Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.


«Could you find a way to let me down slowly?
A little sympathy, I hope you can show me
If you wanna go then I'll be so lonely
If you're leavin', baby, let me down slowly»

Let me down slowly, Alec Benjamin.


-Alguien a quien amar-

Can anybody find me somebody to love?

Capítulo 1. La realidad


Miró a su alrededor; no reconocía aquel lugar inhóspito y extraño en el que se encontraba. Todo lo que veía era blanco. El suelo, el techo, las paredes difuminadas de esa habitación que no parecía tener principio ni final lo eran. Dio un par de vueltas por aquel habitáculo, sin ser capaz de descifrar realmente dónde se encontraba.

¿Tal vez aquella era una especie de dimensión en la que había sido atrapada por algún enemigo? No recordaba haber estado luchando, pero alguien podría haberla capturado tras dejarla inconsciente y eso haberle producido una especie de amnesia que esperaba que fuera pasajera.

Se detuvo en mitad de aquella nada blanca y diáfana. Comenzó a escuchar unos pasos en la lejanía, pero no era capaz de ver a nadie. Las suelas de unos zapatos pesados chocaban con la superficie que la sujetaba y que aún era una incógnita, porque ni siquiera veía un suelo estable, así que no podía entender que pudiera estar de pie.

Se dio la vuelta, porque le pareció ver a alguien llegando por su espalda, pero el resultado fue el mismo: no había nadie.

Un humo espeso comenzó a colarse en su vista. Lo apartó con su mano derecha, moviendo así el aire para despejarlo de su rostro. Dio dos pasos al frente, tratando de alejarse de aquel sitio para volver a la realidad, pero un susurro grave en la distancia detuvo su cuerpo, que comenzó a temblar y a ser recorrido por un sudor frío y pegajoso.

Charlotte se giró sobre sus propios pies. Entonces lo vio. Su manto negro ondeaba con soltura, a pesar de que en aquella habitación sin sentido ni existencia no corría una pizca de aire, al menos para ella no. Estaba concentrado en encender un mechero antiguo, al que la piedra comenzaba a fallarle. Las chispas revoloteaban a su alrededor y, cuando caían al suelo, se desvanecían por completo, sin llegar siquiera a rozar la parte en la que sus pies se sostenían. Encendió por fin el cigarro que pendía de sus labios y después le dio una larguísima calada. Expulsó una cantidad de humo absurdamente abundante, que se coló de nuevo en el campo de visión de la mujer, que avanzó dos pasos hacia él, completamente desesperada por alcanzarlo. Pero no podía. Por mucho que caminara, la distancia entre sus cuerpos no se reducía ni un solo centímetro, así que frenó en seco su andar antes de acabar perdiendo la razón.

Los susurros se transformaron por fin en palabras. Parecía contento,+ porque sonreía con sorna, aunque ella estaba desesperada por la situación. ¿Se estaba mofando de ella? Siempre le había gustado molestarla porque le resultaban graciosas sus reacciones, pero cuando la había visto superada o necesitada, le había brindado su apoyo de forma incondicional. Sintió entonces un dolor lacerante atravesándole con descaro el pecho, así que se llevó la mano al lugar justo en el que su cuerpo cobijaba su corazón. Ya no estaba del todo segura de si le seguía perteneciendo o si solo la usaba como receptáculo para continuar latiendo.

—Reina de las Espinas, por fin te encuentro. ¿No estás cansada de huir de mí?

Charlotte tragó saliva. Una mano formada por un humo espeso que solo ella podía ver salió del suelo y le apretó la garganta. No podía hablar ni casi respirar, pero él seguía mirándola desde una cierta distancia, sonriéndole tranquilamente y sin acercarse para ayudarla.

—Ya-yami… —musitó con dificultad.

