Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 46
Todo empezó con una llamada de teléfono.
—Hola, Bella, soy el inspector Hawkins. ¿Puedes acercarte un momento a la comisaría para que charlemos?
—Claro —le había dicho Bella—. ¿Sobre qué?
—Sobre el episodio del podcast que publicaste hace un par de días, el que trata del caso de Neil Prescott. Me gustaría hacerte unas preguntas, eso es todo. Es un interrogatorio voluntario.
Fingió que se lo pensaba.
—De acuerdo. ¿Le parece bien dentro de una hora?
La hora ya había pasado y ella estaba de pie en lugar malo. El edificio grisáceo de la comisaría de Amersham. Un arma se disparó en su pecho y sus manos estaban pegajosas por el sudor y la sangre de Stanley. Bella cerró el coche y se limpió las palmas rojas sobre los jeans.
Había llamado a Edward para contarle dónde iba. Él no le había dicho gran cosa, además de «joder» una y otra vez, pero Bella le aseguró que no pasaba nada, que no entrara en pánico. Era lo que esperaban; estaba indirectamente involucrada en el caso, ya fuera por la entrevista a Jackie o por la llamada al abogado de Mike aquella noche. De eso era de lo que iban a hablar, y Bella sabía perfectamente cómo interpretar su papel. Estaba en las afueras de ese asesinato. Era un personaje periférico. Hawkins solo quería su información.
Y ella iba a pedirle algo a cambio. Esa podría ser la oportunidad: la respuesta a la pregunta que no podía soltar, la resaca que perseguía cada pensamiento. El momento en el que Bella sabría si lo habían conseguido o no, si el truco que habían llevado a cabo para retrasar la hora de la muerte había funcionado. En caso afirmativo, era libre. Sobreviviría. Nunca había estado allí y no había matado a Neil Prescott. Si no había salido bien… Bueno, no merecía la pena pensar en eso ahora. Bloqueó ese pensamiento en el lugar oscuro de su mente y entró en la comisaría.
—Hola, Bella. —Sue, la agente de detención, le sonrió desde detrás del mostrador de recepción—. Me temo que no hay nadie —la informó, removiendo entre una pila de papeles.
—El inspector Hawkins me ha llamado y me ha pedido que venga —respondió Bella, metiéndose las manos en los bolsillos de atrás para que Sue no viera cómo le temblaban.
«Relájate. Tienes que relajarte». Podía desmoronarse dentro, pero sin que nadie lo viera.
—Ah, vale. —Sue retrocedió—. Entonces voy a avisarle de que estás aquí.
Bella esperó.
Vio a Dora, una agente a la que conocía, pasar rápidamente por recepción. Se detuvo un segundo para intercambiar unos «hola» y «¿qué tal?» rápidos. Esta vez, Bella no estaba cubierta de sangre, al menos no de la que se ve.
Mientras Dora se marchaba por el fondo, otra persona entró por la otra puerta. El inspector Hawkins, con el pelo hacia atrás y la cara más pálida de lo habitual, más gris, como si hubiera pasado mucho tiempo en ese edificio y estuviera absorbiendo su color, haciéndolo suyo.
No debía de haber dormido demasiado desde que habían encontrado el cuerpo de Neil.
—Hola, Bella. —Le hizo un gesto y ella lo siguió.
Pasaron por ese mismo pasillo. Del lugar muy muy malo al lugar aún peor. Caminando de nuevo sobre sus propios pasos, pero, esta vez, Bella era la que tenía el control, no aquella chica asustada que acababa de enfrentarse por primera vez a la muerte. Y puede que Hawkins la estuviese llevando a la sala de interrogatorios 3, pero, en realidad, era él quien la seguía a ella.
—Siéntate, por favor. —El inspector le señaló una silla mientras él se sentaba en la suya.
En el suelo, al lado de él, había una caja abierta con un montón de archivos dentro y una grabadora esperando sobre la mesa metálica.
Bella se sentó en el borde de la silla y asintió, esperando a que él empezara.
Pero no lo hizo. Simplemente se quedó mirándola, y al movimiento rápido de sus ojos.
—Pues nada —dijo Bella, carraspeando—. ¿Qué me quería preguntar?
Hawkins se inclinó hacia delante y cogió la grabadora mientras se crujía el cuello.
