Las inclemencias del clima no enturbiaban el corazón del joven monarca. Sentado en medio de la nieve, vaciaba su mente de las trivialidades e intrascendencias del mundo, dejando solo espacio para aquellas ideas que nutrieran su mente.

El proceso para amistarse con la tierra que había visto la muerte de dos hombres, sin importar su inocencia o culpabilidad, todavía era largo, pero no imposible.

Creía firmemente que el contacto con esos sagrados terrenos le traería paz, inspiración o incluso una epifanía. La cuna de los cuatro corazones latentes de Alola yacía bajo sus pies, reposando tranquila pero amenazadoramente.

Lanakila era una bestia generosa con sus habitantes pero hostil y despiadada con sus invasores. Hau lo veía como una cuestión de saber escuchar los ronroneos del depredador. Solo tenía qué comprender los murmullos que el viento arrastraba y los pesares en forma de copos de nieve que se derretían al contacto con su piel.

En ese momento, en ese lugar, sentía que solo se necesitaba a sí mismo. Y aunque en soledad la mente a veces daba pericias de lo más indeseables, era la labor de un líder el no dejarse dominar por ellas. Conquistar su propia mente era una labor que le correspondía a él y solamente a él.

Era tarde por la noche. No lo suficientemente tarde como para que los Sandlash se arrastraran hacia sus madrigueras o para calmar el jaleo del interior del estado Manalo. Era la hora ideal para un poco de diversión adulta, ligeramente desenfrenada y moderadamente vulgar.

Hau no tenía tiempo para nada de eso. Había tenido un año entero para disfrutar de los placeres del cuerpo humano sin caer nunca en la perversión, pero era más el tiempo que tardaría en calmar su arrepentimiento por haberse dejado llevar por los vicios nacidos del calor proporcionado por otra persona.

Con los ojos cerrados y la espalda recargada contra una de las enormes paredes del estadio, Hau escuchó a la nieve revolverse; inquieta, constante. Pudo sentir la expectativa bullir en sus entrañas y la emoción esparcirse por cada rincón de su cuerpo. Levantó la mirada y todas esas cosas se fueron de golpe.

—Puedo ver que no soy la persona que esperabas.

Colette, con parsimonia, tomó asiento a su lado. Su gesto reposado y sus movimientos cautelosos habrían sido hipnotizantes para cualquiera, pero no para Hau, quien podía vanagloriarse de ser la única persona que había visto los movimientos menos reservados de Dubois. Podía, pero no quería ni lo haría.

La kalosiana advirtió su mirada y sonrió con picardía.

—¿Recordando buenos tiempos?

Hau cerró los ojos y respiró profundo. Se sonrió.

—Fueron buenos tiempos, sí.

—Aunque supongo que sigues determinado en dejar que se queden como un recuerdo —dijo Colette, cruzando los brazos para proteger sus manos del frío.

—Eso me temo, Latte.

Ella se rio melodiosamente. Su risa era como el sonido producido por un avión que surca los inalcanzables cielos: ruidosa, pero fascinante.

—Creí que nunca más volverías a decirme así —admitió Colette.

—¿Te molesta? —preguntó Hau, viéndola de soslayo.

—No. Solo me recuerda buenos tiempos.

Ambos rieron. Colette se estiró y luego abrazó sus piernas.

—Esto es incómodo —admitió.

—Muchísimo —dijo Hau con una sonrisa todavía plasmada en su rostro.

—¿Por la parte en la que soy tu ex novia, la parte en la que todavía te quiero o la parte en la que te abofeteé?

—Todas ellas, creo.

Colette asintió.

—Me lo puedo imaginar. Simplemente eres ese tipo de chico, Mahalo. —Se sobó el cuello de manera exagerada—. Tan honesto consigo mismo pero tan miedoso para confrontar los sentimientos de otros. Por eso se te escapó Lillie.

—Golpe bajo, Colette.

—¿Por qué, todavía te gusta? Si es así, eso es todavía más bajo de tu parte —rio con cierto sadismo que no le era ajeno a Hau.

—Por supuesto que no. Sabes que me gusta Acerola —respondió con tranquilidad.

—¿Entonces?