Los labios del hombre se apretaron en una delgada y rígida línea. Comenzó a acercarse a ella al fin. La iba a salvar de nuevo, como siempre lo hacía. Le diría que no podía encargarse de todo ella sola y que le gustaban las mujeres fuertes, pero que la fuerza no solo residía en la destreza en los combates, sino que también se trataba de confiar en aquellos a quienes amas. Ella se sonrojaría, porque siempre le había afectado su presencia de más, porque, a pesar de que era el más bruto de todos los hombres que había llegado a conocer en toda su vida, siempre lograba encontrar las palabras adecuadas que la ayudaban a calmarse.

Ese escenario lamentablemente solo ocurrió en su cabeza. La realidad fue completamente distinta e inesperada. Yami se acercó hasta que pudieron mirarse directamente a los ojos. Sus iris oscuros estaban vacíos, no parecía ser él. Se asustó al no reconocer en aquel cuerpo al hombre que amaba.

Yami estiró su mano con la palma abierta con una velocidad que no permitió que Charlotte supiera muy bien lo que estaba pasando. Todo lo que pudo sentir fue un dolor punzante en el centro de su pecho —más bien, de su alma— y cómo el estómago se le contraía y las piernas le comenzaban a fallar. Pero no llegó a caer, porque la mano que le envolvía el cuello con insistencia no se lo permitió.

Lo vio sacando la mano de su pecho, arrancando de cuajo su corazón, que aún latía con fulgor. Se separó unos pasos de ella, pero ya se le comenzaba a nublar la vista y no solo por el dolor o por su inminente desangramiento y consecuente muerte, sino por las lágrimas que se le acumulaban en sus tristes y cansados ojos azules.

Él dio dos pasos hacia atrás. Llevaba su corazón en la mano. La sangre comenzó a arrojarse a borbotones de su pecho, como si quisiera escapar para siempre de un cuerpo herido, cobarde y sobrepasado por la realidad. El suelo dejó de ser puro y blanco, y todo se tiñó de un rojo espeso, oscuro y viscoso.

—Supongo que esto ya no lo necesitas, ¿verdad? —dijo Yami mientras le estrujaba el corazón. Después, lo tiró sin miramientos al suelo mientras Charlotte se desangraba y trataba de gritar por el dolor—. Como te dije, no puedo corresponder tus sentimientos, así que te lo he quitado porque ya no te sirve.

Yami se dio la vuelta y comenzó a caminar, alejándose entre una niebla espesa y perturbadoramente blanca. El suelo estaba manchado de su sangre, y él dejaba con su partida unas huellas carmesíes que se fueron difuminando con cada paso que daba hasta alejarse completamente de ella. Ya no era capaz de verlo cuando la mano de humo la soltó en el suelo, haciendo que el vacío sonara por el peso de su cuerpo cayendo sobre su propia sangre. Trató de mover el brazo para alcanzar su corazón, para tratar de recolocárselo en el centro del pecho y así sobrevivir. Pero sus fuerzas eran mínimas y se consumían a través de las lágrimas que sus ojos se empeñaban en seguir expulsando.

De repente, todo se volvió negro y despertó.

Se sentó en la cama por pura inercia mientras se sujetaba el pecho con miedo e insistencia. Su respiración no estaba acompasada y solo ella supo cuánto le costó no gritar para que sus chicas no la escucharan. Bastante preocupadas las había tenido durante los últimos meses.

Se apartó las lágrimas que cubrían sus mejillas con rabia. Su cuerpo trémulo estaba empapado de un sudor frío que no soportaba, porque solo era la prueba de su debilidad e inestabilidad más profundas y asfixiantes. Flexionó las rodillas, se las abrazó y apoyó la frente en ellas. Aquella situación comenzaba a ser insostenible, pero no podía hablar de sus sentimientos con nadie, porque había pasado un buen tiempo y trataba de fingir con todas sus fuerzas que ya lo había superado.

Se frotó la cara una vez más y se levantó de la cama. Sus pasos eran dubitativos, pero no podía seguir perdiendo el tiempo porque tenía mucho trabajo pendiente. De camino al baño privado que su habitación tenía, se quedó paralizada ante el espejo que había al lado del armario. Su reflejo la atormentó. No reconocía a la mujer que había allí, ni por su ánimo ni por sus fuerzas ni tampoco por las decisiones que estaba tomando y que sabía que eran incorrectas.

