Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es RMacaroni, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to RMacaroni. I'm only translating with her permission. ¡Ronnie, te adoro!
Capítulo 47
De regreso en Ogden, es el primer día de práctica de nuestra sesión de verano.
El gimnasio está lleno cuando llego. Bella ya se encuentra allí, en el centro del tatami, con Seth entrando en calor detrás de ella. Sus ojos me encuentran del otro lado del salón, y cuando lo hacen, ella sonríe. Creo que también lo hago, antes de tomar mi lugar.
Jasper nos exige demasiado con el acondicionamiento, y entonces Rosalie termina de hacerlo probando diferentes posiciones y habilidades de pirámide. Ella deja las elevaciones en pareja para lo último. Emmett es emparejado con Bella, y Vicky conmigo, mientras mostramos varias elevaciones para los novatos.
Hacia el final de la práctica, y antes que todos se dirijan a la casa del lago para los juegos y actividades de iniciación, me encuentro moviéndome hacia Seth y Bella. Son la única pareja que no he vigilado en elevaciones aún.
—Intenta mantener tu cuerpo alineado, derecho, bajo el mío —le está sugiriendo ella, después de que él casi la deja caer—. Eso ayudará. —Cuando voltea hacia mí, parece estar un poco sorprendida, pero se recupera rápidamente.
Me ubico a un lado de ellos, manos unidas detrás de mi espalda, y le asiento a Seth, quien traga fuertemente.
—¿Qué quieres ver, jefe? —Se ríe nerviosamente, rascando la parte trasera de su cuello.
—Elevación con giro triple —digo, notando como los ojos de Bella brillan por el rabillo de los míos. Mis latidos se aceleran. Los ojos de Seth se agrandan—. Solo bromeo —le digo—. Practica tus elevaciones con extensión.
Seth practica varias elevaciones básicas, mientras que Bella hace la mayoría del trabajo.
—Tienes que descender más —le corrijo, demostrando una sentadilla con mis brazos extendidos frente a mí—. Tanto en el lanzamiento como cuando la bajas, para aminorar su caída. De esa manera, cuidas sus tobillos también. —Me enderezo y vagamente señalo a las piernas de ella. La encuentro observándome, su pecho moviéndose con cada respiración. Sus mejillas sonrojadas. Su cabello escaándose de su coleta.
Estoy perdido por un segundo, o quizás dos.
Mierda, ¿acaso puedo hacer esto?
La entrenadora rompe el hechizo, despidiéndose del equipo e indicando el término de la práctica.
Nuestros compañeros se ponen en marcha, comenzando a juntar sus cosas.
No me muevo.
Tampoco Bella.
—¿Elevación con giro triple? —pregunto, desafiándola, en broma.
Ella sabe que estoy hablando con ella y solo ella. No dice nada, pero sus labios se estiran en una sonrisa.
Estiro mi cuello. Ruedo mis hombros. Siento la energía casi vibrar mientras me muevo detrás de ella.
Agachándome a su altura, aseguro mis manos en sus caderas, mis dedos firmes.
Brevemente echo un vistazo para encontrar la atención de la entrenadora —y la mirada de todos los demás que quedan en el gimnasio— en mí. En nosotros.
—¿Lista? —pregunto.
Bella echa una mirada por encima de su hombro, sus ojos brillantes y en los míos. Asiente con seguridad, mientras sus dedos se envuelven sobre los míos en sus caderas.
—Lista.
El gimnasio está en silencio. Todas las miradas sobre nosotros.
—Probemos algunos simples primero —le susurro a Bella al oído. No voy a dejar que caiga en un triple la primera vez que hacemos elevaciones juntos de nuevo.
—De acuerdo —dice Bella, respirando profundamente.
Estamos fuera de sintonía al principio, y cualquier elevación requiere de perfecta sintonía.
—Te estás apresurando —digo, mientras ella se seca el rostro con su toalla. Hago lo mismo con mi camiseta.
—¡Vas muy lento! —Se ríe, mirándome.
