Bueno, 100 reviews teniendo en cuenta que cuando empecé a escribir la historia no esperaba tener muchos comentarios porque, la verdad es que todo ha cambiado un poquito desde que empecé a escribir xD

Gracias a todos los que habéis dedicado un poquito de vuestro tiempo a dejarme un review, siempre es un gran regalo para los que escribimos, como esa palmadita en la espalda que te muestra que hay alguien ahí apreciando el esfuerzo. mariapotter muy top que hayas escrito el número 100 teniendo en cuenta que tú me empujaste a escribir esto jajaja

Para vosotros este capítulo.

Besos y abrazos

AJ


Instantes que crean recuerdos

—¿Qué ocurrió?

Hermione, ya visible, observó a Draco que, nervioso, paseaba de lado a lado del vestíbulo de su casa. Tenía los puños y las mandíbulas fuertemente apretados y la tensión de su cuerpo era visible.

Estaba completa y absolutamente furioso.

Anthony, por el contrario, se veía derrotado. Se había dejado caer en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Tenía los ojos cerrados, las piernas flexionadas y los brazos descansando sobre sus rodillas.

Harry miró a Hermione mientras Ron contemplaba el lugar con abierta curiosidad. No sabía dónde habían ido pero, dado que les había aparecido Malfoy supuso que debía ser su casa.

—Nunca hubiera imaginado que viviera en un sitio tan… blanco —susurró a Harry en voz muy baja —tanta luz y tanto brillo —frunció el ceño, extrañado de la austeridad de la sala.

—Draco —la mujer, leona valiente, se acercó a Malfoy y le tomó de la mano, pasando el pulgar por el dorso con suavidad.

Ron arrugó la nariz con disgusto al ver la forma en la que él se relajaba y entrelazaba los dedos con los de ella en un gesto inconsciente que hablaba de una clara intimidad.

Rodó los ojos y miró hacia otro lado con cara de asco mientras se cruzaba de brazos.

—Hay un topo —dijo con sequedad fijando sus ojos de plata en Harry —en la Agencia.

—No solo un topo —murmuró Anthony que había abierto de nuevo los ojos —él es quien da las órdenes o eso era lo que parecía.

—¿El líder de ese grupo de… de asesinos es un agente?

—No solo un agente, Potter —Draco volvió a tensarse y Hermione se pegó a su costado — es nuestro compañero —constató —es Adrian.

La bruja jadeó y Harry abrió los ojos con obvia incredulidad.

—¿Pucey? —Sacudió la cabeza —pero le secuestraron, como a Viktor

— ¿Estáis seguros que no estaba bajo el influjo de alguna maldición? —Hermione se giró a mirar a Harry —¿Por qué no vamos a San Mungo a ver qué han podido hacer con Viktor? Quizás entender lo que le hicieron a él nos ayude a comprender qué ha podido pasarle a Adrian.

Malfoy y Anthony parecieron dudar.

—No lo sé —el segundo se mordió el labio inferior luchando consigo mismo —no parecía estar bajo el influjo de ningún hechizo, Hermione.

—No lo estaba —sentenció Draco —es él, estoy seguro.

—¿Por qué? —preguntó Harry.

—Es solo que… algunas cosas… algunas conversaciones que tuve con Adrian empiezan a tener sentido. —sacudió la cabeza como si tratara de aclarar su mente —después de escucharle sé que es él. ¿Qué sentido tiene que cualquiera de ellos le maldiga para liderarlos? Es absurdo.

—Lo es —apostilló Ron al que nadie le había preguntado —¿Qué? —preguntó cuando Harry le miró —tiene razón, piénsalo. Yo no sé muy bien qué está pasando realmente pero no hay que ser Hermione para saber que tiene que ver con el ataque al Callejón, los asesinatos y las desapariciones —resopló rodando los ojos —todos sabemos que los ex mortífagos no son los más listos de sus casas pero ¿Obligar a alguien a que te lidere? Ni siquiera ellos son tan idiotas.

—La verdad es que no pinta bien —concordó Hermione mirando a Anthony y a Draco con tristeza ¿Cómo se sentiría ella si Harry o Ron la traicionaran de esa forma? Sabía que nunca ocurriría porque apostaría su vida por ellos pero solo imaginarlo hacia que le doliera el alma.

