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19

Adiós

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No podía dejar de sonreír a pesar del cansancio por su paseo en la playa. Pensaba en sus hermanos y el corazón le explotaba de nostalgia y amor. Necesitaba verlos, tocarlos, saber que estaban bien y el tener otra oportunidad para protegerlos era un privilegio que no iba a desperdiciar.

Aún no sabían cómo funcionaba el ritual de la maldición, Suguru le había explicado que cuando la exorcizara podría averiguarlo y las ansias le revolvían el estómago. Cerró la llave del agua caliente y fría al mismo tiempo y se quedó sin hacer movimiento alguno en la ducha por al menos un par de minutos. El corazón le latía deprisa, estaba emocionada por volver a su vida con sus hermanos, pero no podía evitar sentir esa incomodidad en el pecho por dejar a Satoru y los demás.

Estuvo en el pasado 1 año y medio más o menos. Aprendió y entrenó en ese tiempo junto a Nanami Kento, compartió y se divirtió con todos y conoció el amor-y la desilusión amorosa-con Gojo Satoru ¿cómo no iba a extrañarlos? todos habían sido tan amables, considerados y preocupados con ella, se sintió cómoda y acogida en la escuela de hechicería de Tokio y solo suplicaba no olvidar esos días, ninguno, ni los buenos ni los malos.

Se sentía una nueva Kasumi. Con mayor determinación, más seguridad en sí misma y había aprendido mucho. No quería perder todo eso y aquellos hermosos recuerdos con todos. No pedía demasiado, como que todo lo vivido se volviera real-al contrario, esperaba que no sucediera ¿cómo iba a mirar a la cara a todos? la vergüenza le carcomía- pero quería recordarlos, guardarlo como un precioso secreto.

Suspiró con una sonrisa en los labios. Salió de la ducha y se envolvió con una toalla gruesa, con otra se secó el cabello y fue a su habitación. Esperó verlo allí en su cama como todas las noches, pero estaba sola. Miró por todo el cuarto como si pudiera esconderse un hechicero de 1,90 cm. Quizás se estaba tomando un baño en su cuarto, pensó.

Se puso el pijama-la remera que él le había dado-y secó su cabello con el secador mientras lo peinaba. Se miró al espejo por última vez y apagó las luces del sanitario. Al volver a su cuarto, nuevamente se quedó viendo su cama vacía ¿acaso no vendría? Era su última noche en el colegio, por la mañana habían acordado que irían al hospital y ya todo terminaría. Pensó que tendrían su último encuentro-sexual/romántico-, estaba segura que sería de ese modo. Una molestia en el pecho le inquietó más de lo que quisiera ¿y si él no iba? ¿debería ir ella? no, respondió al instante. No volvería a ir a su cuarto y esperar como una idiota por su indiferencia.

Pero las cosas iban bien entre ellos ¿por qué no la iría a visitar? quizás estaba cansado u ocupado. Prefirió no darle más vueltas al asunto, no le hacía bien. Pero era difícil cuando sabía que sería la última oportunidad de tener sus manos sobre su cuerpo y besarlo.

Se sentó en el borde de la cama y esperó por unos minutos, decidiendo qué hacer. Finalmente se rindió y se acostó, no lo perseguiría. Tal vez él iría más tarde, tal vez no, pero cualquiera fuera su decisión estaba bien con ella, aunque le doliera profundamente, lo respetaría.


(...)


Sus ojos estaban fijos en el techo, pero no miraba nada en particular. No podía dejar de pensar en su sonrisa de alivio y emoción cuando recibió la noticia de que podría irse, mientras él estaba angustiado y ni siquiera se había dado cuenta.

¿Realmente lo amaba? porque en ese momento al menos no se le notaba, incluso ahora. Eran la 1 de la madrugada y ella ni siquiera se había acercado a despedirse. Se sentía traicionado, abandonado y dolido. Sería la última noche que pasarían bajo el mismo techo, ella se iría por la mañana y con ella, todos sus recuerdos.

Era lo mejor, o eso se repetía una y otra vez, que el dolor de su partida y ausencia solo le duraría esa noche y mañana porque cuando ella se fuera, todo se iría con ella. Tragó con dificultad al pensarlo ¿y si no era así? ¿y si se quedaba meses desolado por su partida? el corazón le dio un vuelco, la idea le mortificó tanto que prefirió dormirse, pero ni apagando la luz ni cerrando sus ojos sus miedos se fueron.

Porque lo era. Tenía pavor de sufrir por otra persona ¿Cuándo se había sentido así? nunca que recordara. Ni siquiera con la derrota contra Toji y la muerte de Riko, solo sintió frustración, o con la muerte de Yu. Ahora era diferente, un miedo estúpido a su parecer, pues si ella se iba él seguiría bien, su vida continuaría. Seguiría siendo Satoru Gojo. El gran Satoru Gojo.

Suspiró ¿realmente estaba con insomnio porque Kasumi se iría de una vez? siempre supo que pasaría y aun así no estaba listo para enfrentarse a esos sentimientos que le asaltaban.

Estaba frustrado, se sentía solo entre sus sábanas finas y a pesar de que rogaba por su compañía, por tocar su piel suave y cálida, sentir sus labios, no se atrevió a visitarla. No lo resistiría ¿su última noche? no. No podía. No podía con lo angustiante que era saber que sería la última vez que la tocaría, que la besaría, la última vez que la haría suya. En ese momento, al menos, se le hacía imposible soportar la idea de su partida.

Estaba seguro que se le pasaría con el tiempo, y, es más, la olvidaría apenas se fuera. Pero por esa noche, el panorama era desalentador y tendría que lidiar con ello. Lo único que pensaba una y otra vez era en lo molesto que resultaba ser el amor.

—No volveré a enamorarme nunca —murmuró entre dientes e hizo un mohín infantil con los labios.

Porque ahora lo sabía-lo sabía desde hace tiempo, simplemente no quería reconocerlo-. No podía seguir haciéndose el tonto con lo que Kasumi había despertado en él. No era solo deseo, aquella desolación que lo invadía solo podía ser provocada por el desamor, el sexo se podía conseguir fácil-más para un chico guapo y buen partido como él-pero ninguna sería Kasumi.

