2. Sueños Infinitos
Miroku veía a Inuyasha un poco desconcertado y pensativo por lo que le había sucedido el día anterior, aunque la realidad era que no había querido hablar del tema, mucho menos había aceptado la idea de ir a ver a la señorita Kagome, pues creía que verla lo animaría un poco o al menos podría tranquilizarlo, ella tenía ese poder sobre él después de todo.
—Deja de verme así Miroku —se quejó Inuyasha rodando los ojos por milésima vez aquel día; ya se estaba cansado de que aquel monje lo viera con aquella intriga, no entendía por qué no podía dejar el asunto en paz.
—¿Qué sucede? —preguntó Sango al ver la extraña interacción entre los dos, a lo cual obtuvo por respuesta un incómodo silencio. Ella suspiró con algo de fastidio, no podía creer que en el momento en que Kagome no estaba cerca aquellos dos comenzaban a comportarse como críos, aún más de lo que acostumbraban, esperaba que Kagome no tardara tanto en su época.
Los tres se encontraban caminando a una aldea no tan lejana, pero les llevaría unos tres días llegar allí, apenas el tiempo justo para ir y regresar para encontrarse con Kagome; el monje Miroku había sido contactado por un monje de aquella aldea, al parecer habían estado sucediendo cosas extrañas en aquel lugar y el monje no había podido acabar con el problema, y al enterarse de que Miroku se encontraba más o menos cerca mandó a pedir su ayuda, así pues, se pusieron en marcha.
—Creo que este lugar será el mejor para detenernos por hoy —sin mayor discusión se detuvieron a pasar la noche ahí, Inuyasha no sentía la necesidad de dormir realmente, por lo que enseguida se subió a uno de los árboles y se sentó, aquella era clara señal de que se quedaría a vigilar, Miroku y Sango se quedaron viendo y levantaron los hombros, ya sabían que a Inuyasha le costaba trabajo descansar cuando Kagome se encontraba lejos de él; Sango no pudo evitar sonreír con ternura, Inuyasha era completamente transparente en cuanto a sus sentimientos por la chica del futuro.
La noche había caído ya e Inuyasha continuaba despierto, aquella sensación de angustia no había logrado abandonar su cuerpo, era como si se le hubiera colado entre los huesos; suspiró hondo y volteó a ver a sus amigos, quienes parecían no tener problema alguno para dormir, por un momento los envidió, pero al ver más detenidamente el rostro de Miroku se daba cuenta que algo no andaba tan bien, seguramente estaría soñando con Sango y uno de sus golpes.
Miroku se levantó y observó a su alrededor, vaya, aún era de noche, era extraño, parecía haber dormido por varias horas, aunque no era el único que se encontraba despierto, en medio de la oscuridad pudo ver el rostro de Sango, quien lo observaba con extrema lentitud.
—Sango —llamó Miroku en medio de la noche
—Miroku —aquello lo tomó por sorpresa ¿desde cuándo Sango le hablaba con aquella candidez?
El Monje no salía de su asombro cuando vio a Sango acercarse a gatas hacia él ¿pero que rayos? ¿Qué pasaba?
No tuvo tiempo de procesar lo que acaba de ver cuando abrió los ojos, ¿en qué momento los había cerrado?
—Buenos días su excelencia —le saludaba Sango, aunque ahora sí parecía ser ella misma ¿había sido un sueño?
—Andando Miroku o no llegaremos nunca —carrereó Inuyasha ya unos metros adelante.
Vaya, había sido un sueño, un sueño demasiado atrevido aún para él. De pronto escuchó el grito de Shippo, venía corriendo y el aire le faltaba en los pulmones.
—¡Inuyasha! ¡Inuyasha! Tienen que regresar —corría Shippo hasta ellos—, deben regresar, la aldea, la aldea está destruida y y además —comenzó a sollozar—, Kagome ella, ella está…
Inuyasha tomó del cuello al pequeño zorro obligándolo a hablar de una buena vez.
—Está muerta —¿cómo…? Todos se quedaron callados, no sabían qué decir ni qué hacer, cómo era posible que Kagome estuviese muerta, se suponía que ella se encontraba a salvo en su época, aquello no tenía sentido.
Miroku veía a Inuyasha caer de rodillas, incapaz de hacer más nada, golpeaba el suelo con sus nudillos, las lágrimas caían por su rostro.
—Inuyasha —murmuró, no tenía palabras para consolarlo, no sabía qué hacer tampoco.
Sintió como cayó de un golpe al suelo, se levantó casi de un salto abriendo los ojos de par en par ¿qué había pasado?
—¿Qué te sucede? Parece que viste un fantasma Miroku —se burló Shippo a su lado; aquello comenzaba a parecerle demasiado extraño, ¿acaso había sido un sueño? Parecía que no terminaba de despertar nunca, como si se tratara de sueños infinitos, no terminaban, uno tras otro, salía de uno para entrar en otro, ni siquiera en ese momento estaba seguro si aquello era real o no.
Shippo pudo ver el aturdimiento del monje, por lo cual aprovechó y le dio una bofetada, el monje no dijo nada, sólo lo volteó a ver y llevó la mano a su mejilla, ¿era real? No podía estar seguro.
—Miroku… ¡Miroku! Deja de actuar como un tonto —chilló Shippo al ver que el monje no reaccionaba ni siquiera así.
Miroku se levantó de aquel lugar y comenzó a caminar, ya se estaba cansado de que nada de ello fuera real, quería despertar de una buena vez, a menos que aquellos sueños sin fin significaran que estaba muerto, no, esperaba que no.
—¿Qué le sucede? —preguntó Inuyasha a Shippo, quien sólo levantó los hombros y negó con la cabeza, no tenía idea de qué era lo que le sucedía.
Cuando al fin Miroku creyó que aquel sueño terminaría, no fue así, el sueño continuaba y continuaba, ya casi llegaba al fin el día, acaso ¿era esa la vida real? Aun después de pensárselo por un par de horas, aún dudaba de la veracidad de aquel momento, pero tenía que ser real esta vez, tenía que serlo, bueno suspiró cansado.
—Será real o no, pero es lo que es ahora mismo —el monje pensó en una buena forma de comprobarlo, pues de ser un sueño seguramente Sango le seguiría el juego, tal como lo había hecho anteriormente, así que se decidió, fue a donde se encontraba Sango y bueno… la marca en el rostro del monje dejaba en claro que aquello era la vida real.
—Monje libidinoso —masculló Sango alejándose tan ruborizada que tenía el mismo color que la marca que le había dejado a Miroku en la mejilla.
—… —Miroku sonrió a pesar del dolor en su cara, definitivamente aquella era la vida real.
