Capítulo XI
Aquel caballo blanco
«El Samurái valiente no piensa en términos de victoria o derrota; combate fanáticamente hasta la muerte. Sólo de este modo realiza su destino».
Yamamoto Tsunetomo
Castillo Mutsu. Residencia del daimyō.
Ime le ofreció sake a su señor, pero Bankotsu le dijo que solo lo dejara ahí porque no quería beber por el momento. La muchacha rubia asintió algo desconcertada, dejó la botella y el vaso sobre una pequeña mesa y enseguida preguntó:
—¿Necesita algo más de mí, señor?
Bankotsu respondió:
—No. Ya puedes retirarte.
Ime hizo una reverencia y se marchó. Bankotsu se apuró en ponerse nuevamente el haori blanco; se sentía muy ansioso; no quería que Kagome esperara más por él en el Hall. Debido a esta ansiedad, cuando el soldado Kenchin se anunció en la entrada de su habitación, Bankotsu lo dejó entrar de inmediato, el joven samurái hizo una reverencia respetuosa, iba a decir algo, pero su señor no le dio la oportunidad de iniciar con la primera palabra.
—Ryūzaki —habló Bankotsu con un grado de entusiasmo fuera de lo habitual—. Dirígete al Hall Central de la residencia, y escolta a la soldado de Ezochi hasta mi despacho privado —ordenó, mientras se ponía su armadura de siempre—. Yo iré en seguida —añadió.
El joven soldado respondió:
—Oh, ella no está, mi señor.
La respuesta del soldado fue muy natural, sin embargo, para Bankotsu fue como una bofetada impredecible. El joven terrateniente estaba por anudar su obi de color carmesí alrededor de su cintura, pero al oír aquello detuvo esta acción.
¡¿No estaba?! ¿Cómo que no estaba? ¡¿A qué se debía esta falta de respeto?!
Por un momento, Bankotsu pensó en los pasillos engorrosos que su padre diseñó para mantenerse protegido de sus enemigos y que parecían un maldito laberinto. Esta posibilidad lo calmó.
—Entonces búscala. —Retomó su acción con el nudo del obi rojo y despreocupado añadió—: Debe estar entre los pasillos de la residencia.
—Disculpe, mi señor, creo que anteriormente, no fui claro en mis palabras —Bankotsu lo miró confundido alzando una ceja. El joven continuó—: Lo que quise decir es que, la señorita de Ezochi no está en esta residencia, y tampoco está en el castillo. —Luego, Kenchin sacó de entre sus ropas un pergamino—. La señorita de Ezochi me pidió que le entregara a usted este documento.
El semblante de Bankotsu se volcó en una drástica expresión que puso nervioso a Ryūzaki.
—¿Cómo que Kagome no está en el castillo? —cuestionó arrebatándole el documento de las manos al soldado e inmediatamente lo abrió. Solo leyó las dos primeras líneas y comprendió que se trataba del expediente personal de Kagome.
—Bu-bueno… es que hace poco, ella me solicitó hacer la ronda nocturna en el área del bosque. Así que, le asigné el primer turno de la noche.
Bankotsu dejó de leer y tiró el documento sobre un escritorio.
—¡¿Tienes alguna maldita idea de lo arriesgadas que son las rondas nocturnas fuera del castillo?!
La inquietud y el tenor en las palabras del daimyō parecían ir en aumento.
El joven soldado contestó:
—Al principio me negué pensando en eso, pero ella insistió, señor.
—¿A quiénes asignaste en su grupo? Espero que sean soldados competentes.
Kenchin comenzó a sudar frío tras la última pregunta que le hizo el daimyō. Tragó duro e internamente suplicó por su vida. Luego respondió:
—A nadie, mi señor. La señorita dijo que era lo suficientemente capaz de hacer la ronda sin compañía.
Los ojos de Bankotsu ya no podían tornarse más oscuros, ni su ceño podía contraerse más.
«¡Que es suficientemente capaz! Mph… ¡Sin duda Kagome diría una insensatez como esa», pensó el daimyō.
Ni siquiera en sus tiempos de Comandante Bankotsu había reparado en lo que hicieran o dejaran de hacer sus soldados, sin embargo, esta vez, algo parecido a la molestia mezclada con la angustia se apoderaba de su ser. ¡¿Por qué carajo ella tenía que ser tan imprudente?! La noche fuera de los muros podía ser peligrosa, ¡podían haber asedios, o ataques furtivos de ninjas que trabajaban para otros clanes enemigos! No era por cualquier razón que las rondas nocturnas se efectuaban en grupos d soldados.
«Se llama seguridad... ¡Seguridad! ¡¿Acaso Kagome no conoce esa palabra?!», inquirió molesto en sus pensamientos.
En toda su vida, Bankotsu no había conocido a una mujer más temeraria que ella. Así que, realmente esperaba que en ese bendito expediente personal, se revelara algo increíble para no preocuparse como lo estaba haciendo ahora; algo como que, en Ezochi, en la adolescencia de esta mujer, aprendió a luchar con osos o algo parecido porque de lo contrario, no se explicaba este maldito afán que tenía ella de ponerse siempre en constante peligro.
—¡¿Cómo pudiste dejar que fuera sola, Ryūzaki?! ¡No te dejé como apoyo de Jakotsu para que autorizaras algo así!
—De verdad, lo lamento señor, pero ella…
—¡Ella, nada! Si no fuiste firme en tu decisión ¡¿Cómo puedo acusarla de desobediencia?! —exclamó pasando rápidamente por el lado del samurái, dirigiéndose hacia donde tenía a Banryû—. ¡Este fue tu error! —añadió furioso apuntándole con su dedo índice.
El joven se quedó tieso en su lugar. Simplemente, dejó que la ráfaga de viento emitida por el veloz paso de su señor ventilara su avergonzado rostro.
Bankotsu no se había dado cuenta de su propio estado, pero en ese momento lucía bastante desesperado, a la vez que aterrador. Sus impulsos amenazaban con actuar estrepitosa e incorregiblemente, pues lo primero que pensó fue tomar su arma y salir corriendo a traer de un ala a su imprudente soldado. ¿Y cómo no? Si al enterarse de esto, sintió como si algo se le iba de las manos. Ella era una excelente soldado, sabía defenderse bien y Bankotsu era consciente de ello, pero aún así… Le costaba. Le costaba dejar que ella tomara riesgos por su cuenta; sin aviso, sin que él fuera consultado antes.
¿Era demasiado paranoico? ¿O era que simplemente, no lograba entender el actuar de esta mujer?
Antes de poner una mano sobre Banryû, Bankotsu se dio cuenta de algo que pasó por alto. Se había preocupado tanto por la integridad de su soldado que no reparó en la falta que ella había cometido. La soberbia de un samurái hacia su señor se pagaba con un castigo. Por esa razón, nadie haría algo tan descortés e insolente de solicitar hablar con el daimyō para luego marcharse por su cuenta, sin aviso, como si jugara con la seriedad de su señor. Nadie se arriesgaría a recibir el castigo de ser azotado por una falta como esta. Bankotsu estaba seguro de que Kagome, después de todo lo que pasó cuando llegó a este castillo; no se arriesgaría a pasar por lo mismo. Aunado a esto, Bankotsu sentía que, últimamente, cuando Kagome lo miraba, sus ojos no reflejaban ese odio que él percibió en un principio. Y finalmente, se podía asegurar que la soldado, innegablemente, desempeñaba bien su labor y se comportaba a la altura de los demás soldados. Así que, por todo esto, Bankotsu se negaba rotundamente a creer que Kagome había cometido tal insolencia solo para provocar su ira; se negaba a creer que ella lo despreciara a tal nivel. Y pensó:
«Ella estaba esperándome… así que, debió suceder algo que la hizo marcharse de la residencia y hablar el asunto con Ryūzaki en vez de quedarse y hablar conmigo».
