5

Rin estaba frente a su tocador viéndose al espejo para terminar de peinarse. Sin embargo, sus pensamientos estaban perdidos con la información que le había dado su marido unas horas atrás.

Después de que Sesshōmaru le confesara su verdadera procedencia, no le dijo nada más. Él solamente le había deseado una buena noche y se marchó de su habitación. Algo que la había dejado aún más confundida.

La joven esposa no sabía muy bien cómo tomar dicha información. No significaba que con ese dato extra su opinión o sus acciones fueran a cambiar respecto a su marido. Pero le parecía curioso que para el hombre dicha situación significara nada. Y quizás ella también debería tomarlo de la misma manera, y no darle importancia a algo que realmente no era particularmente grave.

Aparte, eso de tener hijos fuera del sagrado matrimonio era el pan de cada día. Y eso era una constante en la realeza, aunque lo escondieran debajo de su cuestionable moral.

—Entonces eso quiere decir que todo el mundo lo sabía —musitó para sí misma.

El toque de la puerta la sacó de sus cavilaciones y volvió a centrarse en su tarea.

—Pasa, Kanna.

La albina no tardó en ingresar a la recámara con un conjunto de sábanas limpias y con unos cuantos estornudos escapando de su boca.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó preocupada, mientras miraba a Kanna a través del espejo.

—Sí, Rin —respondió rápidamente—. Solo es una pequeña alergia.

Rin giró sobre su silla para encontrarse a la chica con la nariz totalmente roja y con una mirada decaída. Así que dudosa ante las palabras de la joven sirvienta, se levantó y se acercó a ella para checarle la temperatura con el dorso de la mano.

Kanna se sorprendió por el repentino acto, pero su cuerpo se sentía tan pesado que no pudo moverse.

—Kanna, tienes fiebre —dijo sin duda.

—Estoy… —Kanna no pudo evitar toser un par de veces—. Lo siento —se disculpó en un hilo de voz.

—No te preocupes. —Rin le tendió un pañuelo para que se limpiara—. ¿No has tomado nada aún?

—No.

—Deja esto y ve a la cocina, luego pídele a la señora Kaede un té de manzanilla con miel y limón —le pidió con un tono dulce y cálido—, y me esperas ahí.

—Pero…

—Kanna, no me hagas ordenarte. —Miró fijamente a los decaídos ojos negros.

—Está bien —asintió Kanna muy a su pesar.

La joven mujer dejó su tarea y se retiró de la recámara, dejando sola a Rin nuevamente. La cual sonrió complacida al salir victoriosa.

—Será mejor que me apure —se dijo así misma, para enseguida realizar la tarea de Kanna.

Luego de terminar de ordenar su habitación y de dejar las sábanas y ropa sucia en el cuarto de lavado. Rin tomó rumbo hacia la cocina, esperando que Kanna hubiera hecho caso.

Al ingresar al lugar se encontró con la albina, que estaba sentada en uno de los bancos, con una taza de té que aun humeaba y a ella limpiándose su pequeña nariz ya enrojecida. Algo que le pareció más que adorable a la castaña. Kanna se veía como una muñequita de porcelana, aunque no era nada lindo que fuese por una gripe.

En ese instante se dio cuenta que Kaede no se encontraba, algo que la sorprendió un poco.

Rin caminó hasta Kanna y volvió a posar su mano sobre la frente de la chica, la cual ni siquiera hizo el intento de alejarse del contacto.

—¿Y la señora Kaede? —preguntó, mientras acomodaba el flequillo albino con ternura.

—Fue con mi hermana al almacén —respondió sin mucho ánimo.

—Debiste quedarte en cama, la fiebre está empeorando —dijo, y colocó su mano en la espalda de la chica, sobándola suavemente para relajarla —. ¿Tienen algún botiquín?

—Mi hermana lo tiene…

—¿Y por qué no te ofreció medicamento al verte en ese estado?

—Porque apenas ahora se dio cuenta que amanecí enferma… —La toz la interrumpió—. Aparte, ese medicamento no es para los criados.

—¡¿Disculpa?! —Aquella información la había molestado al instante.

Rin no podía creer que Sesshōmaru tuviera ese tipo de reglas tan poco coherentes. Y más cuando había tanta gente bajo su cobijo.

En ese instante escuchó las voces de dos mujeres discutiendo, y el ruido comenzó a ser más estridente conforme se acercaban.

—¡Ya te dije que no he agarrado de más! —dijo la cocinera con fastidio en su voz.

