Capítulo I-Yo soy la Noche

-¡Wow, qué buena película! ¿Crees que pueda ser como Zorro cuando sea grande, papá?

-Me temo que sería algo difícil, Bruce. Por desgracia, creo que solo meterían a alguien como Zorro en Arkham.

-Pues ese Zorro es alguien muy valiente y apuesto, Thomas. Me recuerda a alguien a quien yo conozco, pero no sabría precisar a quién.

-Ja, ja, ja. Siempre tan ocurrente, Martha.

-Señor Wayne, la próxima vez permítanos no cobrarle los boletos. Usted y su familia son siempre bienvenidos al Teatro El Monarca.

-Tonterías, Hudson. Es lo menos que podemos hacer para apoyar a nuestro cine local.

-¡Ja, ja! ¡Tu villanía acaba aquí, maleante! ¡Te marcaré la Z! ¡Toma!

-¡Bruce, tesoro, no vayas tan adelante! ¡Oh, pero qué fuerte lluvia es esta! ¿Estás seguro de que éste es el camino correcto, Thomas?

-Es el mejor atajo, he pasado por aquí varias veces. Tan solo apurémonos. Alfred nos espera con la limusina al otro lado.

-Alto ahí.

-¡Oh, pero Dios mío!

-Denme la billetera y el collar de la dama. Ahora.

-Tranquilo, todo está bien. No hay por qué alarmarse. Bruce, ponte detrás mío.

-¿Le parezco alguien que quiere estar tranquilo? Deme el dinero o disparo.

-No se atreva.

B A N G

-¡PAPÁ!

-¡THOMAS! ¡Oh por Dios, lo ha matado! ¡LO HA MATADO!

-Silencio, señora. Entrégueme esas perlas.

-¡Suélteme! ¡BRUCE, CORRE!

B A N G

-¡MAMI!


Soy la Noche. Soy la Venganza. Eso es lo que me he dicho por mucho tiempo.

Ciudad Gótica. Desde su fundación por colonos holandeses en el año 1609, cuando todavía era llamada Nueva Rotterdam, ha sido descrita incontables veces como un imán magnético para lo extraño. Para lo oculto. Para lo monstruoso y perverso.

Cuando aún era un niño inocente, mi padre solía decirme que ésas no eran más que supersticiones por parte de los indigentes y vagabundos. Que los únicos monstruos que existen son aquellos empresarios y burócratas corruptos, que como vampiros se alimentan de la necesidad y del sufrimiento de aquellos con menos posibilidades.

Pero no he sido un niño inocente desde los ocho años. Y mi padre se equivocó.

Por casi diez años he patrullado las sucias y empobrecidas calles de esta ciudad a la que mis padres tanto amaron y dieron sin esperar nada a cambio. Por casi diez años la he defendido como lo que muchos han calificado como un guardián silencioso. Un protector oscuro. Un ángel vengador.

Todo para acallar aquellos gritos que resuenan en mi cabeza cada noche. El eco de dos disparos por el rugido de la boca de un cañón, accionados con el presionar de un gatillo. Con un tambor vaciando su escaso contenido.

En diez años me he enfrentado a toda clase de horrores que harían la mente de cualquier hombre cuerdo añicos como el vidrio de una ventana siendo rota por una pelota pateada por un infante distraído. Gángsters y familias mafiosas. Psicópatas con gusto por lo teatral. Mutantes y otros seres salidos de cuentos de miedo. La clase de cuentos por los que despiertas gritando a mitad de la noche, pidiendo socorro a tu madre en medio de la inmensa oscuridad de tu cuarto.

Pero nada de eso podría prepararme para lo que me espera a la vuelta de la esquina. A lo que temo estoy enfrentándome esta vez.

Todo empieza con la llegada de la luz hasta el tenebroso corazón de la mansión que mis ancestros ayudaron a construir. La señal en el cielo con mi emblema suplica mi presencia. La exige.

Las pesadas y gastadas puertas de madera en mi armario se abren soltando un quejido lastimero, revelando el ominoso manto que porto en cuanto el sol muere en el horizonte. Y de pronto vuelvo a sentirme como yo mismo.

