Lo que queda de nosotros

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.

Esta historia participa en el "[Multifandom] Casa de Blanco y Negro 4.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".


4

Vainilla

La mayoría de las veces, Aemond Targaryen ignoraba las palabras que salían de la boca de Aegon, pero el «si en verdad la quisieras, la tomarías sin preguntar» quedó calado en su mente.

Había intentado hablar con su madre, pero eso no había funcionado. Tampoco tenía sentido recurrir a su abuelo porque si él, que sentía una marcada debilidad por Helaena, no había conseguido impedir el compromiso, nada ni nadie podría hacerlo.

Pero no estaba dispuesto a quedarse con los brazos cruzados. Se obligó a aceptar en voz alta que él quería a su hermana, la quería como Aegon jamás podría hacerlo, pero ¿Helaena correspondía sus sentimientos? ¿O solo sentía amor fraternal?

Nunca iba a saberlo si no se lo preguntaba, por eso fue a buscarla.

Helaena estaba en su habitación, acurrucada en un rincón. No había salido de allí desde que su madre le había comunicado oficialmente el compromiso. «Pronto lo anunciaremos para toda la corte», le dijo. Aemond, una vez más, escuchó a escondidas. Luego, Aegon le juró que no tenía ningún interés en su hermana o en consumar el matrimonio, dejándole la puerta abierta a la osadía que estuviera dispuesto a cometer.

―Ya está hecho, Aemond ―dijo en un susurro. El pelo le caía sobre los ojos amatistas. Se dio cuenta que tenía el vestido destrozado―. Tendré que casarme con Aegon. Padre está tan feliz con nuestro compromiso ―comentó con tristeza.

Aemond no dudaba de que fuera así. Su padre vivía en su propia realidad, lejos de los conflictos en los que estaban inmersos. La idea de más nietos debía regocijarlo.

―Le pedí a Madre que te convirtiera en mi esposa ―confesó con la voz rota. Ella tenía que saber que no había permanecido indiferente a su malestar, que había actuado para cambiar su destino―. Le rogué que lo hiciera, pero ella no me escuchó.

Helaena le acarició la mejilla.

―¿Enserio hiciste eso por mí?

―¿Por qué el tono de sorpresa? ―preguntó―. Tú estuviste a mi lado cuando más te necesite ―le recordó. Le besó los nudillos y la muñeca. Olía a esencia de vainilla―. Yo te quiero, Helaena. De verdad te quiero.

Él aguardó su respuesta.

Helaena se inclinó en su dirección, tan cerca que su aliento le cosquilleó en la mejilla. Aemond contuvo la respiración, sintiendo que el tiempo se detenía a su alrededor; luego, ella lo besó. Fue un roce, pero ese roce fue suficiente para sentir un resquicio de esperanza en su interior.

―Yo también te quiero, Aemond ―respondió para su sorpresa.

―¿Sabes? Existe una forma de que ganemos esta batalla. Aunque te cases con Aegon, podemos estar juntos ―dijo. Sabía lo que estaba insinuando: traición, vergüenza para su familia, deslealtad a su propio hermano, pero no se arrepentía en absoluto―. Puedes tomar té de luna y jamás nos descubrirán.

―No quiero tomar té de luna ―contestó ella, segura de sus palabras.

Esta vez fue Aemond quien la besó, sellando así el pacto que acababan de hacer.