Sentado en uno de los extremos del sofá, Squall pasaba las hojas de uno de los diez legajos que componían el grueso del expediente sobre el proceso contra el capitán Lang. Sus ojos volaban transversalmente sobre el texto, deteniéndose brevemente en cada epígrafe, en una rápida búsqueda.

Pruebas. Prueba de cargo número uno. Admitida. Prueba de cargo número dos. Admitida… Prueba de cargo número 16. Admitida. Prueba de cargo número 17. Desestimada. Prueba de cargo…

Pasando rápidamente dos hojas, continuó. Testimonio de cargo número ocho. Desestimado. Testimonio de cargo número nueve, estimado. Testimonio de cargo número…

Más hojas hacia adelante: Testimonio de descargo número uno.

No había más testimonios de descargo que el realizado por la Segundo de a bordo Sharon Lewis. Desestimado.

Squall siguió pasando hojas.

-Desde un punto de vista técnico, ¿algo te ha llamado la atención? -preguntó, sintiendo la futilidad de su búsqueda como lo que realmente era: una pérdida de tiempo. Levantó la mirada de la carpeta que sostenía abierta entre sus manos y sus ojos se encontraron con los de su esposa, que ocupaba el extremo opuesto del sofá.

-No –Rinoa dejó el libro que estaba leyendo sobre su regazo y sacudió la cabeza para dar más énfasis a su negativa-. El juicio fue formalmente impecable.

-¿Incluso limitando el derecho del acusado a defenderse durante el proceso? –insistió Squall. Ése había sido el único punto débil que hasta el momento había encontrado en todo ese turbio asunto.

-Técnicamente su derecho no fue limitado –le desencantó Rinoa-. El capitán Lang se defendió por escrito, aconsejado por sus abogados. Simplemente no se consideró necesario que se pronunciara ante el tribunal durante la fase de alegaciones porque las pruebas en su contra eran muy contundentes. Además el procedimiento marcial no es tan garantista como el civil y se puede prescindir de la fase de alegaciones sin comprometer los derechos del reo ni el principio de tutela judicial efectiva. ¿Por qué te continúa interesando tanto este asunto?

-No lo termino de ver claro. –Squall se frotó los ojos en un gesto de cansancio y frunció el ceño ante las cejas enarcadas de Rinoa, que le exigían que elaborara más su respuesta-. Aunque los demás no estén de acuerdo, considero que este caso tiene implicaciones negativas para nosotros. Y tengo la impresión de que alguien ha presionado para favorecer sus propios intereses. Pero no me preguntes quién ni qué intereses son esos, porque no tengo ni idea.

Sin embargo, tenía que reconocer, aunque solo fuera ante sí mismo, que sí que tenía una lista de plausibles en mente, conformada por los sospechosos habituales.

-Ese "los demás", ¿a quién incluye? –se interesó Rinoa.

-Cid Kramer. Fredrik Vaughn –el único asesor jurídico del Jardín que además era un SeeD de rango A. Quizás esa fuera la razón por la que Squall se dignaba a consultarle, barruntó Rinoa para sus adentros mientras asentía ante ambos nombres - Shu y Guthrie –Rinoa fue incapaz de disimular su gesto de sorpresa ante la última mención.

-¿En serio consultas materias de semejante calibre con Guthrie? ¿Alistair Guthrie? –inquirió, encontrándose con un rostro impenetrable como única respuesta- ¿Y prestas la más mínima consideración a lo que te dice o simplemente lo haces para perder tu tiempo y el suyo?

Solo se le ocurrían dos opciones que pudieran justificarlo: o bien Guthrie era algún tipo de super-SeeD con un talento especial para mostrarse ante el mundo entero como el peor SeeD de la historia, o bien Squall le consultaba para hacer lo contrario a lo que le dijera. Fuera lo que fuera, Rinoa no sabría la verdad hasta que Squall decidiera compartirla con ella y si algo le habían enseñado los años que llevaban juntos era que su esposo tenía sus tiempos, y que si no los respetaba, la convivencia podía enrarecerse hasta límites insoportables.

