Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo tres

Era un salón de baile con música country.

No había mucho por elegir en el pueblo que no fuera el lugar mas aglomerado de los citadinos para un viernes por la noche.

No podía importarnos menos que no fuera beber y bailar hasta el cansancio. Conforme las horas… ¿minutos? ¡Al diablo!

Conforme iba pasando el tiempo, nuestros movimientos y acercamientos eran cada vez más atrevidos.

Estábamos entrando en un terreno peligroso, yo lo sabía y él obviamente era conocedor. ¿Nos importó? Quizás no, porque ambos juntábamos nuestras caderas sin importar los roces.

¿Estábamos siendo estúpidos? Probablemente.

Pero en toda mi vida no me había sentido más libre que hoy. No estaba pensando en mis padres; exámenes, tareas y rendir en el trabajo. Por una maldita vez estaba simplemente disfrutando mis diecinueve años como si no hubiese más días.

Posiblemente serían las dos o tres horas más hermosas de mi vida. Pero luego, después de esa última cerveza lo miré fijamente.

Edward bailaba mientras bebía como sediento. Su semblante lucía relajado y se notaba inmensamente feliz, así como un hombre que solo festejaría su última noche de soltero.

La amargura brotó de mis malditos pensamientos y la sonrisa se borró de mis labios.

―¿Qué te pasa? ―Gritó sobre mi hombro, acercándose―. De pronto tu cara cambió, ¿quieres irte?

―Recuerda que mañana es tu día, la boda es al mediodía.

Edward encogió sus hombros y siguió bailando al ritmo de la música. Podía decir que sus pasos no eran los más coordinados, sin embargo apreciaba el ritmo que tenía. Era un buen bailarín, no el mejor, pero si uno bueno.

Entonces la comprensión me abordó así como un rayo puede iluminar el cielo. Mi vista se mantuvo en Edward Masen y entendí que él también estaba siendo libre, estaba disfrutando su noche de ser solo él. Sin apariencias ni mortificaciones de ningún tipo.

Decidí no hacer conjeturas ni reproches y me dispuse a bailar a su lado…

Eran las 4am. Así decía mi reloj de pulsera. La mayoría iban saliendo lentamente fuera del ruidoso lugar.

Bebí de un solo trago mi última cerveza y mi cabeza empezó a dar vueltas; en cambio mi humor era el mejor. Me sentía inmensamente feliz, más liviana que podía sentirme flotando.

Escuché una suave risa detrás de mí, justo cuando mis caderas se mecían junto con mis pies. Era un baile ridículo e improvisado el que estaba haciendo, ¿y qué?

―No te dejaré ir sola ―los brazos de Edward me rodearon la cintura―. Antes iremos a casa para que tomes un café cargado, lo necesitas.

Salimos fuera de la viejo salón de baile. El aire fresco y llovizna lamieron mi cara y mi cuerpo se estremeció. Estábamos a mediados de octubre, el clima había cambiado y las tardes se habían vuelto frescas.

Dejé las llaves de mi camioneta en las manos de Edward.

―Soy toda tuya.

Me ayudó a subir al lado del copiloto. Era raro para mí, estaba acostumbrada a conducir a ser siempre la conductora designada y hoy era distinto.

Mis párpados pesaban. Los cerré voluntariamente y suspiré dejándome abordar por el cansancio de las copas.

Ahora mi cerebro no estaba procesando nada. Lo había puesto en automático y tenía un letargo que me duraría hasta mañana. Y estaba bien, la Bella del futuro y con resaca le tocaría lidiar, no a mí.

Pestañeé cuando los brazos de Edward me cargaron y me llevaron con él hasta la entrada de su casa.

Quería reclamar que no era necesario, sin embargo me sentía bien. Así que solo guardé silencio, apoyando mi cabeza en su hombro.

Me fijé en su sonrisa ladeada. El cabrón de algo reía, no me pondría averiguar de qué.

