17. Ha estado cerca
Los nervios amenazaban con consumirla viva. Sentada al volante de su coche, Reina se los imaginaba como un ser informe, instaurado en la base de su vientre, a punto de estirar las zarpas y desgarrarla por dentro. Qué largo se le estaba haciendo aquel viaje en coche. Tampoco ayudaba que la carretera estuviera oscura, varios coches aparcados en el arcén, Reina sabía muy bien por qué.
Podía imaginar a la perfección a sus ocupantes y también sus ocupaciones, al pensarlo sintió tanto calor que tuvo que activar el aire acondicionado.
—¿Tienes calor? —preguntó Kumiko.
—Un poco —replicó ella, mirando de soslayo a su acompañante. Tenía miedo de que pudiera adivinar las emociones que se escondían tras sus ojos.
Casualidad o no, Kumiko estaba realmente preciosa esa noche. Se había maquillado un poco, no demasiado, pero sí lo suficiente para resaltar sus bonitos ojos y también sus carnosos labios. Le pareció que su atuendo estaba perfectamente estudiado, que aquella falda que dejaba al descubierto sus piernas no era fruto de la casualidad. Pero en realidad no era esto lo que más la turbaba.
El cuerpo de Kumiko era bonito, aunque estaba acostumbrada a verlo. Lo que conseguía despertar al ser informe que habitaba en sus entrañas eran sus ojos, la forma en que la estaba mirando esa noche, como si Reina fuera una criatura mágica y no hubiera visto un ser igual. Esa mirada la intimidaba.
—¿Quieres que ponga un poco de música? —propuso Kumiko, probablemente incómoda con el silencio.
—Como veas. Mira a ver qué encuentras.
Kumiko encendió la radio, pero estaba sintonizada en una estación en la que solo ponían flamenco y sevillanas.
«Mejor otra cosa», dijo, probando con la siguiente, en donde un cantante se desgañitaba aseverando las ganas que tenía de hacer el amor con su novia. Reina percibió por el rabillo del ojo que Kumiko se había puesto un poco nerviosa con la letra y también pasó este dial. Llegó al siguiente y al siguiente, y el destino parecía querer tender una trampa, porque todas las canciones hablaban de amor, pérdida, y algunas directamente de sexo.
—Mejor dejamos la música por hoy —afirmó Kumiko con cierta desesperación.
Reina sonrió divertida, feliz de que la carretera estuviera tan oscura que a su acompañante le costaría ver su sonrisa.
—¿Qué te apetece comer? —le preguntó, en un intento de recuperar la normalidad.
Desde que se habían subido al coche, ambas se habían comportado de manera nerviosa y errática, unas veces manteniendo eternos silencios, otras intercambiando miradas que le hacían preguntarse si aquello era una buena idea.
¿Y si Kumiko solo había aceptado cenar con ella por compromiso? ¿Y si en realidad era lo último que le apetecía?
—No sé, me da un poco igual — replicó Kumiko, encogiéndose de hombros
— Te dejo que elijas.
—¿Estás bien? ¿Te preocupa algo?
—Sí. ¿Por qué lo dices?
—Estás muy callada.
—Tú también.
—Ya, pero he pensado que a lo mejor no te apetecía venir a cenar, no sé. Si es por eso, puedo dar la vuelta. No tienes ningún compromiso conmigo.
Reina detuvo su discurso cuando notó la mano de Kumiko suavemente posada en la suya. Un hormigueo le subió desde la base de su estómago hasta la garganta.
—Ya sé que no tengo ningún compromiso contigo. Si he venido, es porque he querido —le dijo entonces, sus ojos buscando los suyos, mientras acariciaba con ternura su mano.
Apartó durante unos segundos su mirada de la carretera para observarla y le pareció que Kumiko estaba siendo sincera. Había sido estúpido pensar lo contrario.
—Vale. Solo quería asegurarme — replicó Reina. Estaba tan nerviosa que se alegró inmensamente divisar el complejo comercial al que se dirigían
— Mira, ya hemos llegado.
—Espero que haya sitio.
—Yo también.