—¿Cómo ha podido hacernos algo así? —preguntó Anthony en un quedo murmullo.

Todos guardaron silencio y Harry no pudo evitar echar la vista atrás y pensar en sus padres, en Sirius y Remus. ¿Acaso Pucey no había hecho algo parecido a lo que Pettigrew hizo a sus amigos? Les había traicionado, dado la espalda y vendido de la forma más vil y despreciable.

Puede que Malfoy, Anthony y él no fueran amigos desde la infancia como lo habían sido Los Merodeadores, pero habían forjado su amistad bajo la adversidad de un trabajo secreto y peligroso, de años luchando codo con codo contra la oscuridad, una oscuridad de la que, al parecer, Pucey formaba parte.

—Tenemos que hablar con Loughty —dijo Draco con frialdad —esto cambia las cosas y los planes.

—No podemos hacer nada hasta confirmar que efectivamente no está bajo los efectos de nada mágico —puntualizó Anthony.

Draco alzó la ceja con altivez.

—No, escúchame. Los dos sabemos que es plenamente consciente y que tiene todas sus facultades, pero Loughty no querrá tomar medidas sin pruebas.

—¿Qué más pruebas necesita que nuestra palabra?

—¿Querrías que te sentenciáramos sin preguntar? ¿Sin estar seguro?

Él resopló, odiando todo eso de la redención y de las normas.

—Está bien. Hablaremos con él y buscaremos las jodidas pruebas.

Adrian iba a pagarle aquella traición aunque fuera lo último que hiciese.

—Yo iré a San Mungo —dijo Harry.

—Te acompaño —Hermione fue hacia su amigo seguida de Ron.

—Ronald… —empezó a decir el auror.

—Mejor cállate Harry —respondió el pelirrojo sacudiendo la cabeza —aun no sé cómo sentirme por ser dejado de lado así que vámonos y ya hablaremos de esto.

Decidiendo que lo último que le apetecía era discutir con su mejor amigo, Harry fue hacia la chimenea y echó unos polvos, cuando las llamas verdes se activaron, uno por uno fueron entrando y desapareciendo rumbo al Hospital Mágico.

….

Draco salió del despacho de su jefe y observó como Tony se marchaba hacia su cubículo. Loughty, a diferencia de lo que había dicho su compañero, no parecía querer las pruebas. Había mandado un memo al Ministro en cuando le contaron lo que había ocurrido y, para disgusto de Anthony ni siquiera había dudado de ellos.

Era posible que el hecho de ser una serpiente fuera el motivo por el que Draco sentía tal desconfianza. Quizás un Ravenclaw, con su intelecto y erudición, tenía más necesidad de considerar las pruebas antes de llegar a una conclusión, pero él sabía, realmente sabía que no se equivocaban al acusar a Adrian.

Se apareció en su casa y se apoyó en la pared, dejándose resbalar hasta quedar sentado en el suelo, en la misma posición en la que había estado Goldstein antes.

¿Cómo había sido tan idiota? ¿Cómo no lo había visto venir?

La locura parecía haber estado siempre ahí, latente en la superficie, ondeando con ligeras llamadas de atención, pequeños detalles apenas perceptibles que, juntos, conformaban un todo.

Adrián Pucey nunca había sido un seguidor de Voldemort, ni un mortífago, ni siquiera descendía de una familia de mortífagos y, aunque había pasado por Hogwarts con un perfil bajo, sin elegir un bando, sin insultar a los hijos de muggles y sin apenas ser conocido por algo más que ser el cazador del equipo de Slytherin y el mejor amigo de Flint, lo cierto era que sus comentarios habitualmente hacían alusión a los estatus de sangre y a la abolición de las leyes de los sangre pura.

Además, desde que Draco había comenzado a fingir tener una relación con Granger, había visto, en más de una ocasión un brillo de algo parecido a la desilusión en su mirada, desilusión mezclada con desagrado e incluso repugnancia.

Posiblemente había pasado por alto todas aquellas cosas porque se sentía, en cierto modo, más unido a Adrian que a cualquiera de sus otros amigos y, esa confianza y cercanía le habían costado una traición.