—Aparte de mí, tú eres la única persona que entra al almacén. Por lo tanto, ese costal de azúcar no pudo haber desaparecido porque sí —sonaba Kagura con enfadosa altanería.

—¡Señora! —la nombró Kaede al mirarla—. ¿Cómo amaneció?

—Bien. —Miró a ambas mujeres—. Por cierto, gracias por hacerle el té a Kanna.

—No hay nada que agradecer, señora.

—Señorita Kagura —nombró por primera vez a la ama de llaves. Y está la miró altivamente—. Me dijo Kanna que usted tiene en su poder el medicamento de esta casa. Podría dármelo, por favor.

—Estoy por ir al pueblo, conseguiré la medicina en el dispensario —respondió desobedeciendo deliberadamente a Rin.

—Su hermana no puede esperar, necesita el medicamento ahora, para que pueda descansar sin problema.

—Ese medicamento no es para el uso de los…

—¡No me importa! —la interrumpió con una voz extrañamente seria—. No estoy preguntando ni sugiriendo, Kagura. Estoy dándole una orden.

Las tres mujeres se mostraron sorprendidas cada una a su manera, pero tampoco le extrañaba a Rin tales reacciones. Durante el poco tiempo que llevaba en el recinto, su actitud había sido humilde y sumisa. Pero en ese momento no le importaba imponerse, ya que alguien necesitaba de su ayuda. Y no iba a permitir que por una estúpida regla emporara la salud de Kanna.

—Si su miedo es una represalia por parte de mi marido —remarcó esas dos últimas palabras con ímpetu—, no debe de preocuparse. La responsabilidad es toda mía. Así que vaya por el medicamento y me lo lleva a la habitación de Kanna.

Kagura entrecerró los ojos con notable enfado, pero no tuvo más opción que obedecerla.

—Como usted ordene, señora —dijo entre dientes, para enseguida tomar camino hacia el pasillo que daba hacia las habitaciones de las empleadas.

—Señora —la llamó Kanna—, no era…

—No te preocupes. —Su voz volvió a su acostumbrado temple y le sonrió a la joven albina—. Vayamos a tu cuarto, para que descanses. —En eso volteó a ver a la cocinera—. Señora Kaede, prepárame un cuenco con agua fría y unos pañuelos limpios.

—Claro, señora —asintió la mujer con una orgullosa sonrisa en el rostro.

—Vamos, Kanna.

La albina obedeció sin rechistar y cogió el brazo que Rin le ofrecía para ayudarla a andar.

• ────── ✾ ────── •

Hakudōshi estaba sentado en la elegante e intricada silla de Kirinmaru. Este último, permanecía cómodamente en el amplio sofá leyendo un libro en compañía de una humeante taza de té.

—Así que le estás enseñando administración a la esposa de Sesshōmaru —comentó sin apartar la mirada de su lectura.

—Sí, y para mi sorpresa es muy buena en ello. Un par de clases más y la señora podrá desenvolverse por sí sola —dijo muy seguro de sus palabras.

—Me es raro hablar de la mujer de Sesshōmaru. —Apartó la vista del libro y la dirigió hacia el joven albino—. Es la primera vez que la mencionas, y Sesshōmaru ni siquiera se tomó la molestia de comentarme algo sobre ella.

—Bueno, no he estado viniendo a tu casa para beber té y charlar del día a día —rio con cinismo—. Y sobre Sesshōmaru, él no suelta prenda de su vida personal ni a punta de palos.

—Pero, ¿por qué la mencionas ahora? —preguntó curioso el hombre de cabellos rojizos.

—Es que me quedé pensando si la vieja Kaede le dio mi recado. —Alzó los hombros restándole importancia—. Con eso de que se le comienza a olvidar todo.

—Hmm…

—Parece que no te causa curiosidad la mujer de Sesshōmaru.

—He tenido muchas cosas en la mente —se justificó—, pero ahora que la mencionas me han entrado ganas de conocerla.

—¿Sí?

—Quiero ver el rostro de la mujer que orilló a Sesshōmaru a casarse —rio—. Debe ser todo un estuche de sorpresas.

—Algo así… —Hakudōshi se quedó pensativo por unos segundos—. La señora es muy normal a primera vista.

—¿Normal? —Una torcida sonrisa se dibujó en el rostro del duque—. Me gustaría que dijeras eso enfrente de Sesshōmaru.

—No soy tan estúpido —rio divertido—. Aparte no lo digo de una manera despectiva.

