Epílogo: Campanas.
XXXXX
Tu alma gemela no es alguien que entra en tu vida en paz, es alguien que viene a poner en duda las cosas, que cambia tu realidad, alguien que marca un antes y un después en tu vida. No es el ser humano que todo el mundo ha idealizado, sino una persona común y corriente, que se las arregla para revolucionar tu mundo en un segundo _ Mario Benedetti.
XXXXX
Los pajaritos revoloteaban por el lugar con un cántico melodioso, la afable brisa de la media tarde sacudió sus vestidos, los rayos del sol la cegaron brevemente, su semblante plagado de añoranza.
Susurros a la distancia, parecían emocionados. Una multitud reunida, todos bajo un mismo sentir; fascinación pura.
Una ventisca zarandeó los arreglos florales, los pétalos volaron por el aire arremolinándose alrededor de ellos dos; una atmósfera magistral, un bosque encantado, un reino de fantasías, una monarquía divina, una dinastía celestial.
Eso que brillaba no era oro ni joyas preciosas, sino sus corazones palpitantes de alegría, el amor siempre fue capaz de hacer cosas maravillosas en la gente.
Escondidos a simple vista, allí yacían sus sentimientos, miles de recuerdos, incontables aventuras, un sin fin de deseos susurrados, un sueño que no tenía final, un amor sempiterno; un suspiro, un beso, una caricia.
Sus presencias enmascaradas, enmarcando lo evidente. Solo existían ellos dos, su amado y ella.
No te quedes callada, no tengas miedo, ámame como solo tú sabes hacerlo. No saboreaste mis labios, besaste mi alma, no desordenaste mi cabello, desorganizaste mi vida, pusiste patas arriba mi mundo, te apropiaste de mis cicatrices; te acercas y raptas mi corazón como un ladrón a media noche. No tomas mi mano, te aferras a mi esencia.
Se estaba asfixiando, no sabía por qué. Quizás era el vestido que portaba, estaba apretado. O tal vez era su sonrisa, se veía tan brillante, rebosante de vida, llena de tanta calidez, llena de felicidad.
La dejó sin palabras.
La miraba como si fuera única, como si el resto del mundo no existiera. Ojos colmados de adoración, siguiéndola de cerca como si fuera una diosa, una princesa, una reina, una divinidad.
Amaba sus ojos azules, amaba cada razgo de él, era perfecto.
El sonido de las campanas resonando la trajo de regreso a la realidad. Todos sus amigos estaban mirando, expresiones soñadoras, espectantes, atentos, esperaban la llegada del acto final con ansias.
"Los declaró marido y mujer"
Estaba en una boda.
Su propia boda.
Las lágrimas brotaron sin que pudiera contenerlas. Se estaba casando con su primer y único amor; su corazón se aceleró.
No era una fábula ni un poema de mil amoríos, no era un relato de fantasía ni la crónica de un romance superlativo.
Una historia de esas que se narra no con palabras, sino con la pureza del alma.
No era un sueño, se estaba casando con Naruto.
Él sintió que el aliento se le quedaba atascado en la garganta al verla tan emocionada, fue incapaz de apartar la mirada.
Su vestido de seda tan blanco como la nieve, su cabello alisado y recogido de una forma elegante, el tinte en sus mejillas adornando su delicado rostro. Todo en ella lo estaba volviendo loco.
Fue como ver un ángel, un regalo de Dios.
Ojos cafés, jamás los cambiaría por nada. Café que produce insomnio, carga de energía que inunda sus venas; ella era su eterno desvelo.
Rubí, zafiro, ámbar, ágata, amatista, esmeralda. Ni el brillo de todas las gemas del mundo podría igualar la luz que emanaba de sus ojos.
Casi lo pierde cuando ella entró al altar, su cerebro estalló en una nube de infinitos colores. Se quedó sin habla, su pulso se detuvo, dejó de respirar; sonrió, la sonrisa más grande que había dado nunca.
Era una suerte que Akairy había estado allí para controlarlo, sino muy probablemente habría explotado en lágrimas.
Ella ahora era su esposa, le encantaba como sonaba eso; la señorita Uzumaki. Saboreó las palabras en su boca, fue una sensación deleitable, dulce como la miel.
Su esposa, su familia, su reina, su mundo entero.
La primera. Ella fue la primera en encontrarlo, le salvó la vida, lo rescató de la oscuridad, le dio un propósito, una razón para vivir. Ella fue su primera amiga, le enseñó lo que era la felicidad, se convirtió en la dueña de sus sonrisas; su primer sonrisa, su primer amor, su primer beso.
La primera en todo, y también sería la última.