—Sabes que, aunque sea voluntario y solo queremos que nos ayudes con nuestra investigación, tengo que interrogarte bajo advertencia y grabar nuestra conversación, ¿verdad? —Buscó su cara con la mirada.
Sí, lo sabía. Si creyeran que ella tenía algo que ver con el caso, la habrían arrestado. Ese era el procedimiento estándar, pero él tenía una mirada extraña, como si quisiera asustarla. No tenía miedo, ella estaba al mando de la situación. Asintió.
Hawkins pulsó el botón.
—Soy el inspector Hawkins interrogando a Isabella Swan-Black. Son las 11.31 del martes 25 de septiembre. Este interrogatorio es voluntario, en relación con la investigación de la muerte de Neil Prescott y puedes marcharte cuando quieras, ¿entendido?
—Sí —dijo Bella, dirigiendo la voz hacia la grabadora.
—No tienes que decir nada, pero, más adelante, en el juicio, puede que tu defensa se vea perjudicada si no hablas ahora. Cualquier cosa que digas puede ser utilizada como prueba. —Hawkins volvió a ponerse recto en lasilla, que crujió—. Muy bien —dijo—. He escuchado el avance de la nueva temporada de tu podcast, al igual que cientos de miles de personas.
Bella se encogió de hombros.
—Pensé que igual les vendría bien para el caso. Teniendo en cuenta que me necesitaron para resolver los anteriores. ¿Por eso quería hablar conmigo? ¿Necesita mi ayuda? ¿Quiere darme una exclusiva?
—No, Bella. —El aire silbó entre sus dientes—. No necesito tu ayuda. La investigación está activa, se trata de un homicidio. Ya sabes que no puedes interferir ni publicar información relevante en internet. La justicia no funciona así. Los estándares periodísticos también se te aplican a ti. Hay quienes podrían ver esto como rebeldía.
—No he publicado ninguna «información relevante», solo era un avance —se defendió ella—. Aún no tengo ningún detalle del caso, aparte de lo que dijo usted en la rueda de prensa.
—Has publicado una entrevista con una tal… —Hawkins miró sus notas— Jackie Miller, en la que especulas sobre quién puede haber matado a Neil Prescott —dijo él, abriendo los ojos como si hubiera ganado un tanto.
—No he publicado la conversación entera —puntualizó Bella—, solo las partes más interesantes. Y tampoco he dicho el nombre de la persona de la que hablamos. Sé que puede afectar a un posible juicio. Sé lo que estoy haciendo.
—Podría decirse que el contexto dejó bastante claro de quién estaban hablando —dijo Hawkins, agachándose hacia la caja llena de archivos. Se volvió a incorporar con un montón de papeles en la mano—. Después de escuchar el avance, yo mismo hablé con Jackie, como parte de nuestra investigación. —Sacudió los papeles y Bella reconoció la transcripción de un interrogatorio. Lo dejó sobre la mesa y pasó algunas hojas—. «Creo que había bastante resentimiento entre Mike Newton y Neil Prescott». —Leyó en voz alta—. «En el pueblo se escuchan muchos rumores sobre la relación que tenía con la muerte de Sid… Y, desde luego, era evidente que a Mike tampoco le caía bien Neil… Había mucha rabia. Fue muy violento, nunca había vivido una situación así con dos clientes. Y, como dijo Bella, ¿no es preocupante que eso ocurriera dos semanas antes de que asesinaran a Neil?». —Hawkins terminó de leer, cerró la transcripción y miró a la chica.
—Yo diría que es un primer paso bastante estándar en una investigación—comentó ella sin romper el contacto visual. No sería la primera en apartar la mirada—. Averiguar si ocurrió algo extraño en la vida de la víctima recientemente, buscar posibles personas de interés. Un incidente violento que lleve hasta su asesinato, interrogar a testigos. Disculpe si yo lo he hecho antes.
—Mike Newton —dijo Hawkins, siseando tres veces conforme lo pronunciaba.
—Parece que no es demasiado popular en el pueblo —observó Bella—. Tiene muchos enemigos. Y, por lo visto, Neil Prescott era uno de ellos.
—Muchos enemigos. —Hawkins repitió sus palabras, endureciendo su mirada—. ¿Te considerarías enemiga suya?
—A ver —Bella estiró la cara—, es un violador en serie que se fue de rositas y le hizo daño a algunas de las personas que más me importan. Sí, lo odio. Pero no sé si tengo el honor de ser su peor enemiga.
