CAPÍTULO 9: Amo tu nombre I
Desde su banco favorito en el parque, Crowley vigilaba atentamente que a nadie se le ocurriera tirarles pan a los patos. Tenía el codo izquierdo apoyado sobre el respaldo del asiento y el brazo derecho rodeando los hombros de Azirafel. El ex angelito, por su parte, tenía los dedos entrelazados con los de Crowley y, en la otra mano, sostenía un helado de nata que se comía con el mayor deleite.
Había pasado algo más de un año desde que ambos habían dejado de ser seres sobrenaturales y vivían plenamente inmersos en la experiencia humana.
Amo tu cara y tus manos.
Amo morderte en el cuello.
Amo mirarte y, en cada momento,
volver a sentir algo nuevo.
Al principio fue complicado, para qué negarlo. Ninguno de los dos tenía muchos ahorros ya que nunca los habían necesitado. Para tener algo de presupuesto con el que empezar, Azirafel se vio obligado, con todo el dolor de su corazón, a subastar por internet algunos de los ejemplares más valiosos de su colección. Crowley, en un primer momento, se negó en redondo a que su ángel hiciera semejante sacrificio. Insistía en que encontraría una solución. Pero ambos tuvieron que aceptar la realidad cuando sintieron, por primera vez en su vida, HAMBRE, y no solo ganas de comer por placer.
Maggie, generosa y consciente de la nueva situación, se comprometió a ir devolviendo poco a poco a Azirafel todos los meses de alquiler que éste le había perdonado. Él no quería pero, finalmente, tuvo que aceptar. Eso sí, puso la estricta condición de que cada mes le devolviera solo el dinero que tuviera disponible sin desbaratar su propia economía.
Aprovechando la coyuntura, Nina se decidió a vencer sus miedos y a hacerle a su novia LA PREGUNTA.
- Estoooo… Maggie, cariño… Estaba pensando… Verás, se me ha ocurrido… Bueno, que, ejem… Vaya que… Bueno, estamos pagando dos alquileres y… ¿Por qué no pagamos sólo uno?
Maggie pestañeó, confusa, a través de sus gafas. Nina suspiró y se dio un coscorrón mental. Se daba cuenta de que aquella era la forma menos romántica posible de hacer su propuesta. Tenía que emplearse mejor.
- Lo que quiero decir, cielo mío, es que… Me gustaría… Me encantaría… Que mi cepillo de dientes tuviera un lugar junto al tuyo - Maggie seguía sin comprender.
- Pero, Nina, te compré un cepillo de dientes de bambú para que lo tuvieras siempre en mi casa. Que, por cierto, va siendo hora de cambiarlo porque, aunque no lo uses todos los días…
- ¡A eso me refiero! Nos pasamos la vida yendo y viniendo de tu casa a la mía. ¿Qué tal si lo hacemos todo más sencillo? A mí… A mí me encantaría mudarme contigo y… Ver tu preciosa cara todas las mañanas al despertarme.
Los ojos de Maggie se abrieron todo lo que daban de sí. Parecía que sus sonrosados mofletes fueran a reventar de pura emoción en cualquier momento.
- ¡Oh, Nina, sí! ¡Sí y mil veces sí! - Rodeó el cuello de su novia con sus brazos y le cubrió la cara de besos - Pero, cariño, no hace falta que seas tú la que se mude. Yo puedo trasladarme a tu piso, que es un poco más grande, y…
- A eso iba, mi amor - Nina tomó las manos de Maggie entre las suyas - Mira, cielo, vamos a ser realistas. Tu colección de objetos vintage necesitaría tres camiones de mudanza para transportarla de un piso a otro. Es mucho más fácil que me traslade yo y así… Les dejamos mi piso a "los maridos". Crowley ya no tiene dónde meterse y los pobres no pueden no pueden vivir para siempre en la librería. Necesitan un lugar donde instalarse y vivir… Como personas, vaya. Si a ellos les parece bien, yo puedo convencer fácilmente a mi casera para que les admita.¿Qué te parece?