El lugar estaba atestado de personas de la zona, pero afortunadamente encontraron una mesa libre. Reina eligió una terraza preciosa, con vistas a la ría, aunque ya era de noche, por lo que solo podían ver las luces de los barcos titilando sobre el agua.
Tomaron asiento en unos sillones de mimbre que le parecieron cómodos y perfectamente ubicados. Estaban cerca del pequeño acantilado, pero lo suficientemente lejos de las demás mesas para tener un poco de intimidad. Reina deseaba que nadie las interrumpiera aquella noche.
—Qué agradable —opinó nada más sentarse, mientras hojeaba la carta. Un poco escasa, pero la comida esa noche era lo de menos—. ¿Qué te apetece tomar?
—Algo ligero. El calor me quita el apetito —dijo Kumiko, abanicándose con el menú.
Hacía una noche tan calurosa que Reina pudo percibir la base de su cuello perlada de una fina capa de sudor. Se echó la melena hacia atrás y se inclinó sobre Kumiko para proponerle varias cosas que le parecían apetecibles.
—Podemos pedir un poco de fruta picada y un té helado, algo ligero, nada de carne, no te preocupes —sugirió.
No fue hasta unos segundos después cuando fue consciente de que el cuerpo de Kumiko estaba tan cerca que podía sentir el calor irradiando de él y el fresco perfume que se había aplicado en el cuello. Carraspeó y se distanció un poco, embriagada de la fragancia.
—¿Qué perfume usas?
—Mandarina Duck. ¿Por qué lo preguntas?
—No sé, porque me gusta —resumió. Prefería no entrar en detalles ni decirle que le parecía uno de los perfumes más invitadores que jamás hubiera olido. Había leído en algún lugar que los perfumes adoptan diferentes matices según la piel de la persona. Desde luego, la de Kumiko combinaba a la perfección con el suyo.
Kumiko hizo un gesto al camarero y pidieron su cena, que resultó algo escasa, pero ninguna tenía demasiado apetito. La conversación fluyó a partir de que les sirvieron la bebida. Reina pidió una botella de vino y a Kumiko le pareció buena idea. Charlaron sobre viejos conocidos del colegio, aunque ninguna mantenía ya contacto con sus ex compañeros. Cuando Kumiko empezó a contarle el paradero de muchas de sus compañeras del equipo de baloncesto, no pudo reprimir su curiosidad:
—¿Puedo hacerte una pregunta? — dijo.
—Claro, dime.
—¿Te gustó alguien más en el colegio? Aparte de Nozomi, me refiero.
—Nozomi no me gustaba realmente, era solo atracción. Pero supongo que fue la que me hizo caso —aseguró, riéndose
— No es fácil ser una adolescente gay, te lo aseguro. Las posibilidades de estar con alguien son escasas —le explicó.
—Entonces no hubo nadie... Quería que le dijera: «Sí, tú. Tú me gustabas», pero en el fondo sabía que era pura vanidad, además de imposible. Kumiko era demasiado tímida, demasiado respetuosa. Incluso si así había sido, dudaba mucho que se lo dijera.
—No lo sé, supongo que sí, pero no lo recuerdo —respondió Kumiko con evasivas. Le dio un trago a su copa de vino como si la pregunta la incomodara
—. Pero Midori me dijo algo el otro día que…
—¿Qué te dijo?
—Nada, es una tontería. —Kumiko hizo un gesto con la mano, descartando decírselo—. Hablemos de otra cosa.
—No, dime lo que ibas a decir.
—En serio, Reina, es una estupidez. Es mejor que lo olvides.
—¿Por qué no dejas que eso lo decida yo? —preguntó, cruzándose de brazos—Venga, dímelo, no me voy a asustar.
Kumiko suspiró y dio otro sorbo a su copa. ¿Cuántas llevaban ya? Había perdido la cuenta, pero se sentía achispada, tenía un poco de aire en la cabeza y muchas ganas de hacer tonterías. Sería mejor que frenara o acabaría arrepintiéndose, pensó mientras perdía la mirada en los labios de Kumiko.
—¿En serio no me lo vas a decir?
—¿Para qué quieres saberlo? Se encogió de hombros. —Eso depende. Si tiene algo que ver conmigo, está claro que quiero saberlo.
