¡Hola! Este escrito tenía planeado postearlo a principios de año, pero por una u otra cosa olvide hacerlo. La historia formó parte de un reto creativo que lanzó en enero la página de Inuyasha FanFics en Facebook, dónde originalmente lo publiqué. Ahora lo comparto porque me gustó mucho cómo me quedo y espero ustedes también lo disfruten.
Como pequeña advertencia, la historia contiene lemon, por si hay personas sensibles al respecto.
Sin más que decir, los invito a leer.
Cuando nadie ve
‐ Se mía- dijo con absoluta seguridad mientras deslizaba su dedo índice por la sinuosidad de la espalda desnuda de su amante.
Ella emitió un suspiro largo debido a la sensación de satisfacción provocada por la caricia, cuando se repuso, le miró de reojo, no pronunció palabra alguna, pero la mirada profunda y cargada de sentimiento se lo dijo todo.
‐ Lo sé ‐ pronunció resignado‐ Ven‐ con sumo cuidado separo las ondas oscuras para poder depositar un beso sobre su hombro y la sintió estremecerse- vamos a ducharnos.
Se incorporó y le extendió su mano a la hermosa mujer que continuaba recostada boca abajo en su cama.
Kagome cerró sus ojos por un momento antes de girarse para quedar sobre su espalda. Se removió entre las sábanas para estirar el cuerpo antes de tomar la mano del hombre.
InuYasha le contempló embelesado, sin lugar a dudas era la mujer más hermosa que había existido sobre la tierra, la mujer de la que se había enamorado apasionadamente, la mujer que jamás sería para él. Aunque siendo honestos, él tampoco podía ser de ella.
Ambos tenían el destino sellado. Sus familias eran prominentes e importantes, desde que tenían memoria estaban comprometidos con personas desconocidas que perpetuarían el honor y la gloria a su familia. Dentro de muy poco, los dos tendrían que abandonar la relación clandestina que compartían para cumplir con sus obligaciones como herederos de un apellido de abolengo.
Se habían conocido en un coctel de caridad, del cual la familia de Kagome era la primordial promotora. El flechazo fue inmediato en cuanto sus ojos dorados se posaron sobre la escultural mujer.
Lo primero que se le vino a la mente es que estaba soñando, aquella joven, ataviada con un vestido vaporoso en color blanco y el cabello tan oscuro como la noche misma, ondeando con la brisa sutil del verano, se le asemejo más a un ángel que a un ser de carne y hueso. No pudo apartar la vista de ella en toda la mañana. Sintió la flecha de Cupido atravesarle el corazón en cuanto ella, tras esquivarle varias veces, le sostuvo la mirada. Aquellos ojos marrones se le tatuaron con fuego dentro del corazón.
Con determinación avanzo a paso firme hacia ella sin perder el contacto visual. De algún recóndito lugar, le nació la necesidad de por lo menos saber su nombre.
- Kagome.
Aquellas seis letras jamás le parecieron tan melódicas y maravillosas juntas. Repitió el nombre por el sólo placer de degustarlo en su boca.
No hubo necesidad de preguntar el apellido, el nombre de la fundación para niños huérfanos lo gritaba por todo lo alto. Sin embargo, él sí se presentó con todas sus credenciales antes de inclinarse levemente en señal de rendibú.
El sonrojó que se asentó en sus mejillas cuando le presentó sus respetos, se le antojó por lo demás encantador y la hizo lucir aún más bella ante sus ojos.
Después de eso no se separaron en toda la tarde, hablaron primero de la fundación, de los proyectos que Kagome tenía para ella y que él muy amablemente se ofreció a ser promotor al prometer donar una muy generosa cantidad de dinero.
Intercambiaron números telefónicos, con la única finalidad de concretar la donación, aunque estaba bastante implícito que InuYasha sólo estaba buscando una excusa para volver a ver a la hermosa mujer.
