Capítulo 12
Robin's Pov
Me desperté un poco antes de que el sol apareciera entre las montañas del valle e iluminara las copas de los árboles. Me enfundé en mis botas y coloqué la chaqueta de cuero. Agarré el bombín que reposaba colgado en el cabezal de mi cama y lo posé sobre mi cabello.
«Hoy va a ser un buen día» —intenté mentalizarme a medida que caminaba por los pasillos penumbrosos. Saludé a varios guardias que terminaban su turno y se dirigían hacia sus habitaciones para descansar. La vida del castillo era así, cuando unos iban, otros volvían. Cuando unos se despertaban, otros aún estaban en vigilia y a punto de acostarse.
Pasé por la cocina para robar un par de panecillos recién horneados y de allí fui directo a las cuadras donde me esperaban Henry, Richard y David.
—¿Todo listo?
—Solo queda subir un par de sacos, lo demás lo hemos hecho mientras remoloneabas en tu cama.
—¿Tan temprano y ya estamos para bromas? —ayudé al rubio con el saco que estaba intentando subir al carro.
—Si no me tomo las cosas así… Apaga y vámonos.
—Ese día te daremos por muerto.
—¡Qué descanso! —la mano de Richard voló directa a la nuca de Henry como represalia.
—Me echaríais de menos y lo sabéis.
—Lo que tú digas —dijimos los tres a la vez. El chico murmuró insultos por lo bajo. Una vez subidos al frente, agité las riendas y nos encaminamos por el sendero que nos llevaría directos a Silverydew.
Esperaba que la venta fuera bien después de todo. Si ese negocio nos iba mal, las cosas se pondrían más complicadas de lo que ya estaban. Si mi padre no estaba enterado de ello a esas alturas, ya era un milagro.
Por otro lado… Estaba Maria. No me gustó dejarla de esa manera. No quería involucrarla demasiado en los asuntos de mi familia. No traían nada bueno nunca, al menos a mí nunca me habían alegrado la vida. Lo mejor era que se mantuviera al margen hasta que todo se resolviera.
Un traqueteo repentino hizo que diera un respingo en mi asiento. Me giré para ver el camino, pensando que había pisado una roca grande, una rama o cualquier cosa que pudiese mover el vehículo tan bruscamente. Fruncí el ceño cuando no vi nada inusual.
—¡Eh, Robin! Atento al camino y deja de pensar en las musarañas —me regañó la voz de David. Sacudí la cabeza, restándole importancia. Debía concentrarme.
Nos desplazamos hasta el puerto donde habíamos acordado la reunión con el Tuerto. Muchos marineros cargaban la mercancía por las pasarelas y la metían en las bodegas de los barcos. No había mejor momento para hacer presión con un negocio.
Bajé de un salto y acaricié el lomo de Shadow, el caballo que siempre llevaba conmigo si tenía que recorrer distancias largas. Me dirigí a la parte trasera del carro, listo para quitar la lona que cubría y aseguraba nuestra mercadería.
Lo que no esperaba es que la lona se moviese sola.
Saqué la daga que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta, listo para cualquier cosa que pudiese pasar. David, Henry y Richard vinieron rápidamente a mi encuentro al ver la alarma en mi rostro.
—¿Quién es? ¡Sal de ahí! —se movió un poco más, no supe si era porque tenía problemas para salir o porque se resistía a hacerlo—. ¡No me obligues a sacarte! —por fin, la lona se levantó lo suficiente como para revelar al polizón que ocultaba. Bajé la daga de inmediato notando mi respiración cada vez más pesada—. ¡¿Maria?!
Se levantó sobre la madera despacio con las manos en alto. Me giré para ver a los chicos en shock aún con las armas en alto. Les hice un gesto brusco para que enviaran el acero antes de volver mi atención a la chica que nos miraba desde arriba con una mueca entre apenada y divertida.
—¡Sorpresa! —murmuró, pasando sus ojos de unos a otros, esperando a que dijéramos algo.
—¡¿Qué demonios haces aquí?!
—Acompañaros —asintió con vehemencia, segura de sus palabras. La miré con incredulidad—. Os lo habría pedido, pero me habríais dicho que no rotundamente, así que no me habéis dejado otra opción que colarme entre vuestra mercancía.