Kumiko rio. La situación le parecía muy divertida. Estaban estableciendo una conversación de besugos, girando en círculos, como el juego del gato y el ratón, sin llegar a ningún destino.
— ¿Qué te hace pensar que tenga algo que ver contigo? —preguntó entonces.
—Tus ojos. Tienes unos ojos muy bonitos, Kumiko, pero te delatan.
Kumiko pareció tensarse en su asiento. En ese momento llegó el camarero y les retiró los platos y eso consiguió calmarla un poco. Decidieron no tomar postre y pedir en su lugar otra botella de vino. Kumiko intentó cambiar entonces de conversación, preguntándole algo que no le interesaba lo más mínimo, pero ella no estaba dispuesta a ceder.
—Ibas a decirme lo que te comentó Midori el otro día, ¿o ya se te ha olvidado?
—Por dios santo, Reina, no vas a parar hasta que te lo diga, ¿verdad?
—Exacto.
—Vale, pues te lo digo, tú ganas. — Kumiko se reacomodó en su asiento, como si necesitara prepararse para lo que estaba a punto de decir—. Ya te he dicho que es una tontería…
—Kumiko, dilo ya.
—Vale, vale. Bueno, pues no sé, simplemente le comenté a Midori que estabas pasando unos días con nosotros en la casa de la playa y entonces ella me dijo que…
—¿Qué?
Reina estaba tan nerviosa que sin querer había inclinado su cuerpo hacia delante. Cuando se dio cuenta enderezó de nuevo la espalda, reprochándose a sí misma su comportamiento. Si en su carnet de identidad no pusiera que tenía veintisiete años, habría pensado que todavía estaba en la tierna adolescencia.
—Nada, que al parecer en esa época todos mis amigos pensaban que yo estaba colgada por ti. Lo cual es absurdo, claro, porque no recuerdo haber sentido nada así. La verdad es que me enfadó un poco que me dijera eso — terminó de contarle Kumiko—. ¿Te lo puedes creer?
Reina sonrió, complacida. Después de todo, sí que tenía que ver con ella.
—Desde luego, si es así y yo te gustaba, te aseguro que no se te notaba nada. Pocas veces me han tratado tan mal —bromeó, burlándose de ella.
—Eh, eso no es así.
—Kumiko, me mirabas con tanto odio que a veces creía que me ibas a pegar.
—No soy demasiado hábil cuando alguien me interesa, lo reconozco —se excusó Kumiko con las mejillas encendidas, como si acabara de decir algo inconfesable— Es decir, no es que me interesaras… Quiero decir que...
Se quedó perpleja ante sus palabras.
La torpeza de Kumiko le resultaba una de sus cualidades más adorable. Y en ese momento solo una idea rondaba su mente: besarla. Besarla hasta quedar saciada. Besarla lento y besarla rápido. Allí, en aquel sofá de mimbre. Agarrar su cuello para atraerla hacia ella. El vino se le estaba subiendo a la cabeza.
—No tienes ni idea de cómo flirtear, ¿verdad? —le dijo, sonriendo de medio lado, acercándose sin querer o tal vez queriéndolo demasiado.
—Supongo que no.
Reina se sonrió. —Bueno, pues pongámoslo de esta manera: si me vuelves a mirar como lo estás haciendo ahora, es muy probable que te bese otra vez. Así que te recomiendo que no lo hagas, salvo si para entonces ya has aprendido cómo flirtear.
Kumiko se quedó perpleja, y Reina solo pudo sonreír ante la expresión de su cara. Había ido un poco lejos. Había enseñado sus cartas demasiado pronto, pero ahora ya no podía dar marcha atrás y tampoco estaba segura de querer hacerlo.
Algo en los ojos de Kumiko le dijo que aquel era el momento. Era ahora o nunca y estaba ya cansada de tanto juego, así que posó la mano con cierto temor sobre el muslo de Kumiko y empezó a inclinarse despacio, muy despacio, deleitándose en el calor que ambas irradiaban a punto de entrar en contacto. Reina tenía los ojos cerrados cuando, de pronto, su teléfono empezó a sonar de manera estrepitosa encima de la mesa. Esto las sobresaltó. Kumiko, que también había cerrado los ojos, los abrió de golpe y la miró con sorpresa, como si no se creyera del todo lo que había estado a punto de ocurrir.