—¿Entonces? —Kirinmaru había dejado por completo el libro y centró toda su atención en Hakudōshi.

—No destaca mucho físicamente, quizás sea por su forma tan sosa de arreglarse. —Posó su mirada en el techo—. Como te dije, si la ves a simple vista te parece alguien tan olvidable. Pero si la observas directamente a los ojos la cosa cambia y mucho.

—¿Es decir?

—Su mirada irradia tanta energía —se incorporó y apoyó sus codos en el gran escritorio, enfocando sus intensos ojos violetas sobre los verdes—. Es como si en ellos guardará su verdadero yo. Me pregunto… —Hizo una pequeña pausa—. Si eso fue lo que llamó la atención de Sesshōmaru.

—Puede ser…

—Kirinmaru, tú lo conoces mejor que yo. Incluso lo viste crecer. —Se mostró interesado—. ¿Tú qué piensas de su repentina acción de casarse? ¿Crees que realmente le gusta su esposa o habrá otro motivo?

—Siendo sincero. —Una mueca melancólica se hizo presente en el duque—. Lo más seguro que hubo otras razones ajenas al amor o la atracción.

—Sí, yo también lo creo. —Se volvió a echar hacia atrás, posando por completo su espalda en el amplio respaldo de la silla—. La señora Rin tampoco se ve muy entusiasmada e incluso es muy distante con él. Es como si le temiera, a pesar de que él la trata con respeto.

—Hmm…

Hakudōshi sacó el reloj del bolsillo de su chaleco, para enseguida dar un largo bostezo.

—Será mejor que vaya a tomar una pequeña siesta —dijo al momento de levantarse y estirarse un poco.

—Tu habitación está lista.

—Gracias —habló con cansancio en su voz.

El joven administrador caminó hasta la puerta y al abrirla Kirinmaru lo detuvo al hablarle.

—Hakudōshi.

—¿Qué ocurre? —Se detuvo, pero no viró a ver al hombre mayor.

—Sabes que eres libre de desistir. —Kirinmaru se levantó y enfrascó su atención en el albino—. Podemos buscar otra forma.

—Es mejor acabar con esto lo más rápido posible —respondió con una amabilidad no muy frecuente en él—. No te preocupes, estarás ahí para cubrirme las espaldas.

—Sabes que no es eso a lo que me refiero —mencionó con notable pena—. No quiero que esto te traiga recuerdos amargos.

Hakudōshi giró y con una sonrisa melancólica en su rostro observó a Kirinmaru.

—Vivo con ello todos los días, Kirinmaru. —Su sonrisa desapareció—. Así que no te lamentes.

El albino no dijo nada más y se retiró del despacho, dejando a Kirinmaru con una amarga sensación en la boca del estómago.

• ────── ✾ ────── •

Sesshōmaru ingresó a su hogar con carpeta en mano, tomando camino directamente hacia las escaleras para ir a su habitación.

—Sesshōmaru —lo llamó Kagura.

—No.

—¡Si no te he dicho nada aún! —se quejó ofendida.

—¡Mi señor!

Tanto Sesshōmaru como Kagura voltearon a ver a Rin, la que acababa de salir de la puerta del comedor, secándose las manos con el delantal que tenía puesto.

—No sabía que hoy llegaría temprano. —La joven esposa no pudo ocultar su sorpresa al verlo tan pronto en casa.

—Estaré en mi recámara, no quiero que nadie me moleste —obcecó su atención en Rin.

—Está bien —asintió a las palabras de su esposo—. ¿Bajará a comer?

—Avísame cuando esté listo —se lo dijo explícitamente a su mujer.

—Bien.

Sesshōmaru le dedicó una última mirada a la castaña y dio paso hacia arriaba ignorando en el proceso a Kagura.

En un par de zancadas llegó a su recámara, y al entrar dejó la carpeta sobre el buró y empezó a quitarse la camisa y se dirigió al baño en busca de agua para refrescarse un poco. Se sentía agotado a pesar de no haber hecho demasiado hoy. Pero el nulo descanso que tuvo en la noche, las palabrerías tanto de Kōga como de los trabajadores por la pérdida de unas cuantas ovejas y lo que ocurriría por la noche con Kirinmaru y Hakudōshi le habían provocado una desagradable jaqueca.

Abrió una de las llaves de la tina y dejo que empezara a llenarse, mientras él terminaba de quitarse lo que le faltaba de prendas.