No volvería a sentir su aroma, la suavidad de su pelo, o ver su sonrisa encantadora. Sus grandes ojitos que lo miraban con admiración y respeto, no miedo ni fastidio-como la mayoría-oír su voz suave y femenina, probar sus labios u oírla gemir su nombre.

— ¡Maldición! —exclamó molesto mientras se retorcía en la cama y se rascaba la cabeza, completamente frustrado.

No era justo. Nada de lo que estaba sintiendo era justo ¿por qué la había conocido bajo esa circunstancia? Si bien, sabía que la vería cuando fuera profesor, ella no estaría en su escuela y la relación no se vería bien. Este era el momento indicado; sus ojos miraron sombríos el techo. No podía dejar de pensar que, si al menos ella fuera mayor o él más joven, la relación se podría dar perfectamente. Hubiera tenido tiempo para hacer las cosas bien, o al menos reparar sus errores.

Refregó sus ojos con el dorso de la mano varias veces cuando los sintió escocer.

Odiaba tanto sentirse así en esos momentos. Tenía sentimientos encontrados, porque esa ira y dolor buscaba culpables y no era más que ella. Pero le era curioso amarla y detestarla al mismo tiempo. La amaba tal cual, y a la vez, el hecho de perderla-de que se fuera y ni siquiera se sintiera mal por dejarlo o fuera considerada con sus sentimientos-le llenaba de rabia, una rabia infantil si lo pensaba con detenimiento.

Solo era un adolescente enamorado y frustrado.

—Un idiota —susurró y cerró sus ojos.

Intentó dormir, pero fue inútil. Cada vez que cerraba los ojos, la sonrisa de Kasumi cuando le dijeron que podía irse se repetía en su mente.


(...)


Esa mañana estaba algo fría, seguramente por el medio día sería caluroso como todo día de primavera. Suguru se estiró haciendo sonar sus articulaciones y bostezó sin cubrirse la boca.

Se levantó rápido y se dio una ducha. Habían acordado la tarde anterior que esa mañana no tendrían las primeras horas de clases para poder acompañar a Kasumi a Kioto. Se venía un día difícil encima. Su semblante se endureció al pensar en Satoru y en sus ojos angustiados que pudo ver antes que los escondiera tras sus lentes oscuros. El tonto ni siquiera había disimulado bien sus sentimientos, pues fue el primero en prácticamente huir después de la noticia. Sonrió sin ganas y se vistió con su uniforme.

Salió de su cuarto y se quedó de pie en el pasillo al escuchar ruidos desde el cuarto de Satoru. Pensó por unos segundos y golpeó suave en la puerta, no hubo respuesta por lo que insistió dos veces más con el mismo resultado. Frunció el entrecejo y sin preguntar o pedir permiso, giró el pomo de la puerta y abrió. Alzó ambas cejas al ver a su amigo en el suelo jugando videojuegos, aún sin vestir y con unas visibles ojeras violáceas decorando su rostro.

— ¿Dormiste algo? —preguntó preocupado. Solo lo había visto una vez así, la noche que pasaron en Okinawa junto a Riko y Kuroi, se había amanecido haciendo guardia, pero esta vez era diferente. No tenían una misión importante, no había motivos para tal desvelo.

Satoru volteó a verlo y negó, volvió su atención a la pantalla y continuó jugando.

— ¿Por qué no te has vestido? —insistió entrando al dormitorio—pensé que no dormirías aquí esta noche si te soy sincero.

—Dijeron que no tendremos clases en la mañana —respondió sin mirarlo.

Suguru frunció el ceño y lo observó por unos segundos, entonces lo comprendió. Hizo una mueca sin dejar de verlo, una mirada compasiva al ver su estado.

—Entonces… ¿no irás? —preguntó sabiendo la respuesta.

Satoru pausó el juego. Se quedó en silencio por varios minutos, Suguru se encogió en su sitio, nunca lo había visto así de afectado. Porque esta vez no estaba bajo los efectos de la adrenalina por un combate, simplemente estaba desanimado. Y Satoru nunca lo estaba.

—No… —susurró sin mirarlo.

—Satoru… ¿Estás seguro? —preguntó con suavidad—después de todo lo que has vivido con ella ¿realmente no te despedirá? eres más maduro que eso. —Le regañó, su compañero suspiró derrotado y volteó a verlo, en sus ojos había angustia; Suguru lo miró sorprendido, pero no dijo nada.

—No puedo, Suguru —murmuró con la voz entrecortada—no puedo verla irse. No puedo —repitió y volteó hacia la pantalla otra vez.

—Satoru… —susurró con empatía. Se agachó a su altura y apoyó su mano derecha en el hombro del hechicero deprimido—entiendo lo que sientes, pero ¿cómo crees que se sentirá Kasumi?

—Yo… —no lo había pensado, se pasó toda la noche lamentándose por su situación e incluso despotricando en contra de la joven. No se atrevía a decirle a su amigo que sentía que Kasumi no le afectaba la situación, que solo quería marcharse, porque le avergonzaba—no creo que le importe —terminó confesando, apenado mientras desviaba la mirada.

—Satoru —dijo en tono de reproche—está mal que supongas cuando no lo has preguntado, y sabes, en el fondo, que es una mierda de mentira que te inventaste para justificar tu actitud inmadura —soltó un suspiro y se reincorporó.

—No, Suguru —respondió con convicción—Kasumi solo quiere irse… Y está bien, pero no quiero verla cuando lo haga—susurró lo último.

Suguru suspiró profundamente, era demasiado temprano para lidiar con las idioteces de su amigo. Giró sobre su talón y salió del cuarto del hechicero y sin mirarlo, murmuró.

—Bueno, ya estás grandecito para tomar tus propias decisiones. Luego no andes llorando por los rincones.

—Pff ¡la mierda de amigo que resultaste ser! —le escuchó gritar antes de cerrar la puerta y Suguru sonrió.


(...)