Entramos. Había un completo silencio y una oscuridad que daba paz, uno a uno subió cada escalón sin protestar que cargaba mi peso en sus brazos.

Edward dijo algo que sus padres seguramente estaban dormidos, que no importaba. Tampoco dije nada.

Recorrimos un interminable pasillo y adentramos en una habitación. La casa Masen era enorme para ser habitada por tres personas, aunque prácticamente eran dos ya que Edward estudiaba fuera.

Lentamente me dejó en medio de la cama. ¿Era su habitación? ¡Qué importaba!

Edward terminó tumbando a mi lado, la cama se movió con su peso. Lo escuché resoplar.

―Será mejor que te duermas, ratita.

―Mmm… hay mejores cosas que dormir. ―Guardé para mí que podríamos contar chistes y reírnos como idiotas o seguir hablando de lo miserables que éramos con nuestras familias.

―¿Nunca te has atrevido a cosas que sabes te joderán la vida?

Abrí los ojos lentamente y distinguí el rostro de Edward a escasos centímetros del mío.

―¿De qué hablas? ―Quise saber.

Estaba apoyado en un codo, ya no tenía la bonita chaqueta y no sabía en qué momento se la quitó.

―En algo que quieras hacer, ya sabes, solo una vez.

Solo una vez ―repetí, exhalando muy suave.

Mi aliento seguía con ese sabor a cerveza. Era fuerte y amargo que adormecía mis sentidos.

¿Qué has querido hacer siempre?

Me cuestioné en silencio. Quizá, solo quizá… no pensar en las consecuencias era bueno.

Era una persona que solía meditar cada paso, iba siempre a paso firme por mis propósitos. Solía cumplir cada meta que me proponía; conseguí un trabajo en una editorial, tenía las mejores notas y sabía que graduaría con honores.

Solté un suspiro melancólico, me acomodé de costado y observé el rostro de Edward. Él había imitado mi postura, sin darnos cuenta nuestras piernas estaban entrelazadas, sonreímos sin saber exactamente el porqué.

Al menos yo no lo sabía. Tal vez eran los efectos del alcohol que seguían en mi sistema.

De fondo se escuchaba una ligera llovizna que golpeaba sutilmente la ventana.

Cerré los ojos un momento. Sentí la punta de los dedos de Edward recorrer mi rostro, era un tocamiento sutil y lento.

―¿Sigues ebria?

Me sentía tan cómoda con sus caricias, que lo dejé.

―Prometiste darme un café y aún no me das nada.

―No te gusta el café.

Abrí los ojos rápidamente, no dejé de mirarlo. La duda estaba estaba impregnada en mi rostro porque él respondió.

»Te conozco más de lo que crees, ratita. Tampoco consumes leche porque eres intolerante a la lactosa, no te desvelas porque estás acostumbrada a despertar temprano y correr. Todo eso lo sé.

―¿Cómo? ¿Por qué? No entiendo… ―su dedo acalló mis labios postrándose suavemente y recorriendo de lado a lado mis comisuras.

Él aura de la habitación había cambiado por completo, ya no había paz sino tensión que podía sentirse en todo mi cuerpo.

Mi corazón estaba latiendo con fuerza dentro de mi pecho y los nervios me estaban carcomiendo.

Podía sentir el aliento de Edward mezclarse con el mío, estaba sonriendo.

―Dime que no vas a dormirte ―murmuró muy cerca de mis labios.

Mi piel se erizó al beber su aliento. La cerveza de barril me traería muchos recuerdos de ahora en adelante. No había dudas.

―Quizás sí, no sé.

Una de sus manos viajó a mi cintura y se quedó ahí, sin moverse.

Ambos suspiramos.

―¿Cuáles son tus planes? ―preguntó.

Su rostro seguía muy cerca del mío.

―Terminaré la universidad y no sé para dónde apuntará la brújula al graduar. ¿Y tú?

No sabía bien por qué demonios había hecho esa pregunta. Obvio, él se iba a casar y probablemente tendría hijos, sería todo un señor.