El agua que estaba fluyendo era fría, pero era eso lo que el peli-plata realmente necesitaba en ese momento. Sin olvidar que él estaba acostumbrado tomar baños fríos independientemente de la estación en la que estuvieran.

Tan rápido se llenó la bañera, Sesshōmaru se introdujo y mojó rápidamente su cabeza y rostro, para enseguida mantenerse en completa quietud. Todos sus músculos empezaron a relajarse, su mente se fue despejando y cerró los ojos como si con ello pudiera conciliar un poco de sueño.

Después de un par de minutos de paz, abrió sus ojos con pesadez y se topó con el blanquecino techo. Se estaba quedando dormido y sabía que ese no era el mejor lugar para hacerlo. Así que se dispuso a asearse rápidamente, para ir en busca de su cama y no despertar hasta que fuera la hora de la comida.

Al terminar de secarse todo el cuerpo y a medias el cabello, se colocó la ropa interior y se echó en la cama sin decoro alguno, esperando que la siesta que tomaría le ayudaría a quitarse toda la pesadumbre que estuvo cargando durante toda la mañana.

El tiempo transcurrió sin ningún problema, Sesshōmaru había logrado su objetivo de rendirse al sueño y olvidarse de todo lo que le rodeaba; la gente, los problemas e incluso sus propios pensamientos. Tanto fue así que no fue capaz de escuchar cuando alguien tocó una, dos y tres veces la puerta.

—Mi señor…

Sesshōmaru escuchó aquellas palabras a la lejanía, tan distante que apenas y pudo entender lo que aquella voz pronunciaba.

—Debe estar muy cansado —murmuró la femenina voz.

Aquella presencia se volvió aún más perceptible para el hombre, el cual frunció su ceño al notar que se acercaba peligrosamente hacía él. Y cuando ese alguien estuvo a punto de tocarlo, Sesshōmaru reaccionó por puro instinto.

—¡Aaah! —El grito retumbó por las cuatro paredes de la recámara.

La acción fue tan rápida que la escena en ese momento podría interpretarse de muchas maneras, dependiendo del espectador que lo mirara. Pero allí solo había dos personas, el hombre corpulento y poderoso sometiendo a la mujer pequeña y frágil.

Sesshōmaru entornó su mirada como si de un animal salvaje se tratara y se encontró con el rostro de su esposa. Rin estaba totalmente desorientada, y más al verse dominada y acorralada por el cuerpo semidesnudo de su marido.

El peli-plata se dio cuenta de la situación tan rápido como su instinto fue apagando todas las alarmas de peligro.

Aflojó el agarre de sus manos a las delicadas muñecas, pero no la soltó y sus facciones se suavizaron al encontrarse con esos ojos marrones, que aún no parecía entender como habían terminado las cosas así.

—Yo…yo… —tartamudeó Rin.

Aquella acción hizo que se viera más vulnerable y apetecible ante la acechadora mirada ambarina, la cual bajó su atención a los temblorosos labios de su mujer.

—Mi señor —pronunció aquellas palabras con voz entrecortada—, podría soltarme. Me está lastimando —suplicó la joven esposa, que de forma torpe trataba de zafarse de aquel agarre.

Sesshōmaru estaba tentado a no hacerlo, y ver hasta dónde llegaría su mujercita ante esa situación en donde llevaba todas las de perder.

«¿Por qué incluso en este momento no muestras ni una pizca de miedo?», deseó preguntárselo, pero sólo quedó como un pensamiento más del hombre.

Al final, Sesshōmaru accedió a la petición al soltarla y alejarse de ella, quedando sentado sobre la cama.

Rin reaccionó tan rápido como sus torpes movimientos le permitieron, hasta llegar a la puerta en dónde se paró con la mirada baja, tal vez por el nerviosismo, la vergüenza o la excitación del momento.

—Lo…lo lamento, no quise el perturbar su descanso —habló la mujer tratando de calmar su acelerada respiración—. Es que, al no recibir respuesta, entré para ver si se encontraba bien.

—Deja de disculparte —ordenó, odiaba que se disculpara por cualquier estupidez.

La joven mujer aun con el rostro bajo, apretó con fuerza la falda de su vestido con sus manos.

—Ya bajo.

—Con permiso. —Rin no dudó ni un segundo y se retiró de la habitación.

Sesshōmaru se quedó mirando unos cuantos segundos la puerta por donde partió su esposa, para después posar su atención en la almohada del costado, en dónde se encontraba escondido su daga, la cual siempre tenía lista para atacar.

