Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.
A Nami se le iluminaron los ojos en cuanto pisó aquel lugar. La pastelería de Whole Cake situada en pleno centro de Dressrosa, era el local más visitado en cuanto a postres se refería, una parada obligatoria para los turistas que deseasen probar algo dulce.
De pequeña había fantaseado alguna vez con comer una tarta de aquel sitio, pero por su escaso presupuesto y la pobre vida que llevaba, se quedó en una simple fantasía. A Law solo le daban escalofríos en la espalda con solo pensar en la dueña del local, una señora entrada en años llamada Big Mom.
El sitio era encantador, paredes y suelos rosas, las esquinas estaban decoradas con peluches e imágenes de animalitos haciendo alguna pose adorable, el mostrador repleto de tartas de todos los sabores y colores… El estómago de la pelinaranja rugió con fuerza al oler aquel bollo de chocolate.
Pero luego volvió a la realidad, ella no podría pagar eso. Law no había perdido detalle en todas las expresiones de niña fascinada que había tenido en cuanto pidieron una mesa. Así que, amablemente, le avisó de que él pagaría. Por cortesía, un postre dulce para una noticia amarga. A ojos de todos, parecían una pareja teniendo una cita.
–Sabes perfectamente por qué estoy aquí, ¿verdad? –preguntó en voz baja cuando les sirvieron la comida y el camarero se retiró.
Nami había dado un primer bocado a su fascinante tarta de mandarina, pero luego apartó la cuchara del plato, como si hubiera desaparecido su hambre.
–Me hago a la idea, pero preferiría que no metieras a mi familia en esto.
–Eres un poco escurridiza, señorita Nami –puntualizó Law, tomando un sorbo de su café.
–Ve al grano.
–Tienes algo que quiero, y que es mío.
–No sé de qué me hablas.
–¿Quieres jugar de este modo?
Otra vez esa sonrisa de suficiencia.
–Oye mira, no tengo el dinero. Lo he perdido –y retomó el comer la dichosa tarta.
–Mientes. Se te da fatal mentir.
Nami se quedó un largo rato mirando aquel plato. Sabía perfectamente su situación, se había metido en un callejón sin salida por ser estúpida. Robar a la mafia ya era demasiado para su nivel.
–Si no te hubieras entrometido… –murmuró, pero él lo había escuchado igualmente.
–Si no me hubiera entrometido, probablemente no habrías llegado a casa –hizo referencia a los eventos anteriores con esos tipos.
Y Law tenía razón, pero Nami odiaba dar la razón a un hombre, y más a él, que siempre la miraba por encima del hombro como si no fuese nada. No iba a darle el gusto.
–No necesito un canguro, sé cuidarme sola.
Trafalgar levantó ambas cejas mientras daba otro sorbo al café.
¿Por qué discutía con ella? ¿Por qué se había molestado en fingir un papel delante de su hermana para no contrariarla?
¿Por qué, en lugar de amenazarla, la lleva a una cafetería e la invita a comer? ¿Por qué la salvó de aquellos tipos? ¿Por qué la llevó a su casa?
No soy buena persona. Jamás lo seré. Pensó Law detenidamente.
–Se nota. Además no es que haya querido precisamente ayudarte. No paras de mirar a todo el mundo con esa cara de pena.
Aquello había herido el orgullo de Nami. No iba a permitir que un desconocido le diera ahora lecciones de supervivencia.
–¿Por qué no me matas y ya? Podrías haberlo hecho mil veces desde ayer.
–Soy médico –explicó– Intento hacerlo lo menos posible.
La mujer recordó esa habitación blanca. Esos serían los cascos en los que sí debía quitar a alguien de en medio. Law sabía que ella lo había descubierto, la puerta estaba forzada. Por ello aún había cierta desconfianza en su mirada.
–Pues lamento decirte que no hay dinero.
El hombre se quedó pensativo mientras ella seguía comiendo la tarta hasta acabar. Dudó en sus siguientes frases. ¿Por qué seguían jugando con ella?
¿Por qué no la secuestraba y torturaba hasta que le dijera donde estaba el dinero o qué había hecho con él? Lo había hecho tantas veces antes, de ahí su macabra colección de partes humanas…
Algo en su mirada le daba a entender que realmente necesitaba esa cantidad, pues cualquier persona con dos dedos de frente se habría largado en el primer avión que encontrara después de tener el atrevimiento de robar a la mafia.
Y sería una pena tener que rajar ese rostro tan inocente con su bisturí. Imaginarla en la camilla de operaciones desnuda, asustada y atada. Mientras calcula qué partes cortar para provocar el máximo daño sin llegar a desangrarse. Sus gritos amortiguados por la pared, suplicando que pare.
