Gracias a Li quien siempre está ayudándome.
Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo cinco
Outtake
―¿Qué demonios hacía Isabella Swan?
En algún lugar de mi conciencia escuchaba el murmullo de mamá, incluso sentí que agitaba mi cuerpo. Me quejé.
―Edward… ―papá gruñó con fuerza y sacó mi cuerpo de la cama, sacudiéndolo.
¡Qué mierda! Estaba desnudo… abrí los ojos intentando enfocar mi visión.
De un manotazo empujé a mi padre lejos de mí y cubrí mi desnudez con las sábanas.
Adormilado froté mis párpados antes de mirarlos. Me había sentado en el borde de la cama y no tenía interés en discutir porque mi cerebro seguía apagado.
Bufé.
―¿Te acostaste con tu cuñada? ―mamá inquirió.
Elizabeth siempre tan perspicaz ―reí―. ¿Qué más podía hacer cuándo estaba desnudo?
Entonces los jodidos recuerdos empezaron a invadir mi mente. Llevé las manos a la cabeza. Me dolía.
―Mi ratita ―articulé.
Con el culo en alto busqué mi bóxer entre las sábanas y no lo encontré, miré hacia la entrada y ahí estaba esparcido en el piso junto a mis pantalones y botas. A zancadas caminé como Dios me trajo al mundo y me vestí de inmediato.
Tenía que hablar con Bella. Decirle todo lo que pendejamente había callado por años por la única razón que era un cobarde de mierda.
Había mantenido un enamoramiento secreto desde que era un adolescente y ella quizá una chiquilla.
―¿Qué crees qué haces? ―Papá me detuvo cuando estaba por salir―. La boda está por comenzar en minutos, debemos irnos.
―Aquí está el traje ―mamá lo mostró, como si fuese trofeo―. Date una ducha rápida.
Los observé minuciosamente. Era extraño que no hubiera gritos y malos tratos como siempre eran mis días.
No me estaban pendejeando como era parte de mi crianza. Era terrible que con mi edad me hubiese acostumbrado a la vida de mierda que siempre tuve.
―¿No me van a gritar? ―Me burlé―. Estoy esperando sus estúpidos sermones de mierda ―reté― pasé la noche con la que será mi cuñada y deberían estar poniendo el grito en el cielo.
Mamá se acercó; intentó tirar de mi brazo, me resistí. Ella me sostuvo la mirada, ojos color jade igual que los míos. De pronto bajó su mirada, se notaba que estaba enfadada y conteniendose para no explotar.
Sonreí de nuevo. Eso de guardar apariencias, ella era especialista.
―Qué más da si estuviste con otra mujer ―se entrometió papá, mantenía el ceño fruncido, era obvio que estaba tragándose sus insultos. Sabía que lo hacía para no provocar un altercado en estos momentos―. Lo que importa es que hoy te casas y pronto podrás cobrar el dinero que nos pertenece.
Ese era el verdadero interés. ¡Ja! Como si no los conociera.
Negué con la cabeza. Caminé hacia el closet y saqué la maleta, aún tenía la ropa que había traído de la universidad, nunca se me ocurrió acomodar nada en los cajones. Tal vez era porque inconscientemente sabía lo que haría.
La tomé con una mano y caminé. Dejando que las pequeñas ruedas se deslizaran por el piso de madera.
―Pueden irse a la mierda, los dos ―pronuncié sin dejar de ver sus rostros―. No tengo nada qué hacer aquí. Han sido los peores padres que la vida me pudo otorgar, me resisto a quedarme cerca de dos seres tan infelices como lo son ustedes.
Decidí largarme. Bajé de dos en dos las escaleras e hice el recorrido hacia la puerta principal.
No soportaba otro minuto más en una cssa que asfixiaba, que aprisionaba y era capaz de arrebatar la voluntad. Aunque si lo meditaba mejor, no era la casa sino ellos.
