Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.
–Kid, esa zorra está tardando mucho, ¿voy a ver? –preguntó uno de los maleantes.
El pelirrojo chasqueó la lengua, dio un último trago a su lata y la arrojó contra la pared al otro lado del local. Gestionar sus arrebatos de ira era aún una asignatura pendiente.
–Ve y tráela a rastras si hace falta –ordenó con voz autoritaria.
La puerta del pasillo se abrió abruptamente por una patada justo cuando aquel tipo iba a salir. La hoja golpeó al hombre y lo dejó inconsciente en el suelo. Todos se pusieron alerta en cuanto eso ocurrió. Una silueta familiar volvió a entrar en el local, arrojó la bolsa de dinero a un lado.
–¿Qué demonios quieres ahora, Tralalgar? –gruñó Kid.
Estaba dispuesto a dejar pasar que ahora tenía a uno de sus hombres inconsciente en el suelo, pero no iba a tener mucha más paciencia esa noche.
–Eso –el moreno señaló la mochila que tenía aquel hombre sobre la mesa.
–¿Ahora trabajas para esa zorra? –inquirió, levantándose de la silla.
El moreno se encogió de hombros, caminó peligrosamente hacia él.
–Es un poco feo amenazar a una chica siendo uno contra ocho, ¿no es un poco cobarde por tu parte, Eustass? –lo picó.
–Te voy a matar, hijo de puta.
Y funcionó perfectamente, porque el pelirrojo ya se había abalanzado contra él con la intención de golpearlo.
–Inténtalo, dame un poco de diversión… –murmuró para sí mismo entre tanto jaleo.
Esquivó su puñetazo simplemente girando a la derecha. En lo que Kid se recomponía, otros dos necios intentaron atraparlo por la espalda. Trafalgar era rápido y bueno en su trabajo, demasiado. Llevaba bastantes años ejerciendo de matón.
Se agachó antes de que esos tipos ni siquiera lo rozasen, apuñaló a ambos en la pierna para hacerlos caer.
Luego se echó hacia atrás mientras jugueteaba con el bisturí entre sus dedos ensangrentados. Era un arma poco habitual pero letal en manos de quién sabía empuñarla. Con ese instrumento había arrebatado más vidas de las que había salvado, no por nada le apodaban "el cirujano de la muerte". La benevolencia no iba con él.
Kid gritó furioso al ver a sus dos hombres tirados en el suelo sin poder moverse, pues Trafalgar había herido un punto esencial del músculo para que no volvieran a ponerse en pie. Tenía ganas de estrangularlo y asfixiarlo con sus propias manos.
–¡Killer! –vociferó a su compañero.
Éste le había lanzado un bate de béisbol metálico y se había colocado a su lado, preparado para pelear. El brillo de sus dos cuchillas era amenazante. El moreno rió en alto, ahora era un cinco contra uno, seguía en desventaja pero sabía de sobra que iba a ganar. Era un experto en lo suyo.
–De aquí no sales con vida –amenazó el rubio, dando un paso hacia delante, amenazante.
El tipo fue a por su enemigo, directo, craso error. Cortó varias veces el aire con sus cuchillos pero de poco le sirvió, Trafalgar había esquivado todo con facilidad.
El pelirrojo se había unido rápidamente a la pelea, no quería que acabase con sus hombres como había hecho anteriormente. Intentaron coordinar los golpes, uno intentaba apuñalar y el otro golpear. El cirujano se apartaba de un lado al otro rápidamente, pero la hoja del tipo rubio rozó su mejilla, dejando un fino corte que pronto comenzó a sangrar.
Aprovechando la sorpresa, pues no se esperaba que llegasen a herirlo, Kid pudo golpear su hombro izquierdo con toda la fuerza que pudo, haciéndolo caer al suelo momentáneamente. Sujetándose el hombro con fuerza, pues se lo acababa de dislocar, lo encajó de nuevo entre risas. Eso dolía horrores, pero por la mezcla de adrenalina y droga que llevaba en el cuerpo, no sintió nada.
