Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 49
—Jacob, cómete los guisantes.
Bella sonrió mientras miraba a su padre hablar con su voz de burla, abriendo mucho los ojos.
—Es que hoy no me gustan —se quejó Jake, apartándolos hacia el borde del plato y dándole una patada a Bella en la rodilla bajo la mesa. En una ocasión normal, ella le habría dicho que parase, pero esa vez no le importó. Esa vez era la última, en una hora que iba a estar llena de últimos, y Bella no iba pasar ninguno por alto. Los estudiaría, se los grabaría en el cerebro para que los recuerdos durasen décadas. Los necesitaría allí adonde iba.
—Eso es porque los he hecho yo —dijo su madre—, y no les he puesto un kilo de mantequilla. —Miró amenazante a su marido.
—¿Sabes? —le dijo Bella a Jake, ignorando su propio plato—. Los guisantes sirven para que juegues mejor al fútbol.
—Mentira —dijo Jake, con su voz de «tengo diez años, no soy idiota».
—No sé, Jake —intervino su padre pensativo—. Acuérdate de que tu hermana lo sabe todo. Y cuando digo todo, es todo.
—Ummm. —Jake miró al techo, sopesando lo que acababa de decir su padre. Miró a Bella, analizándola con intensidad, por motivos muy diferentes—. Sí que sabe muchas cosas, eso es verdad, papá.
Bueno, ella creía que sí, desde hechos inútiles hasta cómo salir impune de un asesinato. Pero se había equivocado, y un pequeño error lo había destrozado todo. Bella se preguntó cómo hablaría de ella su familia dentro de unos años. ¿Su padre seguiría presumiendo de hija, diciéndole a todo el mundo que no había nada que su florecita no supiera? ¿O se convertiría en un tema tabú que no saldría de esas cuatro paredes? Un secreto vergonzoso, encerrado como un fantasma unido para siempre a la casa. ¿Se inventaría Jake alguna excusa cuando fueran a visitarla, para no tener que decirles a sus amigos dónde estaba? A lo mejor incluso fingía no tener una hermana.
Bella lo entendería si tuviera que hacerlo.
—Pero eso no quiere decir que me gusten estos guisantes —siguió Jake.
Su madre sonrió exasperada, mirando a Bella al otro lado de la mesa, con una mirada que decía claramente: «¡Hombres!».
Ella la miró y parpadeó. «Qué me vas a contar a mí».
—Bella va a echar de menos mi comida cuando no esté, ¿a que sí? —le preguntó su madre—. Cuando se vaya a la universidad.
—Sí. —Bella asintió, luchando contra el nudo de su garganta—. Echaré de menos muchas cosas.
—Pero a quien más añorarás será a tu maravilloso padre, ¿no? —intervino este, guiñándole un ojo desde su silla.
Bella sonrió y sintió un escozor en los ojos, que se le estaban humedeciendo.
—Es muy maravilloso —confirmó ella, cogiendo el tenedor y mirando hacia abajo para esconder la cara.
Una cena de familia normal, salvo que no lo era. Pero ninguno de ellos sabía que, en realidad, era una despedida. Bella había sido muy afortunada.
¿Por qué no se había parado a pensar en ello antes? Debería haberlo pensado todos los días. Y ahora iba a renunciar a todo. A todos. No quería hacerlo. No quería esto. Prefería luchar, luchar con rabia. No era justo, pero era lo correcto. Bella ya no sabía qué era el bien ni el mal, lo correcto o lo incorrecto, esas palabras ya no tenían significado y estaban vacías, pero sí sabía lo que tenía que hacer. Mike Newton seguiría en libertad, pero también todas las personas que a ella le importaban. Un compromiso, un intercambio.
La madre de Pip estaba ocupada elaborando una lista de todas las cosas que necesitaban antes de ese domingo.
—Todavía no te has comprado las sábanas nuevas.
—Me puedo llevar las viejas, no pasa nada —dijo Bella.
No le gustaba esa conversación. No le gustaba planificar para un futuro que jamás ocurriría.
—Es que me sorprende que aún no hayas empezado a empaquetar, eso es todo —dijo su madre—. Con lo organizada que eres.
—He estado muy ocupada —se disculpó Bella, y ahora era ella la que estaba apartando los guisantes hacia el borde del plato.
—¿Con la nueva temporada del podcast? —preguntó su padre—. Es horrible lo que le ha pasado a Neil, ¿no?
—Sí, es horrible —murmuró Bella.
—¿Qué le pasó exactamente? —Jake agudizó los oídos.
—Nada —zanjó la madre de Bella, firme, y eso fue todo. Se acabó.
Su madre se puso a recoger los platos vacíos y casi vacíos y los dejó a un lado. El lavavajillas se abrió con un suspiro.