—¿A quién le gusta que le recuerden sus peores fracasos? —preguntó de vuelta.

Escuchó como la nieve volvía a revolverse y luego sintió el peso de la cabeza de Colette sobre su hombro.

—Tengo frío, tonto. No captabas la indirecta.

Hau volvió a reírse y se sacó una manga de la chaqueta, usándola para envolver a Colette.

—¿Haces esto pese a que te gusta Acerola?

—Lo hago porque eres mi amiga, Colette.

La kalosiana suspiró.

—Claro. También eres ese tipo de chico… Contigo el contacto no significa otra cosa.

—Sería raro que fuera el caso, ¿no crees? Me gusta abrazar a mis amigos. Sin segundas intenciones —aseguró, soplando un poco sobre la enguantada mano que tenía libre.

—Eso está bien, salvo cuando deja de estarlo. —Ante la mirada inquisitiva de Hau, respondió—. ¿Por qué crees que tuve que declararme yo? Todo lo que hacían se sentía como trato de amigos, pero era tan íntimo que me hacía pensar que había algo más… Aunque el tiempo probó que estaba equivocada.

Hau negó con la cabeza.

—¿Todas las kalosianas son así?

—¿Así cómo?

—Victimistas.

Colette le dio un golpecito en el pecho, cosa que hizo a Hau romper en carcajadas.

—Lo estoy diciendo por tu bien, cabeza hueca. Si tratas a Acerola como me tratabas a mí o como tratabas a Lillie, jamás va a pasar nada entre ustedes —dijo, con el ceño ligeramente fruncido—. ¡Y sí soy una víctima!

Hau siguió riéndose un rato.

—Tranquila —dijo finalmente—. Me estoy asegurando de que no sea el caso.

—Bien. Por fin una mujer que no va a pender del hilo de la indecisión de Hau Mahalo —resopló Colette.

—Auch.

—Oh, aguántate un poco, bebé. Me lo has puesto realmente difícil estos últimos meses —dijo ella con una sonrisa burlona.

—¿Qué pasó con eso de poner la otra mejilla?

—Al diablo con eso. ¡Yo devuelvo el golpe! —exclamó, refugiándose un poco más en el interior de la chaqueta de Hau.

Mahalo dejó salir un pequeño suspiro resignado.

—No voy a decir que no me agrada esa parte de ti.

—Tengo mucha personalidad, ¿no es así? —Colette se señaló a sí misma con suficiencia.

—Tampoco me desagrada esa parte de ti… Sabes, creo que te llevarías bien con Elio… A menos que sus egos choquen. —Se llevó una mano al mentón, imaginando el escenario.

—¿Me puedo acostar con él?

El cerebro de Hau tomó una pequeña pausa. La pregunta había tomado su sinapsis con la guardia baja, por lo que se quedó sin reacción por un segundo.

—Colette —dijo, viéndola con una ceja arqueada—, tú puedes hacer lo que quieras.

Dubois se llevó una mano al corazón y, exageradamente, se arrellanó contra la pared.

—Tu indiferencia me duele.

Hau negó con la cabeza y volvió a reírse.

—Eres una descarada.

—Pero soy buena en ello, ¿no?

—Sí. Eres absolutamente la mejor.


Sentado sobre el pretil de frío acero y con la guitarra en las manos, Ryuki tarareaba. No tenía un amplificador, por lo que su guitarra únicamente podía maullar y, si no iba a escuchar un rugido, entonces prefería no hacerla sonar en lo absoluto. Sostenía el instrumento como una guía para que sus dedos trazaran la melodía que se formaba en su cabeza.

El mar de estrellas de Alola era una musa despampanante. Con la suficiente atención podía vislumbrar en el mapa estelar unas curvas que cualquier mujer envidiaría; curvas con las que solo una guitarra podía competir.

Mientras los ritmos y acordes aparecían en su cabeza como pequeños estallidos de inspiración, no podía dejar de repetir el nombre de la región: «Alola». ¿No era un nombre precioso? Tenía gancho y decirlo era adictivo.

