INUYASHA NO ME PERTENECE, SALVO LA HISTORIA QUE SI ES MÍA.
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El contrato
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―Con esto solo faltarían solo cuatro cuotas ―la suave voz de la joven al teléfono casi se desbordaba de la emoción.
De otro lado la amable voz del joven le confirmaba aquello.
―Luego de esto, el banco podrá devolverte el monolito que perteneció a tu abuelo. Te dije que podías confiar en mí.
― ¡No sabes cuánto te lo agradezco, Koga!
―Ya sabes que me debes una cita para cuando regreses a Great Falls.
Kagome Smith asintió, le diría que sí al hombre que la estaba ayudando a salvar un recuerdo familiar.
Koga era funcionario del principal banco de Montana, pero sobre todo era un viejo conocido de su pueblo de origen Great Falls. Se había liado con él en los últimos meses que vivió allí ya que Koga la engatusó con la posibilidad de recuperar un antiguo monolito que se remató con el otrora rancho del abuelo de Kagome.
Ella nunca tuvo posibilidad de salvar la propiedad de su fallecido abuelo, pero al menos rescataría aquel monumento de piedra que fue legado de su familia por cuatro generaciones y donde se hallaba grabada el apellido de la familia Smith
Hace dos meses había llegado a New York a trabajar en las cocinas del prestigioso hotel frente al Central Park, trasladada de la filial de Great Falls.
Un viaje largo al que no pudo oponerse, porque el salario en Manhattan era más alto y le permitiría pagar el monolito. Ahí terminaba lo bueno.
Lo malo era todo lo demás ya que prácticamente todo el resto del sueldo que le sobraba lo gastaba en pagarse el zulo que le alquilaban sus dos compañeras de piso que también trabajaban con ella en el hotel, y que vieron a la chica recién llegada de un pueblo perdido en Montana y que no sabía nada de la ciudad como perfecta aportante.
Kagome estaba acostumbrada a las burlas y que la vieran raro.
Tenía una ligera desviación en el ojo izquierdo que no se notaba mucho, pero estos citadinos reparaban en ello y en su figura engrosada que no ayudaba en su conjunto. Tenía un rostro muy bonito, pero todos lo olvidaban a causa de esos dos primeros detalles.
Cuando los encargados de la filial en New York la recibieron, pensaron de que se trataba de una broma.
Pero cuando Kagome entró a la cocina y presentó sus platos, le dieron la razón al gerente que pidió su traslado cuando visitó la sucursal de Great Falls.
―Es gordita y bizca, pero cocina como lo dioses. Debemos sacarla de allí y traerla a New York.
Fue así que Kagome llegó a Manhattan.
Renovó la carta con platos fusión y ayudó a reorganizar la cocina.
En teoría era la jefa de cocina, pero ganaba como una ayudante por causa de que el gerente la tenía en la nómina con ese puesto y no con el que realmente ejercía.
El taimado sujeto había hallado en aquella campesina la solución a sus problemas. Era amante de Tsubaki una de las ayudantes de cocina, quien en realidad no hacía más que estorbar en el lugar y siempre le pedía dinero. Encontró la solución aprovechándose de la recién trasladada Kagome, dándole su sueldo a la preciosa de Tsubaki.
En los dos meses que llevaba en el restaurante del hotel, no vio ningún plato devuelto o una queja. En cambio, todos eran halagos para la chef.
Pero si algún comensal pedía conocer a la cocinera para felicitarla en persona, el gerente del restaurante venía y se llevaba a Tsubaki para presentarla.
―Señorita Smith, entienda que la cocina es un arte y no puedo presentarla a usted sin asustar a los comensales. Queremos que regresen ―le había dicho el hombre.
La primera vez aquello le molestó, pero ahora ya estaba acostumbrada.
Casualmente Tsubaki era una de sus compañeras de piso.
―No es culpa mía ser tan bonita, culpa a la naturaleza…y a tus padres.
Kagome no le contestaba porque temía perder el sitio donde vivía.
―No te preocupes Tsubaki.
Estaban en un pequeño receso antes de comenzar los preparativos para el servicio de cenas.
Tsubaki bebía un zumo ruidosamente y Kagome veía la lista de reservas. Tendrían el salón repleto y le estresaba un poco no llenar las expectativas ya que aún no estaba acostumbrada a los neoyorquinos o turistas que llegaban al hotel.
