Los vientos en Konoha se estaban volviendo cada vez más fríos, descubrió Ume mientras corría por las calles empolvadas de Konoha, esquivando aldeanos y puestos callejeros por igual. Sus ojos entrecerrados apenas lograban diferenciar entre personas y carros, más enfocada en llegar a su lugar habitual y que sus piernas no tropezaran consigo mismas como les era frecuente, para su exasperación y frustración.

Ume no tenía una razón especial para encontrarse corriendo en sus rutinarias caminatas tranquilas, con la respiración quemándole en los pulmones y garganta, la boca abierta buscando con desesperación el aire que no encontraba cabida en sus fosas nasales. Los pies adoloridos por tropezar uno con otro cada tres saltos, las pantorrillas acalambradas y los puños apretados en un vaivén constante siguiendo sus brazos.

No había una razón en especial.

Salvo un sentimiento oculto, recién descubierto, que la incentivaba a correr sin detenerse a mirar atrás o reparar en disculpas a las personas que no logró esquivar del todo, haciéndolas caer o lanzando sus compras al aire.

El día había ido con normalidad después del cambio que produjo conocer a Sarutobi-san. Se había levantado, desayunado en relativa paz, guiada en sus clases ahora privadas y luego salido del orfanato con una manzana para el resto del día hasta que volviera a la hora de la cena.

No contaba con tener que detenerse de repente por la alarmante necesidad de correr en dirección opuesta, un miedo fluyendo debajo de su piel, golpeando sus nervios como corrientes eléctricas. Ume corrió. Sin preguntarse el por qué, simplemente siguiendo ese instinto que le decía qué hacer.

Fue minutos después, con sus rodillas raspadas y ensangrentadas por haberse caído un par de veces, la ropa pegada a su cuerpo por el sudor, acumulando manchas de polvo y otros alimentos que cayeron sobre ella, que notó las bolitas de no chacra persiguiéndola, con esa inconfundible distorsión en el espacio que conoció gracias a Sarutobi-san.

Eran personas, personas que la estaban rodeando y siguiéndola sin importar en cuantos callejones entrara, qué tan rápido corriera, qué tan lejos huyera. Lo peor, sin embargo, era que no era personas normales, sino shinobis. El cruel pensamiento de que Sarutobi-san los hubiera enviado para asesinarla, fue lo primero que se le pasó por la cabeza, lágrimas corriendo por su ya mugriento rostro, completamente aterrada.

Luego se dio cuenta que si ese hubiera sido el caso, ella ya estaría muerta. Con alguna cuchilla cortándole la garganta o atravesándole el corazón, algún veneno simple en su desayuno. Era diminuta, débil y desatendida. Era realmente fácil acabar con su vida. Pero ella estaba ahí, viva, corriendo como una delirante sin sentido, aterrorizando a sus vecinos aldeanos con su propio terror.

Ume se detuvo, jadeando.

Parpadeó varias veces, intercalando entre inhalaciones y exhalaciones contadas. Luego levantó la vista borrosa por las lágrimas y tambaleante por su agitación. Las señales deteniéndose a su alrededor. Ume podía sentirlas, pero no lograba verlas por mucho que entrecerrara los ojos, sus hombros subiendo y bajando con brusquedad.

Tragó, y dijo a la calle tranquila y casi solitaria en la que había entrado, flanqueada por chozas desvencijadas y unas pocas personas con rostros decaídos deambulando de una casita a otra: "No van a matarme, ¿cierto?"

Pasaron unos segundos, los suficientes para que alguien, cualquiera, respondiera, pero Ume no obtuvo respuesta alguna a su pregunta. Frunció sus labios sin querer apartar la mirada de las presencias extrañas a pesar de que realmente sus ojos no podían verlos. Todo frío y distorsionado. Ume se estremeció. Las sensaciones eran iguales entre sí, pero por diminuto que fuera, también eran diferentes a las de Sarutobi-san. Aunque Ume no lograba encontrar qué era exactamente.

Tragó otra vez, su nariz arrugándose en el proceso. "¿Quiénes son?" preguntó primero. No hubo respuesta. "¿Sarutobi-san los envió?" Insistió. Y nada. Simplemente estaban ahí, a su alrededor, ocultos a plena vista, inquietándola.

Mordió su labio, nerviosa mientras cerraba los ojos, respiró profundamente y se dejó caer en mitad del camino. Habían hecho nada, ni siquiera reaccionado. Con un puchero acabó por dejar su espalda completamente pegada a la tierra, brazos y piernas extendidas, vista fija en el cielo.

