Aún le corría la adrenalina en la sangre. Decapitar ese demonio tan poderoso, con esa tormenta violenta cayendo sobre él lo elevó, lo hizo sentir más vivo que nunca. No le molestaron los cortes en lo más mínimo, estaba acostumbrado y además, ninguno fue profundo o grave.

Con un golpe rápido de su katana a su costado, hizo volar la sangre demoníaca al suelo y envainó.

Miró a su alrededor, y todo estaba desolado. Conocía esta zona, estaba bajo su cuidado.

Y sabía dónde quería ir ahora.

Sanemi golpeó la puerta de madera, con la lluvia empapando su cuerpo.

El agua diluyó la sangre y le produjo un leve escozor en las cortadas.

Vio la luz encenderse y escuchó pasos en el genkan.

Pronto, la figura familiar se recortó en el shōji de la entrada, y una voz preguntó.

- ¿Quien es?

- El viento.-

Nada más entrar, la acorraló contra la pared, y besó sus labios con desesperación, tomó ambas muñecas de ella con una sola de sus manos y las sostuvo sobre la cabeza de la chica, pegadas al muro.

Ella, ya habituada a su forma de ser y sus gustos, forcejeó un poco con él, intentó zafarse de su agarre pero incluso con la piel mojada, él tenía una fuerza que triplicaba la suya.

Sanemi dejó la katana a un lado y se abrió la camisa casi de un solo movimiento con la mano que tenía libre. En ese momento un rayo cayó cerca haciendo parpadear las luces pero un relámpago iluminó el genkan, y a la mujer que tenía prisionera contra la pared. Pudo ver sus ojos azules, profundos, mirar su cuerpo con deseo.

Volvió besarla y con la mano libre, acarició suavemente su cuello, bajo por las clavículas y rodeó delicadamente los pechos. A ella siempre le llamó la atención el contraste entre su presencia amenazante y su trato: cuando quería, podía ser suave, dulce, incluso amoroso y delicado. La excitaba muchísimo esa dualidad, y el contraste entre su piel suave y las manos ásperas de Sanemi, curtidas por la batalla, el entrenamiento constante, el agarre de la katana.

Sin dejar de besarla, se presionó contra ella y mientras le masajeaba suavemente un pecho, pegó su cadera a ella, para que sepa qué tan caliente estaba, y la joven solo pudo suspirar ante la sensación. Entonces finalmente soltó sus manos y tomó una, llevándola justo a su miembro, haciéndola presionar, moverse.

Ella con una habilidad que siempre le gustó a él, se deshizo del cinturón blanco y lo hizo girar, poniéndolo contra la pared. Se acercó a Sanemi, casi como un cazador a su presa, y lamió sus labios con mucha lentitud, para bajar lentamente por su cuello, él cerró los ojos para disfrutar esa sensación tan estimulante, la lengua caliente y mojada sobre su piel, sobre las cicatrices.

Ella se arrodilló ante él, y mirándolo a los ojos tomó su miembro con una mano y comenzó a estimularlo.

Sanemi tragó saliva y con una mano, acarició el larguísimo cabello rojo oscuro de la mujer, admirando la belleza de sus facciones, y sintió como el deseo explotaba dentro suyo cuando ella pasó suavemente la lengua por la punta de su miembro, sin desviar la mirada, sin dejar de mover su mano en un ritmo perfecto. Él sonrió, y sostuvo con ambas manos el rostro de la chica mientras ella continuaba con ese juego tan apropiado. No necesitó decir nada porque ella siempre sabía qué hacer, y así fue que luego de lamer la punta y las pequeñas gotas que se formaron allí, lo atrapó entre sus labios con suavidad y succionó, primero lentamente para subir el ritmo poco a poco. Le robó sinceros gemidos de placer, porque la sensación del interior de su boca y el movimiento eran magnificos, no dejó de mirarla porque era una imagen que no se cansaría jamas de coleccionar en su retina, esa mirada tan ardiente mientras se la chupaba.

Pero él no quería eso solamente, así que cuando sintió que estaba al borde de explotar, la apartó.

- No sé cuánto tiempo tengo, así que no me voy a arriesgar.- le dijo, mientras ella quedó en el piso arrodillada, y el volvió a acariciarle el cabello.

- Quizá la tormenta te dé unas horas.- Dijo ella, poniéndose de pie. Mientras estaba en el piso había desatado su yukata, y ahora parada frente a él, se lo quitó y se lo arrojó a la cabeza, riendo suavemente.

- Los Dioses te oigan.- sonrió él, tomándola de la cintura, hundiendo su boca en la de ella, buscando su lengua, con el roce suave y enérgico de un beso cargado de pasión.

De un movimiento la alzó en brazos, ella pasó una pierna a cada lado de la cintura de él y las enredó en su espalda. Se sostuvo con los brazos detrás del cuello de Sanemi, correspondió el beso y él la llevó cargada así hasta la habitación.

Allí la recostó contra el futon y se terminó de desnudar ante ella, que yacia desnuda en frente a él, con el cabello revuelto y las piernas levemente abiertas.

Sanemi se tomó un minuto y la miró detenidamente, mientras con una mano sostenía su miembro aún duro, y sumamente necesitado de estar dentro de ella.