Era muy confuso. Se giró hacia el soldado y lo interrogó:
—Ryūzaki, ¿viste algo fuera de lo normal cuando hablaste con Kagome?
El aludido transfirió su mente al pasado, justo en el momento en que se encontró con su compañera de escuadrón.
—Mmm… La señorita Kagome venía corriendo desde este edificio. Al principio, parecía que no tenía intenciones de hablar conmigo; pasó por mi lado muy apurada en dirección a su residencia, pero un momento después se detuvo y regresó, me entregó el documento y me hizo la solicitud de supervisar el área del bosque. Sin embargo… —el joven soldado se llevó la mano a la barbilla e hizo un gesto analítico. Bankotsu comenzaba a impacientarse.
—Sin embargo, ¡¿qué?!
—Ella lucía algo perturbada.
Bankotsu se acercó al soldado.
—¿A qué te refieres con perturbada?
Ryūzaki pestañeó al ver los ojos ansiosos de su señor, enseguida continuó:
—Se veía alterada, molesta, como si fuera a estallar de furia y matar lo primero que se cruzara en su camino. No sé qué le sucedió, pero al parecer, algo la hizo enfadar.
—Continúa —ordenó Bankotsu. Y agregó—: No omitas ningún detalle de lo que hayas visto o interpretado.
—Bueno… recuerdo que le pregunté si usted se encontraba aquí y ella me respondió que usted no estaba disponible.
De manera espontánea Bankotsu soltó:
—Kagome me estaba esperando, ¡¿por qué te diría que yo no estaba disponible?!
—Ella dijo que usted estaba demasiado ocupado con… alguien —Kenchin tosió un poco avergonzado, pues dada la reputación de Bankotsu respecto a las damas, el soldado supuso de inmediato que ese alguien se refería a una mujer.
—¿Alguien? —replicó Bankotsu absolutamente descolocado.
Kenichin asintió rápidamente como un muñequito de trapo zamarreado. Enseguida añadió:
—Si gusta, citaré lo que dijo la señorita después de eso.
—¿Qué dijo? —Lo apuró Bankotsu con demasiado interés.
Pero luego de sugerir aquello, Kenchin se sintió incómodo. Extrañamente, se vio a sí mismo en medio de algo parecido a un pleito matrimonial; con él ocupando el rol del personaje chismoso. No obstante, su señor le pidió no omitir ningún detalle, así que, citó:
—Ella dijo: «No lo molestes en su momento de felicidad o puedes morir por cincuenta azotes, y luego querrá degollarte».
Aquellas palabras fueron como una lanza insertándose en su cráneo; una dosis de un trago añejo y bastante amargo que ya había saboreado en un pasado no muy lejano. Y parecía que a Kagome no le había dejado de afectar; la herida seguía quemando su orgullo.
Bankotsu repasó entre sus memorias; Ime había sido la única persona con la que estuvo antes de reunirse con Kagome. Bankotsu desvió la mirada y pensó en una conjetura:
«¿Mi momento de felicidad?... Entonces, ¿ella pensó que yo estaba muy ocupado con…? —Y enseguida se espantó— ¡¿Cómo pasó eso?! ¡¿Que no me esperó en el Hall Central?!»
Por un instante, Bankotsu sintió pánico de que Kagome lo hubiera visto con esa rubia en una comprometedora situación. Pero luego de pensar y cuadrar todas las partes de esta situación como un rompecabezas en su cerebro; consideró los hechos desde otra perspectiva.
Y su sentir dio un enorme vuelco.
Sus mejillas reflejaron un repentino rubor. El corazón le bombeó con energía en su interior y no pudo gobernar el entusiasmo.
—¿Cómo dijiste que lucía ella? —inquirió deseando recrear en su mente aquella escena y deleitarse.
Kenchin no entendió la pregunta y cuestionó:
—¿Disculpe?
—¡El estado en que viste a Kagome, Ryūzaki, despierta! —le dijo Bankotsu tronando los dedos en la cara del soldado—. Repite lo que dijiste anteriormente.
—¡Oh, claro!... Se veía alterada y molesta.
—¿También habías dicho furiosa?
—Sí, señor, definitivamente ella estaba muy furiosa.
—¿Como si fuera a matar lo primero que se cruzara en su camino?
—Sí señor, justo eso fue lo que dije.
Bálsamo y más bálsamo… Como elixir de dioses para los oídos del joven terrateniente. La emoción de Bankotsu y su egolatría, se elevaron en proporciones iguales sobre nubes pomposas de algodón, en un nivel de diez a cien en un segundo. Bankotsu sabía que lo que estaba suponiendo, podía tratarse tan solo de un pensamiento idealista y, hasta poco probable, pero no lo iba a soltar, ¡por nada del mundo lo iba a descartar! Porque en su corazón, algo le decía que, Kagome, aquella bonita soldado con unos ojos de un oscuro caramelo y de la cual él se había enamorado, estaba muy celosa.
Y su semblante cambió del cielo a la tierra…
El soldado se sorprendió con aquel cambio en los gestos faciales de su señor. ¿Por qué parecía como si el señor Bankotsu estuviera sonriendo? ¿A dónde se había ido esa mirada índigo que el señor lucía cada vez que se enfadaba? No obstante, con el ánimo de cumplir con su trabajo, Kenchin recordó el motivo inicial de su visita a la residencia del daimyō.
—Oh… Mi señor, por cierto, el Comandante Jakotsu me envió para informarle que sus nuevos escoltas ya están en reclusión. Me pidió que yo los instruya respecto a su trabajo.
—Ya le dije a Jakotsu que no necesito más escoltas, ya tengo dos y han estado conmigo desde que soy un crío—. Kenchin notó que incluso la voz de su señor se había suavizado.
—El Comandante Jakotsu me dijo que usted respondería algo como eso, mi señor. Pero él mismo los escogió para su mayor seguridad. El Comandante dijo que, ahora que usted es un daimyō…
—Sí, sí, sí, ya entendí. —lo interrumpió Bankotsu sin poder borrar una ridícula sonrisa de su rostro. Estaba siendo tan evidente que se llevó la mano a la boca para cubrir disimuladamente sus labios. Ni siquiera le importaba el estúpido tema del que ahora le estaba hablando el soldado. —Está bien, Ryūzaki, que Jakotsu haga lo que quiera. Necesito que tú hagas algo más importante ahora.
—¡Por supuesto, mi señor! Usted solo ordene. Haré mi mayor esfuerzo —respondió Kenchin con su cuerpo muy erguido. No podía creer que todo se había calmado tan repentinamente, pues en un pestañear, pasó del temor de morir por su incompetencia a sentirse casi felicitado por su señor. Y, aunque no entendía los pensamientos, ni la personalidad cambiante de este; Kenchin se sintió aliviado.
—Mhp... —soltó ligeramente el joven terrateniente. Estaba tan contento que le pareció graciosa la rigidez con la que el joven samurái le respondió. Enseguida agregó—: Hombre, no te pongas tan tieso… solo necesito que ordenes que preparen mi caballo para salir.
Pese a que, a veces, Bankotsu sentía celos de Kenchin por su cercanía con Kagome, se daba cuenta de que, si bien el soldado era algo torpe, también era amable y servicial; poseía un carisma natural y se mostraba a todos por igual. Además, el joven se esforzaba en su labor y eso, Bankotsu lo agradecía.
—De inmediato, señor —respondió y enseguida el muchacho se marchó.
Bankotsu observó el sake que había dejado Ime, lo cierto era que, desde que Kagome ocupaba gran parte de sus pensamientos, casi no bebía. Así que, simplemente lo ignoró y se dirigió nuevamente hasta el lugar donde tenía a Banryû, tiró fuerte de la empuñadura para sacarla del pedestal, pero entonces, sintió que su brazo entero se entumeció, millones de agujas parecían clavarse en su piel hasta calar sus huesos.
