-Le... - escupiendo sangre y sonriendo, Sasuke miró con decisión a Satsuki.
Detrás de él, Riku sostenía a Towa en sus brazos, observándolo atónito, al igual que los demás presentes.
-...le debía un favor.
Sin entenderle de todo y encogiéndose de hombros, la menor retrocedió, quitando su brazo de su cuerpo.
Ya estando libre, Sasuke se arrodilló y se apoyó en su palma derecha, viendo con la vista nublada las gotas de sangre que caían de su pecho.
Ante sus ojos, el tiempo había comenzado a pasar lentamente. Volteó hacia su hermano mayor, hacia Sesshomaru, hacia Rin, hacia Naruto, hacia Hinata. Parpadeó agotado. Sus bocas se movían, pero no escuchaba lo que le decían.
¿Su nombre?
¿Una advertencia?
Entonces, se giró de vuelta hacia Satsuki. Sin una pizca de arrepentimiento, sonreía como si estuviera ganando un retorcido juego.
Uno armado, desde hace años, por la enfermiza obsesión de Tsubaki.
Recordándola un segundo, tosió de nuevo, escupiendo más ríos de sangre.
En eso, sintió una helada mano tocarle el lado derecho del cuello, acompañada por garras filosas y largas.
Dejando de sonreír y con el sharingan brillando de nuevo en sus ojos, la niña no le quitaba la vista de encima.
Podía ver su reflejo en sus pupilas. Iba a matarlo, ahora lo tenía claro.
En especial, cuando levantó más su brazo, sin cambiar su dirección... hasta que alguien la abrazó por la espalda, deteniéndola en seco y dejando boquiabiertos a los demás.
Satsuki movió su cabeza por encima de su hombro izquierdo.
Habiendo despertado con la voz de su padre y al ver a Sasuke en un peligro inminente, Boruto corrió hacia la niña, aferrándose como si estuvieran parados en la delgada línea entre la vida y la muerte.
Ella no sabía cómo reaccionar a ese gesto.
¿Debía estar feliz?
¿Triste?
¿Enojada?
-Mátalo. - la voz de su madre invadió sus pensamientos. - ¡Mátalo! – ordenó de nuevo, con la mariposa negra revoloteando a su alrededor.
Satsuki no tenía opción, debía obedecer a su madre.
Ella la había traído de vuelta para matar a sus enemigos. A Sasuke, a Hinata, a Itachi... pero, en especial, a Boruto. Ese niño dulce que le había sonreído cálidamente en su primer encuentro... tenía que morir en sus manos.
Derramó una pequeña lágrima. Se quitó de encima los brazos del chico y luego, lo sostuvo del cuello de sus ropas, levantándolo unos centímetros del suelo.
Las pupilas azules del menor reflejaban su brazo y su mano derecha, volviéndose una lanza que lo atravesaría en cualquier segundo, hasta que su cuerpo fue invadido; de la cabeza a los pies, por llamas negras que la obligaron a soltarlo y a apartarse.
Gruñendo y gritando furiosa, la niña volteó hacia su izquierda, abriendo los ojos como platos al ver a Sarada, con el sharingan en sus ojos, bañado en lágrimas de sangre.
La orden de Tsubaki también la había despertado, haciendo eco en sus pensamientos, como una advertencia de que, si no lo hacía, perdería a alguien importante.
A Boruto.
Su luz, su compañía, su sonrisa.
Volviendo a respirar, y alejándose un paso más de Naruto; mirándola expectante al igual que los otros, derramó más lágrimas de sangre de su sharingan, aumentando el calor de las llamas.
Satsuki, mientras tanto, agonizaba, tomándose la cabeza fuera de control.
-¡¿POR QUÉ HACES ESTO?! – la interrogó desesperada. - ¡SI ME MATAS...!
