Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

Capítulo 49: Maldiciones Imperdonables

A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, una nube enorme del color gris del peltre, se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras Céline, Daphne y Tracy examinaban sus nuevos horarios.

Céline iba pensando en sus propios asuntos, mientras que Daphne le entregaba una pequeña bola de cristal a Tracy, muy parecida a una Recordadora, en la cual Tracy miraba fascinada.

—Ignoro el tipo de defensas mentales que tiene Céline, es muy buena, es como una especie de laberinto y tienes que saber, como sortearlo o puedes perderte —iba explicándole Daphne a Tracy.

— ¿Eres una Legeremante? —preguntó Tracy asombrada —Creí que lo tuyo, era la magia de hielo, ya sabes...

—Sí y lo es. —asintió Daphne sonriente —Pero también lo es la Legeremancia y estuve aprendiendo, así que decidí ver la mente de Céline y.… sea lo que sea, no es Oclumancia. Creo que es incluso mejor para ella.

Sus preocupaciones le duraron todo el recorrido a través del embarrado camino que llevaba al Invernadero 3; pero, una vez en él, la profesora Sprout lo distrajo de ellas al mostrar a la clase las plantas más feas que Céline había visto nunca. Desde luego, no parecían tanto plantas como gruesas y negras babosas gigantes que salieran verticalmente de la tierra. Todas estaban algo retorcidas, y tenían una serie de bultos grandes y brillantes que parecían llenos de líquido. —Son Bubotubérculos —les dijo con énfasis la profesora Sprout—. Hay que exprimirlas, para recoger el pus…

— ¿El qué? —preguntó Seamus Finnigan, con asco.

—El pus, Finnigan, el pus —dijo la profesora Sprout—. Es extremadamente útil, así que espero que no se pierda nada. Como decía, recogerán el pus en estas botellas. Tienen que ponerse los guantes de piel de dragón, porque el pus de un bubotubérculo puede tener efectos bastante molestos en la piel cuando no está diluido. —Exprimir los bubotubérculos resultaba desagradable, pero curiosamente satisfactorio. Cada vez que se reventaba uno de los bultos, salía de golpe un líquido espeso de color amarillo verdoso que olía intensamente a petróleo. Lo fueron introduciendo en las botellas, tal como les había indicado la profesora Sprout, y al final de la clase habían recogido varios litros.

Luego de una primera hora asquerosa, todos volvieron al castillo.

En su segunda hora, los Slytherin tuvieron Historia de la Magia y después, tuvieron Defensa Contra las Artes Oscuras.

Los dos días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Neville dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones. El profesor Snape, que durante el verano parecía haber acumulado rencor en cantidades nunca antes conocidas, castigó a Neville a quedarse después de clase. Al final del castigo, Neville sufría un colapso nervioso, porque el profesor Snape lo había obligado a destripar un barril de sapos cornudos.

Céline dejó a Neville inconsciente, borró sus recuerdos y luego destripó ella misma los sapos cornudos.

Los de cuarto curso de Gryffindor y Slytherin, tenían tantas ganas de asistir a la primera clase de Moody que el jueves, después de comer, llegaron muy temprano e hicieron cola a la puerta del aula cuando la campana aún no había sonado.

Y se apresuraron a ocupar tres sillas delante de la mesa del profesor. Sacaron sus ejemplares de Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección, y aguardaron en un silencio poco habitual. No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre. Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica. —Ya pueden guardar los libros —gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitarán para nada. —Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre. —Bien —dijo cuándo el último de la lista contestó «presente» —. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya son bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Habéis estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, los grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso? Hubo un murmullo general de asentimiento. —Pero están ustedes muy atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentaros a maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñarles a tratar con las maldiciones.

— ¿Por qué, no se va a quedar más? —dejó escapar Ron.

El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Ron se asustó, pero al cabo de un rato Moody sonrió. Era la primera vez que Alex y Céline, lo veían sonreír. El resultado de aquel gesto fue que su rostro pareció aún más desfigurado y lleno de cicatrices que nunca, pero era un alivio saber que en ocasiones podía adoptar una expresión tan amistosa como la sonrisa. Ron se tranquilizó. —Supongo que tú eres hijo de Arthur Weasley, ¿no? —dijo Moody—. Hace unos días tu padre me sacó de un buen aprieto… Sí, sólo me quedaré este curso. Es un favor que le hago a Dumbledore: un curso y me vuelvo a mi retiro. Soltó una risa estridente, y luego dio una palmada con sus nudosas manos. —Así que… vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñaros las contramaldiciones y dejarlo en eso. No tendríais que aprender cómo son las maldiciones prohibidas hasta que estéis en sexto. Se supone que hasta entonces no serán lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de ustedes y piensa que podrán resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepan ustedes a lo que se enfrentan, mejor. ¿Cómo podrán ustedes defenderse de algo que no han visto nunca? Un mago que esté a punto de echaros una maldición prohibida no va a avisarles antes. No es probable que se comporte de forma caballerosa. Tendrán que estar preparados. Tienen que estar alerta y vigilantes. Y usted, señorita Brown, tiene que guardar eso cuando yo estoy hablando. —Lavender se sobresaltó y se puso colorada. Le había estado mostrando a Parvati por debajo del pupitre su horóscopo completo. Daba la impresión de que el ojo mágico de Moody podía ver tanto a través de la madera maciza como por la nuca. —Así que… ¿alguno de ustedes sabe, cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?