Negó con la cabeza, abrió el armario y sacó su uniforme. Se bañó rápidamente. El vapor de agua que empañó los azulejos cortó el silencio aplastante que coronaba toda su existencia desde hacía semanas completas. Nunca había sido alguien que hablara mucho, pero tampoco se había sentido jamás con tan pocos ánimos de compartir una conversación amena con otro ser humano.

Salió de la bañera cuando su propia presencia comenzó a molestarla. Secó su cuerpo y se vistió. Volvió a la habitación para ver su reflejo sin mirarlo realmente, porque sabía que no sería capaz de observar directamente al espectro en el que se había convertido debido al rechazo. Se hizo el moño que siempre solía llevar y la trenza del flequillo. Se acomodó un par de mechones sueltos y salió por fin de la habitación tras coger su armadura y su casco.

Se encontró con algunas de sus chicas por los pasillos de la orden. La saludaron con alegría y respeto, como siempre solían hacer. Ella fingió la mejor sonrisa que tenía en su repertorio de farsas constantes y continuó su andar. Desayunó en la cocina mientras Mirai le informaba de las novedades del reino y del ritmo de las reconstrucciones, que siempre eran más lentas en las aldeas de las afueras por la presión de los nobles. Querían seguir teniendo sus entretenimientos y una estética bonita en su barrio, así que poco les importaban las necesidades de los que menos tenían.

Charlotte chasqueó la lengua cuando escuchó la cantidad de trabajo que aún quedaba por hacer. La sociedad en el Reino del Trébol seguía estancada y no le extrañaría en absoluto que una revolución estallara pronto, pues la gente se estaba hartando de que le siguieran tomando el pelo. Mientras ellos tenían dificultades e incluso pasaban hambre, la zona residencial de los nobles resplandecía por las remodelaciones recientes y no era justo.

—Y eso es todo lo de hoy.

—Gracias, Mirai. Necesito que te quedes en mi despacho y rellenes los documentos oficiales de nuestras tres últimas misiones. Tengo una reunión con el Rey Mago que no puede esperar. Sospecho que me encargará una misión larga y que estaré fuera un tiempo.

—De acuerdo —aceptó la vicecapitana de las Rosas Azules—. Capitana, ¿va todo bien?

Charlotte asintió con un gesto de su cabeza sin siquiera hablar. Sus chicas seguían preocupadas por ella y lo comprendía completamente. Su estado durante los últimos meses no había sido el mejor y ellas lo sabían.

Tras finalizar la guerra contra Lucius, se decidió por votación en una asamblea extraordinaria que el nuevo Rey Mago sería Fuegoleon Vermillion. Estaba bastante satisfecha con el resultado, pues ella misma apostó por él y lo votó. El otro candidato, Nozel Silva, no le disgustaba en absoluto, pero la disciplina, templanza y serenidad de Fuegoleon decantaron la balanza a su favor.

Las órdenes se reestablecieron y comenzaron las tareas de reconstrucción del reino. Desde ese momento, habían pasado cuatro meses en los que la vida de Charlotte había cambiado completamente.

Yami había actuado algo distante con ella en las próximas dos semanas tras esas primeras modificaciones, pero entendía que la pérdida era dura de afrontar, y que necesitaba tiempo para ordenar sus pensamientos y afrontar su duelo.

Un martes nublado de septiembre, se presentó en su base al mediodía para hablar con ella. Charlotte le sirvió el té que se habían prometido antes del clímax de la batalla. Se sentaron en unas sillas blancas en el jardín. Su corazón latía con expectativa y ganas, pero los acontecimientos de ese día no se desarrollaron como esperaba.

Él fue prácticamente el que habló durante los escasos veinte minutos en los que estuvieron juntos. Le dijo que apreciaba sus sentimientos enormemente, que cualquier persona querría estar con alguien tan bella, inteligente y especial como ella, pero que no podía corresponder sus sentimientos y que no quería hacerle daño.