El sol le pegaba en el rostro. Era un día bonito, pero se sentía melancólica. Kasumi suspiró y pensó en Satoru. Él joven no había ido la noche anterior, le hubiera gustado despedirse como es debido entre dos amantes, pero ahora tendría que simplemente agradecerle por todo y darle un apretón de manos frente a todos.

Sentía una molestia en el pecho, le apretaba y a la vez en su vientre, como si hubiera probado algo en mal estado. Pero solo eran los nervios y la inquietud por la despedida. Estaba triste, quería irse con sus hermanos, eso lo sabía, pero no podía evitar sentir tristeza por marcharse y despedirse de todos. Los ojos le ardían cuando lo pensaba, rogaba no llorar frente a sus compañeros, no quería que la vieran siendo una tonta.

Apretó con fuerza la empuñadura de su espada y mordió su labio inferior. Sacudió una pelusa de su pantalón y sonrió, hace mucho tiempo que no usaba su uniforme de Kioto. Su chaqueta había sido reemplazada pues con la herida con la que llegó fue imposible repararla. Se sentía más cómoda, más como la Kasumi que llegó, pero a la vez, mucho más madura. En muchos sentidos lo era ahora… ya no era una niña, y sentía que era una mejor hechicera.

—Llegaste temprano —escuchó y volteó hacia atrás al ver a Nanami. La joven sonrió al verlo—estás ilusionada por irte ¿no?

—Sí —reconoció poniéndose de pie en la escalera de la entrada del colegio—pero… también tengo algo de tristeza por irme.

—Es normal —susurró viendo sus mejillas sonrojadas—pasaste 1 año y medio aquí.

—Sí —sonrió con nostalgia—quería darte las gracias. Fuiste muy amable con ayudarme a entrenar y en cada misión que compartimos. Muchas gracias —repitió y le reverenció.

—No tienes que dar las gracias —murmuró apenado—no fue una molestia. Eres una hechicera muy capaz, estoy seguro que lograrás tus metas.

—G-gracias —respondió, aunque no veía ese potencial del que hablaba, pero era un halago de Kento Nanami después de todo.

— ¿Tan temprano y emocionales? —preguntó Shoko mientras se acercaba y Kasumi le sonrió.

— ¡Shoko-san! —le saludó emocionada—quería agradecerte por cuidarme todo este tiempo —sonrió con un dulce rubor en sus mejillas y Shoko encogió sus cejas mirándola con una sonrisa. Era una chica muy pura para ese mundo, solo esperaba que no perdiera esa inocencia. Kasumi también le reverenció y ella solo pudo reír apenada.

—No hagas eso, es mi deber —sonrió Shoko—y… fue agradable tener otra chica en clases —se encogió de hombros—compartir con alguien más que no sea un idiota.

— ¡Oye! —los tres voltearon al escuchar a Suguru, el joven venía con las manos en los bolsillos y una sonrisa en sus labios, con actitud relajada como siempre.

—Ya están reunidos —el grupo volteó hacia el director al oírlo que llegó por patio. El adulto miró a cada uno de los estudiantes, y aunque notó la ausencia del más ruidoso, no preguntó—espero que te vaya bien en tu regreso, Miwa.

—Muchas gracias, director —le reverenció—por dejar que me quede y su apoyo en todos estos meses. En serio, muchas gracias.

—Es el deber de los hechiceros apoyarse entre nosotros —respondió alzando la barbilla—eres un buen elemento, Miwa. Espero grandes noticias tuyas. —Kasumi contuvo el aire por unos segundos, quizás eran sólo palabras bonitas de despedida, pero era inevitable no emocionarse ante tal esperanza. Sonrió en respuesta y asintió animada.

Respiró profundamente y miró hacia el grupo sin dejar de sonreír, pero su sonrisa se fue borrando con el pasar de los segundos. Se quedó viendo el pasillo, ilusionada esperando verlo. Sentía el pecho apretado y el corazón latirle fuerte y ruidoso, tragó con disimulo y volteó hacia Suguru.

— ¿Y S-Satoru-kun? —preguntó con todo el coraje que logró reunir. Suguru encorvó las cejas y se encogió de hombros sin dejar de sonreírle.

—No estaba en su dormitorio esta mañana —se disculpó—no sé dónde está —mintió. No pudo esconder su mueca al ver la desilusión en el rostro de la joven. Todo el ánimo y sonrisas y agradecimientos de hace segundos, se esfumaron con esa simple noticia. Por un momento pensó en retractarse y decirle que fuera al cuarto del idiota de su amigo para despedirse, pero no era un asunto en el que le correspondía involucrarse. Por lo que mordió su lengua y guardó silencio.

—Oh… y-ya veo —sonrió sin ganas—me despiden de él ¿sí?

—Seguro —sonrió Shoko.

—Bien, el auto los espera —soltó Yaga.

Kasumi asintió, antes tenía nostalgia por despedirse. Ahora solo quería correr de allí, sentía que iba a largarse a llorar por no poder verlo una última vez y no quería mostrarse tan vulnerable.

—Muchas gracias a todos —repitió y los reverenció. —Nos vemos… en unos años —sonrió y giró sobre su talón y apresuró el paso sin esperar a Suguru.

— ¿De verdad no va a venir? —preguntó Shoko en susurro a su compañero. Y Suguru negó—está en su cuarto ¿verdad? —él le miró por el rabillo del ojo y asintió—ese idiota…

—En algún momento madurará, esperemos —murmuró Yaga rascándose la cabeza—mantenme al tanto, Suguru.

—Por supuesto. —Asintió y trotó suave para alcanzar a la joven.

Iba a hablar cuando llegó al lado de Kasumi, pero la vio cabizbaja escondiendo sus ojos con su flequillo, entonces vio las lágrimas. Sonrió con ternura y caminó a su lado en silencio hasta llegar al vehículo que los llevaría al hospital.

Kasumi se puso el cinturón de seguridad y volteó hacia la ventana. No podía contener las lágrimas, sentía el pecho apretado y le costaba trabajo no emitir ruidos. Sus ojos apenas podían ver el paisaje cuando el auto se puso en marcha, su vista estaba borrosa por tantas lágrimas. La última vez que había llorado así fue con la muerte de su madre, y ahora por un chico. No tenía remedio.