Cerré los ojos con frustración. Así que era eso lo que había notado en el camino. Maria se había metido bajo la lona en un descuido. Me llevé una mano a la frente antes de acercarme al borde y extender mis brazos hacia ella. La cargué antes de que pudiera rechistar y la deposité frente a mí. Por lo que pude ver en su rostro, no le gustó. Bueno, no me estaba poniendo las cosas demasiado fáciles, precisamente.
—Maria, no deberías estar aquí —la miré a los ojos, intentando que entendiera. Obviamente no me hizo caso.
—Pero lo estoy.
—Muy a mi pesar —bufé.
—Lo sé, pero me da igual, Robin. ¡No puedo quedarme en casa tranquila esperando noticias tuyas, desesperándome todo el día! Como comprenderás, no me gustaría ver que apareces con peores pintas de las que traías ayer —se cruzó de brazos. Dudé que fuera a meterme en una pelea con los hombres de Tom Evans, alias el Tuerto. Pero de lo que sí estaba seguro era de que tendríamos problemas si al desgraciado de Luke le daba por aparecer en ese preciso momento e intentaba el más mínimo acercamiento hacia Maria. Ahí la cosa se pondría fea. No me apetecía que se enterara de la razón de la pelea. Era indigno que tuviese que escuchar esas idioteces.
—¿Y cómo lo vas a impedir?
—Sabes perfectamente cómo me las gasto cuando me enfado —replicó, haciendo alusión a la vez en la que me cortó con su aguja, me dio una patada en la espinilla y me capturó usando una de mis trampas. Sí, era una mujer de armas tomar. Ni de broma volvería a experimentar eso.
—No tenemos tiempo que perder, Robin —Henry se impacientó a mis espaldas—. El Tuerto debe estar al caer —ondé en los ojos oscuros de Maria, en ellos vi inquebrantable decisión y ese espíritu que tanto admiraba, además de una silenciosa súplica que me pedía que no la dejara de lado. Chisté con frustración, sabiendo muy bien que no podía negarle absolutamente nada. Me mentiría a mí mismo si dijera que no me encantaba verla así de determinada.
—Quédate cerca de mí —un brillo triunfal relampagueó en su mirada—. Pero más tarde tú y yo vamos a tener una conversación, princesa —le susurré. Sonrió con emoción y pasó por mi lado para reunirse con los chicos. Suspiré audiblemente, resignado.
Maria's Pov
Había sido fácil escabullirme de casa. Nadie se esperaría que me levantara tan temprano, era inusual e impensable tratándose de mí. Tampoco fue difícil saber exactamente el camino que tomaría la pandilla para ir al pueblo, solo había uno que llevaba hasta allí y se cruzaba con el sendero que conectaba el castillo De Noir y la mansión de los Merryweather. Lo que me sorprendió es que ninguno de los cuatro pillos se diese cuenta de que me había metido bajo la lona después de salir de mi escondite y saltar al carro en marcha.
Me enorgullecí de mi discreción y sigilo. Tanto tiempo con Robin sirvió para que se me pegaran sus mañas.
Después de pelearme con el chico del bombín para que cediera y me dejara quedarme durante la negociación, pude darme por victoriosa finalmente. Él era obstinado, pero yo aún más.
Y allí estábamos los cinco, esperando a que apareciera el susodicho comerciante. Noté el aire tenso, incluso se podía cortar con un cuchillo, me atrevería a decir. Hasta yo contuve mi aliento cuando vislumbré en la distancia un grupo de marineros que se acercaban a nosotros. Su porte era basto y poco cuidado. Los hombros se balanceaban de un lado a otro sin mucha gracia y cuidado. Denotaban una actitud segura pero de cierta manera inquietante para todo aquel que se lo cruzara. Cuando estuvieron frente a nosotros, uno de ellos se adelantó al grupo. Era como los piratas que leía en mis historias de la biblioteca de mi tío. Llevaba un sombrero de capitán y un parche en el ojo izquierdo. Sus ropas eran viejas y raídas. Algo le brillaba entre los dientes cuando abrió la boca para hablar. Supuse que debía ser algún implante de oro u otro metal.
—¿Ya habéis reunido el dinero que os faltaba? —se llevó las manos a los bolsillos despreocupadamente mientras mascaba la pipa de fumar que tenía en la boca.
—Querríamos negociar un trato, Evans —el primero en hablar fue Robin, el cual se mantenía de pie a mi lado con el rostro aparentemente tranquilo.