-A lo mejor puedo ayudarte con eso que no terminas de ver claro –apuntó Rinoa, apartando a Guthrie y su molesta sonrisa obsequiosa de su mente-. Hace tiempo ya que tengo una teoría al respecto.

Levantándose, se acercó a Squall y le quitó la carpeta de las manos, depositándola suavemente sobre la mesita de café. Luego apartó a un lado el resto de carpetas y folios que cubrían el sofá y tomó asiento cerca de él.

-Escucha, –comenzó-, hay tres elementos esenciales que definen la existencia de un Estado a nivel internacional –alzó la mano y comenzó a levantar dedos-: el territorio, el gobierno y la población. En este contexto la población se define como el conjunto de personas sobre las que el Estado puede ejercer su soberanía. Ahora, pensemos durante un momento en los Jardines.

Internalizando un suspiro de cansancio, Squall dejó reposar su cabeza en el respaldo del sofá, sin perder de vista a Rinoa. Después del largo día que había padecido, con reuniones con tres de los miembros del Consejo que más aborrecía, una sesión de bronca a los cadetes de los cursos superiores por su falta de compromiso con el motto del Jardín y todo ello aderezado por la falta de descanso aparejada a su reciente paternidad, no se sentía con ánimos suficientes como para seguir una larga argumentación.

-El Jardín de Galbadia, sito en Galbadia y compuesto prácticamente en su totalidad por efectivos de Galbadia, realiza el 98% de sus misiones en territorio de Galbadia, a pesar de que puede desplazarse, y todas, absolutamente todas ellas las hace a cuenta del gobierno de Galbadia. Del Jardín de Trabia podremos afirmar algo semejante muy pronto: en cuanto vuelva a estar operativo, probablemente se dedicará a su territorio y a cumplir las órdenes de su principal financiador: el gobierno de Trabia, que, como todos sabemos, últimamente se desenvuelve en términos más que amistosos con el gobierno de Galbadia. Ahora, bien, tenemos aquí el simpático Jardín de Balamb, que es, con diferencia, el más problemático de los tres.

Squall hubiera soltado un resoplido ante una obviedad que le tocaba vivir y padecer a diario, pero se limitó a asentir y a mantener una expresión neutra. Mostrar emociones exigía esfuerzo por su parte y no estaba de humor para tomar parte en la conversación ni siquiera a un nivel fático.

-Balamb es una región pequeña, con un PIB demasiado bajo como para sostener por sí mismo las necesidades del Jardín. Desde incluso antes de que los Jardines se movieran, los SeeDs de Balamb han aceptado misiones por todo el globo. Ahora que el Jardín se mueve, parafraseando a nuestro dilecto Director Caraway, somos "molestamente ubicuos". Por lo visto, todos sus esforzados intentos para "plantar" de forma permanente el Jardín en algún sitio, preferiblemente en un territorio ocupado por Galbadia que todavía no comprenda las ventajas de someterse a su soberanía, se han topado con una tenaz oposición por tu parte.

Rinoa sonrió ante la ceja que Squall arqueaba con cierta desgana y le dio un toquecito cómplice en la pierna. Desde luego, él no utilizaría las palabras "oposición tenaz" para calificar su postura. Simplemente no hacía ni caso a unas sugerencias, pues no habían pasado de ser sugerencias veladas y torpes tanteos por parte de algunos miembros del Consejo, que consideraba contrarias a los intereses del Jardín.

E ignorar, en el lenguaje político y diplomático, era un concepto distinto a oponer, ¿verdad? Seguía estando demasiado cansado como detenerse a rumiar semejantes cuestiones.

-El Jardín de Balamb está financiado por todo el mundo, -continuó Rinoa- sus SeeDs se mueven por todo el mundo, acepta misiones de todo el mundo y no está sometido a ningún gobierno, pese a las presiones que el sector de Galbadia ejerce en su Consejo. Sin embargo, la necesidad de financiación sí que genera una dependencia del Jardín con dos estados: Esthar y Galbadia. De esos dos, ¿cuál está obsesionado con extender su soberanía sobre todo y todos? ¡Bingo! Nuestra primera conclusión es: Al gobierno de Galbadia no le gusta el Jardín de Balamb, porque, a pesar de todos sus intentos, sus SeeDs no se dejan "comprar" como "ciudadanos".