―¿De qué estás hablando?
Mamá preguntó corriendo detrás de mí. No la escuché, lo único que hice fue lanzar mi maleta en la parte trasera de mi camioneta y decidí salir de ahí. Estaba libre de ataduras.
Papá no dudó en atravesarse y así impedir mi paso. Lo ignoré también, rumbé el motor al pisar el acelerador con la camioneta estacionada. Fue la única manera que se quitó de mi camino y me dejó pasar.
Mientras conducía con una mano iba buscando en mis contactos del celular el número de Bella.
―Puta mierda ―resoplé al no tenerlo registrado. Lance el celular al asiento del copiloto.
La pantalla decía que eran las 11: 50 am. Estaba a punto de empezar la celebración de bodas.
Continué el camino hasta el jardín donde se celebraría el evento.
Debía agregar que no tenía ni puñetera idea de cómo sería. Jessica nunca me tomó en cuenta para nada, aunque era lo de menos. Ella y Renée ya debían estar saboreando también la jugosa herencia. ¡Qué se jodan!
Estacioné frente a la bonita fachada y bajé de un salto.
Había personas vestidas muy elegantemente. Todas y cada una me miraban como si yo estuviera loco. A zancadas atravesé el bonito jardín y llegué hasta donde Jessica me esperaba vestida de novia, no pude prestar atención a su vestido.
―¿Qué haces vestido así? ―Preguntó―. ¿Por qué hueles a alcohol?
―No voy a casarme ―fui breve―. No tenemos nada en común y no quiero arruinarme la vida como lo han hecho mis padres.
―¿Qué te pasa? ―Indagó, tiró de mi brazo y me acerco a ella―. Me importa muy poco si tenemos cosas en común o no, Masen. Tú y yo hicimos un trato, me prometiste que nos cansaremos, a cambio tendrás derecho a hacer de tu vida lo que quieras y yo obtendré todos los lujos que mis padres no pueden darme. Yo te quiero, siento que podemos enamorarnos con el paso del tiempo.
Miré sus ojos azules, fijamente. No sentía nada por ella, ni una pizca de cariño.
Posiblemente fue lo mismo que mi madre sintió al ver los ojos de mi padre cuando ella aceptó casarse con él. Elizabeth se casó sin amor y por aparentar que le gustaban los hombres cuando nunca ha sido así.
Mi padre aceptó lo que ella le dio. Se condenó con esa respuesta y se hundió en vicios los cuales desquitaba conmigo. Todo resultó en una mala ecuación.
Sus malas decisiones se terminaron volviendo una gran avalancha que nos destruyó en muchos sentidos.
No quería repetir la historia. No merecía someterme al mismo procedimiento, al mismo calvario porque yo no era como ellos.
Era mil veces mejor.
―Lo siento ―murmuré―, no estoy enamorado y no voy a casarme.
Di media vuelta y caminé de regreso escuchando los cuchicheos conforme me alejaba.
Estaba por subir a mi camioneta cuando alguien tiró con fuerza de mi brazo y me hizo girar. Era Edward Masen, mi padre. Él junto a Elizabeth habían llegado, Jessica se les unió y también los Swan.
―¡No vas a huir como un maldito cobarde! ―Espetó mi padre, sus manos seguían sacudiendo mi cuerpo.
―Un cobarde es lo que siempre has sido tú ―respondí, viendo sus ojos―. Un poco hombre que se tuvo que conformar en compartir a su mujer con otra por la única razón que no puedes valerte por ti mismo.
Escuché jadeos. No supe de quiénes eran, tampoco importaba.
―¡Cállate! ―masculló, intentando zarandear mi cuerpo. Esa forma de hablarme la conocía bien.
Lo enfrenté. Hombre a hombre sin disimular nuestra furia. Ya no era más ese niño que se atemorizaba con sus palabras y que se escondía bajo la cama para evitar las palizas.