Dicho y hecho. A "los maridos" la idea les pareció fabulosa. La tienda ya parecía un camping y trasladarse a una auténtica vivienda, con baño completo y cocina, les sonaba igual que si les hubieran ofrecido unos aposentos en el Palacio de Buckingham.
Nina dio excelentes referencias de ellos a su antigua casera, que les admitió sin reparos (aunque, a decir verdad, aquellos dos individuos le parecían un poco raros), contenta de volver a ocupar el piso tan rápidamente. La barista recogió sus cosas y en menos de una semana estuvo instalada con su angelito rubio particular.
Amo que estés a mi lado
ahora y en cualquier momento.
Amo seguir tus huellas,
besar el suelo que hayas pisado.
Crowley ya no tenía su tatuaje ni ojos de serpiente, sinó de un bonito color castaño, pero seguía utilizando sus gafas oscuras. Tras miles y miles de años ocultándolos de la vista humana y, por consiguiente, de la luz del sol, éstos se habían sensibilizado y aún no era capaz de salir a la luz del día a cara descubierta. Los humanos son tan delicados…
El antiguo demonio fue descubriendo algunos hábitos que debía cambiar. Por ejemplo, la primera vez que entró en la cafetería de Nina sin tener en cuenta su nueva corporalidad pidió, siguiendo su costumbre, seis expresos en taza grande. Ella, tratando de ser diplomática, insinuó la posibilidad de que semejante dosis de cafeína no le sentara bien. Él estuvo de acuerdo y le dijo que vale, que lo dejara en cuatro. Nina seguía sin estar convencida de que aquello fuera una buena idea, pero obedeció. Hay cosas que uno tiene que descubrir por sí mismo…
El resultado para Crowley fue un tembleque en las manos y un estado de nerviosismo general que estuvieron a punto de impedirle conducir. También descubrió que tomarse media botella de vino él solo ya no era factible, sobre todo por las mañanas.
Fue duro para él lo de dejar de disponer de ropa chula y sus juguetes electrónicos de última generación cada vez que se le antojaba, pero más lo fueron las tareas domésticas.
Ambos habían acordado que Crowley se encargaría de la limpieza y Azirafel de cocinar y hacer la compra. Ahí fue donde el antiguo servidor de las fuerzas infernales descubrió que las camas no se hacen solas, que los platos hay que lavarlos si no quieres quedarte sin y que la lavadora es un instrumento satánico que hace lo que le da la gana. Para su desesperación, Crowley se dio cuenta de que odiaba la suciedad pero que también odiaba limpiar. Sin embargo, y como no quedaba más remedio, acabó tomándose como un reto personal lo de tener la casa impoluta, tal y como le gustaba a Azirafel, y la lejía y el limpiacristales se convirtieron en sus nuevos mejores amigos.
Amo ese sentido
del humor desarrollado.
Amo tus hombros, voz, errores
y tu cabello enredado.
El aspecto de Azirafel no había cambiado nada, solo que ahora tenía que ir a cortarse el pelo cada cierto tiempo. La primera vez intentó hacerlo él mismo con las tijeras para el cartón y los trasquilones que se hizo en sus ricitos dorados fueron de tal calibre que casi tuvieron que raparle al cero para igualar el destrozo. Crowley tuvo que hacerle muchos cariñitos para consolarle después de aquello.
Por supuesto, seguía regentando la librería, pero había tenido que adaptarla a los nuevos tiempos.
Para que el negocio fuera, por fin, rentable, hubo que ampliar el catálogo de títulos a la venta. Eso requirió de más espacio en la tienda, por lo que su colección tuvo que ser trasladada al piso. Azirafel se negaba a que sus preciosos libros fueran desterrados al almacén, donde temía que la humedad o el moho pudieran estropearlos, y fue una hazaña digna de un torneo internacional de Tetris hacer sitio en la casa para todo aquel material. Hubo que comprar y montar (con muchos accidentes durante el proceso) estanterías nuevas y casi no quedó un centímetro de pared en la vivienda que no estuviera cubierta de libros.
