Disclaimer: Los personajes de InuYasha son de la Mangaka Rumiko Takahashi. Sólo la historia me pertenece.

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Hola preciosos de mi corazón. Primero que todo, agradezco se pasen por aquí a leer otra de mis historias, esta vez y ¡al fin! Mi anhelado «Bankag».

Este, es un fic ambientado a finales de la Era Sengoku, basado en conceptos, datos y aspectos reales del Japón feudal, para lo cual investigué muchísimo. No obstante, es una historia AU (universo alternativo), es decir, pese a ser del Sengoku, no tiene nada que ver con los hechos ocurridos en la serie y manga de InuYasha.

100% Bankag, por ende, no aparecerá mi amado InuYasha portándose mal con Kagome, de hecho él, aquí no existe. Ante todo, mi OTP es Inukag así que, yo al menos lo prefiero así.

Espero les guste esta primera entrega y en especial a mi querida amiga/hermana del alma: Marcia Moraga, a quien dedico este fanfic con todo mi corazón y amor. Porque juntas amamos a Bankotsu y yo te amo a ti :'3

Nos leemos al final de este prólogo :)


Prólogo

(Período Sengoku, 1560)

«"SAMURÁIS, NINJAS, SEÑORAS FEUDALES Y ¿ENFERMERAS?… "

Onna-Bugeisha; las mujeres guerreras de Japón.

Durante una buena parte de la historia de Japón, la guerra fue el modo de vida de las clases nobles. Los relatos de samuráis y señores feudales dejan constancia también de la existencia de mujeres que, defendiendo sus castillos o en el campo de batalla, luchaban por la supervivencia y el honor de sus familias. Onna-bugeisha, "maestras del combate"»

Abel de Medicci

National Geographic


Provincia de Tosa.

Región de Shikoku, Sur de Japón.

Aún no se oscurecía por completo y dentro de «El Ciempiés», una de las cantinas más concurridas de Tosa, se daba paso a la bohemia nocturna. Comenzaban a encender los cirios y candelabros que había sobre las mesas o en algunos muros; cada uno cargado con decenas de velas que chorreaban de abundante cera.

Las celebraciones, canciones alegres e himnos de honor, eran infaltables de día y de noche en El Ciempiés. Se podía oír las conversaciones de los soldados contando las hazañas y victorias que lograron tras sus batallas. Las risas estruendosas y las voces de los hombres, se potenciaban y aumentaban los decibeles dentro del amplio lugar.

El aroma rancio a vino, cerveza y sudor de los mismos guerreros, se percibía en el interior de la cantina desde la entrada, pues brindaban alzando y chocando sus jarras con sus camaradas, derramando licor.

Ciertos borrachos empezaban peleas sin razón o se divertían con algunas de las mujeres que trabajaban en la cantina y que se dejaban manosear por los soldados solteros o casados a cambio de propinas.

El hombre mercenario de cabeza calva y porte alto, llamado Renkotsu, ingresó a la cantina e inspeccionó con su vista el lugar. Había muchos soldados ahí, pero él buscaba sólo a uno en especial…

«El soldado solitario que no lleva armas con él; aquel es el "Shikon"».

Fue todo lo que le dijo el mediador; un pequeño niño pelirrojo de voz chillona, ojos verdes y almendrados al que otro mocoso lo nombró como: "Hikko" o "Shippo"… ya no recordaba bien el nombre. Pero pensó que seguramente el mismo Shikon le pagó a ese niño para que hiciera aquel trabajo.

«Un método discreto», pensó Renkotsu.

Le resultó bastante extraño que un soldado no llevase armas. Pues no había guerrero que no cargara su naginata o su espada con él. De hecho, él llevaba la suya y portaba armadura ligera.

«Estamos en tiempos de guerra ¿Qué clase de idiota es aquel que no vela por su propia protección?», se preguntó.

No obstante, no conocía ni sabía nada del supuesto Shikon, pero frente a la buena paga que este le había enviado la primera vez con ese niño mediador; Renkotsu no dudó en realizar el trabajo solicitado. Había cumplido con la primera parte de su labor y ahora, concretaba entregando la información reunida. Además de que recibiría su último pago por mano del mismo personaje: el misterioso Shikon.

Lo divisó en un apartado rincón de la cantina, justo bajo una rústica escalera, en un espacio carente de luz. El sujeto se hallaba sentado en mala posición, junto a una pequeña mesa redonda donde había dos jarras encima, seguramente con vino o cerveza. Sus piernas, descansaban estiradas abajo de la misma mesa con los pies cruzados. Apoyaba la espalda hacia atrás en mal ángulo y con los brazos también hacia atrás, rodeaba el respaldo de la silla, uniendo juguetonamente sus dedos.

Parecía relajado.