Aunque intentaba contenerse y pensar que estaba actuando como una boba. Que no podía llorar de esa forma solo porque no se iba a despedir de Satoru, y se insultaba mentalmente una y otra vez, no le sirvió. Lo cierto era que también se refugiaba con el hecho de que no estaba mal sentir. Que era humano, y que, así como cuando su madre falleció y su corazón se partió, volvería a sanar, no ahora. No mañana ni pasado, pero lo haría.

No podía contener sus sentimientos y era necesario soltarlo. Ya se avergonzaría cuando estuviera sola. Por lo que dejó salir cada lágrima que tenía, en completo silencio.

Suguru la miraba por el rabillo del ojo, la joven no despegó su vista del paisaje, pero la veía estremecerse a cada rato y podía oírla sollozar.

Pensó en hablarle, consolarla con que Satoru no pudo despedirla porque la quería demasiado, pero nuevamente se dijo que no era asunto suyo. Y no podía hacerle el trabajo al tonto de su compañero. Fue su turno en mirar por la ventana, tanta melancolía en el ambiente le recordaba a Riko. Pero no había soltado ese llanto ni siquiera después de ver su cuerpo en el suelo, quizás porque no era el momento, sin embargo, incluso después de su cremación, no derramó ni una sola lágrima. Sobre pensó y se lamentó mil veces, pero aquel dolor se quedó en su pecho.


(...)


Tenía el pecho encogido. A medida que el auto se aproximaba al hospital iba reconociendo las calles. Pudieron ir en metro, pero el director amablemente les ofreció uno de los autos del colegio para tener mayor privacidad. El llanto había cesado hace veinte minutos, la tristeza seguía, pero las lágrimas dejaron de salir como si se hubieran agotado. Sentía los ojos arderle, los mantenía cerrados unos segundos, pero no bastaba. Suspiró por quizás la quinta vez en lo que llevaba de viaje. Se sentía algo vacía, no tenía nada en mente, solo tristeza.

El auto se detuvo en la misma cuadra del hospital. El auxiliar que bajó con ellos no tardó en levantar una ventana que envolvió toda la cuadra con un manto oscuro. Kasumi volteó hacia atrás, luego miró el cielo, a los lados, buscándolo. Derrotada, contuvo el aliento y atravesó la barrera antes que su compañero.

El edificio seguía viéndose en buen estado, solo las cadenas en la puerta y el silencio alertaban de su abandono. Parecía que en las últimas semanas igual le hicieron mantención al jardín. No había hojas en el suelo ni el pasto crecido. Oyó pasos detrás de ella y volteó a ver a Suguru que lucía serio.

—Vamos a dentro —susurró el joven pasando por su lado.

Kasumi asintió y caminó detrás de él. No se molestaron en buscar una ventana a la cual colarse, Suguru simplemente rompió el candado y abrió la puerta; Kasumi dio una última mirada hacia atrás, nuevamente, derrotada suspiró y entró al edificio.

A pesar de que aún era de mañana, el interior del inmueble lucía bastante oscuro con las sábanas cubriendo las ventanas. Kasumi tragó saliva cuando vio el mueble, ni el reloj ni la maldición estaban allí.

—Seguramente se alertó cuando bajaron la cortina —susurró Suguru.

—No será tan sencillo como pensábamos —murmuró Kasumi mirando a su alrededor. —La primera vez que estuve aquí… no nos atacó hasta que entramos, es más, no nos dejaba entrar ¿por qué ahora es diferente?

—Quizás porque es joven aún —respondió Suguru—mientras más experiencia tienen, se vuelven más astutas y ganan confianza.

—Uhm —lo miró por unos segundos y caminó hacia el interior del edificio—creo que está en el fondo —susurró mirando hacia la sala al final del pasillo, que tenía el letrero del director.

—Oh... tienes razón —respondió sintiendo su energía—vamos.

Dieron pasos suaves, alertas por si la energía se esfumaba. Kasumi recordaba bien lo rápida que era la maldición para atacar y huir. Sentía el corazón latirle a toda prisa, la adrenalina le recorría el cuerpo, sudó frío al llegar al final del pasillo y contuvo el aliento cuando posó su mano en el picaporte.

—Déjame abrir —susurró Suguru. Kasumi negó y él la miró extrañado.

—Lo vas a asustar con tu energía —le respondió y él alzó ambas cejas y asintió. Kasumi respiró profundamente y empujó la puerta con suavidad.

La oficina estaba a oscuras, había un escritorio vacío con uno que otro papel en la superficie de la mesa. Los estantes estaban repletos de carpetas con las hojas sobresaliendo por las orillas. Había una planta seca en un macetero en la esquina junto a la ventana, y por la alfombra, estaba lleno de herramientas de oficina como si alguien se hubiera dedicado a jugar con ellas.

Kasumi frunció el entrecejo y volteó a ver a Suguru, el joven miraba hacia la silla que les daba la espalda y apuntó con su dedo índice, observó la silla y entrecerró sus ojos intentando mirar algo más, dio dos pasos al costado y entonces lo vio.

El ser estaba del mismo tamaño que en el año 2018, quizás un poco más pequeño, pero estaba formado en su totalidad. A diferencia de su presente, el ser amorfo parecía dormido y no cubría ningún costado de su rostro, a Kasumi le pareció que en ambos lucía triste. El reloj que antes estaba en el mueble, ahora estaba en sus brazos y lo usaba de almohada.

—Se ve hasta… tierno —susurró y oyó un bufido cargado de burla, ella sonrió en respuesta—ni siquiera ha notado nuestra presencia.

—Bueno, no le demos oportunidad de que lo haga —murmuró y conjuró con sus manos un sello para que segundos después, una maldición con forma felina surgiera.