En eso se acercó Kagura, la otra compañera de piso pero que trabajaba de camarera. También venía a sumarse al pequeño recreo antes que la cocina y el salón entrasen en caos.
La recién llegada le hizo una seña a Tsubaki, quien se apresuró en dejar el zumo a medias.
―Kagome, que hay una cosa que aún no te hablamos, pero necesitas saberlo.
Kagome dejó el papel de las reservas sobre la mesada, siempre temerosa ya que cuando esas dos la interpelaban siempre ocurría algo.
―El deposito del piso ha sufrido un incremento…y aunque hemos hecho lo posible por alargarlo, ya no será posible. Tienes que pagar una parte ya que sabes que nosotras lo hacemos todo.
Kagome literalmente no tenía un centavo, luego de haberle transferido el dinero a Koga.
― ¿Cuánto? ―se animó a preguntar.
―Unos seiscientos dólares extra ―gesticuló Tsubaki.
―Os pago setecientos por el arriendo…―replicó Kagome asustada―. Ya hice el aporte del depósito que me pedisteis hace dos meses.
― ¡No seas irrazonable, Kagome! A ver ¿Quién firmó el contrato? ¿Quién da la cara frente al casero? ¡Nosotras! ―exclamó Tsubaki mirando hacia Kagura―. Es lo justo que pagues ya nadie te hubiera dado un espacio, siendo una pueblerina sin referencias.
Cuando le decían eso, Kagome quedaba automáticamente desarmada.
La retórica era cierta, aunque el zulo de habitación que le tocaba era más bien el desván con un baño compartido del que nunca salía agua caliente y de donde misteriosamente siempre le desaparecía el gel de ducha que no se comparaba con las habitaciones privadas que tenían tanto Tsubaki como Kagura.
Lo cierto es que no tenía ese dinero. Tal vez si pedía un adelanto, pero el gerente siempre prefería tenerla a distancia.
Tsubaki y Kagura seguían allí paradas, expectantes ante su respuesta. Después de todo tampoco tenía de otra.
Necesitaba el trabajo, el dinero y ese cuchitril para dormir.
―Lo conseguiré ―prometió.
Casi le pareció ver que Kagura saltaba de la emoción, pero se contuvo.
―Bien hecho y más con la difícil situación donde estamos paradas en este momento.
― ¿Mas difícil que esto? ―preguntó Kagome
Kagura encantada de encontrar un oído virgen ante el ultimo chisme que comenzó a dispersarse desde unos días, comenzó a relatarlo en voz baja.
―Dicen los rumores que el hotel o sea la cadena completa se ha vendido ¿sabéis lo que eso implica?
La primera en asustarse fue Kagome.
Ella conocía los devastadores efectos de cuando algo cambiaba de dueño.
Recordaba cuando se vendió la fábrica de llantas en Great Falls, prácticamente todo el mundo perdió el trabajo. Los que tuvieron suerte de conservarlo, perdieron beneficios.
La joven se horrorizaba de solo pensar.
Ella había dejado todo en su pueblo, esperanzada con este traslado y que surgiera un rumor así era horrible.
―Los empleados necesitamos saber…
― ¿Crees que a los grandes empresarios les importa? ―Kagura se sacudió el cabello―. Yo y Tsubaki es probable que mantengamos el empleo porque New York es nuestro hogar, pero ¿tu? Si apenas te sabes las combinaciones de metro.
Kagome hizo lo posible por sostenerse en pie.
¿Cómo es que nadie le había dicho?
Si hubiera sabido todo eso, jamás hubiera dejado su pueblo.
Vio a ambas mujeres alejarse, pero su mente no dejaba de divagar en eso.
La campana sonó anunciando el inicio del servicio de cenas.
Tenía que hacer tripas corazón y mantener la atención al máximo para cocinar los cientos de platos que saldrían de sus manos esa noche.
Filetes, pescados, mucha ensalada y postres de todo tipo.
Todo supervisado por ella.
Incluso en algún momento, en medio de todo el frenesí y mientras ella decoraba un plato de ostras, vino el gerente a toda prisa a llevarse a Tsubaki porque de nueva cuenta un huésped quería conocer a la autora de todas las delicias que se sirvieron esa noche.
