Buenas Buenas, les traigo la adaptación de una trilogía que me gusta mucho, para esta adaptación utilizare a los personajes de Naruto.

Disclaimer: El libro no me pertenece, todos los honores van para Meg Cabot, yo solo adaptaré la historia. Igualmente Naruto y sus personajes tampoco me pertenecen, son creaciones de Masashi Kishimoto.

CAPITULO 2

Como en otoño se vuelan las hojas

unas tras otras, hasta que la rama

ve ya en la tierra todos sus despojos.

DANTE ALIGHIERI, Infierno, Canto III

Una vez, morí.

En realidad, nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo estuve muerta. Alrededor de una hora, más o menos.

Pero también estuve en estado de hipotermia. Razón por la cual—una vez que me suministraron el calor necesario—los desfibriladores, junto con una mega dosis de epinefrina, me devolvieron a la vida.

De todos modos, eso es lo que dicen los médicos. Yo, tengo una opinión diferente del por qué sigo estando entre los vivos.

Sin embargo, es algo que he aprendido a no compartir con las demás personas. ¿Viste una luz?

Eso es lo primero que todo el mundo quiere saber cuando descubren que he muerto y resucitado. Es lo primero que mi primo de diecisiete años, Konohamaru, me preguntó anoche en la fiesta de mamá.

—¿Viste una luz?

Tan pronto como Konohamaru soltó las palabras de su boca, su padre, mi tío Asuma, le dio una palmada en la nuca.

—¡Ay! —dijo Konohamaru, levantando el brazo para frotarse el cuero cabelludo—. ¿Qué tiene de malo preguntarle si vio una luz?

—Es de mala educación —comentó lacónicamente el tío Asuma—. Eso no se les pregunta a las personas que han muerto.

Bebí un trago de la soda que tenía entre las manos. Mamá no me había preguntado si quería una enorme fiesta de "Bienvenida a Isla Huesos, Sakura". ¿Pero qué podía decir? Ella estaba tan emocionada con esto… Al parecer, había invitado a todos los que conocía de los viejos tiempos, incluidos todos los miembros de su familia, quienes—a excepción de mamá y de su hermano menor, Asuma—, no se habían movido de la isla de tres por cinco kilómetros cuadrados, próxima a la costa del Sur de Florida en la que habían nacido.

Claro que el tío Asuma no se había marchado exactamente de Isla Huesos para ir a la universidad, casarse y tener un bebé, como había hecho mamá.

—Pero el accidente fue hace casi dos años —dijo Konohamaru—. Ya no puede afectarle. — Naruto me miró—. Sakura —dijo, con tono sarcástico—, ¿te sigue afectando el hecho de que murieras y resucitarás hace casi dos años?

Intenté sonreír.

—Estoy bien con eso —mentí.

—Te lo dije —le dijo Konohamaru a su padre. A mí, me dijo—: Así que, ¿viste o no viste una luz?

Respiré profundamente y cité algo que había leído en Internet:

—Prácticamente todos los ECM te dirán que cuando murieron, vieron algo, a menudo algún tipo de luz.

—¿Qué es un ECM? —preguntó el tío Asuma, rascándose la cabeza bajo su gorra de béisbol de Isla Huesos, de la marca Bait and Tackle.

—Alguien que ha tenido una Experiencia Cercana a la Muerte —expliqué. Ojalá hubiese podido rascarme bajo el vestido de verano blanco que mamá me había comprado, para que lo usara esa tarde. Me quedaba demasiado estrecho en el pecho. No obstante, no creo que hubiese sido de buena educación, ni siquiera aunque el tío Asuma y Konohamaru fueran de la familia.

—Oh —dijo el tío Asuma—. ECM. Ya lo entiendo.

Los ECM, según había leído, podían padecer profundos cambios de personalidad y dificultades para readaptarse a la vida después de… bueno, de morir. Los predicadores de Pentecostés que habían vuelto a la vida habían terminado por unirse a clubes de motociclistas. Motoristas vestidos de cuero que se habían levantado y se habían ido directamente a la parroquia más cercana para volver a bautizarse.

Creo que me ha ido bien, teniendo en cuenta las circunstancias.

