Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.
Nami supo, en cuanto pisó por primera vez aquel apartamento, la diferencia de clases que había entre ambos. Asombrada por lo lujoso que se veía todo, no pudo esconder su sorpresa al conocer que aquel hombre vivía ahí él solo, pues no parecía mucho más mayor que ella, probablemente no llegaba a la veintena.
Ató cabos con lo que había presenciado horas antes, era un tipo peligroso y estaba metido en cosas de igual calibre. Y ella había sido tan ingenua de aceptar entrar en la boca del lobo voluntariamente. Menos mal que no pensaba volver a verlo después de aquella noche.
Pero en ningún momento la trató de malas formas, de hecho para su sorpresa fue bastante educado y distante, aunque de vez en cuando asomaba entre sus labios alguna que otra sonrisa socarrona por la torpeza de la chica.
Le permitió tomarse un baño, porque ambos habían encharcado el suelo nada más entrar. Él esperaría fuera. Incluso tuvo la amabilidad de dejar ropa seca y limpia de mujer en el baño para que pudiera cambiarse.
Nami la examinó después de salir de la ducha, era de su talla, estaba perfectamente doblada y planchada, olía a suavizante ¿Sería de su novia? ¿Hermana? No, no parecía vivir con nadie más. Además, a ella tampoco debía importarle ese asunto.
Se vistió, con cuidado de no rozar las raspaduras de sus rodillas, y salió del baño, buscando con la mirada al hombre. La luz estaba dada pero la estancia se iluminaba más por los relámpagos de la tormenta que aún seguía cayendo.
Él se había quedado esperando en lo que intuía era la cocina, pues únicamente se separaba del salón por un muro bajo donde había una larga encimera de mármol negro y varios taburetes para sentarse y comer. Nami no entendía muy bien la arquitectura moderna, aunque el color oscuro del parquet casaba muy bien con la pintura grisácea de las paredes, le daba un tono sobrio pero elegante al piso.
No había mucha decoración, más que algún que otro cuadro, que probablemente ya viniera con la casa. Aunque había algo enmarcado en el salón que llamó su atención. Se acercó. Era una rana perfectamente diseccionada. Tenía el estómago abierto y las vísceras fuera, separado todo con finas agujas y escrito debajo el nombre de cada órgano con una letra casi perfecta.
Nami levantó las cejas, ese tipo era muy raro y daba miedo. Un carraspeo a su espalda la sacó de sus pensamientos, asustándola momentáneamente. El cirujano la miraba fijamente, en sus ojos grises podía leer entre líneas el "no curiosees demasiado". Arrugó la nariz pero fue hacia él.
El hombre se había molestado en preparar algo de comida para ella, aunque sólo fuera recalentada. No mostraba poseer muchas habilidades en la cocina, la vitrocerámica a su espalda parecía prácticamente nueva.
No puso muchas pegas cuando le entregó aquel bol de sopa y fideos humeantes. Recordó que no había cenado, el hambre hizo mella en ella. Un sonoro rugido de lo más hondo de su estómago se escuchó demasiado alto para su gusto. Se sonrojó levemente, evitó el contacto visual.
–Se va a enfriar si sigues mirándolo así –le sugiere él, divertido.
Pero Nami aún no había agarrado los palillos que le había ofrecido también para poder comer.
–No está envenenado, tranquila –dijo, señalando el bol que acaba de comer él y estaba en la basura.
Ella torció el labio, no debía haber insinuado que no se fiaba de él. Porque aunque obviamente no lo hacía, si quería seguir con vida más le valía parecer amable. O eso pensaba ella.
Trafalgar río cuando ella comenzó a comer y seguía evitando sus ojos. Esa mujer realmente le divertía. Parecía bastante más joven de lo que pensaba ahora que la veía sin maquillaje, tal vez eran de la misma edad. Pero tampoco preguntó, porque realmente le daba igual. Al día siguiente ella desaparecía de su vida tal y como había llegado.
Se quedó un rato mirándola, fijándose en cada detalle de su rostro, en sus largas pestañas, en esos ojos marrones que lo esquivaban, las mejillas algo coloreadas, su fina nariz, esos labios tan pálidos…
Bajo su ojo médico, en general ella estaba muy pálida y delgada, posiblemente en infrapeso y padeciendo anemia por no alimentarse adecuadamente. Si le recetaba una dieta basada en legumbres y unas vitaminas …
Negó con la cabeza para sí mismo. No, él no era el médico de nadie. La salud de esa tipa le daba completamente igual, o eso quería obligarse a pensar. Ni sabía por qué la había salvado en primera instancia, por un simple capricho, aunque él nunca se dejaba llevar por impulsos.