Pasó todo la semana preso de la ansiedad, él que no era fan de traer de arriba a abajo el móvil, parecía traerlo incrustado a su cuerpo. Insistentemente miraba con cada minuto que pasaba la pantalla para después soltar un improperio acompañado por una queja en contra de la joven y finalizando con un suspiro triste que le llevaba de nueva cuenta a mirar la pantalla del móvil. Estuvo cuatro días sumido en este círculo vicioso de esperanza y desesperanza, hasta que, al quinto día, alrededor de la hora del almuerzo, la ansiada llamada llegó.
Sintió como la vida regresaba a su cuerpo en cuanto la escuchó, concretaron comer juntos para afinar los detalles de la donación y se despidieron cordialmente. El transcurrir de las horas del mediodía que recibió la llamada hasta las tres y media de la tarde le parecieron eternas.
No pudiendo aguantarse más, salió del corporativo donde trabajaba para llegar veinte minutos antes de lo pactado, por ningún motivo permitiría que ella pensará que era un hombre impuntual y descortés. Cabe mencionar, que antes de llegar al restaurante, pasó a su departamento a darse una ducha rápida y cambiar el ostentoso traje Versace, por un conjunto en color beige más austero, pero no menos elegante.
Tal y como lo planeo, estaba ya bien acomodado en la mesa del lujoso establecimiento minutos antes de la hora pactada. Bebía una copa de vino para aminorar los nervios y la necesidad imperiosa de consultar a cada segundo su reloj de muñeca. Conforme los minutos avanzaban y la hora de llegada de la joven se acercaba, más nervioso se ponía InuYasha. En ningún otro momento de su vida se había sentido así, era verdad que tuvo experiencias y relaciones pasajeras, no obstante, siempre tuvo presente que no podían pasar de ser aventuras, él ya estaba comprometido y no podía darse el lujo de querer darle el lugar a alguien más. Pero esa mujer le nublaba el raciocinio, no podía sacársela de su cabeza y aunque sabía que aquello era una imposibilidad, no le importaba. Porque si ella le daba un atisbo de esperanza era capaz de mandar todo a la mierda, y si lo desheredaban ¡¿Qué más daba?! Él estaría feliz, aunque fuese en la miseria por haber tenido la oportunidad de conquistar el corazón de una mujer como Kagome.
Hablando de la susodicha, entró exactamente a la hora convenida, llevaba un hermoso vestido color palo de rosa, que resaltaba su esbelta y bien tonificada figura. Más de uno perdió el aliento en cuanto la vieron. Empero ella, solo puso su atención en el atractivo joven de cabellos plateados que la esperaba en una de las mesas junto a un enorme ventanal con vista al jardín del restaurante.
Le saludo con cortesía y él se apresuró a ofrecerle el asiento. Charlaron algunos minutos sobre su día y ella se disculpó por haber tardado tanto en llamar. InuYasha le hizo hincapié en que no se preocupara, que él también había estado muy ocupado (esperando su llamada) en el trabajo. Kagome le sonrió agradecida y tras pedir sus alimentos, retomaron el tema que los tenía reunidos ahí.
Fue la tarde más luminosa de su vida, Kagome era un oasis en el desierto de su existencia, divertida y sagaz, logró sacarle una que otra carcajada con sus ocurrencias y anécdotas. Ella hablaba y él escuchaba atento todo lo que salía de esa delicada boca color fresa.
‐ ¡Pero que desconsiderada! - le dijo apenada- No he parado de hablar en toda la tarde. Pensará que soy una parlanchina.
- Claro que no- aseguró ‐ escucharla ha sido lo más agradable de todo mi día.
Ella se sonrojó ante el cumplido y soltó una risita nerviosa mientras negaba suavemente con su cabeza.
- Es usted demasiado considerado conmigo, señor Taisho- sus ojos castaños se posaron sobre los dorados- Lamento haberlo aburrido con mi charla.
- Nada de eso señorita Higurashi- sonrió de medio lado- Ha sido un placer escucharla, créame cuando le digo que podría pasar la vida entera escuchándola hablar.