—¿Qué clase de trato? Los negocios son temas serios, chico. No estamos para perder el tiempo con tonterías.
—Tenemos buena mercancía. Pieles de la mejor calidad. Puede que las necesitéis para el largo viaje, en las tierras del este las nevadas son terribles, he oído —David se acercó y dejó a media distancia uno de los sacos que habían llevado en el carro. Lo dejó abierto y se retiró. Me sorprendió el trato tan frío que mantenían ambas partes, como si jugaran a ver quién era más indiferente que el otro. El hombre le hizo una seña a uno de su grupo y este se adelantó para ver lo que contenía. Tomó una de las pieles y se la mostró a Evans quien no pareció muy impresionado.
—Esto no cubre ni la mitad de lo que valen mis herramientas, muchacho —la lanzó con tal puntería que la encestó de lleno en el hueco. Se quitó la pipa de la boca, limpiando el exceso de ceniza.
—Son las mejores del condado —presionó Richard. Oí cómo rechinaba sus dientes de tanto que los estaba apretando.
—No digo lo contrario, pero no son suficiente pago por lo que me pedís. Ni siquiera con el dinero que me ofrecisteis la última vez podéis compensarlo.
Las cosas no estaban yendo según lo planeado, pude verlo en sus rostros, tirantes y sombríos.
—¿Podrías darnos un momento? —miró el reloj de su bolsillo con una mueca cuando Robin le pidió algo más de tiempo—. Serán pocos minutos.
—Más te vale, De Noir. Mi barco zarpa en diez minutos, no me gustaría perderlo por nada —su tono sonó amenazadoramente frío. Los chicos y yo nos colocamos en círculo, dando la espalda al grupo. Varios murmullos eran amortiguados por la conversación que mantenían atropelladamente.
—¿Estás seguro de que no tenemos más? —Henry negó con la cabeza.
—Conseguimos ochenta y cinco libras, pero las pieles valen el doble que eso. Ni siquiera le ha importado en lo más mínimo. Si le ofrecemos esto, serán minucias en comparación y para colmo, se burlarán más de lo que ya lo están haciendo —comentó David con los labios fruncidos, dando una mirada de soslayo—. A no ser que alguien lleve algo de valor encima —Robin se dirigió al chico de cabello moreno.
—Venga, Richard, suelta lo que tengas.
—¡Cómo si tuviera algo!
—¿Estás seguro?
—Tan seguro como de que estoy en números rojos.
—Si no fueras tan derrochador —lo regañó Henry dándole una colleja.
—¿Y yo que sabía que el muy canalla nos iba a despreciar lo que tanto nos costó ganar? —casi gritó, frustrado. El ambiente estaba caldeándose.
—¿Y tú, David?
—Eso, vacía esos bolsillos que seguro que tienes algo. Con lo que te gusta el dinero…
—No tengo mucho más que esto —mostró un par de monedas, para desilusión del resto—. Y mi daga de caza, pero dudo que nos sirva.
—Pues estamos en un aprieto —Robin se rascó la nuca nerviosamente, paseando de lado a lado. Tenía gotas de sudor recorriéndole la sien. Vi su cara, estaba haciendo su mejor esfuerzo por mostrarse sereno, pero estaba fallando estrepitosamente. Si perdía esa venta, seguramente el negocio familiar sufriría grandes consecuencias, por no hablar de la decepción de su padre.
Dejé de escucharlos, tan solo oía el eco de sus voces bajas y ansiosas. Miré hacia atrás para ver al grupo impaciente, dando patadas inquietas en el suelo, algunos cruzados de brazos a la espera de que dijéramos algo. Teníamos que actuar rápido o se marcharían en cualquier momento.
Llevé mi mano a la cinta que colgaba de mi cuello, rozando el collar que reposaba un poco más arriba de mi pecho. Lo estreché con fuerza, dando un leve asentimiento para darme ánimos y fuerza. Me alejé del grupo y caminé hacia los comerciantes. Paré cuando estuve a escasos metros del líder.
—¿Y si hacemos otro trueque? —todos se giraron en mi dirección, reparando en que ya no estaba a su lado. La pandilla me miraba con incredulidad, los comerciantes con desinterés.
—¿Qué más podrías ofrecernos que nos interesara en los más mínimo? —soltó burlonamente uno de ellos, haciendo reír a los demás.
