Capítulo 13

Cepillé mi cabello ensimismada escuchando la dulce melodía que sonaba en mi habitación. Dejé el cepillo a un lado y me crucé de brazos sobre el tocador, apoyando la cabeza en la mesa. Estudié con la mirada la preciosa caja de madera que emitía aquel sonido tan embriagador.

Su diseño era precioso. La caja rectangular estaba pintada de color blanco, recreando el brillo que emitía la luna llena. Tenía detalles dorados a los lados y en la tapa, formando espirales delicadas enroscadas con pequeñas flores. Al abrirla, dos figuras en miniatura bailaban al son de la canción.

Loveday la compró en una de las tiendas artesanales de Edimburgo, las cuales eran famosas en todo el país por los diseños tan originales y hermosos que fabricaban.

Lo más curioso era que no solo se podía utilizar como elemento decorativo o musical, también servía como joyero. Yo no es que tuviera demasiadas joyas, pero me venía muy bien para guardarlas en un solo lugar.

El tío Benjamin también se había acordado de mí durante su viaje. Me obsequió una caja llena de cintas para el pelo, hechas a mano con las mejores telas. Sin duda, era de los complementos que más me gustaba llevar y nunca faltaban en mis atuendos.

Cuando me los dieron en el salón después de cenar aquella noche, me sentí muy feliz, pero no pude evitar acordarme del collar. Siempre lo había usado con cintas alrededor de mi cuello, ya que las cadenas no eran de mi estilo, por muy finas que fueran. Mi padre solía decir que mi madre también tenía esa manía.

Al ver el joyero lleno con los collares y pendientes que había depositado, me seguía pareciendo como si faltara la pieza más importante en su interior. Negué con la cabeza para quitarme de la cabeza esos pensamientos. Era inevitable sentirme algo apenada, pero al pensar en el bien que había hecho al dárselo a aquel marinero, hizo que me sintiera menos triste. Al menos no había sido en vano.

Cerré la caja, deteniendo la melodía antes de que volviese a empezar por quinta vez. Me levanté para dirigirme a la cama, ya era tarde y tenía bastante sueño acumulado. Si no dormía un mínimo de ocho horas o más, no era persona al día siguiente. Me acurruqué entre las sábanas, cubriéndome hasta la nariz. Aún faltaban unos días para el invierno, pero el frío calaba hasta los huesos de igual manera.

En algún momento de la noche oí un tintineo que espantó ligeramente mi sueño. Saqué la cabeza de mis almohadas y observé alrededor de la habitación sintiendo mis párpados pesados. Al no ver nada fuera de lugar, la dejé caer de nuevo sobre el suave cojín blanco como la nieve.

Después de un rato, volví a oírlo, varias veces. Venía de fuera.

Observé la ventana, pensando que se había puesto a llover en algún momento y no me había dado cuenta. Lo descarté al visualizar el cielo despejado con la luna brillando a lo lejos. Lo dejé estar, pensando que era algún animalillo nocturno del bosque.

Cerré los ojos, tratando de volver a conciliar el sueño. Pero los abrí de golpe cuando un chirrido silencioso sonó en el lugar.

Alguien había abierto la puerta.

Me quedé congelada en la cama, mi corazón galopando en mi pecho frenéticamente. Un sudor frío me recorrió la espalda al sentir pisadas detrás de mí. Una sombra se extendió sobre mí, ocultando la luz mágica que desprendía el techo de mi habitación.

Visualicé el candelabro que había justo al lado de mí, bien colocado sobre la mesita de noche. Apreté los labios, debía ser rápida. Con un movimiento me quité las sábanas de encima y alcancé el objeto, empuñándolo con fuerza a la vez que me giraba para atizar con él al intruso. Detuvo mi ataque con dificultad pero logró tomar mi brazo y reducirlo para que no pudiese volver a la carga.