Torció el gesto, el dolor de cabeza había vuelto para quedarse. Apartó la mirada de ella y se perdió rumbo al baño, dejando a la chica devorando la comida con más calma.
Nami había terminado de cenar y recoger un poco cuando sintió un cansancio extremo. La tormenta aún seguía rugiendo fuera, descartaba pedir a aquel extraño que la llevase a casa o la estación de metro más cercana, aunque calculando la hora ya estaría todo cerrado.
Suspiró y se dejó caer en el amplio sofá de cuero negro. Se acomodó en una esquina, tumbarse ahí era como estar en una nube. Nunca se había sentido tan cómoda en toda su vida. Cerró los ojos, ojalá tuviera el dinero suficiente para poder comprar algo lo mínimamente cómodo para dormir todas las noches y no ese horrible colchón al que llamaba cama.
Sus músculos se habían relajado, se hizo un ovillo abrazándose a sí misma por el frío. Entre el sonido de la lluvia golpeando los cristales y lo cómoda que se sentía, fue cerrando poco a poco los ojos hasta caer en un profundo sueño.
Ya pensaría mejor las cosas más tarde. Ya buscaría aquella bolsa de dinero antes de marcharse, ya revisaría aquella habitación cerrada sospechosamente con llave que estaba al final del pasillo…
Tras una larga ducha, Trafalgar salió del cuarto de baño con ropa limpia. Había dejado el resto ensangrentado y empapado de agua en la lavadora, ya haría la colada en otro momento. Se había vestido con un conjunto de ropa negra sin nada estampado, únicamente la camiseta del pijama era de manga corta y por ello mostraba sus brazos y manos tatuadas.
Se estaba terminando de secar el pelo con una toalla, cuando volvió al salón para buscar a la chica y se la encontró tumbada cómodamente en su sofá. Por inercia intentó hacer el mínimo ruido posible cuando puso la cafetera en marcha para prepararse algo caliente antes de, suponía, intentar dormir también. La cafeína era bastante desaconsejable para el insomnio pero necesitaba tomar algo que le hiciera olvidar el subidón que había tenido unas horas antes.
Se sentó en la cocina, tomando la taza casi ardiendo, y probablemente se quemó un poco la lengua y el paladar, pero necesitaba algo agradable dentro. Se quedó pensativo mirando la lluvia a través de la ventana. Luego su mirada bajó a esa chica, que dormía plácidamente como si no se hubiera metido en la guarida de su depredador.
Se veía tan tranquila, tan ajena a todo. Su pecho subía y bajaba lentamente.
Ingenua.
El cirujano se sorprendió yendo al dormitorio para buscar alguna manta con la que tapar a la chica, que visiblemente tenía algo de frío. Ni siquiera él entendía porque estaba haciendo de su canguro.
Mierda. Horas antes casi se carga a un grupo de ocho tíos armados y ahora parecía haber adoptado a un gato callejero. Le faltaba sacar el teléfono y hacer foto de cada postura mona en la que se la encontrase y subirlo a internet.
Aunque prefería cambiar todo aquello por una noche en su dormitorio, teniendo a esa mujer contra la cama y ambos desnudos. Haciéndola gemir de placer hasta que ella misma suplicase más y más, agradeciendo lo que había hecho por ella una hora antes. Aquella sustancia había despertado uno de sus más bajos instintos.
Se quedó observando aquella figura pequeña hecha un ovillo en su sofá de cuero. Alargó la mano con intención de arrebatarle la manta y dar inicio a sus fantasías, pero se detuvo.
Podría ser un asesino, un sádico y un loco, pero jamás un agresor sexual. Su moral se regía por unas normas muy estrictas. Nunca había obligado a una mujer a hacer algo que ella no quisiera, y no iba a comenzar ahora. Ella no le debía nada por lo del bar, pues había sido él mismo el que decidió meterse en todo ese embrollo.
Decidió dejar que descansara tranquila, ya mañana se desharía de ella rápidamente antes de que se metiera en más problemas. Apagó todas las luces de la casa y se metió en el dormitorio.
Deshizo la cama y se metió bajo aquellas suaves sábanas blancas. La ventana estaba cerrada pero la cortina apartada, la estancia se iluminaba con la tormenta. Cerró los ojos, intentaría descansar aunque fueran unas pocas horas.
El insomnio y él eran viejos compañeros. Aunque extrañamente ese día se sentía algo más tranquilo. Dejó vagar sus pensamientos hasta que concilió el sueño.