Suspiró pesadamente y llevó su mano a la cabeza en señal de alivio. Sabía que, si en vez de someter a Rin hubiera sacado la navaja y colocarla sobre el delicado cuello, las cosas pudieron haber resultado mucho peor.

• ────── ✾ ────── •

Kagura estaba recargada en la pared, viendo como Rin hablaba con su hermana la cual ahora se le veía muchísimo mejor. La temperatura había bajado y se le veía un poco más animada, muy a la manera de Kanna.

—Muchas gracias, señora —dijo Kanna en un hilo de voz.

—No hay nada que agradecer. Me alegro que respondieras rápido al medicamento —habló Rin, mientras tomaba la taza vacía de las manos de Kanna—. Aun así, mañana seguirás en reposo.

—Pero… —Kanna no pudo terminar, al ver aquellos cálidos ojos marrones.

—Por favor, tu salud es primero. Y tu trabajo lo puede suplir cualquier otra persona —le recordó—. Así que mañana tu único propósito es cuidarte, para evitar una recaída. ¿Bien?

—Sí, señora —asintió la joven criada con una pequeña sonrisa en su cansado rostro.

—Muy bien. —Rin se levantó con la taza y unos trapos húmedos en sus manos—. No olvides el tomar tu medicina a tiempo. Y cualquier cosa que necesiten, no duden en pedírmelo —se dirigió ahora a la hermana mayor—. La salud de tu hermana es más importante que cualquier regla, señorita Kagura.

—Sí, señora —respondió escuetamente.

Rin suspiró y volvió su atención a Kanna, regalándole una gentil sonrisa.

—Descansa, Kanna —dijo suavemente.

—Usted también, señora —respondió Kanna de la misma manera.

La señora de la mansión dio camino hacia la salida, y se topó con los intensos ojos escarlatas.

—Hasta mañana, señorita Kagura.

—Hasta mañana.

Tan rápido salió la castaña de la recámara de Kanna, Kagura cerró la puerta de un golpe y carraspeó entre dientes.

—Deberías ser más respetuosa, es la esposa…

—¡Ni lo menciones! —Comenzó a caminar de un lado al otro como se lo permitía el pequeño cuarto—. Me da igual quien sea, no debió tomarse todas esas libertades contigo. Es como si yo no existiera, o que no me preocupase lo que te pasa. ¡Eres mi hermana!

—Kagura —habló Kanna tratando de no forzar la voz—. Dudo mucho que la señora piense que no te preocupes por mí.

—¿Tú crees? —rio con ironía—. Lo siento, Kanna. Pero esa carita de no romper ni un plato no se la compro.

—La señora es una buena mujer —la defendió Kanna—. Lo que pasa es que los celos no te dejan ver con claridad.

—¿Desde cuando estás de su lado, Kanna? —Kagura se cruzó de brazos y miró burlonamente a su hermana menor.

—Olvídalo —suspiró la joven albina—. ¿Y Hakudōshi?

—Ni idea —frunció el ceño—. Parece que anda haciendo algún trabajo especial para Sesshōmaru.

Kanna no pudo evitar que la preocupación se adueñara de sus facciones. Había echado de menos el no ver a su hermano consintiéndola en su estado actual. Y saber ahora que parecía estar haciendo algo peligroso, hacía que su corazón se le encogiera.

—Quita esa cara. —Kagura se sentó en la cama y acarició la melena blanquecina con ternura—. Lo más seguro sea una tontería. A parte, Sesshōmaru jamás lo obligaría a hacer… —calló abruptamente.

—Lo sé. —Fue Kanna la que cogió la calma, para tranquilizar a su hermana—. Seguro no es nada.

—Perdón, Kanna. —La ama de llaves abrazó a su hermana con ternura—. Tu hermana a veces es una tonta.

—Sí.

Kagura rio tenuemente ante la afirmación de su hermana, y al sentir los cortos brazos aferrarse a ella.

—Realmente lo siento —habló con franqueza—, no debí dejar que mis emociones sobrepasaran tu salud. Tú sabes que ustedes son lo más importante que tengo en la vida.

—Lo sé. —Kanna se acurrucó aún más en los cálidos brazos de la pelinegra.

—¿Quieres que me quede hoy contigo?

—Sí —respondió Kanna en un susurro.