―Me graduaré en unos meses y supongo que me iré de Seattle.

¿Con mi hermana? ―Quise preguntar, pero no me atreví.

Suspiré de nuevo.

―Ambos tenemos planes ―concordé.

―Sí. Aunque también ambos queremos huir, creo que soy el más cobarde de los dos. Porque tú ya decidiste poner distancia, pero yo no he tenido opción. Debo cobrar mi herencia y emprender mi camino.

―Ahora con tu esposa ―añadí.

Pude notar como la nuez en su garganta subía y bajaba. Parecía que le costaba hablar del tema.

―Jess me deja ser, nunca interviene en nada y me da la libertad que necesito. Lo nuestro es comodidad. Los dos tenemos intereses, yo por cobrar mi dinero y ella por darse la vida que siempre ha querido.

Fruncí los labios en desaprobación.

Uno de sus dedos recorrió mis labios hasta que me hizo quitar el puchero.

―Mucha suerte con esa arpía.

Sonrió con tristeza. Como si fuese un condenado a punto de ser ejecutado y tal vez sí lo era. Estaba a punto de arruinar su vida y lo notaba desesperanzado.

―Nunca has pensado que el destino es un cabrón de mierda ―reflexionó―. Que cuando tienes a la persona correcta nunca puedes acercarte porque hay miles de demonios dentro de ti que no te vuelven insuficiente para estar con ella. Que te gritan una y otra vez que debes estar con quienes mereces y no con quién quieres.

―Tuviste una infancia dura ¿eh?

―La peor ―reconoció con media voz―. Creo que mis sesiones al psicólogo no han servido de mucho.

Uno de mis dedos se arrastró por su frente y pude sentir la suavidad de su pelo rebelde.

―¿Quieres contarme? ―pedí.

Sin esperarlo se sentó en la cama y se sacó la camisa por la cabeza, imité su postura y pude apreciar cicatrices profundas en su espalda.

Entre consternada y preocupada la punta de mis dedos recorrieron una a una cada borde cicatrizado.

Tragué saliva al entender que su niñez probablemente fue más miserable que la mía.

―Mi padre desquitaba sus frustraciones conmigo ―musitó―. Sabía las habladurías de mi madre y yo me convertí en su saco de boxeo. Lo hizo hasta que tuve quince años y me pude defender, desde entonces no fueron golpes sino palabras que se han quedado en mi memoria.

Instintivamente mis manos se volvieron puños. Tenía tanta rabia que podía sentir fluir mi adrenalina por todo mi sistema. Quería aniquilar al señor Masen con mis propias manos y hacerlo pagar.

Sin duda este no era el Edward que había visto siempre.

Mis brazos envolvieron su espalda y pude sentir el respingo que dio.

―No vayas ahí ―murmuré―. Uno decide quien puede dañarlo y tú debes quitarle ese poder, hazlo, Edward. No vuelvas a permitir que te lastimé.

―He trabajado duro para sanar. Sé que estoy en el proceso y una vez que cobre mi herencia, jamás volveré ―volteó lentamente hacia mí, sus ojos estaban rojos y brillaban con una tristeza inigualable―. Seré tan fuerte como lo eres tú.

Esbocé una sonrisa corta.

―No soy tan fuerte cómo crees.

―Para mí lo eres. La mujer más fuerte que he conocido en mi vida.

La admiración en sus palabras iluminó mis pensamientos. Era hora de marcharme, me incorporé y mis pasos seguían siendo tambaleantes.

Lo escuché reír y justo estaba por cruzar la puerta, sus fuertes brazos me detuvieron.

―Oye… ―protesté―. Debo irme.

―Bailemos ―me hizo voltear hacia él, tomándome de la cintura con un brazo llevando mi mano a su hombro.

Bailamos sin música.

Reímos sin decir palabras.

Y nuestros ojos siempre estuvieron conectados.

