Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo uno

―¡Estoy en casa! ―Grité, dejando las llaves en la encimera.

Nadie pareció interesado en mi regreso, no obtuve respuesta alguna. Los murmullos de mis padres se escuchaban desde la cocina, conforme iba acercándome entendí el tema que discutían.

Rodé los ojos.

Era de lo único que se hablaba en la casa desde hace meses. Intenté poner mi mejor sonrisa y saludé, agitando mi mano. Ninguno volteó hacia mí.

―Hola ―articulé.

Ellos se negaron a saludarme, lo que me hizo resoplar por lo bajo.

Emmett, mi mellizo, estaba gritando en su habitación. Sus malditos berridos se escuchaban hasta la planta baja, todo el tiempo era lo mismo con él. Se dedicaba a ser streamer y obtenía más ingresos que todos nosotros juntos.

Tal vez piensen que me llevo bien con él por ser mi mellizo. La verdad es que Emmett y yo somos como agua y aceite. No nos mezclamos.

Como mis progenitores no quitaron su cara de palo, decidí subir a la planta alta. Quizás había algo más interesante que ser ignorada.

Con la mochila sobre mis hombros, subí y me agarré fuertemente del barandal cuando Jake bajó corriendo los escalones acompañado de Seth, su mejor amigo. Ambos me empujaron mientras subía cada escalón. Mi hermano menor era un dolor de culo, tener catorce años lo mantenía insoportable.

Desanimada, arrastré los pies hasta mi habitación. Apenas abrí la puerta e instintivamente mi boca se abrió; el vestido de novia de Jessica estaba colgado.

Era la primera vez que podía admirar un vestido tan de cerca. Debía admitir que siempre quise acompañarla a todo lo relacionado con su casamiento, sin embargo… siendo ella una completa estúpida, no lo permitió jamás.

Sonreí ilusionada. Era la primera vez que veía un vestido de novia en toda mi vida, tenía diecinueve años y nunca he pensado en casarme.

Me acerqué; mis dedos se maravillaban con la suavidad de la tela de satín. Era un blanco brilloso y resbaladizo, era precioso.

―¡Aléjate de mi vestido!

Jessica gritó, empujándome lejos. Mis piernas se doblaron y caí sentada en la orilla del colchón.

Era una perra. Lo que tenía de rubia lo tenía de estúpida, creída. Me alegraba que al fin se largara de casa, podré tener la habitación para mi sola sin necesidad de soportar sus terribles ronquidos. Y menos tendré que volver a soportar sus gritos de mujer histérica.

»Te advierto que no te quiero esta noche en la despedida de soltera ―bramó―. No quiero que una perdedora como tú esté cerca de mis amistades.

―¿Por qué me odias?

No podía ocultar su rechazo contra mí, la forma en que siempre me ha tratado desde que tenía uso de razón. Ella nunca mesuró sus desprecios y burlas cuando me veía mal, no, nunca lo hizo, al contrario. Jessica siempre logró humillarme y disfrutaba saberse triunfadora.

―Eres tan poca cosa para que yo te odie, querida.

Puse los ojos en blanco. Era bastante estúpida para dar un buen argumento, creía que por ser bonita era suficiente para sentirse superior. Les dije que era patética.

Sin embargo, esa duda de su odio contra mí quería resolverlo. Pudiera ser que fuese la única cosa que me diera tranquilidad.

Crucé los brazos bajo mis pechos y la miré.

―Crees que no sé qué tú estuviste detrás de aquella vez que me golpearon a la salida de la escuela, tenía solo quince años, Jessica. Pero, sabes, no me dolieron los golpes que me dieron ni las burlas que me hicieron después, lo que me dolió fue saber que tú se los pediste y solo para que el chico que me gustara se avergonzara de mí.

Ella abrió la boca. Pensé que refutaría y no lo hizo, solo sonrió ampliamente y con cinismo.