«No puede ser… ¡¿Otra vez esta misma mierda?!», se preguntó recordando estos mismos episodios que había estado padeciendo desde hace un corto tiempo. Y sin comprender la desgraciada razón; Bankotsu no pudo alzar la alabarda.
A la hora del jabalí, el manto negro y estrellado cubría el basto cielo. Aún había aldeanos en las calles de Mutsu. Algunos eran transeúntes y otros; comerciantes que guardaban sus productos para marcharse a sus casas.
Kagome llegó al establo de manera discreta. Sin un caballo, y sin la compañía de samuráis —hombres—; nadie notó siquiera que era una soldado del clan Takeda. Sin embargo, su intención era salir del establo con Ryû y eso sí podía ser un problema. Pues su querido compañero de cuatro patas cuya blancura y esplendor gritaban a los cuatro vientos que pertenecía a la nobleza; la delataban. Era muy arriesgado sacar a Ryû, pero Kagome sentía que necesitaba hacer esto.
—Señor, me lo llevaré por un par de horas —le avisó al cuidador.
—Vaya tranquila, señorita. No se preocupe.
—Gracias, señor.
Luego de cubrirse con una capa negra de la cabeza hasta los pies, Kagome salió disparada del establo montando a Ryû. La polvareda que levantó tras su galope dejó a las personas tosiendo; sintiendo que la tierra áspera les llegó hasta sus laringes.
Cuando se adentró en el bosque, los desgarradores cascos de un hermoso caballo blanco aproximándose veloz y haciendo temblar el terreno del sendero llamaron la atención de un hombre que se hallaba casualmente por allí. El hombre no deseaba ser visto por nadie que anduviera en aquel bosque, así que rápidamente salió del sendero y se ocultó detrás de unos arbustos. Cuando el jinete pasó con aquel caballo blanco, el hombre que se ocultaba pudo observar algunos detalles; descubrió que quien montaba ese caballo era una mujer, y solo lo supo porque la oyó rugir un estruendoso e indudablemente femenino «¡Arre!» Que evidentemente desangraba furia y alteración mientras que golpeaba con sus talones las costillas del albino animal exigiendo a este, dar todo su rendimiento. El jinete, al igual que los hombres, parecían ocultarse o escapar de algo.
Kagome había salido del Castillo Mutsu con la convicción de que solo necesitaba alejarse de ese lugar y de Bankotsu, aunque fuera por unos momentos para pensar; para aclarar y enfriar su mente, y luego… luego todo estaría bien, ¿verdad?
Estaba segura de que, el galope a pelo, el sentir la energía del animal y el viento yendo en contra de su cara, eran la mejor forma para hallar el raciocinio que parecía haberlo perdido por completo, o simplemente, el mismo raciocinio, se escondía de ella dejándola sola en una tormentosa confusión. Sin embargo, por más rápido y lejos que fuera; sentía que todo seguía igual, y ese desagradable sentimiento en su pecho no se desvanecía. Poco a poco la adrenalina que sintió con el intenso galope se disipó. Kagome conocía los límites de Ryû y era consciente de que este ejercicio de montarlo y galopar como desquiciada, no era una especie de magia que eliminara su problema central, así que, consideró que ya había sido suficiente.
Tiró levemente de la crin del animal para que este disminuyera el ritmo hasta detenerse por completo. Ryû estaba todo sudado y muy agitado. En cuanto a Kagome; se hallaba con el corazón a mil, y solo podía seguir odiándose a sí misma por albergar esos sentimientos de celos que categorizó como: retorcidos.
—¡Carajo! —exclamó llevándose las manos al rostro para cubrir su ira y frustración.
Se recriminó, una y otra vez, que sus sentimientos por ese hombre estaban condenadamente mal. ¡Él era su peor enemigo! ¡Ella era su peor enemiga! Entonces, ¡¿en qué maldito momento comenzó a sentir otra cosa por ese hombre que no fuera odio y sed de venganza?! ¡¿Cómo es que todo se distorsionó?!
Kagome desmontó para caminar junto a Ryû. No avanzó un gran tramo cuando bajo la luz clara de la luna halló una laguna. Kagome dejó que Ryû bebiera agua y descansara allí. Ella también bebió un poco de agua y se mojó la cara. Al menos, con eso su semblante endurecido se suavizó, el frescor del agua alivió el calor en su rostro producto de la ira que sentía. Creyó sentirse mejor.
Después de un momento se enderezó y volvió con Ryû. Lo acarició; acariciar a Ryû siempre la calmaba, le ayudaba a canalizar sus estados críticos mientras suspiraba.
―Siento mucho haberte exigido tanto, Ryû ―se disculpó con su compañero albino. El caballo dejó de beber agua y alzó la cabeza seguido de un suave relincho―. Sé que te pongo en peligro al sacarte del establo, pero te necesitaba. —Ryû volvió a relinchar con suavidad, aunque aún con la respiración agitada. Kagome unió su frente con la de él y añadió—: Eres un buen chico, y sé que también me extrañabas. Gracias por estar siempre para mí. —Ryû agachó su cabeza, su nariz olfateaba el suelo, seguramente quería comer, pero alrededor de sus patas solo había tierra húmeda.
Kagome se dio cuenta de la intención de Ryû, así que, miró a su alrededor hasta que divisó un árbol rodeado de pasto tierno. Jaló a Ryû de un mechón de cabello y lo guió hasta allí.
—Aquí puedes comer.
Ryû encontró su comida de inmediato y Kagome se alejó varios pasos de él. Luego sin ser consciente de sus movimientos recogió algunas hojas secas del suelo y comenzó a caminar lento de aquí para allá.
―No estoy triste si eso piensas. —comentó casual, mientras trituraba las hojas secas con sus manos hasta hacerlas polvo, sin detener su caminata pendular—. Solo estoy… no sé. No sé qué pasa conmigo, Ryû. —Hizo una larga pausa mientras intentaba esclarecer sus pensamientos—. No, en realidad sí sé lo que me pasa. Soy una tonta. Mira que… sentir celos de una mujer que se acuesta con él. ¡Como si eso fuera una novedad! —exclamó y luego resopló con indiferencia—. ¡Como si tuviera que preocuparme por eso!
Ryû la miraba y masticaba indiferente, luego volvía a arrancar el pasto con sus dientes mientra que Kagome continuaba con su drama.
―He fallado por completo. ¡Ni siquiera soy digna de pertenecer a mi clan!
»Estoy… ¡Estoy superada por la rabia!... Quisiera… ¡Gritar!
»¡Maldito sea! ¡¿Por qué él?! ¡¿Por qué tiene que ser él?! Y encima… ¡Agh! Es tan atento y a la vez, tan… ¡desgraciado!
Kagome lanzó todo el resto de hojas con rabia, miró a Ryû y cuestionó:
—¡¿Por qué él se comporta así conmigo mientras se acuesta con otras?! ―La pregunta pareció quedarse flotando en el aire mientras ella se quedó mirando a su blanco amigo, como si este pudiera darle una respuesta que la hiciera sentir mejor. Ryû continuó comiendo fascinado. Kagome siguió mirándolo por unos instantes más y comenzó a sentir que estaba loca. ¿Qué hacía contándole a su compañero de cuatro patas su ridícula confusión sentimental? Luego de cuestionar aquello caminó hacia la orilla de la laguna, se agachó y abrazó sus piernas volviéndose un bollo. Sobre sus rodillas miró el reflejo del agua. Ella era una guerrera, honorable y determinada, pero ahora, todo lo que veía en aquel reflejo era un verdadero desastre.
Volviéndose cada vez más confundida, llevó ambas manos a su cabeza y alborotó su cabello como una niña berrinchuda, volvió a verse en el reflejo del agua y se sintió tan patética que no lo podía soportar.