Aunque cuando leí el expediente que mi último colegio había enviado después de sugerir a mis padres que encontraran una "solución educativa alternativa" para mí (que era su forma educada de decir que me habían expulsado después de "el incidente" de la pasada primavera); me di cuenta de que la Academia Yuki no Kuni para Señoritas puede que no estuviera necesariamente de acuerdo conmigo:

Sakura tiene tendencia a desconectarse. A veces, simplemente está a la deriva. Y cuando decide prestar atención, tiende a concentrarse demasiado, pero, por lo general, no necesariamente en lo que se está impartiendo en clase. Se sugiere que se someta a las pruebas Wechsler2y TOVA3.

Sin embargo, ese informe en particular lo habían escrito durante el semestre inmediatamente posterior al accidente (hace más de un año antes de que hubiese ocurrido el "incidente"), cuando yo tenía cosas más importantes que los deberes de los que preocuparme. Esas idiotas incluso me echaron de la obra del colegio "Blancanieves", en la que tenía el papel principal.

¿Cómo lo justificó mi profesora de teatro? Oh, sí: al parecer, me identificaba un poco demasiado con la pobre no muerta Blancanieves.

Realmente, no sé cómo podría haberlo evitado en ese momento. Porque, además de haber muerto, también había nacido con la fortuna de una princesa gracias a papá—él es director ejecutivo de una de las proveedoras más grandes del mundo, una empresa que suministra bienes y servicios a las industrias petroleras, militares, y de gas (todo el mundo ha oído hablar de su empresa. Ha estado en las noticias, sobretodo últimamente). Y además, resulta que nací con la apariencia de una princesa, gracias a mamá. Heredé su delicada estructura ósea, su espeso cabello y sus grandes ojos verdes.

Desafortunadamente, también heredé el sensible corazón de princesa de mamá. Lo que terminó por matarme.

—Así que… ¿estuviste al final de un túnel? —quiso saber Konohamaru—. ¿La luz? Eso es lo que siempre se le oye decir a la gente.

—Tu prima no fue hacia la luz —dijo su padre, visiblemente preocupado debajo su gorra de béisbol—. Si lo hubiese hecho, no estaría aquí. Deja de molestarla…

—Está bien —dije, sonriéndole al tío Asuma—. No me importa responder sus preguntas.

Sí me importaba, en realidad; pero dar vueltas en el patio trasero con el tío Asuma y Konohamaru era mejor que estar adentro con un grupo de personas a las que no conocía. Me giré hacia Konohamaru y le dije:

—Algunas personas dicen que vieron una luz al final de un túnel. Ninguna de ellas sabe exactamente lo que era, pero todos tienen teorías.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Konohamaru.

Un trueno retumbó en la distancia. No sonó muy alto. La gente en el interior de la casa probablemente no lo oyó por las risas, las salpicaduras de la cascada en la piscina y la música que mamá había puesto y sonaba a través de los altavoces interiores y exteriores que estaban diseñados de una forma no muy inteligente para hacerse pasar por rocas.

Pero yo lo escuché. Le había seguido el resplandor de un relámpago… no se trataba de un rayo de calor, a pesar de que hacía tanto calor en el Sur de Florida en una tarde de principios de septiembre a las ocho como hubiese hecho en Connecticut en pleno julio al medio día. Había una tempestad en alta mar y venía en nuestra dirección.

—No sé —dije. Pensé en alguna otra cosa que hubiese leído—. Algunos de ellos piensan que la luz es el camino hacia una dimensión espiritual diferente, una a la que solo los muertos tienen acceso.

Konohamaru sonrió.

—Genial —dijo él—. Las Puertas del Cielo.

—Podría ser—contesté, encogiéndome de hombros—. Pero los científicos dicen que la luz es de hecho una alucinación producida por un fogonazo de los neurotransmisores del cerebro en el momento en que ellos mueren.

Los ojos del tío Asuma parecían tristes.

—Me gusta más la explicación de Konohamaru —dijo—. La de las Puertas del Cielo.

No quería que el tío Asuma se sintiese mal.

—Nadie sabe a ciencia cierta lo que nos sucede al morir —dije

—Salvo tú —destacó él.

Me sentí más incómoda que nunca en mi demasiado estrecho vestido. Ya que lo que vi cuando morí no fue una luz.

No fue nada parecido.