―¿Acaso piensas que te voy a pedir perdón? Porque también podemos agregar que yo quemé la muñeca que te regaló abuela Marie, lo hice porque a mí no me dio nada y merecías también quedarte sin nada.

―Perra.

Se lanzó sobre mí y me sacó a jalones de la habitación. Seguimos forcejeando, quería escupirle la cara. Pero no logré hacerlo porque movió su cara lejos de mí, así que solo arañé sus brazos.

Ella gritó.

Mis padres aparecieron en el pasillo y como siempre… yo era culpable.

―Mamá, no la soporto ―Jessica masculló―. Mi hermana es una salvaje, mira lo que me hizo, papá.

Papá la envuelve en sus brazos, protegiéndola bajo su mentón mientras me observa con decepción.

Emmett asomó la cabeza entre la puerta de su habitación. Traía esos grandes audífonos que suele usar para sus videos, sacudió la cabeza viéndome con cara de aburrimiento y cerró la puerta antes de que empezará una gran discusión.

Levanté la mirada y distinguí al final del pasillo que Jake y Seth también me estaban viendo de forma acusatoria.

Rechiné los dientes.

Estaba cansada de todos. Harta de vivir en una familia para la que era invisible.

¡Al demonio!

De nada sirvieron las mejores notas; nunca importó cuánto me esforcé por tratar de ser la mejor alumna de mi generación porque mis padres no se dignaron siquiera en asistir a mi graduación de secundaria.

Ellos tenían prioridades y claramente no era yo.

Ahora que estaba en la universidad y que trabajaba para pagar mis propias deudas, menos se preocupaban, era un cero a la izquierda.

En cambio, continuaban desviviendose por Jessica que no terminó ni la escuela secundaria y aún le celebran que se casará a los veintidós. Son patéticos, igual que ella.

―Bella, deberías pensar seriamente en no visitarnos cada fin de semana. ―Papá argumentó con el ceño fruncido. Dolía escucharlo, sin embargo permanecí con la frente en alto―. Así puedes ahorrar un poco de plata, dejarías de gastar en combustible.

―¡Dilo con todas sus letras! ―Reté. Estaba enojada, herida y apunto de ponerme a llorar―. Dime que no me quieres en tu casa.

Papá me sostuvo la mirada y mamá me seguía viendo como si yo fuera la culpable de existir.

―Es lo mejor, Bella ―dice ella―. Jessica necesita estar tranquila antes de su gran día y no estás ayudando.

Mamá era cruel. Lo supe desde que me olvidó en el jardín de infantes y se excusó en que el silencio que había en casa cuando yo no estaba le provocaba paz.

―Vine a la boda ―confesé.

Mordí la punta de mi lengua para no gritarle a Jessica que seguía burlándose de la situación.

―No la quiero en mi despedida, papi ―Jessica exigió con un puchero mientras papá la confortaba en sus brazos.

―No pueden ponerse de su lado ―manifesté―. Tengo derecho a estar, somos familia.

Para mi mala suerte.

―Bella ―papá exhaló. Se escuchaba cansado―. Mantente lejos de la despedida de tu hermana y también de su vestido, déjanos pasar un día en paz.

―No hice nada ―logré decir.

El nudo en la garganta era grande, casi me ahogaba.

―Hija ―habló Renée―, estamos viviendo los días más importantes en familia y no es por ofender, pero estábamos mejor minutos antes de que llegaras.

Ya no duele cómo antes. Mis dedos tocan mis pómulos y no hay rastro de lágrimas, tal vez mi corazón se adormeció. ¿Qué otra cosa puede ser?

Mi mentón sigue en alto. Retándolos, demostrando que no me han abatido y que sus palabras ya no son puñales como antes creí.

―¡Pueden quedarse con su estúpida fiesta! Y con sus perfectos hijos que yo no los necesito más.

Jessica rio. Tenía los brazos cruzados y parecía triunfante.

