacó uno más y lo metió bajo la uña del pulgar derecho de Neil.
Se levantó, volvió a cerrar la bolsa y la guardó. Lo analizó, creando la escena en aquel lugar oscuro de su mente, dándole vida al plan tras sus ojos.
Habían forcejeado, se habían peleado. Habían volcado una estantería en el almacén. Neil le había dado un puñetazo a Mike en la cara y se le había puesto el ojo morado, a lo mejor también le había arrancado algunos pelos en ese momento. Ah, ahí estaban, debajo de una uña y en los pliegues de los dedos, enganchados en la ropa. Mike se había ido, cabreado, y había vuelto aún más enfadado; se había lanzado a por Neil en el almacén con un martillo en la mano. Le había deshecho la cabeza. Un asesinato de rabia. El arrebato del momento. Se había relajado y se había dado cuenta de lo que había hecho. Lo había cubierto y lo había arrastrado hasta los árboles. «Deberías haberte tapado la cabeza mientras intentabas limpiar la escena del crimen, Mike». Consiguió limpiar sus huellas del arma del crimen, y la habitación en la que había matado a Neil, pero se había olvidado de su pelo, ¿verdad? Demasiado limpio, demasiado fino como para verlo.
Demasiado asustado después de asesinar a un hombre.
Bella volvió a colocar la lona sobre Neil con el zapato. La deportiva de Mike. Él se había esforzado un poco en cubrir el cuerpo para esconderlo.
Pero no lo había hecho demasiado bien, y no había ido demasiado lejos, porque Bella quería que la policía encontrar a Neil enseguida, en la primera búsqueda.
Caminó alrededor de Neil, presionando con fuerza la suela de zigzag de los zapatos de Mike en el fango. Las hojas se amontonaban alrededor de las huellas.
«No deberías haberte puesto unas deportivas con un patrón tan original en la suela, ¿no, Mike? Y, desde luego, no deberías haber dejado el teléfono encendido mientras estabas aquí, asesinando un hombre y limpiando después el desastre».
Bella se dio la vuelta y se alejó. El Neil sin vida no la llamó mientras se marchaba y lo dejaba allí, marcando otro camino con las huellas de las deportivas a través de los árboles, y del césped, y de la gravilla.
Entró por la puerta del almacén de químicos y sacudió el barro de las deportivas sobre el hormigón.
—Oye, que acabo de aspirar —se quejó Edward, fingiendo que le molestaba, escondiendo una sonrisa, de pie en el umbral de la puerta.
Solo intentaba calmarla, Bella lo sabía; trataba de que volviera a sentirse normal después de lo que acababa de hacer. Pero ella estaba demasiado centrada en romper su hilo de pensamientos, siguiendo los elementos sin tachar de la lista. Ya no quedaban muchos.
—Ha sido Mike, al volver de dejar el cuerpo —explicó en voz baja, como si estuviera en trance, dando un paso hacia delante, cada vez más cerca del río de sangre.
Clavó un talón y fue bajando hasta la punta del zapato, presionando con fuerza en la sangre.
—¿Qué haces? —preguntó Edward.
—Mike pisó sin querer la sangre al volver a entrar —respondió ella, agachándose y frotando el borde de la manga de la sudadera de Mike contra la sangre, dejando una pequeña mancha roja en el color gris—. Y le salpicó un poco en la ropa. Intentará lavarla en casa, pero no le saldrá muy bien.
Volvió a buscar la bolsa y sacó los pelos que quedaban, tirándolos en el charco de sangre pegajosa, cada vez más seca.
Bella se acercó a Edward. El zapato izquierdo de Mike dejó un rastro sobre el hormigón que se desvaneció al tercer paso.
—Vale, vale —dijo Edward amablemente—. ¿Me puedes devolver a mi novia, por favor? Se acabó Mike Newton.
Ella lo sacó de su cabeza, rompiendo la mirada lejana y suavizando los ojos al mirar a Edward.
—Sí, ya está. —Se lo concedió.