No me gusta mentirle al tío Asuma. Sabía que no debería haber hablado sobre eso. Sobre todo cuando mamá quería que todo fuera perfecto esa noche… No solo esa noche, sino todo a partir de entonces. Yo no quería decepcionarla, de verdad. Ella había tirado la casa por la ventana y había comprado una casa de un millón de dólares y volado hasta allí desde Nueva York para decorarla. Contrató los servicios de una paisajista, concienciado con el medio ambiente, que plantó árboles autóctonos en el jardín de atrás, como flores de cananga y jazmines que florecían por la noche, de forma que el aire siempre olía un poco más como el anuncio de una revista para uno de esos perfumes de famosos.

Incluso me compró una bicicleta con cestita y timbre incluidos—porque todavía no tengo licencia para conducir—; pintó mi habitación de un suave color cerezo y me inscribió en el mismo colegio al que había ido ella hace veinte años.

—Te va a encantar estar aquí, Sakura —seguía diciendo—. Ya lo verás. Vamos a comenzar de nuevo. Todo será estupendo. Simplemente, lo sé.

Tenía una buena razón para creer que no iba a ser del todo estupendo.

No obstante, me la guardé para mí. Mamá era tan feliz. Para la fiesta, hasta había contratado camareros profesionales para cocinar y servir cóctel de gambas, fritas de caracol y brochetas de pollo. Había soltado por la piscina una flota de velas con olor a limón para mantener alejados a los mosquitos y después, había puesto en marcha la cascada y había abierto todas las puertas de cristal de la casa.

—Entra una brisa muy agradable —seguía diciendo ella, optando por ignorar las gigantescas nubes de tormenta que ocupaban el cielo nocturno…

Como si hubiese decidido ignorar el hecho de que se había mudado a Isla Huesos para profundizar en su investigación sobre sus queridas espátulas rosadas —que se parecen a flamencos rosas, salvo porque sus picos son aplanados, como cucharas— justo después de que el peor desastre medioambiental en la historia de Estados Unidos hubiera exterminado a la mayoría.

Oh, y que su brillante hija, amante de los animales, había muerto y no había resucitado del todo… normal. Y por eso, su matrimonio con papá se había ido al traste. Los papeles de divorcio empezaron mientras yo seguía en el hospital, de hecho, cuando mamá echó a papá de casa por "dejar" que me ahogara. Papá se fue a vivir a su apartamento ático que tenía porque estaba cerca del edificio de su oficina en Manhattan, sin imaginar que, un año y medio después, seguiría llamándolo hogar.

—Es mucho mejor olvidar y perdonar, Sakura —me dice papá cada vez que hablamos—. Así puedes seguir adelante. Tu madre tiene que aprender eso…

Pero en realidad, el término "olvidar y perdonar" no significa nada para mí. El perdón nos permite dejar de pensar en un problema, lo que no siempre es saludable (basta con ver el caso de mis padres).

Pero si olvidamos, no aprendemos de nuestros errores.

Y eso podría resultar mortal. ¿Quién lo sabe mejor que yo?

Así que, ¿perdonar? Claro, papá.

¿Pero olvidar?

Incluso si quisiera, no puedo.

Porque hay algo que no me dejaría.

No culpo a mamá por querer regresar al lugar en el que nació y se crió, incluso si hace un calor infame, a menudo, huracanes sacuden la isla y ésta puede o no tener nubes de misteriosos humos químicos alrededor, que es exactamente cómo yo me imagino el mal que salió de la caja que la pobre Pandora abrió y que después soltó sobre la humanidad.

Sin embargo, si alguien me hubiera mencionado antes de mudarnos lo que significa el nombre de la isla en español—y el por qué los exploradores españoles que la encontraron le pusieron semejante nombre—, probablemente nunca me hubiese mostrado de acuerdo con el plan de mamá de "vamos a comenzar de nuevo en Isla Huesos".

En especial, porque es duro empezar en un sitio donde te encuentras con la persona que sigue apareciendo para arruinar tu vida una y otra vez.

Sólo que tampoco le podría mencionar eso a mi madre. Se suponía que el hecho de que yo había estado una vez en Isla Huesos era un gran secreto (no un secreto malo. Solo un secreto entre las dos, decía siempre mamá).

Porque papá no podía soportar a la familia de mamá, la que, según él (no sin parte de razón), estaba llena de convictos y chiflados; no eran precisamente los modelos adecuados para su única hija. Mamá me había hecho prometer que nunca le contaría sobre el día en que viajamos juntas para ir al funeral de mi abuelo materno cuando tenía siete años.