Necesitamos varios intentos, pero encontramos el ritmo de nuevo. Y entonces, es como si el tiempo no hubiera pasado. Como si los dos años fueran dos días. Como si hubiéramos estado haciendo elevaciones durante toda nuestras vidas.
La entrenadora se acerca y sugiere que probemos varios movimientos.
Elevaciones de élite.
Lo mejor de lo mejor.
Algunos que no han sido utilizados en competencia aún.
Sé que Rosalie quiere que podamos ver de lo que somos capaces, ver qué podemos incorporar en la rutina del equipo. Pero para mí, se siente como si fuera mi momento de brillar, y una parte oscura y orgullosa de mí quiere mostrarle a Bella lo que soy capaz de hacer, lo que logré aprender —y adquirir— sin ella.
Lanzamos distintos términos el uno al otro, cada uno más difícil que el anterior. Lo intentamos de nuevo, de nuevo, y de nuevo, hasta que el gimnasio lentamente se vacía y somos los únicos que quedan.
—Flic flac con giro doble —desafío, y ella sonríe—. Directo a Cupie.
—De acuerdo… —Sus ojos brillan, y sus mejillas están sonrojadas.
Jamás tuve la oportunidad de siquiera probar esto con ella antes. Es complicado. Requiere de delicadeza de su parte, perfecto control y agarre de la mía, y sincronización impecable de nuestra parte.
Ella se ubica a unos pasos de distancia, de espalda a mí. Sus hombros se elevan con un profundo suspiro mientras se prepara. Respiro profundamente varias veces yo mismo, mis manos frente a mí, mis dedos crispándose, listos para atraparla.
Un pequeño encogimiento de sus hombros señala el comienzo de su flic flac. Mece sus brazos hacia atrás y luego hacia arriba antes de saltar, lanzando su cuerpo hacia atrás para aterrizar sobre sus manos. Excepto que sus manos nunca tocan el suelo, porque atrapo sus caderas y la lanzo hacia el aire, girándola con mis manos así ella logra dos giros antes de aterrizar con ambos pies sobre mi mano derecha.
No conseguimos la suficiente altura, así que mi brazo está doblado, pero soy capaz de elevarla y salvar la elevación.
—¡Sí! —suelta con un pequeño suspiro. Su entusiasmo casi me hace sonreír.
—Un giro completo. —Me estoy sintiendo arrogante. Agachándome un poco y con un giro de mi muñeca, la hago dar una vuelta de trescientos sesenta grados y aterrizar sobre mi palma de nuevo.
—Hazlo de nuevo. —Contengo el aliento, y ella jadea un poco cuando hábilmente la giro de nuevo.
—Una vez más —digo entre dientes, presionando mi suerte con mi hombro quejándose.
Otro giro limpio. Son tres seguidos. Y la primera vez, para mí.
—¡Mierda, sí! —gruño, eufórico, mientras la bajo al suelo, y entonces casi, casi, la jalo hacia un abrazo.
Me detengo, apenas, antes de poder envolver mis brazos alrededor de ella por completo, y el pseudo abrazo se convierte en un choque de palmas incómodo.
—Vaya… —Jadea, su mirada en mí—. Fanfarrón… —Suelta una risita, sus manos en sus caderas.
Me paro derecho frente a ella mientras busca su agua, y entonces sutilmente sacudo mi hombro un poco. Hemos estado aquí por horas, y estoy exhausto, pero intento limitar mi respiración a mi nariz únicamente, mayormente por terquedad, no quiero que sepa que estoy muriendo.
—¿Necesitas un descanso? —Sus ojos están de vuelta sobre mí, intencionadamente.
—Estoy bien. —Supongo que mi camiseta empapada me delata.
—Pero estás haciendo esa cosa con tu rostro. —Señala mi boca con un dedo, mientras una sonrisa comienza a aparecer en sus labios.
—¿Qué cosa?
—Cuando presionas la esquina de tu labio. Solo el costado derecho. Es lo que haces cuando estás dolorido e intentas no mostrarlo.
Respiro profundamente.
Como sea.
—También me chocaste los cinco con tu mano izquierda —presiona—. Lo cual sé que quiere decir que tu hombro derecho te está doliendo.