A él le gustaría ser cómo Alola. Le gustaría tener la facilidad que la región tenía para embelesar a las personas. Eran muchos los casos que había oído de personas que habían visitado la región y que habían decidido simplemente no irse nunca. Él quería ser una de esas personas, pero no podía darse el lujo.

Había creado muchas cosas en Kanto: su banda, sus amigos, sus fans, sus negocios, su familia. O lo que quedaba de ella.

Pero estaba enamorado de Alola. Su amor por la región le venía desde la infancia, había continuado en la adolescencia y se había reforzado en la adultez. Era como si su encaprichamiento por Alola fuese creciendo conforme la vida los obligaba más a separarse.

Era cuando estaba en completa soledad, cuando las cámaras no estaban ante él ni los ojos se posaban sobre su persona, que podía permitirse dejar de ser Ryuki y simplemente ser Olano.

Ryuki y Olano no eran personas separadas; eran el mismo individuo pero con diferente escala en sus emociones, como era obvio. Ryuki era la faceta que le daba a su público y Olano era la persona que le mostraba a sus seres queridos y a sí mismo.

Mientras que Ryuki componía, Olano escrudiñaba en su interior en búsqueda de inspiración. Qué fácil era hablar de un amor no correspondido y qué sencillo era relacionar esa melancolía con la pérdida de quien amas y te ama.

Olano se preguntó si, con el tiempo, su amor por Alola moriría. También pensó si con el tiempo su luto pasaría; si olvidaría sus voces o sus rostros. Ambas perspectivas lo aterraron y de ellas sacó inspiración. Qué sencillo era crear algo cuando los sentimientos eran genuinos.

Y qué difícil era perseguir un sueño que no era solo tuyo.

Qué complicado se volvía cuando alguien compartía tus expectativas; cuando había alguien más que creía en tu éxito. El miedo a decepcionar atenazaba la boca de su estómago cada vez que pensaba en que podía fallar. Sus padres jamás habían creído en él y eso hacía las cosas más fáciles, pues no tenía a nadie a quién complacer.

Pero sus abuelos…

Sus abuelos habían hecho de un sueño individual algo colectivo. Le habían dado alas y una pista de aterrizaje para que despegase y volviese a descansar siempre que lo necesitara. Por eso, aunque seguía siendo su meta, el fracaso le aterraba tanto. Porque no quería fallarles era que no podía fallarse a sí mismo. ¿Qué sería del apoyo, de la bondad y del cariño si era incapaz de llegar a la meta? ¿Lo dejaría morir todo con ellos?...

Qué sencillo era hablar de sentirse atrapado cuando realmente se estaba atrapado.

Una lástima que eso no fuese el estilo de su banda.


¿Qué era, para Guzma, el arrepentimiento? Nada más que combustible que utilizaba para alcanzar sus medios. El arrepentimiento lo había hecho fuerte; insensible y, por ende, mejor.

Los sentimientos eran inútiles cuando se buscaba destruir algo. El apego solo sabía frenar de tomar las decisiones que debían ser tomadas. Si quería destruir la Liga Pokémon de Alola no podía permitir que sentimentalismos lo reprimieran.

Pero, ¿qué era para Guzma la destrucción de la Liga Pokémon de Alola?... Sabía que no podía acabar con ella en un sentido físico. Si entrara en un frenesí destructivo, seguramente los sujetos más fuertes del lugar se unirían para detenerlo. Acabaría en una celda, eso seguro, y la Liga se reconstruiría en poco tiempo.

Tenía que acabar con la Liga de una manera menos tangible: tenía que destruir su reputación. Pero… ¿cómo hacerlo? Se convertiría en Campeón de la Liga y luego ¿qué? A la Asociación de la Liga Pokémon no le tomaría mucho esfuerzo revocarle el título de Campeón y luego vetarlo para siempre de futuras participaciones si llegaba a comportarse de manera indebida.

¿Destruía los buenos nombres de los organizadores? ¿Esparcía rumores? Estaba seguro de que si algo tenían sujetos tan bien posicionados como los creadores de la Liga, eran recursos. Debían de tener un equipo enorme de control de daños detrás… ¿Y qué podía decir de personas como los Kahunas o Kukui? ¿Que no lo habían salvado de su abusador? Nadie sentiría simpatía por él; a nadie le importaría el sufrimiento de un Skull.