Tal como le indicó el niño mediador, el soldado se hallaba solitario y al parecer desarmado, pues no se divisaban armas a su alrededor. Incluso no portaba armadura; solo la vestimenta básica que va abajo de esta. En los pies, usaba unas sandalias hechas de cuerda de paja con tiras atadas a su tobillo, polainas negras, ajustadas hasta las canillas sobre el hakama del mismo color. En la parte superior del cuerpo, el sujeto vestía un kimono tradicional negro, atado en la cintura con un obi de tela negra también. Y el sombrero con forma cónica hecho de cuero endurecido con la capucha que salía de este, le cubrían la cabeza, media nariz y la boca, dejando visible sólo los ojos, las cejas y la frente.

Sigiloso, el mercenario se acercó al hombre solitario y preguntó con voz firme:

—¿Eres tú, el Shikon?

El aludido alzó la vista con lentitud y lo miró…

Renkotsu no pudo evitar sorprenderse, pues para el asunto por el cual lo habían contratado, esperaba encontrarse con un corpulento hombre de rasgos gruesos y mirada dura, que al menos transmitiese miedo o algo de respeto. Incluso, esperó encontrar en el hombre: cicatrices en el rostro y cabello tosco.

Pero no.

Lo único que veía frente a él, era a un hombre que pese a estar sentado se notaba de baja estatura. Poseía un cuerpo delgado, sin músculos que marcaran sus brazos, no tenía una espalda ancha como llegó a imaginar y lo más extraño fue: encontrar en ese escaso espacio descubierto de la capucha, unos grandes ojos de intenso color castaño, enmarcados con unas largas y onduladas pestañas negras. El flequillo de cabello azabache, entrecubría las alzadas cejas negras de perfilado perfecto que delataban en ese rostro semioculto un rasgo de suave personalidad; casi afeminado. Se atrevería incluso a asegurar que si le quitaba el sombrero y la capucha: el tipo podía ser atractivo.

«Un hombre agraciado… Suerte la de algunos. Aunque con ese cuerpo "debilucho", seguramente carece de fuerza», pensó. Y ya no se sintió tan mal por ser menos atractivo.

El Shikon asintió con la cabeza sin hablar, afirmando a la pregunta respecto de su apodo. Enderezó su postura sobre el asiento, y con un gesto de mano —también, ambas cubiertas con largos guantes de satín— invitó a Renkotsu a sentarse. El mercenario acercó una silla disponible y se sentó frente al hombre delgado.

—¿Por qué escogiste un lugar tan concurrido y ruidoso? —cuestionó el hombre calvo con seriedad. A lo que el Shikon sólo lo miró fijamente sin moverse ni pronunciar palabra alguna—. Ah, cierto… —dijo entornando los ojos—. Ese niño chillón me advirtió que no debía hacerte preguntas. Pero, asumo que escogiste este antro, porque «mientras más gente, menos sospechoso es»… ¿verdad?

El Shikon volvió a asentir con lentitud afirmando a dicha suposición. Entonces Renkotsu tomó la palabra otra vez, para entregar la información que el tipo estaba esperando:

—Ya es sabido por todos que el daimyō de la Provincia de Mutsu, Naraku Takeda, falleció hace un mes y su hijo menor, Bankotsu Takeda, tomará su lugar. Por ende, ha heredado también la Alabarda, Banryû —al oír esto último la mirada del Shikon se endureció—, y le será entregada dentro de seis días más en la ceremonia de nombramiento, junto con el traspaso oficial del feudo. La ceremonia será pública, a las afueras del castillo, para que la gente de Mutsu conozca a su nuevo terrateniente. Además, ahí mismo realizarán el tradicional torneo de «selección de samuráis». Es el modo con el cual los Takeda han elegido a sus más valiosos guerreros por varias generaciones. El tipo que veas en el lugar más acomodado de la ceremonia, es Bankotsu; tez morena, ojos azules, cabello negro con una larga trenza; lo reconocerás de inmediato por su cruz en la frente. —El Shikon arrugó el entrecejo con extrañeza por aquel último dato— Un regalo de su padre —aclaró Renkotsu con una sonrisa de felicidad macabra. Luego tomó una de las jarras que había sobre la mesa, hizo un gesto de brindar con el soldadillo, pero este no se inmutó, así que Renkotsu, de un largo trago, se bebió hasta la mitad de la jarra. Se limpió la boca con su manga y añadió—: Si quieres llegar a tiempo a la ceremonia de nombramiento, deberás partir pronto, pues el viaje desde aquí te tomará unos 4 ó 5 días a galope moderado, depediendo de las detenciones que hagas para descansar.

El soldado volvió a asentir indicando que iba captando toda la información que Renkotsu le entregaba y este continuó:

—En cuanto a su familia… Kagura Takeda de 25 años, es la hija bastarda entre Naraku y una puta, pero de apellido legitimado. Esa mujer es la mejor Kunoichi del Norte, es muy astuta y sigilosa; invisible como el viento. Además de los asuntos administrativos relacionados al feudo; maneja mucha información de los enemigos del clan. Sus grandes habilidades de espionaje hicieron que Naraku la reconociera como hija legítima. Pues, gracias a ella, Naraku comenzó a ganar sus batallas; Kagura le daba información esencial que lo hacía ir un pie por delante del enemigo.

