CORRUPTED MIND
-Blanco-
…
Las noches eran sus preferidas.
De hecho, desde que cayó a la piscina, que así fue.
Se vio varias veces anhelando ver el sol ponerse y que la noche llegase, la oscuridad haciéndola sentir en casa. Le gustaba de manera instintiva, impulsiva a veces, y añoraba ver la luna hecha trizas en el cielo, el ver lo blanca que era, tan blanca, tan hermosamente blanca, y se encontró a si misma aullando como el animal que era ahora, recibiendo llamados de los Beowolves que se encontraban a largas distancia de ella, pero siempre le respondían, siempre.
Se comunicaban con ella, porque con ellos pertenecía.
Lo otro que le gustaba de la noche, es que había paz, porque los humanos estaban dormidos, los doctores no la molestaban, así como sus amigos presentes, así que no tenía que ser examinada ni tenía que fingir incansablemente, así que podía descansar su mente y su cuerpo.
Aunque, dudaba que descasara demasiado.
Podía sentir el aroma de Weiss en su nariz, nítido, intenso, pero a pesar de tener un buen olfato, no se sentía molesto el tener ese aroma tan cerca, pero lo que sí le molestaba, era el sentir las esencias ajenas en ese olor.
Weiss fue a una misión corta por la mañana, y aun sentía el aroma de Blake en esta, y podía soportar ese aroma a lavanda en su hermana, firme, intenso, no le importaba, pero no en lo que le pertenecía. Ya habían hablado de eso, cuando inició su corrupción, Blake le dijo que esas cosas le molestarían, que querría marcar como suyo lo que quisiese, y que los aromas ajenos le harían enfurecer y le creyó, porque así fue, fue inmediato, se volvió territorial, posesiva, y apenas notó que el perfecto olor de Weiss se transformaba, la enloqueció.
Cuando aquel sujeto la tocó, tocó lo que le pertenecía, perdió por completo la cabeza, su mente incapaz de controlarse, de mantener la máscara, y simplemente se transformó en un animal, y para empeorarlo, para enriquecer aún más lo turbio de sus instintos, Weiss se le acercó y la acarició, calmándola, y podía calmarse si Weiss se lo decía.
Iría al cielo y al infierno por Weiss.
Pero ahora, con esta dormida, no podía controlarse.
Quería levantarse de la cama, bañarse en la oscuridad de la noche, mirar la luna, aullar, volver a ser lo que era y escuchar a los otros lobos de los alrededores oyendo su llamado, así como también quería quedarse ahí, en esa cama, acostada al lado de Weiss, y…
Un gruñido se le escapó, resonando por su garganta, pero no fue lo suficientemente fuerte para despertar a ninguna de las tres mujeres que dormía en esa habitación.
Lo haría, claro que lo haría.
Haría lo peor.
Pero era débil, era una inútil, sin la oscuridad no era capaz de lograr su cometido.
Movió la mano, notándola temblar, las venas en el dorso de esta notorias ante la tensión, ante lo fuerte que bombeaba su sangre, la desesperación causándole estragos dentro. Pasó la mano por encima del cuerpo de Weiss, su figura notoria bajo las sabanas, pero por más que quisiera, por más que sus instintos la obligaban a tocarla, a sentirla, a hacerla suya de una vez por todas, no era capaz de tocarla del todo, su mano permaneciendo a unos cinco centímetros del cuerpo ajeno.
Era como si Weiss tuviese un campo de fuerza alrededor, que le hacía imposible tocarla. Incluso si fuese su Aura lo entendía, pero no, era ella el problema.
Necesitaba su permiso.
Su humanidad necesitaba el permiso, porque la bestia jamás sería tan cobarde, tan débil, tan miserable, para pedir permiso, no, la bestia se movía, sin dudarlo, aprovechándose de que Weiss la aceptaba a pesar de todo, y ahora no tenía ese poder.
Y era agobiante.
Era increíblemente frustrante.
Se movió, se removió de la cama, y se bajó de esta. El suelo estaba frio, pero no le importaba, le gustaba el frio, porque sabía que las manos de Weiss eran frías, sobre todo luego de que el Dust entrase en su cuerpo, que se hiciese uno con la sangre en sus venas, haciéndolas permanentemente heladas, frías, gélidas.
