Disclaimer: Los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, me reservó los derechos de creación literaria de las historias.
Estas historias forman parte del desafío de #Escrito_Activo_Semanal de la página de Facebook Inuyasha Fanfics
El reto en esta ocasión era crear una historia en base a una canción o melodía, la narrativa tenía que coincidir con los momentos en creccendo de la melodía. La música que yo elegí se titula "Storm" del compositor Antonio Vivaldi. Si gustan escucharla mientras leen esta historia será un plus para sus sentidos.
Para Siempre
¡Zaaz!
Un destello rojo brillante se vislumbró en el ambiente, cuando las pequeñas gotas que dejó a su paso cayeron al césped, lo tiñeron de carmín. Pasada la sorpresa, sobrevino una nota de dolor.
Instintivamente llevó su mano hacia su hombro en un intento por distraer su atención de la aflicción que sentía en el pecho y concentrarse mejor en aquel que comenzaba a adormecerle todo el brazo derecho. Palpo ligeramente la zona y su hermoso rostro se contrajo en una mueca de dolor, tal como lo imaginaba, era profunda. Tan profunda como la que tenía dentro del alma.
Ahora mismo no sabía que dolía más; si la herida en su cuerpo o la que dejaba hecha jirones sus sueños e ilusiones. Podía sentir como los trozos de su corazón se caían a pedazos dentro de ella, provocándole unas intensas ganas de llorar a grito pelado. Sin embargo, saciar y regodearse en el dolor causado por la desilusión amorosa era una de las tantas cosas que no se podía dar el lujo de vivir. Mucho menos en ese momento. Tenía que buscarlo, tenía que encontrarlo, pero sobre todo tenía que hacerle pagar el haberla enamorado con el único propósito de conseguir la mentada perla. ¡Maldita sea la hora en que accedió a custodiarla! ¡Maldito el momento en que la tomó en sus manos y se purifico al contacto! ¡Maldito el instante en que lo conoció!
Antes de él, estaba resignada a su destino. Había aceptado sin chistar que no sería nunca una mujer normal, que los pobladores de la aldea la veían como una divinidad y que cuidar la perla era su única prioridad. Luego, un día, sintió aquella presencia escondida en la profundidad del bosque. Le había hecho frente y el silencio fue lo único que la confrontó en ese momento.
Después de varios días, pudo ver con claridad a quien la seguía y observaba con curiosidad. No pudo más que quedar maravillada. En todos sus años de sacerdotisa jamás se había topado con criatura tan extraordinaria. Quedó prendada de su cabello plateado y de sus ojos dorados que le abrasaron el alma en cuanto le sostuvo la mirada.
Percibió su miedo, su desconfianza y por un breve espacio de tiempo, vio su propia existencia reflejada en él. Después de aquel primer encuentro, le siguieron más.
Sintió un fuego ardiente naciendo de su pecho cuando él le confesó que quería pasar su vida con ella, que hiciera uso del deseo de la perla y se volvería humano, luego le beso. Un beso dulce, tierno, sincero; como solo puede serlo el primero.
Para reafirmar la alianza le entregó el labial rojo carmesí que había pertenecido a su madre. Esto le ratificó que sus intenciones eran sinceras. Ella, más que nadie sabía que su madre era el único recuerdo grato que tenía.
¡Estaba tan emocionada! Que no se dio cuenta de que todo no era más que un sucio truco para embaucarla. ¡¿Cómo pudo ser tan tonta?!
Lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas, nublándole la visión. Esparcidos, como las gotas de sangre que iba dejando a su paso, se encontraban aquellos sueños que construyó en el aire. En medio de un llanto amargo se despidió de la casa que compartirían juntos en la aldea, de los hijos que tendrían, de la vida feliz en pareja.
‐ ¡Es InuYasha! ¡Se ha llevado la perla!
Los gritos desesperados de los aldeanos le recordaron que no era tiempo para llorar ni lamentarse. Debía apresurarse, no podía permitir que mancillara la preciada joya.
Con el último vestigio de vigor que tenía, se apresuró a llegar a su encuentro, lo detendría a cualquier precio.
Su poder espiritual percibió su aura, tomó el arco, preparó la flecha y tenso la cuerda; estaba lista para dar en el blanco en cuanto apareciera.
Una mancha roja que cruzaba con rapidez las copas de los árboles apareció en su rango de visión, sin duda, era él. Tenía tan sólo una fracción de segundo para decidir si de verdad tendría el valor para asesinarlo.
‐ ¡InuYasha! ‐ gritó con todas las fuerzas que su cuerpo y el dolor le permitían.
La flecha atravesó el viento y dio justo como lo esperaba, en su corazón.
‐ Kikyo... miserable... ¿Cómo pudiste?
Por última vez sus ojos se encontraron, en ambos se reflejaban el desconcierto, la desilusión y muchos sueños rotos. InuYasha cerró los ojos sumergido en el sueño eterno en el que lo sumió la hermosa sacerdotisa.
Con el último aliento de vida que le quedaba, se acercó hacia él. Junto su frente con la suya, lágrimas silenciosas caían sobre el rostro del hombre mitad demonio que había amado tanto. Pese al dolor que le causó su engaño, no se atrevió a matarlo.
Se separó del cuerpo del hanyo clavado en el árbol al escuchar los pasos apresurados de los aldeanos, recogió la perla maldita mientras caía de rodillas sobre el verde pasto. Estaba escrito, ella moriría ese día.
Cuando los habitantes de la aldea llegaron a su auxilio poco se podía hacer ya. Le consoló un poco el alma ver a su hermana menor y dar sus últimas instrucciones de lo que debía hacerse con la shikon tama.
Sin embargo, no pudo irse en paz. Dentro de su corazón, quedó grabado el recuerdo del amor perdido y mientras la perla se quemaba junto con ella, el deseo de volver a ver a InuYasha resplandeció y se fue con ella.
N/A: Una historia un tanto melancólica pero necesaria para recordarnos que en la vida surgen momentos inesperados que nos ponen a prueba. Mucho se habla de la poca confianza de Kikyo hacía InuYasha y viceversa, pero honestamente creo que ambos tenían nula experiencia en relaciones interpersonales y eso fue lo que llevó su relación amorosa a ese fin trágico. Espero les haya gustado este escrito. ¡Cuídense mucho!