La mirada castaña del Shikon, reveló un ápice de preocupación por esa tal Kagura. Pero pronto serenó su semblante y enseguida el mercenario continuó:

—También está Jakotsu, menor que Kagura por un año. Ese es el idiota afeminado que asume ahora como Comandante de su clan; un verdadero inútil, pero es la mano derecha de Bankotsu. No hay nadie en quién él confíe más que en ese bueno para nada —dijo el calvo formando una mueca de dolida ironía en su rostro— Y por último, está Tsubaki, la empleada de confianza que les sirve a los Takeda desde hace muchos años. Ella se encarga de toda la servidumbre del castillo y también le llevaba putas a Naraku. Así que, asumo que su deslumbrante hijo menor heredará esa clase de atenciones también —finalizó con sarcasmo y una perceptible envidia.

El Shikon consideró que ya tenía toda la información que necesitaba. Así que, tranquilamente se puso de pie, sacó de entre los pliegues de su ropa una bolsa con unos cuantos Ryō. La dejó sobre la mesa e hizo una reverencia. Enseguida se dispuso a retirarse de la cantina. Pero Renkotsu agarró fuertemente la muñeca del sujeto para detenerlo.

—Espera un mo… —fue todo lo que el mercenario alcanzó a decir, pues en un pestañear, se vio acorralado contra la pared y sin saber de dónde diablos, el Shikon sacó un abanico con filo de navaja que le apuntó directamente en la quijada.

—No vuelvas a tocarme… —soltó la voz femenina con bravía, mientras hacía presión con su abanico y Renkotsu palideció al caer en cuenta de que todo ese rato había estado hablando con una mujer.

¡El Shikon era una maldita mujer!

Comprendía ahora la razón de aquellos rasgos tan afeminados y hermosos que pudo apreciar escasamente. Por alguna razón —tal vez de nervios o la impresión—, Renkotsu apretó más fuerte el brazo de la ahora «mujer soldado» y dijo:

—¡Eres una muj…! —alcanzó a decir algo impactado por haber sido engañado, pero la aludida lo silenció presionando un poco más su quijada con el arma. Renkotsu tragó con dificultad e insistió con la plática, mientras nadie de los presentes en la cantina se percataba de la situación en aquel rincón, pues ya a esas horas de la noche, todo mundo ahí estaba borracho; excepto los dos negociantes—: Entonces eres una kunoichi… —intentó averiguar él, y la mujer negó aquello, lenta y amenazante con la cabeza y la mirada.

—No confío en ti. Ahora eres un mercenario, pero sé perfectamente que eres también el hijo desertor del clan Takeda y también hermano mayor de ese Bankotsu —desveló con seguridad la mujer, arrugando el entrecejo.

Renkotsu torció una sonrisa y volvió a hablar:

—Bankotsu va a asesinarte. Qué desperdicio, porque pareces ser joven y atractiva... ¿Quién demonios eres en realidad?

La mujer presionó otro poco con su abanico y Renkotsu sintió el filo ya rasgando su piel. Así que, comprendió el mensaje e inmediatamente soltó el delgado brazo de la que se hacía llamar Shikon.

—Está bien, está bien… —dijo nervioso con las manos alzadas en son de paz. Sólo lo digo porque conozco a Bankotsu. Ojalá que un rayo partiera a ese malnacido. No sé qué quieres de él, pero si lo matas, me harías un gran favor… —Los ojos de la mujer se achicaron nuevamente ante lo dicho por el mercenario y este volvió a hablar—: No lo subestimes, antes de que Bankotsu pasara a ser el nuevo daimyō, era el Comandante de sus guerreros; un maldito líder innato al que todos los hombres le siguen como perros falderos… Yo también lo hacía, y aunque me moleste aceptarlo, ese infeliz, es el mejor guerrero del Norte.

Ella lo miró unos instantes en silencio, analizando los ojos del mercenario y luego lo liberó para salir rápidamente de ahí.

Una vez fuera de la cantina, subió a su caballo, se quitó el casco y la capucha, el manto nocturno se encargaría de cubrir su rostro. Su mirada determinada se clavó hacia el frente e inició el galope hacia el pie de la montaña donde se estaba quedando… Debía preparar sus pertenencias y tener todo listo para al día siguiente por la mañana, partir hacia el Norte.

Renkotsu salió de la cantina minuto después, aún con la frente sudorosa por el repentino lapso. Puso la vista al frente y solo pudo divisar el brillo del caballo blanco reflejado por la luna, alejándose a toda velocidad, y sobre él: la silueta de la mujer que lo amenazó con el abanico en la cantina.

«Suerte que solo rasgó un poco de piel y nada más», pensó para sí mismo.

—Maldita perra… —dijo en voz baja, pasándose el dedo pulgar por el pequeño corte y lamió su propia sangre. Mientras la veía alejarse y perderse en la oscuridad del bosque.

Y con una sonrisa torcida, el mercenario dijo

—Esto será interesante...


Provincia de Tosa. Región de Shikoku, Sur de Japón.

Castillo de Tosa, del clan Higurashi.

