Esa misma madrugada cuando Akaza se marchó, Naoko fue al pueblo. Consiguió un pequeño amuleto de glicinas, una bolsita con el agradable aroma a esas flores iba ahora siempre entre su ropa.
También compró sahumerios de la misma planta, y cada noche quemaba uno antes de dormir.
No hubo grandes cambios desde ese día, su vida se volvió solitaria. Iba lo justo y necesario al pueblo, y no entablaba mucha conversación con nadie.
Tampoco a nadie parecía interesarle ella.
Así que sus días se dividieron entre el pueblo, su casa, su pequeña cosecha.
Trabajo.
Dormir.
Sahumerios y flores. Una rutina por demás tranquila.
La primera carta llegó casi dos meses después.
Llegó con un gato negro, que se apareció en su jardín, sobre uno de sus árboles de cerezo. En plena noche, escuchó unos maullidos insistentes y sostenidos.
Y ahí estaba el minino, con una carta atada al cuello. Era un hermoso animal, pero bastante agresivo, porque Naoko quiso acariciarlo y este quiso morderla.
"Límites establecidos, entiendo" pensó ella.
La carta no decía nada. Sólo un mapa escueto trazado a mano y la palabra Kioto.
-Bueno... realmente quieres agregarle dificultad a esto eh.- pensó Naoko.
La ciudad era enorme y le costó encontrar el lugar.
Era una casa abandonada.
No era lo más acogedor del mundo, pero entendió la situación.
Los demonios blancos con líneas azuladas, ojos amarillos con kanjis y cabello carmesí no se registran en hoteles.
Y lo cierto es que ella tampoco venía de la clase alta. Ha dormido en tatamis sucios por una razones menos importante.
Esperó a la medianoche, y cuando cerró el último negocio de ramen, y el último puesto de Udon se retiró, Naoko se coló en la casa. Antes de entrar, se quitó el amuleto. Lo escondió entre unas plantas. No sabía hasta qué punto él podría olerlo.
Él estaba sentado en la entrada, y sonrió la verla. Se puso de pie y caminó hasta ella.
Sin decir una palabra, la alzó y se la cargó al hombro. Naoko no entendió mucho, pero tampoco tenía mucha opción, así que no se opuso. Así cargada, la subió hasta la planta superior.
Una de las habitaciones tenía una lámpara encendida. Y un futón limpio.
-¿No mataste a nadie para conseguir esto, verdad?- dijo ella, y se acomodó la ropa.
-No, ya había cenado.- sonrió él, con las manos en la cadera. La observó ahora con más calma, y sintió una especie de pulsación en su pecho.
No recordaba que sea tan bella.
Se mantuvo ocupado todo el tiempo que estuvo lejos de ella. Ganó fuerza, buscó la dichosa flor que parecía huir de él.
Volvió a ver a la Segunda Creciente y esta vez no hubo comentarios innecesarios. Ocupó su mente y canalizó toda su frustración y la ira en un entrenamiento brutal y una cacería despiadada. Se había jurado a si mismo que todo esto no iba a ablandarlo ni a debilitarlo. Seguía siendo un monstruo y no había olvidado eso.
Pero ahora, ella estaba ahí con él y eso lo reconfortaba. No iba a desperdiciar nada de Naoko.
Por su parte ella se quitó las sandalias y las dejó en un rincón, junto con su bolso. Se volvió hacia él y paseó su vista por la habitación.
Era claramente una casa abandonada, pero se notó el esfuerzo de Akaza de hacerla mínimamente habitable. Él había traído un futon y cosas limpias (se imaginó a alguien en otra casa entrando a su habitación y descubriendo que su futon y sus cobertores habían desaparecido.)
Y colocó una lámpara, que daba una iluminación tenue y justa.
Todo eso le daba una ligera sensación de intimidad, y aún asi, era más romántico que lo que se puede encontrar en los barrios rojos.
Se acercó hasta él, alzó sus brazos, y rodeó su cuello. Le puso un beso largo y profundo en los labios y él la apretó contra su cuerpo. Siguió su beso con suavidad, acarició mientras su cabello, cuidadosamente recogido, y quitó el delicado adorno en forma de flor de loto que lo mantenía en su lugar, haciendo que caiga en una catarata negra hasta la cintura de Naoko.
Le encantaba ver su cabello suelto, azabache como la noche cerrada, un total contraste con su piel blanca. Enredó sus dedos con suavidad casi a la altura de la nuca y tiró levemente hacia atrás, exponiendo el cuello en su totalidad, y pasó su lengua desde ese pequeño hueco entre las clavículas hasta su boca, para besarla una vez más, mientras ella con sus manos le acarició el pecho, su abdomen y buscó bajar un poco más allá.
La piel de Naoko se erizó en una notoria ola desde los pies a la cabeza. Su agarre y su lengua, sus besos, su piel...todo hizo que las rodillas le temblaran, y que la llama que sentía en el abdomen crezca, baje, busque aumentar e incendiarla entera.
Cómo pudo y con algo de torpeza porque no es algo que realice seguido, pero sin apartar más de un centímetro su boca de la de ella, Akaza buscó quitar de en medio el Obi, y todas esas capas entrometidas de tela que envolvían a Naoko. Intento y se controló para no romper nada...no sería apropiado que vuelva desnuda a su casa.