• ────── ✾ ────── •

Las finas y curveadas líneas comenzaron a dibujar a dos amantes con extraños y elegantes ropajes, los cuales en total desorden mostraban abiertamente el contacto de sus sexos. La mujer tenía su cara hacia un lado tratando de evitar el contacto con el rostro masculino, el cual parecía necesitado de ver las expresiones de su compañera. Ella se aferraba a las ropas que aun cubrían el cuerpo del hombre, mientras él estaba hincado frente a su compañera a la que sostenía con vehemencia, como si con ello pudiera evitar que escapara de sus brazos y de su intima unión.

Pero esa puesta artística fue desapareciendo lentamente, cambiando la tinta y el lienzo por algo más real y vivo como la piel misma. Los rasgos orientales cambiaron para darle paso a unos rostros que ella conocía muy bien. Y aquellas batas coloridas fueron suplantadas por ropajes europeos.

Rin pudo verse así misma en aquella misma posición, pero su rostro era mil veces más expresivo que el de esa pintura. Toda su cara estaba sonrojada, mientras jadeos escapaban de sus labios entreabiertos, mientras evitaba a toda costa el tener contacto con el rostro del hombre que la estaba poseyendo. Podía sentir como esos fuertes brazos le impedían escapar de él, mientras aquellos peligrosos ojos ámbar buscaban los ojos marrones con maliciosas intenciones.

Rin —la llamó Sesshōmaru.

Rin se despertó abruptamente irguiéndose al instante, ahogando el grito en su garganta y llevando sus manos a su pecho el cual subía y bajaba rápidamente, como si hubiera estado corriendo durante horas.

Los ojos marrones miraron de un lado al otro en plena oscuridad, como si en cualquier momento se fuera a encontrar con la cara de su marido. Pero no había nada, solo la tuene luz de la luna colándose por las cortinas de la puerta que daba hacia el balcón de su habitación.

—Fue un sueño… —dijo en un imperceptible susurro—. No, no fue un sueño sino una pesadilla…

Rin se sentó a la orilla de la cama y fijo su vista en el frío suelo, como sin con eso pudiera calmar a su alocado corazón y a su revoltosa cabeza.

—¿Por qué…? —calló al momento en que miró hacia el pequeño buró.

Prendió la lámpara y se encontró con el culpable de tan mal despertar. El libro descansaba inerte en el mueble, totalmente ajeno de lo que había ocasionado en ella.

—Nunca debí agarrarlo —murmuró molesta—. Jamás había tenido un sueño de esta clase. Y ahora… —Se detuvo antes de seguir culpando al libro y su indecorosa curiosidad—. No fue sólo por eso…

La joven mujer sabía que el incidente ocurrido en la habitación de su esposo había sido el detonante de todo.

Aquella situación alimentó más a su desatada curiosidad e imaginación. Porque una cosa era ver ilustraciones, y otra el ver, aunque fuera un poco de lo que esas imágenes trataban de imitar.

Su marido la había sometido sin problema alguno, específicamente en su cama y con el cuerpo semidesnudo. Y aunque no era el primer cuerpo masculino que veía, la diferencia radicaba en las situaciones.

Ver a un hombre desnudo por enfermedad, distaba mucho de haber visto a Sesshōmaru en perfecto estado con esa imponente y atractiva anatomía, que ya hubiera querido tener los pacientes que llegó atender su padre.

Rin llevó una de sus manos hacia su cara y notó que estaba sudorosa, y que su cuerpo aun tiritaba del espanto o quizás de la excitación, aunque esto último lo negara fervientemente.

Inhaló profundamente y exhaló con lentitud, buscando de esa forma el encontrar calma y estabilidad. Así repitió la misma acción un par de veces más, hasta que sintió que su cuerpo había recobrado su ritmo normal.

La castaña cogió el pequeño reloj de latón que posaba en el buró y se dio cuenta que apenas era la una de la mañana. Y su mirada volvió a posarse sobre el libro, y había tomado una decisión en ese mismo instante.

Dejó el reloj en el pequeño mueble, se colocó las pequeñas zapatillas blancas y se levantó tomando dirección hacia su bata blanca, la cual no tardó en ponerse. Al terminar, agarró el libro y se dispuso a regresar el cuaderno de ilustraciones al lugar donde pertenecía y del cual jamás debió salir.

• ────── ✾ ────── •

El bullicio retumbaba por cada una de las paredes del elegante y pecaminoso lugar. Incluso, parecía que por cada estruendosa carcajada o risilla falsa que se escuchaba, tiritaban las llamas de las velas que estaban sobre la mesa redonda.

Hakudōshi se vio tentado en tocar la flama que bailaba tentadoramente ante su mirada, pero cuando alzó su mano, se dio cuenta que la tenía cubierta por un largo guante de seda de color lila.