No la dejó culminar. En lugar de eso, aumentó la cantidad de llamas y de calor. Con su cuerpo derritiéndose sobre el oscuro asfalto, algunas grietas aparecieron en su rostro y en sus brazos.
El único en percatarse de eso, fue Sasuke. Quien, asustado y confundido, volteó hacia la menor.
Sarada, sintiendo sus ojos sobre su silueta, cambió la dura expresión que le dedicaba a su gemela, para sonreírle un poco, antes de que otra grieta atravesara su rostro, quitándole la visión en su ojo izquierdo.
En ese instante, su propio ojo comenzó a dolerle de nuevo. Sin embargo, su agonía, no se comparaba con la que sufría Satsuki, quien quedando completamente derretida, cayó de rodillas, hasta terminar acostada bocabajo en el suelo.
Boruto, sentado, se arrastró alarmado, hasta que Naruto pudo tomarlo en brazos y voltear su cabeza, de manera que su rostro se apoyara encima de su hombro derecho.
Temblaba tanto que se arrepentía por no haberlo buscado antes. Intentando consolarlo, por los sollozos que empezaba a escuchar de su parte, le dio suaves palmadas en su espalda con su mano izquierda.
Arrastrando los pies, para acercarse a la muñeca derretida, Sarada pudo comprobar que estaba muerta. Por lo tanto, su tiempo acabaría pronto. Lo tenía tan contado y disminuido, como los aleteos de la mariposa negra que aun volaba en su presencia.
Cerró los ojos, aun llenos de lágrimas de sangre, y levantó sus manos, invocando a su alrededor una luz que rodeó a los presentes, por debajo de sus pies. Quienes estuvieran heridos, eran envueltos con gentileza por llamas blancas.
Riku, Towa, Moroha, Rin, Kirinmaru, Hinata y Sasuke.
Irasue, viendo aquello con curiosidad, estrechó los ojos. La energía era tan pura y tan poderosa, que le recordó a la fruta Tsuchigumo.
Al terminar, la luz volvió a su dueña; empequeñeciendo el gigantesco circulo, quien, colapsando, se arrodilló.Sin embargo, en lugar de caer en el asfalto, fue atrapada por los cálidos brazos de sus padres.
Hinata y Sasuke eran incapaces de hablar, reservándose solo a observar con bastante preocupación las grietas en su cuerpo. Sarada se esforzó por sonreír, partiendo sus labios.
-¿Qué fue lo que hiciste? – la interrogó Hinata, volteando sus blanquecinos ojos de ella hacia el cuerpo quemado de Satsuki.
-Mi condición es "curar". – explicó, esforzándose por respirar. Otras dos grietas aparecieron sobre sus piernas. – La de Satsuki, era "matar". Para poder seguir aquí... cada una debía asumir su papel. Sin embargo, si alguna de nosotras no actuaba... acorde a ello... ninguna... viviría más...
Levantando su brazo izquierdo, colocó su mano en la mejilla de su padre, haciendo a un lado su largo flequillo, para comprobar que el sharingan se había retirado de su ojo. Sonrió por ello, con una grieta apareciendo en su brazo. Ni ella ni Satsuki, lo atormentarían más con visiones forzadas o dolorosas.
-Fue por poco tiempo... pero me alegró haberlos conocido... - su pulgar y su dedo índice se le cayeron. - a los dos... los quiero tanto... - otra grieta apareció en su rostro. - jamás... permitiría que... les hicieran daño...
Al bajar su voz y su mirada, la cálida mano que sostenía el rostro de Sasuke se hizo pedazos.
-¡SARADA! – Hinata la llamó desesperada, una y otra vez, entre lágrimas.
Su marido, en cambio, se perdió con asombro en el interior de sus recuerdos.
De cómo aquella niña dulce le sonreía, se enojaba, lloraba, le regalaba una flor, se escondía debajo de la mesa para sorprenderlo, le avisaba que la comida estaba lista, le trataba de cantar una canción, sentía vergüenza cuando la veía dibujar, le daba una galleta, corría hacia él para abrazarla...
