El silencio reinaba en el salón mientras los presentes veían curiosos a madre e hijo caminando serenos hacia George.

—Es. Es el… —Johanna se trabó por la impresión de ver a David vivo cuando se suponía que estaba muerto. Pasó saliva sintiendo el peso de las venideras consecuencias sobre ella.

—¿El quién? —preguntó Snow al ver a la doncella impactada, viendo de reojo al príncipe heredero del reino del Sol. Le pareció que era sumamente apuesto y demasiado bien parecido.

—El pastor —respondió con un hilo de voz cuando al fin encontró las palabras. La princesa volteó a verla confundida.

—N-no. Él está muerto —susurró Leopold, con los ojos desorbitados, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo a pesar de que ambas figuras se acercaban a ellos. Aferró la mano de Regina quien intentó soltarse, pero él no cedió. Fue cuando se dio cuenta que su reina estaba lista para correr a los brazos del pastor enfrente de los invitados y era algo que no iba a permitir que sucediera—. ¡Guardias! ¡Llévense a la Reina! —bramó pues se encontraba fuera de sí. Se sentía juzgado por la mirada de todos los presentes por lo que quería evitar a toda costa que la situación empeorara y no sabía cómo hacerlo.

Regina intentó correr hacia David quien trató de hacer lo mismo. Ella fue sujetada por dos guardias blancos y a él lo detuvo su propio padre que le puso una mano en el pecho para evitar su avance.

—Calma, hijo. La guardia atacará si intentan llevársela. Tranquilo —pidió mientras que los caballeros del Sol le cerraban el paso a los caballeros blancos para evitar que Regina saliera de ese salón.

Leopold se encontraba alterado. El ver a David lo había impresionado por muchas razones. En primera era ver que estaba vivo y no muerto como se suponía debía estarlo. Luego estaba el hecho de que fuera el hijo de su amigo y razonar que George sabía la verdad, de lo que él y Eva hicieron contra Ruth. Encima de todo era el hombre que usaron para que Regina concibiera al heredero de la Nueva Alianza y de quien había terminado enamorada.

—Exijo saber qué sucede aquí —intervino Hans al ver que Leopold ordenaba que se llevaran a su prima—. ¡Suéltenla! —ordenó puesto que había demasiadas personas presentes y el trato que se le estaba dando a Regina era indigno.

—¡No! —exclamó Leopold. No iba a dejar que su joven esposa se arrojara a los brazos de otro hombre enfrente de tantas monarquías y miembros de la nobleza. Eso no solo sería humillante sino que no habría oportunidad de ocultar la verdad. Intentó recuperar la compostura, dirigiéndose de nuevo a George—. Ese no es tu hijo —dijo despectivo, sintiendo su cuerpo entero temblar por la presión que sentía—. ¡Es un jodido pastor! —pronunció las palabras con absoluto desprecio.

El salón se llenó de gritos cuando la guardia del Sol, que se había colado sigilosamente por las puertas alternas, apresaron a todos los guardias blancos, dejando al Rey Leopold desprotegido, salvo por los dos guardias que sujetaban a la Reina que eran intimidados por los caballeros del Sol.

—¿Q-qué se supone que es esto? —preguntó Leopold al que pensó era su amigo. Estaba muy asustado y eso lo hizo retroceder un poco. Estaba siendo atacado, oficialmente ese era un ataque contra el reino Blanco por parte del reino del Sol y el impacto era perturbador. Hans se acobardó y regresó al lado de Anna sin decir más.

—Mejor dinos a todos cómo fue que le dijiste a Ruth que huyera porque de otra forma yo le iba a quitar a nuestro hijo o lo iba a matar si no era un varón —exigió George. Le habló encima, muy pegado al rostro del hombre que le arruinó la vida al haber alejado a la mujer que amaba de él.

—¡Ella miente! —exclamó ofendido porque George, que era un Rey y su amigo, estaba creyendo en la palabra de una simple doncella que logró metérsele en la cama e intentar obligarlo a casarse con ella. Si lo pensaba bien le había hecho un favor.

—No es verdad. —Ruth habló con firmeza y se acercó un poco a Leopold—. Usted y la Reina Eva me hicieron creer que George no querría a nuestro hijo si daba a luz a una niña. Me dijeron que el Rey la mataría y que si resultaba varón me lo iban a quitar porque George jamás se casaría con una simple doncella como lo era yo —lo acusó, provocando más exclamaciones de los presentes que no dejaban de asombrarse con lo que sucedía.

—¿Por qué esa mujer está diciendo esas cosas de mi madre y de mi padre? —preguntó Snow a Johanna. Quería intervenir, pero Rumpelstiltskin, que se les había unido cuando todo comenzó, le dijo que no lo hiciera—. Pero eso no es verdad. Mis padres no hicieron eso, ¿cierto? —preguntó horrorizada al consejero y a la doncella. No quería creer que sus padres hubieran sido capaces de algo así.

—Hay cosas que es mejor no saber, Alteza —respondió Rumpelstiltskin.

Regina miraba a David quien la veía de vuelta. No podía creer que justamente Hans la había casado con el hombre que había causado la desdicha de sus padres y que por ende le habían negado el derecho que por nacimiento le correspondía. El odio que sentía hacia Leopold creció dentro de ella, arremolinándose en su estómago.

—Hablar mal de un Rey es blasfemia, traición a la corona, ¡y se paga con la muerte! —amenazó Leopold a Ruth que sólo le dedicó una mirada aguda.

