Capítulo 1

Las hojas de otoño crujieron bajo mis pies a medida que pasaba corriendo por encima de ellas. Mi respiración agitada era lo único que podía oír a parte de varios ruidos procedentes de las profundidades del bosque.

Mientras avanzaba, dejé de escuchar las pisadas apresuradas que me perseguían, dándome algo de tranquilidad. Me detuve tras subir y bajar varias colinas, perderme entre los árboles y dar varias vueltas más. Dejé caer mi cuerpo contra la corteza de un gran árbol, deslizándome hasta caer sentada a sus raíces. Solté un suspiro de alivio al mirar de reojo la dirección por la que se suponía que había venido.

Después de poco más de un año, aún no me sabía el bosque de memoria y me perdía de vez en cuando. Aquella fue una de esas veces. Con la euforia, no me dio tiempo ni de pensar por dónde estaba yendo.

—¿Pero qué tenemos aquí? Una princesa perdida.

Al instante identifiqué ese tono de voz burlón y alcé mi mirada siguiendo el sonido. Sentado tranquilamente en una de las ramas del árbol, estaba un chico de cabellos rizados mirándome con diversión en sus ojos marrones.

—Robin —en mi voz se notaba el cansancio a causa del esfuerzo, pero sonó alta y clara.

—¿Qué? ¿Has huido despavorida de los empalagosos de Moonacre?

—Más bien de mis clases de bordado —soltó un bufido de aburrimiento—. Exacto —rodé los ojos, de acuerdo con el sentimiento. Se incorporó y saltó para aterrizar justo delante de mí, sujetando su bombín para que no cayera—. ¿Por casualidad has visto a la señorita Heliotrope desde tu nido? —alzó una ceja ante la comparativa, aunque no lo pilló de sorpresa.

—Hace rato que se ha dado la vuelta para volver a la mansión. No ha durado ni diez minutos persiguiéndote —solté una pequeña risa. Luego tendría que disculparme por eso, pero no eran ni las once de la mañana y ya pretendía que me pasara el día bordando y practicando mi francés. En otros tiempos, lo habría aceptado con gusto, pero desde que me mudé a Moonacre, mis intereses erradicaban en otros muy distintos.

«¿Quién lo hubiera dicho?» —pensé con sarcasmo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, frunciendo el ceño—. Esta no es tu zona de cacería.

—Es mi turno de vigilancia y me corresponde la frontera con la mansión Merryweather. Es una suerte que nos hayamos cruzado, sino no habrías sabido ni siquiera dónde estás parada ahora mismo —bromeó—. A veces me pregunto si cuando te doy consejos para que no te pierdas me escuchas, o en verdad los árboles son los únicos que lo hacen —rodé los ojos ante su intento de hacerse la víctima.

—Sí, lo hago. Pero no me he criado toda la vida en este bosque como para saber por la posición de una raíz que sobresale del suelo, si estoy cerca del castillo De Noir o Silverydew.

—Buena excusa, princesa —entornó los ojos hacia mí antes de empezar a caminar en dirección contraria a la que había venido. Lo seguí sin pensar mucho. Mejor era su compañía que volver demasiado pronto a la mansión—. ¿Cómo van las cosas por la mansión? He oído que ya está todo planeado.

—Prácticamente. Loveday lo tiene todo fríamente calculado.

—¿Cómo no? —rodó los ojos esbozando una sonrisa—. Me parece que Ser Benjamin no se librará tan fácilmente esta vez.

—No le digas que te lo he dicho, pero —le brindé una mirada traviesa— creo que está igual o más nervioso que tu hermana.

—Vaya, con lo frío que puede llegar a parecer… Nunca lo hubiera pensado —reímos a la vez.

La tan esperada boda de Moonacre estaba a punto de ser un hecho. Ya la habían postergado bastante con los temas del negocio de mi tío y viajes para cerrar acuerdos en Londres. Pero, después de un año y poco más comprometidos, ya faltaban escasos días para que se dieran el 'sí, quiero'.

Paseamos por el bosque por un buen rato entre charlas amenas y alguna que otra broma el uno al otro. Había sido así desde que se había solucionado el conflicto con nuestras familias aquella noche. Ahora que ambos clanes empezaban a llevarse bien, no había ningún temor o peligro a caminar por el bosque. Era un alivio, sentirse libre de poder explorar sin tener la sensación de que alguien va a atacarte en cualquier momento. Aunque el bosque ya no estaba restringido para los Merryweather, los De Noir seguían teniendo bastante más posesión de este, debido a su labor con la caza. De ellos dependían la gran mayoría de vecinos en el Valle.

Robin saltó con agilidad sobre un par de rocas para subir a la colina que teníamos enfrente, la cual nos llevaría al siguiente punto de vigilancia. Me agarré las faldas con frustración. No pensé mucho en llevarme ropa cómoda aquel día. Tampoco es que tuviera previsto escaquearme de mis deberes. Una risa burlona por parte del chico no se hizo esperar.

