Disclaimer: Historia que sabemos, nada de lo que puedan reconocer es mío.
Advertencia: Esta es un fic que menciona temas delicados, como guerra, abuso, desnudos, alcohol...
Al caer las armas
MissKaro
Parte III
Ráfagas heladas crearon remolinos en la vegetación antes de circular como serpientes en el campo, de manera controlada avanzando hacia los jinetes del bando contrario; galopaban en la dirección de Elsa con sus espadas en alto, listos para atacar la ciudad lindante a la ya conquistada. Iban dispuestos a asolar a aquellos que no habían tenido tiempo de resguardarse y habían visto con esperanza el presuroso arribo del Ángel de hielo, como le habían gritado al reconocer sus rasgos… Las tierras aledañas habían sido atacadas en tan poco tiempo, sin algún rumor de por medio, aparentemente "inservibles" en las miras políticas, que lo único posible para su salvación era la dama recién llegada.
Elsa iba de camino a otro lugar y de pronto se había cruzado con la destrucción anterior, optando por cambiar sus planes y evitar otra catástrofe.
¿Por qué no podían limitarse a los campamentos de soldados y no mezclar a los civiles?
(Aunque, en realidad, no debían ni pelear.)
Todavía podía ver el cuerpo inerte de un chiquillo, desangrado por la herida mortal en su estómago.
Eso aumentó su desazón, incrementando la potencia de su magia y, por ende, descendiendo la temperatura que envolvía a los otros.
Poco a poco, observó que adquirían enfermizos tonos azules, forzándoles la retirada… si no caían inertes de sus monturas.
Y ella misma sintió su frío afectándole.
…
Jadeante, Elsa abrió los ojos y tuvo conciencia de hallarse abrigada en un cálido y duro pecho masculino, diferente al que le regalaba su hermana. Hans estaba allí con ella, confortándola después de un sueño pesado, que ni siquiera recordaba… pero había sido uno de los malos, o su corazón no estaría desbocado ni sentiría temblores en las extremidades, queriendo correr.
Ni tendría la mente mareada como si…
—Ya pasó.
Las palabras de él le pusieron alerta y lo apartó de golpe.
—Johannes —soltó alterada, moviéndose cual rayo para bajar de la cama y aproximarse a su cuna.
—Se encuentra bien, caíste dormida cuando el doctor declaró que ya estaba mejor —le dijo Hans mientras ella se inclinaba a tocar a su bebé, que había recuperado su color habitual y respiraba con la calma de siempre, inmerso en su siesta diurna.
—Mi amor, perdóname por no cuidarte más —pidió en un susurro, besando su frente con temperatura normal, y no la presentada en su enfermedad.
Le tranquilizó el alma que durmiendo cogiera su dedo con la fuerza de siempre.
—Tu cuerpo estaba rendido, llevabas días sin descansar.
—Y tú. —Había estado tan atento como ella a las circunstancias de su hijo.
—Soporto más la vigilia, nunca he sido de demasiadas horas de sueño.
Apreció su intento por apaciguarla, necesario para ella después de días de pesadilla. El que enfermera su hijo había supuesto una dura prueba, atemorizada con que ocurriera una tragedia; habría muerto si le hubiese sucedido una cosa fatal.
Se estremecía de solo pensarlo.
No había sido positiva ni consecuente a sus afirmaciones anteriores. En el pasado ella se había mostrado valiente sobre la fortaleza de su hijo y en el momento clave había actuado con falta de confianza, aunque en ningún momento, hasta pasado lo peor, había bajado la guardia. Se había mantenido constante en cuidados para superar esa espantosa situación, batallando con los negativos pensamientos y el sentimiento de inutilidad constante por no tener un poder curativo.
Deseaba apartar a Johannes de todo daño y descubría que algunos estaban fuera de su alcance, pero seguiría esforzándose por disminuirlos lo más posible.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó su esposo, parándose junto a ella. Al ver su mirada por el rabillo de su ojo, intuyó había adivinado lo que ella pensaba; el miedo de la enfermedad de Johannes había hecho revivir una pesadilla.
—Me siento… Pesarosa. Avergonzada. Humilde. Creí ser suficiente para este momento… No somos nadie para impedir que Dios obre a su voluntad y Johannes está como si nada hubiese ocurrido.
—Necesitamos ser como niños.
Ella apretó los labios, asintiendo, antes de colocar la cabeza en el hombro de Hans.
—Tú también debiste tener miedo.
—Lo sé, lo tenía, y pensé que estaría paralizado, pero creo que nunca ha sido un enemigo tan grande como el tuyo —manifestó él, que debía recordar esa plática suya—. Y, viendo tu entrega para con él, recordando lo que me habías dicho, pude soportar. Además, si bien estabas asustada, no te detuviste, debes estar orgullosa por cómo actuaste. Fuiste y eres una madre ejemplar, Elsa.
Su visión se puso borrosa. Había encontrado en él un confidente mejor que Anna, que la entendía de lo vivido y le daba refugio de los horrores que contenía su cabeza. Aparte de lo que le había ayudado Johannes, él había terminado de ser el bálsamo para sus penas de guerra, y de otras cosas, porque comenzaba a ver que tenían similitudes en sus vidas.
Y sin él, la enfermedad de Johannes habría sido más terrorífica de afrontar. El lento correr de los minutos, tan similar a como se sentía en la guerra, la habría atacado peor.
—Gracias. Para no ser alguien bueno con las emociones humanas, lo que has dicho es muy lindo.
Él extendió su brazo libre para acunar su rostro, sorprendiéndola al borrar una lágrima que ni siquiera había sentido. Como otras veces, se mostraba atento de lo que ella competía, calmando su fragilidad sin esperar que fuese la fuerte que la mayoría buscaba en ella, el Quinto Espíritu.
—¿Sabes? Sé cómo expresar lo adecuado, no soy tan inepto, mas no tengo conocimiento en cómo ser sincero al hablar o sentir mis palabras, y ahora lo estoy haciendo. He sido honesto. Gracias por abrirme ese camino.
No era el único.
(Le satisfizo saber que estarían preparados para el futuro de su hijo. Juntos.)
A unos pasos de la posición de Hans, una rata chilló saliendo de un escondite y corrió a un bulto en el suelo, que indiscutiblemente pertenecía a un muerto, no solo porque ya podía percibirse su hedor.
¿Era eso lo que le esperaría en poco tiempo?, se preguntó con una sensación de desgana, mezclada con el miedo, ante la aparente confirmación de un enemigo grande cerca de su zona de combate, de momento desprovista de lo necesario para defenderse a un fuerte ataque.
¿Así sería reducido pronto, a desecho para roedores, sin importar que naciera en el privilegio? No tenía la certeza de que se tratara de un soldado caído, o un civil, ni el estatus de la persona, pero se dio cuenta que, en esos tiempos, recuperar cuerpos para su sepultura era muy difícil, incluso si se tratara de un aristócrata.
Arrastrándola en el agua, él se había mofado de Elsa porque sus "aliados" no se preocupaban por que su cuerpo se hundiera en el mar, y lo mismo sería de él… realmente así sería de cualquiera.
Ese podía ser su final.
¿Y todo para qué? ¿Por qué? ¿Cuál era la razón de estar ahí? ¿Qué iba a demostrar?
Solo le daba ánimos a insensatos que habían credo una guerra, y estos ni siquiera se enfrentaban en primera línea, sacrificando personas de forma estúpida. No obtendría poder ni fama participando en aquellos actos…
…tan cobardes, estúpidos e inhumanos como los que había tratado de hacer tiempo atrás.
Cerró los ojos con frustración. Al abrirlos, exhaló su sentir, mezclándolo con la fría noche.
¿Qué sería recordado de él?
Únicamente le pensarían —si lo hacían— como el vil ser que había intentado asesinar a la que ahora era su esposa, a la vez que dañado a una actual reina…
Lo señalarían como otro igual a los que estaban detrás de ese conflicto… de un derramamiento de sangre innecesario. Una rata aprovechándose de lo que encontraban a su paso, y no para sobrevivir.
Moriría y nadie le lloraría, nadie pensaría más que en su mala conducta, en su egoísmo. Eso era todo lo que había cultivado en su vida y su muerte traería alivio… alegría.