—Te ha demandado, ¿no? —Hawkins cogió un boli y se dio golpecitos en los dientes con él—. Por difamación, por una declaración y un archivo de audio que publicaste en las redes sociales el día de la lectura del veredicto de su juicio por abuso sexual.
—Sí, esa era su intención —respondió Bella—. Como he dicho antes: un tío de puta madre. Aunque, en realidad, hemos llegado a un acuerdo sin necesidad de juicio.
—Interesante —comentó Hawkins.
—¿Sí?
—Bueno. —Hizo clic con el boli que tenía en la mano, abriéndolo y cerrándolo, y lo único que Bella escuchaba era cinta-cinta—. Por lo que yo sé de tu carácter, Bella, gracias a nuestras innumerables interacciones, diría que me sorprende que hayas decidido llegar a un acuerdo, pagar por lo que hiciste. Pensaba que eras de las que luchan hasta el final.
—Normalmente, lo soy —admitió—. Pero creo que he perdido toda mi confianza en los tribunales y en el sistema judicial, ya sea criminal o civil. Y estoy cansada. Quiero dejarlo todo atrás y empezar de cero en la universidad.
—Y ¿cuándo decidiste aceptar?
—Hace no mucho —respondió Bella—. Este fin de semana pasado, no; el anterior.
Hawkins asintió, sacando otra hoja de papel del archivador que había al principio de la caja.
—He hablado con Marcus Lestrange, el abogado que representa a Mike Newton en el caso de difamación, y me ha dicho que lo llamaste a las 21.41 el sábado 15 de septiembre. Y que en esa llamada aceptaste el trato que te había ofrecido unas semanas antes.
Bella asintió.
—Una hora un poco rara para llamarlo, ¿no? ¿Un sábado por la noche, tan tarde?
—No tanto —explicó ella—. Me dijo que lo podía llamar a cualquier hora. Me había pasado todo el día dándole vueltas y, al final, tomé la decisión. No veía ningún motivo por el que retrasarlo más. Según me dijo, iba a archivar la demanda a primera hora del lunes.
Hawkins asintió a sus palabras, escribiendo algo en la hoja que Bella no podía leer porque estaba al revés.
—¿Por qué me pregunta por la conversación que mantuve con el abogado de Mike Newton? —quiso saber ella, entornando los ojos, confundida—. ¿Eso quiere decir que ha estado investigando a Mike como persona de interés?
Hawkins no dijo nada, pero Bella no necesitaba que lo verbalizase. Lo sabía. Hawkins no tendría constancia de la llamada entre Bella y Lestrange si no supiera que él había llamado a Mike unos minutos después. Y el único motivo por el que podía saber eso era si ya hubiese revisado los registros telefónicos de Mike. Quizá ni siquiera hubiera hecho falta una orden; probablemente Mike hubiese entregado voluntariamente su teléfono, siguiendo el consejo de Lestrange, pensando que no tenía nada que esconder.
Hawkins ya había colocado a Mike en la escena del crimen a la hora en la que Lestrange lo había llamado y más tarde, cuando lo llamaron sus padres; ¿sería una causa suficiente para conseguir una orden de registro domiciliario? ¿Para tomar muestras de adn y compararlas con las que se habían encontrado en la escena del crimen? A no ser que la hora a la que Mike había estado allí no coincidiera con la ventana de la muerte de Neil.
Esto último lo desconocía.
Bella intentó que no se le oscureciera la cara. Miró fijamente a Hawkins con interés, pero tampoco demasiado.
—¿Cuánto conocías a Neil Prescott? —preguntó él cruzándose de brazos.
—No tan bien como usted —contestó ella—. Sabía muchas cosas sobre él, más que conocerlo. No sé si tiene sentido. Nunca tuvimos una conversación propiamente dicha, pero, claro, cuando investigué lo que le pasó a Sid, tuve que interesarme mucho por su vida. Nuestros caminos se han cruzado, pero no nos tratamos realmente.
—Sin embargo, parece que estás determinada a encontrar a quien lo mató, para el podcast.
—Es a lo que me dedico —dijo Bella—. No me hace falta conocerlo bien para pensar que merece que se haga justicia. Parece que los casos en Little Kilton no se resuelven si yo no me involucro.
Hawkins se rio, como un ladrido al otro lado de la mesa, mientras se pasaba la mano por la barba.