Respiré profundamente notando el metal ligado a mi cuello. Lo apreté entre los dedos, memorizando la sensación de tenerlo tan cerca. Era eso o nada. Deshice el nudo y se lo enseñé al líder del grupo. Sus ojos analizaron con curiosidad el objeto en mi mano.
—Es de oro y cristal de Bohemia. Tiene algunas piedras preciosas incrustadas también —hice mi mejor esfuerzo en aparentar valentía. Como si no estuviese dando la cosa más preciada que tenía en mi vida—. Si lo vende en alguna casa de empeños podría ganar más dinero del que ellos le ofrecieron en su día y del que valen esas pieles.
—Maria —oí a Robin acercarse. Sus ojos me miraron con preocupación—. No lo hagas —lo ignoré deliberadamente. No estaba dispuesta a discutir. Posó su mano en mi brazo, tirando de mí hacia atrás, interponiéndose entre el grupo y yo—. Esto es demasiado. Ya se nos ocurrirá otra manera —me suplicó en voz baja, solo para que él y yo pudiésemos escuchar. Negué con la cabeza y me deshice de su agarre con suavidad.
—No voy a dejar que pierdas este negocio tan importante para tu familia —intenté sonreír, pero no lo convenció en absoluto—. Estoy segura de que tú harías lo mismo por mí, ¿o me equivoco? —su silencio me dio la respuesta sin necesidad de decir nada más. Pasé por su lado para volver a la conversación con el hombre.
—¿Te importaría que lo comprobemos? —negué con la cabeza, dándole permiso—. Gibbs —un hombre bien entrado en edad se acercó a Evans cuando lo llamó. Extendió la mano y le entregué el objeto. Lo examinó con cuidado, quitándose y poniéndose los anteojos simultáneamente—. ¿Y bien?
—Es de los buenos, capitán. Nunca había visto nada igual —habló, maravillado, devolviéndolo a mis manos.
—Si acepta, queremos las mejores herramientas que puede ofrecer —levanté el mentón ocasionando que el hombre entrecerrara los ojos ante mi demanda—. Además, podría sacar un buen negocio a partir de ahora. Los De Noir son los dueños de gran parte del bosque de Moonacre y eso conlleva gran cantidad de mercancía que puede exportar.
—Tenía entendido que ya tenían alianzas establecidas —se mostró dudoso.
—Sí pero, como sabrá, no es el mejor momento para el gremio —habló Robin en defensa.
—Muchos se echan atrás por miedo al fracaso. Piénselo, si los mejores cazadores se unen con el mejor exportador, podrían llegar a dominar el negocio en poco tiempo. Serían pioneros en zafarse de la crisis que asola Londres —estudié su expresión. Esa gente disfrutaba que le regalaran los oídos con palabras halagadoras sobre su trabajo—. Se necesitan el uno al otro.
Hubo un largo e incierto silencio, tan solo se oían los gritos lejanos de los marineros llamando para zarpar. El hombre del parche tiró de sus labios en una mueca que quería interpretar como una sonrisa torcida. Su ojo se fijó en el chico a mi lado y la pandilla que se había unido a nosotros con discreción.
—¿Qué opinas, De Noir? —miré a Robin y capté su atención de inmediato. No hizo falta que le dijese nada, ya sabía lo que tenía que hacer. Sabía tan bien como yo que no podía darse el lujo de rechazarlo. Con un asentimiento, clavó su mirada en él, determinado.
—Mi padre estaría encantado de trabajar con usted, Evans —en ese momento se mostró formal, como todos los negocios debían empezar, con confianza y sosiego.
—Muy bien, hay trato, entonces —alargó la mano para estrecharla, gesto que correspondió sin miramientos. Dejé escapar un suspiro de alivio. Ya estaba hecho.
—Si me permite, señorita —el hombre mayor se me acercó para tomar el collar. Con la euforia, esa pequeña parte se me había olvidado. Mi expresión de alegría se congeló por unos momentos hasta que reaccioné y lo deposité en la palma de su mano. Sentí como si una parte de mí también estuviese alejándose con él. Apreté las cintas azules, lo único que había quedado y lo que me recordaba que una vez estuvo en mi poder.
«Lo siento, madre».
Mentiría si dijera que no me sentí incómoda sentada en completo silencio en la parte trasera del carro. David, Henry y Richard estaban delante, mientras que Robin se encontraba entre los sacos vacíos frente a mí, apoyado contra la madera. Una rodilla la tenía en alto, sirviendo de apoyo para su brazo, el cual descansaba ahí. Su mirada estaba fija en el paisaje a nuestro alrededor.