—No… basta, basta, ¡basta!... ¿Qué no es obvio? Él, es el maldito Bankotsu Takeda. ¿Qué se podía esperar? Es obvio que él se comporte así, es un daimyō, ¿no? Todos esos hombres con poder pierden la razón y se comportan como idiotas frente a cualquier ser que tenga un par de senos.
Mientras escupía su molestia se puso de pie y comenzó a quitarse la armadura. Pensó que, si se sumergía unos instantes en el agua fría de la laguna, probablemente regresaría a sus cabales.
—¿Cómo pude ser tan ilusa? ¡Caí como una estúpida en sus tratos especiales y encantos! —Se regañaba mientras se quitaba la vestimenta dejando solo la venda ajustada de color piel en sus pechos y el fundoshi atado a ambas partes de sus caderas para resguardar sus partes privadas.
—¡Agh! ¡Patética y deshonrosa! Debería cometer seppuku y darme algo de cara a mí misma. Al menos moriría con dignidad.
Luego metió la punta del pie al agua, pero por acto reflejo, inmediatamente lo retiró.
—¡Dios, está muy fría! —Se quejó.Tomó aire y esta vez, ingresó a la laguna soportando la baja temperatura del agua. En seguida, cruzó sus piernas y se sentó en el fondo, en posición de loto. El nivel del agua le llegó hasta la parte media de sus senos. Había hecho el ejercicio de meditar en el agua incontables veces, así que, creyó que sería bastante efectivo para sus pensamientos revueltos el realizar allí el ritual de Kuji Kiri, no obstante, a pesar de que trató de concentrarse en la meditación, en su mente solo se reproducían alegatos, recriminaciones, y juicios de valor que no lograba acallar.
«Él ordenó que no le llevaran mujeres a sus aposentos. Lo escuché, claramente. Pero por supuesto, no pudo soportarlo… ¡Tan cretino! —El ceño fruncido que no contribuía a la serena acción de meditar se marcaba cada vez con más fuerza entre sus cejas y sus pensamientos se tornaban irreconocibles e incontrolables—. Debería ir y matarlo ahora mismo, y esa mujer con lengua de serpiente… ¡Agh! —Apretó sus puños con ira recordando la suave voz de Ime hablándole a su señor—. Debería cortarle esa lengua. De paso también me llevaría a Banryû, después de todo para eso me preparé tanto; yo viajé hasta acá con ese propósito. ¡¿Qué demonios pasa conmigo?!».
De golpe abrió los ojos. Se giró para ver si Ryû seguía pastando donde mismo. Pero un hombre se hallaba acariciando a su caballo.
El hombre la miró y le dijo:
—Capitán Higurashi... Al fin te encontré.
Trasladarse a caballo, no era realmente del gusto y las preferencias de Kagura Takeda. No obstante, ahora tenía un trabajo honesto, así que, todo había cambiado. Aquella tarde, después del altercado con la soldado de Ezochi en el patio de entrenamiento Kagura acudió a la Torre del homenaje tal como le dijo su hermano. Ambos sostuvieron una conversación relativamente normal en la que, Bankotsu —impulsado por la sugerencia de Kagome— le asignó deberes administrativos a su media hermana. A partir de ahora, Kagura colaboraría como medio de comunicación entre los rusuiyaku, los karō y el daimyō.
Kagura comenzó ese mismo día con su labor, por ende, a esta hora de la noche, se dirigía de regreso al castillo con una gran cantidad de pergaminos en el interior del bolso que cargaba su caballo. Los pergaminos contenían informes y catastros que enviaron los rusuiyaku y los karō; Bankotsu debía revisarlos para enterarse de las distintas situaciones que sucedían en las provincias bajo su mando. Desde el punto de vista de Kagura, trabajar codo a codo con estos oficiales vasallos y ser la paloma mensajera de su insufrible hermano menor, no era un trabajo tan malo. ¿Era aburrido? Sí, pero era un comienzo para formar una relación aceptable con su hermano menor, o al menos para ganar su confianza.
«¿Tendré que agradecérselo a la despampanante soldado de Ezochi?... Pfff… —se mofó— ¡Claro que no! Esa mujer es tan astuta… Apostaría que en su otra vida fue una maldita "Mantis Orquídea". Esa ayuda no fue por obra y gracia de su benevolencia. Aún no descubro qué se trae esa soldado entre manos, pero al parecer no es el Shikon. Y creo que su dudosa cercanía con Bankotsu, podría llegar a ser bastante conveniente para mí».
Cabalgando a un ritmo lento, Kagura ingresó a la calle principal de la aldea donde se efectuaba el comercio, pasó junto al último puesto en el que dos artesanos que, al parecer, fabricaban abanicos, se preparaban para marcharse. Ambos comentaban algo que a Kagura no le importaba, sin embargo, como parte de su anterior trabajo era estar siempre atenta a su alrededor, vigilar y oír conversaciones ajenas; prestó atención a lo que la pareja decía.
—No es cortés pasar así, ¡es la segunda vez que nos hacen tragar tierra! ¡Por suerte alcancé a cubrir los panecillos! —se quejaba la mujer de unas cuarenta y cinco primaveras.
El hombre que le ayudaba a guardar objetos y que parecía un poco mayor que ella, le respondió:
—No deberías quejarte de ese modo, más bien debimos haber hecho una reverencia.
—¡Já! ¡¿Por qué debería hacer eso?! ¡Reverencia le haría a las canas que me saca la gente como esa!
—Cariño, ¿no viste que aquel que pasó tan veloz era el terrateniente?
—¡¿Aaah…?! ¿Dices que ese era el daimyō?
—Sí. Era el joven daimyō, los que iban tras él eran sus escoltas— confirmó el artesano.
Al oír esto, Kagura pensó: «¿Mm…? ¿Bankotsu está en la aldea? ¿Acaso hay problemas?».
La mujer comentó:
—Llevaba bastante prisa, ¿será que iba tras el sujeto que pasó en ese caballo blanco? Aquel jinete iba igual de apurado que el daimyō.
Al oír: caballo blanco, la mente de Kagura le mostró el recuerdo de Renkotsu envenenado en la cantina, intentando pronunciar las características del Shikon. Entre sus palabras cortadas, Renkotsu había nombrado un caballo blanco.
El hombre respondió:
—No lo sé, pero ha pasado más de media hora desde que ese caballo blanco pasó levantando también una gran polvareda, y el señor terrateniente ha pasado hace tan solo unos momentos, así que, tal vez no tenga nada que ver una cosa con la otra.
—Sí… tal vez tengas razón, cariño. Tampoco es que debamos meter nuestras narices en ello. Mejor guardemos pronto las cosas, no vaya a ser que se trate de un asedio y nos quedemos en medio de la batalla —mencionó la artesana .
Kagura pensó inmediatamente en seguir el rastro de ese caballo blanco, era muy probable que solo se tratara de un caballo común y corriente con un jinete común y corriente, pero… ¿Y si no? ¿Y si se trataba del Shikon? ¿Y si este había encontrado un modo de acercarse y asesinar a Bankotsu?
«No. —pensó—. De ser así, no sería Bankotsu quien iría tras el Shikon, sino que, al contrario, este seguiría a Bankotsu. ¿Qué hago? —se preguntó y luego analizó—: Si le sigo el rastro me encontraré con Bankotsu y solo hallaré problemas. Tengo una oportunidad de acercarme a él, no puedo equivocarme ahora».
Kagura desmontó del caballo y se acercó al puesto de artesanos. La mujer estaba agachada luchando con una manta llena de cajitas para guardar abanicos; unía las cuatro puntas de la manta y las intentaba anudar para formar un bulto. Ninguno de los dos se habían dado cuenta de la presencia de la kunoichi hasta que esta habló:
—¡Oiga señora! —exclamó Kagura. La pareja dio un salto de susto y estupefactos se quedaron mirando a la joven de ojos carmesí que les habló.