—Neil se me quejó después de que lanzaras la segunda temporada del podcast. Dijo que la prensa lo estaba acosando, y en internet también. ¿Crees que se podría decir que no le caías bien? Por eso.
—No tengo ni idea —aseguró Bella—, y no sé muy bien qué relevancia puede tener eso. Aunque yo no le cayera bien, sigue mereciendo que se haga justicia, y yo ayudaré como pueda.
—¿Has tenido contacto recientemente con Neil Prescott? —preguntó Hawkins.
—¿Recientemente? —Bella miró al techo, como si estuviera rebuscando entre sus recuerdos.
Claro que no tenía que buscar demasiado; solo habían pasado diez días desde que había arrastrado su cuerpo entre los árboles. Y, antes de eso, había llamado a la puerta de Neil para preguntarle por Green Scene y el Asesino de la Cinta. Pero Hawkins no podía saber nada de esa conversación. Bella ya estaba indirectamente relacionada con el caso por partida doble. El contacto reciente con Neil era demasiado arriesgado, quizá incluso les proporcionara una causa probable para conseguir una orden para coger muestras de adn de ella, sobre todo por la forma en la que Hawkins la estaba mirando, estudiándola.
—No. No hablé con él. Y mucho menos lo vi por el pueblo. Creo que hace meses —dijo—. Me parece que la última vez que nos cruzamos fue en el aniversario de la muerte de Sid y Billy, ¿se acuerda? Usted también estuvo. La noche que desapareció Jamie Potter.
—¿Esa es la última vez que recuerdas ver a Neil? —preguntó Hawkins—. ¿A finales de abril?
—Correcto.
Otra nota en el papel. El ruido del bolígrafo contra el folio le llegó hasta la nuca. ¿Qué estaba escribiendo? Y, en ese momento, Bella no podía eliminar esa sensación inquietante de que no era Hawkins quien la estaba interrogando, sino la Bella de hacía un año. La chica de diecisiete años que pensaba que la verdad era lo único que importaba, daba igual el contexto, y no había ninguna zona gris agobiante. La verdad era el destino y el trayecto, eso mismo pensaba el inspector Hawkins. Esa era quien estaba sentada delante de ella: su antigua yo contra quienquiera que fuese en quien se había convertido. Y esta nueva persona tenía que ganar.
—El número de teléfono que utilizaste para llamar a Marcus Lestrange—continuó Hawkins, pasando el dedo por una hoja impresa— no es el de tu móvil. Ni el fijo de tu casa.
—No —confesó Bella—. Llamé desde el fijo de una amiga.
—¿Y eso por qué?
—Porque estaba en su casa —dijo Bella—. Y había perdido mi teléfono por la tarde; el móvil, vaya.
Hawkins se inclinó hacia delante con los labios muy apretados mientras pensaba en lo que ella acababa de decir.
—¿Perdiste tu móvil aquel día? ¿El sábado 15?
Bella asintió y luego dijo:
—Sí. —Para la grabadora, impulsada por la mirada de Hawkins—. Fui a correr y creo que se me debió de salir del bolsillo. No lo encontré. Ahora tengo otro.
Otra nota en la hoja, otro escalofrío en la columna de Bella. ¿Sobre qué estaba escribiendo? Se suponía que ella estaba en control, debería saberlo.
—Bella. —Hawkins se quedó callado un instante, rodeándole la cara con la mirada—. ¿Podrías decirme dónde estuviste entre las 21?30 y la medianoche del sábado 15 de septiembre?
Ahí estaba. La última incógnita.
Algo se liberó en su pecho, dejando un poco más de espacio alrededor del corazón, que latía disparos. Una ligereza en los hombros, una soltura en la mandíbula. La sangre en las manos que solo era sudor.
Lo habían conseguido.
Se había acabado.
Mantuvo una expresión neutral, pero le temblaban las comisuras de la boca. Una sonrisa invisible y un suspiro mudo.
Le estaba preguntando dónde había estado entre las 21.30 y la medianoche porque esa era la hora estimada de la muerte. Lo habían conseguido. La habían retrasado más de tres horas y estaba a salvo. Había sobrevivido. Y Edward, y todos a los que había pedido ayuda, también estarían bien. Porque era imposible que Bella hubiera matado a Neil Prescott; estaba en otro sitio completamente diferente.
No podía mostrarse demasiado alegre al decírselo, ni que parecería demasiado ensayado.