Si no iban a hablar entonces ella los ignoraría. Hubiera sido preferente que Ume volviera a su rutina, pero estaba demasiado exhausta para seguir ese camino. Sus pantorrillas y muslos nunca le habían ardido tanto como ahora, después de haber exprimido hasta la última estamina de su cuerpo en modo peligro.

Se vio en la necesidad de dejar escapar un suspiro cuando las auras de las damas fuera de sus diminutas casas comenzaban a prestarle atención: confusión, diversión y preocupación entre ellas. Ume simplemente parpadeó al cielo mientras una de ellas se acercó a su cuerpo agotado. Iba a ponerse de pie para recibir a la señora, pero incluso sus brazos le fallaron, dejándola caer de vuelta al suelo con un resoplido.

Un rostro diminuto, pálido y con ojeras bajo sus ojos eclipsó la vista del cielo. Ume parpadeó en respuesta al ceño fruncido de la dama.

"¿Te encuentras bien, pequeña?" preguntó, preocupada.

Otras presencias también se habían estado acercando, deteniéndose justo cuando la dama llegó a ella y le habló, manteniendo las distancias pero aún pendientes.

Ume asintió en respuesta, dibujando una sonrisa tranquila en su rostro para aliviar la preocupación de la amable señora de ojos color chocolate. Su estómago gruñó con el recuerdo lejano de la golosina, sorprendiendo a la mujer.

"Vaya. Tienes hambre." Dijo como si eso respondiera a todas sus preguntas. "¿No has comido nada-" se detuvo, su ceño haciéndose más pronunciado al ver el bulto en el bolsillo con bordes deshilachados de Ume. "¿Robaste eso?"

Pero Ume no pudo poner atención a la mujer cuando sintió dos de las firmas de chacra alejarse. Encontrando extraño que dos de ellos se fueran pero los otros se quedaran impasibles en sus lugares, trató de seguirlos poniendo esfuerzo en sus sentidos.

Ume ignoró por completo a la dama entonces, que la miraba casi con enojo y desaprobación en respuesta a la mirada entrecerrada de Ume, confundiéndola con rebeldía. "Pregunté qué es lo que tienes en el bolsillo." Demandó acuclillándose frente a Ume y rebuscando en su bolsillo. La manzana roja en su mano casi brillaba por lo pulida que fue entre todo el movimiento de las piernas de Ume corriendo.

La niña ni siquiera se dio cuenta de que sus bolsillos fueron vaciados, más concentrada en el chacra desaparecido a poca distancia, y el otro manteniéndose justo en el borde, saltando tres veces de un lugar a otro entre dentro y fuera de su radar.

Por el tiempo que le llevó al primero desaparecer, Ume concluyó que no pudo haberse ido muy lejos antes de que lo perdiera, y un nuevo golpe de comprensión la hizo abrir sus ojos del estupor. Resulta que había una distancia límite de lo que podía o no sentir.

Para Ume, se había vuelto tan normal siempre sentir a sus padres en la estancia de su hogar, que nunca se detuvo a pensar que en realidad no podía sentir el chacra de las personas fuera de la casa. Y luego, en el orfanato, al estar preocupándose por correr y huir de la avalancha de emociones y sensaciones, no prestó atención a las limitaciones de su sexto sentido. Sarutobi-san tuvo que presentarse ante ella para que comenzara a cuestionar su propia habilidad sensorial.

Se recordó disculparse mentalmente con el agradable hombre por haber dudado de él. Incluso si era un shinobi, - por lo que logró deducir Ume de toda la sabiduría que compartió con ella, era obvio que el anciano, en algún momento de sus años mozos fue un shinobi de la aldea – era injusto pensar inmediatamente en él como alguien de malas intenciones.

Ume tuvo que contener el mal regusto en su boca por pensar que ella misma había adoptado el pensamiento insidioso de sus padres hacia estas personas con habilidades extrañas. Ella no quería ser así. No solo era injusto, sino también cruel. Le gustaba creer que los shinobis, tal como Sarutobi-san, también podían ser amables. Las personas siguen siendo personas después de todo, incluso si tuvieron que asesinar a otras.

Ume quiso detenerse ahí, asombrándose a sí misma por tal pensamiento y queriendo reflexionar sobre ello, pero el fuerte agarre en su brazo que la puso de pie de un tirón, la trajo a tierra de sus propias divagaciones.

"¡No puedes ir por ahí robándole a la gente, niña!" El regaño de la mujer la sobresaltó. "¡¿Tienes idea de cuánto nos ha costado a todos salir a delante después del ataque del Kyubi?!"