Utilizando mi pistola de agarre para desplazarme de un lado a otro y la fuerza acumulada en los músculos de mis brazos y piernas, aterrizo justo sobre la escena del crimen recién perpetrado en un susurro. Mi mirada le da rápidamente a mi mente toda la información que la radio de la policía no ha podido brindarme a través de mi vehículo a causa de la extraña estática que ha estado habiendo las últimas semanas: la joyería Géminis con sus vitrinas hechas trizas. Un guardia inconsciente y desangrándose en el suelo. Y una silueta delgada y ágil corriendo por la avenida principal, con un rostro que sería capaz de identificar hasta con los ojos vendados.

Benjamin Sablonsky, a quienes sus amigos apodan "el soplón". Veintidós años, un metro sesenta. Tez blanca, cabello castaño, ojos miel. Hijo de inmigrantes franceses, se la ha pasado toda su vida robando y pasando de trabajar para un jefe criminal a otro. El comisionado y yo llevamos meses siguiendo el rastro de sus fechorías. Y el hurto de diamantes en la joyería Géminis, junto con toda la evidencia que he recolectado, confirma mis sospechas: ha vuelto a trabajar para Harvey Dent, alias Dos Caras.

Dos Caras fue astuto. La moneda le hizo darse cuenta de que si fuese tan predecible atracando un banco con un nombre tan intrínsecamente conectado a su obsesión con los múltiplos de dos me tendría encima en un estornudo; la intuición a Sablonsky, no.

No tarda nada en reparar en mi aparición. Aterrado, apura el paso corriendo con la bolsa en mano e internándose en un estrecho callejón, creyendo que escapará de mí. Conozco esta ciudad como si fuese una extensión más de mi cuerpo. Cada calle, cada vuelta, cada lado y rincón. No llegará lejos.

Y no ha llegado lejos. Pero, sorprendentemente, no ha sido por mí.

Se escucha el aullido de una bestia feroz, como si de un lobo gris se tratase. Y un desgarrador grito llena el aire acompañado de la mutilación de carne, penetrando en el silencio de Gótica como una flecha venenosa en el pecho.

Llego demasiado tarde: diamantes que valen toda una fortuna quebrados y casi reducidos a polvo. Una bolsa rasgada por lo que parecen ser las garras de un animal salvaje de gran tamaño. Tachos de basura derrumbados, con su contenido desperdigado por sobre el mal cuidado suelo pedregoso. Y en el centro de todo, Sablonsky yaciendo inmóvil, sin vida.

Su piel ya está fría al tacto. Su pulso, inexistente. Los músculos del rostro congelados en una eterna mueca de horror, con sus pupilas desprovistas de la luz que alguna vez se alojó en ellas. Su cuerpo abierto en canal, con sus vísceras expuestas para el celestial festín de las recién llegadas moscas; y dos pequeñas marcas de colmillos en la vena yugular. La muerte por hemorragia ha sido casi inmediata. Y sin embargo...ni una sola mancha de sangre adorna el pavimento, o su interior. Está vaciado y seco como un globo desinflado, sin helio.

Ni rastro del culpable más que el cadáver ya abandonado a su suerte, ni modo de escape. El asesino tendría que haber escalado el inamovible muro de piedra en tan solo cinco segundos, o haberlo atravesado como un fantasma.

Ya es el sexto caso esta semana. Y el sexto que no logro detener. Quienquiera que esté detrás de esto, no puede ser humano. Me rehuso a creerlo.

Mi padre decía que los únicos monstruos que existen son aquellos empresarios y burócratas corruptos que como vampiros se alimentan de la necesidad y del sufrimiento de aquellos con menos posibilidades.

Pero...Dios me libre y guarde...creo que lo que más me temía ya ha sucedido. Los verdaderos vampiros han vuelto a Gótica.

La noche y yo ya no somos uno. Pero aunque sea lo último que haga, juro sobre la escarlata luz de la luna que la vengaré.