Reina maldijo su mala suerte, se disculpó y miró de quién era la llamada. Como se tratara de su madre, juró que pediría que la desheredasen. Pero no se trataba de Maki, sino de alguien mucho peor y tal vez no deseara contestar.
—¿No vas a cogerlo? —dijo Kumiko, un poco inquieta, y entonces supo que había leído el nombre en la pantalla.
—¿Me disculpas un minuto? Vuelvo enseguida.
—Sí. Ve.
Se levantó deprisa y se alejó de la mesa, todavía perpleja por su mala suerte, pero, sobre todo, por la persona que llamaba. Era Shuichi.
Kumiko sintió una punzada de celos y curiosidad cuando Reina se levantó para responder al teléfono. Estaba claro que ella no quería que escuchase la conversación y lo entendía, era un asunto de dos, la tercera sobraba. Pero aun así no pudo evitar sentirse molesta y esto le hizo sentirse estúpida. ¿Qué importaba si ya no eran nada? ¿Por qué se sentía de repente sola y desamparada?
Quería saber qué le decía Reina y no se trataba de una persecución siniestra ni de celos desproporcionados, era simple y llana preocupación. Algo le decía que el vínculo entre ambas era tan frágil que cualquier soplo de viento las derribaría. Su relación era inestable y los sentimientos que le despertaba alguien como Reina era geniales pero débiles. Sentía que no podía seguir perdiendo el tiempo, que en cualquier momento Shuichi o cualquier otro hombre aparecería y Reina se aferraría a ello, quizá por miedo a lo que sentía. Porque ella también lo sentía, ¿verdad? ¡Claro que sí! Habían estado a punto de besarse otra vez, ¿qué más pruebas necesitaba?
Decidió pedir una copa y empezó a imaginarse toda clase de escenas: Reina casándose por la iglesia con un hombre muy alto; Reina teniendo un bebé en una sala de hospital y un marido perfecto sentado en el borde de la cama; Reina besando a otras personas con la misma intensidad con la que la besó a ella. Reina… fuera de su alcance.
No tenía muy claro qué hacer con todo aquello, puesto que el miedo al rechazo relucía por encima de otros muchos deseos y temores. ¿Y si la estaba utilizando para olvidarse de su desengaño? No, eso no podía ser. Incluso su madre opinaba que el modo en que la miraba no era precisamente el de una mujer despechada o aburrida que necesita entretenerse, sino la de una persona con sentimientos muy claros hacia ella. Pero eso no tenía por qué significar nada. Su madre podía estar equivocada. Maki, también. Todas podían estarlo.
La buscó con la mirada, estaba al fondo, apoyada sobre una barandilla, pero no podía distinguir sus gestos por la oscuridad. La tenue luz del local la iluminaba muy poco, pero parecía agobiada por el movimiento de sus manos. Mantenía la tensión en la postura de su cuerpo.
¿Qué le estaría diciendo Shuichi? Seguramente le estaba pidiendo otra oportunidad o disculpándose como un patán, o llorando a lágrima viva porque perder a Reina sería como marcharse del paraíso de manera torpe y voluntaria. O quizá pretendía avivar sus celos y estaba confesándole que se veía con otra mujer. Puede que todo eso hiciera que ella volviese a luchar por Shuichi.
No.
Eso no podía pasar. Reina había sufrido con la separación y parecía bastante curada. ¿Pero y si esa superación no era más que un simple espejismo?
De lo que estaba segura era de que necesitaba que volviese a la mesa antes de que él la convenciera de lo contrario. No estaba preparada para verla marchar. No lo estaba, ahora lo sabía.
De repente sintió un ligero mareo al ver cómo Reina esbozaba una sonrisa y se retiraba el pelo de la cara en un gesto seductor mientras sostenía el móvil.
¿En serio? Shuichi la había convencido de algo, seguro. No podía estar pasando.