Grandes ojos rosa pálido miraron a la mujer, cada vez más enojada por la falta de respuesta de Ume.

"Hokage-sama aún no ha logrado reparar todas las casas que el Kyubi destruyó, ni estabilizar la economía de Konoha. Hasta el día de hoy hemos aguantado trabajando desde antes de que salga el sol hasta después de que se esconde para lograr subsistir. ¡No puedes simplemente robar el trabajo de otros!" Se quejaba la mujer con ojos rojos y llorosos. "Mi marido murió esa noche, y apenas puedo alimentar a mi hijo y a mí con el estipendio que nos da la aldea y los pocos trabajos que logro conseguir. ¿Crees que es fácil para nosotros, los civiles, vivir de este modo?" Lágrimas caían por sus mejillas y Ume sintió el retorcijón en su estómago por la pena desnuda de la desconocida.

El sentimiento era tan intenso que no reconoció el dolor de los dedos huesudos presionando contra la carne pálida de su brazo; las heridas sangrantes de sus rodillas hace mucho tiempo olvidadas. Simplemente no se podía comparar la fuerza para dejar un hematoma con la densidad del llanto, el sufrimiento ajeno resonando en su estómago. Asfixiantemente intrusivo. Forastero y pesado.

Cuando la mujer cayó de rodillas y su agarré se soltó de Ume para cubrir su rostro enrojecido por el llanto, Ume sollozó con ella. "…Lo siento." Susurró a pesar de que las acusaciones eran infundadas. La manzana rodando por la calle.

"Solo-" se ahogó la mujer entre lamentos. "Solo no lo vuelvas a hacer, ¿bien? Sé que tienes hambre, pero tienes que aguantar un poco más." Resolló. "Shinobis-san están trabajando duro para levantar la aldea nuevamente, y se lo agradecemos de todo corazón. Pero para los civiles como nosotros, es muy difícil sostenernos con nuestras familias sobre nuestros hombros y sin suficientes trabajos para todos."

Ume no pudo más que asentir, escuchando a sus espaldas los llantos de las otras mujeres. El chacra reverberando con tristeza y llantos en su pecho. Girando y retorciendo el músculo en el centro, apretando su garganta con un nudo doloroso. De repente Ume también estaba llorando.

Otra dama se acercó, Ume casi no la reconoció, rodeada de tanta angustia. "Ten, cariño." Le extendió la manzana. "Puedes tenerla, pero por favor, no vuelvas a hacer eso, ¿sí?"

Con manos temblorosas la recibió, ahuecando la fruta entre su pecho doloroso y sus manos sucias. "…Lo siento." Repitió entre hipos.


Las torres de papeleo no bajaban por mucho que Hiruzen pusiera todo de su empeño en leerlas y firmarlas, olvidándose en ocasiones de comer o incluso de dormir.

Konoha está recuperándose, afortunadamente. Pero recuperarse parcialmente no era lo mismo que una aldea completamente restaurada y prolífera. E Hiruzen no halla el día en que su Konoha pudiera volver a sus años dorados, estables y a salvo de las amenazas de otras aldeas ocultas. En momentos como este, cuando estaba ahogado en informes y con la vista cegada por todas estas columnas de papel, se encontraba añorando el regreso de su sucesor siempre fresco y brillante. La juventud y la ambición pura de hacer de Konoha la aldea pacífica y segura de sus sueños, rezumando de sus cabellos dorados.

Dorados como un halo, recordaba haber escuchado una vez. No podían estar más en lo cierto. Podía estar en la misma posición de Hiruzen, detrás de un escritorio y varios secretarios shinobis paseándose por la oficina buscando su aprobación, papeles en mano. Y Minato-kun respondería con esa sonrisa impecable, ojos brillantes de cielo despejado.

Sin embargo, el actual Hiruzen estaba impaciente por acabar todo el papeleo del día y relajarse al menos una tarde en la comodidad de su hogar, o simplemente dormir el tiempo suficiente para sentirse un poco descansado, como mínimo. Hiruzen realmente no era exigente en estos tiempos. Sus huesos estaban envejeciendo y la agudeza de su mente estaba sobre exigiendo fuerzas que hace tiempo se habían ido volando junto con su juventud.

Así que agradeció humildemente el descanso no planificado cuando el suave cambio en la atmósfera de la oficina, seguido por el parpadeo casi imperceptible de chacra, anunció la llegada del segundo hombre más ocupado de Konoha.

Sin detener su mano sobre la pluma contra el papel, Hiruzen respondió con un murmullo impasible. En seguida, dicho hombre cayó con la suavidad de las hojas frente al escritorio, brazos con manos relajadas a sus costados, túnica clara sobre el uniforme, y máscara de perro de caza.