—Me temo que no llevas el vestuario adecuado para una expedición de este tipo —miré hacia arriba con molestia en mi rostro. Lo vi ligeramente agachado sobre la siguiente roca que me quedaba por saltar. Lo ignoré e intenté seguir con la ardua tarea de levantar el pesado vestido. Una mano amplia y algo callosa no tardó en aparecer frente a mis ojos. Escudriñé su sonrisa, solté un exasperado suspiro y le di la mano. En menos de dos segundos estuve junto a él—. Para que luego digas que no soy un caballero después de todo.

Dejé de alisar el dobladillo del vestido por un momento, preocupada previamente por la posible riña que me esperaría cuando llegara con los volantes del vestido hechos jirones. No pude evitar soltar una risa por su comentario.

—Como si quisieras serlo.

Touché.

—¡Hey, Robin! —una voz lejana desvió nuestra atención. Los cascos de varios caballos empezaron a sonar más y más cerca. Justo por donde habíamos venido, se aproximaban tres caballos negros como la noche, los cuales eran cabalgados por tres jinetes con vestiduras del mismo color. No tardé mucho en reconocerlos. Se pararon justo frente a nosotros, mirando desde abajo sobre sus monturas—. ¿Dónde te habías metido? Te hemos estado buscando por todas partes.

—No por todas. He estado haciendo mi ronda diaria. Solo que no sabéis buscar bien —bromeó. Richard negó con la cabeza, ligeramente fastidiado por haber tenido que recorrerse el bosque por su culpa.

—Muy gracioso —Henry, el que estaba parado justo a la derecha en el camino, me miró de pasada, asintiendo en mi dirección al notar mi presencia—. Buenos días, señorita Merryweather —los otros dos también me saludaron cortésmente, pareciendo reparar en mí por primera vez. Les devolví el gesto, preguntándome qué era lo que querían de Robin.

Mi relación con la pandilla era buena, aunque no había conseguido que me llamaran solo por mi nombre por mucho que insistiera. Al principio las cosas eran un poco tensas, pero supongo que con el tiempo se acostumbraron a que siempre anduviera por el bosque o acompañada de Robin.

—¿Se puede saber para qué me estabais buscando? —el chico de cabellos claros alzó una ceja, expectante.

—Tu padre necesita que vuelvas al castillo de inmediato. Dijo que era urgente —habló David, algo serio. El humor de Robin cambió abruptamente, me pareció que se tensaba un poco frente a mí.

—Muy bien. Adelantaos vosotros. La acompaño a casa y enseguida voy —los tres asintieron, tirando de los estribos para ponerse en marcha cuanto antes.

—No hace falta. Sé el camino de vuelta desde aquí —se detuvo por un momento para mirarme, ya había empezado a caminar de regreso a la mansión.

—¿Y correr el riesgo de que Ser Benjamin me decapite si te pasa algo de camino? No, gracias, insisto —sabía que lo decía en broma, pero su tono seguía siendo algo tenso.

—No quiero que llegues tarde por mi culpa.

—Me ofendes, princesa. No hay persona más rápida que yo en este valle —lo seguí despacio, escuchando el relinchar de los caballos a mi espalda. Parecía que iban con prisa.

—Creo que es importante. No deberías perder el tiempo conmigo, puedo–

—Maria —me detuvo, tornando su semblante serio hacia mí. Paré en seco. Nunca lo había visto así. Abrió la boca un momento y la volvió a cerrar, suavizando su expresión—. Ya me ocuparé de eso luego. Mi prioridad es que llegues a casa sana y salva, ¿comprendes?

Parpadeé varias veces, algo perpleja. Finalmente desistí y pasé al frente como me indicó con un gesto de su mano. Pero aún mi mente seguía pensando en la urgencia que habían mencionado antes los chicos.

Como dijo Robin, no tardamos mucho en estar de vuelta. Salimos del bosque para entrar en las lindes de la mansión.

—¿Ves? Podríamos haber llegado antes si no te hubieras puesto tan terca —lo encaré con el ceño fruncido, lista para mostrarle mi mejor expresión de molestia. Pero al verle el rostro, se me cayó la máscara. Aún seguía algo serio, como si estuviera preocupado. Por muchas bromas que hiciera para amenizar el ambiente, se le notaba raro.

Quería preguntarle. Necesitaba saber qué estaba pasando, aunque fuera algo insignificante (aunque pareciera todo lo contrario). Mi curiosidad era más fuerte que yo.

Una voz algo elevada de tono se oyó por todo el jardín, procedente del interior de la casa. Apreté los ojos con frustración al identificar a la señorita Heliotrope.

—Creo que estás en problemas —una sonrisa burlona iluminaba su rostro—. No me gustaría estar en tu pellejo.

—¿No te tenías que ir? —lo miré con suficiencia.

—Lamentablemente —hizo una mueca. Alzó un poco su bombín e inclinó la cabeza—. Hasta la próxima. Trata de no meterte en muchos líos mientras no estoy —con un guiño final, se volvió hacia el espeso bosque. Hice un sonido de irritación ante su altanería.

Moví las faldas con brusquedad al darme la vuelta para caminar hacia la casa. Internamente me preparé para tener que soportar los regaños que caerían sobre mí como un balde de agua fría solo posar un pie dentro del salón.

Antes de entrar, di una leve mirada hacia los árboles, sintiendo una sensación de opresión sobre mi pecho. La espinita de la duda y la preocupación aún no quería abandonarme.