Capítulo 3. Advertencia
Kurama nunca quería responder cuando Naruto le hablaba. El viejo zorro era astuto; sabía que había algo raro en Naruto, pero no sabía exactamente qué. Naruto tampoco había querido contarle mucho, ya que, en ese momento, Kurama era demasiado volátil.
Eso no impedía, claro, que Naruto lo visitara a diario para intentar platicar un poco con él.
—Esta mañana conocí a Hinata, —dijo Naruto. Estaba sentado contra uno de los masivos barrotes de la puerta que contenía a Kurama. Como quien se sentaba contra un árbol cualquiera—. Estaba sentada en un banco fuera de su casa. Había acabado de entrenar, y le dolían un poco las piernas. Creo que le caí bien.
Kurama gruñó. Con el sello manteniéndolo encerrado, el zorro tenía muy poca visibilidad sobre lo que Naruto veía y experimentaba, o eso le había dicho después de hacerse amigos. Así que Naruto decidió que debía contarle un resumen de su día a día. Quizá así podría calmar un poco el odio que Kurama sentía. Su objetivo era poder liberarlo antes de la guerra para así poder entrenar juntos.
—Algún día será mi esposa, ya lo verás.
—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Kurama con un gruñido—. ¿A mí qué me importa?
Naruto sonrió. Vaya que era difícil hacerlo hablar.
—Vives dentro de mí, así que creo que podríamos ser amigos.
—¿Amigos? —Kurama soltó una carcajada tan fuerte que resonó en todo el lugar—. ¡Jamás seré amigo de un mero humano! Mucho menos de un mocoso como tú.
Naruto cerró los ojos y sacudió la cabeza. No podía culpar a Kurama por su actitud, pero tampoco podía evitar verlo como una rabieta de un niño.
—Tendremos que trabajar en tu actitud, amigo —dijo Naruto con un suspiro—. Supongo que habrá que empezar con ese odio tuyo, ¿eh?
Antes de que Kurama pudiera responder, Naruto abrió los ojos de nuevo. Ya no estaba en su propio subconsciente, sino en la realidad. Estaba encima de un poste de luz, en medio de la zona comercial. La gente había comenzado a notar su presencia, por lo que era hora de comenzar su plan.
Había intentado obtener una audiencia con el Hokage por una semana, pero nunca dejaban que se acercara demasiado a la oficina, y estaba seguro que no relegaban su mensaje al Hokage de querer verlo. Así que se vio forzado a intentar otro plan. Un poco arriesgado, debía admitir, pero tenía que hablar con el Hokage de un modo u otro.
Así que se bajó la máscara de zorro que había tomado prestada de la tienda de máscaras y tomó aire.
—¡Muaja, ja! ¡Inclinense ante mí, su nuevo amo! —La gente empezó a asustarse, como esperaba. De todas formas sintió una punzada en el corazón ante tal reacción. Bueno, ya cambiarían de opinión otra vez, con el tiempo. Por ahora, tenía que seguir con su actuación—. ¡Haré que me respeten!
Tomó aproximadamente cinco minutos de gritar cosas similares para verse rodeado por al menos diez ninjas. A juzgar por cómo se movían, ocho de ellos eran Chunnin y los otros dos eran Jounin. Pensó que era demasiada atención para un niño haciendo bromas, pero sabiendo lo que ellos sabían, quizá en realidad era muy poca atención. No sabía si sentirse menospreciado o no.
—¡Naruto Uzumaki! Baja de ahí inmediatamente, —dijo uno de los Jounin.
—¿Quienes se creen ustedes que son para hablarle así a su amo? —respondió Naruto con tanta altanería como pudo proyectar.
—¿Acaso lo está influenciando el zo… —Comenzó a decir uno de los Chunnin.
—¡Cállate, idiota! —le dijo su compañero.
Naruto resistió el impulso de golpearse la frente con la mano. Supuso que la razón por la cual ese Chunnin de mediana edad no era un Jounin era por su incapacidad de guardar secretos.
Al otro lado del grupo, sin embargo, un Chunnin que se veía apenas lo suficientemente mayor como para haber vivido el ataque de Kurama tomó un kunai y se abalanzó contra Naruto.