En cuanto a la librería, su popularidad empezó a crecer día tras día. Azirafel atendía a los clientes con tan buena disposición y hablaba de todas las obras con tanta pasión y entusiasmo que no tardó en tener un buen número de clientes habituales que querían ser atendidos única y exclusivamente por el Sr. Fell.
Las reseñas en internet no podían ser mejores. "Un servicio brillante. El dueño sabe todo lo que hay que saber sobre literatura.", "Precioso establecimiento, atención excelente. Bien surtido.", "Vine por la librería y volveré por la compañía. El Sr. Fell es el comerciante más amable y educado que una pueda encontrar", "El Sr. Fell es el librero con el que todos los que amamos la lectura hemos soñado alguna vez en la vida."
El hecho de que el volumen de trabajo hubiera aumentado tanto no suponía un problema porque contaba con la valiosa ayuda de Muriel. Ella le pidió expresamente seguir trabajando en la tienda, aunque fuera sólo a media jornada. Le explicó cuánto disfrutaba con los libros y atendiendo a los clientes, y no pedía nada a cambio más que seguir siendo amigos y disfrutar de un té juntos de vez en cuando.
Él aceptó encantado. Aquel angelito inocentón le inspiraba auténtica simpatía y él disfrutaba haciéndole de mentor y departiendo con ella sobre sus lecturas. Además, la capacidad organizativa de Muriel era excelente, por lo que Azirafel podía centrarse en el aspecto cultural del negocio y dejar el papeleo en manos de su asistente.
Las ventas iban viento en popa, pero él no se quedó sólo en eso. Quería que la librería tuviera vida, que fuera un punto de encuentro para amantes de la literatura, que entre todos pudieran disfrutar al máximo de la belleza de las palabras.
Organizó un club de lectura que se reunía los jueves por la noche y pronto hubo tantos afiliados que tuvo que organizar dos grupos y una nueva noche de reunión los martes. También creó un club de escritura en el que los miembros compartían pequeñas narraciones que ellos mismos habían escrito e intercambiaban críticas y consejos. Incluso consiguió que unos cuantos autores noveles presentaran sus obras en la librería, firma de libros incluida.
Azirafel estaba encantado con su nueva vida. Todos las mañanas saltaba de la cama, se daba una ducha canturreando y se vestía, de nuevo con sus colores favoritos. A Crowley no le gustaba madrugar, así que le daba un besito antes de marcharse, le arropaba hasta las orejas y le dejaba dormir un rato más. Luego iba a la tienda y abría las puertas henchido de orgullo, dispuesto a disfrutar de una nueva jornada.
Amo tu nombre.
Amo tu nombre.
Amo tu nombre.
Amo tu nombre.
Por delante de ellos pasó una pareja de ancianos. Iban cogidos del brazo y su andar era lento y desacompasado, entorpecido por las irregularidades del terreno. El caballero tenía que ayudarse con un bastón y su señora, igual de arrugada y enjuta que él, llevaba unas gafas de unas mil dioptrías. Azirafel los observaba con ternura.
- ¿Crees que tú y yo acabaremos así? - Crowley se bajó un poco las gafas y miró a los viejecitos por encima de ellas.
- ¿Encorvados y con incontinencia? Lo veo muy probable.
- ¡No, tonto! - Rió Azirafel - Quiero decir así, ancianos y juntos.
Y déjame ser tu pareja
en lo que queda de baile.
Amo tener pulmones para gritar
tu nombre en las calles.
La incorporación de Crowley al mercado laboral fue bastante más accidentada.