Sería su culpa. No era un hombre del que enorgullecerse. Si su fin llegaba esa noche oscura, mirando atrás, no había algo memorable… ni había disfrutado de verdad de alguna cosa. Ni a punto de asesinar a Elsa lo había sentido grato, sino se había centrado en el ganar, en lo que mostraría a su familia, en lo innecesario del amor, en su siguiente paso, y vagamente en si fallaría en su cometido.
No habría cosa suya que lo redimiera a ojos de los demás, o que apreciara su existencia. Nunca se había esforzado por crear vínculos verdaderos o de contribuir a alguien más. Podría haber tenido amigos. O, allí, en la guerra, la lealtad de alguien que le cubriera las espaldas. Una carta de alguien que le diera fuerzas.
En su lugar, echaba la culpa a lo que había tenido y lo que no conseguía. Él había podido cambiar sus circunstancias para bien al llegar a la adultez y vivir diferente.
Escuchó el susurro de pasos a la distancia y se le aceleró la respiración, pensando en lo penoso y solitario que había vivido, lo que sería su muerte.
Juró que, si se salvaba, nunca sería el mismo hombre de antes.
Se redimiría con su esposa y cuñada, aunque no lo siguieran siendo acabada toda la afronta. Concluiría sus relaciones en buenos términos y demostraría que era mejor. Se esforzaría en dejar de ser tan malditamente egoísta.
Podría hacerlo. Era persistente en ir tras lo que quería.
Pero necesitaba salir vivo de ahí.
Lamentablemente, no lo merecía.
Ni sobreviviría.
…
Hans no osaba consternar a Elsa con sus demonios todo el tiempo, aunque le había tomado la palabra en Navidad y desde entonces externara sus problemas sobre la guerra. Al oírla desahogarse de sus propias vivencias, le había quedado claro que sería demasiado abrumador compartirlo todo, y no por la falta de confianza, de manera que había encontrado la forma de lidiar con el exceso por su cuenta.
Ella debía hacerlo también, porque a pesar de que prevalecían las confidencias, tenía momentos para sí misma, en los que regresaba con una mirada de pesadez que Hans había visto en sus ojos alguna ocasión. Tenía que ser natural, aislarse definitivamente no era sano, pero apartarse y reflexionar en soledad ayudaba al alma.
Así pues, él había optado por recorrer el patio cuando lo requería necesario, un cambio notorio a sus primeras semanas allí. Estaba aprendiendo cómo afrontar su caos posterior a la guerra, si bien no abandonaba costumbres buenas adquiridas, dígase de centrarse en su hijo, amigarse con su esposa y entender a los demás, que servían en su propósito de ser digno de su segunda oportunidad.
Haría cuanto estuviera en su mano.
Ese día había tomado un paseo largo, ahogado con una memoria del último combate en su haber. Ya para entonces tenía conciencia sobre las estupideces que había estado cometiendo en su vida, la guerra incluida, y había sido la más dura, luchando en su mente con cada cosa que hacía, sobre todo porque no había encontrado el valor para darse de baja del frente, avergonzado de hacerlo mientras otros no podían.
Suspiró, no tenía energías para volver al amargo camino de los recuerdos otra vez. La tarde había sido lo suficientemente cansada.
Frunció el ceño al pasar por la puerta que daba a la bodega en el sótano; no debía quedar abierta para no comprometer lo almacenado. Fue hacia ella, dispuesto a cerrarla (había manera de abrir desde dentro), y a lo lejos escuchó el eco de una maldición.
Reconociendo la voz, decidió inmiscuirse en lo que probablemente sería un instante de perdición mental y no una búsqueda sana de alimento.
Cogió una lámpara del pasillo y entró al compartimento, procurando cerrar detrás de sí. Se estremeció unos instantes por el tamaño y apariencia del sitio, antes de proceder. Atisbó una iluminación vaga mientras descendía cuidadosamente las escaleras, y una vez abajo la utilizó como guía para llegar a Kristoff.
La escena que lo recibió fue una imagen similar a la que alguna vez diera. Sentado en el suelo, junto a un barril, el rubio llenaba una jarra colocada bajo el grifo abierto.
—¿Es lo suficientemente fuerte para olvidar?
—Nada lo es —replicó Kristoff, que no parecía haber bebido mucho todavía, pero sí lo necesario para no lucir tan tenso a su llegada.
—Entonces no lo estás haciendo bien.
Kristoff bufó.
—No sería lo único. Pero nunca llego al punto de perderme con la bebida… ¿Qué caso tiene?
Hans se sintió anonadado. Muchas veces el alcohol había sido un bálsamo para su cabeza y no entendía cómo el otro se negaba a consumirlo en exceso, del modo que él hiciera anteriormente.
—¿Por qué estás aquí?
—Es el lugar perfecto para sentirme miserable.
—¿Y no te emborrachas? —preguntó, escéptico.
El otro rio con mofa, cerrando el grifo.
—Sería demasiado fácil… ¿estúpido? ¿patético? —El término hirió el orgullo de Hans. —No quiero distraerme de lo que no debo olvidar. Ya aprendí lo que hace… me emborraché una vez en Jutlandia, pensando ilusamente que me serviría… y he olvidado esa noche, ni quedan personas vivas que puedan decirme si estuve con alguna de las mujeres que amanecieron con nosotros. Y si ocurrió. ¿Se aprovecharon de mí, me aproveché, fue mutuo y no me importó Anna? El alcohol solo me empeoró las cosas.
La revelación habría sorprendido a Hans si no le hubiese subrayado el penoso origen de su hijo. Tuvo un peso en el pecho y, a costa de saber que era inadecuado, se dirigió a una jarra sobre el barril. Ocupó el sitio contrario a Kristoff y se sirvió de la bebida.
Sabría cuándo parar; no obstante, tenía que dirigir la desazón a otro lado. Kristoff era idiota pensando que era inútil.
—¿Te sirve la autoindulgencia? —cuestionó después de un generoso trago de cerveza.
—No me vengas con tu riqueza de vocabulario de príncipe —señaló desdeñoso Kristoff.
Puso los ojos en blanco.
—Como si lo valieras o si te importara. —Kristtof negó con ironía.
Hans quiso llegar al fondo de los insultos que ese don nadie le hacía, inservibles en dañarle, pero antes de averiguar, el otro siguió.
—Yo me preguntaba cómo, teniéndolo todo, pudiste atreverte a dañar a Anna y a Elsa… —Llevó la jarra a su boca de nuevo, ya degradado con el comentario. —Y por fin… por fin lo veo. Los humanos somos ridículos y necios, tanto como somos ciegos. Yo lo tenía todo, solo perdí una parte importante… y lo desperdicié yendo a la guerra… por un objetivo que no era… ¿con qué cara puedo mirar a Agnarr?
Hans cogió aire. Era más complicado hablar de eso con él, que con su esposa.
—¿Por qué fuiste?
—El Consejo de guerra, la gente, todos susurraban sobre mi función. El iletrado esposo de la reina que no aportaba nada para resolver el conflicto. Me cuestioné ir, no quería, pero tampoco deseaba que en el futuro le señalaran a mi hijo que tenía un padre cobarde e inútil… y me decidí cuando mi Sven murió tras el atentado contra Arendelle… Fue por su edad vieja que no resistió, pero sentí que debía hacerlo. Anna, mi familia, me dijeron que no debía hacerlo, que no me devolvería a mi mejor amigo… ni que este pediría que lo vengara… y yo insistí en que era lo correcto. —Kristoff se golpeó la frente con un puño. —Perdí lo valioso que tenía y volví con raspones, asesino… sin una cosa de mí que me enorgulleciera… no gané nada con irme. Anna… Agnarr… solo tenía unos meses cuando me fui… ¿y para qué?
Pensó que Kristoff estaría celoso de perderse lo que él no de su hijo, y de haber tomado una decisión así después de tenerlo. Hans no lo culparía, si era para defenderle, aunque ahora preferiría quedarse al lado de Johannes en lugar de confiárselo a otro. Y era una suposición, rogaba porque nunca se presentase otra guerra.