"Puede besar a la novia" No tenían que decírselo dos veces.
Él la atrapó por la cintura, levantándola en el aire y precionando sus labios contra los suyos en un beso repleto de pasión.
Anko envolvió sus brazos detrás de su cuello, devolviéndole el beso con la misma intensidad. Era bueno saber que Tsunade había cumplido su misión de conseguirle un nuevo brazo al rubio; fue difícil, requirió mucha paciencia y células de Hashirama (Las cuales fueron encontradas en los antiguos laboratorios de Orochimaru), Por suerte tenían ambas.
La multitud estalló en vítores, sus aplausos se perdieron en la distancia, ella no pudo escucharlos. Su concentración estaba en otra parte, más precisamente, en los labios de su amado.
Los atendió con cuidado, navegó a través de ellos con delicadeza, una sonrisa en su rostro con cada movimiento que efectuaban.
Nunca se cansaría de esto.
No se equivocó cuando dijo que se volvería adicta a sus besos; estaba completamente obsesionada, no podía vivir sin ellos, era su oxígeno.
Nunca fue suficiente, nunca estuvo satisfecha, nunca pudo saciarse. Siempre se encontró anhelando más de esa sensación.
Fue maravillosa; como si un fuego abrasador la calcinara por dentro, destruyendo cada uno de sus miedos. Un crepitar de llamas incesante que se abrió paso a través de su piel acariciando su cuerpo tiernamente, un cosquilleo estimulante en su vientre causado por las múltiples flamas que ardían en su interior con la rudeza de un incendio implacable, recordándole una y otra vez una única cosa.
Ella era amada.
Ese hecho le proporcionó una alegría inimaginable, era la mujer más feliz del mundo.
Nunca pensó que terminaría de esta forma; locamente enamorada. Ni en sus más profundos sueños imaginó que ese pequeño rubio que encontró en aquel bosque se convertiría en su más grande amor, en la persona responsable de sus suspiros, el dueño de su corazón.
Ahora estaban casados, eran esposo y esposa. Su sueño se cumplió, él verdaderamente le pidió matrimonio, su caballero con armadura vino a reclamarla.
Se derritió en sus brazos, permitió que sus labios la quemaran, dejó que cada ápice de su espíritu ardiera hasta los cimientos.
Sintió que toda su vida junto al rubio pasaba por delante de sus ojos.
Perdió la cuenta.
Se enfrentaron a incontables obstáculos, fueron demasiadas dificultades, días complicados, un mar de conflictos. Terminó perdiendo la cuenta.
La vida intentó cesgar su luz tantas veces; cerca de ser derrotados, en muchas ocasiones se encontraron al borde del abismo.
Pero aún teniendo el agua hasta el cuello, fueron capaces de respirar, Incluso cuando el mundo se derrumbaba a su alrededor, ellos se mantuvieron firmes.
Dos espíritus indomables, nada alcanzó a derribarlos, mientras se mantuvieran unidos, siempre serían invencibles. Una fortaleza inexpugnable creada en los brazos del otro, un refugio eterno en donde nunca perderían la esperanza.
Jiriaya murió. Nunca había visto a Naruto tan devastado, tampoco pudo juzgarlo, el hombre era como su padre sustituto, la familia que nunca tuvo. Fueron días grises, oscuros, desesperanzados.
Le rompió el corazón verlo así.
Pero ella encontró la manera de levantarlo, encontró la manera de hacerlo sonreír de nuevo, encontró la forma de hacerlo brillar otra vez. No se apartó de su lado ni un solo momento.
No se sorprendió cuando ese resplandor en su pecho regresó con el doble de fuerza.
Su rayo de luz brilló con un intensidad incluso cuando la aldea fue destruída baja las garras de Pain; él apareció para salvarla una vez más.
Sasuke intentó desertar de la aldea cuando ese hombre enmascarado le contó la verdad sobre su hermano. No se impresionó cuando Naruto lo trajo de regreso al camino correcto; no dudo de él ni un solo segundo.
El mapa shinobi se retorció, la cuarta guerra ninja se desató, pero ni siquiera eso pudo detenerlo.
Derrotó al falso Madara, derrotó a Zetsu, el plan del Tsukuyomi Infinito se desmoronó antes de siquiera empezar. Liberó a los bijūs de Gedō Mazō, dominó el poder de Kurama.
Sus hazañas se extendieron por todo el mapa, ya no era solo la aldea, el mundo enteró también comenzó a reconocerlo, ganó amigos en todos los rincones del planeta.
Su pequeño héroe ya no era pequeño.
Ahora era el héroe del mundo shinobi.
