Disclaimer: Los personajes de Inuyasha son de Rumiko Takahashi.

PARTICIPANDO EN LA DINÁMICA #El_Festín_de_Horror de la página de Inuyasha Fanfics de Facebook.

Advertencia: Descripciones fuertes y muertes de personajes.

4 y 5. FOBIAS Y AMNESIA

KOGA

Su instinto siempre lo había enorgullecido. Siempre supo escapar de cada uno de los peligros, cauteloso de los demonios más poderosos que él. Por suerte, aquellos fragmentos incrustados en sus piernas le permitían correr a una velocidad tan impresionante que ninguno de ellos había sido capaz de atraparlo. Por ello, no comprendía por qué en este momento parecían estar hechas de hierro, sujetas con fuerza sobre el suelo.

Podía sentir cada vello de su cuerpo erizarse. Su corazón golpeaba con tanta velocidad, que juraría que se escaparía de su pecho, tenía las manos tan apretadas que no estaba seguro si era sudor o sangre el líquido que corría por sus dedos. Intentó moverse nuevamente, pero su cuerpo estaba entumido, sus pies no cooperaban y sus piernas temblaban.

Y ella no dejaba de amenazarlo.

Kagome le apuntaba con su arco. Podía notar en ella cómo las manos le temblaban y las lágrimas corrían por sus mejillas; sin embrago su mirada se mantenía fija en él. Koga estaba seguro que ella no parpadeaba, seguramente para no perderlo de vista.

Una brillante luz rosada comenzó a emanar de Kagome, rodeándola con tal fuerza que casi le cegaba. Hubo una implosión y todo ese brillo se concentró en la punta de la flecha de la sacerdotisa. Fue instantáneo, cómo si desde su interior le estrujaran los intestinos y el corazón. Koga casi cae al suelo del dolor y las náuseas que se estaban generando en sus entrañas.

Pánico.

—¿Cómo pudiste hacerlo? —le preguntó Kagome con una voz calmada. Había reproche en sus palabras, pero no en su tono de voz, como si algo se hubiera apagado dentro de ella.

Koga no entendía de lo que hablaba. ¿Por qué aquella muchacha que siempre fue amable, parecía odiarlo tanto en ese momento?

—No respondes —continuó hablando Kagome con voz seria—. Antes de matarte, te pediré que saques tu asqueroso pie del cuerpo de mi amigo.

Un escalofrío lo recorrió por toda la espalda. Con mucho esfuerzo y temor, movió un poco sus pies, con la esperanza de sentir sólo el polvo y la tierra del suelo, pero un líquido viscoso se deslizo entre los dedos de uno de ellos. Koga cerró los ojos alarmado, sin comprender de quien era el cuerpo debajo de él. Tuvo que tomar una respiración profunda mientras agachaba él rostro y se preparaba para mirar quien estaba debajo de él. Si se trataba de Inuyasha, aún existía la posibilidad de salvarlo. Aunque el inexistente movimiento de la carne a su alrededor debió de darle una señal.

El lobo abrió los ojos y quiso gritar de la frustración. Sacó su pierna del cuerpo con resignación, causando un grotesco sonido al retirarse el cual no pudo evitar.

Era el monje.

Las telas moradas, se habían vuelto casi negras al combinarse con la sangre. Yacía boca arriba, con los ojos abiertos y evidentemente sin vida.

Él lo había matado. Pero no entendía cómo. Jamás lo haría, eran los amigos de su mujer, él sabía que ella jamás podría perdonarlo. ¿Por qué no lo habían detenido? ¿Dónde estaba ese estúpido perro cuando era necesario?

—¿Debería deshacerme de ti por partes? —la pregunta lo hizo mirarla nuevamente. Kagome parecía vacía. Ahora ya no lo observaba, si no a cuerpo muerto frente a él. —Miroku —la escuchó murmurar, por primera vez con un tono cercano al sollozo—. Lo siento tanto.

Terminando de decir la frase, soltó la flecha en dirección a él. Koga no fue capaz de moverse, sólo recibió con fuerza el ataque de la que consideraba su mujer y su amiga.