Bella se levantó, pero no estaba muy segura de qué hacer. Quería abrazarlos fuerte a todos y llorar, pero no podía, porque entonces tendría que decírselo, contarles la cosa horrible que había hecho. Pero ¿cómo iba a despedirse sin hacer eso? Venga, solo uno. Un abrazo a Jake.
Lo cogió cuando se estaba bajando de su silla y lo envolvió en un abrazo rápido, disfrazado de una pelea, lo cogió y lo tiró en el sofá.
—¡Déjame en paz! —Se rio él mientras le daba patadas.
Bella cogió su chaqueta y se obligó a separarse de ellos; si no, no se iría nunca. Fue hasta la puerta. ¿Sería esa la última vez que la cruzaría? ¿Sería una mujer de cuarenta y tantos o cincuenta años la próxima vez que volviera allí? Con todas las líneas que tenía aquella noche en la cara, grabadas para siempre. ¿O no regresaría jamás a casa?
—Adiós —gritó. La voz se le quedó atrapada en la garganta y se le abrió un agujero negro en el pecho que quizá no se cerrara jamás.
—¿Dónde vas? —Su madre asomó la cabeza desde la cocina—. ¿Algo del podcast?
—Sí. —Bella se encogió de hombros mientras se ponía los zapatos, sin mirar a su madre porque le dolía demasiado.
—Los quiero —gritó fuerte, más de lo que pretendía, porque así cubría las grietas de su voz.
Cerró la puerta al salir. El golpe la cortó, separándola de ellos. Justo a tiempo, porque había roto a llorar, con sollozos que le dificultaban respirar.
Abrió la puerta del coche y entró.
Gritó sobre las manos. Durante tres segundos. Solo tres segundos.
Luego tenía que irse. Con Edward. Ya estaba rota, pero la siguiente despedida la dejaría hecha añicos.
Arrancó el coche y condujo, pensando en toda la gente de la que no se podía despedir: Tori, Rose, los Potter, Daph. Pero lo entenderían, comprenderían por qué no podía.
Bella bajó por High Street y giró en Gravelly Way, hacia casa de Edward.
Hacia la despedida por la que jamás había querido pasar. Aparcó frente a la casa de los Cullen, recordando a aquella chica ingenua que había llamado a esa puerta hacía tanto tiempo, presentándose diciéndole a Edward que no creía que su hermano fuera un asesino. Tan diferente de la persona que estaba allí en ese momento; y, aun así, las dos compartían algo: a Edward. Era lo mejor que tenía tanto esa chica como la de antes.
Pero algo no iba bien, Bella ya se había dado cuenta. No había ningún coche en la entrada. Ni el de Edward, ni el de sus padres. Llamó de todos modos. Apoyó la oreja en el cristal para escuchar. Nada. Volvió a llamar, una y otra vez, golpeando los nudillos contra la madera hasta que le dolieron y empezó a salirle sangre invisible.
Abrió el buzón y gritó su nombre, intentando alcanzarlo en cada esquina y en cada grieta. No estaba allí. Ella le había dicho que iba a venir, ¿por qué se había marchado?
¿Esa había sido su despedida, por teléfono? ¿Nada de un último adiós, cara a cara, a los ojos? ¿Ni enterrar su cara entre su cuello y su hombro, en su casa? ¿Nada de agarrarse a él y negarse a soltarlo, a desaparecer?
Bella lo necesitaba. Le hacía falta ese momento para continuar. Pero puede que a Edward no. Estaba enfadado con ella. Lo último que iba a escucharle decir, antes de que todas sus conversaciones fueran desde un teléfono de prepago en la cárcel, había sido aquel extraño «Vale», y el último clic al colgar. Edward estaba listo, y ella tenía que estarlo también.
No podía esperar. Tenía que decírselo a Hawkins esa noche, ya, antes de que investigaran demasiado y encontraran alguna conexión con aquellos que habían ayudado a Bella. Una confesión sería como los salvaría de ella, como salvaría a Edward, aunque él la odiara por ello.
—Adiós —dijo Bella a la casa vacía, dejándola detrás.
Su pecho temblaba mientras se subía en el coche. Desvaneciéndose, tanto ella como el vehículo.
Giró por una de las carreteras principales y dejó Little Kilton atrás, en el espejo retrovisor. Una parte de ella quería volver y quedarse allí para siempre con su gente, con los que podía contar con los dedos de la mano, y la otra parte quería quemarlo. Verlo morir entre las llamas.
Ahora se sentía como anestesiada, y agradeció a aquel agujero negro en su pecho que se hubiera llevado también el dolor, permitiendo que el entumecimiento se expandiera a medida que conducía hacia Amersham, hacia la comisaría y hacia el lugar muy muy malo. Estaba centrada en ese trayecto, no pensaba en lo que vendría después, simplemente estaba en ese coche con esos dos faros amarillos que esculpían la noche.