George tomó aire profundamente para calmarse y no írsele encima a Leopold. Aún había dos asuntos más que enfrentar y que deseaba que todos escucharan para que se enteraran de la verdad y supieran la clase de Rey que era Leopold. Afortunadamente no necesitaba defender a Ruth. Muchos de los presentes la llegaron a conocer y era muy bien sabida la incansable búsqueda que él hizo por años para encontrarla a ella y a su hijo.

—Ustedes lo escucharon. Llamó a mi hijo pastor —habló a los presentes. Aguardó hasta que los vio estar de acuerdo en lo que decía. Después se dirigió a Leopold—. Diles cómo es que sabes que mi hijo era un pastor.

—N-no, yo no… —se acobardó. Buscó desesperado con la mirada a Rumpelstiltskin quien en silencio le dejó ver que no podía ayudarlo. Pasó saliva con dificultad al ver el rostro lleno de angustia de Snow.

—¡Diles! —exigió George.

—¡No! —respondió con la misma intensidad. Si pensaba que tan fácilmente contaría lo hizo estaba muy equivocado. El Rey del Sol asintió y apretó los labios con coraje.

—David —se dirigió ahora a su hijo—. Cuéntale a los presentes cómo es que conociste al Rey del reino Blanco —sonrió al terminar con una satisfacción inexplicable porque no importaba si Leopold estaba indispuesto a hablar, David sí lo haría pues era importante que se conociera su historia.

—¡Nada de lo que diga este muchacho es cierto! —dijo Leopold en su desesperación, sabiendo que si el pastor hablaba estaría perdido por completo.

—Mi madre estuvo muy enferma así que usamos todos nuestros recursos para sanarla. Prácticamente nos quedamos sin sustento por lo que acudí a un llamado del reino Blanco. Él —apuntó a Rumpelstiltskin quien se limitó a sostenerle la mirada, sin negar ni asentir—, me ofreció un trato: una cuantiosa cantidad de monedas a cambio de engendrar un heredero para la Nueva Alianza —contó.

Las reacciones no se hicieron esperar. Esta vez no solo hubo exclamaciones sino jadeos ahogados, gritos de horror al caer en la realización de lo que David decía. En ese punto Leopold ni siquiera veía manera de defenderse o intentar decir que no era verdad. Su única oportunidad era la lealtad de Rumpelstiltskin y de Johanna a quien debió de haber ejecutado cuando tuvo la oportunidad ya que era un testigo importante.

Hans entendió de inmediato lo que esa confesión significaba: su querida y adorada prima llevaba en el vientre a un heredero al trono del reino del Sol. Soltó una pequeña risa al no dar crédito a lo idiota que había sido Leopold al intentar poner a un impostor en el trono al reino Blanco.

—Acepté porque la vida de mi madre era lo más importante —siguió su relato—. Fui llevado al castillo del Verano donde se me llevó ante el Rey en varias ocasiones. El consejero Rumpelstiltskin y la doncella Johanna estaban al tanto de la situación. La Reina Regina no estaba dispuesta a compartir el lecho conmigo. Lo iba a hacer porque era una orden del Rey, pero era en contra de su voluntad —hizo una pausa, apretando las manos en puño, tratando de contenerse al verse obligado a omitir lo abusivo que fue con Regina pues para todos ellos, miembros de la realeza, ese era tema de cumplir con un deber nada más. No había delito alguno en ello—. La Reina pidió tiempo al Rey para acostumbrarse a mí. Él lo concedió con tal de que el heredero se concibiera. Con la convivencia Regina y yo nos enamoramos —confesó, volteando a ver a la que era el amor de su vida que lo miraba con intensidad y orgullo—. Quedó embarazada y fue cuando el trato se cumplió. Me dieron lo prometido y pude volver a la granja donde la guardia blanca me esperaba para asesinarme.

—¡Eso es mentira! —vociferó Leopold con el semblante desencajado.

—Todo lo que David ha dicho es verdad —dijo Regina, sin apartar la intensa mirada del príncipe que la veía con una pequeña sonrisa dibujada en los labios rosados, con el amor que sentía por ella plasmado en el apuesto rostro—. Estoy enamorada de él. Lo amo y el hijo que estoy esperando es suyo.

Tragó pesado cuando comenzaron a hablar, a llamar a su bebé bastardo e impostor. Sin embargo había quienes también argumentaban que todo era culpa del Rey, que había cometido traición a la Corona, que la obligó a tener relaciones con otro hombre y que los había engañado a todos.

—El hijo que Regina espera no es un bastardo —intervino Hans, acabando de tajo con las habladurías de los invitados—. Es un futuro heredero al trono del reino del Sol —dijo con orgullo, seguro que sacaría ventaja de la situación.

—¿Eso es lo que quieren, a su heredero? —preguntó Leopold a George directamente quien estrechó los ojos—. Te lo puedes llevar, pero Regina es mía.

—Sobre mi cadáver ella se va a quedar contigo —amenazó David, poniendo una mano en su espada, listo para sacarla y atravesar el cuerpo de Leopold con ella.

—Es algo que no puedes cambiar, muchacho —se burló y entonces decidió que haría un intento por salir bien librado de la culpa. Podía entregar al bebé y seguir su vida como si nada con su joven esposa con él—. Hans me obligó a recurrir a esa medida para darle un heredero a la Nueva Alianza. Me presionó, amenazando con terminar la alianza, con llevarse a mi Reina y me vi orillado a hacer lo que hice. Todo por el bien y el deber a la Corona.