A la mañana siguiente, la daimyō de la provincia de Tosa, Midoriko Higurashi, se encontraba en su amplio despacho. Los rayos de sol se filtraban a su merced por la abertura del shoji que permitía la circulación del aire en el interior que al respirar producía ese exquisito frescor matutino.

Midoriko revisaba concentrada y meticulosa los informes del Comandante Koga Okami, respecto a las batallas libradas en nombre del clan Higurashi, para el cual él servía.

La sacerdotisa irrumpió en la sala dirigiéndose a su hermana mayor:

—Midoriko…

—¡Kikyō! —respondió la daimyō dando un respingo en su asiento al ser interrumpida por su hermana —¡¿Qué sucede?!

—La kunoichi, está aquí.

—Hazla pasar… —demandó Midoriko con urgencia, e inmediatamente se puso de pie mientras la sacerdotisa hacía pasar a la mujer que aguardaba afuera del despacho.

En tres segundos, la daimyō tenía en frente a la mejor kunoichi de la región Sur. La mujer se puso en posición de descanso: piernas abiertas a la altura de los hombros y brazos atrás. Equipada con su vestimenta más común entre todos los «disfraces» que utilizaba según la misión que se le asignaban: su shinobi-gi de color lila, se ajustaba perfecto a su curvilíneo cuerpo, permitiéndole mayor movimiento y ligereza. Y entre los pliegues del mismo, escondía armas letales que utilizaba en caso de tener un enfrentamiento.

—Mi señora Midoriko —saludó la kunoichi haciendo una reverencia y la daimyō hizo un gesto con la cabeza respondiendo al saludo, luego se volvió a hincar en el zafu.

—¿Qué noticias traes, Sango-sensei?

—No muy buenas, mi señora. No he podido dar con el paradero de Kagome.

—Kagome es una irresponsable —dijo la sacerdotisa en tono seco, mientras acomodaba sus rodillas frente al escritorio en otro zafu disponible. Sango se silenció de inmediato.

—¡Kikyō! —la reprendió su hermana mayor, por la imprudencia.

—Esto es deserción, Midoriko. No pasará tiempo cuando todos se enteren que tenemos una desertora y muchos clanes querrán atacarnos, nos verán débiles —sentenció severa, sin cambiar su semblante serio y postura erguida.

—Kagome va a aparecer, estoy segura que ella no sería capaz de deshonrar el apellido Higurashi —selló con una mirada dura hacia su hermana.

Sin embargo, Kikyō tenía un increíble don perceptivo, no pasaba nada por alto y en aquella mirada dura que Midoriko le dedicó podía ver la misma preocupación de sí misma por la menor de las Higurashi. A ambas les aterraba la idea de que algo malo le pudiese suceder a Kagome. Amaban a su hermana menor y se preocupaban por ella, aunque Kikyō lo hiciese de un modo frío y tosco, lo cierto es que sí la amaba e intentaba protegerla.

La daimyō volvió la vista a la ninja y ordenó:

—Sango-sensei, continúa por favor. Aparte de Kagome, ¿qué otras noticias tienes?

La aludida aclaró su garganta y continuó:

—Se ha expandido la noticia de que en el Norte, en la provincia de Mutsu, asumirá un nuevo daimyō.

—¿Averiguaste algo de él? —inquirió la terrateniente con actitud inquieta y cabreada, pues sólo escuchar el apellido «Takeda» le causaba molestia y repulsión.

Habían pasado quince años desde que el antiguo daimyō de aquella provincia, Naraku Takeda, había asesinado a su padre luego de ensuciar su nombre ante la corte imperial. Quince abriles, pero jamás dejaría de despreciarlos.

—Su nombre es Bankotsu Takeda, tiene 23 años. Es el hijo menor de Naraku quien falleció hace ya un mes. Y…

—¿Hijo menor, dices? —Interrumpió Kikyō mirando a Sango con el ceño fruncido—. ¿Qué pasó con el primogénito?

—Desertó mi señora Kikyō. Y al parecer, sus otros hermanos no calificaban para el puesto —respondió Sango y continuó—: Bankotsu era y sigue siendo el líder de los guerreros, ha ganado incontables batallas y en seis días más, asumirá todo el feudo de la provincia Mutsu.

—¿Crees que podamos tener acuerdos de paz con él, Sango-sensei? —preguntó Midoriko esta vez.

—No lo sé con certeza. Ya que usted me impidió infiltrarme en el castillo, mi señora. Sin embargo, pude averiguar entre algunos soldados que han peleado junto a él, que Bankotsu es muy leal a su clan. El hombre es de palabra honorable, pero se especula de su arrogancia y orgullo, además de su gran fuerza, la cual dicen que equivale a la fuerza de cien soldados.