Pero las adoraba.
Así como adoraba el blanco, adoraba también el frío.
Ni siquiera era tan sigilosa como antes, pero lo intentó, sobre todo cuando puso las manos sobre la ventana de la habitación, abriéndola, evitando que esta chirrease. El viento que venía de afuera no era intenso, pero le agradó ese aire limpio, libre de aromas, que no la hacía enojar de manera desmedida.
Se movió, saliendo de ahí, sin cerrar la ventana del todo para poder volver a entrar.
La zona estaba silenciosa, las casas estaban oscuras, todos dormidos a esa hora. Se movió alrededor de la casa, sintiendo el césped y la roca en sus pies descalzos, así como el viento en sus brazos descubiertos, helando un poco su piel eternamente hirviendo de cansancio, de agotamiento, el animal encerrado en la debilidad. Levantó la vista, notando lo nublado que estaba, y era gracioso, porque ni siquiera sabía que día era, en que época del año estaban, su mente estaba demasiado ocupada para percatarse de algo tan banal.
Miró el techo de aquel refugio, y quiso asentarse ahí, y antes lo habría logrado fácilmente, usando su habilidad, dejando petalos tras su camino, pero ya no podía hacer algo semejante.
Jamás podría, nunca más.
Pero anhelaba estar en lugares altos tanto como anhelaba la oscuridad de la noche, y no sabía si eso era parte de la corrupción, algo que la oscuridad le dejó, algo que ser un Grimm le dejó, o solamente era algo que a ella como persona le gustaba, el estar en lo alto, el ver el mundo a sus pies, el sentir el viento, el ser superior al resto.
El estar tan arriba, que nadie podía alcanzarla, ni siquiera el recuerdo de su madre.
Escaló, de la manera más humana que podía, su cola meneándose para ayudarla a mantener el equilibrio, sus músculos ardiendo con el esfuerzo, y finalmente arriba, jadeando, y le tomó un momento el recuperar el aliento, y ya luego avanzó, sentándose, observando el paisaje. Esa casa estaba en la altura, y en esa ciudad tan llena de montañas, no le sorprendía que lo estuviese. Se acomodó, mirando hacia abajo, mirando alrededor, notando la luna sobre ella, bañándola de blanco, bañando todo de blanco, tan blanco.
La luz de la luna incluso lograba penetrar las nubes oscuras, tal y como lo hacía Weiss con ella, destruyendo toda su oscuridad, comandándola, y al mismo tiempo también destruyendo su luz.
Se quedó ahí, mirando la nada, hasta que sintió la primera gota caerle en el rostro.
Luego la segunda.
La tercera.
Una tras otra, hasta que fueron tan constantes que sus orejas se removieron ante el ataque. Sabía que debía entrar, que no debía preocupar a nadie con su extraño comportamiento de una persona que claramente no estaba bien ni mentalmente ni físicamente, pero luego de haberse tomado el tiempo en salir, en subir ahí, había quedado agotada, y su cuerpo no podía hacer mayor cosa, mucho menos bajar.
Así que se relajó, asumiendo que estaría bajo la lluvia durante más tiempo, en pijama, con piel más expuesta de lo que era bueno considerando el clima. Al pensar en eso, en su ropa, miró su piel, sus brazos, sabiendo que le compraron un pijama para que no le molestasen los trozos de hueso, así que dejaba expuesta harta piel para que el blanco no destruyese la tela.
Pero el blanco podría destruirla por completo y no le molestaría.
Cerró los ojos, soltando un suspiro, mientras levantó el rostro, sintiendo gota tras gota caerle de frente, acumulándose donde estaban sus parpados, creando charcos en la zona, su cabello poco a poco pasando de estar húmedo a totalmente mojado, así como su ropa.
Era agradable, el enfocarse en cada gota, acallando sus pensamientos.
Pero no podía acallarlos todos, lamentablemente.
En unos días tendría que volver al centro para ser examinada una vez más, y la mera idea la hacía sentir iracunda. Pero al menos, así, no tendría que soportar el aroma de Weiss, el aroma en conjunto que tenía encima. Estaría tranquila por un par de horas, al menos su mente y sus instintos, sin embargo, su cuerpo no. Sabía que la harían hacer ejercicios, la harían moverse, la harían pruebas para ver su estado.