Charlotte recordaba vagamente haberle dicho «gracias por tu sinceridad» y que, tras algunas palabras vacías más, una despedida distante y ciertas miradas llenas de pena y culpa, Yami abandonó su base, dejándola sola en el jardín.

Sus chicas habían estado pendientes de ella todo el tiempo y la habían apoyado siempre, pero no bastaba con eso para reparar un corazón que había perdido el sentido de su latir. El tiempo no le curó la herida, sino que hizo que un vacío intenso se instalara en su vida. Desde ese día, había estado conviviendo con él, atrapada en él, y la soledad que toda aquella situación le proporcionaba hizo que tomara una decisión que no correspondía con sus creencias y de la que sabía que acabaría arrepintiéndose.

Charlotte estaba a punto de cumplir treinta años, así que su madre cada día la presionaba un poco más para que se casara. Siempre le había dicho que no tenía intención de llevar a cabo una farsa tan grande como la que supone un matrimonio concertado, pero, con las defensas bajas por la debilidad que el desamor le había proporcionado a su maltrecho corazón, aceptó la última propuesta que recibió. Así, sus padres al fin suspirarían aliviados y ella intentaría encontrar el consuelo que unos brazos cálidos pueden otorgar a un alma rota.

El chico era tres años menor que ella, de muy buena familia. Se llamaba Jaden. No era caballero mágico, sino que se ocupaba de los negocios y las finanzas de su casa. Lo había visto en un par de ocasiones, en las que él apenas había balbuceado algunas frases incoherentes e inconexas. No era de extrañar, pues Charlotte era alguien muy imponente y su actitud no era la mejor cuando estaban a solas. La Charlotte del pasado era agradable si se la comparaba con la frialdad que sus ojos azules destilaban en esas dos ocasiones en las que se habían encontrado.

Se preguntaba todas las noches, justo antes de dormirse tras estar horas intentado conciliar el sueño, qué estaba haciendo con su vida, y todavía no había podido lograr hallar una respuesta. Sabía que se estaba equivocando, pero ya era tarde para retroceder. El compromiso era firme. Debía mantener el legado de los Roselei y no defraudar más a sus padres.

Con esa idea en la cabeza, había puesto su cuerpo en piloto automático. Se encargaba de sus misiones, de los reportes, de las reuniones y de sus chicas. Los días pasaban rápido, porque siempre tenía algo que hacer, pero las noches eran una auténtica tortura, pues estaban plagadas de pensamientos arrepentidos y de sentimientos encontrados, o de sueños desgarradores en los que Yami le daba todo lo que siempre había deseado o le arrebataba todas y cada una de las esperanzas que siempre había albergado en su corazón.

Estaba muy cansada. Su cuerpo se lo espetaba a gritos a diario, pero ella lo ignoraba deliberadamente. No estaba bien. Estaba a punto de explotar. Pero debía seguir con su vida, así que salió de su base y se dirigió hacia el Palacio Real. Decidió hacerlo andando, porque aún era temprano y quería sentir la brisa en el rostro; tal vez le ayudaría a aclarar sus ideas un poco.

Anduvo por el mercado de la capital, aquel que se establecía cada viernes a las nueve de la mañana en la plaza principal. Echó un vistazo para comprobar que todo iba bien. Observó una pareja joven en la distancia. Se estrechaban la mano, se reían juntos y se daban besos furtivos en medio de la muchedumbre, que los ignoraba completamente. Todos menos ella. El dolor de su pecho volvió. Sintió un breve pinchazo y un aumento del bombeo de su corazón, así que desvió la mirada y continuó andando, tratando de ignorar la ansiedad que la perseguía cada vez que veía a alguien siendo feliz.

Recorrió tan solo dos calles más y llegó a los jardines del Palacio Real. Se veía de nuevo imponente tras las remodelaciones. Incluso lo habían ampliado un poco, con nuevos espacios y salas de reuniones dotadas de la última tecnología.