Rinoa se inclinó y cogió una de las carpetas. En su portada destacaba el número del proceso y el nombre del capitán Lang.

-Y nos acercamos ahora al quid de la cuestión –dio unos toquecitos en la portada, sobre el nombre del capitán-. Hay algo que irrita todavía más a Galbadia que la semi-independencia del Jardín de Balamb. Y esto es: la completa independencia de los SeeDs Blancos.

La pieza encajó en el cerebro de Squall, que se incorporó levemente, atento a las palabras de su esposa, mientras su mente comenzaba a acelerar considerando las distintas implicaciones.

-Los SeeDs Blancos pasan la mayor parte de su tiempo en aguas internacionales. La única bandera que ondean es la suya propia, no obedecen ni dependen de ningún gobierno. Su barco es sencillo de mantener, en términos relativos. Obtienen la financiación que necesitan cumpliendo misiones en los océanos del mundo, donde Galbadia no tiene competencia alguna, ni la tendrá por mucho que lo intente. Sólo cuentan con 55 efectivos en activo, eso sí, de élite. Durante la guerra fueron una espina clavada constantemente en el costado de Galbadia. Los SeeDs Blancos impidieron que su ejército pudiera aprovisionarse por vía marítima, forzándoles a depender del transporte ferroviario que es fácilmente saboteable.

-No creo que esa palabra exista –señaló Squall. Rinoa frunció los labios y se encogió de hombros, desestimando su apunte.

-Los SeeDs blancos ocultaron y protegieron a Eleone, -continuó-, interceptaron comunicaciones y proveyeron de información clave sobre rutas, suministros, acciones de castigo… incluso intervinieron directamente en las costas.

-Me sorprende que ni siquiera tengas en consideración la posibilidad de que la acusación contra Lang pueda ser real.

-¡Ni por un momento!

-¿Ni con pruebas incontestables de por medio?

-Squall –comenzó la joven, y los ojos del comandante se posaron en sus labios durante unos segundos, deseando súbitamente besarla. Si Rinoa supiera el efecto que causaba en él la forma en que en ocasiones pronunciaba su nombre, no dudaría en sacar el máximo partido de su debilidad-, si de mí se tratara, anularía todos y cada uno de los procesos marciales que tuvieron lugar tras la guerra. "Justicia" y "marcial" son dos términos que nunca deberían ir unidos. Son profundamente contradictorios, desde mi punto de vista.

-En este momento no estoy en condiciones de rebatir semejante generalización, tan flagrantemente exagerada y parcial, como bien se merece. Necesito más horas de sueño.

-Si quieres enzarzarte en semejantes lides conmigo, te espero dispuesta a prestar batalla –sonrió Rinoa con cierto aire de suficiencia-. Pero, regresando a la cuestión que nos ocupa, es un hecho que Galbadia, que hubiera debido ser la nación más castigada tras la guerra que ella misma inició, está saliendo beneficiada y reforzada de muchos procesos. Yo calificaría su rendición de cuentas como meramente testimonial. ¡Ni siquiera se han impuesto límites o controles a su ejército, a su industria armamentística o a los derechos sobre los territorios de los que se apropió durante el conflicto!

-Es lo que tiene el hecho de que la llamada Guerra de la Bruja, tenga una bruja a la que culpar por todo lo que pasó –señaló Squall-. Permíteme recordarte que ese, precisamente, fue el argumento del que nos servimos para conseguir el indulto para Seifer.

-Lo sé –asintió Rinoa, entrecerrando los ojos- pero eso no significa que tenga que gustarme. Squall –la voz de la joven bajó unas octavas, adquiriendo un tono de que era a partes iguales de preocupación y de advertencia-, Caraway necesita quitarte del medio. Eres un estorbo para los planes de Galbadia de hacerse con el control de todos los Jardines. El capitán Lang fue el primero, y les ha salido bien. Tú eres el siguiente. No lo olvides.