Kagome tosió con nerviosismo, aquel hombre era sumamente atractivo y si había aceptado su estratosférica dádiva era porque había quedado prendada del par de soles que le servían de ojos en el mismo instante en que la miró. Sabía que no era correcto, ella iba a casarse dentro de un año, con el hijo de un rico empresario hotelero. Sin embargo, su mejor amiga la convenció de echarse una canita al aire antes de pasar a ser toda una honorable señora, y que mejor que hacerlo con un hombre guapo y simpático. Ahora solo faltaba comprobar si ella era del gusto de él.
La respuesta no tardó en llegar poco después de que InuYasha pidiera una botella de vino, su argumento: celebrar que los niños huérfanos podrían acceder a una educación de calidad impartida dentro de la misma casa hogar.
Y sí, bebieron. Como nunca lo habían hecho. Estaban ya por la segunda ronda cuando sus manos se rozaron al querer tomar una misma servilleta. Él no aguanto el impulso de acariciar la suave piel e inició un suave recorrido por el dorso de su mano, ascendiendo por su brazo hasta acariciar el hueco entre el hombro y el cuello. Ella se dejaba hacer, conteniendo la respiración, disfrutando los deliciosos escalofríos que le provocaba el contacto de la mano masculina con su piel. Con suavidad tomó su mentón y giró lentamente su rostro en dirección al de él.
InuYasha no sabía si el alcohol le había dado el valor, o sólo estaba cediendo a sus impulsos más primitivos, pero acercó su rostro con tortuosa lentitud al de ella, rozó dulcemente sus labios y la sintió estremecerse ante la caricia, pero no lo alejó. Estaba por besarla cuando recordó súbitamente que se encontraban en un lugar público, que alguien podría verlos y destrozar la reputación de Kagome, por lo que, con todo el dolor de su corazón se alejó de ella.
Kagome parpadeó sutilmente antes de abrir por completo los ojos y dirigirle una mirada interrogante. Él se inclinó a su oído para susurrarle algo. Ella tragó duro y quedó inmóvil por algunos segundos antes de confrontarlo y asentir con la cabeza.
Media hora más tarde, InuYasha desnudaba a Kagome mientras se la comía a besos en su departamento. Sus manos acariciaban cada espacio de piel disponible y su boca degustaba el sabor dulce de sus besos. La escuchaba gemir extasiada en medio de sus caricias y eso no hizo más que motivarlo a querer más, mucho más. Sintió como su pequeña mano se coló en medio de los dos para acariciar la erección por debajo del pantalón, lanzó un gruñido de placer cuando la traviesa mano rebasó los límites de su ropa interior y lo apretó con suavidad. Fue entonces que dejó de besarle la boca para comenzar a recorrer con sus labios la piel del níveo cuello, sus manos vagaron por su cintura pasando por el abdomen plano hasta llegar a los turgentes pechos. Su mano abarcaba perfectamente la redondez de su seno, acarició el erguido pezón sobre el encaje del sostén y la escucho exhalar su nombre cargado de deseo. Con suavidad deslizó los tirantes del brassier antes de desabrocharlo para descubrir los redondos montes coronados con una perla rosada. Jadeo de deseo, pero anhelaba verla completa, volvió a atacar sus labios en lo que sus manos bajaban acariciando los costados, sintiendo la depresión de la cintura y la curva de la cadera, un instante después sus dedos se encontraban deslizando el elástico de las bragas.
Kagome se estremecía ante cada beso y cada caricia, lo único que pasaba por su mente en ese momento era que la hiciera suya. Era sin lugar a dudas todo un semental, su mano le acariciaba toda su longitud, podía sentir el grosor y las venas que comenzaban a marcarse debido al nivel de excitación que iba en aumento. Dejó sus caricias cuando sintió el diestro movimiento de sus dedos en su interior, gimió sonoramente y se aferró a la ancha espalda masculina.