El ojo draconiano de Céline y el ojo mágico de Moody, funcionaban de forma muy similar: Bien podrían ambos, tenerlos debajo de parches y aun así verían. Y lo que Céline veía en Moody, le hervía la sangre a la rubia.

Varias manos se levantaron, incluyendo la de Ron y la de Hermione. Moody señaló a Ron, aunque su ojo mágico seguía fijo en Lavender. —Eh... —dijo Ron, titubeando— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.

—Así es —aprobó Moody—. Tu padre la conoce bien. En otro tiempo la maldición imperius le dio al Ministerio muchos problemas. Moody se levantó con cierta dificultad sobre sus disparejos pies, abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras. Harry notó que Ron, a su lado, se echaba un poco hacia atrás: Ron tenía fobia a las arañas. Moody metió la mano en el tarro, cogió una de las arañas y se la puso sobre la palma para que todos la pudieran ver. Luego apuntó hacia ella la varita mágica y murmuró entre dientes: — ¡Imperio! —La araña se descolgó de la mano de Moody por un fino y sedoso hilo, y empezó a balancearse de atrás adelante como si estuviera en un trapecio; luego estiró las patas hasta ponerlas rectas y rígidas, y, de un salto, se soltó del hilo y cayó sobre la mesa, donde empezó a girar en círculos. Moody volvió a apuntarle con la varita, y la araña se levantó sobre dos de las patas traseras y se puso a bailar lo que sin lugar a duda era claqué. Todos se reían. Todos menos Moody. —Les parece divertido, ¿verdad? —gruñó—. ¿Os gustaría que os lo hicieran a vosotros? La risa dio fin casi al instante. —Esto supone el control total —dijo Moody en voz baja, mientras la araña se hacía una bola y empezaba a rodar—. Yo podría hacerla saltar por la ventana, ahogarse, colarse por la garganta de cualquiera de vosotros... Ron se estremeció. —Hace años, muchos magos y brujas fueron controlados por medio de la maldición Imperius —explicó Moody, y algunos comprendieron que se refería a los tiempos en que Voldemort había sido todopoderoso—. Le dio bastante que hacer al Ministerio, que tenía que averiguar quién actuaba por voluntad propia y quién, obligado por la maldición. Podemos combatir la maldición imperius, y yo os enseñaré cómo, pero se necesita mucha fuerza de carácter, y no todo el mundo la tiene. Lo mejor, si se puede, es evitar caer víctima de ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y todos se sobresaltaron. Moody cogió la araña trapecista y la volvió a meter en el tarro. — ¿Alguien conoce alguna más? ¿Otra maldición prohibida? Hermione volvió a levantar la mano y también, con cierta sorpresa para Céline, lo hizo Neville. La única clase en la que alguna vez Neville levantaba la mano era Herbología, su favorita. El mismo parecía sorprendido de su atrevimiento. — ¿Sí? —dijo Moody, girando su ojo mágico para dirigirlo a Neville.

—Hay una... la maldición Cruciatus —dijo éste con voz muy leve pero clara. Moody miró a Neville fijamente, aquella vez con los dos ojos.

— ¿Tú te llamas Longbottom? —preguntó, bajando rápidamente el ojo mágico para consultar la lista. Neville asintió nerviosamente con la cabeza, pero Moody no hizo más preguntas. Se volvió a la clase en general y alcanzó el tarro para coger la siguiente araña y ponerla sobre la mesa, donde permaneció quieta, aparentemente demasiado asustada para moverse. —La maldición Cruciatus precisa una araña un poco más grande para que podáis apreciarla bien —explicó Moody, que apuntó con la varita mágica a la araña y dijo—: ¡Engorgio! —La araña creció hasta hacerse más grande que una tarántula. Abandonando todo disimulo, Ron apartó su silla para atrás, lo más lejos posible de la mesa del profesor. Moody levantó otra vez la varita, señaló de nuevo a la araña y murmuró: — ¡Crucio! —De repente, la araña encogió las patas sobre el cuerpo. Rodó y se retorció cuanto pudo, balanceándose de un lado a otro. No profirió ningún sonido, pero era evidente que, de haber podido hacerlo, habría gritado. Moody no apartó la varita, y la araña comenzó a estremecerse y a sacudirse más violentamente.

