1. Ruidos en la oscuridad

Inuyasha regresaba de acompañar o más bien, de intentar razonar con Kagome para que se quedara en esa época y así poder terminar de una vez por todas con Naraku, pero claro a Kagome le parecía más importante pelear con aquellos exámenes que parecía que nunca terminaban, a pesar de que Inuyasha le ofreció su ayuda ella lo rechazó, diciendo que solamente la retrasaría, ja! que chiquilla tan molesta pensó Inuyasha, pero no le quedó de otra que regresar sin ella, no había manera de razonar con una mujer así se dijo.

Mientras caminaba hacia la aldea se dio cuenta que el Sol se había escondido ya por completo, la noche había caído en un abrir y cerrar de ojos, quizá había estado demasiado ensimismado en sus pensamientos, quién sabe, pero conforme continuaba caminando se fue dando cuenta que aquello era un camino sin fin, caminaba y caminaba y no parecía estar más cerca de la aldea, era como si hubiera entrado en una especie de laberinto sin darse cuenta, de pronto sintió una presencia detrás de él.

—Más te vale que salgas de donde quiera que estés —advirtió Inuyasha al intruso que parecía moverse con tal rapidez que al voltear no había visto a nadie detrás suyo.

Pero no hubo respuesta para él más que el sonido del viento soplando fuertemente.

—Juraría que hay alguien por ahí —dijo Inuyasha para sí mismo.

Las hojas caían de los árboles y aquel sonido bien podría haberle dado un poco de tranquilidad al hanyou, pero al contrario le trajo una fea sensación, una sensación de peligro, los bellos de todo su cuerpo se habían erizado en un segundo, fue peor aun cuando aquel sonido del viento comenzaba a sonarle como si alguien lo estuviese llamando, como si la voz de alguien resonara por todo el lugar.

Apenas sacudió la cabeza para dejarse de tonterías cuando una inesperada caricia lo hizo brincar en su sitio.

—¡¿Qué demonios?! —gritó de pronto Inuyasha, ahí en medio de la total oscuridad alguien o... algo, lo había tocado.

Una rana comenzó a croar de la nada, y de pronto no era una, sino dos y luego tres, cuatro, cinco, miles de ranas croaban al mismo tiempo, aquello comenzaba a ser tan molesto al grado de que las orejas comenzaban a zumbarle. Otra vez, alguien puso una mano en su hombro, volteó instintivamente con el puño por delante, que de no ser por sus reflejos fácilmente habría noqueado a Miroku quien lo veía con preocupación, un tanto por que estuvo a punto de ser golpeado y otro tanto por ver así de perturbado a su amigo.

—Tranquilo, tranquilo —repitió dos veces, una para él y otra para Inuyasha, suspiró aliviado al ver que Inuyasha bajaba el puño que casi estampaba en su rostro.

Inuyasha veía con sorpresa a Miroku, ni siquiera había escuchado en qué momento se había acercado.

—¿Qué sucede? —preguntó Miroku esperando una explicación a lo que acababa de suceder.

—No... ¿no lo escuchaste? —preguntó Inuyasha de vuelta, aunque algo le decía que él era el único que había escuchado y sentido aquello.

Miroku negó con la cabeza, era claro que lo que sea que hubiese visto o escuchado Inuyasha había sido el único afectado por eso, ni siquiera se sentía una presencia maligna alrededor, sea lo que fuere había terminado antes de que él llegase al lugar.

—Vamos, será mejor que vayamos a la aldea —dijo Miroku empezando a caminar, en el camino recordó que solían decir que por aquella época del año había espíritus a los cuales les gustaba causar un poco de problemas, hacer travesuras y esa clase de cosas, quizá eso habría sido lo que había ocurrido con Inuyasha, esperaba en todo caso, que aquello fuese cosa de una sola vez.

Inuyasha recordaba aquella nada placida sensación y los bellos se le volvían a erizar, sacudió la cabeza con fastidio, aquello era lo único que le faltaba, tener que pelear con un monstruo que no podía ver.

—Feh! —bufó fastidiado.