—¡Ryusei, espera! —le gritó el otro Jounin, pero ya era demasiado tarde. El tal Ryusei apuntaba su kunai directo al corazón de Naruto.
Qué lástima, para él, que se moviera tan exageradamente lento.
Naruto saltó en el momento justo, impulsándose con una mano en la cabeza del Chunnin y girando en el aire para caer sobre los cables de alta tensión. El Chunnin se estampó contra el poste, pero logró recuperarse rápidamente, sujetándose a este con una mano.
—¡Oye! —le gritó Naruto—. ¡No deberías jugar con armas! Podrías sacarle un ojo a alguien.
El Chunnin lo miró confundido. Parecía no entender que un niño de cinco años hubiera evitado su ataque con tanta destreza. Claro, Naruto no era tan fuerte ni tan ágil como para hacerle frente a un adulto entrenado, pero su cerebro aún seguía acostumbrado a las velocidades vertiginosas a las que sucedían las batallas más grandes. No podría derrotar a ninguno de estos ninjas con Taijutsu, pero sí que estaba seguro de poder esquivarlos sin mayores problemas.
—¡Naruto! ¡Baja inmediatamente! —volvió a ordenar uno de los Jounin.
Como respuesta, Naruto se giró para mostrarle el culo y se lo azotó varias veces. Los ninjas parecieron ofenderse con eso tanto como si hubiera insultado a sus madres. Aunque Naruto jamás llegaría a esos extremos.
—¡Oblígame a bajar! —le respondió, y con eso, saltó hacia el siguiente poste de luz.
Los ninjas no perdieron el tiempo y comenzaron la persecución. Ninguno de ellos se atrevería a usar Ninjutsu en medio de la aldea, así que no les quedaba más remedio que jugar al juego de Naruto. Y vaya juego que les esperaba. Naruto saltó de un lado a otro, evitando a los Chunnin cuando se abalanzaban hacia él. A ojos de Naruto, se movían tan lento que parecían estar cargando cientos de kilos en el cuerpo.
Naruto podía sentir la frustración que ellos sentían al estar perdiendo contra un niño. Quizá era por sus movimientos cada vez más atrevidos, o quizá porque habían pedido refuerzos, y ahora eran veinte los ninjas que lo perseguían.
De cualquier modo, tenía que forzarlos a llamar al Hokage pero sin que nadie resultase herido.
Así que pegó algunos papeles a las paredes de un callejón al que entró. Cuando tres ninjas se lanzaron desde el techo hacia él, Naruto realizó el medio sello del tigre. Todos los ninjas que lo perseguían inmediatamente detectaron los sellos explosivos y se apartaron, maldiciendo entre dientes.
Pero la explosión nunca llegó. Naruto escapó por un pasadizo estrecho mientras los escuchaba quejarse. Los sellos explosivos eran falsos, claro. Pedazos de papel en los que Naruto había dibujado con crayón. Salió hacia la calle de nuevo, donde lo esperaban ocho ninjas. Naruto sonrió, aunque nadie podría verlo por la máscara, y comenzó a correr entre la multitud, tocando levemente la espalda de todos los adultos que estaban en su camino. Cuando llegó al final de la calle, realizó el doble sello del tigre en forma de T.
—¡Ja, ja! ¡Todos a los que toqué son ahora mis sirvientes! —La mitad de los transeúntes lo miraron con ese típico odio al que le estaba costando acostumbrarse de nuevo. La otra mitad sólo parecían estar desconcertados—. ¡Ataquen!
En cuanto dio la orden, el grupo de ninjas aterrizó en medio de la calle. Su presencia de algún modo dio validez a las palabras vacías de Naruto y todos comenzaron a huir en pánico. Los ninjas tuvieron que quitarse de en medio para evitar que la gente se lastimara. Naruto usó la distracción para saltar hacia el tejado de un edificio y seguir huyendo.
La mayoría de los Chunnin se quedaron completamente confusos en la calle, mientras que el resto de ellos, junto con los ahora cinco Jounin, continuaron con la persecución.