Esperaba otro tipo de comportamiento después de los eventos acontecidos en el puerto. Finalmente ambos grupos estuvieron de acuerdo con el trato y habían establecido una alianza que sin duda les beneficiaría mucho. Tom Evans había zarpado con la promesa de escribir muy pronto para empezar cuanto antes, dándole a Robin un mensaje de su parte para su padre, en el cual le comentaría las buenas nuevas.
Debían estar eufóricos, felices porque las cosas finalmente salieran bien y todo se hubiese solucionado. Pero todo era seriedad y caras largas desde que salimos de Silverydew.
—Para aquí —levanté la vista de mis pies para ver a Robin incorporarse y Henry detuvo al caballo como le dijo. Fruncí el ceño, sin entender de qué iba eso. Aún no habíamos llegado al castillo. De un salto bajó y con un gesto de su cabeza me hizo una seña para que lo imitara. Esa vez no se ofreció ni me bajó a la fuerza, tan solo se quedó esperando a un lado del camino.
—¿Dónde vamos?
—A la mansión, te estarán echando en falta —su tono tan inexpresivo hizo que sintiera un escalofrío en la espina dorsal. Se dirigió a los chicos—. Decidle a mi padre que hablaré con él más tarde en cuanto vuelva, pero podéis informarle de lo ocurrido —quise decir algo, pero el ruido de las botas acercándose a nosotros me detuvo. Los tres se plantaron enfrente de mí con la cabeza gacha y sombreros en mano.
—¡Por favor, parece que estéis de luto! —intenté bromear, sonriendo en su dirección.
—Le agradecemos mucho su ayuda, Maria. No sabe de la que nos ha salvado —dijo David con sinceridad.
—Sin usted no habríamos podido conseguirlo.
—Mucho menos habríamos soñado con obtener un trato tan bueno como ese —corroboró Richard.
—Fue muy inteligente. A los tipos como el Tuerto le gusta que le digan lo que quiere oír —el fantasma de una sonrisa cruzó el rostro del chico de cabellos rizados.
—Entonces, ¿por qué estáis tan serios? ¡Deberías estar pensando en la fiesta que van a organizar en el castillo para celebrarlo!
—Nos sentimos mal por usted. El que haya tenido que vender algo valioso por nuestra causa —abrí la boca pero luego la cerré, esbozando una sonrisa. Así que era eso.
—No os preocupéis. Lo hice porque quise ayudaros y estoy feliz de haberlo hecho. Ha valido la pena —pude ver que el peso invisible sobre sus hombros aminoraba al oír mis palabras—. Pero hacedme un favor.
—Lo que sea —dijeron los tres a la vez.
—Que dejéis de llamarme "señorita" y cosas así. Me gustaría sentirme como una de vosotros, aunque sea solo por una vez —solté una pequeña risa al ver sus caras de consternación y ofensa.
—Por supuesto que eres una de nosotros. Desde hace tiempo, además.
—Y después de lo de hoy, ¡faltaba más!
—Me alegra oír eso —¿quién diría que yo me haría tan amiga de esos chicos que tantas veces estuvieron a punto de cazarme? El destino es caprichoso—. ¿Vamos? —Robin asintió, listo para irnos—. Nos vemos pronto.
—¡Hasta luego! —subidos de nuevo en el vehículo, saludaron con entusiasmo.
La caminata hacia la mansión fue pacífica, pero aún sentía como si el chico estuviese dándole vueltas a algo, perdido en sus pensamientos. Noté la frustración y algo de tristeza en su rostro cuando le di un rápido vistazo.
—¿Estás enfadado conmigo? —su cabeza salió disparada en mi dirección, visible perplejidad contrajo su rostro.
—¿Enfadado? ¿Por qué debería estarlo?
—Bueno, porque me colé entre la carga y te obligué a mantenerme allí con vosotros a sabiendas que no querías mi presencia en ese lugar —levanté mi falda, evitando un charco y el lodo que lo cubría—. Aunque he de decir que no pienso disculparme por ello.
—Tampoco quiero que lo hagas —esperé un tono desdeñoso pero en su lugar lo sentí suave—. Si no fuera por ti, estaríamos arruinados.
—¿Entonces? —apartó la vista hacia el camino.