...sollozando y cerrando con fuerza los ojos, agachó la mirada y empezó a llorar, refugiando los restos de la pequeña en sus brazos. Hinata también se inclinó hacia su cuerpo, soltando alaridos con su llanto.
Detrás de ellos, Kagome derramó unas lágrimas en silencio. ¿Cómo podría consolarlos por su perdida? Las palabras no le llegaban y sentía que su confianza la había abandonado.
Agachó la cabeza y cerró los ojos. ¿Qué podía hacer? Intentando dar con una respuesta, escuchó su nombre con la voz de alguien, a quien no había visto en años.
Su hermana mayor. Kikyo.
Abrió los ojos. Su cuerpo yacía tirado en el asfalto, hecho pedazos por las balas que nadie se atrevió a lanzarle, por el lazo especial que compartían con ella, formando parte del templo Higurashi. Les sonreía, les transmitía su última voluntad. Les confesaba sus verdaderos sentimientos.
Temblando, apretó los puños y caminó hacia Sasuke y Hinata. Ya no podía hacer nada para sanar a Sarada. Su cuerpo estaba demasiado roto como para que su alma pudiera volver y habitarlo de nuevo. Así que, lo único que podía hacer por ellos, era estar a su lado.
Itachi también pareció comprender su intención, ya que, aproximándose en silencio a ella, la tomó de su mano derecha y la acompañó. Tal y como su alma lo había hecho alguna vez, mientras estuvieron atrapados en el mundo astral.
Recordar ese momento la puso frágil. Pero, al estar más cerca de Hinata, consiguió recomponerse. Siendo liberada de la mano del Uchiha, se agachó hacia la mujer de largo cabello azulado y se apoyó en su espalda.
No necesitaba decirle nada. Con que supiera de su presencia y de que estaba ahí para apoyarla, era más que suficiente.
Itachi hizo lo mismo. Se agachó a la altura de Sasuke y lo reconfortó con su mano en su hombro derecho.
En silencio. Sin atormentarlo más, sin poner un límite entre el antes y el después.
Pasado y presente.
Alegría y arrepentimiento.
De repente, Naruto y Kohaku gritaron, por lo que los cuatro se apartaron y voltearon a su izquierda. Satsuki, arrastrándose y jadeando, se dirigía hacia ellos, mostrando su rostro derretido.
Itachi frunció el ceño. Quiso sacar su arma, pero Kagome consiguió detenerlo con un ademán, señalando que no detectaba ninguna aura maligna de su parte. Lo que la movía, eran los restos de su alma que aún continuaban atrapados.
-Si somos idénticas... - musitó, extendiendo su mano. - ¿Por qué tú lo tienes todo...? – deteniéndose, se dejó caer en el suelo. - ¿...y yo no tengo nada?
Una diminuta lágrima se escapó de su ojo derecho, momento en el que la mariposa negra, revoloteando sobre su cabeza, se partió en dos, dando por finalizada su presencia en este mundo y el conjuro de Tsubaki.
Las mujeres, compungidas por sus últimas palabras, acercaron sus manos a la suya, tomándola y rozando lo que quedaba de su dorso. Estaba helada.
En eso, Kagura y Kanna bajaron de la gigantesca pluma, reuniéndose con Kirinmaru y Naraku. El rey del inframundo había abierto un portal por su cuenta, aproximándose a los cuerpos de las niñas, completamente consternado y abrumado.
La crueldad con la que sus almas fueron tratadas, no tenía perdón.
Entonces, dándose cuenta de la presencia de cierta bruja, dirigió sus ojos carmesí hacia Irasue. Al segundo en el que sus miradas se encontraron, ella se acercó con elegancia y lo reverenció.
InuYasha gruñó. Quería darle su merecido por haberlo hechizado. Por tantos años de agonía con la bestia zangetsuha hiriéndolo noche tras noche.