Bella siguió por la autovía, pasó por el túnel y giró en una esquina. Los árboles oscuros la oprimían. Las luces iban hacia ella por el otro lado de la carretera, pasando con un ligero ruido. Había otros faros al final, pero ocurría algo. Le parpadeaban rápido, centelleando en sus ojos para que el mundo de alrededor desapareciera. El coche se acercaba cada vez más. Un claxon que sonaba con un patrón: largo-corto-largo.
Edward.
Era su coche. Bella se dio cuenta cuando pasó por su lado, leyendo las tres últimas letras del número de la matrícula en el espejo.
Estaba frenando detrás de ella, girando peligrosamente en mitad de la carretera.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba allí?
Bella puso los intermitentes y salió de la carretera, a un camino que daba a una verja que le impedía entrar en una gasolinera medio destrozada. Las luces iluminaron un grafiti rojo pintado en el edificio blanco. Abrió la puerta y salió.
El coche de Edward estaba aparcando detrás de ella. Bella se llevó un brazo a los ojos para protegerse del brillo de las luces, y para secarse las lágrimas.
Edward apenas acababa de parar el coche cuando salió de un salto.
Estaban los dos solos, no había nadie más a su alrededor, aparte del ruido de los coches que pasaban, demasiado rápido como para fijarse en ellos. Ellos dos solos y campos y árboles, y un edificio en ruinas detrás.
Cara a cara. Mirándose a los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Bella contra el viento.
—¿Qué estás haciendo tú? —contestó Edward, muy alto.
—Voy a la comisaría —dijo ella confusa al ver que Edward negaba con la cabeza y se le acercaba.
—De eso ni hablar —zanjó con una voz profunda.
A Bella se le erizó el vello de los brazos.
—Sí —dijo. Se lo estaba rogando. Por favor, eso ya era bastante difícil.
Aunque, al menos, lo había podido ver.
—Te estoy diciendo que no —insistió Edward, más fuerte, negando aún con la cabeza—. Vengo de allí.
—¿Cómo que vienes de allí?
—He ido a la comisaría y he hablado con Hawkins —explicó, gritando por encima del ruido de un coche que pasaba.
—¡¿Cómo?! —Bella se quedó mirándolo y el agujero negro de su pecho se lo devolvió todo: el pánico, el terror, la amenaza, el dolor, el escalofrío por la espalda—. ¿Qué dices?
—Todo va a salir bien, preciosa —le aseguró él—. No tienes que confesar. No mataste a Neil. —Tragó saliva—. Lo he arreglado.
—¿Cómo dices?
La pistola se disparó seis veces en su pecho.
—Lo he arreglado —repitió—. Le he dicho a Hawkins que fui yo… lo de los auriculares.
—No, no, no, no. —Bella dio un paso atrás—. ¡No, Edward! ¿Qué has hecho?
—Tranquila, todo va a salir bien. —Edward avanzó e hizo un amago de agarrarla.
Bella le apartó la mano.
—¿Qué has hecho? —Se le estaba estrechando cada vez más la garganta, apretando las palabras, partiéndolas por la mitad—. ¿Qué le has dicho exactamente?
—Le he contado que te cojo los auriculares constantemente, a veces sin permiso. Que los debía de llevar encima cuando fui a casa de los Prescott para hablar con Neil hace un par de semanas. El 12, le he dicho. Y que me dejé sin querer los auriculares allí.
—Y ¿por qué carajo podrías haber ido a ver a Neil? —gritó Bella.
Su mente daba vueltas sin parar y se apartaba de él, tirándole de los pies, casi contra la puerta. No, no, no, ¿qué había hecho?
—Para comentarle una idea que había tenido: organizar una especie de beca en honor a Sid y Billy, una obra caritativa. Fui a hablar de eso con Neil, le enseñé unas impresiones que había hecho y fue cuando se me debieron de caer los auriculares de la mochila. Estábamos en el salón, sentados en el sofá.
—No, no, no —susurró Bella.
—A Neil le gustó la idea, pero dijo que no tenía tiempo para involucrarse y así se quedaron las cosas. Entonces me fui y debí de dejarme los auriculares. Supongo que Neil los encontró después y no cayó en que eran míos. Eso es lo que le he contado a Hawkins.
Bella se apretó las manos contra las orejas, como si todo dejara de ser real si no lo escuchaba.
—No —repitió en voz baja, la palabra no era más que una vibración contra sus dientes.
Edward por fin la agarró. Le quitó los brazos de la cara y le tomó las manos. Apretó fuerte, como si intentara anclarla a él.