Éramos solo Edward y Bella. Dos seres rechazados que saben son almas en común. Así como dos piezas del rompezacabezas que se unen y forman el más bonito paisaje.

Porque ahora éramos conscientes que existían seres más miserables que nosotros dos, aún así podíamos sonreír y compartir lo poco que teníamos.

Giramos con pasos torpes y nunca dejamos de sonreír, no lo hicimos hasta que la tensión rompió el momento de lo inevitable.

Nuestras respiraciones chocaron entre sí al estar nuestras narices rozándose.

Tragué. Cerré los ojos en el mismo momento que sus labios calentitos se presionaron contra los míos.

Quería resistirme, pero su saliva con sabor a cerveza no me lo permitió. Quería probar más y tal vez impregnarme de su sabor.

Nuestras bocas sincronizándose y nuestros dientes chocando en movimientos seguros y pasionales. Nos estábamos besando como si nada importara.

Mis manos aferrándose con fuerza a sus anchos hombros mientras que una de sus manos sujetaba con viveza mi nuca para inmovilizarme.

No pienses Bella.

Por una sola vez, no pienses.

Y así lo hice…

La pasión surgió y nuestras manos no podían abarcar tanta piel. La ropa estorbó y cayó al piso donde fácilmente de una patada nos deshicimos de toda, quedando desnudos.

Caímos en la cama entre besos y caricias. Rodamos de un lado a otro, tratando de encontrar la postura perfecta entre nuestros cuerpos.

Mis piernas acunando sus caderas. Fácilmente empezamos un vaivén que nos hizo sudar y gemir por partes iguales.

―Más… ―rogué, porque no fuese suave.

Él no era mi primer hombre, yo tampoco era su primera mujer. Solo ambos estábamos obteniendo lo que queríamos en el momento, era un acto meramente consensuado donde no había culpas.

Abrí al máximo las piernas porque necesitaba sentirlo en lo más profundo de mi ser. Su tórax cayendo torpemente encima de mí, sudoroso y agitado.

Nuestros jadeos se volvieron una hermosa canción coreada al unísono.

―Ahhh ―gimió sin detenerse.

El remolino en mi vientre bajo entumeció mis extremidades.

Estaba teniendo un orgasmo… podía sentir cómo mi cuerpo se relajaba, en cambio mis manos estaban aferradas a sus sudorosos hombros. Él también acababa de terminar dentro de mí.

Sonreímos cómplices y sucumbimos a más necesidades y posturas deseadas.

Éramos dos amantes que no habían tenido suficiente, así que decidimos darle rienda a nuestra pasión hasta que la oscuridad nos venció sin darnos cuenta.

.

Desperté desorientada en alguna hora de la mañana.

La luz diurna había iluminado la habitación por completo. Podía apreciarse la colección de camisetas deportivas puestas en cuadros, colocadas estratégicamente en las paredes blancas.

Era su habitación y todo cuanto había tenía su esencia, por supuesto que el olor a sexo era predominante.

Suspiré y puse especial atención a nuestros cuerpos desnudos y enredados entre sábanas. Clara muestra de lo que habíamos hecho.

La culpa se apoderó de mí. Edward era mi cuñado.

Salí, rápidamente me vestí. La cabeza me dolía y mi aliento era nauseabundo.

Edward seguía plácidamente dormido con una mano cubriendo su rostro.

Me acerqué algunos pasos a la cama, quise tocarlo. Mi mano quedando suspendida en el aire ―sacudí la cabeza y la apreté a mi pecho.

Tan solo admiré unos minutos más al hombre que me había hecho feliz por una noche.

Sin sentimientos Bella ―me ordené.

Él va a casarse y tú seguirás como si nada hubiera pasado, te irás a Seattle y olvidarás lo que pasó.

La vida sigue y esto fue solo una vez.


Les agradezco mucho su apoyo, haré lo posible por terminar esta pequeña historia. Nos seguimos leyendo, ¿quieren otro?

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