Con ambas manos le separó las rodillas, buscó con un dedo el clítoris de la mujer, y se sorprendió gratamente al notar que estaba hinchado y su vulva ya se había humedecido. Sonrió.

- Vaya ¿me extrañaste?- dijo y abrió con suavidad los labios menores, pasó un dedo delicadamente, sintió toda esa humedad gloriosa, vio cómo el cuerpo de ella reaccionaba al contacto.

Con el pulgar se dedicó a masajear rítmicamente ese maravilloso botón de nervios y se deleitó al escuchar los gemidos suaves que salieron de la boca de ella.

- Sabes que...me encantan ...tus...visitas.- dijo ella como pudo, entre suspiros y gemidos.

- ¿Y esto ?- preguntó él, y con suavidad insertó un dedo dentro de ella sin descuidar su masaje. Luego otro dedo, y comenzó a moverlos dentro y fuera- ¿También te encanta?-

- ¡Si!- exclamó ella, arqueando la espalda, abriendo más las piernas.

Sanemi sonrió, le encantaba tenerla a su merced así. Podía sentir como la humedad aumentaba, como todo dentro de ella pareció hincharse y apretar y en ese momento, sacó sus dedos y los reemplazó por su lengua, que fue directamente al clítoris y se arremolinó allí, lo que le arrancó gritos de placer y chorros de excitación, tanto que el futon debajo se mojó. Él, orgulloso de su trabajo, saboreó su victoria mientras vio como ella se retorció y arañó con fuerza el tatami, lo que lo hizo prenderse fuego.

Se subió sobre ella, y le puso la punta de su miembro justo en la abertura de su cuerpo. Ella lo tomó con una mano, estaba duro y firme, y lo usó para volver a estimular su clítoris. Jadeaba, y el corazón le corría loco en el pecho, pero estaba hambrienta de él, hacía más de dos semanas que no aparecía por su casa.

Sanemi la besó. Profunda y apasionadamente, y mientras hacía esto, la penetró con suavidad. Ella sintió su universo estallar, su cuerpo se incendiaba con cada embestida, cada vez que él salió completamente para volver a entrar, la chica creía estar cada vez más a la locura. Con sus manos acarició su pecho, mientras él se perdía en sus ojos mientras salía y entraba en ella cada vez más rápido. Su interior era fuego, apretó su miembro con rítmica insistencia, y la sintió tan mojada que tuvo que usar su respiración controlada para no venirse enseguida. Le hubiera encantado pero quería escucharla gritar de placer.

Ella alzó las piernas y le rodeó la cadera, mientas Sanemi miraba casi hipnotizado el bamboleo violento de los pechos al compás de su penetración, hasta que se decidió a tomarlos con ambas manos y lamer insistentemente los pezones duros y rosados, perfectos, deliciosos y logró hacerla gritar su nombre teñido del inconfundible color del deseo.

Al oír su nombre en tan hermosa sinfónia no quiso aguantar más y le tomó dos o tres embestidas profundas para sentir como ella contraía todos sus músculos en un grito impecable, y sintió como el agua tibia de su interior le mojó la pelvis, y no pudo contenerse más.

- Esto también te encanta. - le dijo Sanemi, al oído, antes de incorporarse un poco y sostener su cuello con una mano, presionando, haciendo que el color suba más a las mejillas de ella y una serie de nuevas contracciones internas de ella hicieron que él acabe, con un sonido que fue un gemido mezclado con un gruñido profundo. Así y todo, con el corazón acelerado en el pecho, se movió un poco más dentro de ella y cayó casi desplomado sobre su pecho.

Agitados, pero sumamente satisfechos, se quedaron un momento en silencio. Él estaba sobre ella, con los ojos cerrados, disfrutando de la niebla del placer y las caricias que ella le brindaba.

Afuera la tormenta no amainaba, pero pronto escucharon el ruido claro de un picoteo insistente en el shoji.

- Tengo que irme.- dijo él, saliendo suavemente de ella.

- Lo sé.- la chica se sentó, y se recogió el cabello rojo en un bollo.

- Vendré a descansar en la mañana, cuando amanezca.- dijo Sanemi, colocándose la ropa.

Salió luego a buscar su camisa en el genkan y ella lo siguió, desnuda.

- Está bien. Si no estoy aqui, sabes que puedes entrar igual. Tengo que ir al mercado temprano si no llueve.- explicó ella.

- Está bien.- Dijo él, y le alcanzó el yukata que ella llevaba puesto cuando el llegó. El cuervo por su parte, insistía en picotear y llamar a Sanemi.

- ¿Te quedarás a almorzar?.- Quiso saber ella mientras se colocaba la prenda y veía como él se ponía la camisa.

- Si, seguramente.- Dijo, colocándose la katana en la cintura.- Presiento que mí noche está lejos de terminar.-

- El botiquín de emergencia está completo ya, compré cosas nuevas la semana anterior. Si lo necesitas sabes dónde está.-

Él sonrió. Se acercó a ella, tomó de la cintura y la besó profundamente.

- Gracias.-

- Por favor... cuídate. Te espero.- le dijo ella cerrandose el yukata.

El asintió y volvió a darle un beso, pero esta vez superficial y fugaz.

Y se marchó.