Corrí a la habitación y recogí mi mochila. Si fuera una completa perra destruiría el vestido con mis propias manos. Pero eso era ser vil y sería darles la razón a ellos, yo era mucho mejor de la estúpida imagen que tenían de mí.

Eché un último vistazo a mi cama, seguía manteniendo el mismo edredón color púrpura que cuando tenía trece años, en cambio la cama de Jessica tenía un edredón nuevo, uno blanco y esponjoso. Seguro era de esos que mamá encargaba por catálogo y que salían costosos. No había nada de mí en la habitación, no estaba mi esencia.

Qué estúpida era. Desde que me fui a la universidad ellos se olvidaron por completo que yo existía.

¡Qué se jodan!

De pronto mis ojos se humedecieron, salí corriendo y choqué a propósito mi hombro con la idiota de Jessica. Ella se quejó, pero nadie dijo nada.

Nadie me detuvo. No me pidieron que esperara… nada. Suponía que debía seguir hasta estar segura en mi vieja Chevrolet.

Una vez ahí. Mis lágrimas recorrieron mis pómulos en silencio, mi cuerpo estremeciéndose por el sentimiento y desilusión.

¿Por qué seguía llorando? Después de compartir una vida con mi familia nada debería de sorprenderme, ellos habían sido crueles conmigo desde siempre. Que no me quisieran cerca en un día importante, podía soportarlo.

Encendí el motor y salí de la cochera, lejos de casa. Poniendo distancia de todo lo que dolía.

Deambulé por una hora en el pueblo, recorriendo calles y trayendo recuerdos a mi mente. Mis amigos de infancia habían tomado su propio camino una vez finalizamos la escuela secundaria; unos eligieron Hawaii y otros California, yo fui la única que decidí estudiar en Seattle.

Los extrañaba.

Aunque era cierto que ahora tenía nuevos amigos. Kate era una de ellas, una chica intrépida y deslenguada que amaba la literatura tanto como yo. También estaban Tyler y James, los genios de las matemáticas.

Éramos un grupo de cuatro amigos. Debía de sentirme feliz porque tenía personas que me querían. Sin embargo, estaba muy lejos de sentir felicidad, el dolor seguía clavado como un puñal en mi pecho.

Era doloroso ser la despreciada en la familia.

Suspiré. Perdiendo mi vista en los nubarrones oscuros y densos.

Esperé a que dejara de llover. Bajé de la vieja chevrolet y adentré en la única pizzeria del pueblo. El lugar que solía visitar cuando recorría las calles después de clases, nunca había venido sola y el ambiente era distinto.

Quizá porque no estaba riendo a carcajadas con las ocurrencias de Ángela o las idioteces de Mike Newton. Tal vez era porque me hacía falta el consejo de Ben y la suspicacia de Tanya. No sabía bien qué era, pero el exquisito aroma de la pizza recién horneada no fue lo mismo cuando entré, tampoco lo fue cuando di la primera mordida a la pizza hawaiana.

Era una maldita perdedora. Seguramente hoy cuando vuelva a mi dormitorio en Seattle terminaré llorando hasta quedarme dormida o seré tan patética que lloraré en los brazos de mis amigos, seguramente ellos me consolarán y me dirán que así hay muchas familias viscerales.

Pero no es verdad. Me he dado cuenta del amor con el que la familia de Kate la busca cada que ella deja de llamarlos, cómo desesperados se comunican con nosotros para saber de su hija. El mismo caso sucede con James y Tyler. Así que, probablemente era la excepción.

―Bonita sorpresa ratita.

La voz aterciopelada de Edward me sacó de mis pensamientos. ¿Qué hacía él aquí? No se suponía que debería estar festejando su despedida de soltero.


Aquí vamos de nuevo. Les cuento que es un short-fic que consta de cinco capítulos, estoy por finalizarla. Así que actualizaré dependiendo su entusiasmo.

Gracias totales por leer.