Subió las escaleras que conectaban los jardines con el edificio y los guardias le abrieron la puerta en cuanto la vieron; incluso los novatos y los más jóvenes la reconocían. Algunos hasta le desviaban la mirada o tragaban saliva de forma incómoda al verla, sobre todo si eran hombres, ya que la fama le precedía.

Fue directa hacia el nuevo despacho del Rey Mago. Fuegoleon, atormentado por la conclusión de la guerra y los recuerdos del reinado de Julius Novachrono, decidió que lo mejor sería habilitar una nueva habitación para tratar los asuntos de su mandato. No se equivocó en esa elección según Charlotte. Julius había sido un hombre admirado y respetado en el reino, así que sería demasiado doloroso apartarlo hacia un lado como si nada y usar el despacho que le perteneció durante tantos años. Sabía que para algunos capitanes lo sería mucho más que para otros.

Se anunció en voz alta y la dejaron pasar. El hombre, con su imponente y elegante apariencia que jamás perdía, le sonrió con confianza tras levantarse de la silla que estaba al lado del escritorio. La decoración de la sala era bastante agradable. Los tonos dorados, rojizos y anaranjados iban muy bien con la estética de los Vermillion y dotaban al lugar de un aura regia y oficial que a Charlotte le gustó mucho.

—Majestad.

—Charlotte, por favor, no hagas eso. Hasta hace apenas unos meses éramos compañeros.

—Pero ya no lo somos —razonó la mujer—. Conozco bien mi lugar.

Fuegoleon suspiró y se sujetó el puente de la nariz. Después sonrió mientras la miraba.

—Cuando estemos en privado, llámame por mi nombre, por favor.

—Está bien.

Charlotte se permitió esbozar una sonrisa efímera. Miró el escritorio durante algunos segundos con los ojos fijos en el montón de papeles que había en uno de los lados.

—¿Te habría gustado estar en mi lugar?

—¿Qué? —dijo ella de forma titubeante.

—¿Habrías querido el puesto?

—No estoy segura —admitió con resignación.

Cuando la reunión de capitanes para decidir el futuro del Reino del Trébol se llevó a cabo, se les pidió que se ofrecieran como candidatos a aquellos que desearan aspirar al puesto. Charlotte tuvo muchas dudas en ese entonces, porque se había planteado en muchas ocasiones postularse como candidata, pero no encontró ese momento idóneo. Sabía que había personas con la fuerza y las capacidades necesarias para el puesto, y también que la mayoría de los capitanes eran hombres y confiarían más en uno de los suyos que en una mujer, por mucho que estuviera más que preparada. Así que finalmente decidió que era mejor no presentar su candidatura y la elección quedó entre Nozel y Fuegoleon.

—Creo que lo harías muy bien. Deberías haberte presentado como candidata.

—No creo que hubiera tenido los apoyos suficientes de todas formas.

—Los resultados de los votos podrían haberte sorprendido, de eso estoy seguro.

Charlotte enarcó una ceja con curiosidad, pero no quiso indagar en sus palabras. No le importaban demasiado las conversaciones que pudieran haber tenido entre ellos. Si se detenía a pensarlo, ni siquiera contaba con seguridad con el voto de Dorothy, y el de Mereoleona no computaba en ese momento, aunque hubiese vuelto a asumir el mando de los Leones Carmesíes tras el ascenso de su hermano. No sabía bien si se refería a él mismo o a otro capitán, pero decidió que lo dejaría como otra incógnita más sin resolver.

—El palacio ha quedado precioso.

—Sí. Se han esmerado mucho con las obras.

—Una pena que no se estén llevando a cabo con tanta prisa en las afueras —añadió Charlotte con cierto tono mordaz del que se arrepintió al instante.

Se mordió el interior de la mejilla ligeramente, de forma algo nerviosa. No se le podía olvidar que ese hombre ya no era su igual, sino su superior. Jamás habría tenido una respuesta tan irrespetuosa e impertinente con Julius, así que debía controlarse y adaptarse al papel que le tocaba desempeñar en esa nueva etapa.