"Akita." Saludó Hiruzen, dejando a un lado la pluma y acomodando otro de los papeles en la pila a su derecha.

"Hokage-sama." Respondió, a su vez. "Buscaba mi presencia." Aunque su voz sonara indolente y vacía, un cambio radical de 180 grados en comparación con el resto de su shinobi que prácticamente lo trataba con adoración, Hiruzen sabía que era una pregunta educada, más para dar pie a la conversación.

Su comandante ANBU siempre ha sido así de impersonal. El comandante anterior era del mismo modo. Realmente no había sorpresas en su actitud y formas, cuando por regla escrita en los viejos pergaminos de Konoha, el comandante ANBU tenía poder absoluto sobre el pupilo que lo sucedería. Simplemente así eran todos, y así seguirían siéndolo.

"De hecho." Estuvo de acuerdo Hiruzen, entrelazando sus dedos sobre su barbilla, ambos codos apoyados en la mesa.

Desde ahí, ambos se mantuvieron en silencio. Akita con el cuerpo recto y amenazante habitual, Hiruzen con ojos agudos y sonrisa fácil. Ninguno hablaba ni daba el pie para continuar. Casi se podía sentir la expectación de los ANBU resguardando la torre Hokage, observando la dura batalla de miradas entre sus dos líderes directos.

Ah. Si hay algo que disfruta Hiruzen, era molestar a su shinobi.

El tiempo comenzaba a pesar en los hombros de Hiruzen cuando notó que las sombras en la habitación se habían desplazado unos dos centímetros durante su enfrentamiento silencioso. Hiruzen era paciente, una habilidad arduamente ganada después de sus años como shinobi activo bajo Tobirama-sensei, y sus siguientes años como líder de Konohagakure. Pero incluso él podía sentir ansiedad por el papeleo a medio hacer. Le hizo preguntarse qué clase de entrenamiento divino recibía un comandante ANBU, cuando el hombre permanecía, por todo lo demás, imperturbable.

Hiruzen casi bufó por el exasperante hombre, conteniéndose en el último minuto antes de perder la cara. Ya debía de haber aprendido hace tiempo, pero Hiruzen era así de terco. Nunca había podido ganar una batalla de miradas, e incluso de ingenio contra el otro hombre, pero eso no lo detenía de seguir intentándolo. Algún día lo lograría. Además, qué era la vida si no podía sacar al menos un poco de reto de sus hombres más leales.

"¿Haz estado muy ocupado recientemente?" Lanzó la rama de olivo.

"Lo habitual." Fue la respuesta corta del hombre.

No era una locura pensar que tal vez el otro hombre estuviera haciéndolo a propósito, mas Hiruzen, a pesar de su sabiduría y años de experiencia, sigue sin saber la verdad. Y muy probablemente, así continuaría por los años que le queden de vida.

"Ya veo." En aras de continuar la conversación antes de que las sombras se desplazaran otros cinco centímetros, Hiruzen continuó: "Necesito que me hagas un favor." Con un solo gesto de sus dedos despidió al escuadrón ANBU de su oficina.

Buscó su pipa entre los papeles desparramados mientras salían en silencio, y la encendió con una chispa de chacra mientras se readaptaban a la formación fuera de la torre, donde no podrían escuchar la conversación aunque las ventanas estuvieran abiertas, separados por un ingenioso sello de privacidad. Dando una calada a su pipa y soltando el humo después de haber saboreado el sabor calmante y amargo del tabaco, se sintió a gusto de proseguir.

"Deseo que conozcas a una niña. Su nombre es Kobayashi Ume, un sensor." El hombre exasperante seguía sin respuesta. Justo, teniendo en cuenta que Hiruzen no le ha hecho pregunta alguna, pero no menos irritante. "La niña ha tenido algunos problemas para adaptarse conforme su habilidad sensorial crece: sobreestimulación, pérdida atencional de tu entorno, auto marginamiento, abandono. Entenderás que no es fácil para una niña sin entrenamiento ni control, poder tener una vida normal, y no es justo para ella tener que sufrir todos estos efectos secundarios cuando hay alguien perfectamente competente y dispuesto a ayudarla a controlar esta habilidad." Acabó su discurso con una sonrisa afable.

Akita miró.

"Hokage-sama me pide que entrene a Kobayashi Ume en el control sensorial." Pregunta Akita, buscando confirmación. Hiruzen no se perdió el cuidado en la elección de cada palabra.