Cerró los ojos y se dio cuenta de que realmente le dolía. Sentía rabia, una ira caliente que ardía bajo su piel haciéndole hervir la sangre. Estaba furioso, decepcionado y sí, dolido y decepcionado.

No supo cuanto tiempo estuvo allí sentado antes de que la red flu se activara y Granger saliera de entre las llamas verdes de la chimenea mirando a su alrededor.

—Hola

La vio dudar una milésima de segundo antes de sentarse a su lado y, con un pequeño suspiro, apoyar la cabeza en el hombro de él con naturalidad.

Draco frunció el ceño y miró su coronilla llena de rizos castaños y desordenados. Ella parecía estar cómoda allí, como si fuera lo más normal del mundo y él se preguntó en qué momento habían llegado a ese punto. ¿Cuándo esa extraña asociación había dado lugar a ese tipo de confianza? ¿Por qué no sentía la necesidad de sacurdírsela de encima y apartarla? Sabía que unos meses atrás no habría dejado a ninguna mujer hacer algo así. Ese grado de intimidad, más emocional que física era… perturbador.

Exhaló suavemente y apoyó la cabeza en la pared. Tenerla ahí era tranquilizador. Sentirla a su lado, su calor, su peso ligero, su respiración pausada… estuvo a punto de soltar una carcajada de pura incredulidad ¿Cuándo se había vuelto tan gilipollas? Un agente necesitaba centrarse, no podía estar pensando en aquellas estupideces que bordeaban el más absurdo sentimentalismo.

Entonces ella le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de él y Draco cerró los ojos dándose cuenta de que estaba absolutamente metido en aquellas arenas movedizas hasta las orejas.

Le devolvió el apretón y, en lugar de soltarla se quedó así, agarrándola, como si fuera el áncora capaz evitar que naufragara en medio de sus culpas y recuerdos.

—¿Habéis visto a Krum? —preguntó al cabo de un rato.

—Está en la cuarta planta, en la sección de Maleficios. Harry se ha quedado allí con Ron pero no parece que vayan a saber nada hoy —se encogió de hombros cont tristeza —están haciéndole pruebas, creen que mañana será posible visitarle. También fui a preguntar por Theo —apretó los labios y tembló ligeramente cuando le embargaron distintas emociones demasiado intensas —se pondrá bien.

—Tenemos que terminar con esto —murmuró Draco con decisión —Ahora más que nunca —apretó la mano de la bruja —antes de que se de cuenta de que sabemos que es él. Tenemos una ventaja y hay que aprovecharla.

—Tenemos más de una ventaja, Draco.

Él la miró tratando de comprender sus palabras.

—No solamente el hecho de que no sepa que le hemos descubierto —añadió buscando su mirada sin apartarse de su hombro —tú le conoces, solamente necesitas pensar en sus motivos.

Él resopló.

—No sé sus motivos, Granger. Mi… amistad con Adrian no es… no era, como la tuya con tus amigos —inspiró hondo y sacudió la cabeza —realmente ahora mismo no quiero pensar en esto, no quiero pensar en él.

—¿Quieres venir a mi casa? —preguntó la mujer con un pequeño titubeo sin dejar de mirarle.

Leona valiente. Draco casi sonrió.

Seguramente era la primera vez que ella se ofrecía a él de ese modo y no pudo evitar darse cuenta de la vulnerabilidad que había en sus bonitos ojos.

Ella temía que él la rechazara.
Estuvo a punto de soltar una burlona carcajada para reirse de sí mismo ¿Rechazarla? Merlín, casi podría rogarle que le permitiera estar con ella esa noche.

Negó con la cabeza y vio como un velo de tristeza caía sobre aquellos orbes castaños.

—Quédate tú conmigo —se apresuró a decir al darse cuenta de que le había malinterpretado.

Hermione parpadeó y le contempló con lo que parecía estupefacción.

Draco jamás había dejado que nadie entrara a su casa, nadie había traspasado la puerta que daba a su área privada y, aunque una parte de él se sentía un poco reacio y nervioso, otra parte, la parte que había empezado a asumir lo que estaba ocurriendo entre los dos, quería tenerla allí, necesitaba verla en su hogar, en su espacio, en ese lugar que era únicamente suyo.