La artesana dejó de lado el bulto y se enderezó.
—¡Oh! Jovencita… ¡Por todos los dioses, qué susto nos diste! —exclamó la mujer llevándose una mano al pecho para calmar su corazón. Pese a su edad, la mujer tenía facciones muy hermosas, sin embargo, una fea cicatriz atravesaba el costado derecho de su rostro; desde la frente pasaba por el ojo y terminaba bajo la quijada, como si hubiera sido golpeada por un feroz latigazo desde hace bastante tiempo.
Kagura fue al grano:
—La oí decir que por aquí pasó un caballo blanco. ¿Lo vio salir de alguna parte? ¿Cómo era su jinete? ¿Hacia dónde se dirigió?
—Vaya… esas son muchas preguntas a la vez —comentó la artesana algo nerviosa y confundida.
—Solo responda de a una —espetó la kunoichi con sequedad.
—No vimos mucho. Solo que iba muy rápido y en dirección al bosque.
—¡Oiga! —Kagura tomó bruscamente a la mujer del brazo y con el ceño fruncido espetó—: Estoy segura de que al menos pudo ver si el jinete era hombre o mujer. ¿Acaso quiere que le arranque las palabras?
La artesana la miró espantada. Aquella joven desconocida lucía muy intimidante. El esposo intervino.
—Señorita, disculpe, pero… ¿quién es usted? Por favor suelte el brazo de mi esposa. Solo somos artesanos y ya nos vamos a nuestra casa. La persona que montaba el caballo blanco pasó cuando ya no había luz del día, llevaba una capa negra que la cubría por completo, pero incluso si no la llevara, pasó demasiado rápido por aquí y solo nos dejó tragando una nube de polvo, ¿cómo podríamos ver su rostro?
Se hizo un silencio en el que Kagura se quedó viendo los ojos asustados de los esposos. En otras circunstancias, más bien, en las circunstancias en que Naraku la obligaba a lastimar a quien sea para obtener información de lo que quisiera; quebrarle el brazo a esta señora sería algo trivial, más cuando este tipo de torturas las hacía a rostro cubierto, pero ahora que trabajaba para su hermano, todo la gente bajo el dominio del clan Takeda conocería su identidad. Además, no estaba tratando con maleantes o gente que realmente ocultara cosas, solo era un matrimonio de artesanos que casualmente trabajaba en este puesto, ¡por favor! ¿Qué grandes cosas iban a ocultar? Su nuevo trabajo implicaba mantenerse a raya y no causar problemas. ¡¿Cómo es posible que haya estado a punto de cagarla de ese modo?!
Kagura soltó el brazo de la señora y se aclaró la garganta antes de hablar.
—Lo siento…
Disculparse y tratar a las personas con cordialidad era algo que no acostumbraba a hacer. En realidad, lo que mejor le resultaba era la seducción con los hombres o directamente asesinar a la persona en cuestión, pero en este caso, con esta pareja de esposos y con su nueva labor de cara al mundo; debía comportarse.
—Mi nombre es… —Hizo una pausa, pues sintió como si se fuera a desnudar frente a ellos… ¡¿Tan difícil era presentarse como la gente normal?! Lo habitual para ella siempre fue decir una falsa identidad, pero ahora no podía mentir respecto a su nombre, así que, con sequedad soltó—: Kagura Takeda. Hija del antiguo daimyō Naraku Takeda.
Repentinamente, la artesana se congeló; su color en la piel que era de un tono canela claro se volvió tan pálido que parecía que se le había escapado el alma. El esposo se acercó un poco más, extrañamente tomó la mano de su esposa como si tratara de contenerla para que no se desmayara. El hombre preguntó:
—Entonces… ¿U-usted es hermana del daimyō Bankotsu Takeda? —La voz del hombre parecía titubear tras cada palabra, mientras que la mujer seguía petrificada.
—Sí… media hermana, en realidad —respondió Kagura. La kunoichi pensó que era normal que la mujer mostrara tal impresión. Y es que, en efecto, su hermano no la presumía como parte de la familia y su antiguo trabajo la mantenía prácticamente oculta de la sociedad. Así que, en definitiva; casi nadie la conocía. Aún así consideró que la reacción de la mujer había sido un tanto exagerada.
—Ya veo… —respondió al fin la artesana. Con movimientos toscos, comenzó a pasar sus manos por su cabeza, acomodó varias mechas de su cabello como si intentara dar una impresión menos desaliñada de su apariencia. Kagura ignoró por completo aquel gesto de la mujer y continuó esforzándose en ser cordial—: Siento no haberme presentado desde el principio como es debido.
La artesana la miraba nuevamente como si estuviera en un trance, pero pronto, su esposo, con un sonoro aclaramiento de su garganta la hizo espabilar, y entonces la artesana habló:
—¡Cielos! Por favor, señorita, no se disculpe. Nosotros nos disculpamos con usted que, nos honra con su presencia y, no ofrecimos nuestros respetos como es debido. —La artesana se dirigió a su esposo y le dijo—: ¡Cariño, rápido, ponte a mi lado! —Y el hombre hizo lo que le dijeron. En seguida, una sincera y honorable dogeza fue hecha a los pies de la kunoichi. Posteriormente, al enderezarse, la artesana comenzó a buscar con su vista alguna cosa a su alrededor mientras balbuceaba palabras ininteligibles—. ¡Oh! Aquí estaban —dijo. Y montó en una bandeja un par de panecillos que aún no guardaba. Kagura parpadeó confundida mirando los panecillos en la bandeja que la artesana puso frente a ella y se los ofreció a la joven de ojos afilados y rojos.
Decir que Kagura estaba sorprendida carecía de precisión. En toda su vida, o al menos, desde que Naraku la llevó con él, Kagura jamás había recibido un gesto de respeto hacia su persona, ni una simple reverencia, jamás recibió un obsequio; lo único que guardaba como tal era el abanico que la acompañaba en su canasto de bebé cuando fue hallada en la puerta de su antiguo clan ninja, así que, mucho menos alguien en su vida le había hecho una dogeza. Kagura solo podía seguir parpadeando de lo impresionada que estaba, hasta que logró articular cuatro palabras:
—¿Esto… es… para mí?
—Por supuesto que sí —respondió la artesana—. Le ofrezco estos panecillos que preparamos mi esposo y yo… sé que es algo muy modesto para una señorita de la nobleza y tan importante como usted. Pero es todo lo que tenemos ahora para obsequiarle. Lo siento mucho por no tener algo más adecuado a su persona.
«¿Alguien importante como yo?...», se preguntó perpleja.
Estática en su lugar, Kagura, no supo qué debía decir o hacer y tampoco sabía cómo describir la calidez que aquella dogeza y ese panecillo casero le hicieron sentir en su interior. Sus mejillas se enrojecieron sin aviso y solo logró disimular la pena con una suave tos. De paso, observó que la mujer tenía sus muñecas cubiertas con una tela ancha. ¿Ocultaba otras cicatrices? Como sea, la verdad es que no había comido hace un buen rato y aquellos panecillos se veían muy deliciosos. Y aunque dudó un poco si aceptarlos o no, finalmente cedió.
—Tomaré uno. Gracias… Supongo —murmuró esto último algo incómoda. Guardó el panecillo entre sus ropas, como si este fuera un objeto de mucho valor, y en seguida, continuó diciendo—: Regresando al asunto, ¿ustedes habían visto antes a ese caballo blanco?
La artesana parecía lamentarse de no tener una respuesta satisfactoria para la señorita de ojos carmesí, no obstante, enseguida sonrió cálidamente y respondió:
—No. La verdad es que somos nuevos aquí. Así que, no conocemos mucho la zona, ni a las personas de este lugar, pero tal vez, si regresa otro día, podríamos conseguir algo de información para usted.