Las cuatro grandes aldeas ninja unidas bajo una misma bandera, fue algo que creyó que nunca vería. Logró lo imposible, la paz.
Él cumplió con sus promesas, cada una de ellas; tenía razón, nunca renunciaba a su palabra.
Un símbolo de esperanza, una huella que se encargó de recordarle todos los días que ella era una superviviente, un reflejo de su corazón sanado, una cicatriz que ya no dolía, una pesadilla que nunca más volvería a atormentarla.
Su más grande error ya no estaba allí.
La marca de maldición fue removida de su cuello sin dejar rastro. Ese día lloró de felicidad.
Los grilletes ya no apretaban sus muñecas, los barrotes ya no la mantenían cautiva, sus cadenas se rompieron en miles de pedazos; era libre, Naruto la liberó.
Erradicó el sello y desintegró el último atisbo de maldad que habitaba allí.
Él la salvó.
Jamás se apartaría de su lado, no existía otro lugar en donde quisiera estar, su vida estaba juntó a él, junto al rey de sus sueños, su héroe y su más grande anhelo.
Con este vínculo estarían unidos para siempre; como un matrimonio, como una familia, como dos almas gemelas.
Ni la muerte, ni la guerra, ni la enfermedad, nada podría separarlos.
El beso se detuvo, se separaron para colocar sus frentes una sobre la otra. Ojos soñadores, testigos de la magnificencia pura.
Hipnotizados en el encantador baile de sus miradas, el café encajaba perfectamente con el azul; lo supieron desde el primer instante, estaba claro desde el momento en que se conocieron, pero solo ahora podían verlo con claridad.
Estaban hechos el uno para el otro.
El rugido de la multitud los trajo de regreso al plano terrenal. Ambos sonrieron, entrelazaron sus manos mientras observaban las reacciones de sus amigos y el entorno que los rodeaba.
La ceremonia se realizó en la cima del monte Hokage, originalmente tenían planeado realizar su boda en la torre del bosque de la muerte, pero Tsunade se los prohibió alegando que eso sería demasiado peligroso para los invitados.
Aburrido.
"Son tan lindos" Akairy habló para si misma mientras utilizaba un pañuelo para limpiarse las lágrimas.
No pudo evitar que una sensación de orgullo creciera en su pecho al ver a los dos juntos.
Los conocía desde que eran niños, pasó una vida entera cocinando para ellos; los vió crecer, llorar, reír. Fue testiga de como el amor de ambos florecía día con día.
Casi muere de un infartó cuando Anko le propuso la idea de entregarla en el altar como si fuera su madre; en ese momento fue incapaz de contener el llanto. Era obvio que aceptó sin pensárcelo dos veces.
Desde el primer instante en que entraron por las puertas de su restaurante ella sabía que serían un pareja extraordinaria, el tiempo le dio la razón.
Un suspiro complacido escapó de sus labios cuando recuerdos de su propio matrimonio inundaron su mente. "(Las bodas son hermosas, ¿No, Sota?)" Casi pudo sentir la mano de su esposo posarse sobre su hombro.
Sonrió
Algún día se volverían a encontrar.
"Sin duda son un par excepcional, ¿No, Sasuke?" Sakura empujó al Uchiha con su hombro, una sonrisa tímida en su rostro.
"Tsh..."
Una vena palpitó en su frente cuando él sencillamente respondió con una de sus típicas respuesta ambiguas. De verdad le molestaba que el azabache fuera un tosco, ¿No podía tener al menos un poco más de tacto?
No pudo evitar sentir algo de envidia por Naruto, su compañero se estaba casando y ella aún no era capaz de llamar la atención del chico que le gustaba.
Fue decepcionante. Esperó año tras año, día tras día, se esforzó al máximo, pero él seguía dándole el hombro frío, seguía sin mirarla.
Se estaba comenzando a cansar de esto.
Sin embargo, su desilusión fue reemplazada rápidamente por sorpresa cuando sintió que algo se precionaba contra su palma, sus ojos casi se salen de sus cuencas cuando se dio cuenta de lo que era.
Sasuke la estaba tomando de la mano.
Se quedó sin habla, su boca se abrió como la de un pez. Intentó observar su rostro pero él apartó la mirada... Antes de que eso pasara, ella juraría haber visto algo de rojo en sus mejillas.
Sus labios se curvaron inconcientemente hacia arriba.
Bueno, nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo.
Sentado algunas sillas por detrás de ellos, Rock Lee admiraba toda la escena desde lejos con lágrimas de anime escurriendo de su cara a cántaros; Neji y Tenten dando palmaditas en su espalda para consolarlo.