Con una rodilla elevada, el brazo apoyado sobre ésta y media cara cubierta por su propio brazo, Guzma veía la lejanía.

Él no tenía un plan. Sus ojos rabiosos eran un reflejo de su conciencia enturbiada y nerviosa. Él sabía, Arceus sabe que sabía, que no tenía una forma verdaderamente efectiva de destruir la Liga Alola.

Francine tenía razón. Francine tenía toda la razón del mundo.

Esto era una vendetta personal contra Kukui, y no tenía ni idea de por qué. ¿Qué demonios quería demostrarle? ¿Qué quería probarle al mundo? No lo sabía y, peor aún, no le importaba.

Él solo quería ver sus expresiones conflictuadas, sus falsas sonrisas de cortesía y obligar al estadio entero a aplaudirle aunque fuese de manera forzada. ¿Tal vez así podría darle mal nombre a Alola? ¿Demostrando que eran gente prejuiciosa e hipócrita? Lo pensó, pero al final le fue indiferente.

Ya se le ocurriría algo cuando llegara el momento en el que acabara con todos los títeres de Kukui…

¿Tal vez esa otra manera de hacer quedar mal a Alola? ¿Si vencía a sus adorados iconos?... Sonrió, pues era una suerte que su siguiente oponente fuera el muñequito favorito de Melemele.


A Liam la opinión popular le importaba más bien poco. Era la clase de personas que se desenvolvía para las masas pero que basaba sus decisiones, principalmente, en sus propios deseos.

Era el tipo de hombre que probaba lo que quería simplemente porque le apetecía hacerlo. Le encantaba intentar cosas nuevas y su propio orgullo lo hacía ensayarlas hasta que fuese excelente en su desempeño. No intentaba sorprender a nadie, ni agradarle a un particular; solo quería probar todo lo que pudiese probar en vida.

Liam era muchas cosas buenas y también era muchas cosas malas, pero si había algo que no era, eso sería doble cara. Sotobosque era extremadamente consciente de que su situación era una de extremo privilegio; situación que le permitía desempeñarse en multitud de disciplinas sin preocupación por costos o tiempo.

Sotobosque no tenía una historia de superación impresionante; no podía decir que venía de abajo y que se había abierto paso a base de sufrimiento y penurias. Había tenido sus dificultades y no las minimizaría por nadie; se había partido el lomo como cualquiera, pero desde un inicio había partido con ventaja y eso él lo reconocía.

Porque Liam sabía que vivía la vida de ensueño, no podía evitar preguntarse si lo que lo hacía tan especial le venía de su situación especial o de ser quien era.

Sotobosque no pudo evitar reírse ante la estupidez de su pensamiento. Era el ambiente del hombre el que influenciaba, más no definía, el desarrollo del mismo.

Por eso mismo, Liam se preguntó qué podría haber sido de aquellos que no tuvieron su misma suerte, si la hubiesen tenido.

¿Qué tantos Ash Ketchum habría perdidos por el mundo? ¿Cuántos Samuel Oak no habrían sido descubiertos? ¿Cuántas obras de arte le habrían sido negadas al mundo por la ausencia de oportunidades?

El mero pensamiento de todo lo que la tierra había perdido lo hacía ponerse rojo de furia. Sabía que era su obsesión con el potencial humano el que lo hacía sentirse tan fascinado por algunas personas.

En otras circunstancias; en otra vida… ¿Cómo habría sido Guzma Kiauka?

Al contrario que Ash, Liam no pensaba que recibir los puñetazos fuera exactamente la mejor manera de comprender a alguien. Para él, saber cómo lanzaban los golpes los individuos era lo que permitía conocerlos.

Estaba intrigado por ver qué sorpresas le daría Guzma en su combate de mañana.

Muy intrigado.


La vida de Ash Ketchum, vista desde una perspectiva externa, parecía ser perfecta. Pero ¿cómo sería por dentro? Kazuya se hacía esa pregunta constantemente. Era avaricioso al querer saber más del hijo que él mismo había abandonado, principalmente porque éste lo consideraba únicamente un conocido más.