–Estás jodido de la cabeza.
El moreno se volvió a poner de pie, su mirada se había ensombrecido un poco. Tal vez había subestimado a esos tipos, tal vez le aguantarían todo lo que quería jugar con ellos…
–Pues si que voy a tener que enseñarte modales, Eustass –se acomodó el gorro– Los perros buenos no muerden.
Otra vez esa expresión fanfarrona en la comisura de sus labios. Kid volvió a golpear el aire en su dirección, estaba dispuesto a borrar esa sonrisa a palos.
Al estar cegado por la ira, había ignorado su entorno, el pelirrojo estaba golpeando a todo lo que tenía por delante, llevándose sillas y demás muebles por delante. Aprovechando aquellos pedazos de madera que habían caído al suelo, Trafalgar le lanzó uno directo al cuerpo pero el otro lo paró con el brazo. Y en ese instante, mientras estaba distraído esquivando, el cirujano ya se encontraba frente a él.
El hombre intentó agarrar al asesino, que era más pequeño y escurridizo que él. Lo tomó fuertemente del hombro y con la otra iba a golpearlo nuevamente con el bate, pero ese hombre ya había realizado su ataque.
Kid soltó el bate cuando sus fuerzas le fallaron y notó un líquido cálido brotar de su brazo. Abrió los ojos de golpe al ver la sangre que goteaba al suelo, tan roja. Trafalgar le había cercenado los tendones de la mano, ahora no podría abrirla ni cerrarla, dejándola inútil. Además, la cantidad de sangre era también preocupante.
–¡Kid, aléjate! –le gritó su amigo.
El pelirrojo se apretó la herida para detener la hemorragia y esquivó otra puñalada que iba directa a su costado. Killer volvió a entrar en acción, temiendo por la vida de su jefe. Paró el bisturí, impresionado por la fuerza del cirujano, cualquiera diría que no estaba empuñando una espada.
El moreno retrocedió unos pasos mientras golpeaba a los otros insensatos que intentaron atacarlo cuando estaba distraído. Los tres yacieron pronto en el suelo, bajo algún que otro charco de sangre. No había herido órganos esenciales, esos desgraciados no merecían morir, al menos no hoy. Además, tampoco quería ganarse la bronca de su jefe por cargarse a otra banda que –aunque fuera a regañadientes– pagaba por estar en su territorio.
–No tienes buena cara, Eustass –se burló, crujiéndose el cuello sonoramente.
Kid tenía el ceño fruncido y las cejas casi juntas. No se había quejado por el dolor pero había dejado de sentir el brazo, los ataques de ese hombre eran ciertamente peligrosos, su reputación lo corroboraba. Meses antes ya tuvieron una reyerta, pero ni la mitad de agresiva que la de ahora. Y es que en ese momento estaba decidido a arrancarle la cabeza, pese a las consecuencias que tendría eso después.
–Trafalgar, voy a dejarte el cuerpo irreconocible después de esto.
–Se te va la fuerza por la boca.
El susodicho se encogió de hombros, aburrido. Esa confianza volvió a corroer la poca paciencia que le quedaba al tipo alto. Ignorando el dolor de su brazo, tomó con su mano sana el bate de béisbol del suelo, ahora lleno de su propia sangre, y corrió esos escasos metros para golpearlo. Killer, su subordinado, no pudo parar aquella insensatez.
El pelirrojo gritó de dolor, arañó el aire, cayó de rodillas. El bate rodó por el suelo, lejos de él. Trafalgar reía de nuevo, esta vez sujetando algo en la mano.
–¿¡Qué te ha hecho!? –gritó el rubio, buscando un hueco para socorrer a su jefe.
Kid se agarraba el rostro con desesperación. Se giró hacia su subordinado, toda su cara estaba empapada en sangre, sus manos se habían teñido de ese líquido rojo que no paraba de brotar de la herida recién abierta. Contempló aquella cuenca vacía con horror.