Kasumi se hizo a un lado cuando vio el ente de color negro dar brincos sigilosos hasta llegar al escritorio. Soltó un jadeo al mismo tiempo que la maldición del reloj se despertó abriendo bien grande los ojos al notar que no estaba solo. El ser amorfo se puso de pie y dio un salto hacia el escritorio, la joven notó que su brazo que sujetaba el reloj era más largo que el otro como en el 2018, pero no tanto como en su época. Definitivamente la maldición aún no maduraba del todo.

El ser amorfo dudó por segundos, si huía o los atacaba, segundos que bastaron para que la maldición que manipulaba Suguru lo alcanzara con sus fuertes mandíbulas. Kasumi frunció el ceño, incómoda cuando el felino le dio caza y el ser se puso a chillar como cuando Kamo le había atacado con sus flechas antes de que la enviara al pasado.

Fue cosa de minutos, demasiado sencillo para Suguru, exorcizar a la maldición que le había cambiado la vida. Miró atenta como el usuario de maldiciones manipulaba al ser convirtiéndolo en una esfera negra perfecta, el ser felino por su parte se desvaneció apenas el ser amorfo se volvió una esfera. Tragó saliva, nerviosa, viendo como Suguru tomaba la pelota negra un poco más grande que una pelota de golf, más pequeña que una de tenis. El joven le dio la espalda y lo vio alzar la barbilla al cielo y tragar la esfera.

— ¿A qué saben? —le preguntó después que Suguru volteó hacia ella con una mueca de desagrado.

—No querrás saber —susurró desviando la mirada.

—Lo siento —murmuró agachando la mirada.

— ¿Por qué? —soltó una risa breve—es mi trabajo.

—Por… las molestias, si no hubiera caído en su técnica, no estarías haciendo esto… —susurró apenada.

—Pero lo haría de todas maneras con alguna otra, te preocupas demasiado —sonrió Suguru y apoyó su mano en su hombro derecho, dándole palmaditas suaves—vamos.

La barrera no se desvaneció cuando salieron del hospital. El auxiliar la había levantado con el propósito de que Suguru pudiera usar la habilidad de la maldición sin que otros lo vieran, así que, incluso exorcizando al ente, el manto negro los seguía cubriendo.

Los pasos de Suguru eran suaves, casi desganados. Miró su cabello negro recogido y sus pantalones holgados, su sonrisa amable y el pecho se le encogió. Ya había llegado el momento, se iría a su época y no había marcha atrás. Las cosas debían seguir su curso, pero no podía sacar de su mente lo que ocurriría en unos meses con el mejor amigo de Satoru. Tenía la voz apagada, casi atoradas las palabras en su garganta, sentía que si no hablaba estaba siendo una especie de cómplice.

En ningún momento pasó por su cabeza delatarlo, como para que tomaran precauciones antes y lo encarcelaran, porque cada vez que lo miraba, sólo veía a un joven prodigioso, amable y amistoso con los suyos. Y a veces en su mirada, un poco de melancolía. Pero quizás… quizás si conversaban del asunto, podría hacerlo cambiar de opinión, pensó.

¿Cuánto podría cambiar el futuro si abría la boca?

Su abdomen se volvió pesado de repente, la ansiedad hizo estragos en su cuerpo y por primera vez olvidó a Satoru por unos minutos. La desesperación pintó su rostro, el dilema de intervenir en un evento tan serio como la deserción de Suguru le revolvió las tripas al mismo tiempo que su respiración escaseaba. Debía actuar, su moral se lo exigía, no podría dormir con la culpa, pero ¿qué tanto podía alterar su presente? Contuvo la respiración por unos segundos y antes de seguir avanzando, cerró sus ojos con fuerza y gritó.

— ¡Suguru-san! —su voz se oyó fuerte y clara, resonó en el vacío de la barrera y el joven volteó confundido hacia ella. —Y-yo… t-tengo algo que decirte —se le quebró la voz al menos dos veces, y antes de volver a abrir la boca, las lágrimas brotaron de golpe, una tras otra y avergonzada agachó la vista e intentó limpiarlas con la manga de su chaqueta—l-lo siento mucho —se lamentó mientras intentaba calmarse—qué vergüenza… —susurró sin mirarlo.

—Oye… ¿estás bien? —preguntó en un tono suave, más gentil que lo usual, mientras se acercaba y la sujetó del hombro— ¿Kasumi-chan?

—L-lo siento —soltó entre sollozos. Sentía un nudo en la garganta, le dolía incluso al hablar, la angustia era difícil de soportar—es que debo decirte algo… pero no puedo dejar de llorar.

—Tranquila —sonrió Suguru—si te hace mal, mejor no lo digas —susurró mientras le acariciaba el hombro.

—D-debo decirte —dijo y dio una bocanada de aire, buscando calmarse y soltó con suavidad—Suguru-san… en unos m—Suguru levantó su mano para detenerla y la joven alzó ambas cejas por su interrupción.

—No… no digas nada —sonrió sin ganas encogiendo sus cejas—no debes ¿recuerdas?

—P-pero es importante —susurró angustiada. Él suspiró y se alejó un poco, miró la punta de sus zapatos por unos segundos y levantó la vista hacia la joven.

—Estoy seguro de mis convicciones —le sonrió—y creo que cualquier decisión que tome bajo esa premisa, será válida e importante para mí.

—Ya veo —sonrió sin ganas y sorbió sus fluidos—nada de lo que diga te convencerá ¿verdad? —y él se encogió de hombros sin dejar de sonreírle.

Kasumi suspiró profundamente y asintió. Posó su mano derecha sobre su pecho izquierdo intentando calmar sus latidos, el llanto cesó a esas alturas, pero la sensación de derrota no se esfumó. Comprendía su determinación, y sabía que no tenía derecho de interponerse en su camino, tragó con dificultad y levantó la vista hasta el usuario de maldiciones. Alzó ambas cejas al ver a su compañero mirando hacia la entrada del hospital, estiró un poco el cuello y observó lo que llamaba su atención. Su corazón se detuvo al ver a Satoru Gojo entrar a la barrera.