Con la pasión a punto de explotarle en las venas, la tomó en brazos para llevarla hasta su cama. La recostó con delicadeza y se tomó unos minutos para contemplarla. No había duda alguna de que era la mujer más bella y exquisita que sus ojos contemplaron en toda su vida. La piel blanca, brillaba ante la tenue luz proveniente de las farolas recién encendidas en la calle, su cabello negro, espeso y ondulado contrastaba con la pulcritud blanca de sus sábanas, sus mejillas sonrojadas le daban una apariencia virginal y ¡Dios bendito! Iba a hacerla suya.
Con los ojos avellana clavados en él, terminó por desvestirse, sonrió arrogante cuando percibió que la respiración de Kagome se aceleró al verle desnudo. ¡Y cómo no hacerlo! Si era todo un monumento, los músculos perfectamente bien marcados y delineados, la piel ligeramente bronceada, el cabello plateado enmarcando un rostro varonil. Y justo en medio de sus piernas, un falo grande y grueso se erguía orgulloso reclamando atención.
Descendió hasta colocarse encima de su cuerpo, le beso apasionado una vez más, mientras los dedos de su mano derecha jugueteaban con el delicado botón del placer de la joven debajo de él. Cada gemido entrecortado que salía de su garganta era un aliciente para continuar con sus caricias, pero deseaba más, mucho más.
Su boca bajo por el cuello, lamiendo y mordiendo con suavidad, su nariz aspiro el dulce aroma a flores que desprendía su pecho antes de succionar el pezón con sus labios, Kagome arqueó su cuerpo en cuanto lo sintió mamar y la visión de aquel cuerpo perlado de sudor ofreciéndosele, terminó por llevarse por completo su cordura. Chupó, mordió y lamio cada uno de las perlas rosadas que coronaban sus pechos, degustando su sabor. Cuando sintió que había disfrutado lo suficiente, comenzó a bajar por su vientre, dejando a su paso pequeños rastros de saliva. Elevó su mirada y se relamió los labios ante el manjar que estaría próximo a devorar, Kagome quedó sin aliento cuando sintió como abría sus torneadas piernas y su rostro se perdía en su intimidad palpitante.
Abrió un poco su sexo con sus pulgares antes de que su lengua lanzará un lametón largo, lento e intenso en los pliegues de su sexo, provocando que Kagome se estremeciera y dejará escapar un ruidoso gemido, haciéndole notar que gozaba al sentir toda aquella mezcla de humedades que facilitaban el masaje oral que comenzaba a darle.
El clítoris de la joven le resultó tremendamente excitante y fue una auténtica delicia poder probarlo. Lo estimulaba de forma alterna con sus dedos o con la lengua, haciendo círculos alrededor o mojándolo con su saliva para poder mimarlo directamente. Adoraba besarlo, retenerlo entre sus labios y lamerlo, con la desgracia de no poder ver en los ojos de Kagome cuanto lo estaba disfrutando. Pero lo notaba en cómo se retorcía y jadeaba, en como pedía más cuando lo sentía llenarse la boca y succionarlo un poco o hacerlo vibrar con la punta de su lengua.
Pronto necesitó su mano derecha para empezar a introducirle un par de dedos que añadieron nuevas sensaciones. Así, uno a uno, fueron entrando, mojándose y deslizándose suavemente hasta hacerla sentir llena, moviéndose al mismo ritmo que InuYasha la saboreaba, mientras que con la mano que tenía libre la sujetaba para no separar su intimidad de él ni un instante.
No quería dejarla escapar.
La respiración acelerada de la hermosa joven inundó la habitación y le marcó el ritmo que debía seguir para que acabara corriéndose.
—Así InuYasha, sigue, no pares, cómetelo todo, por favor —Suplicó la mujer completamente extasiada.
Pese a la súplica paro un poco, solo para centrarse un poco y alargar las cosas antes de pasar al ataque final.