—Vale. Ya he limpiado el maletero. Lo he aspirado como cuatro veces. También he limpiado el techo y la cubierta esa. He repasado todas las partes de plástico con el antibacterias. He apagado el coche y he limpiado la llave. Y he dejado los productos de limpieza y la aspiradora donde los encontré. Los trapos usados están en tu mochila. Creo que hemos eliminado todos tus rastros. Nuestros rastros.
Bella asintió.
—El fuego hará el resto.
—Hablando de fuego. —Edward por fin le enseñó lo que tenía en las manos: el bidón. Lo agitó para que ella viera que estaba lleno—. He conseguido sacar la gasolina de las cortacéspedes. Encontré este tubito en una de las estanterías. Solo hay que meterlo en el tanque, aspirar un poco, y la gasolina empieza a salir.
—Nos tendremos que deshacer también del tubo, entonces —observó Bella, añadiendo un elemento más a la lista de su cabeza.
—Sí. Había pensado que podías hacer lo mismo que con la ropa. ¿Cuánto más crees que necesitaremos? —preguntó, agitando de nuevo el bidón.
Bella lo pensó.
—Puede que tres.
—Es lo que yo había pensado. Pues vamos, hay un montón en los tractores cortacésped.
Edward la llevó al enorme almacén. Las máquinas parpadeaban bajo las luces industriales. Llegaron a una segadora y Bella lo ayudó a meter el tubo en el tanque, sellando la boquilla con las manos enguantadas antes de aspirar.
Empezó a oler mucho a gasolina cuando el líquido amarillo comenzó a fluir por el tubo y a derramarse en el bidón que sujetaba Bella. Cuando se llenó, cogieron otro y fueron a por la siguiente máquina.
Bella se estaba empezando a marear, por los gases, por la falta de sueño, por su viaje de ida y vuelta a la muerte. No sabía muy bien cuál era la causa. Sabía que lo que ardía eran los gases, no el líquido. Y, si los gases estaban dentro de ella, igual también estallaba en llamas.
—Ya falta poco, mi amor —dijo Edward, a ella o al bidón, no estaba segura.
Él se levantó y dio una palmada cuando el tercer tanque ya estaba casi lleno.
—Necesitamos algo para iniciar el fuego, algo que prenda rápido.
Bella miró a su alrededor, escaneando todas las estanterías.
—Esto.
Caminó hasta una caja de cartón llena de macetas de plástico. Arrancó varias tiras y las metió en el bolsillo de Mike.
—Perfecto.
Edward cogió dos bidones para que ella solo tuviera que cargar con uno.
Pesaba más de lo que debería. Parecía que el peso del cadáver seguía sobre sus músculos.
—Deberíamos guiar el fuego hasta aquí también —propuso Bella, rociando una hilera de cortacéspedes, aún con el tanque lleno, dejando un camino detrás de ella a medida que iban avanzando hasta el almacén de químicos—. Queremos que explote. Que revienten las ventanas para cubrir la que rompí yo.
—Aquí hay muchas cosas que explotan.
Edward apagó las luces con el codo, inclinó uno de los bidones y vertió un camino de gasolina junto al de Bella mientras caminaban juntos. Ella roció la mesa de trabajo y él siguió hasta la estantería volcada, levantando el bidón para llenarla entera de gasolina, salpicando contra las cubas de plástico y derramándose por los estantes metálicos.
Cubrieron toda la sala, las paredes, el suelo. Ahora había otro río sobre el hormigón, además del herbicida. El bidón de Bella estaba casi vacío, y las últimas gotas cayeron al suelo mientras ella evitaba pisar el charco de sangre; no querían que eso ardiera. El fuego era para atraer a la policía, la sangre los tenía que llevar hasta Neil. Así era como por fin terminaría esa noche, con fuego y sangre, y con un rastreo de los árboles para encontrar lo que Bella les había dejado allí.
Edward también vació su bidón y lo lanzó hacia atrás por encima de los hombros.
Bella salió y dejó que la brisa nocturna jugara con su cara y respiró hasta que se volvió a sentir bien. Pero no lo estuvo hasta que Edward llegó a su lado y le agarró la mano enguantada. Ese pequeño gesto la afianzó. En su otra mano tenía el último bidón.
En la mirada de Edward había una pregunta y Bella asintió.