Levantándose del sofá, la joven comenzó a apilar los papeles en un ordenado montón sobre la mesita. Cuando se movió para ayudarla, la visión de Squall se emborronó ligeramente por los bordes antes de estrecharse en un efecto túnel que le produjo náuseas. Tuvo la sensación de que su conciencia abandonaba su cuerpo, y dejó de percibir sus movimientos como propios mientras se levantaba del sofá y le tendía a Rinoa un grupo de carpetas. Su punto de vista de la escena había cambiado a una posición exterior, como si fuera un espectador y no uno de sus actores principales.

La sensación de incomodidad y las advertencias que le enviaba su cerebro de que algo no iba bien con la forma en que sus sentidos físicos le transmitían información le hubiera alarmado, si no fuera porque era algo en lo que ya tenía experiencia.

"Eleone" llamó "¿por qué me muestras esto ahora?"

La voz de su hermana resonó en su cerebro, sin pasar por sus tímpanos primero.

"Decidí que necesitabas un recordatorio."

Se estremeció, sintió el temblor de sus músculos y nuevamente una fuerte sensación de vértigo. Su cerebro se empeñaba en decirle que su cuerpo no estaba en la posición en la que sus ojos le decían que se encontraba, y que no se movía por el salón de su casa. ¿Dónde estaba realmente?

"¿Por qué?" el tono de angustia en la voz de Eleone le hizo sentir como si la mujer estuviera chillándole directamente en el cerebro "Si sabías que era inocente, ¿por qué no actuaste?"

"No era mi problema" trató de contestar aunque antes de que su pudiera dar forma a su respuesta la voz de Eleone retumbó nuevamente en su interior.

"Claro, tu problema era que tu hijo no te dejaba dormir por las noches. ¡Pues ahora Mark Lang sí que es tu maldito problema! Nunca pensé… -una pausa- que fueras así, Squall."

"No soy ningún héroe, Eleone. Nunca he pretendido ser uno."

"¡Hipócrita! Te refocilas en la aprobación y la admiración de los demás igual que un cerdo se revuelca en el fango. El respeto, la deferencia, la admiración que recibes, halagan tu vanidad."

Squall, poco acostumbrado a la comunicación mental, trató de responder físicamente por puro instinto, pero su mandíbula, su lengua y sus labios no respondieron a sus órdenes. Sentía frío. Y dolor, un intenso dolor.

"No eres la persona que yo creía que eras. ¡Qué gran decepción has resultado ser para mí! ¡Y qué gran desilusión para Laguna!"

"Siento no estar" soltó Squall entre unos dientes que castañeteaban incontroladamente "a la altura de…"

"¿A la altura de tu padre?" completó Eleone con impaciencia "¡Jamás! Laguna actuó y tomó decisiones movido por su amor a los demás. Nunca lo comprenderías."

"…de tus estúpidas expectativas." terminó.

Un manto blanco ocupó su visión. Gritos, gruñidos, detonaciones y el seco ruido de golpes inundaron sus oídos y sintió en su cuerpo las vibraciones transmitidas por el suelo al sacudirse bajo el peso de alguna criatura enorme.


.

-¡Buenos días, Bello Durmiente! –saludó Zell en un tono alegre y desenfadado, como si no estuviera en medio de un combate.

-¡Ya era hora, joder! –soltó Seifer- ¡Mueve el culo, Leonhart! ¿O acaso se te ha quedado congelado?

El comandante hizo un movimiento para incorporarse pero, con la cabeza todavía ocupada por los ecos de la voz de Eleone y con la visión residual del salón de su apartamento, acabó cayendo sobre la nieve con la cara por delante. Con un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que no estaba en peligro inmediato, Zell se inclinó para tratar de ayudarle.

Con un gruñido que trataba de disimular una palabrota, Seifer dejó en manos de Quistis y de Selphie al Seisojos que trataba de acercarse a los civiles, y se unió a Irvine para mantener a raya al catoblepas que amenazaba con desayunarse al comandante.

-¡No le des la espalda a la criatura, Dincht! –bramó Seifer, iniciando una carga.

Escuchó un grito de advertencia justo antes de que un proyectil pasara silbando cerca de su cabeza y se tiró al suelo, abortando su ataque en el mismo momento en que la ráfaga completa que acompañaba al tiro impactaba de lleno contra el catoblepas, abriendo grandes heridas en su coraza y provocando un rugido de dolor que hizo chillar a algunos de los niños. Munición iónica. Genial.