―No puedes negar lo evidente ―articulé―. De hecho todo el jodido pueblo sabe que Elizabeth ama tanta la feminidad que su amiga de siempre y ella tienen un apartamento juntas en Seattle. ¿Verdad, mamá? ―mis ojos estaban puestos en ella.
Mamá estrechó los ojos, fulminándome.
―Eres de lo peor ―gruñó ella.
―Tal vez, soy la combinación de ustedes dos, pero versión mejorada ―me burlé―. Saludos a tu amiga, mamá. Me hubiese gustado que estuvieras más conmigo y que aunque sea una sola noche… haber sentido tus cálidos abrazos cuando más lo necesite, sin embargo no era mi momento porque tu tiempo lo ocupabas viajando con ella ―encogí mis hombros―. Fue lo que me tocó de ti, una mujer amargada y frustrada que no nunca pudo liberarse por guardar apariencias ―solté una risa― ahora eres libre, al igual que yo. Espero que tengas valor para no esconderte más.
El rostro de Elizabeth se enrojeció mientras limpiaba con rapidez sus lágrimas.
―¿Qué está pasando? ―Charlie preguntó.
Era el hombre más lento que conocía, les sostuve la mirada y él instintivamente desvió su vista. También era un cobarde.
Agarré las manos de mi padre que seguían teniendo en puños mi camisa, las apreté con fuerza, sacándolas de mí.
―No voy a casarme ―dije solemne― y es mi última palabra. No uniré mi vida a una mujer que no amo.
―Edward, no puedes humillarme de esta manera ―sollozó Jess.
―No te preocupes ―dije―, eres experta en humillarte sola.
Jessica empezó a hacer una rabieta infantil. La vi soltar el ramo al piso y lo empezó a patear al tiempo que lloraba.
Entre empujones por parte de mis padres logré subir al asiento conductor.
»Espero no verles la cara nunca más ―añadí sin quitar mis ojos de sus rostros―. También les pido que desalojen mi casa, porque estoy pensando en venderla. No estoy dispuesto a tenerlos, tengo planes y ustedes no están en ellos.
Con una sonrisa en mis labios, me alejé mientras los neumáticos chirriaron.
Lo primero que hice fue conducir a Seattle. Luego de tres horas y media llegué a la ciudad. Sabía exactamente a cuál lugar visitaría primero.
Usé el elevador hasta el tercer piso y presioné el timbre.
―¿Tú? ―Bella preguntó al abrir la puerta, tenía sus ojitos llorosos―. ¿Qué haces aquí?
―Ratita ¿estás llorando por mí?
Ella rodó los ojos. Me reí haciéndome paso en su apartamento. Un lugar amplio y acogedor que compartía con su amiga Kate.
―Oye, no te invité a pasar.
Me dejé caer en el sofá, dejé las piernas abiertas mientras llevaba las manos detrás de mi cabeza.
―No me casé ―confesé―, no quise hacerlo porque no estoy enamorado.
―¿Y…? ¿Qué quieres que yo haga?
―Felicitame por atreverme. No fui un pendejo.
Bella cruzó sus brazos luego de soltar un suspiro. Se veía algo contrariada y no entendí si mi presencia era la causa o la noticia de que no habría boda.
Cualquiera que fuera el motivo, me gustaba. En realidad ella me gustaba toda, quizá desde antes de aceptarlo.
Me gustó desde el primer momento que la vi defenderse de todos siendo una niña. Tenía un carácter fuerte y era mi principal admiración.
―Pues felicidades por no ser un pendejo. Ahora puedes irte, necesito dormir.
¿Les dije que tenía carácter? Pues era lo que me tenía loco, quizás necesitaba que me dominara e hiciera de mí lo que ella quisiera.
―¿Sé puede saber por qué el cambio hacia mí? Pareces otra ―había un dejé de amargura en mis palabras.