Se había resignado a que nunca tendría un vínculo padre-hijo con sus dos descendientes. Todavía era muy pronto para intentar entrar a sus mesas familiares aunque fuese como un amigo. Ash lo había "perdonado", pero en sus ojos todavía detectaba incomodidad. Red, directamente, le había dicho que se olvidara del asunto.

Y eso estaba bien.

Eran ellos los que ponían las condiciones; el solo acataba. Pero que fuese obediente a sus órdenes no quería decir que fuese conformista. Quería mostrarles que eran importantes para él, por lo mismo daba un extra.

Se esforzaba por hablar con Ash, quien era el único abierto a la comunicación. Cambiaba su apariencia para que nadie lo relacionara con ellos, pues sabía que debía ahorrarles problemas innecesarios. Incluso gastaba sus limitados fondos para ir a ver a Ash a la Liga.

No lo hacía porque esperara una recompensa, sino porque era lo mínimo que tenía que hacer. Sin embargo… Sin embargo, no era completamente desinteresado.

Tenía la ilusión de que sus hijos verían que de verdad había cambiado. Que tal vez Red tendría un cambio de corazón repentino y lo perdonaría por todo, pero era simplemente eso: una ilusión.

Suspiró y agitó el vaso de wiski en su mano. Vio como los hielos en su interior se agitaban hipnóticamente, emitiendo un sonido repetitivo que le permitía centrar su atención en otra cosa que no fuesen sus pensamientos.

Kazuya, en esos momentos, se sentía entre la espada y la pared. Se debatía entre ser honesto o ser el autor de una mentira que duraría toda su vida. Creyó que era lo mejor para un bando, pero no para el otro.

Kazuya Fujiwara era, aunque lo negasen, el padre de los hermanos Ketchum. No habían recibido su crianza, pero sí sus genes.

Los Fujiwara eran una familia de constitución fuerte: mandíbulas cuadradas, metabolismo acelerado, facilidad para ganar músculo y gran habilidad atlética. Pero los Fujiwara tenían algo más, especialmente los hombres… Eran muy agraciados con los Pokémon y con el género femenino.

Por eso, como a sus hijos, a Kazuya no le resultaba difícil embelesar a una mujer. Le atribuía su relación con Delia a su genética, pues estar con una mujer como ella sería imposible para muchos. Era precisamente su factor Fujiwara el que lo había metido en el aprieto en el que se encontraba.

Kazuya apuró la bebida y volvió a suspirar.

El bartender, que tenía ya rato escuchando los suspiros de Kazuya, se acercó a él.

—¿Otro, señor? —preguntó, consciente de que el hombre todavía estaba en condiciones para soportar unos cuantos tragos más.

—Por favor —respondió Kazuya, entregándole el vaso.

Con virtuosismo, el bartender comenzó a servir el licor en un vaso completamente nuevo. Lo despachó rápidamente.

—Se ve preocupado por algo. Ahogar las penas en el alcohol no es tan efectivo como parece.

Kazuya tomó el vaso con la mano derecha y asintió, agitándolo.

—Estoy en un dilema.

—Todos nos enfrentamos a dilemas a diario. Creo que es más importante saber qué clase de dilema es el que le quita el sueño —dijo el hombre, terminando de lavar el vaso que Kazuya había usado antes.

Bien decían que los borrachos y los desconocidos eran las mejores personas a las que contarles un secreto…

—Tengo dos hijos. Ambos sobre la veintena —comenzó a contar. Evitaría detalles innecesarios.

—Los hijos siempre son un caso, ¿no? He visto a muchos padres que pierden la cabeza cuando se trata de sus retoños.

Kazuya vio el cabello cano del bartender. Debía de tener décadas de experiencia en charla de borrachos.

—De padres ausentes también habrás oído bastante.

—Muchísimo.

—Soy uno de esos —admitió.

Vio de reojo al bartender, pero en sus ojos vio que no lo juzgaba. O era muy bueno escondiendo sus sentimientos, o directamente no le importaba.

—Dejé a mis hijos cuando eran unos niños, de forma que su madre los crío sola. —Le dio un trago a la bebida—. Se convirtieron en hombres excepcionales.