La iban a cansar lo suficiente a ver si así aparecía su Aura.
Vaya humanos tan ilusos.
Eso era imposible, porque su alma había desaparecido, la corrupción la mató, la desintegró. Los mismos sujetos de ciencia decían que la materia no se crea de la nada, y estaba segura de que ese era el caso de su Aura.
Pero, estos también decían que la materia no se destruye tampoco…
Claro, solo se transforma.
Y su alma fue corrompida, su alma pasó a ser pura oscuridad, y cuando Weiss logró eliminar esa parte de ella, se llevó la oscuridad, se llevó lo que una vez fue su alma.
Pero no se lo iba a decir.
No, no iba a dejar que esta pudiese culparse, tampoco iba a permitir que la verdad saliese, la triste verdad, la desagradable verdad, porque quería que Weiss supiese que la salvó, nada más, y si, lo hizo, la salvó de ser un monstruo, y quien iba a decir que iba a desear tanto el volver a serlo, el volver a ser un monstruo, la bestia, el Grimm.
No tenía sentido alguno, pero esa así.
Que ironía.
Ruby Rose deseaba más el ser una bestia de la oscuridad que ser el legado de su madre.
A la mierda su madre, a la mierda su legado, eso solo le causó problemas, le puso un peso en sus hombros que no debía de existir en una niña, en una adolescente, en una adulta. Era demasiado. Y las muertes, las muertes que resultaron ser su causa, no, el querer ser su madre, el obligarse a ser su madre, el que el mundo le pusiese ese faro en su humanidad fue lo peor que le ocurrió.
¿Pero la oscuridad?
Si, le arrebató la consciencia, pero hasta el último minuto tuvo algo de eso, su cuerpo corrupto haciendo exactamente lo que ella quería antes de siquiera darse cuenta que lo quería, porque era ajena a sus propias emociones, ajena de sus propios valores, ajena de sus propios deseos, y la oscuridad le dio la libertad de ser quien quería ser, de sentir, de pensar por sí misma, no ser la persona que debía ser, si no ser simplemente quien era.
Y era detestable, era una persona detestable.
Weiss le rompió la máscara.
Destruyó sus esfuerzos por ser quien no era.
Y se sentía agradecida de eso.
Weiss la salvó de la oscuridad, oscuridad que deseaba, pero no iba a culparla, no, nunca, porque el que esta le demostrase tal amor, tal cariño, era suficiente para aceptar lo que sea. Weiss podría acercarse, poner esas manos tan pálidas, tan frías, tan delgadas en su cuello, y apretar, apretar cada vez más fuerte, arrebatarle la vida, e iba a estar agradecida, lo iba a aceptar sin siquiera rechistar.
Porque Weiss veía a la verdadera Ruby, y la aceptaba.
Y eso era más de lo que nadie había hecho por ella.
Los leves aromas de alrededor empezaron a volverse fuertes, el pasto mojado, la tierra mojada, incluso su propio aroma a pelo mojado, y se sintió sola ahí, sin oler a nadie más, cualquier aroma suprimido por lo intenso de la lluvia, y era agradable, así sus instintos no saltaban, y había paz.
Escuchó un ruido, sus orejas moviéndose, logrando captarlo incluso ante los fuertes sonidos de la lluvia contra el tejado. La ventana de la habitación se había abierto y cerrado, o simplemente la cerraron y ya, acabando con la leve ranura que dejó para entrar.
Al parecer iba a tener que entrar por la puerta principal, y no quería.
Era más probable que viese a alguien, o que alguien la viese en ese estado.
Y ahora se arrepentía de haber salido, pero bueno, se arrepentía de todo últimamente.
Se levantó, y comenzó a moverse con cuidado por las tejas mojadas, evitando resbalarse, y sabía que eso le iba a doler demasiado, y no solo eso, si no que podía hasta romperse un hueso. Su cuerpo débil, humano, causándole problemas que siendo quien era, quien solía ser, jamás hubiese experimentado.
Logró bajar, poco a poco, sujetándose del muro por el que escaló en primera instancia, y sus brazos ardían ante el esfuerzo, así como sentía su respiración abrumada, el cansancio siendo cada vez mayor. Y cuando llegó abajo, sentía los músculos de su espalda tensarse, tirando de sus hombros, y sabía que sí, el esfuerzo fue demasiado.