Así que lo había prometido. ¿Qué sabía yo? Nunca lo contaría…

…en especial la parte acerca de lo que ocurrió después del funeral, en el cementerio. Realmente nunca pensé que tuviese que contárselo a nadie, ya que la abuela lo sabía todo.

Y las abuelas nunca permiten que nada malo suceda. No a su única nieta.

Por lo tanto no conocía a nadie en la fiesta de mamá, salvó a mi madre, a Konohamaru y a la abuela; todos ellos se habían sentado en la misma fila conmigo durante el funeral del abuelo. Eso había sido hace diez años, por aquel entonces el hermano de mamá seguía en la cárcel.

El tío Asuma no se estaba adaptando muy bien a la vida en "el exterior". Él no parecía tener mucha idea de qué hacer, como por ejemplo en cada ocasión que uno de los camareros salía al jardín para volver a llenar su copa de champán. En vez de decir solo "No, gracias", el tío Asuma había gritado: "¡Aguardiente!" y había apartado la copa, de forma que el champán se había vertido en el suelo del patio de la piscina en vez de en la copa.

—No bebo —había explicado el tío Asuma con timidez—. Estoy enganchado al aguardiente.

—Lo siento, señor —había replicado el camarero, mirando el charco cada vez mayor de Veuve Clicquot a nuestros pies.

Decidí que me gustaba el tío Asuma, aunque papá me hubiese avisado de que iniciaría un oscuro reino de terror y venganza, inmediatamente después de salir de prisión. Pero yo, desde que llegué a Isla Huesos—donde él vivía ahora con la abuela, que había criado a Konohamaru, en ausencia de la madre que lo había abandonado cuando era tan solo un bebé y después de que al tío Asuma lo metieran en la cárcel— , solo le había visto sentado en el sofá y viendo el canal del tiempo, obsesionado, tomando aguardiente.

Pero el padre de Konohamaru me da un poco de miedo en cierto sentido: tenía los ojos más tristes que nadie que yo hubiese visto.

Salvo, quizás, los de otra persona.

Pero yo intentaba no pensar en él. Del mismo modo en que trataba de no pensar en el día que morí.

Algunas personas, sin embargo, me estaban poniendo ambas cosas extremadamente difíciles.

—No todos los que mueren y resucitan —le dije con cuidado al tío Asuma—, pasan exactamente por la misma experiencia…

Justo cuando yo decía esto, la abuela llegó tambaleándose por los escalones del porche trasero en sus pequeños tacones de aguja. Al contrario que Asuma y Konohamaru, ella se había esforzado por vestirse y llevaba un vaporoso vestido beige y uno de sus chales de seda que ella misma se había tejido.

—Ahí estás, Sakura —dijo con un tono de voz que hacía ver que estaba molesta—. ¿Qué estás haciendo ahí fuera? Todas estas personas te están esperando dentro para conocerte. Venga, quiero que saludes al Padre Jiraya...

—Oh, hola —dijo Konohamaru, animado—. Me pregunto si él lo sabe.

—¿Saber qué? —preguntó la abuela con aire desconcertado.

—Qué era la luz que vio Sakura cuando murió —dijo Konohamaru—. Yo creo que eran las Puertas del Cielo; pero Sakura dice que los científicos dicen que se trata de… ¿Qué es lo que dicen, Sakura?

Tragué saliva.

—Una alucinación —dije—. Los científicos dicen que han obtenido los mismos resultados en pruebas a sujetos que no estaban muriendo, sino a los que habían suministrado drogas y electrodos al cerebro. Algunos de ellos también vieron una luz.

—¿Eso es lo que estás haciendo ahí? —preguntó la abuela, impactada— ¿Blasfemar?

Después de morir y resucitar, mis calificaciones bajaron. Fue entonces cuando la orientadora vocacional de la Academia Yuki no Kuni para Señoritas, la señora Koyuki, recomendó a mis padres que encontrara algo que me interesara más allá del mundo académico. Aquellos a los que el colegio no se les da muy bien y que todavía pueden tener éxito en la vida, aseguró la señora Koyuki a mis padres, si encontraban algo en lo que "involucrarse".