Hubo más murmullos entre los presentes, discutiendo la situación, decidiendo si ese acto era suficiente para condenarlo o no.

—Yo nunca te dije que obligaras a Regina a tener relaciones con otro hombre para eso —se defendió Hans, mostrándose indignado porque Leopold había dejado que un pastor cualquiera se metiera a la cama de su prima que era una Princesa Real del reino de la Luz. Aunque debía admitir que fue bastante astuto de su parte.

—Sí, lo hice porque querías un heredero que yo no necesitaba porque ya tengo una heredera —reviró con enojo hacia el otro Rey—. ¡Ahí lo tienes! —apuntó a Regina—. Haz lo que te venga en gana con él, pero Regina es mi legítima esposa. Es mi Reina y aquí se quedará.

—¡Dejen pasar a Eugenia! —solicitó George. Necesitaban acabar con eso de una vez por todas. Ya no soportaba escuchar al que alguna vez consideró su hermano.

Las puertas se abrieron de nuevo para dejar entrar a Granny que venía acompañaba de Ruby. En sus manos llevaba varias cartas, las mismas que llevó hasta el reino del Sol y presentó al Rey George.

—Majestad —ambas hicieron una reverencia para el Rey del Sol.

—Muchos de ustedes conocen a esta mujer. Ha servido con lealtad al reino Blanco por años y este día tiene algo muy importante que decirles —anunció, cediéndole la palabra a Eugenia.

—Serví por muchos años a la Corona. Lo hice durante el reinado del Rey Leopold y la Reina Eva. Estas son cartas escritas por el puño y letra de la Reina Eva —mostró los papeles.

—¡Te atreves a hablar y te mandaré a la horca! —amenazó fuera de sí.

—¡Silencio! —demandó George con la ira reflejada en los ojos. A Leopold le tembló el labio inferior, pero ya no intervino—. Continúa —pidió a la mujer mayor.

—En ellas relata que tanto Leopold como ella acordaron concebir a un heredero para el reino Blanco a como diera lugar. Rumpelstiltskin les ayudó a conseguir a un hombre, un minero de nombre Leroy, que mantuvo relaciones con la Reina Eva para engendrar a la princesa Snow —contó. De nuevo hubo gritos ahogados y exclamaciones de sorpresa.

—¡Snow! —gritó Florian preocupado cuando la princesa cayó sin ceremonias al suelo al haberse desmayado por la impresión.

—¡Es un mentiroso! ¡Un traicionero a la Corona! —se escuchaban las exclamaciones en contra de Leopold que sabía bien estaba perdido.

—Pueden confirmar que es la letra de la Reina Eva —extendió las cartas a uno de los otros consejeros del reino Blanco que las tomó para examinar las con detenimiento.

—Es cierto —dio su veredicto al confirmar que era verdad lo que la mujer decía. Esas cartas habían sido escritas por Eva sin duda alguna.

—Lo has dicho muy bien Leopold. —George se dirigió a su supuesto amigo de tantísimos años—. Regina es tu legítima esposa y como no tienes herederos, es ella quien tiene el derecho a decidir sobre tu suerte ahora que se ha confirmado que eres un traidor a la Corona.

Los guardias del Sol apresaron a Leopold mientras que esos mismos caballeros se deshacían de todo caballero blanco que intentaba auxiliar al Rey. Fue cuando David actuó, demostrando su destreza con la espada, protegiendo a su madre, a su padre, a Granny, a Ruby y sobre todo a Regina y a su hijo.

Los caballeros que sostenían a Regina se encontraban indecisos de dejarla ir, atacar o rendirse. Los invitados se pegaron unos a otros, intentando protegerse para no salir lastimados en esa lucha en la que no tenían qué ver.

—¡Suelten a la Reina! —ordenó uno de los Reyes presentes porque si Snow no era hija legítima de Leopold y este debía ser juzgado por la alta traición cometida, la heredera al trono por legítimo matrimonio, era Regina.

Los guardias la soltaron, estos fueron asesinados a sangre fría por la guardia del Sol que de inmediato protegieron a Regina y fue cuando George sacó su espada.

—Majestad. —El Rey del Sol empezó a dirigirse a Regina. Los guardias del Sol obligaron a Leopold a arrodillarse ante Regina y permanecer con la cabeza agachada, negándosele el permiso a mirarla directamente—. No pediré perdón por lo que haré porque Leopold no solo cometió alta traición a la Corona al engañarnos haciendo creer que tenía herederos cuando no era así, sino que me lo quitó todo e intentó asesinar a mi hijo —le sostuvo la mirada y aguardó hasta que Regina, quien volteó a ver a David que asintió despacio, asintiera dando su consentimiento para lo que sucedería.

—¡No! ¡Regina, ten clemencia! —pidió desesperado a su joven esposa, volteando a verla desde la incómoda posición en la que se encontraba y, lo único que vio en ella, fue desprecio hacia él. En su mente revivió todas y cada una de las veces en que la humilló y abusó, lo poco que siempre le importó más allá de tenerla como una valiosa posesión.

—No —musitó Regina en tono despectivo, mirando con altivez a Leopold quien tenía el rostro rojo y los ojos desorbitados al saber lo que sucedería.