Bella resopló, caminó a paso lento y se sentó a mi lado. Recogió sus piernas en el sofá y las abrazó con fuerza.
―Pensé que ya no volvería a verte, Edward. Como te darás cuenta me siento un poco incómoda.
―¿Lo dices por que tuvimos sexo?
Fue gracioso como sus mejillas se ruborizaron.
―Edward, estamos hablando en serio.
―Tuvimos sexo, ¿no?
―Sí ―murmuró cuando sus hombros se hundieron, no dejaba de verme con esos hermosos ojos llenos de interrogantes, clavó sus dientes en su labio inferior y asintió muy lentamente―. ¿Qué pasará contigo? ―preguntó― necesitabas ese dinero para poner distancia de tus padres.
―¿Puedo pedirte un favor?
―Claro, tengo algunos ahorros y…
Me incliné hacia enfrente, echando mi torso encima de ella. Se veia preciosa recién duchada y con el cabello mojado. Le sentaba bien esa camisa vieja extra grande que le llegaba a medio muslo.
―Cásate conmigo.
Sus ojos marrones se ampliaron muy grandes.
―¿Eh? ¿Estás loco? ―se incorporó y empezó a caminar de un lado a otro.
―Me gustas ―confesé, sintiendo mis mejillas arder. Era bochornoso declararse, sin embargo me sentía bien. Ella se detuvo abruptamente, se giró a mí y su rostro de desconcierto me hizo reír―. Realmente me has gustado siempre, solo que he sido muy imbécil para acercarme a ti. Nací medio pendejo.
―No, no… ―Ella negó con la cabeza y agitó las manos como si lo que hubiese escuchado fuera una aberración―. Gustar no es sinónimo de matrimonio, no podemos arruinarnos.
Me puse de pie. Bella estaba en un trance porque no dejaba de caminar de un lado a otro; la detuve de un brazo y la hice mirarme, acuné su bonito rostro con tanta ternura y despeje algunos cabellos húmedos que caían por su cara cubriendo su ojo derecho, los llevé con delicadeza detrás de su oreja.
―Ratita no puedes negar que también te gusto, me lo dejaste claro.
―Eres un cabrón ―me dijo―, pero pongámonos serios, Edward. No repitamos lo que nuestros padres son, no quiero cometer errores y ser esclava de las consecuencias.
Exhalé hondamente.
―¿Entonces qué hago con lo que siento por ti? ―llevé mis manos a su cintura y la atraje a mí―. Vamos a intentarlo, ratita.
―Edward… ―sus manos estaban descansando en mi pecho, calentando mi corazón y haciendo que mi polla se pusiera firme― no será fácil.
―Mi vida nunca ha sido fácil ni tampoco la tuya. No podemos cambiar lo que ha pasado, pero eso no indica que nos haremos unos cobardes, no quiere decir que no vamos a atrevernos a disfrutar lo que queremos.
―Lo sé, no lo digo por ello sino que debemos esperar. Todo esto es muy prematuro, ibas a casarte y no puedo actuar como si eso no fuera importante.
Hice una mueca más parecida a un puchero infantil. Bella sonrió y sacudió la cabeza.
―La vida es un riesgo, ratita ―aseguré, mis dedos recorriendo sus labios―. Vamos a arriesgarnos una vez más. Estamos hecho para esto.
―Eres un loco ―murmuró, enterrando su rostro en mi pecho y abrazando mi torso. La envolví con fuerza y besé sus cabellos.
Todo era un riesgo y yo quería arriesgarme a ser feliz.
.
.
No fue fácil, nunca nada lo era.
Luego de rogar y rogar nos hicimos novios. En el transcurso nos enteramos del embarazo de Bella todo se volvió intenso entre nosotros porque ella había quedado embarazada de nuestra primera vez que estuvimos juntos, no era tan difícil hacer cuentas.
Bella se llenó de miedos y pensó que no sería suficiente para nuestro hijo.
