Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.


Nami se regodeó por el éxito de su plan en el momento en que puso un pie en la estación de metro de su barrio. Estaba contenta, agarraba felizmente aquella bolsa gris y cruzaba las calles casi corriendo, deseosa de ver a su hermana de nuevo y darle las buenas noticias.

En el bar no había nadie más que Nojiko y un hombre alto parado en la barra, parecían tener una conversación bastante animada y podría decir, melosa.

–Ejem… –carraspeó Nami con algo de timidez en la entrada del local.

Nojiko se sorprendió un poco y le dedicó una mala mirada a su hermana pequeña cuando ésta le insinuó algo con los ojos. El hombre se había levantado y procedió a saludar a la recién llegada.

–Ace, ésta es mi hermana pequeña, Nami –la presentó Nojiko.

–Encantado –le ofreció la mano a modo de saludo, ella no dudó en estrecharla.

Ace era un chico joven, con expresión amable, pecas sobre las mejillas y vestía de una manera peculiar. Llevaba una camiseta de tirantes muy larga, dejando ver sus entrenados brazos. Tenía varios tatuajes visibles pero nada grotesco, todo lo contrario al hombre que conoció la noche anterior. Parecía buena persona y le recordaba alguien muy parecido que tampoco podía vislumbrar en su mente.

–¿Y qué estabais haciendo? –preguntó Nami, levantando ambas cejas.

–Oh, bueno… –dudó en hablar la hermana.

–Quería invitar a Nojiko a un concierto –respondió Ace con una amplia sonrisa– Resulta que me tocaron cuatro entradas en un sorteo y a mis hermanos no les gusta Uta.

–¿Uta? –preguntó Nami, sus ojos se iluminaron.

–¿La conoces? –Nojiko arrugó la nariz, no entendía muy bien sus gustos musicales.

–Me encanta Uta, no me pierdo ni una canción –dijo entusiasmada.

–Genial, ¿te gustaría venir con nosotros? –la invitó el chico.

–Me encantaría pero tampoco quiero molestar… –respondió apenada.

–¡No molestas! ¡Cuántos más, mejor! –negó el hombre, sonriendo afablemente– Puedes traer a un amigo si quieres.

–Oh, si, que traiga a su novio –añadió Nojiko, ganándose una mirada asesina.

–No tengo n…

–Claro, como una cita doble, ¿no? –rió el moreno, dándose cuenta al instante de sus palabras– Perdona Nojiko, no quería decir que …

–Calla, es una cita –le ordenó la joven, empujándolo a la salida– Luego hablamos, ¿si?

–Hasta luego entonces –se despidió, haciendo un gesto con la mano y alejándose del local.

Nojiko suspiró en alto, sentía el corazón saliéndose del pecho. Cuando volvió a la barra, Nami la miraba con un gesto interrogante.

–¿Qué?

–¿Una cita? –la pelinaranja preguntó con tono burlesco.

–Sí, ¿qué pasa? –respondió su hermana, continuando la tarea de secar algunos vasos que acababa de lavar.

–Nada, nada. Que no me habías hablado de Ace.

–Bueno, tampoco hay mucho que contar –se encogió de hombros.

–¿Te has visto la cara de boba que tenías? –Nami se estaba riendo– Diría que hay bastante que contar.

La chica aferraba la bolsa de dinero entre sus manos nerviosas, dudó en subirla a la barra y enseñárselo a su hermana. Pero seguramente se alarmaría por la cantidad de billetes que había ahí dentro. Y probablemente no aceptaría que Nami pagase más su alquiler mensual. Guardaría ese pequeño secreto, solo debía pagar a Arlong lo justo.

–Fue hace unas semanas –recordó Nojiko, con la mirada perdida– Entró en el bar, estaba haciendo unas prácticas de su trabajo y necesitaba ir al baño. Me enfadé porque no había consumido y al final se sentó a hablar conmigo un poco.

–Parece buen partido –sugirió Nami, escuchando atentamente la historia.

–Es bombero –añadió la mayor– Es mucho más de lo que voy a pretender yo en la vida.

– No digas tonterías, tú eres asombrosa –dijo con cariño la chica– Los hombres se pelearían por ti.

–Exagerada –rió Nojiko, quitándole importancia al asunto.

Pero luego se acordó del pequeño detalle de que Nami no había dormido en casa la noche anterior. Giró la cabeza hacia ella y siguió secando los vasos.

–¿Y tú qué? ¿No tienes algo que contarme?

–No sé de qué me hablas.

–Nami… sabes a qué me refiero –Nojiko hacía varios pucheros, intentando convencer a su hermana de hablar.

–Estaba trabajando, simplemente –se encogió de hombros.

–Trabajando vuelves antes de que cierre el metro, no mientas –le sacó la lengua– ¿O tardas tanto en desplumar a un par de gilipollas? Tu has dormido en otro lado… –la repasó de arriba abajo con la mirada– Además, esa no es tu ropa. Y anoche cayó una buena.

–Si, tú ganas –puso los ojos en blanco, cediendo al interrogatorio– Estuve con alguien.

Recordó al hombre cubierto de sangre y con la mirada perdida en mitad del pasillo. O la vez que lo vio metiéndose una vez debería omitir esos pequeños detalles si no quería que le diera un infarto a su hermana mayor.

–¿Y cómo es? –preguntó Nojiko, cruzándose de brazos después de acabar la limpieza– ¿Es guapo?