Los guardias obligaron a Leopold a agachar la cabeza de nuevo, George alzó su espada, el filo resplandeció en medio del salón y la dejó caer con todas sus fuerzas en el cuello de Leopold, degollándolo al instante. La sangre salpicó el vestido blanco de Regina que temblaba ligeramente por la impresión y evitó mirar la cabeza de Leopold que rodó un poco.

Florian abrazó a Snow que lloraba con fuerza en sus brazos. Rumpelstiltskin miraba resignado la escena y Johanna, totalmente horrorizada, buscaba con la mirada una salida. David y Ruth no perdieron la compostura, pues George les había explicado lo que sucedería una vez que matara a Leopold.

—¡El Rey ha muerto! ¡Larga vida a la Reina! —exclamó Granny.

—Larga vida a la Reina —murmuraron los invitados, muy impactados por lo que acaban de presenciar.

George se colocó en una rodilla frente a Regina y sostuvo su espada con ambas manos, ofreciéndosela.

—Sé que lo que he hecho ha sido un ataque al reino Blanco. Me pongo a sus pies y acepto el castigo que considere apropiado por haber asesinado al Rey —dijo, dejando la espada a los pies de la joven Reina.

Regina entreabrió la boca sorprendida. Era demasiado lo que acababa de suceder, enterarse que Leopold había hecho lo mismo con Eva, saber que Snow no era hija legítima de él, aunado a que acaban de matarlo frente a ella y que ahora era la Reina legítima del reino Blanco la tenían tan impresionada que se sentía un poco paralizada. Aún así logró reaccionar pues no iba a permitir que George fuera condenado por haber cobrado su venganza y con ello, haberla liberado de ese matrimonio obligado. Jamás había ejercido su papel como miembro de la realeza en asuntos de esa índole, pero gracias a su padre sabía perfectamente cómo actuar.

—No tengo razón para condenarlo, George. Usted ha cumplido con el deber a la Corona al castigar con la muerte a quien osó traicionar a su propio reino y que atentó en contra del suyo —decretó Regina en total facultad de su poder como Reina legítima del reino Blanco.

Fue entonces cuando por fin se sintió libre. Volteó a ver a David que caminaba hacia ella, abriéndole los brazos con una encantadora sonrisa en el rostro y Regina no pudo hacer nada más que correr hacía él y arrojarse a sus brazos.

—Te amo tanto —sollozó David, aferrando a Regina a su cuerpo.

—También yo a ti —dijo la joven Reina, alzando el rostro para fundirse en un beso de profundo amor con el príncipe.

Ambos habían imaginado y soñado ese momento en incontables ocasiones por lo que no pudieron evitar que el beso subiera de intensidad a pesar de que tenían muchos ojos sobre ellos. No les importaba, el amor que sentían el uno por el otro era algo que ya no podían ni querían ocultar. Ansiaban con el alma que ese amor, que comenzó como algo prohibido, fuera bien sabido por todos.

—Eres una maldita asesina.

La voz de Snow hizo que el apasionado beso terminara y que ambos voltearan a verla. Los caballeros del Sol se pusieron en guardia, listos para atacar. Florian tomó a la princesa de los brazos, deteniéndola para que no siguiera con sus acusaciones hacia la ahora reina legítima.

—Majestad —inclinó su cabeza para Regina, a quien jamás vio como una figura de autoridad, que siempre estuvo presente como una valiosa posesión sin voz, ni voto—. Le ruego perdone a mi esposa por su falta de respeto. Esto está siendo muy duro para ella. Nos iremos y en nombre de mi reino le prometo que no volveremos jamás —ofreció a fin de preservar la paz entre el reino de las Flores y el reino Blanco con el cual habían terminado cualquier tipo de relación pues Snow no era una hija legítima del difunto Rey.

Regina se limitó a asentir, negándose a dirigirle la palabra a ese hombre que, al igual que Snow, nunca perdió oportunidad de hacerle ver que no era nadie en ese lugar. La guardia del Sol permitió que el príncipe Florian abandonara el salón con la princesa Snow que no paraba de llorar por la muerte de su padre, por lo que sus padres habían hecho y por saber que no era hija de Leopold.

Acto seguido Rumpelstiltskin y Johanna fueron apresados por la guardia de Sol y llevados ante Regina mientras que retiraban el cuerpo de Leopold del salón.

—Majestad. —Johanna se arrojó a los pies de Regina, agarrándose con ambas manos al vestido salpicado con la sangre del Rey al que le era fiel—. ¡Tenga piedad! —suplico con el rostro bañado en lágrimas.

—Apártate —demandó Regina. La doncella fue retirada de inmediato por los caballeros—. Ambos cometieron traición a la Corona —les dijo—. Tú —se dirigió a Johanna—, siempre me hiciste menos, me trataste muy mal, me pusiste en contra de Leopold incontables veces a sabiendas de que él me lastimaría de alguna forma. Fuiste cruel y te divertía verme angustiada. Eso es algo que nunca olvidaré.

—Llévensela —ordenó George.

La guardia salió del salón arrastrando a la doncella que no dejaba de clamar por piedad y que, en su desesperación, decidió ofrecer la cabeza de la princesa como muestra de su lealtad.

—¡Snow quería que la ayudara a hacerla perder a su bebé, Majestad!

—Traigan a la princesa. ¡Ahora! —demandó George quien fue el primero en reaccionar porque tanto Regina como David estaban demasiado impresionados por esa acusación.