–Quieto, que no te quito el ojo de encima –siseó el cirujano, mostrándole el globo ocular perfectamente entero que acababa de arrancarle al pelirrojo.
–¡Estás loco! –gritó el rubio, abalanzándose contra él con todas sus fuerzas.
Cegado por la rabia, bajó las defensas. Y un simple rodillazo en la boca del estómago fue suficiente para dejarlo doblegado en el suelo, soltando sus cuchillas. No pensaba matarlo, alguien debía llamar a un médico. Rió por lo irónico que sonaba todo. Tiró el ojo al suelo, si tenían suerte podrían volver a colocarlo con una buena operación, la herida había sido limpia.
Decidió que ya había jugado suficiente con ellos. El bar se sumió en un silencio sepulcral si no fuera por los quejidos de los heridos tirados en el suelo. Ese sonido tan maravilloso, música para sus oídos.
Tomó la mochila negra de la mesa, ya casi se había olvidado de la chica que lo esperaba en la habitación de al lado, y también la bolsa de dinero. Dedicó una última mirada al cuadro bizarro que había dejado en ese bar, estaba orgulloso de su autoría. Regresó al pasillo, que estaba iluminado con aquella molesta luz parpadeante.
Y allí estaba ella, corriendo hacia la salida. Pero, ¿por qué huía? ¿Tendría razón Kid y se la estaba jugando?
Luego reparó en el pequeño detalle de su aspecto. Llevaba la ropa llena de sangre seca, las manos también rojas y un bisturí en la mano. Parecía un asesino de película. Así asustaba a cualquiera.
La siguió hasta la calle, donde la amenaza de lluvia se había hecho presente y caía la tormenta más fuerte que recordaba en años. La chica cayó al suelo torpemente, cerca de donde había aparcado su motocicleta.
–¡Mierda! –se quejó ella, agarrándose las rodillas con sangre, intentando levantarse.
Pero Trafalgar ya la había alcanzado, aunque tampoco se había molestado en correr detrás de ella. Las presas suelen huir mal cuando tienen el peligro cerca, es algo provocado por el miedo.
Apenas unos segundos y ambos estaban empapados. Ella lo observó con cierto terror en sus ojos, arrepentida de haber solicitado su ayuda. El cirujano se limitó a arrojarle la mochila encima, y ofrecer su mano, que ahora se había limpiado parcialmente con la lluvia.
Nami parpadeaba frecuentemente por las gotas de lluvia que se deslizaban por sus pestañas, dudó. Pero ese hombre no parecía tener intenciones de herirla, había tenido mil oportunidades y no lo hizo.
–Ven o vas a resfriarte.
Qué estupidez. Él era médico, pero también actuaba a todo lo contrario que debía ser uno.
¿Ahora estaba preocupado por ella?
Apenas minutos antes acababa de dejar a un hombre sin un ojo, y ahora sentía lástima por aquella mujer, que ahí tirada parecía un animal abandonado y herido.
No supo porqué había dicho esa gilipollez, pero funcionó lo suficiente para tranquilizar a Nami, pues tomó su mano para ayudarla a levantarse del suelo.
Luego el cirujano encendió la motocicleta e invitó a la chica a subir, que dudosa se sentó detrás de él. No era fanática de las dos ruedas, pero debía reconocer que aquel amarillo chillón le quedaba bien al vehículo, iba a juego con la ropa de su dueño.
–¿No tienes casco? –preguntó, temerosa por la cantidad de agua que había en la calle y que podrían fácilmente resbalar y tener un accidente.
–Sujétese señorita –murmuró con una sonrisa de suficiencia cuando ella le pasó los brazos alrededor de la cadera– Que va a ser un viaje muy largo.
Nami no abrió la boca en todo el trayecto, fugazmente había apoyado su cabeza en la espalda de aquel hombre, que apestaba a sangre y un olor fuerte que le recordó vagamente a un hospital.