Estuve a punto de gritar para que alguien fuera en mi ayuda, pero tapó mi boca con presteza. Intenté zafarme pero me tenía bien agarrada. Mi voz salió amortiguada en inútiles murmullos. Sentí que cambiaba de posición para que pudiese confrontarlo, aflojando su agarre sobre mí. Mis ojos se agrandaron así como la indignación, la sorpresa y el alivio me invadieron en una ola conflictiva.

—¡¿Robin?! —logré articular cuando quitó la mano.

—¡Shh! ¡Los vas a despertar a todos! —susurró, llevándose un dedo a los labios indicando con la otra mano que bajara el volumen de mi voz.

—¡¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas?! —también susurré, pero en un tono un poco elevado que denotaba irritación—. Me has asustado, ¡idiota! —le di un golpe en el brazo, obviamente sin hacerle daño. A veces pensaba que en vez de músculo tenía hierro bajo la piel.

—¡Lo siento! ¡Perdona! No era mi intención, pero no me ha quedado de otra cuando te he llamado y no respondías —fruncí el ceño, mirándolo atentamente como se acomodaba sentado en el colchón junto a mí.

—¿De qué hablas? No te he oído en ningún momento —se frotó el brazo ligeramente.

—He tirado piedras a la ventana para no llamar la atención de nadie en la casa. Sabía que a la primera no contestarías, pero pensaba que me escucharías después de varios intentos. Podría caer una bomba a tu lado y ni cuenta te darías, qué capacidad para dormir… —rodé los ojos.

—Y como no contestaba te has colado por la puerta secreta —asintió—. ¿Para qué? ¿Qué es tan urgente como para privarme de mi sueño? —me crucé de brazos, aún un pelín exasperada.

—Falta poco para que amanezca —miré a través de los cristales. Tenía razón, el cielo empezaba a esclarecer y dejar atrás la negrura de la noche.

—Ya, ¿y qué?

—Sé qué estás molesta porque te he despertado, pero disimula y muestra algo de entusiasmo al menos. He venido desde muy lejos, por el bosque oscuro, para recogerte e ir a verlo —inclinó la cabeza con pesadez, intentando que sintiera lástima por la expresión de fingida tristeza que me ofreció.

—Agradezco que pensaras en mí, pero tengo sueño. Ve por tu cuenta y otro día vamos los dos, ¿quieres?

—No puede ser otro día.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de especial hoy? —me mostró una sonrisa enigmática que me confundió aún más.

—No lo sabrás si no vienes.

—Detesto cuando te haces el interesante.

—Correción; te encanta que me haga el interesante.

—Si mi tío se entera de que estás aquí, en plena noche y en mi habitación sin supervisión, no me hago responsable de que te utilice como plato de tiro.

—Lo asumiría como el caballero que no parezco pero en realidad soy —pude distinguir un guiño gracias a la luz que se filtraba por la ventana.

—Eres un impertinente.

—Y tú una princesa obstinada.

—Pues esta princesa obstinada va a volver a su merecido descanso —alcancé las sábanas que estaban a los pies de la cama y me las eché encima de nuevo—. Buenas noches —lo oí suspirar pesadamente.

—Bien, no me dejas otra opción.

De repente sentí frío en todo el cuerpo y una corriente de aire por encima de mí. Cuando me quise dar cuenta, Robin me había cargado en brazos, alejándome de mi lecho.

—¡Bájame, patán! —pataleé para que me soltara—. Esto es ridículo. ¡Robin! —me depositó frente a él. Aparté el cabello que se había enredado en mi cara con brusquedad, mirándolo con evidente fastidio. No pareció importarle, ya que sonrió.

—Ahora que ya estás más despierta, será mejor que te cambies, fuera hace frío. No tardes —pasó por mi lado y se dirigió a la puerta lateral, cerrando tras de sí, dejándome sola de nuevo. Bufé audiblemente, confiando en que lo oyera desde el otro lado.

Busqué entre la ropa de mi armario para sacar un vestido cómodo y abrigado que usar. Me puse las botas y me dirigí hacia la puerta, abriéndola para descubrir al chico esperando de brazos cruzados pacientemente. Ni siquiera me molesté en peinarme, mi cabello debía tener un parecido considerable con la melena de Wrolf. Me adelanté ignorando su presencia, no estaba de humor para charlar. Digamos que soy una de esas personas que valoran mucho su descanso y no son dadas a madrugar.