Regina llevó una mano a su vientre, el príncipe le colocó una de sus manos en la espalda baja y la otra sobre la de ella en el vientre. La Reina volteó a verlo con los ojos llenos de aflicción, David le dio un beso en la frente que la hizo cerrar los ojos e inhalar profundo.

Los gritos no se hicieron esperar, la pequeña Eva lloraba asustada en brazos de su padre que no pudo hacer mucho por evitar que la guarida del Sol llevara a Snow de vuelta ante la presencia de la Reina.

—Johanna ha dicho que estabas planeado hacer que perdiera al bebé —dijo Regina, acercándose a la devastada y furiosa princesa a quien el semblante le cambió en cuanto escuchó el por qué estaba de vuelta ahí.

—¡No es verdad! ¡Fue idea de ella! —reaccionó de inmediato porque sabía que Regina podía enviarla a la horca por intento de asesinato al heredero del reino Blanco. Estaba asustada pues recordaba perfectamente cuando le dijo que ojalá muriera durante el parto y que el bebé lo hiciera junto con ella. Tenía un antecedente de amenaza que jugaba en su contra.

Comenzó una discusión entre la princesa y la doncella, acusándose mutuamente de lo que cada una le hizo a Regina. Los invitados, que hasta ese momento habían decidió permanecer ahí a fin de conocer más detalles, no daban crédito a lo que escuchaban.

—Silencio —demandó Regina cuando sintió que fue suficiente de ese par. Aunque no negaba que le dio gusto que ambas confesaran las injusticias a las que la sometieron durante esos años.

Las dos mujeres callaron, volteando a verla asustadas como nunca lo habían hecho. Se podía ver el terror reflejado en los ojos. Regina se acercó, mirándolas con altivez, juzgándolas con la aguda mirada.

—Príncipe Florian —llamó Regina al esposo de la princesa—. Acepto tu tregua. Fuera de mi reino en este mismo momento y no se atrevan a volver nunca más.

Snow quedó con la boca abierta porque cualquier otro Rey o Reina la hubiera mandado a la horca por confabular en su contra. No lo pensó dos veces, se dio la vuelta y salió huyendo con su familia.

—Majestad —sollozó Johanna con un hilo de voz.

—Llévensela —fue todo lo que Regina dijo. La guardia de Sol volvió a tomar a la doncella y esta vez sí la sacaron del lugar a pesar de las protestas de la mujer.

Fue el momento en que Regina puso su atención en el consejero. Exhaló de golpe mientras lo miraba. Se sentía contrariada y eso la hacía no estar segura de la suerte que debía decidir para él.

—Llévenselo —ordenó. Su voz fue suave, aunque no sonó insegura, pero dejaba ver la compasión que estaba teniendo con el consejero. Esa misma compasión por la cual Leopold suplicó y ella le negó.

Rumpelstiltskin inclinó la cabeza con respeto. Dio la vuelta y alzó las manos a los caballeros del Sol mientras caminaba, indicando con ello que cooperaría y que no hacía falta usar la fuerza con él.

—Encierren a toda la corte del reino Blanco —ordenó George—. A excepción de esta muchacha —indicó, refiriéndose a Ruby que asintió agradecida mientras era abrazada por su abuela.

La guardia del Sol cumplió con la orden de su Rey y en cuestión de minutos los calabozos estuvieron llenos de aquellos que le fueron fieles a Leopold y que, por su comportamiento hacia Regina, había duda de su lealtad con el nuevo reinado.

Regina y David permanecieron juntos mientras los invitados se retiraban, despidiéndose, volviendo a extender sus felicitaciones a Regina por su cumpleaños.

Fue ese el momento en el que Hans decidió actuar, anticipándose a cualquier situación. No iba a dejar ir a Regina tan fácil ya qué, mientras ella no fuera coronada oficialmente, aún estaba bajo su protección como miembro de la familia real del reino de la Luz.

—George —sonrió al Rey mayor que se encontraba con Ruth.

—Hans —colocó las manos tras su espalda, disponiéndose a escuchar lo que fuera que el pelirrojo tuviera qué decirle. Seguro estaba que le reclamaría porque al haber asesinado a Leopold acabó con su preciada Nueva Alianza. La madre de David se apartó para dejarlos hablar.

Regina y Ruby se estaban abrazando con fuerza, reconfortándose la una a la otra, ambas felices por saber que estaban bien y que habían logrado salir del infierno en el que Regina vivía.

—Es demasiado bella, ¿cierto? —comentó Hans con un tono de voz que bailaba en el límite de lo casual y lo intencionado.

George se limitó a mirarlo fijamente, sin reaccionar al comentario fuera de lugar que acababa de hacer. La belleza de Regina no tenía nada qué ver con lo que sucedía y con lo que se avecinaba con la muerte de Leopold.

—Mi prima es muy joven para hacerse cargo de un reino y, a diferencia de mí, nunca estuvo en sus planes de vida llegar hasta este punto. No tiene idea cómo reinar, ni siquiera sabemos si tiene lo que se necesita para dirigir al reino Blanco —comenzó a explicar—. George, te propongo que juntos nos hagamos cargo. Te concedo la mano de Regina en matrimonio para tu hijo a fin de que el pequeño en camino sea, por todas las de la ley, un legítimo heredero al reino del Sol. A cambio pido una Nueva Alianza de tres poderosos reinos que estoy seguro será invencible —propuso con un extraño brillo en los ojos que denotaba su insaciable ambición.

—Creo que…

—No me respondas en este momento. Piénsalo y hazme saber tu decisión en una semana —indicó al notar la duda en el otro.