Llegó el día en que encontré un interés más allá de lo académico en el que "involucrarme". Uno que consiguió que me expulsaran de la Academia Yuki no Kuni para Señoritas y me trajo aquí, a Isla Huesos, que algunas personas llaman paraíso.

Estoy bastante segura de que la gente que llama paraíso a Isla Huesos nunca conoció a mi abuela.

—No —dijo Konohamaru soltando una carcajada—. Para blasfemar tendría que estar diciendo que la luz se encuentra entre las piernas de sus nuevas madres en el momento en que vuelven a nacer en su nueva vida. Por supuesto, si fuera hinduista, eso no sería una blasfemia en absoluto.

La cara de la abuela era como la que tendría de haber mordido un limón.

—Bueno, Konohamaru Sarutobi —fijo ella bruscamente—. Tú no eres hinduista. Y puede que también te apetezca recordar que soy la que paga ese montón de chatarra que tú llamas coche. Si quieres que siga haciéndolo, puede que quieras mostrar un poco más de respeto.

—Lo siento, abuela —murmuró Konohamaru, con la cabeza gacha y la vista fija en el charco de champán en el suelo mientras que, a su lado, su padre hacía lo mismo, tras quitarse rápidamente la gorra de béisbol.

La abuela me miró, aparentemente forzando la expresión para suavizarla un poco.

—Ahora, Saku —dijo ella—, ¿por qué no vienes adentro y saludas al Padre Jiraya? Por supuesto, no te acordarás de él, del funeral del abuelo, porque eras demasiado joven, pero él se acuerda de ti y está muy contento de que te unas a nuestra pequeña parroquia.

—¿Sabes qué? —dije—. No me siento del todo bien. —Y no me lo estaba inventado. El calor empezaba a hacerse insoportable. Deseaba poder desabrocharme unos cuantos botones de la parte delantera de mi vestido—. Creo que necesito algo de aire.

—Entonces, pasa adentro —dijo la abuela, de nuevo, desconcertada—. Hay aire acondicionado. O lo habría si tu madre no hubiese abierto todas las puertas…

—¿Qué es lo que he hecho ahora, madre? —Mamá apareció en el porche trasero y agarró un cóctel de gambas de la bandeja de un camarero que pasaba por allí—. ¡Oh, Saku! ¡Ahí estás! Empezaba a preguntarme dónde te habías metido. — Entonces, se fijó en mi cara y dijo—: Cariño, ¿te encuentras bien?

—Dice que necesita algo de aire fresco —le dijo la abuela, todavía confusa—. Pero está afuera. ¿Qué le pasa? ¿Se ha tomado sus medicinas hoy? ¿Estás segura de que Sakura está preparada para volver al colegio, Mebuki? Sabes cómo es. Quizás ella…

—Está bien, madre —la interrumpió mamá. Se dirigió a mí y dijo—: Sakura…

Alcé la cabeza. Los ojos de mamá parecían más oscuros de lo normal a la luz del porche. Estaba guapa y fresca en sus vaqueros blancos y en su holgada camiseta de seda. Estaba perfecta. Todo era perfecto. Todo iba a ser estupendo.

—Tengo que irme —dije, intentando controlar el sollozo de pánico que sentía subir por la garganta.

—Entonces, vete, cariño —dijo mamá, apoyándose en el porche para inclinarse hacia a mí y ponerme la mano en la frente como si estuviera midiendo la fiebre. Olía como siempre, a su perfume y algo como a mamá. Su largo cabello rubio rozó mi hombro desnudo cuando me besó—. No pasa nada. Simplemente no te olvides de encender las luces de la bicicleta para que la gente pueda verte.

—¿Qué? —dijo la abuela con incredulidad—. ¿Vas a dejar que se vaya a dar una vuelta en bici? ¡Pero si estamos en plena fiesta! ¡Su fiesta!

Mamá la ignoró.

—No hagas paradas —me dijo—. No te bajes de la bici.

Me di la vuelta sin decir una palabra más, ni a Konohamaru ni al tío Asuma, quienes me observaban atónitos, y me dirigí hacia el jardín lateral donde tenía aparcada mi nueva bici. No miré atrás.

—Y… ¿Saku? —me gritó mamá a mi espalda.

Se me tensaron los hombros. ¿Y si lo que decía la abuela la había hecho cambiar de opinión?

Sin embargo, lo único que añadió fue:

—No te vayas muy lejos. Se acerca una tormenta.