—¿Esa es la noche en la que mataron a Neil Prescott? —preguntó, para comprobarlo.
—Así es.
—Pues… fui a casa de mi amiga…
—¿Qué amiga?
—Astoria y Daphne Greengrass —añadió Bella, mirando cómo él tomaba nota—. Viven en Hogg Hill. Fue desde allí desde donde llamé a Marcus Lestrange a las… ¿qué hora había dicho?
—21.41 —dijo Hawkins, con la respuesta preparada en la punta de la lengua.
—Eso, a las 21.41 o por ahí; a su casa había llegado unos minutos antes, así que supongo que a las 21.30 estaría de camino.
—De acuerdo —aceptó—. Y ¿cuánto tiempo estuviste en casa de las Greengrass?
—No mucho —dijo Bella.
—¿No? —La analizó.
—No, estuvimos allí un rato y luego nos entró hambre, así que fuimos a por algo de cenar.
Hawkins garabateó algo más.
—¿Cenar? —dijo—. ¿Dónde fueron?
—Al McDonald's que está en la estación de servicio de Beaconsfield —dijo Bella con una sonrisa vergonzosa, hundiendo la cabeza.
—¿En Beaconsfield? —Mordisqueó el bolígrafo—. ¿Era el sitio más cercano?
—Bueno, era el McDonald's más cercano, que era lo que queríamos.
—¿A qué hora llegaron?
—Um… —Bella lo pensó—. No estuve demasiado pendiente del reloj, más que nada porque no tenía móvil, pero si nos fuimos poco después de que llamara a Lestrange, supongo que llegaríamos sobre las diez pasadas, o así.
—Has dicho que condujiste tú. ¿En tu coche? —preguntó él.
—Sí.
—¿Qué coche tienes?
Bella sorbió por la nariz.
—Un Volkswagen Beetle. Gris.
—Y ¿cuál es su matrícula?
Ella se lo dijo, mirando cómo lo anotaba y lo subrayaba.
—Entonces, llegaron al McDonald's a eso de las diez —resumió él—. ¿No es un poco tarde para cenar?
Bella se encogió de hombros.
—Soy una adolescente, ¿qué quiere que le diga?
—¿Estuvieron bebiendo? —le preguntó.
—No —dijo ella con firmeza—, porque eso habría sido un delito.
—Así es —afirmó él, volviendo a mirar sus notas—. ¿Cuánto tiempo estuvieron en el restaurante?
—Pues un buen rato —dijo Bella—. Pedimos unos menús y nos quedamos allí…, no sé, una hora, hora y media o así, creo. Luego compré un par de helados para el viaje de vuelta. Si quiere puedo mirar en la aplicación del banco a qué hora fue, pagué yo.
Hawkins negó ligeramente con la cabeza. No necesitaba verlo en su móvil, tenía sus propios medios para verificar su coartada. Y la vería en las grabaciones, clara como el agua, de pie en la cola, evitando hacer contacto visual con la cámara. Dos pagos por separado con su tarjeta. Irrefutable, Hawkins.
—Vale, entonces crees que se fueron del McDonald's sobre las once y media, ¿no?
—Yo diría que sí —dijo ella—. Sin comprobarlo.
—Y ¿dónde fuiste luego?
—A casa —respondió ella, bajando las cejas porque la respuesta era demasiado obvia—. Conduje de vuelta a Kilton, dejé a las hermanas Greengrass en su casa y luego volví yo a la mía.
—¿A qué hora llegaste a tu casa?
—Repito, no estaba muy pendiente de la hora, más que nada porque no llevaba el móvil, pero, cuando entré, mi madre todavía estaba esperándome despierta, aunque ya en la cama, así que deberían de ser pasadas las doce, porque me hizo un comentario sobre que era más de medianoche. Íbamos a madrugar al día siguiente.
—¿Y luego? —Él levantó la mirada.
—Y luego me fui a la cama. A dormir.
Cubierta para toda la ventana de la hora de la muerte. Bella lo iba viendo en las nuevas arrugas que aparecían en la frente de Hawkins. Claro que ella podría estar mintiendo, y a lo mejor era eso lo que él estaba pensando.
Tendría que comprobarlo. Pero no estaba mintiendo sobre eso, y las pruebas estaban allí, esperándolo.
Hawkins soltó aire y volvió a pasar el dedo por la hoja. Había algo que no le encajaba, Bella se lo veía en los ojos.