Ya acostumbrado a sus manías, Hiruzen asintió, pipa entre los labios. "Solo en el control, no es necesario nada más." Deja que la niña crezca adecuadamente e inscribirla en la academia a la edad correcta. Tomaría el consejo de Shikaku-kun y no apresuraría las cosas en estos tiempos de paz. Después de todo, con su ayuda, Ume-chan maduraría fuerte e inteligentemente. Todo a su debido tiempo.

"Se encuentra bajo el cuidado del orfanato. Dejaré a tu disposición cuándo la verás, pero espero que el tiempo entre esta reunión y tu visita no sea largo. Ume-chan no la está pasando precisamente bien mientras alargamos la espera." Acabó con un suspiro profundo, pesar entre los giros del humo.

"Entiendo, Hokage-sama." Aceptó con una reverencia concisa, y enderezando la postura de inmediato para recibir más órdenes.

Como era lo usual, sus reuniones eran demasiado cortas.

Hiruzen pudo o no haber replicado el puchero de Ume-chan. Su comandante ANBU era demasiado estricto, aburrido en niveles impenetrables. Algún día, se aseguró Hiruzen con los ojos entrecerrados, buscando expresar su determinación con su mirada, algún día lograría romper la fachada de este hombre.

Suspiró. "Es todo. Despedido."

Akita se fue en el comienzo de la inhalación de su líder, seguramente devuelta al cuartel ANBU, donde Hiruzen sabía que tendría sus propias torres de papeleo que completar.

En su momento, maravillaba a Hiruzen el hecho de que su comandante ANBU, - el anterior y el actual. – pudiera ignorar cualquier sentido de urgencia con tal de estacionarse obedientemente por orden del Hokage, o más bien, para diversión y respiro de su Hokage. El entrenamiento de un comandante ANBU era así de inusual, secreto para cualquiera que no fuera el sucesor y el predecesor, e increíblemente eficaz.

Pocas veces conoció al comandante de las fuerzas especiales de Tobirama-sensei, manteniéndose en las sombras la mayor parte del tiempo, siguiendo los deseos y comodidad de su sensei. Pero de vez en cuando lo divisaba siguiéndolo como una sombra real, imperceptible a los ojos de cualquier shinobi al que no quisiera mostrarse, una habilidad que más tarde, cuando tuvo el sombrero, aprendió que era pasada únicamente entre las generaciones de comandantes ANBU. Y por tanto, habilidades no escritas ni registradas, protegidas por el contrato que el primer comandante ANBU firmó con Shodaime-sama y Nidaime-sama durante los años pueriles de Konoha.

Ese era un contrato que lo había inquietado enormemente. Un documento escrito con tinta de chacra y sellos Uzumaki, presumiblemente, hechos por Mito-sama. Había pocos iguales a ese, raros incluso entre los maestros de sellado, casi un secreto de la habilidad del clan Uzumaki. Y era por esa razón, que luego de entender por la boca del mismo comandante ANBU que sucedió al de Tobirama-sensei, - cuyo final era desconocido hasta el día de hoy para Hiruzen - le explicó la gravedad de las firmas impresas en el papel.

Lealtad absoluta al Hokage.

A cambio de inmunidad, de independencia y del poder de manejar libremente sobre toda la rama más hábil y especializada de la aldea, el comandante ANBU daría su lealtad absoluta a él, a la persona que se sentara detrás de este escritorio y portara el sombrero. No a la aldea.

Y eso podría significar lo mismo para cualquier otro que no estuviera en su posición, sin ver la diferencia real en la semántica. Shinobi se unía a las filas para proteger la aldea en la que vivían con sus familias y amigos; seguían ordenes de Hiruzen con la intención de mantener próspera su hogar. Shinobi cumplía misiones con la seguridad de la aldea en mente, y la confianza indudable hacia su Hokage.

No era así para el comandante ANBU.

La verdadera persona más poderosa dentro de la jerarquía de Konohagakure, justo después del Hokage. Incluso Danzo no poseía tanto poder a pesar de la confianza que le dio Hiruzen al permitirle crear un nuevo escuadrón de ANBU separados de los ANBU original.

Danzo contaba y sigue contando con el respaldo del Sandaime, pero si el sombrero cambiaba, como lo había hecho con Minato-kun, el poder de Danzo automáticamente desaparecía. E Hiruzen estaba seguro de eso, porque a pesar de sus leves protestas para apoyar a su viejo amigo, el Yondaime estuvo a punto de hacer desaparecer Root en su tiempo, encontrándolo innecesario para el futuro que deseaba crear para Konoha. De haber tenido más tiempo, ese hubiera sido el final inevitable de Root.

