Lo que queda de nosotros
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa en el "[Multifandom] Casa de Blanco y Negro 4.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
1
Incienso
Comenzó con una conversación escuchada a escondidas.
No era que Aemond Targaryen pretendiera espiar a su madre en la Cámara del Consejo, pero una vez que comprendió el cariz de la reunión, no pudo moverse de su sitio.
Se agazapó detrás del panel calado y observó. Su madre y su abuelo, Otto Hightower, estaban sentados a la mesa. Ella estaba a la cabeza, de modo que Aemond podía ver su perfil de forma recortada: los rizos caoba que caían sobre los hombros, la nariz respingona y los labios llenos. Tenía las manos apoyadas sobre la superficie de madera. Desde su posición podía ver que los nudillos estaban descascarados, un hábito que ella invocaba cuando estaba desbordada. Su abuelo, en cambio, estaba de frente al panel,ñ. Era cuestión de que elevara la mirada para que lo descubriera.
A lo largo de la sala había unos cuantos candelabros distribuidos, por lo que estaba ampliamente iluminada. Había unos inciensos encendidos, cuyo aroma era tan intenso que traspasaba las paredes y picaba en su nariz.
―¿Qué opina Su Alteza de la decisión? ―preguntó su abuelo con precaución.
Su madre suspiró.
―No sabe nada al respecto ―contestó―. Ya sabes cómo es el Rey. Para él no existe nadie más que Rhaenyra. ―Frunció los labios, claramente disgustada―. Incluso después de…
―Comprendo a lo que te refieres, hija mía. Pero me temo que no es adecuado expresar con tanta libertad lo que piensas de su hija. Después de todo, las paredes podrían tener oídos.
Ella miró derredor con la sospecha instalada en su mirada. Aemond tuvo que hacerse a un lado para que no pudiera verlo.
―Lo que me preocupa no es Viserys sino Helaena. No siente ningún tipo de afecto por él. O por alguien en general.
No le gustó que dijera eso de su hermana porque no era cierto. A Helaena le gustaba preservar su espacio personal, rehuía de las atenciones maternales, pero sentía cariño y compasión. Al menos con Aemond era así.
Ella había estado a su lado después de que el bastardo Strong le quitara el ojo. Había sostenido su mano hasta que se le pasó el efecto de la leche de amapola y le leyó las historias de la vieja Valyria para consolarlo. Desde entonces, su relación se había estrechado profundamente.
―Helaena es una niña razonable que sabrá cumplir con su deber. Aegon, en cambio, es conocido por sus gustos peculiares. ―Era un eufemismo llamar de esa forma a las perversiones de su hermano, pero Aemond no pudo intervenir―. Jamás encontrarán la felicidad.
―Yo jamás la encontré, padre ―le recordó―. Ellos tienen que casarse para que, cuando llegue el momento, Aegon tenga más legitimidad. Niños con rasgos valyrios como herederos se la darán.
Aemond Targaryen comprendió lo que pretendían. No solamente querían casar a Helaena, su querida hermana, con Aegon, un borracho depravado que pasaba más tiempo en la Calle de la Seda que en la Fortaleza Roja, sino que, además, estaban conspirando para convertir a Aegon en el próximo Rey de los Siete Reinos.