La flecha penetró en la pierna que momentos antes había estado dentro del pecho del monje. Koga había visto monstruos desintegrarse gracias a las flechas de Kagome, pero en esta ocasión no había sido el caso. El filo puntiagudo entró en su pierna, quemando poco a poco la carne a su alrededor, cómo si se tratara de un fuego invisible que le consumiera lentamente.

—Esa es por Miroku —dijo ella colocando otra flecha sobre su arco, apuntando hacia el nuevamente.

Koga quiso gritar, disculparse y suplicar. Pero estaba paralizado. No estaba seguro si era a causa del miedo o algo más le impedía salir corriendo de ese lugar. Escuchó un suspiro cansado, proveniente de la muchacha frente a él.

Kagome soltó su segunda flecha, dando directamente al tobillo de la pierna en la que se sostenía. Por inercia, su cuerpo cayó sobre sus rodillas, presa del dolor que lo estaba consumiendo en sus extremidades inferiores. Se sostuvo con uno de sus brazos con dificultad. Miró detrás suyo, a sus piernas. Al caer, las flechas se habían roto, pero las afiladas puntas se mantenían incrustadas en su carne; casi podía jurar que veía el resplandor brillante atravesando su chamorro.

—Esa es por Shippo —Kagome se acercó a él agachándose en cuclillas frente al mal herido lobo—. ¿Qué peligro podía ser para ti mi pequeño zorrito? —preguntó enojada. Se levantó tomándolo de la coleta y le hizo girar el rostro bruscamente a su izquierda—. No me importa que tan malvado puedas ser, para mí es sólo un niño —Kagome lo obligó a mirar la escena, el pequeño zorrito estaba inerte a unos cuantos metros—, era… un niño.

Kagome soltó el cabello de Koga. Caminó desesperada frente a él de un lado a otro, analizando la situación. Su arco había quedado atrás, pero aún llevaba cruzado en el pecho su aljaba. Estiró la mano detrás de ella y sacó otra flecha.

—Mira, seré buena. Una flecha por cada uno de ellos —mencionó mientras se inclinaba frente a él nuevamente. La flecha en su mano comenzó a brillar, sin necesidad de ser cargada en el arco de la sacerdotisa—. Me alegro que Miroku te colocara los últimos pergaminos— agregó con calma—. Si no estuvieras inmovilizado no sería capaz de hacer todo esto.

"¿Pergaminos? ¿Cuáles pergaminos?" se preguntó Koga.

Kagome, como si jugara con tierra y una rama, comenzó a enterrar su tercera flecha en la mano de Koga. Inmediatamente el dolor le recorrió por todo el brazo al joven lobo. Si fueran flechas normales, ese dolor no sería de tal magnitud.

—Hagamos esto rápido—mencionó ella antes de enterrar una cuarta flecha en la última extremidad libre del lobo—. Sango y Kirara siempre estaban juntas —dijo mientras tomaba otras dos flechas de su espalda. Suspiró molesta.

Koga pudo vislumbrar la duda en los ojos de Kagome. Era obvio que su interior estaba corrompido por el dolor y la pérdida de sus amigos, pero ella jamás había sido así, jamás había torturado a nadie. Sintió que el corazón se le estrujaba al verla sentarse frente a él y sollozar de una manera tan dolorosa que pensó que había perdido la cabeza.

—¡Mierda! —gritó enojada entre lágrimas—. Te divertiste mucho, ¿verdad? —Kagome ahogó un grito entre sus sollozos antes de seguir reclamando al moribundo ser frente a ella—. Qué cobarde de tu parte, confiábamos en ese rostro. Un amigo que siempre nos cuidó… ¿¡Cómo pudimos ser tan idiotas!? —la sacerdotisa rio con sarcasmo, antes de agregar: —Hasta Inuyasha confiaba en ti, ¿te fue sencillo matarlo por la espalda, imbécil cobarde? —cuestionó.

Koga no sabía de lo que hablaba. ¿Qué fue lo último que hizo? ¿Cómo había llegado hasta ese lugar? Miró a su alrededor. Estaban en la aldea en la que los muchachos se reunían, aunque parecía algo desolada.

