Aclaraciones: la portada no me pertenece, es de la artista fery_dds.


Para desgracia de Trafalgar Law la noche de la cita con Monet había llegado. No se había esmerado especialmente con su look, pero iban a un restaurante de lujo y había que mantener la apariencia.

Se había vestido con una camisa a juego con un pantalón negro liso, zapatos del mismo color y su fiel reloj de pulsera. Se retocó un poco la barba para parecer algo más formal pero dejando las patillas largas. Aunque los pendientes, el cabello despeinado y los tatuajes aún le daban cierto aspecto desaliñado, pero sin eso no se sentía cómodo o él mismo.

Habían quedado directamente en el restaurante, así que una vez que estuvo preparado, atrapó las llaves del cuenco de cristal de la entrada donde siempre las dejaba y cerró la puerta tras su espalda sin mirar atrás. Aquella iba a ser una noche larga, lo intuía. Estaba armado de paciencia y preparado para aguantar a Monet.

O tal vez no, porque Law ya estaba pidiendo su mesa en la entrada del Baratie y ella se había enganchado en su brazo, fingiendo que eran pareja.

Monet era una mujer alta y esbelta, dos años mayor que él, algo más inmadura para su gusto, impulsiva y demasiado leal al jefe de ambos. Iba ataviada con un largo y escotado vestido negro de seda que tenía un corte lateral en la cadera para mostrar las piernas. En otro momento, Law no habría tenido problemas en invitarla a pasar la noche a su casa, pero ahora no estaba de humor para aguantar sus desvaríos.

–¿A nombre de quién está la reserva, señor? –le había preguntado aquel camarero.

–Torao –respondió el moreno.

–¿En serio? Qué nombre más original –murmuró Monet a su oído, pues eran de la misma altura.

Una sonrisa asomó por sus labios, no era especialmente original con los nombres, ese en cuestión se lo había otorgado un antiguo amigo ruidoso y estúpido, pero en su cabeza no conseguía recordar quién era exactamente.

–Por aquí, por favor –pidió el señor, tomando dos cartas del menú y conduciéndolos por un ancho pasillo con una larga alfombra roja.

El sitio estaba bien iluminado, con altas lámparas de cristal en el centro de la gran sala donde se concentraban la mayor parte de las mesas del restaurante. Luego había alguna dispersa por la esquina, una zona algo más privada, ahí es donde los condujo el trabajador y les pidió asiento.

–Vaya, qué íntimo –había señalado la mujer, estaba gratamente sorprendida– Ya podrías haberme traído aquí antes…

Ambos tomaron asiento uno frente a otro. La mesa estaba decorada con un elegante mantel blanco largo que llevaba al suelo y una vela en mitad de los platos de muestra.

–No te acostumbres –le responde Law algo molesto.

Si estaba haciendo todo eso era por la información que le había proporcionado la mujer, no por gusto propio.

–¿Cuánto tiempo ha pasado? –preguntó ella, tomando el menú para decidir qué cenar– ¿Dos años?

–No sé, lo suficiente –la cortó el hombre, haciéndolo lo mismo.

–Qué malo eres, Law –bufó la mujer, mostrando una pequeña sonrisa.

–Pediste una cena, no una cita.

Las dos puertas que conducían a la cocina se abrieron de golpe y un muchacho rubio salió dando voces a otros cocineros. Algunos comensales se giraron a mirar la escena, curiosos, pero el tipo les ignoró. Fue directamente a tomar nota a la pareja recién llegada, interrumpiendo la conversación tan entretenida que estaban teniendo.

–Bienvenidos a nuestro restaurante de mierda, donde lo único peor que el ambiente es la comida –se inclinó levemente a modo de saludo– Me llamo Sanji, ¿en qué puedo ayudarles?

–Se te ve con ganas de trabajar –murmuró Law por lo bajo, le encantaba ser directo.

El camarero se quedó mirando a la parejita y detenidamente a Monet, guiñandole un ojo. Su expresión de fastidio había cambiado a otra más sugerente.

–Con esa compañía trabajaría bastante más feliz.

–Pues a mi me gustaría una lubina al horno con patatas –pidió la chica con el rostro algo colorado.

–Por supuesto madame, es la especialidad de la casa –respondió Sanji, dirigiéndose al hombre con más desgana– ¿Y tú?

¿Dónde quedó el usted? Pensó el cirujano al ver el obvio cambio en su tono de voz. También recordaba haber visto a ese chico en algún otro lugar.

–Lo mismo, pero no quiero pan –contestó teniendo un breve duelo de miradas con aquel chico que no parecía mucho más mayor que él.