—Estoy tan arrepentido de dejarme llevar por el orgullo y el enojo. Tenían razón. Me carcome la culpa, no me queda respeto por mí mismo; Anna me perdona por el error de mi borrachera, es tan buena… solo me pide que no me aísle de mi familia… pero ni siquiera soy digno de estar en su presencia…
—Yo soy el primero que debe decir eso —interrumpió—, y lo digo… hice peores cosas, pero alguien me hizo ver que sucedió por un motivo y eso es que yo viviera lo que pasó para que mi hijo tuviera un mejor mundo. Kristoff, estás a tiempo de no arruinar tu vida con Agnarr y con tu esposa, no dejes que sea muy tarde, o habrás cometido un error más terrible. Somos decisiones, y has tomado malas, pero estancarse en las peores y seguir cometiendo fallos por ellas, trae más sufrimiento del que quieres evitar… debes vivir con el peso de tus decisiones y sus consecuencias, para permitir que lo hagas mejor en el futuro. La vergüenza y el arrepentimiento no se irán, solo dejarán de tener más peso que lo bueno y se reemplazarán por la satisfacción de que estás mejorando y compensando lo demás.
El silencio siguió a sus palabras, aunque la falta de réplicas significaba que había dicho lo conveniente. Era irónico que se encontrara en esa posición, cuando lo suyo era más reprochable; aparentemente, el corazón más blando del otro no le permitía salir tan adelante como él. Era lo único de provecho que tenía criarse valorando más a su persona.
—Gracias. —Agitó una mano restándole importancia; eso serviría para quitarle una preocupación a Elsa y en cierta medida se identificaba con Agnarr, así que acababa de hacer lo que le habría gustado que alguien hiciera con sus progenitores en su debido tiempo.
Kristoff paró de beber, evidentemente llegando a su límite. Hans se sirvió una nueva jarra, disfrutando de su amargo sabor, mientras analizaba el asunto del rubio y el efecto que había tenido la guerra y el alcohol en sí mismo, lo cual le orilló a detenerse después de muchas vueltas y conclusiones penosas.
—¿Cómo comienzas a superarlo? —preguntó Kristoff al cabo de un rato.
—Maldita sea si lo sé —admitió con menos comedimiento, empujado por la bebida—, pero tu esposa e hijo te aman, debe ser suficiente para dejarte llevar y ganar la paz. O un poco de ella, porque la guerra solo cambió de escenario… pero ahora somos los dueños y no dejaré que salga mal.
—Amén a eso.
Kristoff suspiró y se puso en pie, extendiendo la mano hacia él.
—Dame esa cosa, te haré un favor.
Hans se encogió de hombros y le dio su jarra vacía, tras lo que se levantó también. No estaba tan afectado por las jarras bebidas, aunque al estar recto sintió una presión en su abdomen y decidió que se aliviaría la vejiga tan pronto subiera.
Al abandonar el sótano, Kristoff se dirigió a la cocina y Hans se encaminó a sus aposentos, donde se vació, lavó, bebió agua y prendió el fuego antes de entrar al dormitorio de Elsa.
La habitación se encontraba caldeada, a diferencia de la suya. Era en beneficio de Johannes, quien no daba indicios de heredar los poderes de su madre, como su resistencia al frío; comenzaba marzo y las temperaturas irían al alza, pero no lo desatenderían para evitarle enfermedades del clima.
Elsa estaba sentada en el suelo, junto a Johannes, que soltó su muñeco y aplaudió apenas verlo. Hans le sonrió con cariño y se arrodilló cuando su hijo comenzó a gatear en su dirección; a pesar de su temprano nacimiento, parecía ir todo bien, como los otros niños, o al menos confiaba en lo que más de una mujer del pueblo decía sobre los bebés.
Cogió a Johannes en brazos e inmediatamente le hizo cosquillas en su estómago, utilizando su nariz, porque le gustaban los vigorizantes sonidos que hacía. Era increíble cómo una criatura tan maravillosa hubiese resultado de su peor borrachera, y no algo que lamentar como en el caso del cuñado de Elsa.
Llamaron a la puerta, la señal de un sirviente para indicarles que la cena que tomaban por las noches había sido servida en la sala anexa. Era ligera y hecha allí con el objetivo de cerrar el día con el pequeño, más privada que el desayuno; asimismo, como su hijo solo tomaba leche por la noche, no era tan sucio como las mañanas, y su único pendiente era que no ocurriera un accidente con el recipiente de vidrio.
Johannes se durmió pocos minutos después y Hans les rellenó sus copas de vino en lo que Elsa lo acostaba en su cuna. No era un movimiento inteligente seguir ingiriendo alcohol, siendo que había bebido más de lo que había comido en todo el día, pero deseaba compartirle lo sucedido con Kristoff.
Al retorno de ella, él se permitió abandonarse al impulso de su mente. La sujetó de la muñeca toda vez que se ponía en pie.
—¿Qué…?
Elsa calló al sentir el abrazo de su esposo, anonadada por esa acción tan ajena a él o a sus interacciones. Generalmente, si se abrazaban, era solo con un día difícil, pero era precedido por una charla o la iniciativa venía de ella.
Supuso que la memoria de esa mañana había sido más dura que otras.
—No sabes lo agradecido que estoy porque tengas tus poderes. Algunos soldados se tomaban libertades con los desafortunados que se encontraran a su paso… —Ella comprendió y apretó su torso, aliviada de no tener un suceso así, que no le había preocupado, precisamente por lo que acababa de señalar. —Dime que contribuimos a la existencia de Johannes en la misma medida.
Le asombró la referencia a un tema no discutido entre ambos, pero era algo que debía salir a la luz tarde o temprano. Se apartó y asintió con calma.
—No creo que tú estuvieras menos beodo que yo. —Él soltó un suspiro de alivio—. ¿A qué se debe que preguntes hoy?
Hans le indicó su asiento y ambos volvieron a acomodarse.
—Tuve una charla con Kristoff.
Estaba de más aclarar acerca de qué. Y bien podía apostar que el contenido de las conversaciones de dos hombres, sobre su tiempo en la guerra, distaba del modo en que lo hacían cerca de mujeres; a escondidas había tenido la oportunidad de oír diálogos entre varones.
Aguardó a lo que deseaba decir Hans, incluso si no revelaba más de esa charla; aunque tenía curiosidad por lo que su cuñado pudiera haber compartido y completar esbozos de lo que su hermana le había querido confiar, había cosas verdaderamente importantes que resolver sus incógnitas.
—Sé los motivos, pero, ¿de dónde nace la guerra? ¿por qué participamos en ella? ¿qué nos hace?
Elsa soltó un suspiro al cabo de unos momentos en silencio, con la mirada de él suplicando una respuesta de ella.
—La guerra… es un arma de la política mal hecha, de incomprensión e intolerancia, de sentirse arrogantes, de decisiones equivocadas, de falta de oportunidades, de honor erróneamente comprendido y de miedo… Si, si todos los del campo bajábamos nuestras armas, confiando en que no tendríamos que defendernos, ni que habría consecuencias de los líderes o creyendo que el orgullo de la patria vale más que el bienestar, solo quedarían las cabezas cobardes peleándose cara a cara sin otros haciendo el trabajo sucio por ellos. Los que van únicamente a curar son los exentos de responsabilidades que asumimos todos, aunque como ellos debemos vivir con el horror de sus días plagando nuestras mentes. Y a los civiles, como a los participantes, nos deja en común el suspenso de cuándo acabará, o si volverá, y todo lo que ha dañado, cómo sobreviviremos. A algunos la guerra les hace buenos y a otros les torna malos… casi siempre malos, o les hace reaccionar a partir de lo que su significado de la guerra hace en ellos. La guerra cambia todo y solo valoramos la paz cuando no la tenemos.
Él se acabó el contenido de su copa, que observó durante largos segundos.
—Quisiera entrar en los buenos grupos.
Comprendió que tenía más alcohol en el cuerpo, porque aún si era abierto con ella, ya sabía que se soltaba bajo la influencia de esa bebida, igual que otros.
—En determinadas cosas los estás. Eres amable, paciente y juicioso, conmigo sobre todo sincero y atento, generoso —lo prefería en la intimidad—. Estás más cerca de lo que un príncipe debiera ser, es que… continuas con actitudes arrogantes sin darte cuenta, no dañino o maquiavélico como en el pasado, claro.
Hans hizo una mueca.
—Yo no debería haber tomado este rumbo, Elsa. Pude haber empeorado por ir, la vida no es tan positiva como puede pintarla quien estoy tratando de ser ahora… eso rara vez pasa. Solo que… me hastié, algo sucedió, no sé qué, y me cansé. O estaba tan vulnerable con la guerra, en mi punto más bajo, e hizo mella en mí. Me gustaría presumir que analicé eso y concluí cambiar, pero fue por sentir pena de mí mismo.