Edward se giró hacia el SUV de Neil. Empezó por el maletero, empapando la moqueta del suelo y los laterales de plástico. Por encima de la lona plegable y en el tejido suave del techo. Cubrió los asientos traseros y el espacio para los pies, y los de delante, también. Dejó el bidón en el asiento trasero, donde Neil había estado tumbado, con un poco de gasolina todavía en su interior.
«¡Bum!», gesticuló con las manos.
Bella ya se había colocado la gorra de Mike sobre el gorro de lana que llevaba puesto, para que no la tocara, para no dejar rastro. E hizo una última cosa con la mochila antes de ponérsela. Metió el tubo de plástico por el que había absorbido Edward y sacó el mechero que su madre utilizaba para encender la vela perfumada de otoño todas las noches.
Bella preparó el mechero y sacó los trozos de cartón.
Lo apretó y una llama azulada emergió del extremo. Lo llevó hasta la esquina de una tira de cartón y esperó a que prendiera. Dejó que el fuego creciera, susurrándole, dándole la bienvenida al mundo.
—Échate hacia atrás —le sugirió a Edward mientras ella se inclinaba hacia delante y tiraba el cartón en el maletero del coche de Neil.
Un remolino de llamas amarillas brotó con violencia, expandiéndose y haciéndose cada vez más grandes, acercándose peligrosamente a ella.
Hacía calor, muchísimo calor. Le secaba los ojos y se le pegaba a la garganta.
—Nada limpia como el fuego —comentó Bella, dándole el mechero y otro trozo de cartón a Edward, que se dirigía hacia el almacén.
El clic del encendedor, la llama devorando el cartón lentamente. Hasta que Edward lo lanzó al nuevo río, y esa pequeña llama explotó en un infierno, grande y furioso. Los fantasmas gritaban a medida que se derretía el plástico y se empezaba a retorcer el metal.
—Siempre había albergado el deseo secreto de prenderle fuego a algo—dijo Edward al volver con ella, cogiéndole de nuevo la mano, fusionando los dedos mientras la gravilla crujía bajo sus pies y las llamas chispeaban a sus espaldas.
—Pues nada —dijo Bella con una voz grave y chamuscada—, ya podemos tachar también el incendio provocado de nuestra lista de crímenes de esta noche.
—Creo que, de momento, ya tenemos suficientes —respondió él—. Bingo.
Fueron hasta el coche de Mike.
Volvieron a salir por las puertas de Green Scene. Los postes de metal puntiagudos parecían una mandíbula abierta que los escupía a medida que su cuerpo se quemaba entre susurros.
Bella se imaginó cómo estarían las puertas dentro de unas horas, bloqueadas con la cinta policial azul y blanca, y el murmullo de las voces y de las radios policiales en la escena humeante. Una bolsa con un cadáver y las ruedas chirriantes de una camilla.
Lo único que tenían que hacer era seguir el fuego, la sangre, su historia.
Ella ya no podía hacer nada más.
Sus dedos se separaron cuando Bella se metió en el asiento del conductor y cerró la puerta. Edward abrió la trasera, subió al coche y se tumbó en el suelo, para esconderse. No lo podían ver. Iban a volver a Little Kilton por las carreteras principales, pasando bajo el mayor número de cámaras posible. Porque no conducía Bella, sino Mike, de vuelta a casa después de romperle la cabeza a un hombre y prenderle fuego a la escena del crimen. Allí estaba, con su sudadera y su gorra, por si algunas de aquellas cámaras podían verlo a través del parabrisas. Pisando los pedales con sus deportivas, dejando restos de sangre.
Mike arrancó el motor y dio marcha atrás. Se alejó justo cuando detrás comenzaron las explosiones. Haciendo estallar aquellas hileras e hileras de cortacéspedes, disparando en mitad de la noche. Seis agujeros en el pecho de Stanley.
Un brillo amarillento que prendió el cielo en llamas, cada vez más pequeño en el espejo retrovisor. Alguien lo escucharía, se dijo Bella mientras Mike conducía. Otro estallido quebró la tierra a su alrededor, mucho más fuerte que miles de gritos.
Una ondulante columna de humo asfixiaba a la luna.