No obstante, el repentino movimiento de Zero, Rion y Riku, parándose al lado de Kirinmaru y abandonando a Moroha y a Towa, lo obligó a correr hacia ellas.
Rin, Sesshomaru, Kohaku y Hisui también reaccionaron, deseando para sus adentros que ninguna estuviera herida. Sobre todo, después de aquella demostración tan brutal de poder sobrenatural.
-Ya no eres la misma de siempre... - confirmó Naraku, escudriñándola de pies a cabeza. - ¿A qué se debe ese cambio, Irasue?
-A la nueva dueña de Kurikaramaru. – se sinceró, enderezándose y volteando un instante hacia Moroha, inconsciente en los brazos de su padre. – Lo confieso. – sus ojos dorados volvieron hacia su majestad. - Al saber de ella gracias a Enju, mi intención era hechizarla y continuar con mi venganza hacia Toga Taisho. Pero su gentileza y su sonrisa deshicieron mi odio. Y me hicieron entender, que no debo vivir obsesionada con el pasado, como lo hizo Tsubaki. – moviendo su cabeza hacia su derecha, para observar seriamente a Hinata y a Sasuke, confesó: - Yo fui la bruja que modificó los conjuros del collar une almas. – sin poder ver la sorpresa en sus rostros, se giró y se inclinó hacia Naraku. - Aceptaré cualquier castigo que me imponga.
En silencio, Kirinmaru levantó su brazo derecho, extendiendo su mano y sus dedos hacia ella. Con la habilidad del collar dorado que portaba en el cuello; escondido debajo de sus ropas, la sometió con cadenas y conjuros malignos, sin darle ninguna posibilidad de correr, realizar hechizos o hablar.
-Escóltenla a mi palacio. – ordenó Naraku, dirigiéndose a la familia de demonios. - Asegúrense de que no escape.
Los cuatro asintieron en silencio. Mientras Kirinmaru tomaba en sus brazos a Irasue y Kanna abría un portal con su espejo hacia el inframundo, Riku volteó preocupado hacia Towa.
Con su misión finalizada, ya no volvería a verla jamás.
Zero lo sabía también. Por lo que, acercándose con comprensión a él, lo tomó de los hombros y lo condujo hacia el portal.
Después de que Rion lo atravesara, Naraku volvió sus ojos a los Uchiha y a la sacerdotisa.
-Kagura.
La aludida asintió. Desplegó su abanico y con un amable soplo de viento, desapareció los cuerpos de Sarada y Satsuki.
Hinata y Sasuke voltearon a ellos con desconcierto. Podían aceptar que sus vidas ya no eran las mismas por el egoísmo de Tsubaki. Que jamás podrían ser padres. Pero... ¡¿Ni siquiera podrían conservar el cuerpo de su querida Sarada?! ¡¿De su querida hija a quién jamás podrían tener de nuevo en sus brazos?!
Dispuesto a protestar por ello, Sasuke frunció el ceño y quiso ponerse de pie. No obstante, una mano sobre su hombro izquierdo lo detuvo. Volteó atónito, al igual que Itachi y Hinata.
-¿Towa? – Kagome la llamó con dudas.
Jadeaba agotada y se apoyaba en el torso de Sesshomaru, rodeándolo con su brazo izquierdo. Además, sus ojos magenta miraban atenta a Naraku, como si estuviera buscando una respuesta de su parte en silencio. Luego de unos segundos, sonrió.
El rey del inframundo no se inmutó. Dio media vuelta, siendo seguido por sus subordinadas, y entró al portal, regresando a su palacio.
-Towa... - Sesshomaru la llamó esta vez, mirándola desde arriba. - ¿Qué fue lo que viste?
La joven bufó sin dejar de sonreir.
-Lo sabrán... el sábado por la noche.
Fin del capítulo.