La joven los vio correr hacia el comedor mientras Tsubaki se apresuraba en colocarse uno de los delantales especiales que llevaban bordado el título de "Jefe de Cocina".
Momentos más tarde, Tsubaki regresaría eufórica luego de haber recibido calurosas felicitaciones y que la joven no dudaba en comentar con el resto del personal como si fuera que los halagos realmente eran para ella.
Igual esa noche, la usualmente pasiva Kagome no iba a marcharse sin saber a qué atenerse, así que fue a golpear la puerta del gerente, aquel hombrecillo mezquino que siempre la vio por encima del hombro.
―Dígame que quiere señorita Smith y sea breve ―inquirió el sujeto calvo haciendo un ademan aburrido.
Kagome cobró valor para hablar.
―Necesito …saber si los rumores de venta son ciertos…
El hombrecillo parpadeó y volvió a cargar el contenido de su bolso mientras Kagome lo veía hacer.
―En algún momento te toparás con una página en el New York Times Financial donde habla de que una compañía de inversiones compró la cadena completa ―el hombre rodó los ojos―. Olvidaba que no lees el periódico ―terminó de cerrar su bolsa―. Pero es cierto, la cadena tiene nuevos dueños.
― ¿Qué…?
Oír la confirmación fue terrible para Kagome, pero el hombre no estaba por la labor de darle palmaditas.
―Hoy fue un día terrible así que regresa a casa, toma una ducha y regresa mañana que el turno de almuerzos estará abarrotado con las reservas que tenemos
― ¿Perderé el trabajo…?
―Smith, no tengo la bola de cristal, pero le aseguro que, si sigue con este plan inquisidor, no durará mucho aquí. La necesito enfocada ¿entendió? ―empujando de un lado a la joven para salir.
A Kagome no le importó ya que la noticia la había dejado helada y temblando.
Recogió sus cosas del casillero y apenas recordó como enfilar hacia la zona del metro.
Vivía en Queens en un edificio lleno de inmigrantes chinos en un piso de cuatro ambientes. Kagura y Tsubaki ocupaban dos de ellas. Kagome alquilaba parte del desván que tenía un camastro y un armario pequeño, aunque eso no les impedía a sus caseras dejar trastos para guardar en su minúsculo espacio siempre con la excusa de que Kagome ocupaba demasiado espacio.
La joven las veía hacer, en parte por su educación provinciana que se sentía avasallada al enfrentarse con mujeres de ciudad.
Esa noche durmió bastante mal pensando en su destino incierto y más ahora que no podía permitirse quedarse sin trabajo.
La única cosa que conseguía relajarla era la cocina y era una situación tan surreal ya que cuando entraba en una se convertía en otra persona.
Era capaz de cocinar cualquier plato de la cultura que sea con un toque de sazón increíble.
Se levantó a medianoche, buscó algunos ingredientes que tenía reservada en su parte del frigorífico y no le sorprendió no encontrarlos. Tsubaki siempre se comía sus huevos y el queso cottage, así que no le quedó más que preparar con lo que sobró: un poco de arroz, sésamo y atún. Con su toque de condimentos le quedó un plato que emulaba a los de la gastronomía coreana pero cuando iba a emplatarla en un tupper para llevarla de almuerzo para el día siguiente, la chirriona puerta de Tsubaki se abrió.
― ¡Eres un encanto, Kagome! ―arrebatándole el plástico a la joven―. Buscaba algo de darle de cenar ―hizo un guiño hacia su habitación mostrando que había traído de vuelta un ligue a la casa―. Iré por unas bebidas.
La joven la vio sacar un par de botellas de cerveza del frigorífico y desapareció enseguida tras la puerta.
Kagome quedó sola viéndolo todo sin replicar.
Volvió a su camastro al menos relajada por el efecto desestresante que le había dado la cocina.
Mañana sería otro día.
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Kagome llegó al trabajo en forma puntual a las ocho, descargó su casillero y luego fue a revisar el deposito ya que también se encargaba de hacer una lista de compras para las cocinas siempre calculada de forma meticulosa para que no se echara a perder nada.
Tenía previsto hacer un especial del chef con comida mediterránea. Mientras marcaba las hojas, acompañada de su termo caliente donde guardaba su té negro favorito, iban llegando sus demás compañeros entre ellos sus propias roomies Tsubaki y Kagura quienes tenían bastantes problemas para llegar temprano, pero a las que el gerente nunca reprendía.