—Lo sé. Por eso estás tú aquí.

—¿Yo? —preguntó, contrariada.

—Sí. Hay en las afueras varias mazmorras que solo aparecen cuando tienen una fuente de magia continua durante cierto tiempo. Lo descubrí hace unos meses, pero bueno, ya sabes lo que pasó. Con lo que encontremos en su interior, podríamos financiar las obras.

—¿Eso supone una especie de traslado?

—Sí. Necesito que estés allí al menos unos tres meses. Se te proporcionará una casa, por supuesto. Es una zona costera y tranquila. La principal actividad económica es la pesca y los lugareños no tienen demasiado poder mágico. Pero seguramente aparezcan algunos saqueadores que intenten entorpecer tu trabajo.

—No hay problema por eso.

Tres meses. Era un periodo de tiempo más que considerable, pero estar sola le vendría muy bien. Podría enfriar sus emociones, asentar sus pensamientos y tratar con sus fantasmas. Volvería para su boda, que todavía no había sido anunciada, así que debería hacerlo antes de partir a la misión. Dejaría los preparativos a cargo de su madre y de la orden se encargaría Mirai, que era una excelente vicecapitana y una guerrera más que cualificada para el puesto. Así, podría comprobar si estaba lista para algún día ser su sucesora.

—La cuestión es que no podrás alimentar todas las mazmorras solo con tu cantidad de poder mágico, así que irás acompañada. Necesitamos una cantidad de recursos muy grande para mejorar la vida de la gente.

Charlotte frunció el ceño ante esas palabras. Quería, no, más bien, necesitaba imperiosamente estar sola. Si se requería un compañero con la misma cantidad de magia o incluso más que ella era seguro que Fuegoleon asignaría a esa misión a otro capitán. ¿Y si era él…? No, eso no podía suceder. Todos en el reino sabían que Charlotte se había confesado a Yami cuando casi murió en la batalla contra Lucifero, y también se habían dado cuenta del progresivo distanciamiento que había surgido entre ellos. Fuegoleon era un hombre racional que no sería capaz de hacerle algo así.

—¿Quién viene? ¿Dorothy?

—Sé que habría sido lo más oportuno, teniendo en cuenta la animadversión que le profesas a los hombres, pero no podía. De hecho, me ha costado sudor y lágrimas encontrar a un capitán disponible.

—¿Quién es entonces?

—Es… Yami.

El mundo a su alrededor comenzó a despedazarse, a pesar de que las paredes del despacho estaban completamente nuevas e intactas. No podía ser cierto. No podría aguantar convivir con la fuente de su dolor durante tres meses completos. Era trabajo y lo sabía, pero tendrían que compartir el mismo espacio, los mismos recursos, luchar juntos y toda la situación le quedaría demasiado grande. Era algo que su cuerpo y su mente no podrían soportar.

—¿Me puedo negar?

—No. La situación es crítica y necesitamos ingresos, Charlotte. Lo siento muchísimo, de veras. No quería tener que recurrir a los dos a la vez, pero no me queda de otra. —El hombre se acercó hasta la Capitana de las Rosas Azules y le posó la mano en el hombro con comprensión, pero también como si quisiera transmitirle cierto consuelo y una disculpa sincera—. Confío en que actuarás como la profesional que eres.

Se apartó enseguida, probablemente porque sabía que a Charlotte no le gustaba que un hombre le pusiera las manos encima, y a ella no le quedó más remedio que asentir con tristeza y hacer el gesto de lealtad que los caballeros mágicos debían conceder al Rey Mago como promesa de que haría todo lo que estuviera en su mano para que la misión fuera un completo éxito.


Su vuelta a la base no fue tan tranquila como la ida. Sintió sus manos sudadas durante todo el camino. Cada dos pasos se las restregaba contra el pantalón, pero pronto el resultado era el mismo. Tenía calor, a pesar de que las temperaturas no eran elevadas. Simplemente era su cuerpo anunciando su estado incontrolable de nervios.