Ella era consciente de la clase de hombre que era en ese día, con muchas imperfecciones; sin embargo, valoraba el trabajo que estaba haciendo en no perjudicar más deliberadamente.
—Fuera por lo que fuera, reconoces dónde están las carencias imprescindibles.
—Admiro tu capacidad de equilibrar el reproche con el darme ánimo.
—Debo aprender muchas cosas para cuando Johannes sea mayor.
Él se rascó la frente mientras servía más vino y procedía a beberlo, dejándolo al cabo de medio trago.
—Pensándolo mejor, no debería seguir. —Comenzó a agitar el líquido al hacer movimientos circulares con la copa, observando el contenido. —Ah… te preguntarás qué transcurrió con Kristoff. No imagino que deba quedar en secreto; pero saberlo a detalle por mí te pondría en una posición delicada. Lo que hablamos me hizo pensar en las mujeres allá. Tú eres de las pocas que combatían, la mayoría de las mujeres cerca se dedicaban a los enfermos, eran espías, buscaban sustento de la forma que les era posible, o tenían la mala fortuna de estar al paso de los menos bienintencionados. Y pensé que no tenía qué criticar si la noche de nuestra boda me había aprovechado…
—No lo hiciste —reafirmó, apartando la idea de que Kristoff podría haberle confesado participar en algo así, probablemente se quejaba de una espantosa escena. —¿Es lo único que te detiene de criticar?
Se aseguró de sonar impávida para que animara a la verdad, segura que, de surgir alguna atrocidad como el abuso, cambiaría por completo su visión de él y lo que acontecería al futuro.
Lo vio frotarse los ojos, sintiendo que su corazón se aceleraba de la inquietud. No podría estar más decepcionaba si le indicaba lo peor, y a la vez necesitaba saberlo.
—Lo cierto es que, si me pude haber aprovechado de alguna mujer, fue de alguna espía o de una mujer pagada, dirigiéndola a quien la utilizaría a su favor. —A Elsa le quedó el consuelo de que no había sido tan activo en el uso más reprobable a sus congéneres, aceptando con lamento que, desapercibidamente, ella misma podría haber encaminado a alguien a ese fin o no detenido si en algún plan que escuchaba se sugería; sería hipócrita de su parte juzgar.
Era lo que decía del cambio que la guerra producía, reflexionó antes de interrumpir sus pensamientos porque él añadió:
—No hubo nada sexual de mi parte con nadie y hay una razón. —Hans agitó la cabeza. —Esto es vergonzoso. Debería llevarme esto a la tumba, y ni sé por qué me estoy animando a mencionarlo. Empiezas a calar en mi conciencia, Elsa, como una vez casi lo hiciste.
Sonrió de lado, advirtiendo que le agradaba esa parte.
—Has sido la única.
Parpadeó, atónita por lo que estaba imaginando. Debía haber comprendido mal y tenía que ser sobre su conciencia. ¿O él estaría mintiendo? ¿Y qué ganaba haciéndolo?
—Pude haber aprovechado para obtener secretos de cama o hacer conspiraciones con amantes que me idolatraran, pero no habría confiado en nadie y no me habría servido, así que me habría hecho perder tiempo. Y allí pululaban enfermedades que no quería tener, o la mayor parte del tiempo había suciedad. Irónicamente, te he sido fiel.
Asintió, pensativa, imaginando que se acercaba bastante a lo que podía aplicar para él.
—Debería estar acostumbrado a que las cosas me salgan mal… Irónicamente, también, mi única vez con el sexo es borrosa.
No quiso averiguar cuánto, preguntándose si lo que había sobrevivido al olvido daba indicios de esa inexperiencia revelada.
¿Sus movimientos habrían sido torpes? ¿O cómo ella lo habría sabido?
Luego de un rato bebiendo, recordaba que él se había salpicado la camisa y quitado la parte superior de su ropa, cuando había notado que el alcohol se había escurrido por el dedo de ella y deslizado hasta su muñeca. Hans había lamido lentamente ese camino, acelerándole el pulso. Ella se había quejado del calor que producía eso y la chimenea, librándose de su vestido.
Él había dicho que su prenda interior le hacía lucir más pálida, y preguntado si lo que había debajo rivalizaba. Ella había respondido entre risas que, por supuesto, abriendo parte de los botones frontales de su camisola; le había presumido que, a diferencia de él, no lucía una piel dorada o pecosa por el sol. Hans había hecho notar la distinción entre ambos cuerpos, adelantándose a tocar una costilla sobresaliente de ella y subir a su pecho y señalar que su pezón tenía el color de una rica patata.
No abarcó más de su memoria, o se sonrojaría como si no hubiese gestado y parido a otro ser.
—Pero… eres hombre, y tienes dinero, en última instancia —pronunció patidifusa, siendo lo común para justificar que se buscara la pureza de ellas en contraparte a la de ellos. Nadie lo criticaría.
Comenzó a creer que era real, o no mostraría esa turbación en sus ojos.
—No me lo recuerdes. Después de casi matarte, ni una mujer pagada, a las que yo acudiría, estaba tan desesperada por dinero para aceptar a un príncipe caído capaz de asesinar a una reina con poderes mágicos. Valoraban más sus vidas. Era una paria, esas condiciones tenía y yo había actuado de esa forma loca. La locura ahuyenta hasta a los necesitados. —Él resopló. —El temor a la locura… esa está tan ligada a la sangre y la quieren lejos como a la peor peste de la humanidad; es la ingenuidad en su máxima expresión, si todos somos locos a menor o mayor medida, a ojos de una persona criada bajo otras costumbres.
—¿Y antes? ¿Y en la guerra? —retomó, cortando su divagación.
—Mis hermanos me odiaban e ignoraban, generalmente esa es la iniciación de un hombre; un pariente masculino que te quiere abrir el camino a los goces de la vida de un varón. Eso, o alguien en quien confíes, y yo no tenía a nadie. Lars batallaba con su propia esposa y solo le interesaban los libros. Tampoco quise que una mujer alegre me enseñara. En el castillo, yo no quería una joven que ya hubiese estado con cualquiera de ellos o que quisiera tenderme una trampa. Para ser franco, forzarme no me apetecía, por el ruido de las quejas o lastimarme el miembro… o la sangre en exceso. Lo sé, es deplorable. —Él suspiró. —Después me entró una estúpida fase de vergüenza, no queriendo mostrarme inepto por no saber bien qué hacer, sin entender que podía ser instintivo, y me convencí que la primera vez sería con quien no supiera nada del tema, mi esposa, una dama pura que no sabría si era un bobo. Pudo más ese orgullo que el bochorno de ser casto. Y llegó un momento en que tenía más planes en mente que salir por una mujer. En la guerra, lo repito, créeme que me asquea contagiarme de la sífilis que se da en los campos de batalla. Y siempre me dije que la inteligencia era mejor que la violencia. ¿Puedes creerlo? Virgen con más de treinta años. Ni yo mismo puedo concebirlo. Debí hacer amigos en mis años de estudio y salir juntos, o aceptar que una mujer me enseñara. Perdí mucho por mi ambición.
No quiso persistir más, aceptando lo que parecía irreal, gustándole que hubiesen nadado aguas similares en su noche de bodas.
—Hans, ¿por qué tan hablador? —inquirió, pese a saber la respuesta.
—Parece que tu hermana y tú son las únicas que me escuchan, hasta me anima a hablar sin pensar. Y la bodega de alcohol del castillo es excelente… ya sabes lo que hace.
Rio entre dientes, ahora pudiendo ver con humor ese acontecimiento.
—No te arrepientas mañana.
—Ya lo hago… pero sé que tú no dirás nada.
Se dio cuenta que era un voto de confianza, como en otros asuntos, o él simplemente sabía que lo malo que saliera de su boca, impactaría en Johannes.
Prefirió inclinarse por que eran amigos y podían estar ahí para el otro, como le había ayudado él. Le sonrió asintiendo y él le sostuvo la mirada con un atisbo de calidez.
—Tengo una confesión más que hacerte. —Aguardó, tratando de no preocuparse por lo que saliera de su boca. —Te… te mentí. Al casarnos, no planeaba permanecer sin tocarte, todavía no había desarrollado bien mi estrategia para ponerla en marcha, pero me sugería chantajearte y hacer que consumáramos antes de otorgarte la separación, no lo tenía claro, porque con la guerra había visto que eras capaz de acabar con un enemigo. Por eso hui la mañana siguiente, con el alcohol había arruinado mi objetivo y ni siquiera lo recordaba bien, necesitaba la retirada para ponerme un nuevo propósito. Pretendía no regresar al campo para enfocarme en uno de mis fines personales.