No sé por qué me molesta que ella sepa estas cosas —que ella recuerde todo— pero esquivo su mirada y giro hacia mi agua.
—Solo sigamos —digo, mi buen humor arruinado.
Solo somos nosotros dos en el gimnasio ahora, y esa energía cargada nos rodea de nuevo. Solo que esta vez, es duro, demasiado duro, mantenerme controlado. Evitar que las cosas resurjan de nuevo.
—Cullen…
—No… —digo bruscamente antes de que ella pueda decir algo más—. No me llames así.
—¿Cómo quieres que te llame, entonces? —presiona, su voz firme.
—No me llames nada. —La furia hierve ante el doloroso recordatorio de la familiaridad que solíamos tener, lo fáciles que eran las cosas entre nosotros, lo mucho que hubiéramos disfrutado una noche como esta hace dos años.
—Vamos, eso no es justo.
—¿Justo? —Me río secamente y no me molesto en fingir que no jadeo ya—. ¿Realmente quieres hablar de lo que es justo?
—Edward, lo siento… por todo. —Su voz tiembla, y cuando levanta la mirada, hay lágrimas acumulándose en sus ojos. Lágrimas injustas, traicioneras, y desgarradoras.
—Nah, acordamos que no haríamos esto. —Doy un paso hacia atrás, temiendo que si ella se acerca, mis brazos estarán tentados a intentar consolarla.
—Solo quiero explicar… —Cada esfuerzo que hago para alejarme de ella, ella lo iguala con un paso en mi dirección—. Jamás fue mi intención que salieras lastimado. Pensé que era lo mejor que podía hacer. Que yo mejorara. Que tú no fueras lanzado al medio de todo.
—De acuerdo, es bueno saberlo. —Me estiro hacia mi bolso y giro sobre mis talones, dirigiéndome hacia el vestuario, esperando que por algún milagro ella no me siga.
—Por favor, escúchame —ruega detrás de mí mientras empujo las puertas vaivén hacia el vestuario, luchando contra mi instinto de mantenerlas abiertas para ella pero marcho al interior mejor.
Los sonidos de sus pasos me hacen girar a mirarla. Mis hombros se tensan. Estoy atrapado—tanto por su cuerpo, bloqueando la puerta y mi salida, y por todos los recuerdos que creamos en este vestuario juntos.
Sabía que era una mala idea permitirme estar solo en el gimnasio con ella.
Entonces, simplemente estallo.
—Muy bien, ¿quieres hablar? Hablemos. ¿Cómo diablos pudiste?
Se encoge un poco ante mi tono de voz, pero antes que pueda abrir la boca, continuo.
—¿Cómo simplemente pudiste… darte la vuelta y desaparecer? Después de todo por lo que habíamos pasado. Como si yo no fuera nada para ti. Como si todo fuera una mentira.
—Solo estaba tratando de protegerte —es lo que dice, y mi sangre hierve.
—Sí. A la mierda eso. —Mis palabras cortan como hielo, tanto como se sienten al salir de mí, y cómo la atraviesan.
—Es la verdad. —Se seca las lágrimas, como si estuviera molesta consigo misma—. Pensé que era la única manera.
Gruño contra mis manos y entonces jalo de mi cabello, caminando de un lado a otro frente a ella.
—Phil amenazó con hacer que te echaran del equipo. —Sus palabras detienen mis pasos—. De ponerte en la lista negra.
—¿Qué? —De repente me siento frío, la sangre abandona mi rostro.
—Necesitaba recomponerme lo suficiente para luchar contra él. —Sus brazos envuelven su torso, abrazándose a sí misma—. Para luchar contra ellos. No quería arrastrarte por ese camino conmigo.
—Entonces, ¿simplemente me echaste de tu vida? —No puedo creerlo.
—Trabajaste muy duro para quedar en el equipo. No quería que perdieras todo por mí. Hubieras perdido tu beca, tu lugar en el equipo, todo.
La ira crece dentro de mí, pero se mezclan con otros sentimientos. Arrepentimiento. Frustración. Culpa.