Solo escaló un muro, ¿Y así quedaba de destruida?
No, claramente no podría pelear contra nadie en ese estado.
Moriría, miserablemente.
Caminó a paso lento por la vegetación mojada, escuchando el crujir del pasto bajo sus pies. Dio la vuelta a la casa, teniendo la puerta de la entrada como destino, y dio un salto cuando esta se abrió de golpe, y se maldijo a sí misma, porque sabía que eso iba a ocurrir, que alguien la iba a ver, que la iban a juzgar, que le iban a preguntar, que iban a dudar de su acto.
Mil preguntas, y ella tendría que inventarse mil respuestas.
Mentiras, puras mentiras, sucias mentiras, asquerosas mentiras.
Pero era Weiss.
Solo Weiss, y pudo calmarse, su cola moviéndose por inercia al verla, como siempre. Su existencia rebozando de alegría, solo por verla un día más, un segundo más, agradeciendo respirar, a pesar de su existencia tan inepta e inútil.
No sentía su aroma, no con lo fuerte que olía la naturaleza, y evitó gruñir, eso sin duda le molestaba, no poder olerla, casi tanto como le molestaba el sentir una esencia ajena en esta.
No lo soportaba.
Y, de hecho, no sabía cuánto iba a durar soportándolo.
Los azules la miraron de arriba abajo, preocupación en estos, y de un momento a otro, Weiss se giró y volvió a entrar a la casa, sin decir nada. Por supuesto que sintió cierta decepción al dejar de verla, tanto así que no fue capaz de dar un paso en frente, de entrar a la casa y hacer que nada había ocurrido, porque si Weiss la ignoraba, si Weiss ya no la quería, si Weiss ya no le tenía el menor aprecio, debía quedarse ahí, en el frio, y morir.
Pero antes de poder hacer algo, como irse de ahí, o como entrar, o lo que fuese, Weiss volvió a aparecer, tomándola de nuevo por sorpresa, sus pasos sigilosos. Notó una sonrisa en esta, leve, mientras veía en sus manos una toalla blanca, blanca tan blanca como el Aura de esa mujer, tan pura, tan limpia. Claramente se la estaba ofreciendo, llamándola.
Y ahí lo entendió, Weiss solo se fue para buscar algo con que secarla.
Avanzó, sin poder hacer nada más, ya que Weiss la instaba a acercarse, y lo iba a hacer, siempre le iba a hacer caso.
El animal, la bestia, respetaba a su dueña.
Dejó de estar parada bajo la lluvia, y avanzó hasta la puerta, quedando en el marco de esta, donde ya no le llegaba agua, y donde tampoco mojaría adentro con su cuerpo. Weiss no dijo nada, simplemente sujetó la toalla y la rodeó con esta. Cerró los ojos, sintiendo como poco a poco el aroma de Weiss empezaba a ser más evidente, así como los movimientos que esta hacía sobre su cuerpo, sobre su cabello, sobre sus orejas, secándola, y cada toque, si bien no era directo, siempre la hacía hervir.
Y quería más.
Siempre quería más.
Porque era tan egoísta, tan territorial, tan posesiva, tan hambrienta…
"¿Estás bien?"
Weiss le preguntó luego de un rato, mientras le secaba los brazos, y no fue capaz de mirarla a los ojos y mentirle, no.
Pero podía hacerlo sin mirarla.
"Quería caminar un poco y la lluvia apareció de la nada."
Era así, pero no al mismo tiempo.
Pero lo que si no le diría, era la razón por la que salió del cuarto. Sabía que en algún momento debería decirlo, sabía que Weiss entendería su necesidad, era su compañera después de todo. Ya era abrumador el tener el cuerpo así, débil, para además sufrir cada noche por el aroma incesante de Weiss, el aroma que no le pertenecía.
Su aroma nunca presente en este.
"Si la próxima vez no puedes dormir y quieres caminar o algo, despiértame. Me asusté cuando no te vi al lado."
Porque era eso, un animal impredecible.
Pero no quería molestar más a Weiss, no quería corromperla más de lo que ya lo había hecho, el hacerla sufrir por lo que le ocurría, porque la conocía, la conocía demasiado bien, y sabía lo que ambas estaban dispuestas de hacer por la otra, así como sabía lo culpables que se sentían por el sufrimiento de la otra.