Por unos instantes se había olvidado de cómo iba vestido, y por qué estaba en ese lugar. Y que no era precisamente para saciar su propio apetito sexual.

La perilla de la puerta comenzó a girar y el albino no tardó en virar su atención a dicha dirección.

«Había llegado el momento», dijo Hakudōshi por sus adentros.

El administrador respiró profundamente, provocando que las ballenas del corse rechinaran, algo que le hizo sentir incómodo. Ya que había olvidado lo molesto que era usar dicha prenda. Lo hacía sentir atrapado, sin ninguna posibilidad de escapar no solo del pedazo de tela, sino también de las calamidades de la vida.

Madame Celine —habló un hombre de cabellos canosos y de un porte imponente—, lamentó la tardanza. Pero su cliente acaba de llegar.

Hakudōshi ladeó su rostro con sutileza, sobresaltando aún más su cuello desnudo, ante la depravada mirada del hombre rubio que estaba detrás del dueño del burdel.

Chérie, je suis désolée d'être en retard (Cariño, siento llegar tarde) —expresó Belmont con una desagradable voz aguardentosa. Pasó totalmente del hombre mayor, para dirigirse hacia Hakudōshi y cogerlo de la mano además de besársela con morbosidad—. Salió un imprevisto en el trabajo y tuve que resolverlo.

—Supongo que puedo dejarlos solos —dijo el dueño del burdel—. Cualquier cosa no duden en pedirlo.

—Sí, sí, sí… —masculló el rubio con una pronunciación en inglés aún más desagradable.

Grâce, Andrea —expresó Hakudōshi con tono coqueto y femenino.

El dueño del burdel se retiró y dejó a ambos hombres solos, en ese cuarto privado en dónde podría pasar de todo. Desde lo más desagradable y denigrante que podía ofrecer el sexo, como también el asesinato de un cretino que hasta su propia madre se alegraría de su deceso.

Mon amour, cuando el anciano me habló de ta beauté (tu belleza), no le creí. Pero ahora… —El hombre rompió la distancia abruptamente, quedando a unos milímetros de distancia del rostro del joven administrador—. Ahora solo pienso en las maneras en la que te puedo hacer llorar de placer.

Hakudōshi solo podía maldecir por sus adentros al sujeto que tenía enfrente suya. No solo porque el tipo era desagradable físicamente, y cada vez que abría su asquerosa boca le entraban las ganas de arrancarle la quijada de cuajo. Sino porque sabía los atroces crímenes que el sujeto había cometido en Francia. Especialmente a jóvenes que no les había quedado de otra que prostituirse a hombres como Belmont.

Mon seigneur (mi señor), no veo cual sea la prisa —por fin le dirigió la palabra al rubio—. En la vida hay cosas que se deben tomar su tiempo, para que el resultado sea más… —Colocó su dedo enguantado sobre los delgados labios—. Excitant.

—La paciencia no es mi fuerte, chérie —le aclaró con voz dominante, al mismo tiempo que lo cogía de la barbilla con fuerza.

El albino apretó su mano libre con rabia, para no mostrar su descontento con las expresiones de su rostro.

Mon amour… —Hakudōshi llevó su mano hacia la entrepierna del hombre, notando que su miembro ya estaba cogiendo rigidez. Así que no dudó y empezó acariciarle la verga sobre el pantalón—. Noto tu impaciencia. Y realmente deseo complacerte, pero el acuerdo fue que la que dicta las reglas del juego soy yo. —Rozó sus labios con los del hombre, mientras su felina mirada más que provocativa, era amenazadora—. Así que vayamos con calma, bebamos vino…et que la petite mort nous surprenne dans l'extase (y que la pequeña muerte nos sorprenda en éxtasis).

Luego de haber logrado que el hombre bebiera una insana cantidad de vino, y jugar con un coqueteo vulgar y algo agresivo. Había llegado el momento de actuar. Así ambos tomaron rumbo hacia la habitación donde se encontraba la cama y demás utensilios de placer que estaban a disposición de los clientes.

Belmont tenía abrazado a Hakudōshi por la espalda mientras caminaban, y el rubio no perdía el tiempo para besar e incluso morder el cuello y los hombros del travestido hombre albino. Algo que estaba comenzando a enfadar a Hakudōshi.

Chérie, ma bite est si dure que je vais t'étouffer avec (cariño, mi polla está tan dura que voy a ahogarte con ella) —le susurró al oído al albino.