No le dolió. Eso sonaba más como el Hans que había sido y, en mejores circunstancias de vida, ella se habría dado cuenta de lo fácil que creyera en sus palabras. Ahora, las cosas eran distintas.
El amor a un hijo no se podía fingir, una mentira no se sostenía tanto tiempo. E iba conociendo al hombre en que se convertía.
—Disto de ofender, pero suena más creíble.
—Lo sé. —Él se despeinó los cabellos con sus manos. —Ser consciente de los extremos a los que llegué en el pasado me pesará hasta la muerte. Temo… temo el día que Johannes crezca y lo conozca…
—Si antes de eso vislumbra a un hombre del que se sienta orgulloso, a una persona que ama y sabe arrepentirse, lo entenderá.
Su esposo cogió su mano sobre la mesa con las dos suyas.
—Juro por su vida y la mía, las dos que más valoro, que sí llegaré a ser alguien que valga la pena. Y por ti, quien no se merece más malestares.
Le conmovió que no señalara su parentesco con el hijo de ambos, sino que prefiriera bienestar para ella por sí misma. Era más de lo que habría hecho en otro tiempo.
El silencio se alargó sin que alguno de los dos hiciera amago de separarse, cada uno sujeto a sus propios pensamientos, cómodos en la compañía del otro.
—Hans… Puedes aliviarte ahora. Si eres discreto.
Él negó.
—Estos días trataré de mantener el poco respeto que tengo de ti. No lo extraño porque no lo conozco en realidad, ni tengo cabeza para ello. Quizás en unos años, no puedo saber qué pensaré entonces, pero ahora no. Ni lo he dicho para obtener tu beneplácito, mas te agradezco. —Él arrugó la nariz. —Quisiera ser tan solícito como tú y decirte lo mismo, y si es que lo has hecho no quiero oírlo… Ni lo hagas, eres bastante conocida para que pase desapercibido y llegará a oídos de nuestro hijo. Es… solo es demasiado raro, no sé cómo describirlo.
Elsa se limitó a encogerse de hombros, puesto que ni se imaginaba con esa solución, analizarla sería perder su energía. Y ella no era quien para tener suficientes argumentos con los que exponer injusticias entre hombres y mujeres.
En cambio, le agradeció su acercamiento con Kristoff, porque eso ayudaba a la familia de Anna y, por consiguiente, a ella.
Como apreció que tratara de obrar con honestidad.
La revelación de Hans orilló un inevitable azoramiento en él la mañana siguiente, enseñándole de forma contundente a seguir el consejo de Kristoff, si bien no se arrepentiría del todo de las consecuencias de consumir alcohol de más, cerca de Elsa. La primera vez había significado la existencia de su hijo y la segunda había hecho que no quedara lejanía entre su esposa y él.
Hasta podía decir que había algo fermentándose en su interior desde el cambio originado en su relación. O solo estaba dejando que la naturaleza respondiera como debía; físicamente, ella le había parecido una mujer exquisita, y si no le hubiera gustado ni un poco lo que veía, su sexo no habría reaccionado a ella durante su noche de bodas, borracho como se encontraba.
No lo sabía en realidad, pero no iba a apresurarse a analizarlo o sacar conclusiones precipitadas que afectaran terriblemente el matrimonio que llevaban. Johannes crecía feliz gracias a que los dos procuraban por él y no había violencia a su alrededor, como le había sucedido en su infancia, aunque su hijo ni siquiera llegaba al año de vida. Estaba satisfecho con lo que tenía, después de lo pésimo que se había comportado, y no iba a actuar impetuosamente, con miedo a cambiarlo, incluso si se mantenían las memorias de la guerra obstruyendo algunos de sus días.
Disfrutaba de su milagrosa segunda oportunidad, en eso se centraría durante el ahora.
—¿Qué te mantiene pensativo?
El cuestionamiento de Elsa irrumpió el mencionado estado de su esposo, quien parpadeó un par de veces y negó.
—Este cumpleaños es tan diferente a los anteriores —dijo él, alimentando a Johannes con un poco de pera, de la que estaba bastante entretenido.
—Como la Navidad —precisó la rubia, sintiendo que comprendía ese significado oculto de sus palabras. Paradójicamente, había similitudes en algunas de las experiencias de los dos; para ella, solo después de la "Gran nevada", su cumpleaños había sido un asunto de mayor alegría, y había sido interrumpida por la guerra. Recordaba muy poco de los años antes de su encierro, pero entendía de los tiempos tristes que habían vivido, pese que los de él le superaban con creces.
Hans le había contado mucho desde su llegada. Y lo más destacable era que él no tenía la suerte de tener una Anna en su vida, ni en Lars, su hermano más "cercano". Su persona de refugio real había aparecido hasta sus treinta y tres años, y no era lo mismo que se tratara de un bebé; ahora bien, ella asumía casi en su totalidad, estarse convirtiendo en eso para él… y no dejaba de apretujar su corazón.
No justificaba, mas aceptaba de dónde había provenido su accionar.
—Habrá otros iguales —aseguró, dándole un ligero apretón en la rodilla.
Los ojos de Hans mostraron su gratitud, brillando como piedras preciosas, del mismo modo en que lo hacían los de su hijo, cuyo color se había tornado en esmeralda. Ya parecía una vívida imitación de su padre, y si no hubiese estado en paz con el parentesco, sería difícil de soportar.
—No tienes que hacerlo —replicó Hans, que buscó en su bolsillo y le tendió una mano.
Extendió la suya, anonada, viendo el chocolate.
—Toma, esta mañana que fui al pueblo compré para ti. Preparaste un picnic para mí por hoy, no tenías por qué.
Negó con la cabeza, sin declinar su detalle, sabiendo que malinterpretaría su rechazo.
—El objetivo de tu cumpleaños es que tú recibas algo, como las flores que me diste en diciembre —señaló tras dejar el chocolate en su regazo. —Y que lo disfrutes.
—Disfruto también de dártelo. Sé que te gusta… y en todo este tiempo no te he visto…
Ella cerró la boca a punto de contestar. Pasó largos minutos observando el chocolate y lo abrió, cortando un pedazo, que le ofreció a él, bajo la curiosa mirada de Johannes.
Hans lo aceptó sin dejar de contemplarla, solo interrumpiéndose por su hijo.
—¡Pa!
—No chiquitín —instruyó él al bebé en su intento de buscar lo que había llevado a su boca.
—Mamama —protestó Johannes, optando por alargar su mano hacia ella por el dulce, toda vez mostrando su comprensión de que era su madre la que otorgaba el premio.
Su esposo comenzó a hacerle cosquillas a Johannes, repitiéndole que no, y este se soltó a carcajadas al instante. Pero en medio de estas no se olvidó de su fruta favorita, escapando de las garras de su padre y apartando de golpe el chocolate de su madre para ir por ella.
Ambos comenzaron a reír, contagiados mágicamente por las inocentes conductas de su hijo. Johannes alzó su pera riendo de nuevo, y para ella fue tanto que se sujetó el estómago, entre risas y carcajadas. Solo paró cuando la garganta le quedó rasposa.
Hans ya no reía; lo encontró siguiéndola con los ojos resplandecientes y una sonrisa amable.
Se inclinó hacia su niño y le dio un fuerte beso en su mejilla, recibiendo un poco de puré de pera en su mentón, después de que él le tocara con sus pequeños dedos.
—Otro día será, mi amor, mi dulce es muy duro para ti.
Partió otro trozo del chocolate y lo observó, sorteando temas en su cabeza, resolviendo todo para dejar pendiente una sensación que no pudo discernir.
Elevó la mirada y esta se cruzó con Hans, quien alargó su mano para limpiarle el resto de comida en su barbilla. Se quedó quieta, apreciando el modo tierno en que él se aseguró de retirar la pera; su pulgar recorrió su piel cuidadosamente y después fue a la boca de él, para luego coger el pañuelo, sumergir la punta en agua y frotar la zona pegajosa.
—Gracias. —La voz le salió como un susurro.
Hans se encogió de hombros y le indicó el chocolate olvidado. Ella asintió y lo condujo a su boca, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas por la sensación de probarlo. Comiéndolo, el sinfín de cosas de antes rodaron su cabeza, haciendo temblar su pecho.