Y es que no había un contrato tan intrincado entre ambas partes para asegurar Root a través de los tiempos de Konohagakure. No había sellos que entrelazaran los deseos egoístas o bienintencionados del Hokage con el concejal y halcón de guerra. No había un poder absoluto que se le pudiera dar a Danzo a pesar de todos sus años de servicio a la aldea; años que Hiruzen apreciaba y razón por la cual le había dado tanta confianza en primer lugar. Confianza que fue titubeando con los años – los intentos de asesinatos dolieron demasiado en el corazón gentil de Hiruzen – pero que aún se mantenían con el puro deseo de volver a tener esa vieja camaradería.

Así, Danzo aun tenía que bailar a través de las leyes de la aldea y el País del Fuego, presentarse a las asambleas como parte del consejo junto con el Hokage y de vez en cuando, el Daimyo. Tenía que convencer al consejo antes de que pudiera escribir una nueva regla en el libro, y dar explicaciones si algo salía mal.

Akita en cambio, podía, detrás de escena, ordenar e ignorar reglas flagrantes. Podía actuar como un fiel servidor al poder más fuerte del País del Fuego, hablar con respeto, con un dejo de admiración si era necesario. Pero el hecho es que no importaba cuanto se inclinara el hombre ante el Daimyo, su lealtad estaba con el Hokage, y si el Hokage ordenaba asesinar al gobernante, Akita lo haría. Si el Daimyo o cualquier noble en la capital tomara la tonta idea de dañar al Hokage, el comandante ANBU no preguntaría ni dudaría antes de cortarles el cuello hasta que se hubieran desangrado. Mientras no causara daño directo a su líder, todo estaba permitido por Konoha.

Porque la seguridad de su líder lo era todo.

No importaba si había una familia detrás de la figura sombría e imponente, personas a las que apreciaba, Akita dejaría todo, sacrificando lo que fuera necesario con tal de asegurar el bienestar de Hiruzen. Desde usar su propio cuerpo para evitar un ataque que amenazara la vida de su Hokage hasta cantar poemas como un Kabuki para mantenerlo feliz. Si el Hokage lo ordenaba, el comandante ANBU respondería para satisfacerlo. Sin importar el bienestar de la aldea, sin importar los otros shinobis, ni los niños, ni las familias.

Esa era la terrible diferencia entre Akita y los demás.

Un hecho irrefutable e íntimamente resguardado por solo tres personas: El Hokage vigente, el comandante ANBU y el sucesor. Era un secreto de grado SS, imposible de contar a otros que no fueran los tres nombrados. Si este hecho salía al exterior, a la orden pública, la posición de Hokage se vería terriblemente amenazada por la codicia, y estaría ampliamente expuesta bajo la cruda opinión pública insegura y temerosa del poder.

Era un poder que sin duda, con sentimientos encontrados y amargos, sabía que Danzo querría. Si su amigo lo supiera, los intentos de asesinatos hace tres años definitivamente no se hubieran detenido, sin importar cuantas advertencias le hubiera dado.

Hiruzen realmente deseaba que su viejo amigo volviera a ser el mismo que era en su juventud. Cuidando su espalda, apoyándolo en batallas, avanzando juntos, uno al lado de otro a través de las ramas del bosque. Una pena que ya no podría ser así. Ya no del todo.

Un diminuto pulso de chacra y al instante siguiente, su escuadrón ANBU estuvo devuelta entre las sombras de la oficina.

Había papeleo que completar, misiones que necesitaban su aprobación, cuadros contables que revisar. Una aldea que sostener y levantar.


Ume había llegado sucia y sudorosa al orfanato antes de lo que acostumbraba, con el sol todavía alto en el cielo y no en el ocaso. Le había costado encontrar el camino de vuelta después de haberse perdido en la persecución, pero quizás sus vistas miserables – ojos enrojecidos, lágrimas mojando sus mejillas y mucosidad sobre sus labios – apelaron a la buena voluntad de la gente y la guiaron a la casa de niños sin padres que era el destartalado edificio.

Agradecida de encontrar los pasillos relativamente vacíos, con los niños jugando en el patio y los más grandes en la escuelita, por lo que había escuchado, Ume se desplazo en relativo silencio a las duchas.

Era difícil acostumbrarse al agua fría de las duchas del orfanato, y Ume creía que el cuerpo débil y frágil de niña la hacía aún más sensible. No podía aguantar más de un minuto sin que le comenzara a doler la cabeza, así que rápidamente fregó su cuerpo y cabello corto con la misma ropa sucia y saltó fuera del diminuto cubículo antes de que pudiera congelarse.

