Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 47

El impacto no duró demasiado. El pánico llegó enseguida. Cuajando en el estómago, subiendo por la columna, rápido como las patas de un insecto o los dedos de un hombre muerto.

Bella se quedó mirando sus auriculares dentro la bolsa. No lo entendía.

No, no podía ser. Los había visto la semana pasada, ¿no? Mientras trabajaba en el audio de la entrevista a Jackie. No, no los había encontrado; pensó que Jake se los había vuelto a quitar.

La última vez que los había usado había sido… aquel día. Se los había quitado y los había metido en la mochila antes de llamar a la puerta de Rose.

Y entonces Neil la había raptado.

—¿Son tuyos? —preguntó Hawkins.

Bella sentía su mirada como algo físico sobre su cara, un picor que no podía ignorar. La observaba esperando algo que la delatara. Pero ella no le podía dar nada.

—Se parecen —admitió Bella, hablando muy despacio, con seguridad por encima del pánico y del corazón latiéndole a toda velocidad—. ¿Puedo verlos mejor?

Hawkins le pasó la bolsa y Bella se quedó mirando los auriculares, haciendo como que los estudiaba detenidamente, ganando tiempo para pensar.

Había encontrado su mochila en el coche de Neil. La había comprobado antes de abandonar la escena con Edward y había pensado que llevaba todo lo que había guardado por la tarde. Y así era, menos los auriculares. No había caído en ellos porque habían desaparecido antes. Pero dónde, cuándo…

No. Maldito hijo de mil hienas.

Neil debió de sacarlos. Cuando se marchó y la dejó allí, envuelta en cinta, fue a su casa. Rebuscó en su mochila, encontró los auriculares y se los quedó. Porque eran su trofeo. El símbolo de la sexta víctima. A lo que se aferraría para revivir la emoción de haberla matado. Sus auriculares eran el trofeo de Neil. Por eso los cogió.

Puto enfermo.

Hawkins carraspeó.

Bella lo miró. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Quedaba algo por hacer? Le había pillado una mentira, un enlace directo con la víctima.

Joder.

Joder.

Joder.

—Sí —dijo en voz baja—. Son míos, claro. Tienen la pegatina.

Hawkins asintió. Y entonces Bella comprendió esa mirada en sus ojos, y lo odiaba. La tenía. La había pillado. Había tejido una red que ella no había visto hasta que la había atrapado cortándole la respiración. No era libre, no estaba a salvo, no era libre.

—¿Por qué encontró el equipo forense tus auriculares en casa de Neil Prescott?

—E-e… —Bella tartamudeó—. Sinceramente, no sé qué decirle. No lo sé. ¿Dónde estaban?

—En su habitación —dijo Hawkins—. En el primer cajón de su mesita de noche.

—Pues no lo entiendo —admitió Bella.

Pero no era verdad, porque sabía exactamente por qué y cómo habían llegado hasta allí. Pero no sabía qué otra cosa decir, porque tenía la mente ocupada, el plan se estaba resquebrajando en un millón de trozos que caían ante sus ojos.

—Has dicho que utilizas los auriculares a diario. «Continuamente» —la citó—. No has tenido contacto con Neil Prescott desde abril. Entonces ¿cómo llegaron tus auriculares a su casa?

—No lo sé —respondió, cambiando de postura en la silla. «No, no te muevas, vas a parecer culpable. Estate quieta, y devuélvele la mirada»—. Los uso continuamente, pero llevaba unos días sin verlos.

—Define «unos días».

—No lo sé, igual una semana, o más. A lo mejor me los dejé en algún sitio… No me acuerdo.

—¿No? —dijo Hawkins suavemente.

—No. —Bella se quedó mirándolo, pero sus ojos eran más débiles que los de él. Tenía sangre en las manos, la pistola en el corazón, la bilis al fondo de la garganta y una jaula cada vez más estrecha a su alrededor, apretándole la piel de los brazos. Clavándose en ella, como la cinta americana—. Estoy igual de confusa que usted.

—¿No tienes ninguna explicación? —dijo Hawkins.