—Usted primero, princesa —lo oí bromear. Me siguió de cerca hasta llegar a la salida que daba a los jardines traseros.

—¿A dónde me llevas? —le pregunté cuando nos adentramos en la espesura del bosque.

—Te doy una pista; es grande y de color azul —no tuve que pensar demasiado.

—¿Vamos a la playa?

—Sí, pero no —arrugué la frente. No le di más vueltas, no tenía ganas de indagar. Caminamos en silencio un rato. De vez en cuando, notaba que se me cerraban los ojos por el cansancio e intentaba espantarlo centrando mi atención en mi alrededor. Pero en un momento dado, tropecé sin darme cuenta con una raíz en el camino. Trastabillé sin llegar a caer, ya que Robin fue lo suficientemente rápido para atraparme antes de inclinarme hacia delante.

—No te sienta muy bien la falta de sueño, ¿eh? —le di un vistazo antes de proceder a incorporarme para reanudar la marcha. Jadeé al dejar de sentir el suelo bajo mis pies. De un momento a otro, me hallé en brazos del chico de cabellos rizados, quien caminaba por el sendero de nuevo.

—¡Robin!

—¿Qué? No me mires así. Eres muy lenta y si no nos damos prisa nos lo vamos a perder —di gracias al cielo que mi cabello cubría gran parte de mi cara, así podía ocultar el sonrojo que teñía mis mejillas. Aparté la vista para mirar el bosque, me negaba a darle la satisfacción de verme nerviosa por su cercanía. Sé que tendría que haberme ofendido o molestado su comportamiento, pero de algún modo, me pareció agradable.

Olía a madera mojada, a tierra húmeda. Era una mezcla de aromas que podías percibir solo en el bosque y, de alguna manera, eso lo hacía único.

—Estás muy callada. ¿Debo temer por mi vida o solo es que el sueño te priva de la buena charla?

—Apostaría más por la primera opción que por la segunda —rió en voz baja, noté como su caja torácica vibraba en mi oído. Su corazón latía rápido en su pecho, lo achaqué al esfuerzo que estaba haciendo por cargarme todo el camino—. Puedes bajarme si peso demasiado —alcé la vista para verlo fruncir el ceño, mirando abajo.

—Princesa, eres igual de pesada que una pluma para mí —seguía notando su ritmo acelerado—. He cargado sacos más pesados que tú.

—Si tú lo dices… —me sujeté a su cuello con fuerza cuando me levantó de un salto para colocarme mejor. Alzó una ceja con suficiencia y yo le sostuve la mirada con obstinación. Estaba claro que mi peso no era un problema para él—. Haz lo que quieras, pero luego no te quejes si te duelen la espalda y los brazos.

—Correré el riesgo —estábamos subiendo una colina bastante pronunciada—. Aún queda un buen rato para llegar. Duerme un poco más, si quieres. Te avisaré cuando estemos allí.

No quise ni tuve fuerzas para contradecirle. Noté como el sueño me volvió a invadir a medida que me mecía en sus brazos, debido a su caminar pausado pero constante. Dejé caer mi cabeza en su hombro, utilizándolo como almohada. En un abrir y cerrar de ojos, me quedé dormida.

—Princesa —una voz grave pero suave llamó cerca de mi oído. Me acurruqué más, escondiendo mi rostro entre la tela lisa—. Maria —susurró, una mano rozó mi mejilla para apartar un mechón de cabello castaño, más bien casi rojizo, que ocultaba mi rostro—, abre los ojos.

Muy a mi pesar, hice lo que me dijo. Los abrí para ver a Robin, aún sosteniéndome cerca, sonreír tenuemente. Hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia delante. Desperezándome internamente, me giré levemente para ver qué era lo que quería mostrarme. Nos encontrábamos en el anfiteatro, donde las perlas fueron devueltas al mar.