Venían en murmullos, seguidas de otros compañeros de cocina.
― ¿Habéis oído bien?
―Es que no hay, lo oí de la gente que maneja los estacionamientos del hotel, que la reserva de los espacios era exclusiva.
Los rumores era tal que la propia Kagome se acercó a oír curiosa de saber si no se trataba del tema referente a la venta del hotel.
―Bonita actitud la vuestra ¿para eso se os paga? ―la estricta voz del gerente apareció con amigos y luego miró a Kagome―. ¿Acaso no tiene una lista de compras que hacer?
―Sí señor, es sólo que…― quiso excusarse.
―Ahórreselo ―replicó el hombre haciendo un gesto despectivo―. Se cancelan las reservas previstas y tampoco los huéspedes podrán comer aquí porque el restaurante estará cerrado por un evento privado en el horario de almuerzo.
― ¿Cómo dijo señor? ―preguntó Kagome, ya que los eventos privados solían requerir planificación y todo era muy repentino.
―Y se los estoy anunciando ahora ―la interrumpió―. Esta mañana me han llamado que vendrán los ejecutivos de la compañía que es la nueva dueña de toda nuestra cadena de hoteles.
Fue como si un sudor frio bajara por la espalda de Kagome.
―No me mire así, Smith ―criticó el gerente―. ¿Acaso no es una chef? Le tocará cocinar algo y convencer en especial al CEO de la nueva compañía que me ha dicho que tiene un paladar exquisito así que tómelo como una nueva entrevista de trabajo ―una sonrisa de lado con toque malvado apareció en sus labios―. Y todos los demás no quiero ninguna tontería, porque nuestras cabezas dependan que le caigamos bien a este hombre ¿quedó claro?
Todos asintieron menos Tsubaki quien haciendo gala de una de sus sensuales sonrisas le daba a entender que el trabajo de ella también debía mantenerse y que le tocaba a él hacerlo realidad. O se acabarían los "beneficios" como los polvos en la oficina de gerencia.
El hombrecillo desapareció enseguida dejando a la planta de empleados sumidos en más preocupación que antes.
Siempre fueron los ciertos los rumores de venta y peor, ahora tendrían que verse con el propio CEO.
―Cielos, con tantos hoteles justo vinieron a fijarse en esta sede ¿Por qué no fueron al de la Sexta?
Pero todos coincidieron en mirar hacia Kagome quien ahora tenía la tamaña responsabilidad de convencer a un sujeto que acababa de ser descrito como un gourmet de gustos exigentes.
Era un reto.
Se había quedado congelada por un momento, pero cuando se trataba de cocinar, eso era lo suyo. Su mente tan especial ingresaba en una especie de trance pensando en ingredientes y combinaciones.
―No le presentaremos la carta habitual, sólo la de los especiales. Le serviremos esa ―dictaminó.
Aunque todos tenían en común el escaso respeto que le tenían a la joven chef pueblerina y hasta se sentían molestos por el don de mando que se presentó con aquella orden, era imposible de desobedecer. Todos corrieron hacia sus puestos.
Tenían mucho que lavar y cortar.
Salvo Tsubaki y Kagura quienes no se movieron cuchicheando entre ellas y hacer cualquier cosa salvo trabajar.
Cuando escuchó el temible murmullo de la palabra despido, Kagome intervino.
― ¿Confirmaron lo de los despidos?
―Cuando una compañía cambia de dueño ¿Qué es lo primero que hace? Se deshace de todo lo viejo y cualquier cosa que no vaya con la imagen que quieren representar ―al hacerlo Tsubaki le hizo un deliberado gesto hacia los ojos señalando el desviamiento de Kagome―. Ya te había dicho esto, Kagome, pero si pierdes el trabajo no podrás pagar el aumento del depósito.
Esa Tsubaki era una autentica arpía, pero Kagome no estaba por la labor de pelear en ese momento.
Así que prefirió ir hacia su zona de trabajo a prepararlo todo para cuando llegaran esos ejecutivos.
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Kagome supervisaba unas salsas cuando uno de los chicos de la cocina entró presuroso. Era el mismo chismoso de le avisó sobre las reservas de estacionamiento.
―! ¡Ya están aquí! ―casi perdiendo el aire en el pecho.
― ¿Qué es este escándalo?