Al llegar, no se detuvo durante mucho tiempo en las zonas comunes. No quería hablar con nadie, porque sabía que a la mínima interacción que tuviera con otra persona se echaría a llorar desconsoladamente.

Fue a su habitación directamente y sacó del armario un bolso para viajes pequeño donde guardaría algunas pertenencias. Intentaba ocupar su mente con cientos, miles de pensamientos relacionados con el trabajo, pero su ritmo frenético estaba haciendo que su respiración se acelerara de forma imparable, así que se detuvo. Sujetó su pecho y respiró profundamente con los ojos cerrados para tratar de calmarse.

Era una misión, era su trabajo, su responsabilidad, y debía cumplir con ello sin pesar. Había hecho un juramento hacía muchos años, por el cual estaba obligada a acatar las justas órdenes y directrices del Rey Mago y no había forma de romperlo. Y, aunque la hubiera, ella no sería capaz de hacerlo, pues era alguien leal y fiel a sus principios.

Pero llevaba algún tiempo sin ver o hablar con Yami, y de solo pensar que tenía que convivir a diario con él durante la inmensa cantidad de tiempo que le suponía esos tres meses la estresaba demasiado.

Unos toques en la puerta la sobresaltaron. Era Mirai. Cuando le abrió la puerta y la dejó pasar, ella la miró con preocupación. Probablemente, habría visto su gesto disgustado y triste y habría notado que intentaba evitar a todas sus compañeras. Aquellos comportamientos habrían hecho saltar sus alarmas y había ido a hablar directamente con ella. Era alguien muy analítica, después de todo. Por esos motivos y sus altas capacidades como guerrera se había ganado el puesto a pulso, pero también era la voz de la verdad, la persona en la que más confiaba y la que siempre le hacía frente, provocando que afrontara sus sentimientos y las conversaciones incómodas que nadie quiere tener.

—¿Finalmente es una misión larga?

—Sí —dijo ella escuetamente—. Tres meses. Te quedas al mando. Llevaré un dispositivo de comunicación, así que llámame si hay algún problema.

—Claro. Gracias por la confianza. —Mirai calló durante unos segundos. La miró con esos ojos piadosos que tanto odiaba y que todas las miradas le profesaban últimamente—. ¿Vas sola?

—No.

—¿Con quién vas?

—Con el Capitán de los Toros Negros.

Charlotte continuó metiendo ropa en la bolsa, porque ni siquiera era capaz de sostenerle la mirada a su vicecapitana. Sabía que la iba a reprender, que le iba a decir que no estaba en condiciones para llevar una misión a cabo con la razón de aquel malestar tan profundo que llevaba arrastrando durante meses.

—Capitana, no creo que sea adecuado para tu salud que vayas a esa misión.

—Mi salud da igual. Es una orden directa del Rey Mago.

Mirai le sujetó la mano para que se detuviera y la mirara por fin. Su gesto estaba impregnado de ese sentimiento de pena desorbitado que tanto odiaba, porque llevaba observándolo en los rostros de casi todas sus chicas tanto tiempo que comenzaba a estar harta.

—Claro que no da igual. Charlotte, estamos preocupadas por ti. —La mujer se enderezó, dejando por fin de guardar sus pertenencias. Le clavó los ojos en el rostro. La cosa era seria, pues Mirai en raras ocasiones la llamaba por su nombre—. ¿Crees que no nos damos cuenta de que no duermes o de que comes menos? ¿Qué es eso del matrimonio concertado al que te has amarrado por una razón que nadie entiende ni comparte? ¿Y ahora te vas a vivir con la persona que te tiene así? No estás bien. No finjas que nada pasa, porque las dos sabemos que es mentira.