Ella lo era, era jodidamente suficiente, solo hacía falta que lo creyera. Que confiara en ella y ese era mi trabajo cuando se le desajustaba un tornillo y las dudas le surgían.
No negaba que también estaba lleno de miedos, pero ¿quién putas no lo estará cuando te convertirás en padre?
Esa noticia me impulsó para adquirir el valor suficiente y pedirle que fuera mi esposa. No fue quizá la mejor propuesta matrimonial más romántica. Sabía que debía esforzarme.
Había escrito con salsa de tomate y fea caligrafía, justo en el plato de sus papas fritas «¿Quieres ser la señora Masen?».
Bella cubrió su boca con ambas manos. Su semblante era de absoluta sorpresa.
―Cásate conmigo, ratita ―le mostré un anillo mientras me ponía en una rodilla.
―¡Oh, mi ratón! ―Exclamó, dando saltitos―. ¡Sí quiero! Quiero ser la señora de Don ratón.
Deslicé el anillo en su dedo anular.
Me incorporé nervioso antes de darnos un beso. Reímos porque su pequeña barriga de cinco meses nos impedía abrazarnos muy fuerte y presionarnos.
―Compraremos una casa en Chicago ―le dije―. Será lo primero que haremos cuando cobremos la herencia. ¿O prefieres otra ciudad?
Mi ratita tenía una amplia sonrisa en sus labios, sacudió la cabeza.
―Me gusta Chicago ―estuvo de acuerdo―. También he pensado que cuando nazca Noah estudiaré en línea, así él estará bajo mis cuidados.
―Noah ―repetí, tocando su vientre donde mi hijo habitaba.
Sonreí junto a mi mujer. Los dos siendo tan cómplices y tan jodidamente felices.
Atrás quedaron los días amargos. Vendí la casa que estaba a mi nombre y compartía un apartamento con Bella, mamá me pidió perdón y quería intentar acercarse, solo que aún no estaba listo. Necesitaba sanar y dejar que las heridas cicatrizaran. Entretanto mi padre había desaparecido del pueblo, sabía que vivía en Florida con un hermano de él donde los rumores decían que yo era el peor hijo por haberlos desalojado.
Tal vez sí lo era, pero ¿quién habla de ellos? ¿Quién se atreve a decir toda la mierda que hicieron conmigo?
En cada historia siempre hay dos versiones contadas, cada uno elige la que mejor le convenga.
Mi ratita y yo optamos por alejarnos de todos. Ambos decidimos empezar a escribir nuevas memorias.
Éramos una pequeña familia… el resultado inequívoco de una solo una vez.
Quiero explicar un poco esta historia. Me basé en el concepto del "hijo menos favorecido". Existen conductas que los padres llegan a desarrollar cuando tiene un hijo favorito(en este caso Jessica) y marcan a otro por encima de estos. Muchas veces no se trata de odio, simplemente es elección, es decir que tiene un hijo menos favorecido donde les enfada que les lleven la contraria o se defiendan(como Bella). De ahí empiezan a ejercer es tipo de conducta donde muchas de las veces los demás integrantes se van uniendo. Es por ello que plasmé que los integrantes Swan estaban del lado de los padres, porque fue lo que ellos vieron en su vida y fue la causa de la clara división en la familia.
Realmente no sé si exista una termino oficial para llamarlo. Solo puedo decir que optar por elegir a hijos "favoritos" influye para hacerles una vida miserable a los demás integrantes.
Creo que la historia de Edward la comprendieron; ustedes leyeron que Elizabeth se casó por cubrir apariencias lo que llevó a la frustración de su pareja, todo conllevó al abandono de Edward y que su padre se desquitara con él.
Aquí es donde nos despedimos, me resta agradecerles por darle una oportunidad a esta pequeña historia, nos seguimos leyendo en Regresa🌼
Gracias totales por leer.
