Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.


Ni siquiera había tenido tiempo de descansar cuando unos golpes en la puerta perturbaron su sueño. Nami bostezó, recelosa de dejar la cama, pero abrió para encarar aquella desagradable cara con la que convivía –para su desgracia– diariamente.

–¿Qué quieres? –murmuró sin muchas ganas de hablar.

–¿Aún no te has largado? –preguntó su tío con tono autoritario– El alquiler no se paga solo, creía que ya se te había metido en esa cabeza hueca que tienes.

La chica casi le cierra la puerta en su cara, pero para evitar mayores problemas derivados de su impulso, solo se dedicó a fingir una amplia sonrisa.

–Estaba buscando la ropa adecuada, ahora me voy tío Arlong.

–Bien, espero que vuelvas con algo jugoso –le respondió el hombre, dándose la vuelta y regresando al pasillo.

Nami ahora sí que pudo cerrar la puerta, y lo hizo con algo más de fuerza de la que deseaba. No siempre podía controlar sus emociones, en este caso volvía a estar enfadada de nuevo. Aquel hombre era horrible con ella, y siempre lo había sido.

Años atrás vivía feliz con su hermana mayor de nombre Nojiko, junto a su madre adoptiva Bell-mère. Apenas tenía seis años cuando Nojiko descolgó aquel teléfono y la vio temblar. En el camino a la comisaría reinó el silencio, pero Nami era lo suficientemente inteligente para saber qué estaba pasando.

Bell-mére era policía y ese día estaba de servicio, atendiendo un atraco al banco del barrio. Tuvo mala suerte de que el ladrón estuviera armado, ella decidió interponerse entre la bala y una anciana. Llamaron a la ambulancia, pero poco pudieron hacer. Nunca olvidaría el día en que tuvo que acudir a su funeral. Desde entonces su vida solo había sido una sucesión de desgracias, una detrás de la otra.

Ambas niñas eran menores, con su madre fallecida debían volver al orfanato. Pero de pronto apareció un hermano de ella, reclamando la custodia y entonces los servicios sociales entregaron a ambas crías para lavarse las manos. Su madre jamás había nombrado a Arlong y tras el primer año con él descubrieron el porqué deseaba mantenerlas alejadas.

Ese hombre era de la peor calaña, metido en el tráfico de drogas de los peores barrios. Tenía comprada a la policía que vigilaba los distritos cercanos, prácticamente era intocable, ninguna persona se atrevía a plantarle cara. Por lo que nadie reclamó que dos niñas no estuvieran escolarizadas o peor aún, que las tuviera trabajando a tan pronta edad.

Nojiko, que era más mayor y espabilada, había accedido a ser la camarera del bar de mala muerte que frecuentaba su tío junto a sus amigos de la banda. Nami, sin embargo, era más torpe, pero más inteligente y astuta. Cuando Arlong les había pedido un alquiler al mes para tenerlas en casa, ella había aprendido a robar hábilmente.

No siempre se salía con la suya, se había llevado alguna que otra paliza, regresando a las tantas al bar de Nojiko, y ésta la había reprendido mientras curaba sus heridas. Pero ya no tenía remedio, era buena robando y así se ganaba la vida.

Ahora esos días quedaban algo lejanos, ella tenía diecisiete años pero seguía en la misma situación. El mes pasado había tenido que cubrir el alquiler de Nojiko porque estuvo enferma una semana y Arlong no les perdonaba ni una. Ahora apenas tenía dos días para conseguir el suyo, y esa noche pensaba dar un pequeño golpe.

Debía moverse astutamente por los locales de la ciudad de Dressrosa, pues no quería llamar la atención en exceso. Muchos robos en la misma zona eran sospechosos. Así que hoy marcharía a una zona algo más lejos, otro día más de colarse en el metro, pues Nami era tacaña hasta la médula.

Sacó varios vestidos y arrojó las perchas en la cama, mirando pensativa cuál sería el adecuado. Meditó mejor, no iba a ninguna cena de gala, ni local elegante ni casino a timar a alguien. Tenía una partida pendiente en un garito de apuestas ilegales, un vestido no venía al caso.