—Comprendo… —dijo la terrateniente apoyando los codos en el largo mesón que usaba como escritorio y entrelazando sus dedos continuó—: Por favor, mantenme informada de los pasos de Bankotsu, al menos por un tiempo para saber de sus ambiciones. Pídele a tu hermano que viaje al Norte con una carta de paz para él y su clan. Que Kohaku se quede un tiempo allá, si ve alguna situación que nos pueda perjudicar que me lo haga saber. —La ninja asentía con la cabeza— Tú puedes tomarte un descanso, Sango-sensei. —Abrió un pequeño cajón del mismo mesón, sacó una pequeña tira de papel y añadió—: Kohaku ha demostrado ser un excelente ninja, estoy segura que hará bien su trabajo en el Norte.

—Así será, mi señora —respondió la kunoichi.

Rápidamente la daimyō tomó un pincel y lo untó en tinta. Enseguida redactó un documento sencillo, felicitando al nuevo terrateniente por su ascenso al poder feudal en la provincia del Norte, ofreciendo con ello, la paz con su clan. Selló con cera roja el papiro, marcando la insignia del clan Higurashi —un arco tensado con una flecha— y se lo entregó a la kunoichi.

—¿Acuerdos de paz con el clan que asesinó a nuestro padre, y puso en duda el honor de nuestra familia, hermana? —cuestionó la sacerdotisa con ironía.

—No tenemos más alternativa, Kikyō. Nos doblan en vasallos, si tenemos un enfrentamiento con ellos, te aseguro que perderíamos muchas vidas y probablemente todo el feudo, el castillo y nuestras cabezas. Así que, por favor, no me cuestiones… Mi deber es protegerlas a ustedes y a toda mi gente —aseveró Midoriko.

La aludida mantuvo silencio, aunque respetaba mucho a su hermana mayor, no podía disimular el semblante de arrogancia que se dibujó automáticamente en su rostro, pues le molestaba sobremanera tener que agachar la cabeza ante el enemigo, era muy parecida a Kagome en ese aspecto. Enseguida la terrateniente volvió a dirigirse a la kunoichi.

—Y por favor, Sango-sensei, no abandones la búsqueda de Kagome. Sé que la entrenaste muy bien y por eso ha sabido ocultarse. Pero ella no es una kunoichi como tú, tiene responsabilidades militares que cumplir aquí como Capitán del clan. Recuérdaselo cuando la encuentres… —demandó mirándola inquisitivamente. Entonces, nuevamente habló—: Me resulta extraño que no la hayas encontrado, considerando que fuiste su maestra, debería ser fácil para ti ubicarla… —soltó con suspicacia, tanto en su voz como en su mirada.

Sango se puso nerviosa frente a tal indirecta por parte de su daimyō. No obstante, sus conocimientos y entrenamiento para ser una kunoichi, los empleaba a la perfección, pues el ninjutsu era un arte marcial que practicaba el espionaje y la imprevisibilidad, por ende, el engaño era parte de ello. Dichas enseñanzas, se traspasaban de generación en generación en su familia, y desde niña, ella tenía increíbles habilidades ninjas que lograban ocultar incluso su sentir o las propias reacciones frente a distintas situaciones de presión y estrés.

—A veces el pupilo puede superar al maestro, mi señora.

—Mff… Suenas igual que tu esposo, Sango —insinuó Kikyō alzando una ceja, dedicándole una mirada suspicaz a la kunoichi. Pero esta no se inmutó.

Sango tenía 23 años y su esposo uno más que ella, su romance se había hecho oficial hace sólo seis meses, cuando sin aviso, contrajo nupcias con el Coronel Miroku de la misma región.

—Por cierto, ¿cómo está el Coronel? No he sabido de él hace bastante tiempo.

—Muy bien, mi señora. Gracias por preguntar —respondió la kunoichi inclinando levemente la cabeza en son de respeto y algo sonrojada; único detalle que no podía ocultar cuando de su esposo se trataba.

—Que bien, por favor envíale nuestros saludos… Y ya puedes retirarte Sango-sensei, muchas gracias por la información.

—Lo saludaré en su nombre, mi señora Midoriko…

Con una reverencia hacia la terrateniente y luego hacia la sacerdotisa, la kunoichi salió de la sala y las hermanas Higurashi se quedaron charlando; pidieron a Kaede —la encargada principal de la servidumbre del castillo— que les trajera algo de té.

—No le creo a Sango —sentenció la sacerdotisa con mirada fría—. Estoy segura que sabe en dónde diablos está Kagome.

—Claro que lo sabe, Kikyō. Conozco a Sango desde que era una niña. A mis 35 años, ya me volví una de las pocas a las que no puede engañar fácilmente.

—Entonces ¿por qué la dejas marcharse con esa información?

—Porque no quiero presionar a la pobre de Sango. Kagome debe hacerse responsable de sus actos. Y Las pocas veces en que Sango me ha mentido, ha sido porque Kagome le pide que guarde silencio. Sango la quiere mucho y siempre la ha protegido… confío en ella y en que nuestra hermana está bien —dijo masajeando su frente con la yema de sus dedos producto del estrés que le provocaba la situación. —Sólo… esperaremos. Debe haber alguna razón importante por la cual Kagome haya decidido irse del castillo. Sé que pronto volverá —añadió la daimyō.