—¡¿Por qué no me lo dijiste?! —Mi voz está mezclada con desesperación cuando finalmente la miro—. Dos años, Bella, y ni siquiera un mensaje. Un mensaje. Nada.
—¿Qué hubieras hecho si lo hubiera explicado? —pregunta, acercándose, sus dedos a punto de tocarme antes de dejar caer sus manos.
—¿Te hubiera ayudado a luchar contra ellos? ¿Hubiera estado allí para apoyarte? No lo sé, carajo. —Jalo de mi cabello hasta que duela—. Podríamos haber encontrado una manera juntos. Podríamos haberles dicho que se fueran a la mierda.
—Él iba a usarte en contra mío —dice Bella suavemente—. No podía arriesgarlo.
Me dejo caer en el banco, con la cabeza agachada, mis hombros caídos, sintiéndome absolutamente derrotado.
—La mierda que me dijiste… —Presiono una mano contra mi pecho, justo sobre mi corazón, para evitar sentir que se está rompiendo de nuevo—. Bella, me hiciste pedazos.
—Necesitaba que me creyeras. —Llora mientras se acerca, agachándose frente a mí, sus manos ardiendo sobre mis rodillas—. Me mató decirte esas cosas, y por si sirve de algo, nada fue verdad.
—Mierda, Bella… —Intento respirar mientras siento las paredes cerrarse a mi alrededor.
—Lo siento. —Se abraza a mis piernas, pequeños sollozos escapando de ella mientras intento calmarme—. Lo siento, lo siento mucho —dice una y otra vez.
Cinco cosas que puedes ver.
La pared. La puerta. La grieta que va desde el marco hacia el techo. La luz con el foco titilante. La puerta del vestuario, abollada el verano pasado cuando Emmett se puso furioso después de enterarse la razón por la que Rosalie estaba por divorciarse.
Cuatro cosas que puedes sentir.
Mi corazón latir en mi pecho. Los brazos de Bella envueltos alrededor de mis rodillas. Su mejilla presionada contra mi muslo. La madera del banco, las astillas bajo mis uñas.
Tres cosas que puedes escuchar.
El compresor del refrigerador al fondo del cuarto. Los suaves sollozos de Bella. Mi propia respiración acelerada.
Dos cosas que puedes oler.
El caucho de los tatamis guardados en el vestuario.
Manteca de karité. Maldita manteca de karité.
Una cosa que puedas saborear.
Abro los ojos, respirando profundo, negándome a hacer lo último. Todo lo que quiero saborear es a Bella.
—Deja de llorar, por favor. —Jalo los brazos de Bella, ayudándola a levantarse.
Cuando me mira, mis manos sueltan sus codos. Se sorbe la nariz, pasando una mano por debajo de sus ojos, y se sienta a mi lado. Observo mis pies e intento pensar mientras presto atención a cada uno de sus movimientos por el rabillo de mi ojo. Ella tuerce sus dedos, inquieta, pero parece controlar su respiración lo suficiente para calmarse.
—¿Por qué esperaste todo este tiempo para contarme? —Mi voz es apenas un susurro, mis ojos fijos en el suelo—. ¿Por qué ahora?
—No quería arriesgarme a involucrarte o… —Se estremece un poco, sus brazos rodeando firmemente su torso—. Que Phil se enterara que estaba hablando contigo, no hasta que me deshiciera de él legalmente.
Tiemblo también pero de rabia.
—Santo cielo.
—Cuando colapsé en Daytona, ellos solicitaron una custodia adulta, la cual en Florida otorgaba a mi mamá básicamente cederle todo a Phil. Creo que Phil había estado planificando eso por un tiempo. Él era dueño de todos mis canales y mis cuentas. Estaba contractualmente obligada a ir a Texas, a unirme al Colegio Volterra, y filmar esa docuserie. Ellos controlaron todo el dinero de eso. Quiero decir, el contrato aún decía que el sesenta por ciento iba para mí, pero está todo bloqueado hasta que tenga veintiuno, y entonces lo evaluarán de nuevo… podría ser a los treinta, o más.
—¿Qué mierda? —Escuché algunos rumores, y sabía que había algo legal pasando en privado, pero jamás pensé que fuera tan malo.