― ¿Qué pasa, Paul? ―le preguntó Kagome
El muchacho señaló la puerta.
― ¡Los ejecutivos ya están en el lobby!
― ¿Hablas en serio?
Solo Kagome mantuvo la tranquilidad en medio de la pequeña conmoción que se generó.
― ¿Cuántas personas son, Paul?
Eso era importante saber ya que el servicio no era igual para unas pocas que para el salón lleno.
El muchacho se rascó la cabeza.
―Sólo he visto a dos, pero uno parece ser el asistente del otro ―Paul lo pensó un poco―. El jefe tiene uno de esos trajes que valen nuestro salario de un año y daba miedo.
Se produjo otra pequeña conmoción que les valdría ganarse un sermón del gerente.
Solo Kagura se le acercó a Kagome.
― ¿No te da curiosidad verlos? Quizá viendo la cara del jefe puedas descubrir el tipo de sabores que le gustan ―fue Kagura quien se le acercó a Kagome.
―Es que…―dudó la joven.
Pero Kagura no había venido a preguntar. Cogió la mano de Kagome y prácticamente la arrastró hacia el ascensor para tomar camino hacia el lobby.
―Es que…no creo que sea correcto que vayamos ahora ¿si nos descubre el señor Donald? ―Kagome estaba preocupada que el gerente que la detestaba se diera cuenta de su pequeña fuga.
Pero Kagura estaba determinada.
―Tsubaki está ocupada con él en este momento ―rió Kagura empujando a Kagome al ascensor―. Quiero ver la cara del CEO por si lo conozco.
― ¿Conoces a un CEO?
―Bueno, de conocer conocer…pues no, pero estoy al día con todas las revistas y páginas de chismes de todas las personalidades de Manhattan así que es como si conociera a una celebridad.
Eso era verdad ya que Kagura era una gran consumista del hervidero del jet set neoyorkino como si saber algo de ese mundo la acercara más a ellos.
Cruzaron el pasillo y ambas mujeres quedaron ocultas tras el enorme pilar que daba hacia el lobby.
Kagome tenía mucho miedo de ser descubierta y miraba hacia atrás. Era Kagura quien estudiaba a los hombres del salón.
Solo estaban tres personas.
El viejo gerente del hotel y dos sujetos con traje.
Uno estaba sentado bebiendo un café Starbucks. Estaba guapo y elegante pero los inquisidores ojos de Kagura enseguida lo detectaron como alguien de jerarquía inferior al imponente sujeto que estaba de espaldas y con las manos en los bolsillos.
Por el espectacular porte deducía que ese era el CEO.
―Acabo de ver al CEO ―susurró a Kagome, quien se acercó a mirar.
― ¿Ese? ―la joven pestañeó―. Nunca había visto a un hombre tan bien vestido en persona.
―Y nunca lo verías salvo que seas la sirvienta ―se burló Kagura.
En ese momento, el impresionante sujeto giró revelando su rostro.
La revelación fue impactante y Kagura lanzó un pequeño chillido de sorpresa.
― ¡Esto es increíble! Ese hombre es uno al que pensé sólo vería en revistas, es nada menos que el mismísimo Bankotsu Anderson, uno de los hombres más ricos de Manhattan…y todo un galán. Lo llaman el "señor de la Quinta Avenida" porque vive en esa zona ―Kagura parecía estar parafraseando a uno de los programas de chismes que tanto adoraba. Tenía los ojos brillantes de la emoción.
Kagura siguió describiendo embelesada otros datos sacados de sus revistas favoritas y no se había percatado del estado de Kagome.
Ella también lo había visto y para su desgracia, también reconocido. Y no por haber visto alguna revista.
Ella lo conocía de mucho antes.
Bankotsu Anderson.
Habían pasado diez años, pero, aunque su memoria alcanzó a sepultar mucho de sus recuerdos, lo cierto es que estos simplemente se desenterraban.
Bankotsu Anderson fue el bullie de su adolescencia.
Y también su primer amor.
CONTINUARÁ
Hola hermanitas, aquí tenemos nueva historia. He estado muy ausente, han pasado muchas cosas, pero aquí estamos y tengo muchas ganas de compartirles esta historia de amor contemporáneo ubicado en Manhattan porque sé que a muchos les agradó la última.
Sin más, les envío un enorme abrazo.
Paola.