Al principio, Azirafel intentó que trabajara junto a él y Muriel en la librería pero… No salió bien. Su ropa negra (que él continuaba usando para no tener que molestarse en combinar colores y porque el negro hace chulazo) y sus gafas oscuras intimidaban a los compradores. No tenía ninguna paciencia con los clientes que no estaban seguros de lo que buscaban ni los suficientes conocimientos para ayudarles, y acababa poniéndose desagradable. Además, se aburría como una ostra de estar metido todo el día en el mismo sitio. Le encantaba la librería pero no estar allí por obligación.
La guinda del pastel fue el día en el que un tipejo intentó provocar un altercado con Azirafel. Iba vestido con traje y hablaba con acento pijo pero carecía absolutamente de modales. Entró en la tienda, que en ese momento estaba llena hasta los topes, y se puso a vociferar que le habían vendido un ejemplar tarado de una edición de lujo de "Historias de Terramar" ilustrada por la mismísima Rébecca Dautremer. Azirafel, con buenísimas maneras, intentó explicarle que él mismo había revisado la edición y que no había encontrado defecto alguno, que otras personas habían comprado el mismo libro y que, hasta el momento, no había recibido ninguna queja. También le dijo amablemente que, si no estaba contento con su ejemplar, no tenía ningún inconveniente en cambiárselo.
- Por supuesto que me lo vas a cambiar. ¡Y vas a devolverme el dinero! - Crowley, que observaba la escena desde el mostrador, levantó una ceja.
- Pero… Jeje… Caballero, eso no es posible. Con mucho gusto le daré otro ejemplar igual que el que ha compra…
- ¡Igual no! ¡Uno que no esté tarado!
A esas alturas, todos los clientes potenciales de la tienda habían dejado de ojear los libros y prestaban toda su atención, sin pizca de disimulo, a las protestas de aquel individuo. Azirafel era consciente de ello y estaba pasando una vergüenza horrible.
- Por supuesto, por supuesto. Le daré uno que esté en perfecto estado, pero… No me es posible devolverle el importe de su compra. - El libraco costaba setenta buenas libras. No era cuestión de irlo regalando.
- ¿Que no te es posible? ¿Acaso crees que mi tiempo no es valioso? ¡Exijo una compensación por obligarme a volver a este cuchitril donde venden mercancía defectuosa para exigir mis derechos como consumidor!
- Caballero, entienda que…
- ¡No entiendo nada! ¡Devuélveme mi dinero o te pondré una crítica en internet que te dejará sin…!
Crowley tuvo suficiente. Salió de detrás del mostrador y se dirigió, con paso decidido, hacia aquel follonero que seguía gritándole groserías a Azirafel. Cuando estuvo a su altura, lo cogió por el cuello de la americana y le obligó a curvar la espalda hacia delante, para espanto y horror de Azirafel y sorpresa de los compradores. Así sujeto, le obligó a caminar junto a él dando traspiés hacia la salida, sin hacer ningún caso a sus protestas ni a las súplicas de Azirafel para que le soltase. Abrió una de las puertas, le colocó la planta del pie en las nalgas y, con un fuerte empujón, lo echó de la tienda. El tipo cayó de bruces sobre la acera de una forma muy poco digna.
- ¡Y que no te vuelva a ver por aquí, caraculo!
Azirafel se llevó las manos a la cabeza. Por suerte, Muriel trabajaba sólo por las mañanas porque si no, hubiera tenido que lidiar con Crowley cabreado, un cliente insatisfecho, un público escandalizado y un ángel asustadísimo.
El follonero intentaba ponerse de pie y recoger su libro del suelo mientras miraba con odio a Crowley. No pensaba dejar las cosas así.
- ¡¿Lo han visto?! ¡Así es como tratan a los clientes en este sitio! ¿Quién te has creído que eres, Steven Seagal de pacotilla? ¿Te crees un matón de la mafia, vestido de negro y con esas gafas ridículas? - Gritó, para que le oyeran los transeúntes que le miraban extrañados por su estrambótica salida de la tienda - ¡Os voy a poner una denuncia por daños y perjuicios que…!