Ella sonrió, una sonrisa que iluminó su rostro e hizo brillar sus ojos de deleite.

—Claro —susurró poniéndose de pie y tendiéndole la mano.

Draco se aferró a ella, se levantó, tragó saliva y tiró de la mujer por el pasillo hasta tomar el pomo de la puerta del final. Antes de abrir se quedó unos segundos paralizado, sintiendo un pequeño nudo de angustia en la boca de su estómago, pero finalmente tiró de la puerta y le cedió el paso antes de entrar tras ella y cerrar.

Más nervioso de lo que jamás admitiría, la guió hacia su habitación, preguntándose qué pensaría ella de su casa, de ese lugar que, a diferencia de la parte que ya conocía, estaba lleno de él.

Pero si hubiera podido entrar en la mente de Hermione habría puesto los ojos en blanco y habría dicho que solo una Gryffindor podría ser tan emocional y ñoña.

La bruja estaba encantada, tratando de absorberlo todo mientras casi corrían por el pasillo y conseguía apenas un retazo de las estancias. Allí había fotos, recuerdos, color y magia. Era un lugar cálido que olía a él, a esa mezcla amaderada con ligeras notas de cuero y un sutil toque cítrico.

Cuando llegaron a su dormitorio se sorprendió al no encontrar una cama antigua y con doseles aunque tampoco le extrañó la decoración de aquel íntimo espacio.

Sonrió.

Sí, era algo que podía asociar con Draco Malfoy.

Al cruzar el umbral había un enorme ventanal a la derecha tras el que podía verse un balcón. Tenía un visillo liso y transparente cubriendo el cristal y dos cortinas opacas de un gris oscuro a ambos lados. La pared de enfrente, donde estaba la gigantesca cama vestida con sábanas, edredón y colcha de distintos tonos desde el gris claro al más oscuro, estaba cubierta de paneles negros y en lugar de un cabecero, unos enormes cojines del mismo tono que las cortinas se apilaban tras las almohadas.

Las mesillas eran dos largos estantes de madera oscura que sobresalían de la pared y sobre los que podía ver algunas velas y libros. Encima de ellos de dos cables gruesos colgaban las lámparas que asemejaban candiles colgantes dando una iluminación cálida a la estancia.

—No hay doseles, ni verde y plata —dijo con una sonrisa girándose para mirarle.

—Crece, Granger —susurró él agarrando la cintura de la bruja para atraerla hacia su cuerpo.

—Oh, he crecido —respondió ella alzándose de puntillas para rodearle el cuello con los brazos.

Draco la alzó para que pudiera hacerlo sin dificultad y presionó su boca en la de ella, sonriendo.

—Créeme, me he dado cuenta de eso —susurró lamiendo su labio inferior en una húmeda y sensual caricia.

Ella suspiró y se ancló a su cuerpo, rodeándole las caderas con las piernas. Al instante, Draco se aferró a sus nalgas y profundizó el beso hasta que la escuchó gemir y, llevándola hacia la cama la dejó caer en el colchón y casi le arrancó la ropa en su prisa por llegar a ella, por sentirla piel contra piel.

— Draco.

— Ssshh — como en un trance, él tocó con la punta de su dedo en pequeño pezón hasta que se contrajo, endureciéndose bajo su tacto.

Ella suspiró y Draco sintió que algo en su interior se enaltecía, ella era capaz de arrastrarlo al mismo borde de la locura y hacerle olvidar absolutamente toda la coherencia y el sentido común.

Jamás nadie había tenido tanto poder sobre él.

Granger era capaz de hacerle caer de rodillas y el conocimiento le hizo estremecerse de la cabeza a los pies.

Ella le hacía desear cosas que nunca había imaginado, con sus gemidos, sus suspiros, sus jadeos, Draco únicamente podía pensar en doblegarla a sus deseos, en tenerla bajo su cuerpo como una ofrenda pagana lista para ser devorada a voluntad.