No pasó mucho tiempo hasta que llegó al hospital general de Konoha. Ahí se colocó encima de uno de los tanques de agua. Sólo un segundo después, Naruto ya estaba rodeado por más de veinte ninjas. La verdad es que debía darles crédito por recuperarse rápido y por ser tan insistentes.
—¡Ríndete, Naruto! ¡Ya fue suficiente! —le gritó el mismo Jounin de antes.
—¡Nunca será suficiente! —Naruto gritó—. ¡Todos serán mis súbditos y me respetarán y me darán todo el ramen de la aldea!
Con su amenaza en pie, Naruto comenzó la larga secuencia de sellos para activar una de las técnicas más poderosas del Arte de Fuego que podía aprender un ninja. Todos los presentes lo miraron con ojos abiertos. Una técnica de este calibre fácilmente calcinaría todo el edificio en el que estaban y más. Pero claro, Naruto no pretendía hacer nada por el estilo.
Cuando hubo acabado la secuencia, los Jounin se prepararon para contrarrestar con algún Jutsu de agua. Sin embargo, Naruto simplemente tomó una bola de tela de su bolsillo, la cual había rebozado en aceite. Luego tomó un cerillo, lo encendió, y le prendió fuego a la bola. Antes de que su propia mano fuera víctima de las llamas, la lanzó hacia el Chunnin que había intentado matarlo con un kunai.
Estupefactos ante el engaño, ninguno de los ninjas se movió. El Chunnin desvió la bola de fuego con facilidad, y esta se apagó ni bien tocó el suelo.
Hubo un silencio incómodo entre todos los presentes. Parecía que finalmente habían entendido que Naruto no era ninguna amenaza y estaban intentando decidir cómo proceder. Pero Naruto aún tenía que continuar.
—¡Malditos! —exclamó—. ¡Son más fuertes de lo que pensaba! ¡Pero no se saldrán con la suya! ¡Dominaré esta aldea y deberán obedecerme!
Los ninjas se miraron entre ellos, inseguros de cómo reaccionar. Afortunadamente para Naruto, llegó en escena a quien había estado esperando.
—Ya fue suficiente, —dijo una voz avejentada detrás de él. Naruto se giró calmadamente para ver al Tercer Hokage, mirándolo con una expresión de molestia pero un tintineo de diversión—. Yo me ocuparé de esto.
—Lord Tercero, es nuestro deber… —comenzó a decir uno de los ninjas.
—Oye, viejo, —dijo Naruto, interrumpiendo al ninja—. Llevo queriendo hablar contigo por días.
—¿Y por eso hiciste esta broma, Naruto? —preguntó el Tercero. No era un tono de regaño. Sonaba genuinamente curioso—. Podrías haber esperado una semana más a que te visitara.
—Es urgente. Tenía que llamar tu atención a como diera lugar, —luego señaló a la multitud de ninjas con una mano—. Aunque debo admitir que esto es un poco exagerado. ¿De verdad necesitan tantos ninjas para detener una simple broma?
Tanto el Tercero como los ninjas se tensaron, temiendo que Naruto pudiera descubrir la verdad debido a la reacción tan desmesurada ante una travesura. Que Naruto recordase, cada vez que hacía travesuras de niño, lo perseguían como mucho tres Chunnin, y nunca con armas, como lo había hecho aquél que podría haberlo matado.
—Tienes razón, es algo exagerado, —dijo el Tercero con una sonrisa—. Tendrás que disculparlos, Naruto. Acaban de regresar de una misión y aún están un poco tensos. ¿Te parece si te invito un té en mi oficina?
Esa era una excusa bastante genérica, pero creíble.
—¡Lord Tercero! No puede…
—Está bien, está bien, —dijo el Tercero—. No todas las travesuras merecen castigo. Además, ya necesitaba tomarme un descanso. Ven, Naruto.
Naruto asintió. Se quitó la máscara y se la lanzó a la multitud. Ya ellos se encargarían de regresarla a la tienda.
El viejo Shikaku llevó las tazas y la tetera. Parecía estar completamente confundido por la solicitud del Hokage, más aún porque Naruto estaba allí. Pero no dijo una sola palabra de queja y simplemente se fue en cuanto hubo terminado. De verdad que Shikamaru se parecía mucho a su padre.