- Inténtalo y convertiré tu vida en un infierno.
El buscabroncas no supo muy bien qué era pero… El caso es que hubo "algo" en la voz de aquel pelirrojo y en su forma de sisear las palabras que hizo que creyera en su amenaza, por peregrina que pareciera. Abrazado a su pesado libro, decidió que lo mejor sería poner tierra por medio y se marchó de allí mirando hacia atrás y lanzando insultos a Crowley.
- ¡Panocho! ¡Zanahorio! ¡CRÁNEO EN LLAMAS!
En el interior de la tienda se levantó un murmullo compuesto por risitas y cuchicheos a favor o en contra de cómo se había resuelto la situación. Dos o tres personas dejaron los libros que estaban ojeando en las estanterías y salieron de allí con gesto ceñudo pero, del mismo modo, hubo unos cuantos que cerraron los ejemplares que tenían en la mano y se pusieron en fila frente al mostrador para que les cobrasen, con una gran sonrisa en la cara.
- Lamento mucho lo ocurrido. - Se excusó Azirafel para todos los que se encontraban allí - Enseguida estaré con ustedes. Discúlpenme sólo un segundo.
Cogió a Crowley por el brazo y le sacó de allí cerrando la puerta tras de sí. Se alejó con él unos pasos para que los cotillas no les vieran discutir a través del cristal.
- Pero, Crowley, ¿en qué estabas pensando? ¡No puedes tratar así a los clientes!
- ¿Qué cliente? Ese no era un cliente. ¡Intentaba estafarte!
- Ya lo sé, pero… No se puede hacer eso. Entiéndelo.
- ¿Y por qué no?
- Pues, porque… Porque… ¡Porque no! - Contestó Azirafel. Y nada más decirlo, se arrepintió. Sabía que no había respuesta en el mundo que fastidiara tanto a Crowley como esa. Tal y como se temía, Crowley se puso de morros.
- Está bien, angelito. ¿Sabes qué? Mejor me marcho y te dejo con tu librería. Está claro que este no es mi sitio. - Echó a andar con sus pasos cimbreantes en dirección al pub.
- Crowley… ¡Crowley, no te vayas! ¡No estoy enfadado! - El ex demonio frenó en seco, se dio media vuelta y miró a Azirafel con cara de "¿Otra vez con eso?".
- Mira, angelito, no te molestes en perdonarme porque ni he pedido disculpas ni pienso hacerlo.
Se marchó de allí sin volver la vista atrás y Azirafel suspiró, derrotado. Esa noche la cena transcurrió en un tenso silencio, interrumpido solo por unas cuantas frases protocolariamente corteses y muy británicas.
Amo perderme contigo,
que sepas dar nombre a los vientos.
Amo los huracanes
cuando se llevan nuestros desencuentros.
Al día siguiente, Crowley no fue a la librería. Se quedó dando vueltas por el piso intentando averiguar en qué podría ocuparse. A Azirafel le estaba yendo muy bien, eso era cierto, pero él no estaba dispuesto a ser un mantenido. Además, si se pasaba todo el día sin tener nada que hacer acabaría volviéndose loco. "Vamos, vamos… Soy el demonio que hizo caer en desgracia a la Humanidad. Por fuerza tengo que servir para algo más que para ser un esposo trofeo."
La idea de hacer de amo de casa a tiempo completo tampoco le seducía. El piso tampoco era tan grande y, cuando hubiera terminado con "sus labores", ¿qué haría? ¿Irse a la peluquería o a hacerse las uñas?
Se dejó caer en el sofá cuan largo era, abatido. Le hubiera gustado ir a dar una vuelta en coche para airear las ideas pero eso se había convertido en un pasatiempo demasiado costoso.