Aunque siempre podría conseguirle otro kimono...
Ella lo dejó hacer, le gustaba sentir urgencia por quitar todo y al mismo tiempo no destrozar la tela. Sonrió. Se sentía deseada y no por un simple mortal.
¿Cómo no sentirse bella si un ser que ha vivido más de cien años la deseaba así?
En poco tiempo estaban enredados el uno con el otro en un montón de telas coloridas y arrugadas, seda y fibra, un desorden de deseo, suspiros y miradas.
Naoko entendió entonces cuánto había extrañado a Akaza. Acarició y beso todo lo que pudo, lamió, mordió sus labios y sintió que iba a enloquecer con sus manos. Se sentía casi como un animal, como si fuera un ser puramente instintivo.
Con él recostado sobre el piso, se subió a horcajadas. Movió, hambrienta, su cadera sobre su miembro y Akaza pareció gruñir de placer, el contacto de su dureza con la viscosa suavidad de ella era éxtasis puro. Con ambas manos la tomó del culo, apretó y recorrió el contorno con las palmas hasta su cadera y admiró levemente la figura curvilínea que se formaba sobre él, los muslos suaves, el abdomen terso, los pechos redondos.
Quería estar dentro de Naoko en ese instante y alzó la cadera para hacerselo entender.
A ella le tomó un segundo elevarse con las piernas, posicionarlo y hacerlo entrar.
Dejaron ambos escapar un gemido de placer y satisfacción, a medida que Naoko iba moviéndose arriba y abajo. Mientras el le apretaba el culo y los muslos, ella se sostuvo con sus manos a ambos lados de la cabeza de él, lo que le dejó a su alcance los pechos en un bamboleo tentador. Akaza atrapó uno con los labios, y ocupó una de sus manos en sostenerlo para lamerlo con ansias, mientras la otra sostenía con fuerza la nalga ahora enrojecida por el agarre.
Se tomó todo su tiempo para disfrutar, después de todo lo merecía. Y lo anhelaba, lo supo más de una vez al pensar en ella y sentir esa pulsión sexual.
El ritmo que ella le marcaba era delicioso. Profundo y constante, surcado por gemidos delicados. Pudo anticiparse a su orgasmo porque ella se elevó sobre él, con los ojos clavados en su mirada, las mejillas rojas y los labios atrapados entre sus dientes conteniendo la respiración descontrolada, él no pudo más que recorrerla con la mirada, con las manos, y levantar la cadera un poco para llegar lo más adentro posible. En un par de movimientos ondulantes Naoko soltó su clímax, otra vez mojando la pelvis del demonio con una tibia humedad.
Entonces fue su turno, y cuando ella bajó nuevamente a su cuerpo, en el sopor de la niebla del placer, él flexionó las rodillas, apoyó sus pies en el piso para darse estabilidad y soporte, la abrazó con fuerza mientras la besaba, y la penetró con rapidez, una y otra vez, hasta que sintió que el jugo de Naoko se mezclaba con él suyo.
Esto la tomó totalmente por sorpresa, se aferró entre gemidos con las uñas a los hombros de Akaza dejándole surcos rosaceos y un segundo y potente orgasmo la alcanzó, cubriendo cada centímetro de su piel, de su cuerpo, cada músculo latía fervorosamente y por un momento pensó que iba a enloquecer...jamás le había pasado esto, era increíble y no pudo más que reír suavemente al ver al límite donde él la llevó. Realmente había enloquecido...
Se quedaron así, quietos. Jadeando. Ella sobre él, él sosteniendo sus muslos. La temperatura de la habitación pareció haber subido mil grados.
-Cada vez es jodidamente mejor...- Le dijo él al oído, con una voz tan profunda que Naoko sintió un rayo recorrerle la espalda.
-Veremos hasta donde podemos llevarlo...-Le respondió ella. Se recostó a su lado, y colocó su cabeza en su pecho. Akaza la rodeó con su brazo, y acomodó el otro bajo su propia cabeza a modo de almohada.- No me importa si tengo que pasearme por todo Japón.-
Sus palabras lo reconfortaron. No iba a permitirse pensamientos agobiantes ahora, no en este momento en que las olas del mar del disfrute aún mojaban sus costas.
Los encuentros se fueron dando de modo muy aleatorio. No había un patrón y para Naoko, esa falta de rutina la hacía sentir viva. No saber cuándo. Ni cómo. Ni dónde. Pero acabar siempre gratamente satisfecha y sorprendida.
Llevaron ese vínculo sin nombre por todo el país, por muchas ciudades, incluso al aire libre, en locaciones remotas y con el abrigo de la noche. Se sintió finalmente feliz y aunque sabía muy bien que no debía alimentar sueños, se dijo a si misma desde esa primera noche en Kioto que disfrutaría cada momento con él como si fuese el último. No fue fácil ganarle a su mente en su soledad diaria...y hubo momentos en que realmente cayó en una tristeza atroz.
Pero como si fuese un guiño del destino, en esos momentos, el felino y su carta aparecían en su jardín.