La kunoichi se quedó mirando a la artesana con algo de curiosidad. Había algo en ella… Kagura no sabía si era la voz, la mirada, o la energía de esa mujer lo que le transmitía una sensación de confianza y calidez, tanto de ambas que, en circunstancias anteriores se habría aprovechado de aquel carisma y la habría utilizado como otro de sus «pajaritos» que la abastecían de cualquier tipo de información. Sin embargo, había una necesidad impulsiva en la kunoichi. Tal vez, por la dogeza y el panecillo que recibió de parte de ambos, no estaba segura, pero por primera vez decidió no actuar a su favor y prefirió no poner a este matrimonio en peligro.
—No será necesario. Gracias —Kagura fue firme en su negación.
—Entiendo —expresó la artesana un tanto desanimada. Parecía que realmente quería ayudar a la hermanastra del daimyō, pero luego le volvió a sonreír con calidez, sin perder de vista esa rojiza mirada. Y mencionó—: De todos modos, puede regresar cuando guste, aquí siempre habrá panecillos para usted, señorita. —Al finalizar la frase, la artesana ladeó levemente su cabeza y Kagura pensó que aquel gesto era el de una mujer que le hablaba con cariño a una niña pequeña invitándole a comer dulces a su hogar.
La kunoichi solo asintió, nuevamente un poco incómoda con la amabilidad de la señora, y se marchó. En este momento, su prioridad era regresar al castillo y entregar a la mañana siguiente los pergaminos, sin embargo, luego de eso, investigaría algo más del paradero de este caballo blanco y su dueño… o dueña.
Sus pupilas se encogieron de la impresión. Su cuerpo se paralizó en el momento en que se dio cuenta que ese hombre era el Comandante Okami, ¡su verdadero Comandante!
—Kōga… ¿Qué estás ha-?
—Ponte tu ropa. Luego hablaremos —le interrumpió el Comandante y enseguida, se alejó de ahí tomando camino entre la oscuridad del bosque.
Kagome no reaccionó de inmediato, y a decir verdad, estaba perpleja de ver a Kōga ahí. Una vez que reaccionó salió del agua, rápidamente volvió a colocarse todo su vestuario y se agachó para recoger su katana. El bosque tenía partes muy oscuras y partes que la luna iluminaba, no sabía a dónde se hallaba Kōga o si tenía que esperarlo a que regresara. Pero de pronto, Kagome oyó la hermosa melodía emitida por el Shakuhachi. En el pasado, en varias oportunidades, la melodía del Shakuhachi que a veces Kōga tocaba, les había funcionado a él y a Kagome para volver a reunirse cuando uno de los dos había perdido la ubicación del otro.
El sonido sibilante provenía del otro extremo de la laguna. Kagome dejó a Ryû pastando y fue al encuentro de Kōga. Guiada por el silbido suave y tranquilizador del Shakuhachi, la Capitán caminó entremedio de unos cuantos árboles y arbustos hasta llegar a donde se hallaba el Comandante. Dio un vistazo disimulado alrededor y notó que, además del caballo de Kōga cuya capa alazán brillaba con el reflejo de la luna, no había nadie más y determinó que Kōga estaba solo. De cierto modo eso tranquilizó a Kagome.
Avanzó lentamente acercándose un poco más a Kōga.
Llevaba armadura de soldado raso, algo que a Kagome le pareció extraño, pero lógico considerando que Kōga se hallaba pisando suelo enemigo; territorio prohibido para su clan. No obstante, Kagome pensó que debió ser difícil para él acceder a camuflarse, ya que en realidad para un samurái orgulloso como lo era el Comandante Okami, bajar su rango al de un soldado raso era igual a un insulto.
Kōga dejó de soplar el Shakuhachi; lo guardó entre sus ropas, alzó la vista y clavó en los ojos de ella su mirada turquesa con claros signos de molestia, inquietud y reproche.
Kagome quiso dejarlo hablar primero, así que esperó,en silencio, y pronto, Kōga tomó la palabra:
―Ryû es inconfundible y demasiado vistoso. No sé si tu imprudencia no tiene límites, o si todo esto te ha vuelto una mujer arrogante.
Kōga estaba decepcionado de ella y Kagome pudo percibirlo. Aquellas palabras habían sido tan duras como aquella vez en el pasado, cuando ella se interpuso entre la espada de un enemigo y él. Fue entonces cuando Kagome recibió esa profunda cortada en su brazo, de la cual, aún le quedaba una extensa cicatriz.
―Kōga. No deberías estar aquí. —Kagome le habló con calma.
―¿En qué estabas pensando cuando viniste a meterte sola a este lugar? ―Pero a diferencia de ella, el tono del Comandante fue en aumento e ignoró las palabras de la Capitán―. ¡Eres egoísta, actúas de manera imprudente y me apartas como un estorbo inservible en un asunto tan importante!
―Bien… estás molesto, lo entiendo, pero…
―¿Molesto? ¿crees que solo estaba molesto? ¡Estaba aterrado, Kagome! ¡Salí disparado de esa maldita cabaña cuando el niño ninja habló de una sospechosa mujer llamada «Kagome de Ezochi»!
―¿Hablas de Kohaku?... Entonces, ¿él está bien? ―Inquirió ignorando el asunto de su falsa identidad.
―Sí. Pero eso no me importa en este momento. Quiero que tú me respondas, Kagome… ¿Cuándo demonios yo he necesitado que tú me protejas?
La Capitán comprendió la molestia de su amigo, pero se quedó en silencio como una niña regañada.
―¡Responde, Kagome! ¡¿Soy alguien indefenso para ti?! ¡¿Alguien con quién no puedes contar?!
Le dolía… A Kōga le dolía profundamente la indiferencia que sintió de Kagome hacia él en el momento en que ella decidió hacerlo a un lado de todo esto.
Kagome al fin respondió:
―No sería capaz de ponerte en contra de mi hermana. ¡Eres su Comandante, su samurái más leal! Yo ya había abusado de nuestra cercanía pidiéndote que me ocultaras, ¿qué crees que habría pasado contigo si además, yo te hubiera involucrado en esto?
―Tal vez lo habría perdido todo —respondió tajante.
—¡Exacto! Y yo nunca me lo habría perdonado.
—Pero si tú me hubieras involucrado, esas horribles marcas de látigo no estarían en tu espalda. Y perderlo todo habría sido insignificante. —Kagome apretó los dientes y guardó silencio; no podía refutar aquello. Kōga continuó diciendo—: Quería pensar que había un error, que no eras tú la mujer que pasó por ese tormento, pero finalmente, ese niño ninja tenía razón. La soldado que fue castigada, Kagome de Ezochi, ¡eres tú!
Kagome podía percibir la furia y la impotencia en las palabras de su amigo. Él siempre la había protegido desde que eran unos niños .
―No tienes que preocuparte por eso, estoy bien. ―Intentó calmarlo y restar importancia a aquel hecho.
―Ese maldito fue capaz de lastimarte de este modo. ¡Juro que voy a matarlo!
―Soy la única responsable por estas cicatrices. Cuestioné la decisión de un daimyō en plena ceremonia de sucesión. Él no tuvo más opción que hacer valer su autoridad. Cualquier terrateniente me habría castigado.
Kōga quedó descolocado con aquella respuesta. Esperaba alguna clase de queja, un improperio, o una maldición en la que ella pudiera liberar todo ese odio contra el daimyō del norte, pero no esperaba esa actitud tan condescendiente y sumisa ante tan horrible acto.
―¿Qué pasa contigo?... ¡¿Lo defiendes?!
―¡¿Qué?! ¡N-no! ¡No estoy defendiendo nada! Solo… ¡Te digo que esto era parte de mi plan! Eso es todo.
Kagome observó los ojos furiosos de su Comandante y sentía que sus palabras perdían fuerza. Solo quería que ni él, ni nadie se metiera en esto, al menos, no todavía.