Al perder Crowley su naturaleza demoníaca, el Bentley perdió, en consecuencia, todos sus atributos sobrenaturales. Ya no sintonizaba la radio por iniciativa propia, ni se conducía solo, ni nada. Y lo peor: ahora necesitaba gasolina para funcionar. ¡Mucha gasolina! El maldito cacharro chupaba como un camello. Además, como Crowley ya no podía repararlo milagrosamente, cualquier visita al taller resultaba en una sangría, aunque fuera por una simple rayadura en la carrocería, por no mencionar que las piezas de recambio del clásico costaban un ojo de la cara. Era como tener por mascota un bello unicornio al que tenía que alimentar con hilos de oro.
No, salir a pasear en el Bentley por placer ya no era una opción, aunque… Se levantó de golpe del sofá como si fuera Nosferatu.
- Claro… El coche…
Esa tarde, cuando volvió de la librería, le dijo a Azirafel que pensaba sacarse la licencia de taxista y expuso todas las razones por las que consideraba que ese sería el trabajo ideal para él. Si bien de palabra le apoyó sin reservas, le dio la impresión de que Azirafel había puesto la misma cara de circunstancia que cuando estaban los dos en el Cielo y él dijo que no creía poder meterse en problemas sólo por hacer unas cuantas preguntas.
Amo seguir el camino
que tú vayas trazando.
Puedo ser lo que me pidas
en la fantasía que estamos creando.
El examen topográfico no supuso ningún problema para él. Al fin y al cabo, conocía las calles de Londres mejor que cualquiera de los examinadores. Sin embargo, el examen práctico… Eso no fue tan bien.
Su costumbre de circular por la ciudad a 90 millas por hora, de coger las curvas de tal manera que el coche casi se ponía a dos ruedas y que alegara sufrir fotofobia hicieron que acabaran por considerarle una persona poco adecuada para el transporte de pasajeros. Al menos si los pasajeros pretendían llegar de una pieza a su destino.
Crowley se cabreó como una mona al ver las palabras NO APTO junto a su nombre en la lista de aspirantes. ¡Malditos burócratas! ¡¿Qué se habían creído?! "¡Pues que les den! Me las apañaré sin sus estúpidos papelajos."
Se fue a un bar a tomarse un whisky de consolación y a pensar en qué podía hacer a continuación. En realidad, haber suspendido le dolía más por su amor propio que por las ganas que pudiera tener él de ser taxista. Además la licencia, una vez obtenida, costaba una fortuna. "Tener que pagar por trabajar… ¿A quién se le ocurre? ¡Malditos humanos avariciosos!" Sopesó durante un rato la posibilidad de ejercer de "taxi pirata", pero enseguida se dio cuenta de que eso tenía más contras que pros, por no mencionar cómo se pondría Azirafel si se enteraba… Un intenso escalofrío le recorrió la espalda al imaginar la cara que pondría si llegaba a saber que actuaba fuera de los márgenes de la ley.
No, no podía recurrir a la ilegalidad, pero tampoco pensaba darse por vencido. ¡Estaba decidido a demostrar a su ángel que era un adulto funcional!
Amo tu nombre.
Amo tu nombre.
Amo tu nombre.
Amo tu nombre.
Azirafel no le hizo ningún reproche por no haber pasado la prueba. Todo lo contrario. Le hizo sentarse en el sofá y le envolvió en una mantita, le preparó una taza de chocolate y le achuchó mientras le repetía que, con lo listo que era, no tardaría en encontrar algo adecuado para alguien tan brillante como él.
Crowley, como ya hemos dicho, no estaba tan abatido como para necesitar tantos mimos, pero puso cara de pena y ojos de perrito mojado para disfrutar de aquella sesión de carantoñas.
- Siento haberte decepcionado.
- Oooooooh, mi pobre cariñito. Tú nunca podrías decepcionarme (muac, muac, muac). Ya verás como todo se arreglará. ¿Quieres más chocolate?
- Bueno…
¡Nos acercamos al final de esta historia! Pero no se vayan todavía, aún hay más. Nos queda el último capítulo.
Como siempre, cualquier comentario u opinión serán bien recibidos.
Un saludo,
VASLAV
