He vivido en la oscuridad durante toda mi vida, inmerso en la soledad y condenado a sufrir con las injusticias y el sufrimiento que ha aquejado a la humanidad a lo largo de tantos años. Ya me había resignado a vivir una corta vida, dedicado al servicio de la diosa Athena y a sacrificarme en pos de obtener una oportunidad para ganar esta Guerra Santa...pero tú llegaste hasta mí y cambiaste todo mi mundo...

OSCURIDAD

Sólo la oscuridad reinaba en mi mundo. Había sido así durante toda mi vida. Los años más tiernos de la infancia, en los cuales un niño debía estar junto a su familia, en la tranquilidad de su hogar, jugando y riendo, yo no los tuve.

Mi vida ha sido muy dura. Crecí entre la pobreza extrema, en un país lejano situado casi en los confines del mundo para esta época, rodeado de las más infinitas carencias. Como todo huérfano en la India, vagué por las calles, intentando sobrevivir a duras penas en aquel entorno tan duro para mí, al igual que para el resto de los niños que se encontraban en exactamente la misma situación que yo. Ser un huérfano en la India, y peor aún, uno ciego, era de las peores cosas que podrían pasarte. Tener algún tipo de discapacidad te marginaba automáticamente de la sociedad; más aún si eras poseedor de lo que llaman "habilidades especiales", tal era mi caso. Desde mis primeros años de vida, me dí cuenta de que no era como los otros niños; tenía la capacidad de leer el pensamiento de las personas y de ver lo que había dentro de sus corazones, además de percibir los sentimientos, el dolor y la aflicción del mundo y todo aquello de lo cual las personas normales no pueden percatarse. Muchos dirán que eso puede considerarse algo bueno o con lo que podrán sacar ventaja en muchos aspectos de la vida, pero para mí era una maldición: pasé años sintiendo y sufriendo con el dolor y la aflicción de la humanidad, los cuales atormentaban mi mente infantil, llenándome de tristeza y temor, volviéndome una persona solitaria e impidiéndome conciliar el sueño.

No tengo ningún recuerdo feliz de mi infancia; al contrario, sólo tengo memoria de las lágrimas que he derramado debido a las injusticias del mundo y a la maldad de las personas que lo habitan. He sufrido el rechazo tanto de adultos como de niños por mi condición, y sólo he encontrado algo de paz de la mano de mi maestro Buda, que llegó a mi vida en el momento más oscuro y en el que pensé que perecería en las calles, quien me ha mostrado la verdadera naturaleza del ser humano y me ha enseñado cuáles son las cosas verdaderamente importantes de nuestra existencia.

Recuerdo pasar días, noches enteras meditando en el bosque cerca del Tibet, acompañado de otros hombres cuyas almas buscaban redimirse de los pecados cometidos, ayunando durante jornadas enteras, duras y extenuantes, recitando mantras hasta que las fuerzas les faltaran... Había llegado hasta el punto de olvidarme de darle alimento y agua a mi cuerpo, y entré en un estado de desnutrición severa; así es que un anciano me encontró y me llevó consigo a las lejanas tierras de Grecia, cuando todavía era un niño, y me propuso usar mis habilidades para proteger al mundo de la maldad de los dioses que tratan de ejercer su hegemonía sobre la Tierra y diezmar a sus habitantes.

Me encontré dubitativo al principio, ¿cómo iba a defender a la humanidad que tanto me había dado la espalda cuando yo era apenas un niño ciego e indefenso, hambriento y solo vagando por las calles de la India? Tuve un debate interno que requirió mucha meditación e introspección por mi parte, pero finalmente tanto mi maestro como el Patriarca Sage me ayudaron a encontrar las respuestas y a disipar todas mis dudas. A pesar de todos los sinsabores que había sufrido en mi infancia y haber experimentado en carne propia el dolor de la humanidad, comprendí que debía poner algo de mi parte para modificar el inminente y cruel destino que le esperaba a la civilización, consecuencia del accionar egoísta y carente de empatía del ser humano.

No, yo no era como ellos; no haría el mismo daño que ellos me inflingieron.

Por eso es que ese día acepté la propuesta de Sage y lo acompañé al Santuario, donde me convertí en caballero de Athena, en el santo dorado protector del Templo de Virgo.

Así he pasado los últimosaños de mi vida, dividiendo mi tiempo entre la meditación, el entrenamiento y las misiones que el líder del Ejército de la diosa Athena nos encomienda con el objetivo de preservar la paz y la justicia de este mundo. Si bien tengo varios compañeros que también ostentan el título de caballeros de la orden dorada, no comparto mucho tiempo con ellos; sé que deben pensar que no soy una persona de fiar, puesto que soy un extranjero proveniente de tierras extrañas y lejanas y que practica una religión que seguramente es desconocida para ellos, pero no puedo evitar comportarme de la manera en que lo hago, mi carácter hosco proviene de mi ceguera y de las duras experiencias de mi infancia en las calles de la India. Puedo leer en sus mentes lo que piensan de mí, pero no me interesa el hacerles cambiar de parecer.

El Patriarca me ha dicho que la Guerra Santa está aproximándose, y cada día, aumenta la posibilidad de que el dios del Inframundo despierte por fin de su letargo y se manifieste dentro de su recipiente humano, dando comienzo nuevamente al conflicto bélico que viene repitiéndose cada 243 años desde la era mitológica, y del cual en esta oportunidad, me toca participar.

Tengo totalmente aceptado el hecho de que al ser un caballero de Athena, no podré tener una vida como la de un hombre normal; de hecho, nunca lo he sido, debido a estar privado del sentido de la vista y a mis habilidades, pero ello no me preocupa en lo más mínimo y me tiene sin cuidado. Sé que jamás podré conocer la calidez o el amor de una mujer ni mucho menos formar una familia, ya que al vestir la armadura dorada se realizan votos de honor y de fidelidad a nuestra diosa, uno de los cuales es el de castidad; además como caballeros dorados nuestras vidas están ligadas a la Guerra, y lo más probable, es que mi vida se extinga en este nuevo enfrentamiento entre Hades y Athena.

¿Qué siento con respecto a eso? Bueno, debo admitir que hay veces en las cuales mi estado de ánimo se encuentra agobiado debido al dolor que percibo en las personas, y es en esos momentos en los que subconscientemente anhelo el contar con alguien que pueda confortar mi alma, pero cuando ese breve instante de susceptibilidad pasa, desecho totalmente ese pensamiento, es inadmisible para mí. ¿Cómo podría llegar a pensar en una vida normal? No he venido a este mundo con ese fin... Y además, ¿quien querría pasar su vida al lado de alguien que vive en las sombras, cuya vida ha transcurrido en una oscuridad constante y que ha sido marcado por un pasado lleno de dolor y pena, no sólo suyas, sino también ajenas?

Mucho menos puedo siquiera pensar en el amor, ese sentimiento del que todos hablan y que durante tanto tiempo ha inspirado a los más variados artistas y poetas a crear sus obras. ¿Amor? Jamás lo conocí, ni el de una familia ni mucho menos el que pudiera ofrecer el sexo opuesto. Eso no existe y no puede existir en mi vida, pues sólo me haría desviarme del propósito de mi existencia. No voy a ponerme a hacer elucubraciones filosóficas, pero considero que mi misión en este mundo es la de ser un viajero que va en busca de la Verdad, y que debe impartir la sabiduría adquirida que le ha sido otorgada por mi maestro Buda.

Desconozco que es lo que pueda traer esta Guerra Santa, pero sea lo que fuera, estoy preparado para ello...

CONTINUARÁ...