—Mi batalla por derechos de autor con Phil no acabó hasta hace un par de meses. Ahora tengo el control de mi vida, de mi marca… y no vendrá tras de ti ya. No puede.
—No puedo creer que ni siquiera me dieras la oportunidad de ayudarte con eso.
—Pero sí me ayudaste. Verte triunfar, verte lograr cosas por ti mismo… me hizo sentir como si todo hubiera valido la pena. Como si no te hubiera arruinado.
Mi cabeza da vueltas pero mi furia lentamente desaparece, siendo reemplazada por culpa. Debería haber luchado más por ella.
—También sé que fuiste con Charlie. Él vino a Florida y me ayudó con todo. Me ayudó a planear cómo deshacerme de Phil. Me ayudó a pagar mis abogados. Me ayudó a mantenerte a salvo. No sé si hubiera podido sobrevivir los últimos dos años sin él.
Bajo la cabeza. Mi pecho duele. Hubiera sido bueno saberlo.
—Le hice prometer que no te contactaría. Si lo hubiera hecho, sé que hubieras ido a Florida, hubieras intentado rescatarme, y yo te hubiera arruinado.
Levanto la mirada y me pierdo en sus ojos, sintiendo los míos llenarse de lágrimas como lo hacen los suyos.
—Salvaste mi vida, Edward —dice, derramando lágrimas—. Siempre estaré agradecida contigo.
Intento respirar alrededor del nudo en mi garganta en vano. Entonces, suelto un gruñido contra mis manos, inseguro de cómo sentirme. Estoy aliviado y furioso. Avergonzado. Orgulloso. Frustrado. Enamorado.
Aún tan jodidamente enamorado de ella.
—¿Me odias? —pregunta después de un momento, y casi quiero reírme.
—Por supuesto que no te odio, Bella. Jamás podría…
Odio muchas cosas, pero no la odio a ella.
Odio que sus padres valoraran el dinero más que su salud. Odio que ella no luchara por los dos de la manera que yo hubiera luchado por ella. Odio que me robara la oportunidad de ayudarla a atravesar todo lo que atravesó. Odio el hecho que perdimos dos años juntos.
Odio la manera que ella me hace añorar cuando está cerca.
Pero lo que más odio es que no puedo odiarla en absoluto.
—Jamás dejé de amarte —susurra—. Eso no ha cambiado. Fuiste mi primer todo. Mi primer amor. Mi primer amigo real…
Exhalo con mejillas infladas y aparto la mirada mientras sus palabras me atraviesan, llenándome por completo.
—Sé que quizás no sientas lo mismo ya, y eso es justo… dos años es mucho tiempo… pero ¿espero que podamos ser amigos o colegas al menos? Lo que pasó allí… —Señala a las puertas que llevan hacia el gimnasio—. Eso simplemente no sucede con alguien. Vamos a ganar todo este año.
Uno mis manos sobre mis piernas que rebotan, negando con la cabeza, mientras inhalo profundamente.
Porque ella tiene razón, y no quiero vivir en un mundo donde no pueda hacer elevaciones con ella.
¿Compañeros? Tenemos que serlo.
¿Amigos?
—No puedo ser tu amigo —digo, y sus ojos inmediatamente se llenan de lágrimas.
—Está bien, lo entiendo. —Su barbilla tiembla mientras baja la mirada.
Cierro mis dedos debajo de su rostro, finalmente permitiéndome tocarla.
—No puedo simplemente ser tu amigo —aclaro—. No sobreviviré a eso.
Sus labios se estiran lentamente mientras se da cuenta.
—Está bien. —Sus manos secan sus lágrimas—. Entonces, ¿qué quieres hacer?
¿Qué quiero hacer?
Todo lo que quiero hacer es besarla.
Pero necesito… No lo sé, mierda, necesito tiempo para procesar las cosas. Porque si la beso ahora mismo, no hay manera que sea capaz de contenerme. No más. Nunca más.
Sus ojos se fijan en mí, grandes y expectantes—tan jodidamente hermosos.
—Quiero volver allí y mostrarte que puedo lanzar un triple —es lo que digo entonces.