Ese ansia, ese frenesí, esa absoluta y cruda necesidad que sentía por ella le asustaba sobremanera porque, desde muy joven había aprendido que un Malfoy no necesitaba a nadie, no confiaba en nadie, no dependía de nadie… Aunque también había aprendido que su padre, así como todos los mortífagos, él incluido, sí se habían sometido a Voldemort como elfos domésticos, subyugados al dominio de un mestizo con ansias de poder. ¿Acaso no era mucho más placentera la dependencia que sentía por esa bruja que le quitaba el aliento sin siquiera pretenderlo?

Capturó el pequeño y endurecido pico entre el índice y el pulgar y se deleitó en la forma en la que Granger arqueaba la espalda gimiendo su nombre.

Ella parecía deshacerse bajo sus hábiles manos, convirtiéndose en un amasijo de músculos flojos y nervios burbujeantes. Se dejaba amasar por él, como si fuera barro tomando forma bajo sus tiernos dedos, porque sí, Draco había dejado a un lado la voracidad y la acariciaba con dolorosa ternura, como si fuera un artista creando la más preciosa de sus obras.

Pero Hermione no quería ser pasiva, no en ese momento en el que sentía que Draco la necesitaba, que realmente era suyo, quizás por primera vez.

Le empujó girando con él hasta que subió sobre su cuerpo y tiró de su túnica de la misma forma que había hecho con ella, desnudándole mientras tocaba cada milímetro de su piel pálida y firme.

Lamió uno de sus planos pezones, sonriendo cuando sintió como se endurecían todos los músculos de su cuerpo y, dejando que sujetara su rostro, se plegó a sus mudos deseos, obedeciendo cada orden suplicada, lamiendo y besando cada centímetro de su torso anhelante, dejando que la guiara cada vez más abajo.

Draco se arqueó rogando en silencio, exponiéndose a aquellos pecaminosos labios y rugió cuando ella finalmente le probó, rodeando la enrojecida y gruesa cabeza de su miembro, lamiendo la salada humedad de su esencia una y otra vez.

—Ah… joder… yo no… Hermione…

Enredó los dedos en los suaves rizos de ella y, afianzándose con los talones en el colchón, se empujó contra su boca, gimiendo cuando los labios se cerraron en torno a su sexo y Hermione tragó, apretándole en su cavidad, ordeñando su polla con una dulzura que le hizo temblar.

Ella se deleitó en él, degustándole con suvidad, con besos tiernos, absorbiendo y mordisqueando la amoratada punta, chupándola mientras se hinchaba, palpitando con cada toque de su lengua.

Draco se retorció sobre la colcha, con los ojos cerrados y los labios abiertos, gimiendo en aboluto abandono hasta que Hermione se sintió ella misma en el borde del orgasmo.

Se sentía poderosa, completamente dueña de su deseo y de su cuerpo y sonrió, con los labios pegados a es grueso tronco que se agitaba bajo su boca.

Le miró hasta que él abrió sus argénteos ojos y, con un gruñido bajo tiró de ella y la empujó contra el colchón hasta que ella cayó de cara contra la almohada y, olvidándose de la suavidad y la ternura, olvidándose de todo lo que no fuera ella, su cuerpo y excitado hasta el límite de la cordura tiró de sus caderas hacia atrás hasta que se arrodilló y hundió los dedos en ella, empujando en su cuerpo una y otra vez mientras su lengua devoraba sus empapados pliegues, chupando el pequeño e inflamado nudo de su clítoris.

Ella gritó y le rogó, mordiendo la almohada y apuñando la tela de la colcha entre sus dedos, pero Draco no tuvo compasión, siguió torturándola hasta que se tensó y se corrió con fuerza, perdida en un orgasmo avasallador que la dejó temblando bajo sus atenciones.

Jadeando, ella le miró por encima de su hombro y aquella imagen fue, sin lugar a dudas, lo más erótico que él había visto jamás y su cuerpo, ya endurecido por el deseo más visceral, tembló.

Con un gruñido gutural que salió de lo más profundo de su pecho se incorporó. Su sexo saltó en su mano, duro, hinchado, con punta enrojecida y supurando con anticipación. Se acarició un par de veces, pasando el pulgar por el sensible glande y, sin apartar la mirada de los velados ojos de ella, se lamió los dedos con los que la había llevado segundos antes al paraiso.