Kikyō miró hacia la ventana y clavó la vista en algún punto del exterior, luego dijo:

—No lo sé, pero tengo un mal presentimiento. Kagome ya no es una adolescente, hermana… Ella ya tiene 21 años y si esto no es una deserción de su parte… ¿Qué clase de imprudencia podría ser peor?

—Por Dios… No me digas eso, Kikyō —dijo la daimyō casi suplicando, intentando forzosamente disimular la preocupación ante lo dicho por su siempre acertada hermana— Aún tengo esperanzas, Kagome no es una mujer que abandone a su familia así como así, menos sus responsabilidades, es una guerrera innata y leal a su clan. Al menos descarto absolutamente que haya desertado y dudo que haga algo peor que eso —dijo con seguridad.

—Espero, por el bien de ella y de todos, que tengas razón, hermana —aseveró la sacerdotisa y bebió de su té.

Desde las caballerizas del Castillo de Tosa, Sango montó sobre su yegua, Kirara. El radiante sol de abril hacía brillar el pelaje color beige de la hermosa bestia; sus particulares detalles en negro sobre las orejas, patas, cola y borde de los ojos, la hacían lucir como un animal místico. Kirara era su fiel compañera y el corcel más inteligente y veloz del Sur; juntas formaban un gran equipo.

Se adentró en el bosque y galopó a toda velocidad hacia el pie de las montañas. La casa del Comandante Kōga quedaba a unas 10 leguas desde el castillo Tosa. Extrañaba demasiado a su esposo, pues debido a su misión en el Norte, no lo veía desde hace más de dos semanas. No obstante, no podía ir de inmediato con él, primero debía ir donde se ocultaba su amiga y convencerla de que volviese al castillo junto a sus hermanas.

Midoriko, era muy astuta, Sango notó que no la pudo engañar. Y pensando en eso, apresuró el galope de su yegua. Kagome la tenía que escuchar o ella se vería envuelta en un grave problema si Midoriko perdía la paciencia. Aunque Sango presentía que ya estaba metida hasta el fondo en este engorroso asunto.


Cordillera de Shikoku, Sur de Japón.

La casa estilo buke-zukuri, era perfecta para samuráis como el Comandante Koga Okami, a quien se le asignó esa vivienda para tener a sus soldados cerca, armados y disponibles en todo momento. El edificio tenía tres viviendas conectadas por largos y anchos pasillos. Al medio, vivía el Comandante y las de los costados eran habitadas por sus dos soldados de mayor confianza: Ginta y Hakkaku.

Emplazada al pie del cordón de las montañas, de la Isla de Shikoku. La edificación se rodeaba de bellos jardines y pequeños senderos. Pues los años de servicio al clan Higurashi, le habían brindado enormes garantías y a sus 24 años, podía permitirse vivir de un modo privilegiado; aunque en soledad y casi sin tiempo para el amor.

—¡Ay! ¡Por favor, Kōga! … Sabes que detesto que te dejes vencer.

—Oye, no te subestimes a ti misma, has mejorado muchísimo, de verdad me diste con esa espada…

—¡¿Qué?! ¡No puede ser! —exclamó preocupada la pelirroja y sus párpados se abrieron más cuando vio el hilo de sangre correr por el hombro del Comandante. La mujer se acercó rápidamente a ver la herida de su rival de entrenamiento, se sonrojó y se disculpó de inmediato. Pero el hombre no le dio importancia, pues para él fue un simple rasguño y rió mientras le acomodaba un mechón de pelo tras la oreja a la ruborizada pelirroja.

En ese momento, el Comandante observó la silueta de la mujer que tenía oculta en su hogar: la más joven de las Higurashi. Se asomaba desde el área de entrada de su casa.

El Comandante sabía que estaba arriesgando perder todo lo que tenía, incluso su cabeza, tan solo por ayudarla, pero no le importaba en lo absoluto. Kagome era muy importante para él, y cuando ella llegó a pedirle refugio, él no dudó en brindarle apoyo.

Su amistad se formó desde la infancia. Desde los tiempos en que el padre de Kōga fue Comandante y vasallo de Muso Higurashi: padre de Kagome y antiguo daimyō de Tosa. Kōga se preparó para ser un guerrero samurái y cuando su padre murió en la guerra, siguió los pasos de su progenitor, tomando su misma posición militar, pero como vasallo de la mayor de las hijas de Muso: Midoriko Higurashi.

—Ya estoy lista —dijo Kagome, cambiando sus zapatos sobre el suelo del genkan para salir al exterior, algo apenada por interrumpir el coqueto entrenamiento de su amigo y la mujer de nombre Ayame, que hace sólo dos semanas conoció.

Koga dejó un momento de entrenar con Ayame y se acercó a su amiga y colega de menor rango que él, pues Kagome era la Capitán del clan Higurashi y segunda en el mando del batallón que él mismo comandaba. Muchas batallas las habían librado juntos en nombre del clan.

—Te vas… ¿tan temprano? —preguntó Kōga.