La definición de guapo no era lo que mejor encajaba con ese hombre. Era alto, probablemente con un cuerpo bastante musculado, y tenía un color de ojos peculiar. Pero eso unido al resto de cosas inquietantes que había descubierto de él, el ser atractivo o no le daba igual. Era un jodido psicópata.

–Se podría decir que sí –afirmó sin estar muy segura.

–¿Como que "puede"? –su hermana la miró entrecerrando los ojos– ¿No tienes una foto de él?

–No, tiene tatuajes y es moreno… –lo intentó describir, sin entrar en detalles escabrosos, luego se preguntó a sí misma qué estaba pensando– Olvídalo, no voy a volver a verlo más.

–¿Qué pasó? –intentó sonsacar la hermana– ¿Ya discutisteis?

–Nada, solo que no terminamos de coincidir en una cosa –mintió.

–Bueno, eso es una bobada Nami, las parejas siempre discuten.

–¡Que no somos pareja! –exclamó la chica, levantándose del taburete, ya había tenido suficiente interrogatorio por hoy.

–Pues estás como un tomate –señaló Nojiko entre risas.

Nami puso los ojos en blanco e ignoró a su hermana. Se acabó marchando después de otro rato cambiando de tema de conversación, su hermana era bien insistente, por suerte no había hablado demasiado. Si todo iba bien, en cuanto pagase a Arlong, podría darse algún que otro capricho.

Se fue a casa, por suerte no había nadie. No estaba de humor para lidiar ahora con su tío. Por fin estaba en su habitación, aunque no echaba de menos su colchón pero sí sus cosas. Arrojó la bolsa de dinero sobre la cama, sacó lo necesario para el día siguiente, el resto lo volvió a meter en la bolsa y se agachó sobre el suelo, tanteando la madera gastada, dando con una tabla medio suelta.

La levantó, ese era su escondite secreto, allí guardaba cosas importantes como el dinero o aquel viejo cuaderno con el forro de cuero. Lo tomó momentáneamente, se sentó cruzando las piernas y lo leyó por no sé cuánta vez.

El diario de Bell-mère.

Lo había descubierto en su antigua casa, antes de que Arlong se las llevara a ese maloliente barrio. Se sabía de memoria cada párrafo. Acarició las hojas con aquella letra que a sus ojos era tan hermosa. En él contaba sus aventuras entrando a la academia de policía y hasta que consiguió el puesto. Más de una vez se había reído a carcajadas con las anécdotas que detallaba.

Recordaba algunas especialmente graciosas de sus compañeros de prácticas, como aquel tipo que siempre se tropezaba al andar o una vez que se había quemado con su propio cigarrillo y al Bell-mère tuvo que socorrer con un extintor.

Fue el único chico que se había atrevido a pedir salir a su madre, aunque según lo que escribía, tampoco se fijaba en nadie más y ella tenía un carácter horrible. Estuvieron algunos años como novios. Había algunas fotos con él, ambos sonreían felices, pero en algún momento el diario se acababa o más bien, las páginas habían sido arrancadas de rabia y Bell-mère no había escrito más tras eso.

Así que Nami nunca supo qué había sido de ese misterioso hombre, nunca lo nombraba directamente cuando escribía sobre él. Se preguntó si aún seguiría en la ciudad, o le interesaría saber que su madre había fallecido. Cuando tuviera más recursos decidiría buscarlo.

Pero dejando de lado sueños lejanos, volvió a guardar el diario y tapó el agujero encajando la tabla de nuevo. Suspiró, guardó el fajo de billetes que había reservado y se lanzó a la cama.

Oh, cómo echaba de menos aquel sofá…

Otra vez esos ojos grises cruzaron su cabeza. Nami se tapó la cara con un cojín, había recordado la conversación con Nojiko. No, debía olvidarse de aquel tipo. Más aún sabiendo todo lo que conocía de él hasta ahora.

No era el típico chico que conocías y pensabas que podría ser un buen partido, todo lo contrario a cuando Nojiko le presentó a Ace. Lo miraba y pensaba en las ganas que tenía de huir, pero por alguna extraña acción no lo hizo. Tal vez aquella mirada intensamente fija sobre ella o esa voz aterciopelada eran justamente las trampas que había usado para cautivarla.

La chica dio un manotazo al cojín, como intentando apartar esos pensamientos de su cabeza, pero era difícil. Cuando esa misma mañana se había levantado, lo primero que hizo fue comprobar que el chico dormía tranquilamente en su habitación, y luego se encaminó a la dichosa puerta que estaba cerrada cuidadosamente con llave, sin siquiera pensar en la sorpresa que se encontraría detrás.

Un laboratorio. Una sala impoluta, baldosas blancas por todos lados, un insoportable hedor a desinfectante y formol. Un pequeño escritorio con algo sobre él, Nami se quedó congelada cuando fue a curiosear, tenía un corazón presumiblemente humano seccionado en partes, exactamente igual que la rana que decoraba el salón.

Y para acabar de asustarla, en las estanterías del fondo tenía botes llenos de órganos, órganos humanos perfectamente conservados en aquel líquido amarillento. Una fila de ojos azules sin vida le devolvieron la mirada a medida que iba paseando por la estancia.

Nami se marchó de la habitación aguantando las enormes ganas que tenía de echar toda la cena de la noche anterior. Agradeció no tener que cruzarse de nuevo con aquel psicópata despierto.

Volvió a la realidad. Finalmente se acomodó en la cama para intentar dormir o centrar sus pensamientos, lo que viniera antes. Era temprano aún pero estaba exhausta.