Contuvo el aliento, sintió sus mejillas sonrojarse abruptamente y ni siquiera se dio cuenta cuando las lágrimas brotaron nuevamente, su respiración se volvió pesada y molesta, la vista se le nubló y no logró ver sus rasgos a medida que se acercaba. Sus pies estaban fijos en el suelo, aunque intentó moverse, caminar a su encuentro, no pudo.

Suguru miró a la pareja con ternura y al mismo tiempo con algo de lástima. La congoja en las facciones de Satoru, el llanto incesante en Kasumi; llenó el ambiente de tristeza difícil de ignorar. La empatía fue inmediata, ya se burlaría de su amigo en otro momento, ahora simplemente daría un paso al costado y no le juzgaría.

Saludó a su compañero alzando la barbilla, los ojos celestes de Satoru lo miraron por segundos cuando sus lentes se deslizaron por el puente de su nariz y él comprendió al instante. Suspiró aliviado mientras se alejaba de la pareja, porque al menos Satoru podría despedirse de Kasumi, que era una oportunidad que difícilmente se daba y debía aprovecharla; no pudo evitar pensar en Riko ¿si hubiera sabido que eso pasaría habría hecho algo para evitarlo? absolutamente. No podía juzgar a Kasumi por intentar decirle algo de su futuro. Si hubiera sabido que aquello pasaría lo habría intentado detener, o si, por el contrario, no se podía cambiar, al menos le hubiera gustado despedirse apropiadamente de ella. Se alejó lo suficiente para que la pareja pudiera hablar sin ser escuchada.


(...)


La desesperación no abandonó su cuerpo en ningún minuto desde que ella se había marchado del colegio. Sentía el corazón latirle a toda prisa como si hubiera corrido una larga maratón, pero llevaba en el suelo de su pieza horas sentado ejercitando solo los dedos sobre el mando de su consola.

Suspiró derrotado y se tomó un baño. Ya estaba hecho, ella se había ido y solo quedaba esperar cómo funcionaba la habilidad de la maldición. Por un lado, esperaba que fuera como si nada hubiera pasado, así podía dejar de sentirse así, pero no quería olvidarla, aunque en esos momentos quería valer mierda en su cama, no quería olvidar el tiempo que habían pasado juntos.

Era una inconsecuencia con la que le estaba costando lidiar. Mientras se había pasado toda la madrugada odiándola porque se iba, y extrañando su presencia desde ya, en el fondo atesoraba cada noche y momento junto a ella y no quería desprenderse de ellos. Si ella se iría lo podía llegar a tolerar, más bien, era consciente de que pasaría, pero al menos que le dejaran sus momentos, solo eso pedía.

—Soy un desastre —susurró sentado en el borde de la cama con la toalla sujetada en su cintura. Miró su desorden, luego su velador y entonces lo vio, su celular.

Su corazón se apretó, tragó con dificultad y lo tomó. No podía quedárselo, ella lo usaba y no le sería fácil adquirir otro, «porque es una tacaña» pensó y sonrió al aparato. Mordió su mejilla interna y miró hacia la ventana, soltó un profundo suspiro y volvió a tragar.

—No puedes quedártelo —susurró, intentando convencerse de tomar fuerza de dónde fuera para armarse de valor e ir a despedirse.

Frunció el ceño, decidido se puso de pie y buscó su uniforme limpio. En cinco minutos ya estaba vestido y había cepillado sus dientes. Salió de su cuarto con el móvil en su mano y lo guardó en su bolsillo. Daba pasos largos gracias a sus piernas y caminaba rápido, pero no fue suficiente por lo que se puso a correr por los pasillos de la escuela.

No alcanzó a doblar hacia el pasaje que daba la salida al patio cuando se topó de frente con Nanami y Shoko. Ambos lo miraron sorprendido por unos segundos, su compañera bufó burlesca y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—Se fueron hace rato —le dijo cuando pasó por su lado. Satoru volteó a verla extrañado, iba a preguntar cuando la joven le interrumpió—no pierdas más tiempo.

— ¿Cómo sabes…? —murmuró inseguro.

—Lo tienes escrito en la cara —sonrió Shoko—fueron en auto, así que tienes bastante tiempo.

— ¿Por qué? es más rápido en tren —soltó confundido.

—Decisiones del director —se encogió de hombros Nanami—salieron hace tres horas.

—Rayos —susurró y continuó corriendo.

— ¡Ve por ella, tigre! —gritó Shoko y sus mejillas se sonrojaron en segundos.

— ¡Cállate! —le gritó sin voltearse y aceleró el ritmo, pudo escuchar las risas de ambos y frunció el ceño ¡incluso Nanami! —Que humillación… —susurró apenado.

Al salir al patio, respiró agitado por unos segundos y sin pensarlo más, usó su técnica para llegar a Kioto. En segundos estaba en un paisaje muy distinto, elevado en el cielo pasando desapercibido para los no hechiceros.

Miró la ciudad desde arriba y bajó en un sitio aislado, corrió un par de cuadras hasta que encontró un mapa de la ciudad y buscó el hospital. Se lamentó no ser tan exacto en ese momento para llegar directamente al hospital. Media hora más tarde había llegado, no vio a nadie en la cuadra por lo que se relajó en su sitio.

A la hora desde su llegada, vio el auto del colegio parquear afuera del hospital, pensó en acercarse, acompañarla en el proceso, pero sus pies no se movieron, como si tuviera imanes al suelo. Tragó saliva y miró desde la esquina como el auxiliar levantaba la barrera y Kasumi se apresuraba a entrar.

Suspiró ¿cómo se acercaba? ¿Qué le decía? seguía pensando que no quería verla irse, pero ella no se merecía ese trato después de pasar tanto tiempo con él. Se quedó en la esquina esperando, viendo hacia el interior de la barrera hasta que notó como Suguru exorcizaba la maldición gracias a sus seis ojos.

Se obligó a moverse, caminó lento, cada paso más perezoso que el anterior, intentando postergar el mayor tiempo posible aquella situación. Cuando llegó a la entrada, pudo ver a Kasumi junto a Suguru en medio del patio y el pecho se le apretó. Relamió sus labios, dio una bocanada de aire y lo soltó con suavidad.