Hermione volvió a gemir cuando aquellos mismos dedos volvieron a entrar en su cuerpo y ella suspiró su nombre una vez más, apoyando de nuevo la cabeza sobre el colchón, sumisa, dispuesta a entregarse a él de la forma que necesitase. Draco apretó los dientes incapaz de controlar el temblor de su cuerpo

— Draco —ella empujó hacia sus dedos, haciendo que entraran más profundamente en su interior — por favor. Te necesito.

El siseó e inhaló con brusquedad. Sacó los dedos de su receptivo cuerpo y empujó con fuerza, gimiendo cuando los músculos internos de ella se abrieron, envolviéndole en un suave puño caliente y estrecho que le llevó al límite en cuestión de segundos.

Hermione gimió al sentir cuan profundo entraba en ella en esa posición e, involuntariamente, llevó la mano hacia atrás agarrándole el muslo para evitar el duro empuje de Draco.

Pero él había perdido la cordura y la razón, ni siquiera era capaz de pensar. Con una mano sujetaba su estrecha cintura mientras la otra se aferraba con fuerza a la almohada y embestía en ella con salvaje abandono, empujándola una y otra vez perdido en el más subyugante placer que jamás había sentido, ajeno a todo lo que no fuera perseguir ese clímax que prometía el jodido cielo.

—Draco…

Apenas pudo gemir su nombre mientras él la poseía completamente fuera de sí, pero pronto la molestia se convirtió en deleite y, con cada penetración, con cada envite, se sentía más completa, más cerca de él. Draco gruñía con los labios apretados en su nuca, resoplando con cada empuje, perdiéndose en su cuerpo, más fuerte, más profundo, ajeno complemente a la realidad.

Salía de ella por completo únicamente para enfundarse de nuevo y hundirse hasta la empuñadura, embistiendo contra sus caderas una y otra y otra vez.

Hermione se dejó llevar una vez más y, cuando él gimió con los labios pegados a su cuello, el orgasmo les alcanzó a la vez. Se corrieron juntos, perdidos el uno en el otro, sintiendo que aquella unión, que aquel instante, había grabado algo en sus almas para toda la eternidad.

—Hermione —el susurró su nombre, como una letanía, como un ruego, un mantra que se repetía con cada respiración, con cada pálpito —Hermione.

Y ella sintió una única lágrima resbalar por su mejilla cuando todo lo que no decía se filtró en esa palabra repetida una y otra vez.

Yo también, pensó. Yo también.

….

Cuando Ron se marchó Harry regresó a la sala de urgencias.

—¿Cho?

Harry se acercó a su antigua compañera que estaba sentada en una de las salas de San Mungo con la mirada perdida en algún punto de la pared de enfrente.

—Hola Harry.

Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa.

—¿Qué haces aquí?

—Me temo que estaba en esa mazmorra —dijo ella reprimiendo un escalofrío.

Harry la miró sin ocultar el horror.

—No sabíamos que habías desaparecido.

—Por suerte no llevaba más de un par de días allí —se mordió el labio y sacudió la cabeza —apenas sí he podido ser de ayuda a los aurores —encogiéndose de hombros le mostró la venda que tenía en la muñeca —todo lo que les he podido decir es que me metieron en una celda, sola. Fue Rabastan Lestrange. No salí ni una sola vez, todo lo que podía hacer era oír a los demás… gritos, lamentos —inspiró hondo —nada demasiado agradable, me temo.

—Lo siento —le dio un pequeño apretón en el hombro —pensé que seguías en Nueva York.

—Volví hace un par de meses —respondió ella —me ofrecieron un puesto en el Departamento de Transportes Mágicos y era una buena oportunidad.

—Bien, me alegro de verte. Aunque no sea el mejor lugar ni el mejor momento —añadió con una sonrisa incómoda.

—No —ella frunció el ceño, pero sonrió con burla —no lo es. Siento lo de tu compromiso —dijo de pronto mirándole con pesar.

—Oh —Harry se preguntó cómo se había enterado de eso pero, antes de poder preguntarle escuchó su nombre a su espalda y al girarse vio a Regina acercándose a ellos —Hola Regie ¿Qué haces aquí?