El Comandante se llevó una mano al rostro y lamentándose murmuró:
―Fui un idiota. No debí quedarme tan quieto con esto. Debí ser más firme contigo cuando te quedaste conmigo… antes de que vinieras hasta acá.
—Kōga esto no tiene que ver con si fuiste firme o no; esta fue la única forma de que yo me pudiera infiltrar, tenía que… es una larga historia, pero en resumen, me rechazaron por mi género y tuve que demostrar que era digna de pertenecer a sus filas.
—Te oigo y no puedo creer que hayas llegado a poner tu vida en el borde de un abismo. ¡Creí en tí cuando dijiste que me ibas a necesitar en algún momento! ¡¿Qué has estado esperando para buscarme?! ¡¿Ibas a pedir mi ayuda cuando estuvieras muerta?!
―Cuando yo… ―hizo una pausa involuntaria pensando por un instante en el rostro del hombre al que iba a nombrar―. Cuando haya asesinado a Bankotsu, y todo su clan se vuelque contra nosotros, entonces, te voy a necesitar. Si el clan Takeda se queda sin su daimyō… la batalla nos favorecerá. Tengo todo bajo control, solo… debes ser paciente.
Kōga negó con la cabeza:
―No puedo, Kagome. Sabes que no podré estar tranquilo mientras pasas cada día al filo de ser ejecutada. Así que, te lo pido por favor; regresa conmigo y luego veremos como recuperar a Banryû. Midoriko ya sabe todo, Kohaku le informó por medio de una carta, y ahora, Sango y él esperan nuevas órdenes. Yo me adelanté… No podía esperar un minuto más en esa cabaña. Y tuve que ponerme esta armadura de mierda para que esa ninja me dejara salir. Dijo que así no me reconocerían. Es una mierda y eres culpable. Quiero que regreses ahora.
Kōga omitió la parte en que Sango le había dicho que no hiciera nada imprudente hasta que reciban una respuesta de Midoriko por la carta de Kohaku.
A esta altura, a Kagome no le sorprendía que Midoriko ya estuviera en conocimiento de todo y que Sango estuviera en esto con Kōga. Así que, con seriedad dijo:
―Si Sango está aquí y ya sabe todo, entonces, ella debe entender que no puedo simplemente desaparecer de la vista de Bankotsu.
—Eso podemos solucionarlo ―respondió tajante―. Solo regresemos y todo estará bien. Sango se encargará de darte por muerta, el daimyō pensará que perdió un soldado más y todo habrá acabado.
―¡¿Qué…?! ¡No!
Extrañamente, Kagome se imaginó a Bankotsu despreocupado con una noticia así, como si ella fuera una más del montón de sus soldados, ¿realmente él actuaría tan indiferente? Mientras este pensamiento se archivaba en alguna parte de su cerebro oyó que Kōga seguía hablando.
―Luego pensaremos cómo recuperar la alabarda, hablaré con Midoriko y con el Coronel Miroku. Podemos solicitar hombres de alguna otra provincia aledaña para aumentar el número de nuestro ejército. Yo mismo dirigiré todo y mataré a ese hijo de puta cuan-
―¡Basta Kōga! ¡No me iré de aquí!
―¡Deja de ser tan irracional, Kagome! ―La aludida frunció el ceño y Kōga volvió a la carga―: Si tu deseo de venganza es tan grande que llegaste a estos extremos,entonces, en todo este tiempo que has estado cerca de él, ¡¿qué has hecho?! ¡¿Qué estás esperando para matar a Bankotsu Takeda?!
Kagome se quedó en silencio. Pensó en lo más obvio: necesitaba hallar el momento perfecto para asesinarlo. No sabía cómo ni cuándo, pero estaba segura de que hallaría aquella instancia pasando más tiempo con él. Luego de pensar unos instantes en todo esto, intentó mostrarse muy segura y respondió:
―Tanteo el terreno. Estoy conociendo a mi enemigo para atacar después.
—Como una ninja… ―espetó con ironía―. Tienes todo un ejército que moriría por tí, pero tú vas y actúas como una ninja. ―Avanzó un par de pasos, la tomó de los hombros y clavó sus ojos turquesa en los de ella―. ¡Somos Samuráis! ¡Nosotros no resolvemos las cosas así! No nos infiltramos en castillos ni traicionamos la confianza de alguien. ¡No somos ninjas! ¡Tú, no eres una ninja! Piensas que tu padre se pondría orgulloso de esto. Piensas que estás haciendo algo honorable, ¡pero no es así! Él odiaba que las cosas fueran turbias, ¡y lo sabes!
Las palabras se escapaban afiladas y dañinas, y luego fue el turno de Kagome:
―¡Tuve que hacerlo de este modo porque Midoriko jamás quiso involucrarse en esto! Aunque tú hablaras con ella, ¡Midoriko no habría aceptado luchar! Y desgraciadamente, eso te aparta en el principio de este asunto, y a todos nuestros hombres, ¡no soy egoísta por actuar sola y querer despejar el camino para mi gente! Y, si cuido tu posición en el clan, pues, ¡acéptalo! Tal vez no lo entiendes, pero también lo hago porque eres mi amigo y me importas. Y no solo eso, ¡eres el mejor elemento de nuestro ejército! Kōga, tú siempre me proteges, pero yo también puedo hacer lo mismo contigo y no puedes juzgarme por eso. —Se formó un breve silencio, pero la vibra entre los dos era densa y dolorosa. Eran grandes amigos y este tipo de discusiones no eran habituales entre los dos. En seguida, Kagome retomó—: Y aunque te lo hubiera dicho y hubieras armado un plan de ataque con nuestros compañeros… créeme, Bankotsu no es cualquier tipo. Su capacidad intelectual está a otro nivel. No es una persona que podrías derrotar de manera conjunta con un ejército. Sabe protegerse muy bien e involucrarse en el proceso, lo he visto. Por eso necesito conocerlo más, necesito saber sus debilidades, y fortalezas. Necesito…
—¡Demonios, Kagome! —Kōga seguía con sus manos en los hombros de la Capitán y cada vez que se irritaba parecía zamarrearla levemente como queriendo hacerla espabilar y que entrara en razón—. ¡¿Te oyes?! Tú misma dices que él es tan increíble, entonces, ¡no puedes hacer esto sola! —aseveró.
—Claro que puedo hacerlo. —Intentó pensar en Bankotsu divirtiéndose con Ime, desvió la mirada y soltó—: No sabes las ganas que tengo de asesinarlo. —Luego volvió a mirar al Comandante—. Pero no podré hacer nada si ustedes se involucran en este momento. Así que, ¡vete de aquí y llévate a Sango!
Kagome se quitó de encima las manos de Kōga, se giró y se dispuso a caminar hacia el otro lado de la laguna para montar a Ryû y regresar al castillo. Sin embargo, en cuanto le dió la espalda a su Comandante, este la tiró del brazo hacia él y la abrazó con fuerza enterrando su nariz en el cabello de Kagome.
—Basta… —suspiró agotado de discutir con ella. Kagome se quedó pasmada entre los brazos del Comandante; habían pasado muchos años desde que él la había abrazado con tanto afecto y protección. El corazón de Kōga palpitaba con tal fuerza que Kagome presintió que su amigo, realmente estaba aterrado —. Te prometo que yo volveré aquí, vengaré a tu padre y llevaré esa alabarda para tí. Pero te lo pido, por favor… —suplicó—. Regresa conmigo y no vuelvas a ese lugar.
Kagome suspiró también y luego correspondió al abrazo de su amigo, de verdad que entendía la angustia que lo invadía y se sentía una horrible persona por provocar tantos problemas y preocupaciones. Pero lo hecho, hecho estaba, y solo podía continuar con su plan. Así que, Con todo el cariño que le guardaba a su amigo, Kagome le respondió:
―No me hagas esto, por favor. Sabes que mi respuesta es y será un no… Kōga, te pido que me perdones, y que trates de entender.