Le extendió la mano que George aceptó y después fue en búsqueda de Anna para partir al reino de la Luz sin despedirse de Regina porque quería evitar alertarla. Ella seguía siendo algo suyo, su posesión más valiosa y no la iba a dejar ir tan fácilmente a pesar de que en ese momento tenía que irse sin ella.

George y Ruth se acercaron a la joven pareja que seguía abrazada, compartiendo dulces besos y tiernas caricias mientras el salón se vaciaba.

—Regina, te presento a mi madre —dijo David cuando vio a sus padres muy cerca de ellos.

—Mucho gusto —sonrió a la mujer que la miraba con amabilidad.

—El gusto es mío, Majestad —dijo, intentando hacer una reverencia para ella.

—No. No. —La detuvo Regina—. Tú no tienes porqué hacer eso, Ruth. Y llámame Regina, por favor.

La madre David sonrió emocionada y no dudó en estrechar entre sus brazos a la joven Reina que era la mujer de la vida de su hijo y aprovechó para felicitarla por su cumpleaños. Eugenia no se quedó atrás, abrazando a Regina con mucho cariño y protección, felicitándola por su cumpleaños, pero sobre todo pidiéndole perdón por no haber hablado antes para liberarla de ese infierno en el que estuvo viviendo.

—Granny, el haberte quedado en silencio propició que conociera a David y que él se pudiera encontrar con su padre —le sonrió y la abrazó de vuelta, profundamente agradecida con la abuela de Ruby que de alguna u otra forma siempre intentó velar por ella.

—Vayan a descansar. Lo necesitas, Regina —sugirió Ruth después de haber consultado con George lo que seguía después de lo sucedido. Tenía muy presente que la joven estaba embarazada, que llevaba en el vientre a su nieto y por ello estaría muy pendiente de ella de ahora en adelante.

—Mientras nos encargaremos de dar el anuncio oficial de la muerte de Leopold —les informó George. El Rey Stefan y el Rey Midas se habían quedado para auxiliarlos en ese asunto tan delicado.

—Habrá muchas preguntas. Esta noche nos dedicaremos a reunir lo necesario para comprobar la traición de Leopold a fin de evitar una rebelión y los funerales —explicó Midas con cordialidad.

Regina, que los escuchó atenta, supo que no le correspondía quedarse de brazos cruzados ahora que era la Reina.

—Los acompañaré —dijo con autoridad, sorprendiendo a los tres Reyes.

—No te preocupes, Regina. No se tomará ninguna decisión sin ti —aseguró Stefan—. Fungiremos como tus consejeros a falta de ellos y, por el momento, nos dedicaremos a reunir la mayor cantidad de evidencia y veremos quiénes de los prisioneros pueden servir de testigos.

La joven Reina lo meditó un momento. Esos Reyes eran aliados de George en quien confiaba plenamente, así que no tenía nada de qué preocuparse. Además, si iban a interrogar testigos lo más seguro es que su presencia terminara por intimidarlos. Aceptó porque de verdad se encontraba agotada, habían sido muchas emociones en muy poco tiempo y lo único que necesitaba era estar a solas con David.


—No puedo creer que estás aquí —jadeó Regina contra la boca de David. Tenía los ojos abiertos y miraba al rubio que, contrario a ella, tenía los ojos cerrados y esbozó una encantador sonrisa. Estaban en la privacidad de su habitación de ese palacio, un lugar que jamás pensó que el rubio llegaría a pisar. El mismo sitio donde lo había pensado, extrañado y soñado tanto.

—¿Dónde más iba a estar? —preguntó. Tragó pesado, agarró una delicada mano de Regina y la colocó sobre su propio corazón—. Si tú has estado todo este tiempo aquí, muy dentro de mí.

Se volvió a prender de los rojizos labios que se movieron al compás de los suyos y se abrieron para permitirle el paso a su lengua. Incapaz de detenerse, sostuvo con ambas manos el bello rostro de Regina e intensificó el beso que terminó tan pronto como sintió su cuerpo entero vibrar por lo maravilloso que era volver a tenerla entre sus brazos. Ella bajó la cabeza y él le dio un beso en la frente mientras la escuchaba.

—Hubo días en los que pensé que no podía más. Te necesité tanto —hizo una pausa porque su voz se quebró. El príncipe buscó sus labios de nuevo para besarla con ese amor tan vivo y puro que había entre ellos—. Creí que moriría cuando me dijeron que estabas muerto —arrugó el gesto y por más que lo intentó, fue imposible detener las lágrimas que corrieron por sus mejillas y que David borró con besos suaves, llenos de ternura.

—Siento tanto que hayas tenido qué pasar por todo esto. No sabes lo que fue saber que te había dejado aquí, con ese malnacido, a merced de todos estos desgraciados y no poder venir en el instante en que desperté del accidente —dijo con dientes apretando y la frustración palpable en su voz.

—¿Te lastimaste mucho? —preguntó Regina, acariciando los rubios cabellos del príncipe. Sabía a grandes rasgos que cayó por una pendiente y que quedó bastante herido.

—Dicen que sí, pero a mí lo único que me importaba y me dolía eras tú —dijo volviendo a tomarla del rostro para estamparle un beso en los labios—. Tú —repitió dándole otro beso—. Solo tú —susurró capturando los tersos labios en un beso intenso y apasionado que la joven Reina respondió sin reparo.