¡Si habían estado a punto de besarse! Pero todo podía evaporarse con una sencilla disculpa de su exnovio. Y lo peor es que Kumiko estaba segura de que Shuichi no valía la pena, sería un niñato inseguro que se dedicaba a destrozar su autoestima con desplantes y rupturas. Fuese como fuese, Reina no podía hacerle esto. Una no siente algo en un beso y luego se larga. ¿O sí? Bueno, ya lo había vivido anteriormente. El desengaño y el dolor. Bebió con amargura, pensando que ni siquiera había tenido la opción de demostrarle todo lo que podía ofrecerle…
La rabia empezó a apoderarse de ella, su inseguridad previa y el miedo comenzaron a transformarse en dolor y enfado. Quería irse de allí, quería dejar a Reina plantada con su teléfono móvil y desaparecer. Pero, claro, el coche era suyo y no pensaba ir a pie hasta el pueblo. Acabaría haciendo autostop absurdamente y subiendo al coche de un desconocido que posiblemente la violaría en una cuneta. Y Reina le diría que en qué estaba pensando al irse así y no sabría la respuesta.
Porque ¿quién era ella para molestarse? ¿Acaso estaban saliendo?
¿Acaso le había pedido una cita en condiciones? No, por supuesto que no, y ahora se estaba arrepintiendo.
—Señorita, ¿han pedido por aquí una copa?
—Pues sí, hace un momento.
—Aquí la tiene.
—No parece muy llena —protestó Kumiko irritada.
—Lo está, mire.
—No lo está. Quiero una bien cargada.
De repente se enzarzó en una ridícula discusión con el camarero mientras Reina se atusaba el pelo una y otra vez en esa maldita barandilla que daba a la ría. No podía soportarlo. Se sentía tan rabiosa que sus lágrimas amenazaban con salir de un momento a otro.
—¡Reina! —gritó de repente y ella la miró sin entender nada, aún con el teléfono pegado a la barbilla.
Kumiko no supo por qué, pero volvió a llamarla.
—¿Quieres una copa?
Reina se encogió de hombros y le hizo una señal como si no entendiese qué estaba pasando. Se acercó unos pasos y dijo:
—¿Qué dices? ¿Qué te pasa?
—¿A mí? No me pasa nada. Pero he pedido una copa y he pensado que quizá te apetecía otra, o a lo mejor simplemente quieres volver a casa.
Ella tapó su móvil para que Shuichi no escuchase y luego dijo:
—¿Volver a casa? No. Ahora te cuento.
—Es Shuichi, ¿a que sí?
—Sí, pero enseguida vuelvo.
Reina se giró y terminó la charla con su interlocutor más rápido de lo que esperaba, pero Kumiko ya estaba lo bastante enfadada como para seguir la velada. Así que cuando ella regresó a la mesa con el gesto compungido, no pudo evitar tomar una decisión por las dos.
—Mejor nos vamos a casa.
—Pero si aún no te has acabado la copa. ¿Por qué quieres irte?
—Porque sí. Porque creo que tienes mucho que solucionar como para estar aquí conmigo complicándote la vida — confesó, dolida y mirando hacia otra parte.
—Oh, no puedo creerlo, estás molesta porque he respondido a una llamada de teléfono, ¿es eso?
—No. No estoy molesta.
Las dos empezaron a discutir acaloradamente, Kumiko porque estaba insegura y celosa y Reina porque necesitaba en ese momento muchísimo cariño y comprensión.
—¿Puedes dejar a un lado tu mosqueo absurdo y escucharme? —le pidió ella con lágrimas en los ojos.
—Oh, claro, ahora necesitas un hombro en el que llorar, porque Shuichi el fantástico ha reaparecido.
Los ojos de Reina brillaban de furia y se levantó para irse al coche. Kumiko la siguió, deseosa de continuar con aquella discusión porque necesitaba desahogarse.
—Pues nos vamos, que todo sea cómo y cuando tú digas.
Kumiko no respondió a eso.
Un camarero salió del local y las siguió.
—Señoritas, no han pagado la cuenta. Kumiko sacó su billetera, pero Reina se adelantó y le puso un billete en la mano al chico.
—Quédate con la vuelta.