Kōga apretó los ojos tras aquella respuesta y entendió que, no importaba todo lo que él le dijera a su amiga. Definitivamente, Kagome no iba a transar. Pero él tampoco lo haría.
―No. Perdóname tú y no me odies, pero regresarás conmigo a como dé lugar. —Dicho esto la tomó de la muñeca y la tironeó para llevarla hasta donde estaba Tornado; su caballo de capa alazán.
—Espera… ¿Qué haces? ¡Dije que no iré contigo! ¡Ryû está del otro lado y debo ponerlo bajo resguardo! —Kagome evitaba avanzar con esfuerzo e intentó quitarse la mano de Kōga, pero este no quería soltarla. Aún así, se detuvo a explicarle.
―Ya me hice cargo de él. Dos de nuestros compañeros se lo llevaron en cuanto viniste hacia mí. Por favor, camina y no me hagas arrastrarte hasta Tornado.
―¡¿Qué?!... No puedo creerlo. Entonces, por esta razón tocaste el Shakuhachi. ¡Les diste la ubicación!
Con seriedad y sin debilitar el agarre en la mano de Kagome, respondió:
―Sí.
Kōga apretó su mandíbula; no se sentía para nada orgulloso por hacer esto. Como su amigo, tal vez, no tenía el derecho de no respetar su decisión, pero tenía una orden de Midoriko y en su corazón, tenía el temor de perder a su compañera y amiga. De hecho, Kōga no estaba autorizado a traer soldados a esta misión, Sango había sugerido no hacerlo para evitar llamar la atención. Pero Kōga era un hombre que funcionaba en equipo, así que, a espaldas de la kunoichi, le ordenó a dos de sus soldados que partieran al norte antes que él y lo esperaran en la aldea de Mutsu. Se habían reunido hace pocos instantes en el bosque cuando Kōga vio pasar a Ryû, se escondieron y les dijo que iría tras aquel caballo blanco, y que si oían un Shaikuhachi acudieran con cautela. Pero que no se acercaran a él. Así los hombres se guiaron por la melodía, buscaron a Ryû y se lo llevaron sin que Kagome se diera cuenta.
Kagome comenzó a desesperarse y tirar de su brazo, él, no solo era su amigo, también era su Comandante, no podía simplemente golpearlo y safar de su agarre. Sintió que sus planes se estaban desparramando como hojas en el aire. Así que, intentó golpeando en el orgullo samurái.
―¡¿Qué pasó con tu discurso de «somos samuráis y no atacamos por la espalda»?! ¡¿Solo fueron palabras vacías?! ―Le reprochó molesta a su compañero.
―No te ataco... Te protejo.
―¡Estás en un error, Kōga! ¡Ya no puedo regresar así nada más! Bankotsu irá por todos nosotros y para ese entonces, ¡ya no podremos derrotarlo!
—No me importa, sube al caballo. Es una orden.
El Comandante tenía un semblante de absoluta determinación.
―¡Kōga! Te lo pido por favor, no me hagas esto, ¡no quiero pelear contigo!
―Entonces no hagas las cosas difíciles y sube al caballo.
Kagome forcejeó con más fuerza, pero entonces Kōga la tomó de la cintura para levantarla.
Kagome comenzó a utilizar sus habilidades marciales para definitivamente escapar, mientras que con sus dientes apretados decía:
―¡No! ¡Por favor, déjame ir! ¡Suéltame!
Tal vez por el alboroto ninguno de los dos oyó el galope de unos caballos aproximándose al lugar. Pero entonces, en medio del forcejeo, Kagome sintió que repentinamente uno de sus costados de la cintura había sido completamente liberado. La Capitán miró a su amigo, pensó que este finalmente había cedido, pero entonces, vio que Kōga se estaba cubriendo el costado de su rostro con su propio brazo en cuya carne tenía clavado un tantō. Un tantō que estaba dirigido al cuello del Comandante, pero que gracias a los buenos reflejos de este; falló. Un tantō que en su empuñadura tenía grabado el kamon que representaba al clan del daimyō del norte.
A Kagome se le fue el alma.
«¡Mierda!... —expresó para sí con espanto—. Ese tantō es… de Bankotsu Takeda».
Continuará…
N/A: ¡Hola bellezas de la creación! Aquí vengo con una nueva entrega de esta historia que adoro. Espero que hayan disfrutado de este capítulo y no haya sido tedioso T.T
Tengo mucha curiosidad por leer sus comentarios relacionados a como va la historia, pues tanto Bankotsu como Kagome ya entienden que hay algo que sienten el uno por el otro en su interior. Bankotsu lo acepta y Kagome está contrariada, pero sabe que no pude negarlo. Aiiissss… ¡Mis amores, Kōga y Bankotsu están frente a frente! ¿Qué pensará Bankotsu de esta situación? TENGO SUSTOOOO Y NO ES BROMA, JAJAJA... SIENTO QUE DEJÉ LA CAGADA. ¿Será que Kagome logra escapar de esto o Bankotsu lo descubrirá todo? Díganme, ¿qué creen ustedes que se viene?
Dato cultural
-Hora del Jabalí: de 21:00 a 23:00 h Hora del Jabalí: Es cuando estos animales duermen en un sueño profundo.
-Fundoshi: Un fundoshi es una pieza grande de tela que se anuda al cuerpo para formar una especie de tanga que deja las nalgas al descubierto.
-Los Rusuiyaku y los Karō: Aunque el daimyô era teóricamente la máxima autoridad de su dominio, una gran parte del trabajo administrativo era realizado por los karō (samuráis de alto rango que servían como oficiales o asesores del daimyō ) y rusuiyaku (funcionarios que supervisan asuntos en ausencia del señor). Aclaro que esto era más en el período Edo, pero esta historia se emplaza a finales del sengoku así que lo utilicé porque me adelanté rebeldemente, jajajaja…
-Mantis Orquídea: ¿Por qué Kagura comparó a Kagome con una Mantis Orquídea? Este insecto destaca por sus colores, lo que le otorga una gran capacidad de camuflarse entre las flores, de ahí viene su nombre. Además combina su aguda visión y sus golpes estilo ninja, que la ubican en la categoría de los depredadores más letales y astutos del sudeste asiático. Con el tiempo se descubrió que la mantis practica el exquisito arte de la "mímica agresiva". Es decir, los insectos son atraídos por las flores debido al brillo de sus pétalos, y la mantis es capaz no solo de contorsionarse hasta adoptar la forma de la flor, sino que además puede ser más brillante que la planta que imita.
Una vez que el insecto visita la enceguecedora e implacable trampa de la mantis no hay escapatoria posible de esta maestra de las artes marciales.
-Dogueza: Es un elemento de la etiqueta tradicional japonesa que implica arrodillarse directamente en el suelo e inclinarse para postrarse mientras se toca el suelo con la cabeza. La dogeza tiene un significado más profundo que una sencilla reverencia.
-Shakuhachi: Es una flauta de Bambú seleccionado, tiene cinco orificios. Su sonido es místico, profundo y solitario.
-Alazán: Es un color único marrón en la crin y el pelaje o capa de un caballo.
Fin del dato cultural
A todas las almitas lectoras de ETOYEM les agradezco infinitamente el apoyo y sus palabras que me alientan a continuar.
GabyJA, Manu Teorias, Rodriguez Fuentes, XXlalalulu, paulayjoaqui, Tere-Chan19, Cami-Insoul, ¡INFINITAS GRACIAS!
También gracias a las personitas que luego me escriben sus comentarios en la página de Facebook Phanyzu y seguimos el chisme ahí. Gracias por esperar con cariño y paciencia las actualizaciones.
Abracitos y hasta un próximo capítulo.
PD: se vienen intensos momentos BanKag :3