Recogió todo de nuevo, sacó lo primero informal y cómodo que vieron sus ojos. Una falda vaquera de color azul oscuro y un crop top blanco con el estampado de un gato, porque ella amaba esos animales. Junto a su cinturón favorito y unas pulseras, iba perfecta. Perfecta para timar a un grupo de pringados, pensó entre risas.

Luego se sentó en su escritorio para maquillarse un poco y dar el toque final a su nuevo look. Un poco de base para tapar las ojeras e imperfecciones, sombra de ojos, colorete y pintalabios rosa. Quería ir mona pero no destacar en exceso. Se dejó una coleta alta y algún que otro mechón suelto delante de su rostro.

Se miró al espejo después de acabar todo, estaba orgullosa de su obra. Se veía guapa y exuberante. Tomó su mochila favorita, donde guardaba todo lo necesario, el teléfono, cartera con algo de dinero, tarjetas falsas… y su fiel arma que la acompañaba a todos lados, una vara de madera extensible con la que había aprendido a defenderse años atrás.

Tomó las llaves de casa, intuía que llegaría tarde y no estaría Nojiko para abrir la puerta. Se despidió de su habitación, como si sus cosas fueran algo con vida a lo que echar de menos, y bajó las escaleras de aquel destrozado apartamento.

En el salón estaba su tío con varios amigos, bebiendo cerveza en el sofá y gritando a una pantalla de televisión donde había un partido de fútbol. Nami rodó los ojos, todos los días igual. Realmente deseaba el día en que pudiera irse sin mirar atrás…

–¿Por fin te vas? –Arlong interrumpió sus pensamientos.

–Si –caminó hasta la entrada bajo la atenta mirada de los hombres– Y volveré tarde.

Arlong se encogió de hombros, realmente le daba igual. Mientras entregase el dinero a tiempo o no metía en exceso las narices en algún problema, poco le importaba qué hacía aquella chica con su tiempo libre.

Ni siquiera se despidió, la chica ya había cerrado la puerta girando dos veces la llave. Luego miró la luna en lo alto del cielo, serían las diez de la noche, no había cenado, pero si todo iba bien pronto podría darse el lujo de invitar a Nojiko a algún restaurante no muy caro.

Aceleró el paso hasta la entrada del metro de su barrio, las calles no eran seguras y menos para una mujer. Todo apestaba a basura, meados y excrementos. La mitad de las casas estaban a medio derruir, aunque a la suya poco le faltaba también. La mayoría de negocios habían huido de la zona por los constantes problemas con los delincuentes.

Afortunadamente, no se cruzó a nadie más que a un par de ratas que rebuscaban en el cubo más cercano, al final de la calle ya veía su destino. Bajó las escaleras de la estación, bastante poco iluminadas para su gusto, sus pasos rebotaban por los azulejos de las paredes.

Estaba completamente desierto, una luz parpadeaba de fondo, otra vez ese insoportable hedor a mierda. Ya estaba más que acostumbrada, así que no necesitó taparse la nariz. Al llegar a los tornos, los saltó por encima sin ninguna dificultad. Era ligera y ágil.

Sonrió con burla a la cámara destrozada y pintada que decoraba el inicio de las escaleras mecánicas, la ley no tenía cabida en ese barrio. Todo estaba lleno de grafitis y montones de basura de todo tipo.

Finalmente llegó al andén, el tren tardó poco, se subió en el vagón más alejado, donde no había nadie. El viaje hasta su destino sería largo, así que se sentó y esperó con calma a que avanzara el tiempo, con la mirada fija en la oscuridad del túnel por el que transcurría la vía.

De vez en cuando era interrumpida por el frenazo del tren y la apertura de puertas de los otros vagones, la gente entraba y salía, nadie reparaba en ella. Hasta que llegó a su destino.

–Próxima estación, Grand Line. Final de trayecto –vociferó el altavoz del vehículo.