-¡Hijo de puta! –le espetó a Irvine, que recargaba su rifle a toda velocidad. Con una mano tanteó rápidamente su oreja para asegurarse de que continuaba en su sitio.

-¡Sal de mi línea de tiro, gilipollas! –respondió el francotirador, llevándose de nuevo el rifle al hombro.

Rodando a un lado para evitar la nueva andanada, Seifer se encontró al lado de Squall, pálido y temblando de frío tras haber yacido durante sus largos diez minutos entre la nieve.

-¿Tienes a Leviatán? –afirmó más que preguntó el comandante, centrando una intensa mirada en él, exagerando el simple acto de mirarle como si tuviera problemas para enfocarle -¡Ínvocalo!

-Para qué me habré acercado… -refunfuñó Seifer, que prefería el combate cuerpo a cuerpo antes que las invocaciones, por muy destructivas que pudieran llegar a ser- En fin… -suspiró comenzando la invocación.

A su lado, Squall hizo un nuevo intento de incorporarse, pero, soltando el sable pistola que acababa de recoger, se llevó ambas manos a la cabeza antes de desplomarse nuevamente.

-¿Leonhart? –llamó Seifer, sorprendido- ¡Eh! –insistió dándole un toque con el pie en las costillas, mientras trataba de dividir su atención a partes iguales entre el monstruo al que Zell mantenía a raya in extremis, la invocación que estaba realizando, la dichosa línea de tiro de Irvine y el comandante tirado sobre la nieve- ¿Estás vivo, tío? ¡Joder!

Poniendo fin a la invocación antes de poder terminarla, se dejó caer de rodillas junto a Squall y, sujetando sus hombros, le dio la vuelta. Inconsciente de nuevo, pensó, sacándose un guante con la ayuda de los dientes para buscar el pulso en el cuello del comandante. Sus fríos dedos localizaron un latido acelerado e irregular y Seifer dejó escapar una nueva maldición. Eleone otra vez, seguramente, y eso significaba que este era el cuarto "viaje" de Squall en la última hora, y el séptimo en lo que llevaban de mañana.

-No voy a envidiar el maldito dolor de cabeza que vas a tener cuando despiertes.

-¡Atento, Seifer! –le llegó la advertencia de Zell en medio del caos reinante de gritos, gruñidos y rugidos.

Y levantó la mirada justo a tiempo de ver la cola del catoblepas realizando un violento barrido a nivel del suelo, con Squall y con él justo en mitad de su trayectoria.

"Sí. Ser un SeeD a veces es una mierda".

Fue su último pensamiento coherente mientras se lanzaba a cubrir el cuerpo de Squall con el suyo.


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El Jardín del Mar surcaba las olas impulsado por unos motores forzados hasta su máxima potencia. Squall plantó los pies firmemente sobre la cubierta, ignorando el agua salada que le rociaba de arriba abajo cada vez que la nave brincaba y descendía sobre la superficie del océano, mientras sus ojos buscaban puntos de referencia en la línea de costa.

-¡Paralelos a la costa! ¡Mantened el rumbo! ¡Isaac, más paralelo, hombre, préstale atención a la pantalla y mantén la distancia hasta que dé la señal! –bramó.

Su mirada se fijó en los números que cambiaban a toda velocidad en su dispositivo de muñeca, mientras el sistema geolocalizador actualizaba constantemente los datos de su posición. Hacía al menos diez minutos que resultaban visibles para las fuerzas de Galbadia, y 3 minutos desde que habían entrado en el radio de alcance de sus baterías, si es que se daba el improbable caso de que el regimiento allí apostado contara con algún tipo de sistema de defensa contra ataques marítimos. Su apuesta había sido que no, y parecía haber dado en el blanco, dado que todavía no habían recibido ningún disparo.