Se metieron en el coche en silencio, Reina apretó el acelerador y Kumiko suspiró mirando por la ventana, decidida a no hablarle en todo el trayecto de vuelta. Se estaba comportando de manera inmadura, pero en ese momento le daba igual. Se sentía usada y humillada, como tantas otras veces y no estaba dispuesta a permitirlo de nuevo. Esta vez no lloraría por otra Asuka. En esta ocasión no pensaba tener como único recuerdo una planta. Claro que no.
Cuando estaban a punto de llegar a la casa, Reina dijo casi en un susurro pero con firmeza:
—Me ha llamado Shuichi. Quería saber cómo estaba, no he sabido nada de él desde que lo dejamos. Nuestro vínculo se rompió hace tiempo, incluso antes de dejarnos. Y necesitaba una amiga, necesitaba a alguien que simplemente se pusiera en mi lugar y me abrazase. Nada más. Si quieres interpretarlo como que lo quiero y necesito estar con él, hazlo. Pero yo necesito a una persona que se interese por mí, al completo. Y mi ruptura forma parte de mí, de lo que soy.
Dicho eso, aparcó y se bajó del coche a toda prisa. Kumiko se quedó en silencio en el interior del vehículo y de repente comprendió a Reina, de repente lo comprendió todo. Ella no era culpable de tener un pasado ni responsable de sus miedos. Si quería estar con ella o acercarse tenía que aceptar todo el riesgo que conllevaba. ¿Pero quería?
Sí.
Y ya era hora de ser sincera, pero tal vez fuera demasiado tarde. Kumiko no pudo frenar el impulso entonces de salir disparada del coche en su busca. Reina probablemente ya estaba abriendo la puerta de la casa. Tenía que hacer algo con todos esos sentimientos, decirle algo, lo que fuese, para que cambiase de idea.
De repente quería muchas cosas y corrió con torpeza hacia ella.
—Reina, espera —le pidió, alcanzándola en el porche de entrada.
Reina se giró y cuando lo hizo se encontraba a escasos centímetros de ella, pero Kumiko se quedó bloqueada, sin saber qué decir. La puerta estaba entreabierta.
—¿Qué? —le dijo de manera hostil, mirándola fijamente a los ojos. Su mirada era dura, pero sobre todo dolida, como si no entendiera su reacción y buscara una explicación en ese momento. Kumiko se quedó callada—. ¿No vas a decirme nada? ¿Me haces parar y luego te quedas así, mirándome como un pasmarote?
—Reina, yo…
Entonces lo supo. Que sobraban las palabras. Que sobraban las excusas, los gestos de arrepentimiento, las disculpas… todo. Kumiko supo en ese preciso momento que solo podía hacer una cosa: besarla. El porche de entrada estaba en silencio, a excepción de un grillo que cantaba melancólicamente a la noche. El rostro de Reina, apenas iluminado por la luz que presidía la puerta, parecía descompuesto, dolido, pero tuvo la sensación de que nunca la había visto tan preciosa como en aquel instante.
Sin pensárselo dos veces, hizo acopio de la poca valentía que tenía y la agarró por la cintura, atrayéndola hacia ella. Su cuerpo reaccionó de inmediato. Sintió la tensión del beso creciendo por la base de su espalda y luego sus labios, húmedos y suaves, temerosos al principio, incendiados a los pocos segundos cuando notó que Reina la besaba con la misma intensidad.
Kumiko creyó que le fallarían las fuerzas cuando Reina sonrió dentro del beso y lo interrumpió un momento para decirle:
—¿Por qué has tardado tanto?
—Porque no sabía que tú también lo deseabas —replicó Kumiko.
Caminaron a trompicones al interior de la casa, reanudando los besos, de manera completamente irresponsable. Ninguna de las dos sabía si habría alguien en su interior, si los demás ya habían vuelto o todavía estaban de cena. Kumiko tropezó contra la alfombra de la entrada, pero se recompuso rápidamente. Por nada del mundo quería dejar de besar a Reina, cuyas manos se colaron en ese momento por el interior de su camiseta, para acariciar con prisas su espalda. La empujó hasta el salón, hasta que cayeron sobre el sofá donde ella dormía todas las noches. No se habían molestado en encender las luces, pero la estancia estaba lo suficientemente iluminada para que pudiera contemplar los labios ligeramente hinchados de Reina, como pidiéndole que siguiera, pidiéndole más. Kumiko se colocó encima y una fuerte sensación de deseo la invadió al sentir su cuerpo en contacto con el de Reina. Ardía. Como un incendio que arrasara todo a su paso. Creyó que le faltaban manos, labios, yemas de los dedos, necesitaba muchos más para satisfacer las prisas que sentía por hacerla suya en ese momento.