Cogió a su bebé para abrazarlo, a su vez sosteniendo la mano de Hans, el cual permaneció silencioso mientras ella inspiraba el aroma de Johannes. Él se arrulló entre sus brazos y se quedó dormido, inconsciente de que unas lágrimas bañaban su suave cabello rojo.
Recuperó el chocolate, sorbiendo con fuerza, sin borrarse el rastro salado del rostro.
—Creo… creo que me he negado este placer desde… —Tragó. —Me temo que la guerra, desde su comienzo yo no… He disfrutado de muy poco. No me he permitido… Por Dios, ya tiene mucho… Aparte de Johannes, ha sido difícil dejarme disfrutar de la vida y hoy… he podido reír y sentirme como no he hecho en años.
—Me alegro.
Por la expresión en el rostro de él, supo que Hans también comenzaba a hacerlo.
(Disfrutar, cuánto se daba por sentado.)
Elsa contuvo una sonrisa al atrapar a Hans despeinando una parte de su cabello mientras hacía esa costumbre típica de él al concentrarse en su trabajo, que consistía en rascar por encima de su oreja izquierda. Era una del largo repertorio de cosas que había ido conociendo de él en el transcurso de su convivencia, principalmente desde que ella comenzara a desarrollar una clase de sentimiento romántico.
Una vez que su corazón le había dado cabida a él, había empezado a estar atenta a detalles que serían simplicidades para cualquiera, y solo una persona atraída por alguien podría ponerse en sus zapatos.
Era un poco extraño, nunca había tenido esa sensación, pero le gustaban las maneras favorables que le hacía sentir generalmente (lo malo era la inseguridad); no tenía mucho de nacer aquello y había cambiado cosas de ella. Posiblemente era porque algo le había sucedido en el cumpleaños de él, a partir de lo cual, en algún momento, su esposo se había abierto un camino a su ser.
No le afligía encontrarse en esa posición, el Hans del presente distaba de aquel despreciado en antaño, a pesar de desconocer lo que depararía el futuro si esa atracción salía a la luz.
La guerra no dejaba simplemente un aprendizaje malo, ahora ya sabía valorar otros aspectos de la vida, por efímeros que fueran. Estaba madurando de la persona que había sido después de abandonar el combate. O, quizás, era eso y la maternidad trabajando en conjunto.
Igual, gracias a la llegada de él había dejado de centrar su vida y su progreso en su hijo, había empezado a enfrentar el mundo en su plenitud.
—¿Es muy difícil? —preguntó sin moverse de su lugar, apoyando sus antebrazos en su escritorio, a los costados del libro que ella leía.
Hans se encogió de hombros.
—Solo repasando que mi traducción sea la adecuada.
Parecía asombroso que él terminara en esa labor, aportando sus conocimientos a Anna. Ni en los más sueños locos de todos, Hans estaría favoreciendo a la gobernante de una corona que él había querido, máxime con los sucesos vividos entre ambos. Sin embargo, él estaba genuinamente desinteresado por el trono y su hermana confiaba en el juicio de ella, como en el propio, y hasta la perspectiva de Kristoff.
Y en las opiniones de los que habían estado alrededor de Hans desde su arribo hacía más de un año.
—¿Quieres ayuda? —ofreció, sin evitar la sonrisa al ver que se apuraba a quitar un rastro de tinta de su pulgar, antes de que se secara.
Hans rio entre dientes.
—¿Has avanzado en el alemán en una hora? —inquirió en tono amigable, descansando su barbilla en su mano.
Arrugó la boca, sabiendo que su conocimiento del idioma era el suficiente para no perderse; dominaba el inglés, sueco, francés y latín, como la lengua local, variante del noruego.
—Puedes evaluarme y decides —bromeó, sintiéndose rara de optar por el tono lisonjero que muchas veces se empleaba entre pretendientes.
Una sonrisa de lado adornó las facciones de él, tras superar un asombro inicial de su respuesta.
—¿Cómo compensaré tanto trabajo en mi haber?
—¿Aceptarás cualquier sugerencia mía?
—No lo sé, podría tener una oportunidad importante en mis manos.
Rio.
—Bueno, el tiempo se ha acabado, en menos de un minuto regresará Johannes.
No por casualidad, el aludido y compañía llamaron a la puerta, volviendo de un "tiempo de aventuras" con Anna, Agnarr y Olaf. Aunque quería mantener a su hijo afianzado a ella, le encantaba que se sintiera feliz y a gusto con sus familiares, pudiendo alejarse de sus padres para jugar.
Los cuatro entraron a la par que ella se ponía en pie. Solo vio de soslayo a los demás, concentrándose en su pedazo de vida marchando en su dirección, cautivada como cada instante del día.
Era increíble cómo el tiempo corría y su hijo se hacía más grande. Parecía que apenas unos días atrás él había pronunciado su primera palabra, en forma de mamá, y un poco más reciente que aprendiera a caminar.
Temía y adoraba verlo crecer, sabiendo que se transformaba diariamente en la persona independiente que sería en el futuro. Agradecía que viviera, pero añoraba que se quedara como la pequeña criatura que era fácil de contener y proteger en sus brazos, una que no tendría que afrontar el mundo difícil a su alrededor.
Atrapó a su hijo, colmándolo de besos al cargarlo, y este empezó a platicar de forma ininteligible las cosas que había hecho con los otros, interpretadas por Agnarr y Olaf en conjunto. Johannes se libró de ella y fue hacia su padre, que le recibió con entusiasmo, haciendo una señal hacia su hermana para aproximarse.
Pese a estar atendiendo a los dos con ella y Hans también, ella sintió las miradas que le regalaba cada poco, residuo de la charla previa. Se ruborizó, preguntándose si había hecho lo correcto en ser osada.
No cabía duda de las diferencias entre Anna y ella; sería imposible lanzarse a besarlo sin hablar de sus sentimientos, ni dando un inocente beso en la mejilla.
Su hijo definitivamente era el resultado de las no inhibiciones del alcohol.
Sonrió, sabiendo que las cosas se darían si debían hacerlo.
No siguió distrayéndose y conversó unos minutos más con los suyos, hasta que Anna anunció que tenían planeado visitar a los trolls, por lo que no podían dejar que se hiciera más tarde, para estar instalados antes de que cayera la noche. Sabía que era importante, puesto que no habían estado allá en mucho tiempo y con sus abrazos le deseó lo mejor, que satisficieran la ilusión contenida en los ojitos de su sobrino.
Olaf les acompañaría, como el apoyo que solo él podía dar, y un miembro inseparable de la familia de Anna, más que de la suya. Haber convivido con Anna y Kristoff durante la nevada, como en su tiempo en el Bosque, los había hecho unidos.
Pensando en ello, al quedarse con esposo e hijo, invitó a Hans a acercarse a donde ella se arrodillaba en el suelo.
—Jo-jo, ¿quieres jugar con mamá y papá en la nieve? —preguntó con una sonrisa, ganándose una naricilla fruncida de su bebé, ignorante todavía del término referido.
Ella inspiró con fuerza antes de extender sus manos, apostando por todo el amor a su hijo para crear su magia. Aliviada, sintió los hilos invisibles correr por su ser y después aparecer como cintas de luces azules que recorrieron un círculo a su alrededor, tornándose en una cama brillante que terminó en una explosión blanca.
Johannes lanzó un grito extasiado, de la maravilla de lo que acaba de presenciar, sin saber la carga que su madre se quitaba de encima. Hans la miró con ojos entrecerrados un segundo y empezó a exclamar de alegría con su hijo, acomodándose con él en la nieve, saltando cuando les cambió las ropas a los dos.
Él se compuso con rapidez y junto a ella entretuvo a Johannes. Su diversión sirvió para purificar el último uso que le había dado a sus poderes, y ser ese vínculo de paz que le había conferido Ahtohallan, que sí permanecería hasta su muerte y no había creído los últimos años.
Le fue grato que también Hans se contentara en la nieve, creando torres de juego y pequeños animales que sirvieron para cansar a su bebé hasta hacerle caer dormido. Entonces, ella desapareció el escenario nevado y acomodó cojines en la alfombra para él, pues podía caerse del mueble.
—¿Por qué presiento que hay algo relevante? —preguntó pausadamente Hans, tocando el borde de la manta que ella elaboró, otra novedad.