Pero pronto estarían dentro del alcance de armas más convencionales. Su única opción para evitar ser masacrados antes incluso de poner un pie en tierra era irrumpir con el Jardín del Mar en la playa a una velocidad suficiente como para evitar la mayoría de los proyectiles y confiar en que el casco de la nave resistiera el impacto. Volviéndose hacia su derecha, hizo un asentimiento a su segundo de a bordo antes de realizar la señal de cambio de rumbo al timonel.

-¡Atención todos! –gritó Sharon con toda la potencia de sus pulmones- ¡Impacto en diez segundos! –el barco viró bruscamente y la mujer perdió el equilibrio y se golpeó contra una de las barandillas que rodeaban el puente.- ¡Nueve! ¡Ocho!...

"¡Ya basta, Eleone!"

-¡Cinco! ¡Cuatro!...

Un fuerte y súbito dolor en el pecho cortó su respiración, y con un quejido el capitán se inclinó hacia adelante, agarrándose fuertemente a la barra de metal.

-¡Tres! –su movimiento no había pasado desapercibido para su segundo que le miraba sin disimular su alarma mientras continuaba con su cuenta atrás- ¡Dos! –la mujer extendió una mano en su dirección.

Era ridículo. Su estado de salud era excelente, pero el dolor sordo en su pecho aumentó de intensidad, sus rodillas cedieron y golpearon la cubierta con un ruido seco.

-¡Uno!

"¡Eleone!"

El Jardín del Mar impactó contra el fondo arenoso y continuó su rápido avance, remontando la línea de playa y abriéndose paso entre árboles dispersos hasta irrumpir en una de las avenidas principales, llevándose por delante la barricada que habían levantado los soldados de Galbadia para bloquear el acceso a la costa. El capitán y su segundo salieron despedidos hacia atrás, golpeando la pared de la cabina, pero ambos se reincorporaron rápidamente y aprestaron sus armas, preparados para el inminente combate. Squall asistió a los hechos desde la distancia, separado ya de la conciencia del capitán de los SeeDs Blancos.

"¿Qué ha pasado? ¿Qué le ha pasado a Mark?" –exclamó Eleone angustiada.

Sintiendo cierto alivio desde que había abandonado el cuerpo del capitán, pero notando todavía una persistente sensación de dolor en el pecho y una presión que dificultaba su respiración, Squall comprendió.

"No es él, soy yo, maldita sea. ¡Déjame regresar, Eleone!"

No oyó nada más. La conexión se cortó bruscamente y volver a tomar conciencia de su propio cuerpo resultó tan traumático que a punto estuvo de resistirse a ello.


.

-Vamos, Squall, ¡vamos!

El comandante boqueó, tomando aire en una brusca inhalación. Trató de incorporarse, pero se encontró con que Zell se encontraba a horcajadas sobre él, con ambas manos sobre su pecho. El experto en lucha cuerpo a cuerpo del grupo sonrió ampliamente y, enganchando una de sus manos bajo su hombro, le ayudó a incorporarse hasta quedar sentado sobre la nieve.

-Eso está mejor. Respira, tío, respira –le animó Zell, dándole palmaditas aquí y allá para sacarle la nieve de encima.

Todavía aturdido, Squall dirigió la mirada hacia Seifer, que yacía a su lado soltando quedas palabrotas mientras se lanzaba a sí mismo un conjuro de curación de bajo nivel, pero las manos de Zell en su cara, obligándole a torcer el cuello para poder comprobar la reacción de sus pupilas, devolvieron su atención al artista marcial.

-Squall, la situación se está saliendo de madre –tres largos arañazos todavía sangrantes cruzaban el tatuaje de su cara, y una de las mangas de su cazadora había sido arrancada desde el hombro, dejando al descubierto el tejido rasgado del aislante térmico que todos llevaban bajo la ropa-. Te necesitamos.

Un chillido agudo, acompañado de diversas exclamaciones de alarma, llegó a sus oídos, puntuado por la advertencia de Quistis.

-¡Han entrado en contacto con los civiles!

Zell se puso en movimiento de inmediato, dejando a los dos especialistas en sable pistola para que se las compusieran como buenamente pudieran, sin sus armas, advirtió Squall tras una rápida inspección visual a su alrededor.