El bartender guardó silencio.

—Todo el asunto con Necrozma me hizo querer cambiar mi vida; encarrilar las cosas. Y, bueno, mis mayores errores los cometí con ellos… El mayor no me aceptó, como me lo esperaba, pero el menor fue más comprensible conmigo. ¿Tal vez porque nunca me conoció y sentía más indiferencia por mí? —Vio con fijeza el líquido ámbar de su vaso—. Aunque se podría decir que me dieron cierto margen para volver a entrar a sus vida, aunque no como un padre…

Suspiró pesadamente. Estaba dando demasiadas vueltas.

—Dices que has oído muchas historias de padres preocupados, ¿cierto?

—Muchísimas, señor —asintió el bartender.

—Entonces, ¿cómo le dices a los hijos que abandonaste que vas a tener otro hijo? —preguntó, frotándose el ceño con los dedos índice y pulgar.

El barista se detuvo por un momento, pensando en la pregunta.

—Disculpa el atrevimiento, pero…

—No fue planeado, por si te lo preguntabas —dijo Kazuya en anticipación—. La madre es una buena amiga que conozco de mis viajes. Teníamos ese tipo de relación, pero tuvimos un descuido y los dos quisimos tenerlo. No vamos a casarnos, pero sí compartiremos la custodia del niño.

El anciano procesó la nueva información.

—Creo que puede despertar sentimientos en sus hijos mayores —dijo finalmente—. Aunque muchos traten de ocultarlo diciendo que están bien, lo cierto es que la ausencia de un padre se resiente toda la vida.

Kazuya escuchó en silencio.

—Puede que a sus hijos les resulte indiferente. Después de todo, usted dice que no lo ven como un padre. Puede que, por ende, no vean a su medio hermano como parte de su familia. —En sus ojos se vio cierta amargura—. Aunque en el futuro eso sería bastante doloroso para su no nacido.

—Lo sé… Es por eso que no sé si decirles. No sé si debo ocultarles para siempre la existencia del otro…

—Aunque tal vez… —La mirada de Kazuya se elevó al escuchar eso— Puede que sus hijos sean compasivos, no con usted, sino con quien comparte su sangre. Puede que no vean en el bebé a un culpable, sino a una posible futura víctima. Es posible que quieran protegerlo de un destino similar al que ellos sufrieron. Tal vez sea el trauma el que los una.

Kazuya casi se rio. ¿Se unirían para proteger a su hijo de su negligencia? Podría imaginar a Ash haciendo algo parecido, ¿pero a Red?... Era a Red a quien más le temía.

Se cubrió la cabeza con los brazos.

—No quiero que crean que tuve un hijo solo para acercarme a ellos —murmuró.

—Creo que debería, al menos, darles la oportunidad de elegir lo que quieren hacer. Y en base a eso… Supongo que podrá actuar a partir de su reacción inicial. —Se acomodó las gafas con un sutil movimiento de muñeca—. Se lo digo como alguien que descubrió que tenía un medio hermano diecisiete años después de su nacimiento.

Kazuya se mantuvo en silencio por un momento. Apuró la bebida y bajó el vaso con delicadeza. Sacó la cartera y dejó un billete sobre la mesa, para luego ponerse de pie.

—Gracias.

—No hay de qué, señor. Tenga cuidado de regreso a su cuarto y evite el exterior.

Desde detrás de la barra, el barista le echó una mirada a un Growlithe que esperaba pacientemente en la entrada. El tipo Fuego asintió, captando la orden. Esperó a que Kazuya abriera la puerta para salir con él.

Mientras caminaba, Fujiwara volteó a ver de reojo al perro y le sonrió. El pequeño le ladró alegremente, agitando la cola. Tuvo que detenerse a acariciarlo.

Ay, su factor Fujiwara…


—Fue un día agitado.

—Sí.

—Todo el mundo estaba yendo de arriba abajo.

—Sí.

—Es como si las cosas por hacer en el estadio nunca terminaran. ¡No podría probar todos los puestos de comida ni aunque quisiera!

—Sí.

—Y los combates, por supuesto, fueron impresionantes.

—Sí.