—Pausa en el interrogatorio a las 11.43. —Hizo clic en el botón de stop de la grabadora—. Voy a por un café —dijo, levantándose de la silla y recogiendo los archivadores—. ¿Quieres uno?
No, no le apetecía. No se encontraba bien por culpa de la adrenalina. El nudo del estómago por fin se le estaba deshaciendo, ahora que sabía que había sobrevivido, que había ganado, que Mike había matado a Neil y que no había forma posible de que hubiera sido ella. Pero no se había deshecho del todo; era esa mirada en sus ojos lo que no era capaz de descifrar.
Hawkins esperaba más respuestas.
—Sí, por favor —dijo, aunque no lo quería—. Con leche, sin azúcar.
Una persona inocente habría aceptado ese café, alguien que no tuviera nada que esconder, nada de lo que preocuparse.
—Dos minutos.
Hawkins le sonrió y salió de la sala de interrogatorios. Cerró la puerta detrás de él, y Bella escuchó sus pasos amortiguados por el pasillo. Tal vez fuera a por café, pero seguramente también iba a darle esa nueva información a otro agente, y a decirle que empezara a investigar su coartada.
Bella exhaló y se hundió en la silla. No tenía que fingir, nadie la estaba mirando. Una parte de ella quería taparse la cara con las manos y llorar.
Berrear. Gritar. Reírse. Porque era libre y todo se había acabado. Podría encerrar el terror y no volver a dejarlo salir jamás. Y quizá algún día, dentro de muchos años, incluso se olvidaría de todo, o la vida habría ido desvaneciendo los bordes, haciéndola olvidar la sensación de estar a punto de morir. «Solo una buena vida conseguiría eso», pensó. Una vida normal.
Y, a lo mejor, con suerte, la tendría. Igual se la acababa de merecer.
El teléfono de Bella vibró en su bolsillo, contra su pierna. Lo sacó y miró la pantalla.
Un mensaje de Edward.
¿Qué tal tu día, amor?
Tenían que tener cuidado con lo que se escribían, porque se queda grabado de forma permanente. Ahora, la mayoría de sus mensajes estaban codificados, escondidos entre eufemismos, o simplemente los usaban para concretar una hora para hablar. «¿Qué tal tu día?» en realidad significaba «¿Qué está pasando? ¿Ha funcionado?». Era un lenguaje secreto que habían establecido juntos, como las millones de formas que tenían para decirse «te amo».
Bella abrió el teclado de emojis. Fue deslizando hasta que encontró el pulgar hacia arriba, y se lo envió. Solo eso. Su día iba bien, gracias, eso era lo que podría significar. Pero en realidad significaba: «Lo hemos conseguido. Somos libres, bebé». Edward lo entendería. En ese preciso instante estaría mirando la pantalla de su móvil, soltando una respiración larga, con una sensación física de alivio, desenredándose él también, cambiando la postura en la que estaba sentado en la silla, la forma de sus huesos, la sensación de su piel. Estaban a salvo, eran libres, nunca habían estado allí.
Bella se volvió a guardar el teléfono cuando se abrió la puerta de la sala de interrogatorios. Hawkins entró con dos cafés en las manos.
—Toma. —Le pasó uno a ella. Era una taza del Chelsea.
—Gracias —respondió, agarrando la taza con las dos manos y obligándose a dar un trago pequeño.
Demasiado amargo, demasiado caliente, pero sonrió en agradecimiento.
Hawkins no bebió. Dejó la taza sobre la mesa y la apartó. Volvió a coger la grabadora y pulsó el botón.
—Se retoma el interrogatorio a las… —se subió la manga de la camisa para mirar el reloj— 11.48.
Miró a Bella durante un segundo y ella lo miró a él. ¿Qué más le tenía que preguntar? Ya le había explicado la llamada a Lestrange y le había relatado su coartada, ¿qué más podría necesitar de ella? Bella no podía pensar. ¿Se le había escapado algo? No, todo había ido según el plan, no se le podía haber escapado nada. «Tranquila. Solo bebe, escucha y reacciona». Pero antes tenía que secarse las manos porque la sangre de Stanley había vuelto.
—Entonces —dijo Hawkins de pronto, dando golpecitos sobre la mesa con una mano—, ¿piensas continuar con el podcast, con la investigación?