—Podría venir alguien —dijo en susurros, recobrando la cordura por un instante. Después de todo, estaban solas, pero podían regresar sin que ellas se dieran cuenta.
—Me da igual —dijo Reina, obligándola a reanudar los besos.
Siguieron besándose en lo que a Kumiko le pareció una eternidad. Ardía en deseos por despojar a Reina de su ropa y acariciarla sin ambages, pero no estaba segura de si ese era el camino que ella quería tomar. Despacio, no te precipites, no lo fastidies ahora, se dijo a sí misma, intentando controlar los latidos desbocados de su corazón, sus manos temblaban cada vez que acariciaba a Reina por encima de la ropa.
—¿Estás segura de esto? —le dijo entonces consciente de que nada se detendría allí.
—¿De qué?
—De… esto… ya sabes —trató de explicarle Kumiko, un poco desconcertada por la pregunta.
¿Cómo se explicaba algo así?
—¿Lo estás tú? —inquirió Reina, igual de preocupada.
Kumiko iba a contestar que "sí". Un sí rotundo. Gigante. Inmenso como la luna llena. Pero no tuvo ocasión de hacerlo. Cuando sus labios ya se estaban moviendo, escucharon de pronto el ruido de la puerta de entrada, como si alguien acabara de introducir las llaves en la cerradura.
—¿Qué ha sido eso? —inquirió Reina, incorporándose de golpe.
—¡La puerta! ¡Alguien viene!
—¡Mierda!
Las dos mujeres se recompusieron tan rápido como fueron capaces. Reina se atusó el pelo, convencida de que estaba despeinada, y Kumiko se estiró la falda, pues la tenía casi a la altura de la cintura. Se sentaron muy dignamente una al lado de la otra en el sofá y en el último segundo Kumiko agarró el mando de la televisión y consiguió encenderla justo cuando su hermana Mamiko entró en el salón con Pedro. Los dos adolescentes iban carcajeándose de risa.
Mamiko se detuvo de pronto cuando las vio. Arqueó una ceja, como si estuviera igual de sorprendida que ellas:
—Oh, ¿ya están por aquí? —les preguntó sin fingir su decepción.
Simularon estar viendo la televisión. Kumiko se aclaró la garganta para responder. Su corazón seguía latiendo con fuerza cuando contestó con un "sí" tímido.
—No las esperaba tan pronto.
—Ya, nosotras tampoco —convino Reina.
—Bueno, Hiro y yo estaremos en mi habitación —les informó Mamiko con una sonrisa pilla—. Si vienen papá y mamá….
—Sí, tranquila, te avisamos —asintió Reina.
Kumiko quiso protestar (¡Era una menor! ¿Qué hacía con un chico a solas en su habitación?), pero Reina le apretó disimuladamente la mano para que se calmara.
—Gracias. Eres la mejor —dijo Mamiko. Y la parejita se dirigió entonces a la habitación.
Solo respiraron tranquilas cuando escucharon que la puerta se cerraba. Por los pelos. Habían estado cerca de… tan cerca que al mirar a Reina a los ojos, se ruborizó violentamente.
—Por los pelos —dijo Reina sonriendo, como si acabara de leer sus pensamientos.
—Mucho. Demasiado.
—Bueno, al menos era tu hermana. De todos modos, ya se piensa que estamos juntas.
—Ella y todos los demás — puntualizó Kumiko, mirando sus propios pies. Todavía sentía las mejillas incendiadas.
Reina pareció encontrar divertida aquella conversación. Sonrió como si la idea no le desagradara.