—Aunque me pregunto cómo será el Resort Manalo que está en la falda de la montaña. ¡Imagino que no hará tanto frío como aquí arriba!

—Sí.

Bonnie se movió en su cama y dejó salir un pequeño suspiro.

—Ay, Serena…

La pelimiel estaba recostada sobre su cama, con los brazos y las piernas extendidas, viendo fijamente el techo.

—No los vimos ni una vez después de la pelea… —Serena movió la cabeza, buscando la mirada de Bonnie—. ¿Crees que ellos…?

—¿Frente a Pikachu y Rotom? Ni de broma.

Fontaine suspiró pesadamente.

—¿Qué cosas estoy pensando, por Arceus?...

—Creo que es normal estar frustrada, Serena —dijo Bonnie, caminando hacia la cama de su amiga y sentándose junto a ella—. ¡Yo lo estaría! Sabía que te gustaba y tuvo muchísimo tiempo para decirte que tenía novia, pero decidió soltarte la bomba justo cuando estarías días bajo el mismo techo que ellos.

Serena se quedó en silencio por unos segundos y, después, dejó salir un largo suspiro.

—¿Verdad?... —dijo, alargando las vocales con desgana—. Creo que solo me hizo más daño al intentar protegerme.

—Ash es así. A veces piensa tanto las cosas que le sale lo opuesto a lo que quiere —respondió Blanchet—. Sabemos lo mal que se le da usar la cabeza.

—Aunque es parte de su encanto.

—Lo es. Los fortachones tontos y amables tienen su algo. —La rubia rio.

Se quedaron en silencio, sin más ruido que el de la calefacción y los dedos de Bonnie recorriendo el cabello de Serena. Fontaine parpadeaba rítmicamente, perdida en sus pensamientos.

—Me siento toda rara… Como si estuviera flotando a la deriva —dijo, entrecerrando los ojos—. Todo se siente como un sueño.

Bonnie la escuchó. Había momentos en los que lo mejor era no decir nada.

—¿Crees que Lillie haya sido más asertiva que yo? Debió serlo. ¿Recuerdas esa vez en navidad? Sus ojos mostraban mucha decisión cuando veían a Ash. —Dejó salir otro prolongado suspiro—. Es tan buena chica, Bonnie… Del tipo que todos los hombres quieren y del tipo que todas las mujeres quieren hacerse sus amigas.

—¿Incluida tú?

—Incluida yo. Es el tipo de chica que me hace pensar: «Si es con ella, entonces está bien».

—¿Tanto así? —preguntó Bonnie, genuinamente sorprendida.

—Dime que tú no pensaste eso —desafió Serena, viéndola de reojo.

Blanchet no podía negarlo.

—Parece que ya aceptaste que están saliendo.

—Sí… —Volvió a entrecerrar los ojos—. Pero todavía me cuesta aceptar que no tendré lo que ella tiene.

—No con Ash, Serena. Pero sí con alguien más. —Sin dejar de acariciarle el cabello, Bonnie la reconfortó.

Serena se rio y una lágrima se le asomó por la comisura del ojo. La secó rápidamente.

—Para ser tan joven, eres una fuente de sabiduría.

Bonnie se rio.

—Solo estoy repitiendo las palabras que una buena amiga me dijo una vez.

Serena también dejó salir una carcajada.

—¿Cuánto ha pasado desde esa vez? ¿Dos años?

—Tal vez tres. —Bonnie silbó, haciéndose la desentendida.

—Arceus santo, ¿recuerdas su nombre? —rio Fontainte.

—Maxwell.

—¡Maxwell, cierto! —Serena se reincorporó ligeramente.

—Era un ángel… —suspiró Bonnie, llevándose una mano a la mejilla.

—Era siete años mayor que tú, Bonnie —dijo Fontaine, riéndose.

—Un ángel siete años mayor que yo, Serena —corrigió la joven rubia.

Ambas rompieron en carcajadas. Serena se sentó en su cama, quedando frente a Bonnie.

—Gracias, Bonnie. Tú, Colette y Clemont hacen de esta ruptura de corazón algo mucho más ameno —dijo con una sonrisa.