—Me pidieron que viniera a echar una mano —miró a Cho con obvia curiosidad —la mayoría de los pacientes tienen magulladuras leves y algunos casos de deshidratación, pero todo parece estar controlado… más o menos —volvió a mirar a la otra mujer, como si se preguntara cuánto podía decir frente a ella.

—Ahhh sí —Harry, quien nunca había sido el más hábil en relaciones sociales y mucho menos en cuanto a manejarse entre el sexo opuesto, las presentó —ella es Regina Wright, sanadora de San Mungo, ella es Cho Chang, antigua compañera de Hogwarts.

—Encantada —dijo Cho al instante

—Igualmente —Regie, que era más que capaz de ver el interés de la señorita Chang hacia Harry, se tensó un poco y señaló uno de los cubículos vacíos —¿Podría hablar contigo sobre… sobre uno de los pacientes?

Harry asintió.

—Claro —se giró hacia Cho —¿Vas a seguir por aquí?

—Sí —la mujer le dirigió una amplia y sincera sonrisa —al menos una hora más.

—Bien —Se alejó con Regie y la siguió hasta que tuvieron intimidad —¿Qué ocurre?

—Es Dean Thomas —dijo después de lanzar un hechizo silenciador al cubículo —él no es… no es humano, Harry.

Le vio apretar los labios y los puños con fuerza.

—Lo sé.

—No… —ella sacudió la cabeza —quiero decir que es… es un cuerpo vacío yo… —la vio estremecerse y agarró su mano.

—Tranquila —no podía decirle acerca del báculo por lo que se limitó a pasar el pulgar por el dorso de sus dedos en un gesto tranquilizador —sabemos que hay algo mal en él, alguna maldición…

—Es más que eso, Harry —bajó la voz, como si pese al hechizo insonorizador tuviera miedo de que alguien pudiera escucharla —el director pidió que llamaran a uno de los especialistas más importantes a nivel mundial de Embrujos y Maldiciones irreversibles. Es un referente en medimagia, vino en un traslador de urgencia y él… —Aferró la mano de Harry con fuerza —¿Sabes lo que ocurre con el beso de un dementor?

Él se estremeció, recordando el día que consiguió salvarse a si mismo y salvar a su padrino de terminar ambos bajo uno de esos besos.

—Absorbe tu alma —dijo como si recitara algo aprendido —siempre y cuando el corazón y el cerebro sigan funcionando un cuerpo puede existir sin alma, pero es solo eso, existir, sin memoria, sin recuerdos, sin nada, solo una cáscara vacía.

—Exacto —murmuró ella.

—¿Quieres decir que eso es lo que le ha ocurrido a Dean? —preguntó con un nudo de angustia atenazando su pecho.

—No —Regie, que seguía sujetando su mano, le apretó con fuerza —no él… cuando le hicieron… lo que sea que le hayan hecho él ya estaba muerto ¿Entiendes? No era… no tenía…

—No tenía alma —terminó Harry por ella.

—Eso es, no ha perdido su alma porque ya no había ningún alma, era solo un cuerpo —le soltó y se frotó las sienes —desde San Mungo van a hablar con el Ministro… es posible que te lo cuente él, pero quería que lo supieras por si acaso, sé que Dean Thomas era tu amigo y bueno, tal vez sea algún tipo de consuelo saber que después de morir al menos su alma quedó en paz.

—Gracias Regie —tragó saliva, intentando lidiar con todo aquello y con las emociones que despertaba en él todo aquello.

Saber que aquel demente había utilizado el cuerpo de uno de sus amigos para sus macabros experimentos era abrumador pero la bruja tenía razón. Dentro del dolor era tranquilizador saber que Dean se había ido en paz sin que su alma o su descanso hubieran sido perturbados por aquel cabrón.

No servía para aliviar la pena, pero era algo.

—Bueno yo… te dejo con tu amiga —abrió la cortina del cubículo y salió de allí sin mirar atrás —te veré después en tu casa, supongo.

Harry la vio marcharse y después se giró a mirar a Cho que le saludaba en la distancia. El tiempo no parecía haber pasado para la bruja y se encontró yendo a su lado para sentarse con ella y rememorar los viejos tiempos y, quizás, ponerse al día mientras esperaban a que la dieran el alta.