–Enseguida vengo –avisó el rubio, retirando el menú de ambos y desapareciendo de su vista.

– Qué amable, ¿no? –preguntó Monet con una sonrisa, refiriéndose al chico.

– Siempre puedes darle tu teléfono después –sugirió.

–¿Celoso? –Monet había apoyado ambos brazos sobre la mesa, dejando una bonita vista de su escote.

–Para nada –negó el cirujano, levantando ambas cejas.

–Yo estoy cómoda con mi compañía –murmuró, cambiando a un tono algo seductor– Solo espero que la noche siga después de la cena.

–Esperas demasiado.

Pero Law se quedó callado al notar un pequeño detalle, el pie de Monet al inicio de su rodilla. La mujer no lo perdía de vista, una amplia sonrisa decoraba su maquillado rostro. Fue subiendo poco a poco subiendo hasta parar en su muslo.

–Si aprecias tu vida, para –siseó, entrecerrando los ojos.

–¿O qué? –jugueteó ella, subiendo más hasta acercarse peligrosamente a su entrepierna.

Pero Law metió la mano bajo el mantel y atrapó hábilmente su pie antes de que tocase nada. Su tacto fue como una suave pero fría caricia, suficientemente amenazante a la par que sus ojos para saber que debía parar.

–No estoy jugando.

–Qué aburrido eres –Monet se había quejado, apartando la pierna finalmente y calzándose el tacón de nuevo bajo la mesa.

El camarero de nombre Sanji les había traído la comida unos minutos después. Law no era un gran fanático de los restaurantes lujosos, pero debía reconocer que ese plato era exquisito. Si bien Monet intentaba entablar otra conversación, él solo respondía con algún monosílabo.

La mujer, al ver que su acompañante no prestaba atención y tenía la mirada fija en algún punto de la pared durante casi toda la noche, decidió cambiar la estrategia. Law era un hombre tan misterioso a la par que serio, difícil de leer y predecir. Pero tal vez había conseguido algo interesante con lo que atacar.

–Ah, ¿sabes a quién trajeron ayer esposada a la comisaría? –tanteó el terreno.

–¿Quién? –el cirujano terminaba la comida sin muchas ganas.

–Esa mujer, Nami creo que se llamaba, ¿no era la misma de la que me pediste información? –dijo, escrutando con detalle cada expresión de tu rostro.

Bingo. Law había dejado de comer, apartando el tenedor sobre la servilleta de la mesa.

–¿Detenida? –preguntó mirándola fijamente.

–¿Ahora sí quieres hablar? –Monet se mordía el labio inferior, le encantaba tener razón.

–Responde, si me cuentas esto sabes lo que ha pasado –su tono era bastante serio.

–Realmente no, no es mi departamento –la mujer se había encogido de hombros un poco– Dime Law, ¿qué significa esa mujer para ti?

Silencio. Era una buena pregunta. Ese tiempo que se tomó para meditar la respuesta correcta fue crucial.

–No te incumbe –la cortó, volviendo a usar ese tono autoritario.

Realmente él tampoco sabía cómo clasificar aquello. ¿Negocios? ¿Era su objetivo? Aunque la cita de ayer parecía más una extraña relación de amigos. Se habían conocido dos días antes y ya estaba meditando esas tonterías.

Desconocía por qué la estaba cubriendo, pero por alguna razón su cabeza le decía que eso era lo correcto. Y Law odiaba escuchar a su consciencia.

Monet soltó una pequeña risita nerviosa y sacó el teléfono del bolso, dejándolo sobre la mesa. En la pantalla desbloqueada ahora estaba la aplicación de contactos abierta y cuando el cirujano vio el nombre de la persona a la que iba a llamar, le dedicó una intensa mirada de odio.

–¿Crees que a él tampoco le interesa saber qué pretendes usando los contactos de la familia?

Todo fue tan rápido. Un fino bisturí se había clavado en el mantel de la mesa y a escasos milímetros de su mano, dejando a la chica asustada por el ataque.

–No te incumbe, Monet –repitió por segunda vez, pero no hubo una tercera.

La chica tragó en secó y guardó el móvil, entendiendo perfectamente lo que quería decir.

– Está bien, dejo el tema –murmuró la chica, dándose por vencida.

Law había dejado de comer por la situación y ya había perdido el apetito. Pidió la cuenta y dejó una generosa propina al camarero con tal de aguantar a Monet lo que quedaba de noche.

La mujer protestó un par de veces pero él hizo caso omiso. Regresó a casa, harto de aquella maldita cita, y se marchó a dar una ducha mientras meditaba a qué hora acudir en el horario de visitas del calabozo.