En cuestión de nada ambos sentían el fuego y la pasión irrefrenable por el otro. Las manos de David trataron de desatar los cordones del vestido sin éxito. Regina, al darse cuenta, retrocedió un poco y se giró para facilitarle todo. El príncipe lo intentó de nuevo, pero le resultó demasiado complicado.

—Oh Dios. ¿Cómo demonios se quita esto? —preguntó desesperado porque moría de ganas por amar a Regina como solo ella se lo merecía y lo quería, porque desde luego que no fue hasta que le quedó claro que Regina deseaba estar con él de esa forma que se decidió a dar el primer paso. No pudo evitar reír con ganas al escucharla reír por su torpeza.

—Ve por Ruby —dijo Regina en medio de su risa que cesó cuando los labios de David se posaron en su cuello, besando, provocando que cerrara los ojos y entre abriera la boca en una muda mueca de placer.

—Enseguida vuelvo —suspiró enamorado. Caminó hacia la puerta mientras que Regina se dirigía a su vestidor. Afortunadamente Ruby andaba cerca, al parecer a la espera de que algo así sucediera porque sonrió divertida cuando solicitó su ayuda.

La doncella entró a la habitación, pasando de largo hasta el vestidor donde encontró a Regina eligiendo un camisón de dormir. En cuanto la vio se posicionó para que la ayudara a salir del ostentoso vestido. Cuando lo consiguió, se vistió sola con la prenda gris claro que consideró adecuada para esa noche.

—¿Qué se va a hacer con esto? —preguntó Ruby, señalando el vestido que sostenía con la otra mano.

—Que lo quemen junto con esto —respondió Regina entregándole el collar de la Nueva Alianza y la argolla de matrimonio.

Después volvió la atención de nuevo a su reflejo en el espejo, empezó a soltar su cabello y Ruby se acercó para ayudarla a desenredar las tiras plateadas, cuidando de no lastimarla. Cuando terminó, la joven Reina se giró para quedar de frente a su doncella, le sonrió con gran emoción sorprendiendo a Ruby puesto que jamás la había visto así, tan feliz y radiante. No puedo evitar abrazarla porque la hacía feliz saber que esa noche seguramente compartiría el lecho con el hombre que amaba.

—Te quiero, Ruby —susurró Regina sin soltarse del abrazo.

—Yo también te quiero. Estoy muy feliz por ti —correspondió a la muestra de afecto de su amiga.

Terminaron el abrazo, la doncella salió del vestidor con el vestido y Regina volvió a mirarse al espejo, acomodando un poco su cabello. Escuchó la puerta cerrarse indicando con ello que volvía a estar sola con David. Exhaló por la boca llevando ambas manos hasta su apenas notorio vientre el cual acarició. Se mordió el labio inferior y decidió salir del vestidor para encontrarse con el apuesto príncipe sentado en la orilla de la cama, aguardando por ella, así como lo hacía en el castillo de Verano.

Abrió los ojos grandes al verla y Regina sintió sus mejillas arder mientras se acomodaba un mechón de cabello tras una de sus orejas. David se puso de pie de un salto, sorprendiéndola por un momento puesto que de inmediato volvió a envolverla entre sus brazos para besarla.

—Yo… —Relamió sus labios y pasó saliva—, quiero amarte, hacerte el amor —expuso con la excitación deslizándose por sus palabras—. Lo haremos como tú quieras —ofreció como siempre lo había hecho. Lo hizo a pesar de que se encontraba deseoso.

—Házmelo como tú quieras, encantador —fue la respuesta de la joven Reina que sonrió al ver la reacción de sorpresa en el rubio—. Es lo que quiero —habló bajito sobre los entreabiertos labios del príncipe.

Regina lo besó con pasión y dulzura, enredando sus brazos alrededor del cuello del príncipe que retrocedía, llevándola con él hasta sentarse de nuevo en la orilla de la cama. La joven Reina sonrió mientras las manos de David se colaban por debajo de su camisón, alzando la tela lo suficiente para que ella pudiera subirse a su regazo. Se besaron de nuevo, las delicadas manos sobre sus mejillas mientras las de él acariciaban la suave piel que tanto había extrañado. Se atrevió a subir por los muslos hasta llegar al perfecto trasero donde se apoderó de ambos montículos de carne que acarició y apretó cuando Regina se empujó contra él aumentando la intensidad del apasionado beso que estaba lleno de fuego y deseo.

David terminó el beso, adorando los jadeos que Regina dejaba escapar por la apetitosa boca. Se abalanzó sobre el elegante cuello donde repartió besos húmedos y ligeras mordidas. Maldijo el no llevar consigo algo para facilitar la penetración, pero fue en lo último que pensó cuando emprendieron la marcha hacia el reino Blanco. No era que no la deseara, ni que no ansiara poder amarla de nuevo, pero el liberarla del jodido matrimonio y sacarla de ahí siempre fue la prioridad.

Se aventuró con la mano derecha hasta la intimidad de la Reina que encontró húmeda y caliente. No pudo evitar soltar un gemido desde el fondo de su garganta porque le pareció jodidamente excitante. Le acarició por todo lo largo, consiguiendo un estremecimiento en ella de cuerpo completo que le encantó.

—¿Te gusta? —se atrevió a preguntar, con los labios contra la definida mandíbula de Regina. En su voz se podía percibir lo excitado que se encontraba. Pasó saliva porque su pene reclamaba por atención dentro de los pantalones.