Nami se levantó, se sacudió la falda y aferró con firmeza su mochila, algo temerosa de lo que podía pasar en las siguientes horas. Salió del vagón, aquello estaba incluso más muerto que la estación de su barrio, ignorando al guardia de seguridad que paseaba con la porra en mano.

El hombre la miró de arriba abajo con bastante pereza, se extrañó de que no tuviera mala pinta y en aquella parada solo bajaban los que buscaban problemas. Ella siguió su camino hasta las escaleras mecánicas hasta que fue interrumpida.

–Señorita, ¿se ha perdido? –preguntó el hombre, acercándose a ella.

–No, señor –respondió Nami con la voz más amable que pudo sacar– ¿Por qué lo pregunta?

El hombre detuvo sus pasos cuando estuvo delante de la joven.

–No tiene pinta de… frecuentar este barrio.

Nami se echó a reír, obviamente fingiendo inocencia.

–Disculpe, es que vengo a ver a mi hermano mayor, está en la universidad y hace tiempo que no le veo y ya sabe…

El guardia asintió varias veces, parecía haber creído bastante bien la pequeña mentira de la joven.

–Bueno, tenga cuidado, este barrio es…peligroso –la avisó, antes de retomar la ronda.

–Descuide –respondió ella con una amplia sonrisa que se esfumó en cuanto lo perdió de vista– Viejo entrometido.

La chica admiró su reflejo sobre los cristales pintados que decoraban las paredes de las escaleras mecánicas.

¿Tanta pinta de damisela en apuros tenía? Nami era todo lo contrario. No necesitaba ayuda de nadie y menos de un hombre. Era orgullosa, dura, indómita.

Volvió a saltarse el torno en la entrada y pudo por fin salir a la calle, aunque sin respirar el aire fresco de la noche, porque su nariz detectó pronto el olor a tabaco y alcohol que provenía de un local cercano.

Las risas hacían eco entre los edificios cercanos a medida que iba caminando hacia aquel bar. Una hilera de motos estaban aparcadas delante de un garito con un letrero oxidado que había tenido tiempos mejores. El grupo de hombres que reía y bebía en la entrada se quedó en silencio cuando Nami se paró frente a ellos.

–¿Qué quieres, mocosa? –preguntó el más alto de ellos y el más llamativo, porque llevaba una pequeña cresta teñida de un rojo intenso.

–He venido a jugar –respondió ella, con una pequeña sonrisa.

Pero bajo ese aspecto de muñeca frágil, Nami sentía la necesidad de morderse el labio, pensando en todo el dinero que iba a ganar después de humillar a esos tíos. Quería darse prisa en entrar, notaba la humedad en el ambiente, pronto caería una buena lluvia.

–¿¡Tú!? –rió el hombre, lanzando la lata de cerveza ya vacía al suelo–¿Habéis oído a la Barbie, chicos? Quiere jugar con nosotros.

Los hombres corearon unas risas junto al grandullón. Nami se cruzó de brazos, tenía que mantener la fachada de chica débil e ingenua si quería timarlos de forma perfecta. Comenzó a hacer algún que otro puchero inocente.

–Bueno, puedo ir a otro lado… –sugirió– Llevo bastante dinero y me había aficionado a apostar…

La expresión del hombre cambió con la palabra "dinero", justo lo que ella quería. Comenzaron a murmurar algo entre ellos.

–Está bien preciosa, juguemos –la invitó, señalando la puerta desvencijada a sus espaldas.

Nami asintió con fingido entusiasmo y entró delante de aquellos hombres. Un escalofrío recorrió su espalda cuando notó aquella mano posarse en su cintura y bajar peligrosamente a su trasero. Pero lo detuvo rápidamente con la suya, intentando cambiar el tema de conversación. Apestaba a alcohol y que no se había dado una ducha en bastante tiempo.

–Eso después, cielo –rió nerviosa, aunque tenía más ganas de arrancarle las uñas de cuajo por atreverse a poner siquiera un dedo encima de ella– ¿Y cómo has dicho que te llamabas?

–Kid –y esa estúpida sonrisa se amplió aún más.