Suspiró. El asunto de Ahtohallan no se lo había platicado, porque ni ella misma se sentía lista para hablar de aquello. Si bien sabía que lo sentía en su interior, tenía el temor de ser indigna de esos poderes.
—¿Has oído del Bosque Encantado y Ahtohallan?
—No mucho, Ryder habló conmigo, como ya sabes, pero sería mejor para entender escuchar lo que provenga de ti.
Le dio un asentimiento y compartió ese fragmento de su historia personal que no había confiado en externar hasta ese día. Era la razón de sus poderes y la muestra que en su familia también existían decisiones equivocadas.
—Pensé que ya no era suficiente —expresó hacia el final—, pensé que no valía para el don que había recibido y utilicé orgullosamente escogiendo un bando. Llevaba tiempo retrasando el mostrarlo de nuevo, ni siquiera he ido a Ahtohallan en años… hoy finalmente reuní el valor. Temí que lo guardado en mi interior fuese una ilusión.
—Tú siempre serás digna.
Sonrió agradecida.
Y se esforzaría en seguir siéndolo, habiendo decidido ir a Ahtohallan ese mismo año.
Contenta, se puso a cantar para su bebé, arrullando su sueño junto a su esposo, que también lo observaba calmadamente.
Minutos más tarde, ya en silencio, ella cambió de posición y decidió ponerse en pie para estirarse debidamente, yendo hacia la ventana. En su camino, se encontró con los papeles donde él había estado trabajando, recordando la situación surgida a partir de ellos.
Le dio un escalofrío y captó la mirada de él en ella, que le invitó a alejarse, nerviosa. Por el vidrio, lo descubrió uniéndose a su sitio, alertándole de su próxima acción, colocar su mano en su hombro y animarle a girarse.
—No sé si sea prudente después de lo que me has dicho, pero…
Él fue bajando la voz hasta callar, volviendo el instante un intercambio de miradas silencioso que agitó una marea en el pecho de Elsa. Los ojos de Hans refulgían una intensidad que tocaba lo profundo de su alma, pletórica de ser correspondida.
—¿Es equivocado alimentar la esperanza de que mis sentimientos no son unilaterales, que albergas en ti un aprecio superior a la amistad que hemos explorado hasta ahora? ¿Y que no es demasiado pronto ni un motivo de disgusto fomentar ese afecto en la clase de intimidad que se procuran los amantes?
Su visión se cristalizó y negó, buscando la mano de él. La asió con fuerza, poniéndose de puntillas para alcanzarlo a medio camino.
—Me sienta de forma dichosa que desees lo que yo —pronunció con suavidad, sonriente al terminar.
Hans inspiró, copiando su sonrisa.
Cerró los ojos ladeando su cabeza y no tardó en experimentar el toque cálido de sus labios. Cosquilleó por dentro, abandonándose a las sensaciones de aquel ansiado beso, esperando pudiera oír los triunfantes sonidos de su corazón enamorado.
A una infinidad de minutos separaron sus labios, manteniendo el abrazo pasional en el que se habían sumido, que asistió a sus rodillas trémulas. En sus recuerdos no había similitud de sus besos de su noche de bodas y los de ahora, relampagueantes por su esplendor.
Él ocultó su rostro en su cuello, acariciando su cabello, dejándole a ella descansar sobre sus veloces latidos, y así tuvo la certeza que estaban en el lugar correcto.
La paternidad conseguía que Hans estuviese más alerta que en la guerra. Independientemente de las incontrolables enfermedades, otro tema en cuestión, Johannes había llegado a una edad en la que corría sin medir el peligro y más de una vez él había sentido pánico al verlo desaparecer de su rango de visión, descubriéndolo con el propósito de escalar uno de los sillones, cerca de un objeto puntiagudo o a punto de tropezar por la rapidez con la que quería conseguir algo, movido por sus inacabables energía y curiosidad.
Otros progenitores decían que debía dejarle para que experimentase, aunque terminara con las rodillas raspadas, pero él, ni Elsa, terminaban de convencerse que era lo mejor, incapaces de soportar las ocasiones en que no prevenían bien y conducían al dolor y llantos de Johannes. Entendían la necesidad de que creciera, solo lo veían como su bebé, como les parecía en recta final hacia su segundo cumpleaños. Y, como padres que habían participado en un ambiente de guerra, facilitarle un mundo sin sufrimiento y con el amor de ellos, era esencial para los dos.
Anna y Kristoff no criticaban sus acciones; sin embargo, Olaf, que tendía a la lectura y a la plática con la gente del pueblo, no lo hacía. Hans había observado con anterioridad que era inteligente, a veces ingenuo, y Elsa aclarara que había crecido, sobre todo tras morir, mas no seguiría el consejo de un muñeco de nieve, por culto que se presumiera.
Hasta entonces, a Johannes no le dañaba la protección de ellos y eso era lo importante del asunto. Lo mismo sería si tenía más hijos, a riesgo de que lo vieran como fastidioso y no indiferente, como sufriera en su infancia. Les enseñaría que así era el hogar, sin existir nada mejor que ese calor conocido por él en su adultez.
No sabría si habría más progenie en puerta, ni siquiera lo había conversado con su esposa, en una relación que avanzaba en segura lentitud (no se habían visto sin ropa de nuevo), pero ya sabía con certeza la clase de padre que le gustaría ser siempre. Día a día aprendía y cada pequeñuelo tendría sus peculiaridades, por supuesto, y era a ello a lo que se adaptaría —manteniéndose como la persona de la que comenzaba a sentirse satisfecho.
Y en lo referente a las individualidades, le quedaba bastante por conocer. En su desarrollo, había cosas de Johannes que se repetían y otras que no, cambiando sus conclusiones de él. Como aquel momento, rebosante de alegría con la primavera, pareciendo ser su favorita en comparación a las otras vividas desde su primer cumpleaños, y lo mismo había pensado en el invierno, o hasta jugando con la nieve de su madre.
Quizá, sencillamente tenía ese vigor de la vida, la puerilidad haciéndole valorar todo de la misma manera.
…como esa mariposa a la que estaba persiguiendo, resguardado por su primo y su tío de fantasía.
—Apuesto a que Agnarr se agota primero —aseveró Anna al ver que Olaf se detenía a observar, aduciendo a su edad.
Él rio con Elsa, y Kristoff se atoró con un pequeño emparedado. Nadie negaría lo dicho, porque Johannes tenía el ímpetu de su tía, a diferencia del otro menor, quien tenía un temperamento como el de la rubia. Decían que era el cabello rojo haciendo de las suyas, y Hans analizaba para sí que eran las diferentes circunstancias de sus primeros años.
—Que se vaya preparando —dijo Elsa con una sonrisa, de buen espíritu con la noticia de la reina a principios de esa semana.
Su cuñada sonrió acariciando su vientre plano y Hans pudo ver cómo Kristoff le daba un ligero apretón en el hombro. Desconocía todo lo que podría haber detrás de ese embarazo, mas era evidente que no había malos sentimientos de parte del futuro padre, bastante tiempo atormentado con su participación en la guerra. No era muy cercano al rubio para saberlo y probablemente se quedarían en intimidades de matrimonio, como Elsa y él tenían las suyas.
Al final, le alegraba que marchara bien, por su familia.
—Entretanto, voy a aprovechar que puedo moverme todavía. —Anna se levantó de su asiento en la mesa de jardín. —¡Niños, juguemos a las escondidas! Yo me encargo de Johannes.
Los dos infantes chillaron, Agnarr se dirigió a Olaf para chocar palmas y su hijo corrió hacia su tía que extendió sus brazos.
A las palabras referidas, Hans se preguntó cómo se habría visto Elsa encinta, tratando de dejar a un lado la decepción por perdérselo y el recordatorio de la inanición de ella hasta enterarse de su estado.
—Se ha dado cuenta que a veces no nos sentimos cómodos al escondernos, ¿verdad? —inquirió Kristoff tras un sorbo de limonada.
Elsa y él encogieron los hombros. Los tres se integraban cuando era un juego anhelado por los menores, nunca sugerencia de ellos; se esforzaban por no dominarse con temas que no podían olvidar completamente, ya no tan asfixiantes como antaño.
—En ocasiones me gustaría acudir con los trolls para que alteren mis memorias —musitó Kristoff.
—¿Se sentiría bien? —opinó Hans, cuya fuente de enderezamiento residía en sus experiencias.