—Ninguna —aseguró Bella—. No me había dado cuenta de que me faltaban.

—Entonces, no puede hacer mucho que desaparecieron, ¿no? —preguntó—. ¿Quizá nueve o diez días? ¿Puede que los perdieras el mismo día que el móvil?

Entonces Bella se dio cuenta. No la creía. No seguiría el camino que ella le había creado. Ya no era un personaje periférico, tenía una conexión directa con Neil. Hawkins la había encontrado, a la Bella de verdad, no a la que ella había colocado para que él encontrara. Él había ganado.

—De verdad que no lo sé —dijo Bella. El terror había vuelto, ese filo de un precipicio dentro de su propia cabeza. Respiraba cada vez más rápido, se le estrechaba la garganta—. Supongo que puedo preguntarle a mi familia, por si ellos se acuerdan de cuándo me vieron por última vez con los auriculares. Pero no se me ocurre cómo ha podido pasar.

—Ya veo —dijo Hawkins.

Tenía que irse. Salir antes de que el pánico se apoderara de su cara y no pudiera seguir escondiéndolo. Debía marcharse, y podía hacerlo, el interrogatorio era voluntario. No podían arrestarla. Aún no. Los auriculares solo eran circunstanciales; necesitaban más.

—De hecho, creo que debería irme. Mi madre va a llevarme a comprar cosas para la universidad en un rato. Me voy este fin de semana y todavía no tengo nada organizado. Lo dejo todo para el último momento, como dice ella. Voy a preguntar a mi familia a ver si recuerdan cuando llevé por última vez los auriculares, y se lo diré.

Bella se puso de pie.

—El interrogatorio finaliza a las 11.57. —Hawkins pulsó el botón de stop de la grabadora y se levantó, cogiendo la bolsa de pruebas—. Te acompaño —dijo.

—No —rechazó Bella desde la puerta—. No se preocupe. Ya he venido bastantes veces como para saberme el camino.

Volvió a salir a ese pasillo, al lugar muy muy malo. Tenía sangre en las manos, sangre en las manos, sangre en la cara y en todas partes, marcándola de rojo mientras se tambaleaba hacia la salida.


Le dio la vuelta al ordenador. Le temblaban los dedos y casi se le cae.

Cogió un destornillador de la caja de herramientas de su padre. Bella podía eliminar el disco duro, sabía exactamente cómo hacerlo, lo metería en el microondas y lo vería explotar. Si conseguían una orden y se llevaban su portátil, descubrirían que había buscado Green Scene antes de que Neil muriera, la cuenta secreta de Sid, y las demás conexiones con Neil y con el Asesino de la Cinta. La hora de la muerte era entre las nueve y media y la medianoche y tenía una coartada, una coartada verificable, los auriculares solo eran circunstanciales y ella tenía una coartada.

Sacó un tornillo antes de darse cuenta de la verdad, antes de que la golpeara, sólida e indiscutible, atrapada en la mitad de su pecho. Estaba en fase de negación, pero la voz del fondo de su mente lo sabía, y la fue guiando, despacio, despacio.

Se acabó.

Bella lo soltó todo y se llevó las manos a la cara, y lloró. Pero su coartada; el plan había funcionado, una última parte de ella protestó. No, no. No podía seguir pensando así, no podía luchar, no podía aguantar hasta el final.

Podría haberlo hecho, si hubiera estado sola, pero no era la única en peligro.

Su Edward, Tori y Daphne, Jamie y Harry y Rose. Ellos la habían ayudado porque ella se lo había pedido, porque la amaban y ella a ellos.

Y ahí estaba. Los quería, era una verdad simple y poderosa. Bella los amaba y no podía permitir que cayeran con ella.

Esa era la promesa.

Si este era el principio del final, Bella solo conocía una forma de protegerlos a todos. Tenía que asegurarse de sacarlos de la historia antes de que se destapara. Tenía que crear una nueva, otro plan.

Le dolía solo de pensarlo. Lo que supondría para ella y para la vida que jamás viviría.

Tenía que confesar.