—Por mi culpa, has perdido el collar de tu madre —murmuró en un susurro, pero fui capaz de escucharlo con claridad. Caminábamos cerca el uno del otro, hombro con hombro.
—Robin–
—Ya van dos veces que tienes que anteponer los demás a ti misma —lo agarré del brazo, tirando de él hacia atrás. Al hacerlo casi se choca conmigo.
—Mi madre no está en ese collar —sonreí intentando ocultar la tristeza que me invadía. No quería que se sintiera culpable por nada. Había sido mi decisión. Me señalé el corazón posando la palma de mi mano en el pecho—. Sino aquí. Y con eso me basta.
—Nunca voy a tener suficientes oportunidades para agradecerte lo que has hecho por mí durante todo este tiempo. Incluso cuando no nos conocíamos muy bien —ya habíamos llegado a la entrada de la mansión, el resplandor que bañaba el mármol de la fachada e iluminaba el cabello claro de Robin, me lo dijo.
—Sí. Creo que le estoy cogiendo el gustillo a sacarte de los aprietos cuando más lo necesitas —sonreí pícaramente.
—Hablo en serio.
—¿Y qué te hace pensar que yo no? —me acerqué a él, mirando un poco hacia arriba para encontrarme con sus ojos—. Te dije que te ayudaría si me necesitabas, aunque no me lo hagas saber directamente. No te librarás de mí tan fácilmente, Robin De Noir.
—¿Es una amenaza, Maria Merryweather? —dio un paso adelante, si eso podía ser posible debido al escaso espacio que había entre nosotros.
—Puedes contar con ello —fingí que no me importaba su atrevimiento. Aunque debía estar acostumbrada a ello, ya que siempre jugaba con eso, me seguía provocando cierta sensación extraña en el estómago. Como si bajara de golpe galopando en una colina con Periwinkle a gran velocidad.
—¡Vaya, por fin aparece la más buscada de Moonacre! ¿Dónde te habías metido, sobrina? —di un respingo al escuchar una inesperada voz masculina, alejándome del muchacho inconscientemente. Al girar la cabeza hacia la puerta, allí vi dos figuras familiares acercarse a nosotros con grandes sonrisas en sus rostros.
—¡Tío! —corrí a su encuentro, lanzándome para darle un gran abrazo. Me recibió gratamente, dando palmaditas en mi cabeza—. ¿Cuándo habéis llegado?
—Temprano por la mañana. Queríamos daros una sorpresa, pero al llegar y ver a la señorita Heliotrope histérica por la desaparición de cierta jovencita, la sorpresa nos la hemos llevado nosotros —hice una mueca.
Loveday había ido a saludar a su hermano con efusividad y este estaba intentando zafarse de su agarre. Oí que le preguntaba por las heridas de su rostro, por lo cual me tensé en un momento dado. Pero el chico había sabido salir del apuro inventándose una excusa parecida a la que me habían dado los chicos. Ella no lo cuestionó, pero sí recriminó que su padre debía exigirle menos en su trabajo y que la salud era lo primero. Casi suelto un suspiro de alivio al oírla divagar.
—Perdón por no haber avisado, pero había quedado en ir a ver el amanecer con Robin —miré por el rabillo del ojo al chico. No dijo nada por la pequeña mentira, tan solo asintió en reconocimiento.
—¿Por qué no me sorprende, viniendo de vosotros dos? —Loveday alzó una ceja con una sonrisa en su rostro. Dejó en paz a su hermano y se acercó a mí extendiendo los brazos—. ¿No vas a saludar a tu mejor amiga? —sonreí antes de corresponderle—. Tienes que contarme todo lo que ha pasado con lujo de detalles —susurró. Le di una mirada de recriminación ante su actitud infantil, lo cual la divirtió aún más.
—Deberíamos entrar ya. El viaje ha sido largo y he echado de menos mi sillón —reí por su comentario. El tío era un hombre de costumbres—. ¿Te quedas a comer, Robin?
—Nada me gustaría más —sus ojos se posaron en mí por un instante antes de encaminarse al interior del vestíbulo. Loveday entrelazó su brazo con el mío y me guió mientras me hablaba de su viaje y los lugares que había visitado. Robin mantenía una charla amena con mi tío, incluso bromeaban despreocupadamente y reían juntos. Sonreí discretamente al verlo.
Cómo había echado de menos esa faceta de él.