¿Y ahora qué?, pensó Kumiko. ¿Qué debía hacer? El deseo seguía vivo, visible, flotando entre ellas, en sus mejillas incendiadas, en la respiración entrecortada, su pecho subiendo y bajando. Pero de alguna manera la magia parecía haberse roto, como si ya hubieran vivido suficientes aventuras por ese día. Kumiko no sabía qué decirle a Reina. Y al mirarla a los ojos, supo que ella tampoco sabía qué decirle, así que tan solo se sonrieron tímidamente, hasta que empezaron a reír con ganas. Esa risa nerviosa les impidió darse cuenta de que alguien más había entrado en la casa.
—¿Qué les hace tanta gracia?
Se giraron entonces hacia la puerta y vieron a sus madres, observándolas con curiosidad.
—Nada —dijo Reina—. Un chiste que Kumiko me acaba de contar
—¿Lo han pasado bien? Han vuelto pronto —apreció Maki.
Las dos se miraron de nuevo y volvieron a reírse, llevadas por una mezcla de pánico, ridículo y nerviosismo. Sus progenitoras intercambiaron una mirada, sin comprender.
—Sí, mamá, lo hemos pasado muy bien. ¿Verdad, Kumiko?
—Estupendamente —convino Kumiko, reprimiendo una sonrisa.
—Bien, pues nosotros nos vamos ya a la cama —les informó Sakura, reprimiendo un bostezo con la mano—. ¿Mamiko ha vuelto ya?
—Sí, está en su habitación. Se encontraba un poco mal —comentó Kumiko, encubriendo a su hermana.
—Oh, mi pequeña…
—Pero no vayas. Ya he estado yo y se ha quedado dormida. No te preocupes —se apresuró a añadir Kumiko, por miedo a que su madre decidiera irrumpir en el cuarto de la menor y se encontrara con la sorpresa.
—Vale. Mañana a ver si se encuentra mejor. Que descansen, princesas.
—Igualmente —les desearon las dos a la vez.
Así, se quedaron de nuevo solas, escuchando los sonidos de sus padres, trajinando en las habitaciones y el cuarto de baño preparándose para la cama. Kumiko quería decir algo, pero la situación le resultaba demasiado extraña, a la par que cómica, para añadir nada a esa escena. Allí estaban, dos mujeres adultas, hechas y derechas, conteniendo las ganas de dar un paso más en su relación porque estaban rodeadas de familiares. Sintió tentaciones de preguntarle a Reina:
«¿Quieres que te acompañe a tu habitación para darte las buenas noches», pero le pareció que era forzar demasiado las cosas. Si la invitación no salía de ella, se limitaría a desearle dulces sueños y mañana sería otro día.
Reina se incorporó entonces. Se estiró el vestido y se atusó un poco el pelo.
—Bueno, creo que la noche ha acabado.
—Sí, eso parece —convino Kumiko—. Será mejor que vaya a avisar a mi hermana.
—Sí. Que no se te olvide. No vaya a ser que Hiro salga justo ahora.
—No lo creo. Habrán escuchado las voces. A lo mejor Mamiko lo ha largado por la ventana.
Reina sonrió ante esta idea, como si le encantara la situación en la que se encontraban las dos hermanas, cada una en su estilo, cada cual con sus dilemas.
Pero entonces se quedó callada y el gesto de su cara cambió, se volvió más serio. Alargó una mano y tomó la de Kumiko, empezó a acariciarla con dulzura.
—Me lo he pasado realmente bien esta noche —le dijo, inclinándose para darle un beso en la mejilla—. Podíamos repetirlo.
—Sí, eso creo…
—Hasta mañana. Que tengas dulces sueños.
—Hasta mañana, Reina —le deseó Kumiko, un poco temblorosa.
Reina le soltó en ese instante la mano y se giró para encaminarse a su habitación. Y Kumiko se quedó unos momentos de pie al lado del sofá, mirándola, hasta que su figura se desvaneció por el pasillo. Solo entonces sacudió la cabeza, suspiró profundamente y se puso en marcha para llamar a la puerta de Mamiko.
Qué afortunadas eran algunas, pensó.
Lectores anonimos: Muchas gracias
Pd: Tengo pagina de facebook por si quieren leer doujin traducidos de love live, symphogear, Mai hime, los espero con ansias, me pueden encontrar como: Mapache Curioso, espero su visita ansiosamente.
Pd: Si quieren otra historia adaptada o traducida no duden en pedirla.