—Lo sé. No podría llegar a hacerlo.
Elsa suspiró.
—Sería sencillo, pero qué clase de vida queda entonces. —Ella debía tener presente las consecuencias en Anna.
Hans apretó la mano con la que estaban entrelazados.
—Es el meollo del asunto. Parte de lo que somos hoy día tiene su razón en la guerra —explicó Kristoff.
Al reemplazar lo sucedido no entenderían sus decisiones o los aprendizajes alcanzados, los cuales no terminaban de asombrarle, en caso de Hans.
—Luchamos para llegar a esta felicidad, no la perdamos.
Kristoff asintió a las palabras de Elsa, y estas se repitieron en la mente de Hans en las horas que siguieron, porque era un gran acontecimiento que ella las anunciara en voz alta a alguien que no fuese él. Le daba paz que ya no contuviera su felicidad, como no lo hacía al andar de la mano en público y permitir que los demás notasen que era pareja de su esposo concertado.
Posiblemente contagiaba ese gozo al acostar a Johannes, porque Elsa lo encaró de brazos cruzados y una de sus cejas elevadas, tal como hacía su hijo en una de sus rabietas. Podía ser una copia suya en la apariencia y muchos modos de actuar, mas sobrevivían en él gestos de su madre, por fortuna.
Rio entre dientes, atrayéndola hacia sí, obligándola a posar sus manos en su pecho. Los encaminó cerca de la chimenea y ya quietos le besó la sien mientras acariciaba su cintura.
—Estuve pensado en la plática con Kristoff… Han salido muchas cosas buenas de ese mal —murmuró, para no perturbar el sueño del bebé.
Elsa deslizó las manos a sus costados y lo abrazó.
—No sabes lo contenta que me hace que ya no te tortures de sobremanera por tu pasado. Eres mi pretencioso hombre, pero la mejor versión del príncipe que conocí hace casi doce años. Un gran padre y un amoroso caballero para mí, un rincón de ese hogar que has merecido conocer.
Se le abrasó la garganta unos segundos, conmovido por la suerte de haberla encontrado y el atino que orilló su egoísmo al no permitir que se ahogara en el mar, si no se remontaba al agradecimiento con Anna por impedirle acabar con ella. No eran lo más grato de contar, pero aceptaba que esos errores eran los cimientos de no desviarse de lo bueno.
—No hay forma de no amarte —susurró con convicción. De haberla conocido antes, en realidad, habría caído por ella… y solo lo hizo en el momento indicado para honrarla debidamente.
—También te amo, mi Hans.
Sonrió sobre su pelo, al que besó como el comienzo de un reguero de besos en su cabeza, cuello y rostro, que paulatinamente se dirigieron a su boca expectante, tragándose sus suspiros placenteros.
Degustó su contorno e interior, admirado cual primera vez, sin cansancio tomando y entregando esa muestra de amor que lo volvía un loco adicto a su ser. Besarla era una droga que barría todos los tormentos de su vida y concedía el paraíso prometido en el fin de los tiempos.
Y era suya.
De repente, la emoción primitiva fue difícil de contener y por primera vez sintió los efectos en compañía de ella, ocasionando un jadeo más sonoro de su parte. Le fue imposible no frotarse contra su vértice femenino y acariciar su cuerpo hasta descubrir más trozos de su piel, deleitándose con la curva perlada de su hombro, rara vez tocado por el sol.
Sabía que debía parar, con su hijo a unos pasos de distancia, pero continuó un poco más, al no encontrar resistencia en ella, sino ávido interés. Era la falta de inhibición que recordaba de su noche de bodas, en las escasas memorias que permanecían.
Y fue eso lo que facilitó disminuir su ímpetu, porque la próxima vez que estuvieran juntos no sería tan atropellada como la primera. Eran amantes establecidos —sin la parte sexual todavía—, y podía darse por sentado que llegarían a la cama, pero sería después de conversarlo explícitamente. No la quería empujada por las circunstancias.
Ella se detuvo casi a la par que él, musitando el nombre de Johannes.
Demostró la gran diferencia entre sus vínculos con su hijo, porque él no había oído algún ruido, como le indicó ella yendo a espiarlo. No dudaba que estuviese más entrenada al tenerlo por las noches en su dormitorio.
Pareciéndole de mal gusto atenderle con una erección, aprovechó la distancia para respirar hondo y calmar la tensión en su hombría, empleando el candor infantil como método de rectitud.
Elsa volvió con él, sonrosada.
—Solo era el quejido de un sueño.
Asintió y ambos se sentaron en el mueble ante la chimenea. Ella se mordía el labio inferior, observando sus manos unidas.
—Hace un momento… no me disgustó… me impresionó sentir un cosquilleo y una humedad en… me pregunto si debería ser así… estaría abochornada de cuestionarle a Anna.
Una esposa sin mácula y curiosa como ella no se quedaría tranquila con la indicación habitual de callarse y solo acatar lo que recibiera; para su mala suerte estaba emparejada con un hombre vergonzosamente ignorante de las artes amatorias, solo compensado por instinto.
—Mi espacio parece pequeño para tu apéndice… aunque, se hizo más grande… cuando parí.
—La humedad… facilitaría la entrada de… es un aceite —consiguió decir él, usando la lógica, cayendo en la cuenta que con su inquietud ella le había confirmado no conocer a otro hombre.
La risa de ella provocó la suya, hasta que un ronquido de Johannes la hizo posar sus manos en las bocas de ambos.
—Las explicaciones están de más —murmuró ella, inclinándose hacia él—. Ya estuvimos juntos una vez y será bueno cuando lo hagamos conscientes.
Hans se acercó lejos de sus labios, presionando un beso sobre su mejilla enrojecida.
—Mi querida esposa traviesa, estaré aguardándote con ansias.
Elsa lo abrazó fuertemente, mientras Hans la sujetaba colmado.
Ellos tendrían doce años con una conexión si le hubiese dado la oportunidad en su coronación, en lugar de tener planes de deshacerse de ella. Podrían tener muchas vivencias juntos en más de una década.
El tiempo no volvería y aquellos momentos serían polvo llevado por el viento.
Pero viviría por los que vinieran.
NA: ¡Hola!
Ahora sí hay más de donde rascar.
Si han podido pasar ese momento de escepticismo y continuan aquí, espero que no quedara demasiado increíble la confesión de Hans (no para entrar en debates, pero miren, si aparentemente Hitler no pisó campos de concentración, se pueden cometer diferentes atrocidades sin necesidad de llevarlas a cabo uno mismo, como evitarse una "molestia"). La verdad es que cuando me surgió la idea me pensé loca, pero al final se acomodó fácilmente a sus actos y otra cosa se resistió a aparecer.
Me pareció correcto que si cualquiera de los dos se enamorara, fuese Elsa la que tuviera que llevarlo menos tiempo en su cabeza. Hans habría sido codicioso y no se habría atrevido.
En cuanto a la escena final. Imagino que si a las mujeres les decían que se mantuviera quietas boca arriba en lo que el hombre hacía lo suyo, no se hablaba mucho de la excitación femenina a los hombres. Y la ignorancia de la época de temas que no vienen en libros (ahora no es que haya demasiada educación sexual, verdad). Como a los hombres no les interesaba tanto que su pareja la pasara bien, más que su mete y saca, pues nadie lo mencionaría a Hans, si el tema saliera alguna vez. Yo supongo que entre algunos sí se transmitió el conocimiento de la lubricación, porque alguna vez sintieran algo por su pareja sexual, o descubrieran que hacía mejor el acto para ellos, no creando alguna incomodidad en sus penes. Vaya, si el paroxismo histérico era una terapia de médicos * ojos en blanco *.
Besos, Karo.
Hensel: Por la dinámica de short-fic los traumas mutuos son un poco subyacentes a la historia y quedan más a la imaginación, pero a este punto Hans se ha admitido tan necesitado de cariño que no se dio mucho impedimento, y para lo que sucede en esta parte, pues ya se dio más de año y medio de su llegada. Me alegra que te interesara mi fic, te entiendo, yo estoy deseando no muriera el Helsa, en mi caso más ánimo me da que en el promocional de Disney Elsa siga tan centrada en él ja,ja,ja.
Guest: Hans' lack of regret would've made different Elsa's response. She knows where she stands, but Hans does too. For the others, everybody has its own problems to solve, sadly :(