Pero eso no fue lo que me impresionó, sino lo que se encontraba más allá del acantilado.

El sueño se fue tan rápido como llegó. Abrí los ojos, impresionada por las vistas que teníamos desde allí. El chico me depositó sobre el suelo cuidadosamente, mientras que yo, por mucho que quisiera no pude apartar la vista del horizonte.

El mar, usualmente teñido de un color azul oscuro, reflejaba el color plateado de la luna que se entremezclaba con el dorado del sol que estaba saliendo en ese preciso instante. Nunca había visto algo tan hermoso en mi vida.

—Es… —no me salían las palabras— Es lo más bello que he visto, Robin.

—Sí, lo es —lo observé, de pie a mi lado, lanzándome una mirada que casi me dejó sin pensamientos—. Sabía que te encantaría —sus ojos se posaron en el vasto mar. El resplandor bañaba sus rizos, haciendo que parecieran más áureos de lo que ya eran—. Esto no ocurre todos los días. Cuando falta poco para el equinoccio de invierno, el sol y la luna se encuentran en un momento dado y el mar refleja los rayos de la estrella que baña el astro, formando ese color tan peculiar en el agua. Para los habitantes del valle, esta es la señal de que el invierno ha llegado por fin —explicó, abosrto—. Hasta el año que viene no se volverá a repetir, por eso quería mostrártelo.

—Parece cosa de magia —sonreí. La luz reflejada en las aguas resplandecía tanto que podía dejar ciego a cualquiera.

—Puede ser. Después de todo, esto es Moonacre —señaló a nuestro alrededor dramáticamente, haciendo que riera.

—Sí, no hay lugar más mágico que este.

—Entonces, ¿ha valido la pena despertarte y que andaras todo el camino molesta conmigo, después de todo? —preguntó de manera burlona y maliciosa. Abrí la boca, pero opté por no darle lo que quería, callando y evitando su mirada—. Lo tomaré como un; "Gracias, Robin, eres el mejor por mostrarme las maravillas del mundo".

—¿Para qué quieres que te lo diga si ya te lo dices tú solo? —caminé hasta el mirador al borde del acantilado. Recogí mi falda y me senté en el borde. Miré hacia atrás para ver a Robin un poco tenso a pocos metros—. ¿Qué? No me digas que te dan miedo las alturas.

—¿Te recuerdo que casi mueres saltando de ahí?

—Bueno, pero no lo hice. Además, no es como si quisiera zambullirme ahora —me encogí de hombros—. ¿Por qué estás tan inquieto? Preocupado, ¿de nuevo? —esta vez era mi turno para burlarme libremente de él. Por mucho que lo hubiese negado, ese día lo oí gritar poco después de que me lanzara al mar.

—No, pero si resbalas vamos a tener un problema —se dejó caer junto a mí, sus piernas colgando al lado de las mías en el borde—. Tendría que lanzarme detrás de ti y no me apetece mojarme las botas. El cuero cuesta mucho de secar.

—¡Vaya, qué considerado! Pero sé nadar, como me enseñaste no hace mucho —le recordé, haciendo alusión a ese mismo verano, en el cual se había ofrecido a darme algunas clases por si lo necesitaba en el futuro. Ese día fue muy divertido. Nunca había estado en la playa antes y mucho menos había jugado con el agua y la arena.

—Eso no quita que fuera a buscarte igualmente.

—¿Lo harías? —alcé una ceja.

—Imagínate que te da un calambre por el impacto y no puedes nadar. Nunca se sabe—se encogió de hombros, indiferente.

—Lo que tú digas, Robin.

—¿Por qué me da la sensación de que estás disfrutando mucho burlándote de mí, princesa?

—No lo sé… Dejaré que lo pienses y averigues por ti mismo, pajarito —reí, fijando la mirada en el mar. Oí que se quejaba a mi lado, pero no le duró mucho el enfado y también se quedó observando el espectáculo que teníamos frente a nuestros ojos.

Me alegré mucho de poder vivirlo con él.