La manta que le servía de toalla tampoco era precisamente lo que llamaría agradable, o funcional para el caso, a penas alcanzando a secar algunos de sus miembros antes de que fuera dada fuera de servicio. Su cabello siempre acababa estilando por los corredores del orfanato, empapando los pisos de madera, pero al menos se acompañaba del sentimiento desagradable con los otros niños que se veían en la misma situación que ella cada vez. Ume pensó que quizás esa era otra de las tantas razones por la cual los niños odiaban los baños. Ume también los estaba comenzando a odiar.

Así, enrollada en la manta empapada con los cabellos chorreando por las puntas, se arrodilló frente a uno de los cubos con agua reutilizada en la esquina de los baños y comenzó a lavar la única muda de ropa que tenía. La otra guardada debajo de su futón en la habitación.

Ume tuvo que ignorar el frío que la atravesaba mientras rastrillaba las ropas con jabón, dedos enrojecidos y temblosos, con tal de mantener su higiene. Una vida entera disfrutando de las comodidades del agua caliente, jabones perfumados, toallas esponjosas y calefacción automática la habían mimado demasiado, dejándola tambaleándose en las dificultades que traía consigo la falta de tecnología y, por lo que se enteró recientemente, de la inestabilidad económica.

De esta forma, arrodillada con las manos en el agua jabonosa y soltando bufidos molestos, resuellos de una nariz húmeda y ceño fruncido, es que una de las matronas la encontró.

"Ume-chan," llamó, parpadeando confundida. "estás temprano."

Ume no quiso pensar en la razón de ese hecho, por lo que solo volteó a mirarla y asintió, esperando que continuara su camino como siempre lo hacían. Pero la joven mujer no se movió, y en realidad, poniendo más atención al cubo y el jabón, la matrona sonrió encantada.

"¡Eso es encantador, Ume-chan! Eres tan responsable." Dijo, aplaudiendo y entrelazando sus dedos sobre su pecho.

"…Gracias."

La mujer asintió. "Supongo que Yamagawa-san ya te contó y llegaste temprano para prepararte." Comentó risueña.

Ume estaba confundida. No había hablado con la encargada desde más temprano en sus clases privadas, pero no se había mencionado nada sobre preparaciones. De hecho, la dama actuaba con la naturalidad de siempre, y con una increíble paciencia mientras le enseñaba a Ume a usar el pincel adecuadamente. Mejor ni hablar de su incapacidad para recordar los tres kanjis aprendidos en cada clase anterior.

Si pensaba que aprender observando desde la parte de atrás de los niños mayores era una tarea ardua y agotadora, la atención excesiva de la mujer por cada pequeña cosa era incluso peor. Ume tenía la ligera sospecha de que Yamagawa-san la estaba empujando más de lo que debería.

"¿Celebraran algo?" preguntó Ume, cerrando sus deditos en puños buscando calor entre ellos mismos.

La matrona parpadeó, "Oh. No te lo ha dicho entonces." Dijo en voz baja.

Ume negó con movimientos ligeros de cabeza, las gotitas que se habían detenido volviendo a caer sobre sus hombros. Se estremeció.

"Al parecer alguien vendrá a visitarte mañana temprano, pero no estoy realmente segura de quien se tratará. Quizás algún familiar…" murmuró para sí misma, acallándose a medida que sus divagaciones se extendían y casi olvidándose de la niña a unos pies de ella.

"¿Familiar?" Inquirió Ume, sin dejar de estremecerse. Si era por el frío o por anticipación de ver a uno de sus conocidos, ni ella misma lo sabía. Su mente se sentía confundida desde todo lo sucedido el mismo día, y las presencias de los chacras que la seguían y que desaparecieron al instante en que cruzó la puerta principal del orfanato, la habían dejado agotada.

"¿Mis tíos, mis abuelos?" continuó preguntando a pesar de todo. Porque a través del agotamiento tanto físico como mental, el sentimiento de añoranza era inconfundible. Esa parte de Ume, infantil y solitaria, que deseaba con ahínco volver a pertenecer a una familia cálida y amable.

Deseaba a sus padres con ella. El primer pensamiento ni siquiera fueron sus tíos, sino ellos. El hombre que disfrutaba alzándola y haciéndola girar cada que llegaba de una jornada de trabajado; La mujer que la vestía con hermosos kimonos infantiles y adornaba sus cabellos con cintas de mariposas.

Pero Ume lo sabía mejor.