—Sí, quiero aprovechar el día. Y también quiero agradecerte por…

—No —la cortó—, no es necesario que agradezcas. Sabes que lo hago porque me importa todo lo que pase contigo —dijo el Comandante tomando el hombro de su amiga. Y la pelirroja, pese a saber que ellos eran solo amigos, no pudo evitar sentir celos, más al verla tan hermosa; vestida con un kimono femenino tradicional de color blanco con flores de cerezo en verde. Si era honesta consigo misma… prefería que Kagome se marchara pronto.

Ayame estaba comenzando una relación con el Comandante y él la invitó a quedarse algunos días con él, pues Ayame solo vivía con su abuelo. Y si bien no podía odiar a la amiga y compañera de guerra de su novio, porque desde que llegó pidiendo ayuda a Kōga para esconderla, Kagome se había comportado muy amable con ella y se mantuvo al margen frente a la reciente relación que estaba formando con el Comandante, no podía evitar que le molestara sobremanera lo atento que era su novio con la mujer de cabello azabache, e intuía que algo más había pasado entre ellos dos, tal vez, en algún momento habían sido novios, no lo sabía. Pero consideraba que era muy pronto para preguntar.

—Está bien, Kōga…

—Kagome, sólo… Te vuelvo a pedir que por favor me digas a dónde estarás, dijiste que no tienes pensado volver aún al castillo con tus hermanas ¿Qué harás entonces?

—No puedo decirte, Kōga… No quiero meterte en un lío con mi hermana. Suficiente te has arriesgado con resguardarme aquí, aunque sé la confianza y el cariño que Midoriko te tiene a ti y a nuestra gente, por eso no ha mandado un pelotón a buscarme. Además, Sango-chan la ha mantenido desorientada respecto a mi paradero. Pero ya obtuve aquí lo necesario… así que, ya debo irme.

—¡Maldición! —exclamó sobándose el mentón, apoyando un codo en su propio brazo—. Eres muy obstinada… y esto de tanta intriga no me huele nada bien, Kagome. No me está gustando… Si te pasa algo, me voy a sentir un idiota por dejarte ir sola y no me lo voy a perdonar.

—Mi Comandante exagera… Creo que no tiene fe en mí —refutó sonriendo.

—Y pones ese tono diplomático y formal que me da más mala espina. No es que no confíe en ti, Kagome. Pero mi instinto me dice «peligro»… Me estás asustando —hizo una pausa para pensar y dijo—: Ginta y Hakkaku irán contigo.

—¿Qué?... No.

—¡Sí! Es una orden —decretó el Comandante con firmeza.

—¡No! Por favor, Kōga... Estaré bien. Sólo puedo decirte que… necesito y debo hacer esto, sola. Te prometo que volveré pronto.

—¡Demonios, mujer! Si no quieres que vaya contigo, al menos que uno de ellos te acompañe, sabes que son de nuestra confianza.

—Kōga, si haces eso, me veré obligada a decirle a Midoriko que me escondiste aquí —amenazó con seriedad.

—… Eso… Es muy sucio, Capitán Higurashi —dijo el Comandante alzando una ceja.

Kagome soltó una carcajada por el rostro de desconcierto que puso el Comandante. Y este último achicó los ojos frunciendo los labios en reproche a la broma de su amiga.

Enseguida Kagome se acercó a Ayame para despedirse.

—Ha sido un gusto conocerte, Ayame. Por favor cuida bien de Kōga… él es un buen hombre a quien yo estimo mucho.

Aquello lo dijo realmente desde el corazón, Kōga era un hombre muy apuesto, fuerte, varonil y muy preocupado de su gente, en especial con ella. Desde niños, él la protegió y si bien tuvieron mas de un encuentro amoroso; solo se trató de sexo; él la hizo mujer, pero jamás pudo enamorarse de él.

No le fue posible.

Por más que ella intentó y deseó amarlo; no hubo caso, solo lo podía seguir viendo como un gran amigo. Pues su corazón no le correspondía a nadie aún y se alegraba que al menos él, haya encontrado el amor en Ayame, pues por un momento, temió que él la amase más allá de la amistad.

—Claro que sí —dijo la pelirroja. Luego hizo una reverencia y le deseó buen viaje a la de cabello azabache.

Kagome asintió y caminó unos pasos hacia el árbol donde Ryû estaba atado; un semental de gran alzada y bella figura, con un pelaje tan blanco como las pomposas nubes en el firmamento. Kagome se acercó por el frente de su corcel para acariciar su rostro, pues lo hacía siempre antes de partir, como un ritual de compañerismo.

—Espero verte pronto —dijo el Comandante despidiéndose y agregó—: No olvides que puedes contar conmigo, para lo que sea.

—Cobraré su palabra cuando llegue el momento, Comandante Okami —dijo la Capitán sonriendo, montándose sobre el lomo de Ryû.

—Eso espero… —respondió él, asintiendo… con un semblante de preocupación por sepa Dios qué iba a hacer su testaruda y obstinada amiga, y repitió—: Eso espero, Kagome…

En seguida la Capitán del clan Higurashi les dio la espalda a la pareja con su caballo, y emprendió el galope del animal en dirección al Norte.