—¿Y bien? —preguntó el viejo Tercero, tomando su taza y soplando un poco el vapor de su té—. ¿De qué querías hablar?
Naruto frunció el ceño. Aún sin acceso al poder de Kurama, podía sentir el Chakra del viejo Shikaku esperando fuera de la oficina. También había varios ninjas ocultos fuera. Unos cuatro, aproximadamente. Parecía que su pequeña travesura había molestado el panal de abejas más de lo que había esperado. Bueno, no podía culparlos. Cinco años era muy poco tiempo para pasar página tras una tragedia como la que Kurama había provocado.
—Preferiría que esto quedara entre nosotros dos, —dijo Naruto, tomando su taza y oliendo el suave aroma del té—. Tú ya decidirás a quién más se lo confías, pero de momento, yo sólo confío en ti.
El Tercero sorbió un poco de té con calma. Era muy bueno escondiendo la intriga y la curiosidad de su rostro. Aunque no tan bueno como el Capitán Yamato. Tras una leve pausa, el viejo Tercero lanzó cuatro papeles hacia los cuatro puntos cardinales dentro de la oficina. Naruto reconoció los sellos. Creaban una barrera que no dejaba pasar el sonido. Los ninjas fuera de la oficina aún podrían detectar el Chakra, pero no podrían escuchar.
Naruto sonrió agradecido y sorbió el delicioso té.
—La verdad es que estoy intrigado, Naruto, —dijo el viejo Tercero, y sus ojos mostraron una seriedad poco usual en él—. Hasta hace un mes nunca habías entrenado, y sin embargo, hoy pudiste despistar a veinte talentosos ninjas sin muchos problemas. También puedo ver en tu expresión que algo en ti cambió. ¿Esto tiene que ver con lo que me quieres decir?
—Sí, —respondió Naruto.
—Jum, pensaba que intentarías negar las cosas.
—La verdad es que lo pensé, —dijo—. Todavía no sé qué tanto debería decirte, pero algún tipo de explicación debo darte antes de decirte lo importante.
Eso hizo que el viejo Tercero alzara una ceja. Naruto dejó la taza sobre la bandeja y se inclinó hacia adelante.
—Sé cosas que van a suceder, —explicó—. Tengo algunas teorías del por qué, pero de momento, basta con decir que conozco el futuro cercano.
—¿El futuro cercano?
Naruto asintió.
—Viví en el futuro, y por algún motivo regresé al pasado, —dijo, rascándose la cabeza. Era bastante complicado de explicar—. Sé lo que sucedió, sé lo que sucede, y sé lo que sucederá. Y vengo a advertirte, porque así podría cambiar el futuro para mejor.
El viejo Tercero se tomó su tiempo sorbiendo su té antes de dejar la taza sobre la bandeja.
—Esto que me dices, seguro que entiendes que es difícil de creer. Cualquiera podría tomarlo como otra broma.
—Las únicas pruebas que puedo ofrecer son conocimiento. Por ejemplo, puedo decirte exactamente por qué me persiguieron veinte ninjas por una simple broma, y por qué hay cuatro ANBU fuera de tu ventana.
Los ojos del viejo Tercero se abrieron, sorprendidos. En otro momento, Naruto se habría sentido orgulloso de tomar por sorpresa al sabio Hokage. Pero este no era uno de esos momentos. Había cosas importantes que discutir.
—Sé todo sobre el zorro de nueve colas, —continuó diciendo Naruto. Al Tercer Hokage le falló la mano y dejó caer la taza que había comenzado a llevarse a la boca—. No me lo contó nadie, si eso es lo que estás pensando. Como dije, sé lo que sucederá. Y lo que sucederá, sucedió, es que supe, o sabré, de su existencia a los doce años. —Demonios, sí que era difícil hablar de estas cosas. Seguro que Shikamaru sabría usar las palabras correctas—. Kura… quiero decir, el zorro de nueve colas, atacó Konoha hace cinco años. El Cuarto Hokage lo selló dentro de mí, que apenas había nacido. Por eso es que tantos ninjas me tienen en la mira hoy. Pensaron que mi broma era el zorro atacando de nuevo.