— ¿Gojo-san? —dijo el auxiliar cuando lo vio, pasó por su lado y sin mirarlo, entró a la barrera.

Notó los ojos negros de Suguru fijos en él apenas ingresó, la mirada y sonrisa burlesca de su compañero le sonrojaron, recordó entonces las palabras de Shoko ¿acaso también lo sabía? sus ojos se abrieron de par en par al pensarlo ¿y si los había escuchado? la vergüenza se le subió al rostro solo de imaginarlo. Pero no era el momento, ya lo averiguaría después, o quizás no fuera necesario. Su semblante se ensombreció con ese último pensamiento.

Aceleró el ritmo cuando vio a Kasumi, la joven estaba sonrojada, pero no por la timidez, no. Era por su llanto. La miró preocupado, era su culpa, nuevamente le hería ¿cuándo iba a aprender? al menos ahora ella podría librarse de un idiota como él. Molesto consigo mismo, por su inmadurez y testarudez, trotó suave hasta llegar junto a ellos. Le dio un vistazo rápido a Suguru, el joven le sonrió y se hizo a un lado, lo vio alejarse por unos segundos y volvió su atención a la joven que sollozaba en silencio sin moverse en su sitio.

Dio un paso más hacia ella, luego otro y la joven se lanzó a sus brazos. Desactivó su infinito a tiempo para rodearla desde la cintura y pegarla a su cuerpo. El sollozo de la joven se volvió un llanto descontrolado, sus ojos también ardieron, pero se contuvo. Acarició su espalda una y otra vez intentando calmarla, pero su llanto no cesaba.

— ¿D-Dónde estabas? pensé que no podría despedirme de ti —dijo entre sollozos mientras escondía sus lágrimas en su pecho.

—En mi habitación —confesó y la joven se alejó de su pecho para mirarlo a los ojos.

— ¿Qué? no querías verme… —asumió y rompió el abrazo, pero Satoru la alcanzó del brazo y la jaló hacia su pecho y la abrazó fuerte.

—Sí —susurró—no quería verte… no quería verte partir —confesó apenado.

— ¿Y por qué viniste? —preguntó con recelo, su llanto fue calmándose de a poco.

—... —no pudo responder. En cambio, la abrazó con más fuerza y habló en tono bajito—no quería verte partir… yo… soy un tarado ¿sabes? —Kasumi soltó una risita suave cuando le oyó y se alejó un poco para verlo a la cara. —Estuve a punto de exorcizar a tu maldición cuando supe que ya se había formado —tragó saliva, nervioso por confesar aquello que le avergonzaba.

— ¿Por qué? —preguntó Kasumi encogiendo las cejas. Satoru desvió la mirada por unos segundos y luego la enfrentó, azul contra cian, se miraron en silencio y el rubor de Satoru se intensificó. No recordaba haberlo visto así antes, ni siquiera cuando intimaban quedaba así de abochornado. — ¿Satoru-kun?

—Ya te lo dije antes —susurró, sintiendo el corazón latirle a toda prisa, hundió sus dedos en la chaqueta de la joven y contuvo la respiración por unos segundos—en año nuevo ¿recuerdas? —ella asintió al rememorar aquel momento. — No quiero que te vayas de mi lado, Kasumi. Esto… es más que pasar el rato contigo —susurró, el sonrojo no se iba de su rostro y el calor era sofocante, pero ni así la soltó. Continuó afirmándose fuerte de su cintura, casi con pavor de que saliera huyendo.

Kasumi lo entendió. Él no necesitó decirlo directamente, le gustaba al hechicero más fuerte y el sonrojo se intensificó. Saber que le era atractiva era muy diferente a esto. No podía ilusionarse y pensar que era amor, pero al menos le gustaba. Y era bastaba para ella. El llanto volvió lentamente, entre jadeos débiles, pero no era un llanto de tristeza, era casi de alivio. Saber que lo que sentía había tocado una parte de Satoru le ponía feliz.

—T-tampoco quiero irme —reconoció entre lágrimas—pero mis hermanos me necesitan.

—L-lo sé —susurró él y la abrazó con fuerzas— ¿por qué tuviste que venir a poner mi mundo de cabezas? —preguntó haciendo un puchero y Kasumi se rio.

—Porque soy una inútil que no pudo defenderse de una maldición grado 2 —soltó sin gracia.

—No eres una inútil —dijo y le besó la cabeza—quiero que me prometas algo.

— ¿Qué cosa? —preguntó con curiosidad y rompió el abrazo para mirarlo.

—Quiero que me prometas… que no te darás por vencida conmigo en tu época ¿puedes? —sonrió mirándola con altanería propia de él. Kasumi parpadeó confundida y se tensó en su sitio ¿ella con Satoru Gojo de su época? imposible.

—N-no —negó meciendo su cabello—no puedo prometerte algo así. —Tragó con dificultad, ni siquiera podía imaginarlo. Apenas podía hablarle ¿cómo se le iba a acercar para seducirlo y enamorarlo? nadie estaba a la altura-literalmente-del gran hechicero. Ella no era lo suficiente para él en muchos sentidos, simplemente no podía.

—Si no me lo prometes, no te dejaré ir —dijo frunciendo el ceño—prométemelo, prométeme que no te rendirás conmigo, que sin importar qué, lo intentarás. Necesito escucharlo, Kasumi —le dijo serio.

Su respiración se volvió pesada, sentía la garganta seca y sus ojos le ardían de tanto llorar, quizás nunca había llorado así en su vida, y esperaba que no se volviera a repetir. Pensó en sus palabras, en lo que le pedía y seguía sin imaginarlo, tampoco quería mentirle y hacer lo que le pedía. Sus ojos que reflejaban el cielo estaban fijos en ella. Sus labios fruncidos en una escueta línea, y por muy serio que aparentaba estar, Kasumi lo vio, notó la tristeza en sus ojos.

Él estaba igual que ella, sufriendo por esta despedida.

—No creo que lo logre —terminó diciendo—pero lo intentaré, lo prometo —él sonrió ampliamente y antes de que pudiera seguir excusándose, se agachó lo suficiente para besarla.