—No pasa nada, princesa, lo he arreglado. El plan sigue en pie. Tú no mataste a Neil, fue Mike. Ya no hay ninguna conexión directa contigo. No has tenido contacto con Neil desde abril, y Hawkins no te ha pillado ninguna mentira. Fui yo. Yo me dejé tus auriculares allí. Tú no sabías nada. Me contaste hoy lo del interrogatorio, y entonces caí en que fui yo quien vio a Neil y quien se dejó los auriculares en su casa. Por eso he ido a la comisaría, para aclarar las cosas. Eso es lo que ha pasado. Hawkins me ha creído, me creerá. Me ha preguntado dónde estuve la noche del día 15 y se lo he contado: en Amersham con mi primo. Y le he enumerado todos los sitios a los que fuimos. Llegué a casa pasada la medianoche. Hermética. Irrefutable, tal como planeamos. Y sin ninguna conexión contigo. Todo va a salir bien
—No quería que hicieras eso, Edward —gritó ella—. No quería que hablaras con él, que tuvieras que usar tu coartada.
—Pero ahora estás a salvo. —La miró intensamente en la oscuridad—. Ya no tienes que ir allí.
—Pero ¡tú no! —exclamó ella—. ¡Te acabas de implicar directamente en todo, amor! Antes, podías mantenerte al margen, no tenías nada que ver. Pero ahora… ¿Y si Maureen Prescott estaba en casa el día 12? ¿Y si les dice que estás mintiendo?
—No puedo perderte, Belly —dijo Edward—. No iba a permitir que te entregaras. Me quedé sentado en la cama después de hablar contigo e hice lo que hago cuando estoy nervioso o asustado o inseguro sobre algo. Me pregunté: ¿qué haría mi Belly en esta situación? Y eso es lo que hice. Se me ocurrió un plan. ¿Ha sido una imprudencia? Probablemente. Tan valiente que es estúpido. Actué, como haces tú. —Respiró, subiendo y bajando los hombros al compás—. Es lo que tú habrías hecho, Belly, y lo habrías hecho por mí, lo sabes perfectamente. Somos un equipo, acuérdate. Tú y yo. Y nadie te va a separar de mí, ni siquiera tú misma.
—¡Joder! —gritó Bella al viento, porque él tenía razón y estaba equivocado, y ella estaba contenta y devastada al mismo tiempo.
—Todo va a salir bien, Sargentita. —Edward la envolvió entre sus brazos, dentro de su chaqueta, cálido hasta cuando no tenía por qué estarlo—. Era mi elección y te he elegido a ti. No vas a ir a ningún sitio —dijo, respirando junto a su cabeza.
Bella no se movió, observando la carretera oscura por encima del hombro de Edward. Parpadeaba despacio, el agujero negro de su pecho intentaba recuperarse. No tenía que irse. No tenía que convertirse en esa mujer cincuentona que observa la casa de su familia tras décadas sin aparecer por allí, pensando que era más pequeña de lo que la recordaba, porque la había olvidado, o la casa se había olvidado de ella. No tenía que ver cómo la gente que le importaba continuaba su vida sin ella, poniéndose al día a través de una mesa metálica cada quince días, con visitas cada vez menos y menos frecuentes porque sus quehaceres diarios se interponían en el camino y sus bordes eran cada vez más difuminados, hasta que terminaba desapareciendo, por fin.
Una vida, real, normal: todavía era posible. Edward la había salvado, sí; y de esa forma, se había condenado.
Ahora no había elección, no podían echarse atrás.
Bella tenía que apretar los dientes y ver cómo se desarrollaba el asunto hasta el final.
Sin dudar.
Sin piedad.
La sangre en sus manos, la pistola en su pecho y el plan.
Cuatro esquinas. Ella y Edward en una. El Asesino de la Cinta en otra.
Mike Newton enfrente de ellos y el inspector Hawkins ante él.
Una última lucha, en el medio, que no podían perder. Tenían que ganar, ahora que Edward también estaba en el punto de mira.
Bella se apretó contra él, más cerca, más fuerte, con la oreja sobre su pecho para escuchar su corazón, porque todavía estaba allí y aún podía hacerlo.
Cerró los ojos y le hizo una nueva promesa silenciosa, porque él la había elegido a ella y ella lo había elegido a él: los dos iban a salir de esa.
NOTA:
Amo este capitulo solo por la manera en que se aman ellos dos, es uno de los capitulo que más me hacen llorar.
Hay una canción de Danna Paola que creo va perfecto con lo que Edward siente por Bella, se llama ¿Donde estabas tu? Les dejo un pedacito.
Aunque este mundo pronto deje de girar
Y las estrellas ya no vuelvan a brillar
A ti yo me aferraré, te amaré
No importa qué habrá después
Aunque la vida entera tenga que entregar
Juro que nunca nada nos separará.
Ya casi estamos llegando al final de la historia.