—Creo que es mi deber, o algo así —respondió Bella—. Y, como usted ha dicho, una vez que empiezo algo, me gusta continuar hasta el final. Soy así de cabezota.
—Ya sabes que no puedes publicar nada susceptible de obstaculizar la investigación, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Y no lo haré, no sé nada. Ahora mismo, lo único que tengo son teorías sin fundamento y antecedentes. Ya he aprendido la lección en lo que a la difamación en internet respecta, así que no publicaré nada sin poner antes «supuesto» o «según una fuente». Y si encuentro algo concreto, vendré a verlo a usted primero.
—Ah —dijo Hawkins—. Te lo agradezco. ¿Cómo grabas las entrevistas?
¿Por qué quería saber eso? ¿O era simplemente una conversación sin importancia mientras esperaba algo? Pero ¿qué? ¿Que su compañero corroborara la coartada? Tardaría horas.
—Un programa de audio —explicó Bella—, o, si es una llamada, tengo una aplicación.
—¿Y utilizas micrófonos cuando grabas a alguien cara a cara?
—Sí. —Bella asintió—. Unos que se enchufan mediante USB al ordenador.
—Qué lista —comentó él.
Bella asintió.
—Un poco más compacto que este trasto. —Bella señaló con un gesto la grabadora.
—Sí. —Hawkins se rio—. Bastante. Y ¿tienes que llevar auriculares cuando le haces una entrevista a alguien? ¿Escucharlo mientras lo grabas?
—Bueno, sí. Me pongo los auriculares al principio para comprobar los niveles del sonido, para ver si la otra persona está demasiado cerca del micrófono o si hay ruido de fondo. Pero no tengo que llevarlos durante la entrevista, normalmente.
—Entiendo —dijo él—. Y ¿tienen que ser unos auriculares especializados para eso? Mi sobrino quiere empezar un podcast y su cumpleaños es dentro de poco.
—Ah, claro. —Bella sonrió—. No, los míos no son especializados, solo unos grandes con cancelación de ruido, de esos de diadema que van sobre las orejas.
—¿Y los utilizas también en tu día a día? —se interesó Hawkins—. Para escuchar música u otros podcasts.
—Sí, claro —dijo ella, intentando entender la mirada en los ojos del inspector. ¿Por qué estaban hablando de eso?—. Los míos se conectan por Bluetooth al teléfono. Vienen genial para escuchar música mientras corro o doy un paseo.
—Entonces están bien para el uso diario, ¿no?
—Sí. —Bella asintió despacio.
—Y ¿tú los usas todos los días? No quiero comprarle algo que no vaya a utilizar, sobre todo si cuestan un dinero.
—Sí, yo los uso continuamente.
—Genial. —Hawkins sonrió—. ¿De qué marca son los tuyos? He estado echando un ojo en Amazon y algunos son escandalosamente caros.
—Los míos son Sony.
Hawkins asintió. Su mirada cambió, parecía que había como una chispa en sus ojos.
—¿Negros? —preguntó él.
—S-Sí —dijo Bella.
La voz se le quedó atascada en la garganta mientras su cabeza volvía atrás, intentando entender qué estaba pasando. ¿Por qué sentía que se le hundía el estómago? Hawkins se había dado cuenta de algo, pero ¿de qué?
—Asesinato para principiantes —dijo Hawkins, remangándose—. Así se llama tu podcast, ¿verdad?
—Sí.
—Es un buen nombre —dijo.
—Tiene chispa —respondió Bella.
—Me gustaría hacerte otra pregunta. —Hawkins se echó hacia atrás en su silla, y metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta—. Me has dicho que no has tenido contacto con Neil Prescott. Al menos desde el funeral en abril, ¿no es así?
Bella dudó.
—Sí.
Hawkins dejó de mirarla y se centró en sus dedos, que rebuscaban en el interior del bolsillo, cogiendo algo grande. Bella se dio cuenta por fin.
—Entonces, explícame qué hacían tus auriculares, los que usas a diario, en la casa de un hombre asesinado con el que no has tenido contacto desde hace meses.
Sacó algo. Una bolsa transparente con una tira roja en la que ponía: «Prueba». Y, dentro de ella, estaban los auriculares de Bella. Totalmente reconocibles, porque tenían la pegatina de APP que Edward le había hecho.
Eran suyos.
Y los habían encontrado en casa de Neil Prescott.
Y Hawkins había conseguido que lo admitiera en la grabación.