El sentimiento estaba ahí. La emoción del odio y el disgusto no eran fáciles de limpiar, menos cuando ya estaban tan intrínsecamente adheridos a ellos hasta el punto de abandonar a su hija para escapar. Era imposible que hubieran vuelto solo para recaer en la oscuridad del miedo y aprensión que Ume les generaba solo con existir. Y ser el objetivo y origen de esas emociones, era la cosa más dolorosa que alguna vez pudo sentir. Una herida que aún escocía como si le estuvieran lanzando chorros de alcohol sobre el corte profundo que le habían hecho dentro del pecho.

"Oh…" La mujer salió de sus pensamientos para mirar otra vez a Ume. "Bueno, en realidad, no lo sé." Su sonrisa temblaba sin saber qué expresión poner frente a la niña que recientemente había sido abandonada, no queriendo darle falsas esperanzas. "Creo… Creo que deberías ir a preguntarle a Yamagawa-san por más detalles. Solo dije lo que escuché, así que ella debería poder contarte más. ¡Sí, has eso! ¡Nos vemos, Ume-chan!" Volvió a aplaudir y se alejó a pasos rápidos. Escapando.

Ume se quedó mirando la espalda de la mujer, la puerta abierta después de haber sido olvidada por la joven irresponsable y olvidadiza.

Ume se sentía amargada de repente.

Se levantó, tomó sus ropas y las colgó en el mismo baño. Su nariz moqueaba desagradablemente, así que rápidamente corrió al cuarto compartido y se vistió con la camiseta descolorida y los pantalones deshilachados en los bordes.

La matrona, Yamagawa-san, estaba en el patio trasero, vigilante de sus niños desafortunados mientras jugueteaban de un extremo al otro. Cuando Ume se acercó, la sorpresa coloreó su expresión, pero sonrió con indulgencia antes de que su mirada volviera a los otros niños.

Ume se paró a su lado, justo donde el sol golpeaba con fuerza a pesar del viento. "Yamagawa-san," comenzó Ume, con voz tranquila como acostumbra. "buenas tardes."

La matrona sonrió otra vez, la esquina de su labio intentando elevarse. "Buenas tardes, Kobayashi-chan. Has regresado temprano hoy."

Ume asintió, pero no hubo más respuesta verbal que un pequeño tarareo. Cerró sus ojos con el rostro dirigido al sol, ahuyentando los escalofríos que le pinchaban la piel, y rezando para que las esperanzas sin sentido no se adueñaran de sus palabras.

"Yamagawa-san, una de las señoritas me dijo que tendría visitas mañana," La matrona se sobresaltó y esta vez la miró, Ume le devolvió la mirada. "me preguntaba, si podría decirme quién vendría."

Una 'o' formaron los labios de la mujer mayor, pero en seguida se recuperó con una tos disimulada. "…Sí." Pronunció lentamente, pensando en cómo responder. Ume pacientemente esperó. "La verdad, Kobayashi-chan, hace unos días vino un mensajero de Ho- de Sarutobi-sama." Tropezó con sus palabras.

Ume sintió como sus esperanzas se hicieron añicos.

Por supuesto que sus padres y familiares no vendrían. De lo contrario, lo hubieran hecho hace mucho. Era horrible pensar en cómo ni sus tíos ni tías se habían asomado para buscarla. Sus abuelos no vivían en Konoha, así que era más fácil ignorar su falta de presencia, pero sus tíos sí lo hacían. Y no había forma de que no supieran lo que estaba pasando con los últimos meses mirándola extraño y manteniendo conversaciones secretas con sus padres. El chacra en ellos no era pesado como el de sus padres, pero había comenzado a enturbiarse.

Sin embargo, la noticia no era del todo mala. Era Sarutobi-san, después de todo. El amable señor que la había ayudado y conversado con ella, y hasta el momento, había estado cumpliendo sus promesas al pie de la letra.

Él regresaba, y eso aligeró un poco la opresión en su pecho.


N/A:

Hola hola. Entonces... este capítulo fue un interludio para antes de que Shikaku conociera a Ume. Necesitaba un capítulo de relleno y esto salió, más lleno de información de lo que pensaba y quizás un poco pesado por eso también.

ಠ﹏ಠ

Pero de verdad espero que este haya sido suficiente para no aburrir.

Trataré de subir el siguiente luego, pero quizás actualice mi otro fic de One Piece antes, así que no prometo nada.

Pasar de un OC lindo y tranquilo a otro OC loco y desquiciado es como volver a reiniciarme para poder entender el personaje.

ಥ‿ಥ

Pero bueno, a mí se me ocurrió escribir dos fic al mismo tiempo. Habrá que adaptarse.

(-﹏-;)

Que estén bien

bye bye