Ella asintió con rapidez moviendo apenas las caderas en un intento por conseguir más fricción de los dedos con su palpitante centro. Jadeó desesperada y abrió los ojos cuando dejó de tocarla, solo para encontrarse con que David chupaba esos dedos. Sonrió mientras se mordía el labio inferior porque el príncipe se veía tan deseable así. Los dedos abandonaron la boca, bajaron de nuevo a su intimidad que volvieron a acariciar haciendo que Regina se estremeciera una vez más y se prendiera de los labios del príncipe cuando tantearon la entrada a su cuerpo. Gimió dentro de la boca ajena cuando fue penetrada por uno de los dedos que se apoderó de su interior al instante y es que David recordaba bien cómo debía tocarla, cómo debía estimularla, sabía perfectamente cómo hacerla suya. Se separó de los rosados labios para gemir audiblemente cuando el segundo dedo entró en ella. Se miraron a los ojos mientras el príncipe la estimulaba con precisión y Regina movía sus caderas casi al mismo ritmo que él que la veía con esos bellos ojos azules oscurecidos por el placer.

Su vientre se contrajo, haciéndola consciente de las ganas que tenía por llegar, de lo bien que David la estimulaba empujándola hacia el tan ansiado clímax. Se abrazó al cuello de él, moviendo sus caderas con más intensidad, casi cabalgando los dedos que no dejaban de hacer fricción con algo dentro de ella que hacía que su clítoris se endureciera más al igual que sus pezones. Su intimidad empezaba a estrecharse, a volverse insoportable la necesidad de llegar. Fue consciente que gemía y jadeaba con fuerza, que David también lo hacía y fue incapaz de contenerse cuando lo escuchó:

—Vente, Regina. Estoy aquí, te tengo.

El orgasmo fue potente. Regina soltó un lloriqueó de puro placer mientras estallaba en millones de pedazos. Los dedos seguían dentro, ayudándola a disfrutar con cada oleada de placer que azotaba su cuerpo mientras que ella no dejaba de gemir y jadear, aferrándose con fuerza a él. Se sintió desfallecer cuando cesó, los dedos abandonaron su intimidad, las manos la aseguraron bien y David se levantó de la cama, llevándola consigo.

—Tienes mucha ropa —se quejó Regina, porque ansiaba como nada tenerlo dentro, volverse uno con él y sentirlo por completo. Escuchó una suave risa que la hizo sonreír mientras era depositada sobre la cama con todo el cuidado del mundo.

—Eso lo puedo arreglar —aseguró, deshaciéndose lo más rápido que le fue posible de toda su ropa hasta quedar desnudo frente a la hermosa Reina que lo miraba con deseo y muchísimo amor.

Se posicionó sobre ella, besándola con amor y cariño, acariciando con su lengua el interior de la tibia boca que le permitió el paso sin objeción. Usó sus manos para bajar las mangas del fino camisón gris que llevaba, bajando la tela hasta dejar los hermosos senos al descubierto. No le pasó desapercibido que estaban más grandes, hinchados y con seguridad debían estar sensibles por el embarazo. Su madre se tomó la molestia de explicarle algunas cosas.

Sin dejar de besarla se los acarició con ternura, tocando con suavidad, haciendo un cuidadoso juego con los lindos pezones que se endurecieron más con su trato. Dejó la bella boca para envolver con sus labios uno de los pezones sin dejar de acariciar el otro.

Regina cerró los ojos dejándose llevar por la deliciosa sensación de estimulación en sus pechos. Si bien no era algo desconocido gracias a David, aún era algo nuevo para ella que disfrutaba mucho. El príncipe cambió sus atenciones de un pezón a otro, Regina se retorció un poco, pero siguió disfrutando aunque su intimidad volvía a exigir atención, palpitando con deseo, reclamando por estimulación.

El momento más bello fue cuando David subió con sus manos el camisón por debajo, dejándolo enrollado en su estómago. Las manos la tomaron de las caderas y los labios se posaron sobre su vientre que ya no estaba tan plano. Pasó saliva por el nudo que se le formó en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas porque no tenía palabras para explicar lo hermoso que era.

—Te amo tanto. —David habló muy bajito, contra la suave piel del vientre de Regina, en ese lugar donde su bebé crecía. Los ojos le ardían por la acumulación de lágrimas por lo bello y significativo que era ese momento. Y todo se volvió más emotivo al sentir una de las delicadas manos acariciando su cabello.

—Yo igual —dijo Regina a pesar del nudo en su garganta. De inmediato tuvo el rostro del príncipe frente a ella—. Fue muy duro saber que estaba embarazada y que eso significaba que no te volvería a ver jamás —empezó a decirle mientras las lágrimas caían de sus ojos que cerró cuando una mano se posó sobre su mejilla izquierda. Después sintió la frente de David contra la suya.

—Habría dado lo que fuera por estar contigo en esos momentos —su voz se escuchó conmovida e igual de dolida que la de Regina. Ella exhaló largamente por la boca y abrió los hermosos ojos para mirarlo fijo. Fue cuando la emoción lo sobrepasó—. Pero ahora estamos juntos y lo estaremos por siempre —dijo terminado con un dulce beso que sellaba esa promesa.

—Vamos a tener un hijo —sonrió Regina con los ojos cerrados, perdida en el mágico momento de saberse amada, de estar con el hombre que amaba, de estar esperando un hijo suyo y saber que era libre para vivir ese amor.