Cercano a ellos estaban sólo el cuerpo del monje y del pequeño zorro, pero más a lo lejos, pudo distinguir el pelaje de la nekomanta que los acompañó en tantas ocasiones. La observó con cuidado, se mantenía en su tamaño grande, abrazando entre sus patas el cuerpo de la cazadora. La criatura aún estaba viva, pero su respiración era errática, seguramente solo esperaba la muerte en compañía del cadáver de su dueña.

Faltaba Inuyasha. Su mirada vagó por el lugar, esperanzado de encontrar herido, pero vivo, al semi demonio. Cuando localizó las vestimentas rojas que tanto lo caracterizaban, sintió que volcaría su estómago en ese instante. El cuerpo de Inuyasha estaba sentado frente a una casi extinta lumbre de hoguera, pero el blanco cabello que lo distinguía se encontraba en el suelo y en un bulto a unos cuantos metros del cuerpo.

Koga cerró los ojos, queriendo despertar de esa pesadilla. No sentía gran afecto por ninguno de ellos, pero sí por Kagome. Además, él era un hombre leal y fiel a su manada; y siempre los consideró a ellos cómo sus camaradas.

—Me los quitaste —sollozaba Kagome mientras se abrazaba a sí misma, tratando de consolarse.

Koga quiso abrazarla, jurarle que no había sido el quien realizó todo ese horror que ahora atormentaba a su querida sacerdotisa, pero no podía, seguía sin tener control de su cuerpo o de su voz.

Kagome se levantó y limpió las lágrimas que aún corrían por sus mejillas. Aún quedaban dos flechas entre sus manos. Tomó una de ellas y la enterró con fuerza en el corazón del inmóvil lobo.

—Me quitaste mi corazón —susurró en su oído vengativa—. Mi Inuyasha.

La flecha no estaba cargada con energía para purificarlo, seguramente porque de ser así habría muerto al instante, y aún quedaba una flecha más.

—Se lo advertí, que no debía ir a enfrentarte solo —dijo Kagome jugueteando con la punta de la última flecha sobre uno de sus dedos —. Ahora todos salimos perdiendo por la terquedad de un lobo —Kagome se detuvo frente a él, con la flecha colocada estratégicamente debajo de su barbilla, comenzando a cortar la delgada piel —Naraku… —escupió con enojo— ¿Cómo te atreviste a tomar el cuerpo de Koga?

Con un impulso final, atravesó el cráneo del lobo con la última flecha en sus manos. Utilizó lo último que le quedaba de recuerdos felices para reunir energía y purificar el cuerpo que había sido tomado por su enemigo. Kagome no pudo dejar de llorar, al ver el rostro de su amigo embozar una sonrisa de resignación y entendimiento ante sus palabras finales.

Los fragmentos ennegrecidos le llamaron la atención. Naraku había tomado posesión del cuerpo de su amigo en un intento de ser un demonio completo. Llegó a ellos juguetón y divertido cómo en otras ocasiones, pero atacó a Inuyasha por su espalda. Sango fue la primera en reaccionar, perdiendo la vida al recibir de regreso su boomerang con la velocidad que caracterizaba al lobo. Kirara y Shippo los persiguió con diversión.

La voz de Koga, sonaba distorsionada con la de Naraku, burlona ante los sobrevivientes.

Todo este tiempo había pensado que el alma de Koga no estaba dentro de su cuerpo, pero al ver su rostro en ese último momento, estuvo segura que su amigo había retomado el control por un instante, ese momento que Miroku aprovechó para acercarse y colocar sus pergaminos cómo último intento de detenerlo, antes de perder la vida en ello. Su amigo había regresado a su cuerpo y ella lo había torturado.

La mente de Kagome se bloqueó, incapaz de seguir pensando en todo lo que sucedió ese día. Quitó ambos fragmentos de las piernas del cuerpo de Koga, pero en esta ocasión, diferente a las demás, estos no resplandecieron al purificarse.

—Supongo que mi trabajo aquí terminó —habló consigo misma, tirando los fragmentos contaminados al suelo—. Hora de volver a casa.

FIN

¡Ay! No saben lo difícil que fue para mí escribir esto, pero estoy saliendo de mi zona de confort lo más posible. Si llegaron hasta aquí, muchas gracias por leerme.

Quiero que disfruten de mis historias como yo lo hago con muchas de las de ustedes. Dejen sus sugerencias en sus comentarios.

Muchas gracias.