Su corazón se rompió en pedazos mientras presenciaba que su amor platónico caía en los brazos de otro hombre.
"Hay muchos peces en el mar Lee..." Neji habló con torpeza.
"Ya llegará la indicada" Se sorprendió cuando Tenten terminó su oración por él.
Que ambos hubieran estado en la misma línea de pensamiento provocó que los dos se sonrieran inconcientemente.
Ese interacción solo hizo que el llanto de Lee aumentara.
No muy lejos del trío, tres mujeres observaban a los recién casados con expresiones de alegría mientras aplaudían junto al resto de la multitud.
"Siento algo de envidia por Anko..." Hana fue quien comentó. "Quiero decir, ¡Solo mírala! Se ve tan feliz y radiante" Su expresión era levemente estupefacta.
Kurenai se encogió de hombros con una ligera sonrisa, le alegraba saber que su amiga si había conseguido su final feliz... Ella en cambio.
Las cicatrices que dejaron la muerte de Asuma aún seguían algo frescas en su piel, fue solo gracias a su hija que obtuvo las fuerzas para continuar.
"Sé a lo que te refieres, es tan brillante que me duele un poco los ojos, pero me alegro de que sea feliz" Fue su rápida respuesta, la Inuzuka no encontró como estar en desacuerdo.
Yugao frunció el ceño con confusión. "Oigan, ¿Alguien ha visto a Tsunade?"
Su interrogante provocó que las otras dos mujeres se alarmaran, escanearon todo el terreno con sus miradas. Sin embargo, no pudieron divisar la figura de la babosa Sanin por ninguna parte.
Una gota de sudor se deslizó por la nuca de las tres, sus semblantes reflejaron nerviosismo cuando se percataron de las implicaciones.
Era muy posible que la vieja estuviera bebiendo sake en algún rincón.
Naruto no pudo evitar que su rostro se llenara de nostalgia mientras admiraba a todos sus amigos reunidos en un solo lugar, cada uno de ellos celebrando, luciendo contentos por su reciente matrimonio.
Miles de rostros sonriéndole, demostrándole que nunca más volvería a estar solo.
Fue irónico, inició este camino de forma pésima, antes su vida era un desastre, un lienzo oscuro plagado de dolor, sufrimiento, angustia y soledad.
Pero todo eso se terminó, su mundo dio un giro de ciento ochenta grados después de que la conoció, pasó de no tener nada a tenerlo todo.
Tenía amigos en los cuales apoyarse, una esposa maravillosa, un hogar esperándolo con los brazos abiertos.
Una familia.
Todo fue gracias a ella, cambió su vida para siempre.
Sintió que Anko precionaba su mano, sacándolo de sus cavilaciones. Volteo para mirarla, tenía una pequeña sonrisa y un sonrojo en sus mejillas.
"Yo..." Ella se revolvió con algo de inquietud en su lugar. "Quiero niños, correteando por la casa y llamándonos papá y mamá"
Sintió que su corazón daba un vuelco, una sensación cálida se arremolinó en su interior, las lágrimas se acumularon en las comisuras de sus párpados.
¿Esto de verdad estaba sucediendo? ¿No era una ilusión? Se quedó sin palabras, su voz desapareció por completo. Estaba tan conmovido que su mente ni siquiera era capaz de hilar dos pensamientos coherentes.
Jamás imaginó que Anko tendría el sueño de ser madre, fue una grata sorpresa
Le encantó la idea, formar una familia junto a la mujer que amaba; jamás podría negarse.
Anko sintió que su pecho estallaba de felicidad cuando él capturó sus labios nuevamente, no hacían falta las palabras, la respuesta era más que obvia.
Sus almas se acoplaron entre sí en un espectáculo de luces coloridas que se reflejaron en el cielo.
No, no eran las puertas del paraíso, solo dos locos terriblemente enamorados. Dos corazones que danzaban en un idioma ilegible para cualquier otro ser humano que no estuviera igual de demente.
El amor es de maniáticos.
Una historia con un inicio pero no necesariamente con un final.
El límite es la imaginación.
Una larga travesía que los nutrió con innumerables aprendizajes, incontables lecciones. Pero sin lugar a dudas, existía una enseñanza que no olvidarían jamás.
Cuando la llama de la pasión se encienda en tu interior, un deseo ferviente incapaz de ser contenido.
Por una persona, por un sueño, un anhelo, una meta, un propósito.
No permitas que las llamas serpenteantes lleguen a su fin; dejá que el calor fluya por tus venas, que consuma cada fibra de tu espíritu.
No lo ocultes, no lo apagues, no lo soples. Déjalo ser.
Simplemente.
Déjalo arder.