Tentador.
Nami había desviado la mirada, aquel tipo la estaba mirando como si fuera prácticamente comida, como si fuera una presa a la que cazar. Sabía muy bien descifrar a los hombres, y él era especialmente escalofriante. Se sintió pequeña y débil ante su presencia.
Law se imaginó esa situación, y extrañamente no le pareció tan satisfactoria como había sido con otras tantas personas a las que le había sucedido lo mismo. No sentía ese impulso macabro de descuartizar de la manera más agresiva posible su cuerpo y hacerlo desaparecer después con un poco de ácido en una cubeta de plástico.
Porque aunque no lo sabía, algo dentro de su cabeza repetía lo mismo una y otra vez. Se intentaba redimir por matar a asesinos, violadores y demás maleantes. Y ella no encajaba en esa lista ni de lejos. Hoy había conocido parte de su vida y estaba seguro de ello. Nami era una buena persona pero en una mala situación.
Tuvo ganas de reír por lo irónico que sonaba todo. ¿Un asesino haciendo un bien común? Parecía una serie de televisión cutre que echan cada domingo.
–Señorita Nami, no a todo el mundo le conmueven las caras tiernas o las palabras melosas –la avisó.
–No tienes ni idea de mi vida, así que mejor no hables.
La pelinaranja se había levantado enfadada, arrastrando la silla y atrayendo la mirada de varios curiosos. Se arrepintió al momento por el gesto contrariado que le hizo Law.
El hombre finalmente pagó la comida y ofreció a Nami llevarla a casa de nuevo, pero ella se había negado, furiosa. Prefería una hora de trayecto en metro y trasbordos a compartir una sola palabra con él.
Aquello parecía un empate, pues ninguno quería ceder. Ella no podía entregarle el dinero, y él no iba a dejarla en paz simplemente por su cara bonita, no era un hombre tan simple.
Ya estaba atardeciendo cuando Nami llegó a casa desde el centro. Aquel trayecto en tren le había dado tiempo para pensar y serenarse, o en este caso para cabrearse aún más. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, sintió una pesadez en los hombros bastante aplastante.
Arlong y sus amigos estaban de nuevo mirando un partido en la televisión y bebiendo, ninguno se dignó a mirar a la chica o siquiera saludarla. Mejor para ella, tampoco tenía ganas de hablar con ese estúpido. Subió las escaleras a desgana y se extrañó ver su habitación abierta.
Al entrar, el corazón le dio un vuelco, la tabla de madera que cubría su hueco secreto en el suelo había desaparecido. Se tiró al suelo, desesperada, no había nada más que el viejo diario. Nami se agarró del pelo con fuerza.
–Ese desgraciado…
El dinero había desaparecido. El dinero para poder pagar el mes y vivir más tranquila. Incluso había hecho planes de escaparse con Nojiko lejos de allí, donde Arlong no pudiera alcanzarlas. Ahora todo eso sólo eran meras fantasías.
–¡Arlooong! –gritó bajando las escaleras con rabia.
La puerta estaba abierta, habían entrado unos policías a casa. Su tío se había levantado y estaba con el teléfono en la mano, esperándola.
–Eres un hijo de puta, ¿dónde lo tienes? –gritó, ignorando a los recién llegados.
Le importó poco que aquel hombre fuera el doble de grande que ella y le sacase dos cabezas. Estaba cabreada, quería golpearlo, quería…
–¿Otra vez, Nami? –preguntó de forma burlesca el agente que acababa de interrumpir la conversación– Tienes las manos muy largas, jovencita.
El policía sujetaba la bolsa de dinero que había robado a Law el día anterior. Los ojos de la chica se encendieron y casi carga contra aquel tipejo. Era el hombre al que su tío pagaba mensualmente por hacer la vista gorda en su territorio. Corrupto hasta la médula, no merecía la pena discutir.
Pero antes de hacer nada ya la habían reducido a la fuerza contra el suelo, esposando sus manos por la espalda y arrastrándola al coche patrulla. Antes de irse, le dedicó una última mirada a Arlong.
–Te juro que vas a pagar esto.
Arlong sólo reía. Esa chica había dejado de ser de utilidad. Con el dinero robado podría ganar muchísimo más invirtiéndolo en otros negocios del bajo mundo. Ahora se había convertido en un problema, y él adoraba deshacerse de los problemas.
–A ver si una semana en el calabozo te baja los humos, muchacha. Y depende de cómo te portes, puede que más …
Nami fue obligada a sentarse en aquel mugriento asiento en la parte de atrás del coche mientras volvían a la comisaría. Su última mirada la dedicó a su casa. Cerró los ojos y lloró de rabia. Esperaba que Nojiko no cargase con todo desde ese momento.