Acercó después su boca a la de Kagome para besarla con la plena intensión de que percibiera su propio sabor. De esta manera, esos besos pequeños y leves se fueron alargando, haciéndose cada vez más profundos y húmedos, hasta terminar siendo descontrolados, a veces mezclándose con algún mordisco suave, especialmente en su labio inferior, el cual le encantaba sujetar y dejar que se fuera resbalando entre sus dientes. La lengua de la joven y la de InuYasha se rozaban, se enfrentaban y se enredaban, absorbiéndola lo justo, y dejando que notara el deslizar de sus labios sobre ella.
Decidió perderse por su cuello e iniciar un camino descendente cuando notó que la respiración entrecortada de Kagome transmitía demasiadas ganas de que continuara por donde se había quedado.
‐ Por favor InuYasha ‐ suplicó- te necesito.
Le dio un beso fugaz antes de elevarse un poco para posicionarse entre sus piernas, solo tenía que guiar y empujar la punta de su sexo hacia la entrada del suyo, pero para su sorpresa fue ella quien lo hizo, dejándole notar sus dedos ansiosos, que lo sujetaban firmemente e incluso moviendo su cuerpo hacia atrás cuando tuvo su glande en la posición correcta para que el resto de la extensión carnosa y dura, también entrara tras él.
Estaba deliciosamente húmeda…
Sus movimientos y gemidos se aceleraron sin remedio, mientras disfrutaba del placer de tenerla solo para él, de acariciar sus tetas o su espalda, tocándola sin descanso con la intensión de impregnar sus formas en su mente.
Bajó lentamente sus dedos por su vientre para buscar su clítoris una vez más y acompañar la penetración con un suave masaje que pudiera intensificar su placer y lo hizo vibrar un poco, presionándolo. Así, aunque trataba de controlar la fuerza con que la penetraba, poco a poco iba perdiendo la cordura con cada embestida, la deliciosa sensación de sus pezones rozándose contra su pecho, provocó que acelerará aún más el ritmo, desbocado por el placer.
Aquel momento sería de los dos y necesitaba alargarlo. Hacerlo eterno. Así que trató de pausar un poco la situación con pequeños juegos. Dedicándose a sacar por completo su dureza de su interior para luego volver a colocarla y empujarla lentamente o, incluso a veces, a rozar su glande hinchado con su clítoris antes de devolverlo al fondo de Kagome. Y así, haciéndola esperar un poco consiguió que la joven perdiera la razón y le besara de forma desenfrenada mientras rodeaba con sus largas piernas sus caderas y lo atraía hacía sí misma.
Le confesó que le quedaba muy poco para correrse mientras chupeteaba el lóbulo de su oreja. Le manifestó que quería que aquella intensidad no parase. Así que, intentó hacerla sentir completamente llena, mirándose el uno a la otra.
A él tampoco le faltaba mucho para terminar.
Empezó a tener espasmos y a notar como la cabeza de su miembro se hinchaba al máximo y se hacía muy sensible, mientras continuaba moviéndose rápidamente, saliendo solo un poquito de su interior y entrando hasta que pudiera sentir sus testículos contra ella.
La combinación de los jadeos, gemidos, junto con la forma en como le abrazaban sus piernas y le rozaban sus pezones gracias al vaivén de sus pechos, como lo apretaba con sus músculos internos para que la sintiera más, y su forma de moverse… Todo aquel conjunto de sensuales situaciones le hizo sentir un placer tan intenso que tuvo que aguantarse bastante para no sucumbir a un torrente de satisfacción antes que ella.
Pero pronto no podría contenerse más.
Se distrajo metiéndose sus pezones en la boca, pero aquello fue peor porque al acercarse a Kagome, podía oír más sus susurros y gemidos que lo excitaban por como repetía constantemente que estaba alcanzando su clímax.
–Falta poco, falta poco, ya me corro, sigue. Un poco más… –anunciaba una y otra vez.
Y finalmente lo hizo de manera húmeda, intensa, retorciéndose, sujetándose con fuerza a su espalda para no derrumbarse por completo en ese momento en que le abandonaban las fuerzas.
Cerquita de su oído pudo escuchar como liberaba todas sus tensiones mientras temblaba y se estremecía. Y por fin, al comprobar que había terminado, pudo dejar de contenerse y comenzó a vaciarse dentro de ella.