Charlotte suspiró profundamente en un intento sobrecogedor de no expulsar las lágrimas que sus ojos comenzaron a contener. Quería quebrarse. Sabía que en el fondo lo necesitaba, pero no estaba en condiciones de dar una imagen de debilidad enfrente de una subordinada, pues si se mostraba vulnerable, continuaría tratando de convencerla para que no fuera a la misión. De ella dependía el bienestar de mucha gente desdichada, y no podía tirar por la borda la única oportunidad que tenía de mejorar, aunque fuera un poco, sus vidas.

—Mirai, agradezco mucho que estéis pendientes de mí, de verdad. Pero mi vida privada es algo que no os concierne. Y tampoco mis decisiones. Esto es trabajo y hay que hacerlo. Cuando algún día seas capitana, lo entenderás.

La joven no pronunció ni una sola palabra más. En cambio, se abrazó a su capitana. Ella sonrió con agradecimiento mientras le correspondía la caricia. Esas chicas la querían y respetaban como nadie, así que no podía permitirse fallarles. Debía intentar estar bien, cumplir con su deber y dejar de preocuparlas.

—Si sucede lo que sea, avísame. En serio —le recordó Mirai cuando se separaron.

Charlotte asintió. Intercambiaron algunas palabras más, sobre todo directrices sobre las labores que la vicecapitana de las Rosas Azules debía llevar a cabo en su ausencia. La joven se marchó y Charlotte acabó su equipaje. Bajó las escaleras, anunció su misión y se marchó.

Mirai, que contaba con magia espacial, fue la encargada de llevarla. Sabía dónde estaba la región a la que iba, así que se aseguraría de que llegara bien. Se despidieron con otro abrazo más corto, y Charlotte se dirigió hacia la casa en la que viviría durante los próximos meses.

Sacó las llaves que Fuegoleon le había dado de su grimorio. Las introdujo en la cerradura y abrió la puerta, que crujió un poco con el movimiento. Observó la casa. Era bastante grande y agradable. Tenía unas vistas al mar preciosas y había unas calas cercanas, en las que Charlotte suponía que se encontraban las mazmorras ocultas.

Yami todavía no había llegado. Sabía que aún tendría algún rato de soledad y tranquilidad, pues la puntualidad no era su mayor aliada, así que se entretuvo deshaciendo el equipaje y sacando algunos utensilios de los armarios para que pareciera que esa casa estaba habitada por alguien.

Tras algunas horas, escuchó la puerta abriéndose y un escalofrío le recorrió la espalda entera. Fue hacia el salón y lo vio entrando. No llevaba demasiadas cosas, aunque su aire imponente y el cigarro que siempre lo acompañaba sí estaban. Se sintió perdida, triste y atemorizada, ya que no creía estar preparada para esa convivencia, aunque se hubiese intentado convencer de que era su obligación y de que no podía evitar aquella situación.

Él la miró sonriéndole. Pero aquella mueca no era la de siempre, porque sus ojos tenían el brillo lastimero con el que todos la miraban y que no podía seguir soportando. Se acercó a ella, dejando el equipaje en el suelo. Tras darle una larga calada a su cigarro, la saludó como siempre y Charlotte sintió que se habían instalado en el pasado de nuevo.

—Hola, Reina de las Espinas.


Continuará...


Nota de la autora:

Sé que tengo muchas cosas pendientes y que no debería estar publicando esta historia sin acabarlas, pero era lo que me apetecía. No sé cuántos capítulos tendrá, pero sí que va a estar llena de clichés jaja porque en serio, tengo muchas ganas. Intentaré publicar un capítulo semanal o al menos cada dos semanas, a ver si esta vez lo puedo cumplir xd.

Me hice una playlist para escribir la historia, que surgió además de la canción Somebody to love de Queen. Por eso el título de la historia. Iré añadiendo además un trocito de una canción de la playlist que me guste y quede bien con el capítulo.

Y poco más que comentar, solo que espero que os vaya gustando este fic y que no creáis que me olvido de los pendientes, porque los retomaré tarde o temprano. Gracias por la comprensión y el apoyo. Espero que disfrutéis mucho con otra historia más llena de drama infinito jajaja.

Nos leemos pronto.