El viejo recogió su taza, ignorando el líquido derramado, y la colocó de vuelta en la bandeja.
—Y-ya veo… —el viejo se quitó el sombrero de Hokage y lo dejó sobre el escritorio—. Ahora que sabes eso… ¿Qué es lo que harás?
—Como dije, ya viví el futuro, —respondió Naruto—. He tenido ya muchos años para aceptar esta situación. Sólo te la digo para que sepas que sé cosas… Porque ya las viví… Como sea, no tienes que preocuparte de que me vuelva loco y destruya la aldea.
El viejo Tercero se reclinó en el respaldo de la silla y dejó salir un pesado suspiro.
—Entiendo. Eso es un alivio, seré honesto.
—Ahora, lo que quería comentarte… —dijo Naruto y se preparó. No era fácil lo que estaba por decir—. Es sobre el clan Uchiha.
El Tercero lo miró inquisitivo, pero no dijo nada. Así que Naruto prosiguió.
—Seguro que ya sabes que hay mucha tensión entre los miembros del clan. Quizá ya han discutido la posibilidad de que intenten rebelarse. Bueno, la verdad es que sí que planean un golpe de estado.
—¿Estás seguro de esto que dices, Naruto? —preguntó el viejo Tercero—. Estas son acusaciones muy graves.
Naruto asintió.
—Te lo digo porque aún hay tiempo para limar asperezas. Por favor, haz un mayor esfuerzo por convencer a los Uchiha de que son parte de la aldea. También intenta convencer a los altos mandos de que los Uchiha no son nuestros enemigos. Si con esto no te basta, entonces créeme cuando te digo que necesitaremos su poder para enfrentar lo que está por suceder.
El viejo Tercero entrecerró los ojos.
—Hablas de una forma extraña, Naruto. Como si, en el futuro del que hablas, los Uchiha no existieran.
—Porque no lo hacen, —respondió, y le dolió decir esas palabras. No era del todo cierto, por supuesto, pero dos personas difícilmente conformaban un clan entero—. En el futuro, las tensiones llegaron a punto de quiebre. Los Uchiha estaban hartos de ser tratados como criminales, atrapados y vigilados en ese rincón de la aldea. Así que estaban ya preparándose para un golpe de estado. Por supuesto, los altos mandos de Konoha estaban al tanto de esto. Creo que puedes deducir quién de los dos ganó.
Con un gruñido, el viejo Tercero comenzó a acariciar su barba.
—Así que los Uchiha realmente planean eso…
—No todavía, —le corrigió Naruto—. Quizá haya comentarios aquí y allá. Tal vez una amenaza vacía de vez en cuando. Pero si no hacen nada al respecto, te aseguro que esos sentimientos se volverán tan fuertes que actuarán sobre ellos. No lo permitas, viejo Tercero.
Por un largo rato, el viejo Hokage se mantuvo en relativo silencio, gruñendo mientras consideraba la advertencia. Naruto pensó que era tal vez muy fácil el que le creyera de buenas a primeras, pero supuso que al tener tanta información ultra confidencial era la mayor prueba de todas.
—Necesitaré unos días para meditar esto que me acabas de decir, Naruto… Y también para aceptar que a tus cinco años conoces toda esta información…
—No puedo salvar a los Uchiha por mi cuenta, —confesó Naruto—. Si fuera mi yo adulto no tendría muchos problemas, pero como estoy ahora… —sacudió la cabeza—. Por eso vine contigo. Quizá es difícil de aceptar, y quizá te acabo de maldecir con estas preocupaciones. Pero eres el único con el poder de ayudar.
El viejo Tercero asintió lentamente.
—Bien, veré qué puedo hacer por ellos… Pero luego necesitaré que me des más detalles de ese futuro que conoces. Si es cierto que hay una amenaza que requiera el poder de todos, entonces debería saberlo.
Naruto asintió. Si había un ninja en todo el mundo en el que podía confiar, ese era el Tercer Hokage. Si trabajaban juntos, estaba seguro de que podrían prevenir muchas de las desgracias que caerían sobre Konoha.