InuYasha continuaba entrando y saliendo al tiempo que notaba emerger de su miembro un chorro tras otro, su amante también disfrutaba de aquella cálida ofrenda que rebosaba su interior y se mezclaba con sus jugos.
Hubo así, justo después de la tensión, una pausa, y empezaron a buscarse con más besos y caricias en medio de la oscuridad, sin moverse demasiado, quedándose un poco sin salirse ni separarse de aquella mujer que no dejaba de desear. Recuperando ambos su respiración normal, mimándose y sonriendo.
Después, de vuelta a la realidad, InuYasha salió de aquel cálido interior que le recibiera con agrado, cayendo de bruces sobre la cama, halando a la joven para abrazarla entre sus brazos. Kagome se encontraba satisfecha y feliz.
Internamente lamentó enormemente que aquello tuviera que terminar de la misma manera que inició. Se dejó consentir y cuando llegó el momento de despedirse, le confesó que muy rico y todo, pero... que estaba comprometida y no podían volver a verse.
A InuYasha le tomó por sorpresa la confesión, pero la sinceridad y la forma tan directa en que la joven se sinceró con respecto a su situación sentimental, no hicieron más que acrecentar el deseo y las ganas de continuar viéndola.
‐ Pues ya somos dos - dijo escuetamente para después reírse.
Los ojos castaños se mostraron sorprendidos, la escuchó soltar una maldición por lo bajo seguida de una risa relajada.
Se acercó a ella y rodeo con sus manos su cintura, con la punta de su nariz acarició sus mejillas antes de posar su frente contra la de ella.
‐ Por favor- musitó con suplica.
‐ No debemos- razonó no muy convencida mientras se dejaba acariciar.
- Seremos discretos.
- ¿Lo prometes?
- Te lo juro, protegeré tu honor y tu reputación con mi vida.
Después la beso.
Desde ese momento se convirtieron en amantes furtivos. Cumpliendo a su juramento, InuYasha compró un paraíso en el último piso de un edificio a las afueras de la ciudad, lejos de ojos curiosos y mal intencionados. El deseo y la lujuria cedió el paso al amor, conforme más tiempo pasaban juntos. No sólo compartían la cama, también sus sueños, miedos y anhelos. Descubrieron que tenían mucho más en común de lo que imaginaban, ambos habían perdido a uno de sus progenitores, trabajaban activamente en los negocios familiares y poseían un sentido del deber inquebrantable. Por lo que, vivirían el sueño hasta que les durase, es decir, una semana antes de su boda.
Esa semana iniciaba hoy.
Por eso habían decidido darse una buena despedida, donde volvieron a rebosar de placer y se convirtieron en uno solo por última vez.
InuYasha había lanzado su desesperada petición a sabiendas de que la respuesta sería negativa. Por lo menos le quedaría el recuerdo de un amor apasionado que le alegraría los días tediosos en un matrimonio arreglado.
- Adiós princesa- dijo mientras la abrazaba por última ocasión.
La escuchó gimotear contra su pecho y aferrarse a él con fuerza.
- Tranquila hermosa- le consoló- Seremos felices- mintió- siempre tendremos estos bellos momentos.
Kagome controló sus sollozos, él tenía razón, desde siempre supieron que este momento llegaría. No había porque mancillar los momentos felices con una amarga despedida. Recobró la compostura y se separó de él, por última vez el dorado y el castaño se encontraron, transmitiéndose sin palabras todo el amor que sentían el uno por la otra y viceversa.
Cuando el amor de su vida, abandono el departamento, sintió la desazón instalarse en su corazón. Sabía que no tenía derecho, él también desposaría a su flamante prometida el próximo fin de semana, por lo que inició los preparativos para desmontar el lugar que les sirviera de nido de amor durante un año entero.
[...]
Aquella mañana Kagome, recibió a su entusiasta futura suegra en su casa. Se encontraba de pie en el centro de la habitación mientras la señora junto con la madre de la joven envolvía su cuerpo capa tras capa del elegante shiromoku. En cuanto terminaron la ayudaron a sentarse en un banquito para peinarla y maquillarla.