Y si podía evitarlo, lo haría.
"Estabas durmiendo plácidamente, no quería molestarte."
Las manos de Weiss estaban en su nuca, moviendo la toalla para secar el largo de su cabello, pero se detuvo, los movimientos paralizándose, y se vio obligada a levantar la mirada, a mirarla, y por un momento vio los ojos azules brillar, solo fue un segundo, hasta que Weiss pestañeó y sus ojos volvieron a la normalidad.
Era la corrupción, lo sabía.
Ambas estaban corruptas, y siempre lo estarían, y a pesar de que debiese molestarle que Weiss estuviese contaminada por el Dust, o sea, le molestaba, pero de igual forma le agradaba, ya que ambas ahora eran más parecidas que antes, y eso la hacía ver aún más hermosa de lo que ya era.
Siempre apreciaba el tener algo en común con esa mujer.
Y se preguntaba, ¿Qué tan parecidas podrían llegar a ser?
Weiss se acercó, apoyando su frente con la suya. Su propia piel estaba fría por la lluvia, por el frio del ambiente, pero sabía que la piel de Weiss lo estaba aún más, sobre todo ante esa chispa de Dust haciendo el frio aún más notorio de lo usual. Su piel hirviendo estaba en calma con tal cantidad de frio, cómoda, en casa.
"No me molestas, Ruby, nunca lo haces. Si me necesitas, sabes que aquí estoy, siempre."
La voz de Weiss era intensa, pero suave, tan suave, pero dulce, tan dulce.
Weiss era su adicción.
Recién ahí, tuvo la fuerza para acercar sus manos hacia la mujer, hacia su cadera, aferrándose a esta. Y se sentía de nuevo estúpida, porque de tener la oscuridad, a penas la vio, no hubiese dudado en tocarla, en acercarse. No, ahora necesitaba el consentimiento, necesitaba que Weiss diese el primer paso, y no sabía si era por la culpa, por la ausencia de oscuridad, o por la moral ajena que solía cargar encima.
Ahora todo era tan difícil, tan complicado.
Cuando hace unos meses todo era tan fácil, tan simple.
Era patética, desde ahora en adelante sería patética.
Ahora era una carga.
Nada más que una carga.
Weiss le dio una sonrisa a penas la sujetó, esta notándose más tranquila, porque era reciproco, lo que tenían era reciproco, solo que la oscuridad, la falta de esta, la hacía dudar, porque volvía a ser quien era pero sin un alma, y quizás parte de sí misma, la falsa, la imitación, la obligaba a maldecirse a sí misma, a sentirse aborrecible, a humillarla por sus pensamientos retorcidos, y eso la hacía detenerse, la hacía mantener las distancias.
No lo sabía.
Ya no sabía nada.
Su cabeza ya no tenía sentido, nada tenía sentido.
Weiss dejó caer la toalla, solamente para sujetarla de la mandíbula, el agarre firme, frío, pero tan frío, pero en el frio estaba en casa, siempre, y sintió los labios ajenos en los propios, igual de fríos, pero suaves, tan suaves. Adictivos. Era adicta a esa mujer. A su sabor, a su belleza, a su frio, a su aroma, a la cercanía que ambas tenían.
Esa mujer la hacía sentir tan limpia, tan libre de pecados.
El blanco limpiándola de cualquier mal, sanitizando sus pensamientos.
Pero al mismo tiempo la hacía caer en lo más bajo, la hacía hundirse en lo peor de sí misma, convirtiéndola en un monstruo, en el monstruo que siempre fue, ocultándose detrás de su Aura, detrás de su máscara, detrás de sus ojos, de su existencia.
Y era una contradicción tan deliciosa, de la que no podría aburrirse.
Así que la besó de vuelta, manteniéndola cerca, aprovechándose del perdón que esa mujer le daba, esa aceptación. Al final, ninguna de las dos estaba prestándole la más mínima atención al frio que entraba por la puerta abierta, o lo húmedo de su cuerpo, o a la lluvia que lograba entrar a la casa. Solo estaban ambas en su mundo.
Y en ese mundo si quería permanecer.
Al lado de Weiss pertenecía.
Porque aceptaba ser consumida por el blanco.