— ¡Pare! —dijo Hermione con voz estridente. Harry la miró. Ella no se fijaba en la araña sino en Neville, y Harry, siguiendo la dirección de los ojos de su amiga, vio que las manos de Neville se aferraban al pupitre. Tenía los nudillos blancos y los ojos desorbitados de horror.

Moody levantó la varita. La araña relajó las patas, pero siguió retorciéndose. —Reducio —murmuró Moody, y la araña se encogió hasta recuperar su tamaño habitual. Volvió a meterla en el tarro—. Dolor —dijo con voz suave—. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien si uno sabe llevar a cabo la maldición cruciatus... También esta maldición fue muy popular en otro tiempo. Bueno, ¿alguien conoce alguna otra? Harry miró a su alrededor. A juzgar por la expresión de sus compañeros, parecía que todos se preguntaban qué le iba a suceder a la última araña. La mano de Hermione tembló un poco cuando se alzó por tercera vez. — ¿Sí? —dijo Moody, mirándola.

— "Avada Kedavra" —susurró ella. Algunos, incluido Ron, le dirigieron tensas miradas.

— ¡Ah! —exclamó Moody, y la boca torcida se contorsionó en otra ligera sonrisa—. Sí, la última y la peor. Avada Kedavra: la maldición asesina. Metió la mano en el tarro de cristal, y, como si supiera lo que le esperaba, la tercera araña echó a correr despavorida por el fondo del tarro, tratando de escapar a los dedos de Moody, pero él la atrapó y la puso sobre la mesa. La araña correteó por la superficie. Moody levantó la varita, y, previendo lo que iba a ocurrir, los gemelos Potter/Volkova sintieron un repentino estremecimiento y como si se les congelara la espalda. — ¡Avada Kedavra! —gritó Moody. Hubo un cegador destello de luz verde y un ruido como de torrente, como si algo vasto e invisible planeara por el aire. Al instante la araña se desplomó patas arriba, sin ninguna herida, pero indudablemente muerta. Algunas de las alumnas profirieron gritos ahogados. Ron se había echado para atrás y casi se cae del asiento cuando la araña rodó hacia él. Moody barrió con una mano la araña muerta y la dejó caer al suelo. —No es agradable —dijo con calma—. Ni placentero. Y no hay contramaldición. No hay manera de interceptaría. Sólo se sabe de una familia que ha sobrevivido a esta maldición. Y sus descendientes están sentada delante de mí. —Alex y Céline sintieron su cara enrojecer cuando los ojos de Moody (ambos ojos) se clavaron en los suyos. Se dieron cuenta de que también lo observaban todos los demás. Céline y Alex miraron la limpia pizarra como si se sintieran fascinados por ella, pero no veían nada en absoluto... —Ahora bien, si no existe una contramaldición para Avada Kedavra, ¿por qué os la he mostrado? Pues porque tenéis que saber. Tenéis que conocer lo peor. Ninguno de vosotros querrá hallarse en una situación en que tenga que enfrentarse a ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y toda la clase volvió a sobresaltarse. —Veamos... esas tres maldiciones, Avada Kedavra, Cruciatus e Imperius, son conocidas como las maldiciones imperdonables. El uso de cualquiera de ellas contra un ser humano está castigado con cadena perpetua en Azkaban. Quiero prevenirlos, quiero enseñaros a combatirlas. Tenéis que prepararos, tienen que armarse contra ella; pero, por encima de todo, deben de practicar la alerta permanente e incesante. Saquen las plumas y copien lo siguiente... —Se pasaron lo que quedaba de clase tomando apuntes sobre cada una de las maldiciones imperdonables. Nadie habló hasta que sonó la campana; pero, cuando Moody dio por terminada la lección y ellos hubieron salido del aula, todos empezaron a hablar inconteniblemente.

La mayoría comentaba cosas sobre las maldiciones en un tono de respeto y temor.

Neville, Hannah, Céline, Daphne, Tracy, Alex, Hermione, Ron, se quedaron atrás, caminaron lentamente, intentando sacarse ese sentimiento de molestia en su interior.

—Tienen que saber. —el profesor Moody, los asustó, el hombre le ofreció un libro a Neville, quien lo agarró, primero algo asustado, después sorprendido y le enseñó una sonrisa nerviosa al profesor. —Puede parecer duro, pero tenéis que saber. No sirve de nada hacer como que... bueno... Vamos todos a buscar nuestros almuerzos, yo también necesito comer algo.