Tras algunas exclamaciones de asombro y un llanto sentido por parte de su madre, las tres mujeres salieron de la habitación para dirigirse al templo donde se realizaría la ceremonia.
[...]
InuYasha ya estaba más que listo en esa misma mañana, se había levantado temprano, salió a correr, se ducho y se colocó el impresionante atuendo tradicional de color negro y con los símbolos de su familia bordados en rojo. Su mejor amigo Miroku, arribó a su departamento para conducirlo al templo donde se celebraría el enlace nupcial.
‐ ¿Listo? - le preguntó con una sonrisa mientras le palmeaba la espalda.
Taisho asintió con seguridad. Por lo que ambos salieron rumbo al lugar que definiría su destino.
[...]
Lado a lado y sin tocarse, seguidos por sus madres, los novios cruzaron el umbral del templo para dar comienzo a la ceremonia. La pareja fue recibida por el canto del sacerdote realizando el rito de purificación con los ramos sagrados. Ambos avanzaron lentamente hacia el altar, hicieron una leve reverencia, dieron dos palmadas y de nueva cuenta realizaron otra reverencia, esta vez acompañados por el sacerdote. Posteriormente se sentaron frente al altar y la boda dio inicio.
Sentados frente al altar, con las cabezas ligeramente inclinadas, los novios escucharon al sacerdote cantar el anuncio del matrimonio al dios al cual estaba consagrado el templo. Poco después, una sacerdotisa acercó una mesita con tres tazas apiladas y una botella de sake. Se realizó entonces el ritual del intercambio de las tazas antes de que la madre del novio se acercará con los anillos.
Los novios se pusieron de pie y procedieron a leer los votos matrimoniales a la usanza occidental.
‐ Yo, Taisho InuYasha te tomó como esposa, para procurarte y protegerte de hoy en adelante, para bien o para mal, en la salud o la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe.
Dicho lo anterior tomó la delicada mano y colocó el anillo dorado en señal de su alianza.
- Yo, Higurashi Kagome te tomo a ti Taisho InuYasha como mi esposo y me entrego a ti, prometo serte fiel en las alegrías y las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.
Posteriormente tomó la mano masculina y colocó la alianza matrimonial.
Ambos disimularon las sonrisas de satisfacción de sus rostros. Finalmente se pertenecerían, serían libres para mostrarle al mundo entero su amor.
Fue una sorpresa para los dos enterarse ese mismo día de la boda que eran las personas prometidas para casarse, pero decidieron fingir que no se conocían para no levantar sospechas entre sus familias.
El sacerdote los declaró marido y mujer para después anunciar el final de la ceremonia, felicitó a los nuevos esposos y el resto de los asistentes se pusieron de pie. Entonces, InuYasha tomó del brazo a su esposa y la condujo hacia la puerta, seguida por la comitiva conformada por familiares y amigos.
‐ Al final si serás mía- susurró sutilmente a su oído.
- Para toda la vida- confirmó ella.
Se sonrieron con complicidad y salieron del templo rebosantes de felicidad.
Fin
N/A: La ceremonia de las tazas consiste en que la sacerdotisa acerca tres tazas apiladas frente al novio, quien toma la primera taza dónde le sirven sake, le da tres pequeños sorbos hasta terminarlo para repetir el procedimiento con las dos tazas restantes, apilándolas nuevamente. La sacerdotisa entonces coloca las tres tazas frente a la novia, quien realiza la misma acción que hizo el novio. Esto se repite nueve veces.
Posteriormente los padres de ambos novios beben tres sorbos de sake de sus respectivas tazas para cimentar el lazo entre familias. De este modo quedan unidos como matrimonio en la religión sintoísta.
Creo yo que los novios salen un tanto ebrios de esta ceremonia jeje. ¡Muchas gracias por leer la historia y el breviario cultural! ¡Cuídense mucho!