Kasumi abrió los ojos de par en par, sabía que Suguru estaba cerca y la vergüenza le invadió, pero apenas los labios de Satoru entraron en contacto con los de ella, se olvidó de todo. Cerró sus ojos con fuerza y lo abrazó, se afirmó de su chaqueta y movió sus labios con experiencia sobre los suyos. Se puso de puntillas para llegar mejor a su rostro y él sonrió contra sus labios, la sujetó de la cintura y la levantó para quedar frente a frente y que su beso no tuviera problemas técnicos.

Los brazos de Kasumi rodearon su cuello, sus lenguas no tardaron en saludarse y el tierno beso se volvió en uno apasionado, como cuando estaban a solas en el dormitorio de la joven. Un beso candente no era suficiente para demostrar lo que sentían, pero no era el lugar. En ese momento Satoru se arrepintió por no visitarla en la noche, definitivamente era un idiota.

—Creo… que es hora —tosió Suguru y Kasumi rompió el beso avergonzada. Intentó empujar a Satoru para que la bajara, pero el joven miró con el ceño fruncido a su compañero y no le hizo caso.

—Dame unos minutos —exigió—ve a dar una vuelta de una media hora y vuelve.

— ¿Qué mierda tienes en mente? —le reprochó con asco—ya suéltala.

—S-Satoru-kun, por favor bájame —susurró muerta de vergüenza, con el rostro rojo y evitando los ojos negros de Suguru.

—Maldito aguafiestas —le ladró a su compañero bajando con cuidado a la joven.

El pesar volvió para ambos cuando entendieron lo que significaban las palabras de Suguru. Kasumi tragó saliva, y aunque quería llorar otra vez, se contuvo. Tomó las manos de Satoru, respiró profundamente mientras entrelazaba sus dedos con los de él, intentando recordar aquella agradable sensación y levantó la vista hacia él.

Suguru sacó la maldición en segundos y miró hacia Kasumi.

— ¿Estás lista? —ella asintió con entusiasmo—que te vaya bien, Kasumi-chan. Gracias por traernos algo de alegría en estos días. —La joven alzó ambas cejas al oírlo, sintió un apretón de manos de Satoru y volteó a verlo, él le sonreía como de costumbre, aprobando las palabras de su amigo.

—Gracias por todo, chicos. —Sonrió y antes de soltar la mano de Satoru volteó a verlo y movió sus labios modulando un "te amo". No supo si él lo entendió, pero se sintió conforme con decirlo nuevamente. Soltó su mano y se acercó a la maldición sin mirar hacia atrás.

El ente formó una esfera dorada desde su reloj, sintió el pecho apretado, el corazón latía a toda prisa, dio una última mirada a los hechiceros más fuerte y sonrió agradecida a ambos, segundos después un halo de luz dorada la envolvió, y desapareció. Los seis ojos de Satoru no la encontraron, por más que buscó en el mismo sitio en que estaba, rehusándose a reconocer su partida.

Le dio la espalda a su compañero y se quedó mirando el suelo. Suguru guardó silencio por varios minutos, dándole espacio para que procesara lo que acababa de pasar. Lo vio estremecerse y la preocupación le invadió, se acercó lentamente y puso una mano en su hombro izquierdo, se angustió un poco al pensar que estaba llorando, pero Satoru solo miraba el suelo con los ojos vidriosos. Se estaba conteniendo. Sonrió con ternura, y le dio unas palmadas en la espalda.

— ¿Estás bien? —preguntó y él negó— ¿Quieres ir por un helado? —él volvió a negar. Suguru se rio sin ánimos y volvió a darle unas palmadas en la espalda.

—Olvidé darle su celular —susurró mientras caminaban de regreso al auto, a esas alturas la barrera ya había desaparecido. Frunció el entrecejo, metió la mano en el bolsillo y miró el aparato de Kasumi y volvió a mirar a Suguru—su celular… sigo con su celular ¡Suguru! —exclamó emocionado sonriendo de oreja a oreja—no la olvidé y su celular sigue acá… ¡Su celular! —repitió alegre.

—Sí, podrás devolvérselo —dijo con una sonrisa ladina y Satoru alzó ambas cejas al comprenderlo. —De nada.

— ¡Maldito bastardo! —exclamó riéndose y se le lanzó encima para abrazarlo ¡ella no había desaparecido de su vida y no lo haría! ese milagro solo podía ser obra de su amigo. No podía con la felicidad, rodeó el cuello de Suguru y estiró el cuello para besarle la mejilla, pero Suguru fue más rápido y lo empujó con fuerzas— ¡Eres el mejor amigo!

—No sé por qué lo hice, no te lo mereces —dijo haciendo una mueca de desagrado y Satoru volvió a abrazarlo e intentar besar su mejilla— ¡suéltame, mierda!

Satoru soltó una risotada, dejó en paz a su compañero y volteó hacia atrás, viendo el lugar en que antes ella estuvo allí. Su corazón le latía fuerte, sentía las mejillas sonrojadas y no podía dejar de sonreír, aunque ya la extrañaba, sacó el móvil de su bolsillo y lo miró por unos segundos.

—Nos vemos, Kasumi.

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N/A: EEEEEEEEEEEEEEL FIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIN! MUCHAS GRACIAS POR LLEGAR HASTA AQUÍ Y DARLE AMOR A ESTE SHIP E HISTORIA! hace mucho tiempo que no me enamoraba tanto de un ship como este, me siento muy feliz de poder darle fin a la historia (queda el epilogo) El cap lo tenía listo en la semana y no me resistí a subirlo jhajaja

Espero que no las haya decepcionado, y haber logrado transmitir la tristeza de Kasumi y Satoru con su adiós, por un momento pensé que quizás era muy emocional o no creíble lo de Satoru, pero con los últimos acontecimientos me di cuenta que Satoru es un personaje emocional, que no teme decir a las personas que las ama y de contacto físico-bueno aquí no lo dijo directamente, ya tendremos más tiempo para eso (?)-

Muchas gracias por todo, y yo creo que pronto estaré subiendo el epilogo,

Nos leemos!