Aquel era su próximo destino. Donde cumpliría con su propósito para el cual, se juró a sí misma: recuperar la alabarda que ahora estaba en manos de Bankotsu Takeda.

Aquel patrimonio que en tiempos pasados le fue arrebatada a su padre de manera vil y sucia por Naraku. Kagome Higurashi, se prometió traerla de regreso. Y junto con la alabarda, regresaría el honor a su familia; honor que el mismo hombre en cuestión, pisoteó con sus falsas calumnias respecto de su padre…

Sí. Para la Capitán del clan Higurashi:

Banryû no pertenecía al Norte.

Un Takeda no tenía derecho sobre ella.

Por dicha razón; la eliminación de Bankotsu, era inminente y la obtención de Banryû: su objetivo fijo.

—¡Ah! —exclamó Kagome con voz rasposa para alentar a Ryû en su galope. Mientras en su mente pronunció:

«Banryû, ya voy por ti…»

Continuará…


N/A: Hola otra vez…

Bueno, eso fue un modo «intrigante» —creo yo— de ubicarlos en escena, respecto a esta historia.

A continuación un poco de cultura referente a este fanfic, para explicar ciertas cosas y ponerlos más en contexto. «Siempre es bueno ampliar el conocimiento»:

En la época Sengoku existían los daimyōs que eran señores feudales o terratenientes, que a su vez, eran también Samuráis de élite.

En aquella época de guerras, cuando los señores feudales debían ir a las batallas; las esposas y mujeres del clan debían proteger los castillos de invasores o de clanes enemigos. Es por esta razón, que las mujeres debían prepararse en distintas artes del combate. Por lo general, usaban armas a distancia para evitar el acercamiento de su rival; la naginata (referencia: arma de Setsuna en HNY) y el Arco y flecha, eran las más usadas por ellas. Algunas mujeres que sobresalían por su fuerza y habilidades, lograron obtener cargos militares secundarios. Sin embargo, lamentablemente, poco se conoce de las hazañas femeninas, pero si buscan info de las Onna-bugeisha. Encontrarán algunos datos de mujeres guerreras del Sengoku que lograron destacar.

Entre estas mujeres, se encuentran las Kunoichi: «Mujeres ninja». Expertas en el espionaje y la guerrilla, practicantes del arte marcial: ninjutsu. Eran mujeres muy inteligentes, agentes que llevaban mensajes codificados a los líderes de su clan. Debían tener conocimiento en distintas áreas, para llevar a cabo sus misiones, como las habilidades de una miko, una geisha u otros. Eran hábiles con las armas que camuflaban entre sus ropas, usaban accesorios filosos que podrían ser letales; palillos puntiagudos en el cabello, venenos y gases para inmovilizar a sus víctimas. Su arma más común era el abanico con hojas filosas. El shinobi-gi, era su vestimenta ninja más común y por lo general en tonos lila, pero podían utilizar otros disfraces según lo que requería cada misión.

Otras palabras que usé:

Shoji: puerta o pantalla típica de las viviendas japonesas. Generalmente es corrediza o se dobla en distintos paneles.

Zafu: es un cojín redondo, de unos 35 cm de diámetro, y frecuentemente de unos 20 cm de altura, cuando ha sido sacudido. zafu significa 'asiento hecho de espadañas'.Su origen se remonta al Buda Sakiamuni, quien se fabricó un cojín con hierbas secas para mantener una posición estable.

Hakama: Pantalón.

Obi: Cinturón.

Ryō: Fue una moneda de oro japonesa, ovalada, que hoy está en desuso. Su origen se remonta al período Kamakura.

Buke-zukuri: El estilo buke-zukuri era para residencias samuráis. Surgieron en el período Kamakura y eran edificios que los señores construyeron con espacios o casas adicionales para mantener a los soldados de un líder a su alrededor en todo momento, con sus armas al alcance en el terreno, en caso de un ataque repentino.

Los Genkan: Son áreas de entrada tradicionales japonesas para una casa, como un porche de bienvenida. La función primaria del genkan, es para quitarse o cambiarse los zapatos antes de entrar a la parte principal de la casa.

—Fin del dato cultural—

Gracias de corazón por el apoyo, por los Review, por seguir la historia o agregar a favoritos. Mil gracias.

Amiga Marcia: «Esta versión de Kagome; fuerte, aguerrida, indomable. Está pensada así, por ti. Porque eres una guerrera de gran carácter y que no se deja pisotear»

Menciones especiales:

Gabriela Jaeger y Gaby Obando: han sido de gran ayuda para despejar mis ideas en esta historia. Gracias por el apoyo las amo.

Yuricita de mi corazón, pese a las circunstancias, te acuerdas igual de mi para ser mi beta reader. Gracias, te amo.

Hana-Note-Fanarts: mi querida fanartista que creó la portada para este fic. Síganla en sus redes y conozcan su maravilloso arte. Si no logran ver la imagen aquí, pueden pasar por mi página de Facebook Phanyzu.

Nos leemos en el próximo capítulo… ¡Abrazos!

~Phany~