Bonnie le sonrió tiernamente, envolviéndola en un abrazo.

—Para eso somos amigas, tontita.

Serena le correspondió el abrazo. Ambas se quedaron en silencio, compartiendo ese íntimo momento. Fontaine pensó en situaciones tan especiales como la que estaba viviendo y no pudo evitar llevarse una mano a los labios, sonriendo para sí misma.

Su boca siempre recordaría y atesoraría el contacto de los labios del hombre al que tanto había amado (y al que seguía amando). No tenía mucho, pero sí contaba con la pequeña sensación de triunfo de que el primer beso de Ash había sido suyo.

Serena poco sabía que, en ese mismo momento, los labios que tanto atesoraba recorrían con esmero y delicadeza cada centímetro del cuerpo de una mujer.

Una mujer que no era ella.


—Anoten lo siguiente, porque les podría servir para futuras batallas contra Ash.

En la pantalla de la Pokédex apareció una repetición del momento en el que Lycanroc y Mudsdale combatían, específicamente una de las tantas veces en las que el lobo utilizaba su Roca afilada para impulsarse lejos del alcance de Terremoto.

—¿Ven cómo Lycanroc tiene que tocar el piso para hacer salir el pilar de roca? —preguntó, señalando con un círculo rojo el punto en específico.

Elio y Selene, vestidos con sus pijamas, anotaban ferozmente cada una de las observaciones de Rotom. Sus ojos inyectados en sangre examinaban a detalle el fotograma.

—Bien, ¿quién puede decirme cómo puede aprovecharse este momento?

Selene levantó inmediatamente la mano.

—¡Obligándolo a pisar un charco envenenado! —exclamó, resoplando con fuerza.

—Una excelente idea, Selene —concedió Rotom—. Aunque la roca lo eleve, el veneno seguiría empapando la punta, por lo que entraría en contacto con las toxinas.

La menor bajó con fuerza el brazo, contenta por su propia victoria. Comenzó a hacer desordenadas anotaciones con la misma pluma roja que había utilizado para escribir todo lo demás.

Pikachu, con unas gafas de montura de cartón y sin lentes, se acercó a Selene y le dio unas palmaditas en la espalda. La joven se sonrojó y contuvo un gritito de alegría.

Elio chasqueó la lengua. Le habían ganado en esa ocasión, pero sería el primero en responder la siguiente pregunta. Utilizó una pluma azul para resaltar sus anotaciones, empleando en el proceso distintos estilos de letra que lo ayudaban a diferenciar entre las notas y los apuntes principales.

Rotom siguió hablando con sorpresiva fluidez. No estaba inventando nada, pero sí estaba improvisando las lecciones que estaba dando. Al principio las preguntas de Elio y Selene los habían abrumado un poco a él y a Pikachu, pero cuando les dijo que quería darles información para enfrentar a Ash, aceptaron su petición de pasar la noche con ellos de inmediato.

Tenía suerte de que fueran tan tontos cuando de Ketchum hablaban.

Y hablando de Ketchum….

Eliminó esa línea de pensamiento. Mientras menos supusiera o pensara al respecto, mejor.

Qué calladas son las noches cuando no tienes súper oído, pensó en lugar de darle más vueltas al asunto anterior.

De haber sabido que todo era tan pacífico siempre… Nah, ¿a quién engañaba? Seguía extrañando su súper oído, pero sabía que se acostumbraría a tenerlo apagado.

Eran pequeños sacrificios en pos de la felicidad de sus humanos favoritos.

Sonrió, pero dicha sonrisa rápidamente desapareció.

Puercos, pensó.

Lo que eran los dilemas de media noche…


Pues terminé el interludio… La verdad, me quedó más largo de lo que creí. Originalmente pensé que iban a ser solo dos mil palabras, pero afortunadamente las cosas se dieron para que llegara a las 5k XD

Bueno, no tengo realmente nada que contar… Mmm… ¡Nope! ¡No tengo nada!

El siguiente capítulo es el 158, y el título, como ya se los revelé es: "La voz del mundo". ¡Con esto oficialmente quedan solo 12 capítulos para el final!

¡Allá vamos!

¡Nos leemos y Alola, chicos!