Poniéndose en pie sobre piernas todavía inseguras, el comandante trató de hacerse una idea de la situación lo más rápidamente posible. Seifer continuaba en el suelo, el grueso del combate se había desplazado hacia la posición de los civiles, que los SeeDs trataban de proteger con un círculo defensivo, aunque carecían de efectivos suficientes para abarcar el perímetro necesario. El número de criaturas hambrientas que se habían congregado era demasiado alto como para tratar de hacer una cuenta exacta pero Squall estimó que rondarían las dos docenas entre las que acorralaban a los SeeDs y las que yacían muertas en el suelo.

-En pie, Seifer –ordenó secamente, alejándose unos pasos para recuperar a Hyperion de entre la nieve. Un brillo azul le permitió localizar su Lionheart a escasa distancia. Las punzadas de dolor en su cabeza cuando se inclinó a recoger el sable pistola le provocaron una oleada de náuseas y estuvo a punto de irse nuevamente al suelo. Sobreponiéndose a base de fuerza de voluntad regresó junto a Seifer- ¡Muévete de una vez! –exclamó irritado al ver que el otro no se había movido de donde estaba.

-Que te den por el culo, cabrón –fue la apagada respuesta.

Arrodillándose junto a él, Squall utilizó un conjuro de Libra para escanearle, sin encontrar estados alterados ni niveles alarmantemente bajos de vitalidad.

-¿Cuál es el problema? –preguntó, sin disimular la urgencia en su voz. Uno de los bengales que acorralaban al grupo, dejó el cerco para ventear el aire en su dirección- ¡Seifer!

-La espalda… -contestó éste- No me puedo levantar.

Soltando una maldición, Squall apartó apresuradamente las capas exteriores de ropa que cubrían a su compañero. Levantando la camisa térmica encontró un gran hematoma, con una amplia variedad de colores que indicaba un avanzado estado de curación, en la parte baja de su espalda. Apresuradamente, pero con cuidado de no infligir daño, tanteó la columna, vértebra a vértebra.

-¿Tienes sensibilidad en las piernas? –preguntó.

Seifer soltó un gruñido afirmativo.

-Es… sólo… que –una inhalación de dolor cuando los dedos de Squall encontraron la inflamación entre dos vértebras- no me… puedo… poner de p…

-Has tenido suerte, no hay nada roto. El conjuro que empleaste contuvo la hemorragia, pero la inflamación sigue ahí –apuntó Squall, enderezándose mientras rebuscaba apresuradamente en el interior de los múltiples bolsillos de su cazadora.

-Ya se me… había ocurrido a mí, Comandante Obvio –apuntó Seifer-. Joder… duele a rabiar.

-Toma.

Squall le tendió el único elixir del que disponía, pero antes de que Seifer pudiera asirlo, el comandante, que dividía su atención entre el herido y el desarrollo del combate, vio que el mismo bengal de antes retrocedía con la pierna de uno de los niños más pequeños firmemente sujeta entre sus fauces. El niño estaba tan asustado que ni siquiera gritaba, pero sus ojos llorosos se encontraron con los de Squall, aterrados y llenos de desesperanza.

La preciosa cápsula cayó entre la nieve, confundiéndose en ella con su color blanco. Seifer soltó una muy sentida maldición y trató de recuperarla, pero Squall no se permitió el lujo de ayudarle a encontrarla, y se incorporó de golpe, centrando toda su atención en alcanzar al monstruo antes de que se perdiera entre los árboles.

Y entonces, cuando se encontraba a escasos metros de la bestia, sintió una sensación de ligereza en la cabeza, su visión comenzó a difuminarse, y dio un largo traspié sobre la nieve, logrando mantener el equilibrio a costa de una buena dosis de reflejos.

-¡No! –exclamó, viendo como el bengal alcanzaba la relativa seguridad de los árboles. Los ojos del niño no se apartaron de los suyos y su boca se movió en una silenciosa petición de auxilio. Squall se movió para dar un paso y el mundo entero osciló bajo sus pies- ¡Ahora no! ¡Eleone!

Cayó de lado sobre la nieve y su visión pasó del blanco al negro sin atravesar ningún estadio intermedio. En su mente, escuchó la voz de la mujer.

"Cumple tu promesa"