—Me muero de ganas de que me lo pruebes, mon amour… —dijo con un tono burlón—. Aunque es difícil sorprenderme a estas alturas, he visto tantas grosses bites (pollas grandes) en mi vida…

—¿Me estás retando? —cuestionó enfadado. Parecía ser que el alcohol lo volvía más violento.

—Por supuesto que no, mon amour. —El administrador se volteó y colocó sus manos detrás de la nuca del hombre—. Solo quiero que cumplas con tus palabras. Dijiste que me harías llorar de placer, ¿no es así?

—Suplicaras como una perra —exclamó torpemente.

Belmont sin pensárselo dos veces se abalanzó hacia los labios del joven travestido. Pero antes de que sus bocas se tocaran, un fuerte golpe en los genitales le hizo caer al suelo, provocando que este empezara a chillar de dolor.

¡Putain de salope! (¡Maldita zorra/perra/puta) —berreó Belmont entre dientes.

—Patético. —Hakudōshi había dejado de fingir la voz, y del escote de su vestido sacó una navaja—. Lamentable para todo, incluso para dar un puto insulto.

Belmot con su rostro totalmente rojo por la rabia hizo el intento de levantarse, pero una patada en la cara le impidió realizar tal acto. Y así la sangre comenzó a brotar de la nariz y la boca del sujeto.

—Vaya, tendremos que pagar la alfombra —se quejó Hakudōshi.

—Deja de preocuparte, corre por mi cuenta —dijo el hombre de cabellos rojizos.

—¿Quiénes…? —El hombre rubio no pudo terminar de hablar, porque un pie le estaba pisando la cabeza

—No tienes permiso de hablar —exclamó Kirinmaru con fastidio.

—Acabemos con esto rápido —dijo el albino.

Después de haber dejado inconsciente y amarrado a punta de golpes a Belmont, Hakudōshi había terminado de despojarse del molesto vestido lila, el cual había sido manchado de sangre. Y ahora vestía con una camiseta blanca, un pantalón y unas botas negras que le permitían moverse con muchísima más comodidad.

—Andrea le mandaré una buena cantidad de dinero para costear los imperfectos que le hemos provocado —informó Kirinmaru a su viejo amigo.

—No se preocupe, duque. He ayudado porque he querido, sabía lo que esto conllevaba —respondió con una suave sonrisa.

Era evidente que el hombre había visto tantas cosas en su vida, que ver a un tipo golpeado e inconsciente era como ver a los ruiseñores cantar.

—Se pudo evitar si hubiéramos usado el láudano…

—Por favor, Kirinmaru. Sabes muy bien que hubiera sospechado al instante —intervino Hakudōshi—. Y más si yo no bebía de la misma botella.

—No sé preocupen —habló de nuevo Andrea—, pueden irse tranquilos. Esto se limpiará y se quemará cualquier tipo de pruebas.

—¿Nadie lo vio entrar? —preguntó el administrador, posando su mirada en Belmont.

—No, señor. Para ingresar a estas salas especiales se accede por otra entrada exclusiva —aseguró—. Así que ningún cliente o trabajadora se ha dado cuenta, sólo yo y mi asistente.

—Gracias, Andrea. —Kirinmaru estrechó su mano con la del hombre—. Te debo una.

—Es lo menos que puedo hacer por usted, duque —asintió el hombre.

—Es mejor que nos larguemos de aquí —dijo Hakudōshi.

Andrea asintió a la petición del joven hombre y empezó a dar camino hacia la salida más segura del recinto.

Kirinmaru se echó a los hombros al francés, agradeciendo que el tipo no era precisamente alto y tampoco muy corpulento.

—¿Seguro que puedes solo? —preguntó el albino.

—Andando… —Esa había sido la respuesta de Kirinmaru.

Hakudōshi alzó los hombros restándole importancia y dio camino hacia la dirección que habían tomado los hombres mayores, mientras se guardaba la navaja en el bolsillo.

Continuara…

...

Notas:

1.- El sueño de Rin hace referencia a una de las obras del pintor japonés Yanagawa Shigenobu (1787 - 1832).

...

¡Hola a todos!

Espero que este quinto capítulo sea de su total agrado, y que pueda ser ameno para su inicio de fin de semana.

Quiero agradecerles como siempre a cada una de las personas que leen, siguen y comentan esta historia. Espero seguir viéndolos por aquí en el siguiente capítulo.

Atte: La autora y la beta.